El 13 de marzo celebramos reunión de Comité Americano con los coordinadores de los grupos de laicos misioneros combonianos de los países con presencia de LMC en América.
Estuvimos presentes: Padre Ottorino Poleto, Beatriz Maldonado y Mireya Soto por el Comité Americano; Alberto de la Portilla por el Comité Central; y 7 coordinadores de los grupos de América: Alexandra de Colombia, Flavio de Brasil, Mario de Perú, Adriana de México, John de Ecuador, Paul de la NAP, y Miriam de Guatemala.
Experimentamos nuevamente la alegría de estar juntos y compartir nuestra identidad de laicos misioneros combonianos. El objetivo principal fue conocer el camino recorrido por cada coordinador como LMC y el plan de trabajo misionero del año 2021 de cada grupo. Cada país hizo su presentación y vivimos nuestro ser misionero pues seguimos con el empeño de continuar en misión sin temor, pero siendo responsables. Continuamos en pandemia, con un horizonte incierto, pero con la fe puesta en Jesucristo. La misión no se detiene aun en estos tiempos. Hay más necesidad de Dios.
Gracias coordinadores por compartir su plan de trabajo misionero para este 2021, fue de enseñanza mutua. Dios ilumine su camino.
“LAS OBRAS DE JESUCRISTO NACEN Y CRECEN A LOS PIES DE LA CRUZ”
Desde pequeños nos interesamos por el mundo y la gente, y durante las reuniones los misioneros siempre nos han dicho de forma interesante que la gente de África y del mundo necesita ayuda, apoyo y conocer a Dios.
Ha llegado un momento en nuestras vidas en que ya no tenemos que ir a trabajar, no tenemos que jugar con los niños, los padres se han ido, y queremos dar algo de nosotros mismos, ser útiles a la gente. ¿Por qué no unirse a los misioneros? ¿Por qué no ir?
Empezamos a buscar cómo y quién podría prepararnos para ese viaje. Había un obstáculo: somos “demasiado mayores”, los preparativos son para los jóvenes.
Mientras tanto, el padre Dawid Stelmach llegó a nuestra parroquia como sacerdote auxiliar. Resultó que era responsable de las misiones en la diócesis de Poznań – y siguió…
Todo empezó a encajar. Pasado un tiempo, el P. Dawid se puso en contacto con Magda Plekan – una LMC de Poznań (desde hace cuatro años en misiones en Etiopía), que no se ha desanimado por nuestra edad y estaría encantada de vernos en Etiopía, pero hay que prepararse. Nos ayudaron en esto los Laicos Misioneros Combonianos de Cracovia – son MISIONEROS – que anuncian a Cristo, no sólo con palabras, sino sobre todo con sus acciones, actitudes, amor a los demás, desempeño responsable de sus funciones, y además su dominio es África.
Fuimos a Etiopía como voluntarios a dos centros dirigidos por las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa – uno en Awassa y el otro en Dire Dawa. Ambos centros son clínicas y centros de atención.
Allí no nos sentimos extraños, teníamos la impresión de no haber viajado mucho.
El camino de un misionero está lleno de sorpresas, no siempre es como nos gustaría. A veces lo inesperado puede frustrar tus planes y expectativas.
Resultó ser una pandemia de coronavirus. Sabemos que Dios nos protege: está detrás de cada uno de nosotros, nos apoya y espera que lo veamos, confiemos y nos sometamos a su voluntad.
Hoy estamos aprendiendo el idioma ucraniano, porque nuestros planes incluyen un viaje a Ucrania, a Kamieniec Podolski, donde contactamos con el sacerdote polaco Marcin. En mayo, el sacerdote vendrá a Polonia y nos ha pedido que vayamos con él a Kamieniec Podolski y descubramos in situ cómo podemos encontrarnos allí. Confiamos plenamente en que así sea, ya que no depende sólo de nosotros.
El idioma ucraniano nos lo enseña el diácono que está en Poznań en preparación antes de su ordenación en mayo de este año en la catedral de Kamieniec Podolski.
Nos presentó las condiciones actuales y la situación en Ucrania, las costumbres, el comportamiento de la gente, un poco de historia.
Esto no es África, sino Europa. Ucrania está en guerra con Rusia y esto es un asunto muy difícil y socialmente delicado para un misionero. Esto pone al misionero en una situación especial en la que, en una Europa civilizada, los estados luchan entre sí.
Hoy en día es difícil entender que en Europa pueda haber de nuevo una amenaza a la paz.
Bogumiła y Andrzej – Laicos Misioneros Combonianos de Polonia
Los pasados 5-6 de marzo hemos celebrado el segundo encuentro del Foro Social Comboniano 2021. Si en las anteriores ediciones este evento se hacía coincidir con los Foros Sociales Globales, en esta ocasión se optó por celebrarlo on line, lo que permitió enriquecer la participación, superándose los 200 participantes. Este encuentro da continuidad al encuentro del pasado diciembre en el que se reflexionó sobre la ministerialidad comboniana.
Esta edición del FSC partió de los desafíos de la significatividad de la misión comboniana, la sinodalidad dentro de la Familia Comboniana y el estilo de vida. Para avanzar respuestas, se ha diseñado el Mapeo de la Ministerialidad Social en la Familia Comboniana, que se presentó en este encuentro. Durante varios meses se recogieron un total de 205 presencias combonianas, que ahora se han presentado en una web propia a la que se puede acceder también desde la web del Secretariado General de la Misión de los MCCJ.
En una tarea formidable, las diversas presencias se han clasificado según el instituto que las coordina, la región geográfica, el sector [Salud, Educación, Desarrollo y Justicia, Paz e Integridad de la Creación (JPIC)] y el ámbito prioritario, entre los que se pueden encontrar afrodescendientes, trata de personas, animación misionera, migrantes… Cada sector se subdivide a su vez en otros más concretos, para detallar en lo posible cada presencia.
Entrando en cada continente se puede acceder a las presencias concretas que se dan en el mismo, presentadas cada una a través de una completa ficha que incluye un breve resumen, el carisma comboniano al que se vincula, los Objetivos de Desarrollo Sostenible implicados o los grupos humanos que participan principalmente. Entre los carismas, podemos destacar Hacer causa común, Regenerar África con África, Cenáculo de Apóstoles o Al pie de la Cruz.
Además incluye un elemento de análisis muy interesante, como es el Rombo del Ministerio Social, que permite visualizar rápidamente esa presencia concreta en función de 2 dimensiones: servicio directo y Justicia y Paz:
Este rombo se puede utilizar para visualizar el conjunto completo de todas las presencias, pero también por continentes o en función de qué instituto la lidera:
Una primera impresión muestra que la dimensión más presente es la de promoción humana, mientras que la de denuncia es minoritaria. En África, este sesgo es aún más claro, y en cuanto a las presencias lideradas por LMC, el peso del eje vertical de JPIC es mayor que en el promedio.
Otros aspectos muy relevante recogidos en el mapeo son la articulación de cada presencia con entidades civiles o eclesiales y la participación conjunta de varios de las varias ramas de la familia comboniana en el mismo.
No es posible resumir toda la cantidad de información que presenta este mapeo sino más bien invitar a que cada uno la explore, según sus inquietudes propias. Por otra parte, en las conclusiones del mismo que se presentaron durante el FSC se insiste en la necesidad de crecer en la dimensión de denuncia profética. En esas conclusiones también destacamos el reto de la sinodalidad, pues esta primera foto que hemos dibujado invita sin duda a compartir entre proyectos semejantes en cuanto a geografía, sector, ámbito… para la reflexión-acción compartida. Y el potente enfoque sistémico que nos permite buscar respuestas nuevas a los enormes retos misioneros que afrontamos. Es una inyección de entusiasmo conocer todas las presencias combonianas documentadas y todo lo que este mapeo nos invita a crecer al servicio del Reino.
“He venido a arrojar fuego sobre la tierra, ¡y cuánto quisiera que ya estuviera encendido!” (Lucas 12:49)
Tener el Fuego Vivo
Introducción. Con la celebración del 190º aniversario del nacimiento de Daniel Comboni (Limone Sul Garda, 15 de marzo de 1831) y el 140º aniversario de su muerte (Jartum, 10 de octubre de 1881), se nos invita a celebrar nuestra memoria carismática y a invocar la fuerza de la presencia del Espíritu que iluminó su vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Su beatificación (17 de marzo de 1996), de la que este año se cumple el 25 aniversario, fue un regalo carismático para toda la familia comboniana. En aquel momento[1], los consejos generales publicaron un mensaje y una carta conjunta para animar a los miembros de nuestra familia misionera a alegrarse y mirar espiritualmente hacia nuestro padre, en busca de inspiración y fecundidad para el servicio misionero. Finalmente, con su canonización, la Iglesia lo ha inscrito en el libro de los Santos, reconociendo la validez y actualidad del carisma misionero comboniano y proponiendo a San Daniel Comboni como modelo de vida y misión cristiana, ejemplo y paradigma de un compromiso misionero universal, que une a los distintos continentes y pueblos en la pasión por Dios y la Humanidad. Ya entonces, nuestros Consejos Generales nos dieron un mensaje[2] y una carta[3] invitándonos a mirar a San Daniel como testigo y maestro de la santidad a la que estamos llamados y de la misión que vivimos. Esta carta se inscribe en este movimiento de recuerdo y actualización del don carismático confiado a San Daniel y, en él, a todos nosotros: un don de Dios reavivado en cada generación comboniana.
Considerar las propias raíces. Recordar el nacimiento de San Daniel Comboni nos invita, en primer lugar, a considerar sus raíces familiares, eclesiales y sociales, que tanto influyeron en él y a las que volvía con frecuencia[4]. Su nacimiento tuvo lugar en medio de dificultades y limitaciones. Sus padres eran emigrantes que llegaron a Limone en busca de trabajo. Su padre, Luigi Comboni, había llegado a Limone desde Bogliaco en diciembre de 1818 a la edad de 15 años. Su madre, Domenica Pace, nació en Limone (31 de marzo de 1801), pero la familia procedía de Magasa, en las montañas. Luigi y Domenica se casaron el 21 de julio de 1826 en la iglesia de San Benedetto y tuvieron, según el registro de bautismo, seis hijos; a ellos hay que añadir dos gemelos muertos, que no pudieron ser bautizados[5].
“Daniel Comboni creció en la modesta casa de Tesol con sus padres, viviendo las alegrías y las penas de la familia. De sus hermanos sólo sobrevivieron Vigilio (1827-1848) y Marianna (1832-1836)”[6].. Sentía un gran afecto y estima por su madre y su padre. Su madre murió el 14 de julio de 1858, durante su primer viaje a África, y fue con su padre Luigi con quien Daniel mantuvo una intensa correspondencia, en la que reconocía la religiosidad de sus padres y la influencia que tuvieron en su vida y en su vocación misionera. En estas cartas se encuentran los elementos humanos y cristianos que constituyeron el humus que hizo crecer la vocación y la misión de San Daniel (la llamada de la belleza del lago y de las montañas, el orgullo de la fe y de la vida cristiana, la devoción a la Cruz del Salvador, la contemplación de su amor y del Corazón traspasado, la pasión por Dios y por los más necesitados): “Ánimo, pues, mi amado padre, siempre tengo mi corazón vuelto hacia ti, hablo contigo todos los días, soy partícipe de tus aflicciones y preveo las delicias que Dios te tiene reservadas en el cielo. Anímate, pues: deja que Dios sea el centro de la comunicación entre tú y yo. Que Él guíe nuestras empresas, nuestros asuntos, nuestras fortunas, y que podamos disfrutar de que estamos tratando con un buen maestro, un amigo fiel, un padre amoroso”[7]. La celebración del 190° aniversario de su nacimiento nos ofrece una nueva oportunidad para acercarnos a él y a sus raíces familiares y eclesiales, reforzando la conciencia de nuestras propias raíces, como fondo espiritual que asegura la estabilidad de nuestras personalidades y la fecundidad espiritual de nuestra vida misionera. Y esta celebración nos da la oportunidad de profundizar, como familia comboniana, en el papel de Limone y de continuar la colaboración iniciada en la cuna de San Daniel Comboni.
Fidelidad en medio de la adversidad. La conmemoración del 140º aniversario de la muerte de Daniel Comboni nos invita a mirar su vida desde el momento supremo del don de sí mismo para la regeneración de África. En las cartas escritas en los últimos meses de su vida, aparece como un misionero rodeado de dificultades, pero arraigado en la fe: el hambre, la peste y la carestía, la falta de agua, la escasez de medios materiales para sostener las iniciativas misioneras, la enfermedad y la muerte de sus misioneros… En sus palabras, son “tiempos de desolación” en los que “desgraciadamente hay demasiados sufrimientos que aliviar”[8].
Frente a estas dificultades, Comboni permaneció anclado en su fe en Dios y en la visión misionera que inspiró y sostuvo su vida. “Soy feliz en la cruz, que llevada voluntariamente por amor a Dios genera el triunfo y la vida eterna”: estas palabras[9] encierran, en un momento crucial, el estado de ánimo de toda su vida. Esta vuelta al pie de la Cruz, a la contemplación del Corazón traspasado, donde todo comenzó, llena de luz y de coraje el tiempo de la vuelta al Padre, y está en el origen de la confianza y de la “valentía para el presente y, sobre todo, para el futuro”[10] que Comboni inculca a sus misioneros, en el momento del a-Dios: “¡Yo muero, pero mi obra no morirá!”[11].
Las dos fechas de la conmemoración que hacemos este año trazan un camino de vida, en el que la fuerza del Espíritu toma forma en la vida de San Daniel y hace perceptible y vivo un trocito del “amor ilimitado” de Dios[12]; se deja “formar” por el Amor que contempla, manteniendo la mirada fija en Jesús crucificado. San Daniel nos deja un testimonio que es generador de vida para nuestro hoy.
Entre nacer y morir. Celebramos estos aniversarios de la vida de San Daniel Comboni después de un año, 2020, marcado por la pandemia del coronavirus. Y el nuevo, 2021, ha comenzado en todo el mundo todavía bajo el signo de la incertidumbre y de la crisis sanitaria y económica. En la familia comboniana sufrimos las consecuencias de esta situación: hemos perdido a misioneros y misioneras que, tras años de trabajo misionero, nos enriquecían con su testimonio y que esperaban una vejez tranquila[13]; el ritmo de nuestras actividades se ha detenido y nuestros planes y proyectos han quedado suspendidos; las limitaciones en los viajes nos han puesto a prueba, desafiando nuestra creatividad para permanecer cerca de los pobres y de los últimos, de los que más sufren las consecuencias de la pandemia; nos sentimos incapaces de discernir un camino y un momento de salida y compartimos el sentimiento de pérdida y desconcierto que embarga a tantos de nuestros hermanos y hermanas.
Mirando a Daniel Comboni, en el arco de su vida y de su vocación misionera, entre su nacimiento y su muerte, vemos cómo, en el momento de la crisis y de la incertidumbre, supo reconocer y esperar las mociones del Espíritu, para revisar sus planes y renovar su compromiso misionero, para abrazar la Cruz y las dificultades, para ver en ellas el signo de una presencia amorosa y de una acción misteriosa de Dios, de una hora divina con su promesa de vida renovada. En todas estas situaciones, se deja atraer por el Amor de Dios por África y no se asusta si forma parte de un grupo muy reducido; persevera, sueña, se arriesga y es capaz de ofrecer su vida, sin medir sus esfuerzos. De él aprendemos las actitudes que necesitamos para vivir este tiempo nuestro, tan incierto, como una hora de Dios: la paciencia y la fidelidad a la vocación misionera; la capacidad de ponernos en juego con creatividad, poniendo siempre a las personas y a Dios en el centro; el sentido de comunión (ser cenáculo) que nos mantiene unidos y fortalece nuestra identidad carismática y nuestra vocación misionera en la Iglesia de hoy.
Daniel Comboni nos exhorta a no dejar que el peso del covid y los efectos negativos del distanciamiento físico nos encierren en nosotros mismos; a superar la competencia y el conflicto, recuperando el espíritu de colaboración entre laicos, hermanas, hermanos, sacerdotes; a hacer crecer el sentido de comunión y la jovialidad de la convivencia que Comboni recomendaba a los suyos; a mantener viva la esperanza incluso en la oscuridad, redescubriendo la fuerza del cuidado y la recuperación; aceptar los cambios que se están produciendo y ver oportunidades donde otros ven el fracaso; tomar el nacimiento y la muerte como puertas de entrada, desafíos a la creatividad y oportunidades para apoyarnos mutuamente; ver las pérdidas (de vidas, empleos, salud y seguridad económica…) como oportunidades de conversión y apoyo entre nosotros, individuos, familias y comunidades. En la pandemia nos hemos mantenido en comunión, hemos intercambiado información y hemos iniciado procesos como el Forum de la Ministerialid Social, cuyas reuniones se hacen vía zoom; la situación actual nos desafía a buscar nuevas formas para mantenernos unidos como familia comboniana y enfrentar juntos los momentos difíciles y los cambios y continuar los procesos de colaboración[14].
La luz del testimonio de San Daniel Comboni ilumina el discernimiento que lo que estamos viviendo nos llama a hacer para el futuro inmediato, que no será una simple vuelta al pasado que conocemos. Nos ofrece los criterios para asumir los valores que nos son queridos, la amistad y el afecto de la familia y los amigos; para comprender el destino común de la humanidad, amenazada por la pandemia y la catástrofe ecológica; para comprometernos en la transformación social (desde el cambio climático hasta el cuidado de la casa común y la salud para cada persona…) aportando nuestra contribución con creatividad, renunciando a lo superfluo y favoreciendo la solidaridad.
Estas actitudes están arraigadas en la fe, en el “fuerte sentimiento de Dios” y en el “vivo interés por su Gloria y por el bien de las personas”, especialmente de los empobrecidos y marginados, que son el antídoto que San Daniel sugiere para contrarrestar el estrés de la pandemia y la incertidumbre de los tiempos que vivimos. Nos inspira a mirar el mundo y los acontecimientos que vivimos con el “puro rayo de la fe”[15] y nos advierte que el misionero que no tenga esta visión “acabaría encontrándose en una especie de vacío y de aislamiento intolerable”[16]. Y nos indica el camino para permanecer en la fidelidad: “… mantener siempre la mirada fija en Jesucristo, amándolo tiernamente y esforzándonos por comprender mejor cada hora lo que significa un Dios muerto en la cruz…”[17]. Comboni habla de “una llama de fuego divino” que sale del Corazón traspasado y que el misionero recoge al pie de la cruz para llevarla a todas partes, como un fuego que alimenta su propio compromiso con la regeneración de las personas y la transformación de las sociedades en las que vive[18].
Mantener este fuego vivo. El recuerdo del nacimiento y de la muerte de San Daniel Comboni nos recuerda que el mayor desafío que tenemos en este momento es precisamente éste, mantener vivo el fuego, mantener encendida esta llama divina en nuestros corazones y “sentir la belleza de la paternidad espiritual de San Daniel, que tenía un corazón ardiente y (…) fue capaz de encender proféticamente el fuego del Evangelio, superando fronteras (…), incomprensiones, visiones limitantes, concretando una visión misionera innovadora”. La fidelidad a Daniel Comboni se juega en “permanecer en el camino inaugurado por él” y en “creer en la fuerza del fuego, del Espíritu (…) que desciende sobre nosotros para hacernos valientes frecuentadores del futuro”[19].
Consejos Generales de las SMC, MSC, de los MCCJ y el Comité Internacional de los LMC
[1] Carta del 23 de febrero de 1996, para el Día de la Reconciliación. El mensaje Mirando la roca de la que fuimos tallados es del 6 de abril de 1995.
[2]Don para acoger y profundizar del 15 de marzo de 2003.
[3]Daniel Comboni, testigo de santidad y maestro de misión del 1 de septiembre de 2003.
[4] Tanto con sus visitas a la casa donde nació en Limone como, sobre todo, con sus cartas a sus padres, a su padre tras la muerte de su madre, a sus primos, a los párrocos y a los ciudadanos de Limone. La correspondencia de Daniele Comboni con su padre contiene 31 cartas. La primera fue escrita desde El Cairo el 19 de octubre de 1857, la última el 6 de septiembre de 1881, un mes antes de su muerte.
[10] En los Anales del Buen Pastor del 27 de enero de 1882.
[11] John Dichtl, carta al cardenal Simeoni del 29.9.1889.
[12] Daniel Comboni, Homilía de Jartum, Escritos 3158.
[13] En la primera oleada de la pandemia murieron 13 combonianas en Bérgamo. En la segunda oleada, entre el 8 de noviembre de 2020 y el 10 de enero de 2021, murieron 20 combonianos en Castel d’Azzano; y luego otros en Milán, Ellwangen (Alemania), Guadalajara (México) y Uganda; para un total de 35. En total, a finales de enero de 2021, había 48 combonianos víctimas de Covid-19.
[14] Los miembros de la Comisión de la Familia Comboniana, durante la preparación del Foro de Ministerialidad Social, reflexionaron juntos sobre este tiempo como una gran oportunidad para nuevas formas de encuentro, a la espera de tiempos mejores para encontrarse en persona. Para mantener vivo el proceso, se programaron dos seminarios web. El primero, en diciembre, se inscribieron 279 personas, en representación de toda la familia comboniana del mundo.
[15] Daniel Comboni, Homilía en Jartum, Escritos 2745.
[18] Daniel Comboni, Plan de regeneración de África, cuarta edición, Verona 1871, Escritos 2742. “… Llevado por el ímpetu de aquella caridad encendida con llama divina en la ladera del Gólgota, y saliendo del lado del Crucifijo para abrazar a toda la familia humana…”.
[19] Cardenal José Tolentino de Mendonça, Homilía sobre la memoria de San Daniel Comboni, Roma 10 de octubre de 2020.
(Tercera parte del testimonio que os enviamos en tres momentos diferentes)
La Realización De Una Casa Un Poco Más Digna
Dentro de los niños que iniciaron el apoyo escolar se encontraba dos hermanitos Dibisay y Javier, ellos vivían con su mamá en una casa que estaba al otro lado de un caño de aguas negras y se encontraba en condiciones precarias; vivienda hecha con Zinc reutilizado, tejado con goteras, piso de tierra, un inodoro y una teja de Zinc prestaban el servicio del baño, una tina de bebé que hacía de lavadero y lavaplatos, una cocina en un barranco y un puente en palo que estaba a punto de caerse.
La primera vez que fui a esta casa me dio mucha nostalgia por las condiciones en las que vivían los niños, su madre ama de casa y su padre un maestro de construcción que trabaja en Ibagué. Un día hable con Vane y le comente la situación, entonces decidimos hacer un video de la casa y subirlo en redes sociales para que nuestros familiares, amigos o amigos de amigos se unieran a la causa de darle una vivienda más digna a estos niños.
Al principio no imaginamos el impacto que iba tener el video y pensábamos que íbamos a recoger dinero para hacer el baño, o quizás para cambiar el tejado, o para comprar un lavadero… Pero siempre he dicho que mi Dios manifiesta su amor cuando haces cosas que no le hacen daño a nadie, de esta manera reunimos casi 7 millones y junto con algunas personas que sabían de construcción en el barrio durante todo el mes de julio se estuvo trabajando en el proyecto que denominamos “la casa de Dibi”, se lograron levantar cimientos, construir toda la fachada frontal de la casa, cambiar un tejado, hacer una cocina, hacer un baño, realizar dos cuartos uno en material y el otro de Zinc, cambiar el puente para ingresar a la casa y la instalación de tuberías.
Esta vivienda nos permitió a nosotras aprender los nombres de los materiales de construcción, aprender a hacer mezclas de cemento, a cortar madera, a poner las tablas del puente, a revisar la calidad del material, a lidiar con los maestros de construcción. Se terminó otra obra con todo el amor, con muchos aprendizajes y con una vivienda en mejores condiciones para los niños.
Nuestro Emprendimiento Del Barrio
En el mes de septiembre al Padre Franco le avisaron que iba llegar una ayuda económica de parte de los Combonianos, para familias del barrio que se vieron afectadas por la COVID-19. Nosotros en reunión con el equipo de misión quisimos convertir este dinero en algo sostenible y no en algo asistencial. Así que hicimos una convocatoria de algunas personas que conocíamos que no tenían trabajo e iniciamos unos grupos de reunión donde compartíamos habilidades en la cocina, inicialmente eran 15 personas, en cada encuentro del sábado fueron quedando menos. Cuando ya quedó un grupo de 6 personas (Darilys, Lucero, Sra. María, Don Cicerón, Don José María y la Sra. Claudia), después de analizar un poco los productos realizados y la demanda en el barrio, se decidió que desde el primer sábado de octubre empezaríamos la venta de empanadas de pollo, ese día se hicieron 45 empanadas y cada sábado aumentamos la producción llegando el 14 de noviembre a vender 90 empanadas, además de la apertura de un punto de venta que se encomendó a Dios. Esta microempresa nos ha permitido entrelazar amistades, confianza, risas y trabajo en equipo, en la búsqueda de un emprendimiento con personas que quieren salir adelante.
Gratitud Por La Misión
Finalizo este reporte de mi año misión dando las gracias a mi Dios por todas las personitas que desde la distancia me han apoyado; desde Luz Dary por su aporte económico para el compartir de navidad de los niños de bajito de Vaqueria, por el chocolate con pan de los vecinos de la oración de la cuadra y al Proyecto Dibi, a Diego Montilla y mi primo Edwin Vargas en la primera edición del video que fue de gran ayuda en la recolección de fondos para la casa de los niños y en la edición del segundo video de la casa finalizada de los niños, a mi familia por su apoyo, su amor, comprensión y por aportarme dinero para mis gastos, a mi familia espiritual y a mi equipo de Laicos Combonianos de Colombia por aportarme dinero para mi arriendo, alimentación o de mi plan de celular. Gracias de corazón porque sin ustedes no hubiera sido posible sostenerme emocionalmente y económicamente durante este año. Gracias a mi Marisol y a mi Vane por ser coequiperas de cada idea, de cada paseo, de cada refuerzo escolar, Dios me premio con su presencia. Una misión cargada de un 90% risas, proyectos, sueños, amor y bendiciones, un 5% de lágrimas ante aquellas personas que no son tan buenas y me trataron mal y un 5% de miedo ante los disparos que se escuchaban a cuadras de la casa.
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