Laicos Misioneros Combonianos

Solemnidad del Corazón de Jesús

Corazón de Jesús

Introducción

Compartimos este folleto como guía para ayudarnos a vivir más intensamente la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (16 de junio), acogiendo la invitación que nos hace el XIX Capítulo General: profundizar y asumir nuestra espiritualidad, marcada por algunos elementos específicos que crean nuestra identidad de Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús.

Pedimos a los hermanos de cada comunidad que estudien y encuentren la mejor manera de prepararse para la Solemnidad: podríamos optar por un día de retiro, o una serie de encuentros de oración y/o convivencia…

El texto fundamental que debe guiarnos en esta reflexión es el nº 3 de la Regla de Vida:

El Fundador encontró en el misterio del Corazón de Jesús el impulso para su compromiso misionero. El amor incondicional de Comboni por los pueblos de África tuvo su origen y su modelo en el amor salvador del Buen Pastor, que ofreció su vida en la cruz por la humanidad: “Y confiando en ese Corazón sacratísimo… me siento tanto más dispuesto a sufrir… y a morir por Jesucristo y por la salud de los infelices pueblos del África Central” (Escritos, 4290).

Y he aquí las palabras del XIX Capítulo general sobre el tema:

12.     Soñamos con una espiritualidad que nos permita seguir creciendo como familia fraterna de consagrados enraizados en Jesús, en su Palabra y en su Corazón, y contemplarlo en el rostro de los pobres y en la experiencia vivida por San Daniel Comboni para ser misioneros.

14.3   Queremos sensibilizarnos con los aspectos fundamentales del carisma (por ejemplo, la Cruz, el Corazón de Jesús, la opción por los más pobres y abandonados) a través de la visión, el espíritu y la sensibilidad de Comboni, para ir a las raíces de su espiritualidad y reapropiarnos de ella.

Podemos pensar nuestra vida misionera como un “viaje” que parte del Corazón de Jesús y llega a nuestro propio corazón, para alcanzar después el corazón de las personas con las que compartimos la historia y el destino. Ser -o más bien llegar a ser- “personas consagradas enraizadas en Jesús, en su Corazón” significa llegar a ser lo que somos, realizando la identidad que recibimos del Señor, gracias a San Daniel Comboni. Misioneros del Corazón de Jesús es nuestro nombre.

El librito de nuestra Regla de Vida contiene, al final, una Carta sobre el nuevo nombre del Instituto, especificando lo que inspiró la nueva elección en 1979. Es bueno releer y meditar este texto, como un primer momento de profundización.

Nuestra Regla de Vida, en el n. 3, nos propone la experiencia de Comboni: su compromiso misionero y su amor incondicional a los pueblos de África Central tuvieron su origen y su modelo “en el amor salvífico del Buen Pastor” que se deja traspasar por el Corazón. El mismo Comboni, releyendo su experiencia cada vez con mayor conciencia, habla de sí mismo como de alguien que

“transportado por el ímpetu de aquella caridad encendida con llama divina en el Gólgota, y que surgía del costado del Crucificado para abrazar a toda la familia humana, sentía latir con más frecuencia los latidos de su corazón; y una fuerza divina parecía impulsarle hacia aquellas tierras…, para estrechar en sus brazos y dar el beso de paz y de amor a aquellos… sus hermanos” (Escritos, 2742).

El Corazón de Jesús es el alma de la misión y su motivación fundamental.

Ciertamente es bueno buscar y crear programas, estrategias, estructuras para la misión, pero no olvidemos que ante todo estamos llamados a “avivar el don” (2 Tim 1,6ss). La tentación podría ser el cansancio (acedia) que seca el alma y crea pesimismo, fatalismo, desconfianza y tibieza, o el deseo de convertirnos en “protagonistas”, como si fuéramos el fin de la misión.

A este respecto, podríamos tomar algunos textos de la Evangelii Gaudium: 26; 259; 264; 266-267

Contemplar y asumir

Para enraizarnos en los sentimientos del Corazón del Hijo de Dios, Jesús, el camino propuesto por nuestra Regla de Vida, como fruto de la experiencia consciente, se desarrolla en torno a dos palabras: contemplar y asumir.

Con otras palabras, que encontramos en los Evangelios, podemos decir: “acércate a Jesús”, “ve en Él al Hijo amado y consagrado por el Espíritu del Padre”, “cómelo para asimilar cada vez más sus sentimientos” …

Esto sucede, sobre todo, cuando dejamos que el Señor Jesús penetre en lo más profundo de nuestro corazón y saque a la luz sentimientos, pensamientos, actitudes y deseos que no son los de quien está consagrado al Señor.

Dejemos que Jesús nos sane, nos renueve y nos transforme. Entonces nos convertiremos en personas “conquistadas por Cristo” y animadas por el deseo de conquistar a los demás para Él (cf. Flp 3, 2).

Contemplar” y “asumir” no se convierten en acciones “voluntarias”, porque, en verdad, son “gracia” a la que respondemos con nuestra conciencia y disponibilidad.

a)    Podemos describir “contemplar” de la siguiente manera:

  • “tener los ojos fijos en Jesús”;
  • “estar a los pies de la Cruz”, como etapa importante de un largo camino, durante el cual hemos visto los gestos y escuchado las palabras de Jesús, aun sin captar plenamente su significado;
  • “estar a los pies del crucificado”, para recibir los dones que nos han venido de su Corazón: su Espíritu, el agua y la sangre; María
  • “revestirnos de Cristo”, haciendo nuestros sus “vestidos”, es decir, sus sentimientos;
  • “dejarnos traspasar el corazón”, para que los dones del Señor no se queden en la superficie de nuestro corazón, sino que penetren profundamente.

b)   “Asumir” sugiere:

  • hacer nuestros los sentimientos de Jesús, para que entren realmente en nosotros, dispuestos a asimilarlos progresivamente, para que determinen nuestras líneas de acción o conducta, toquen nuestros criterios de elección, modelen nuestros deseos y fortalezcan nuestras metas;
  • al asumir los sentimientos de Jesús, descubrimos en nosotros -o cerca de nosotros- obstáculos, trabas, fragilidades;
  • esto nos lleva a “contemplar” de nuevo y más profundamente a Jesús, dejándonos animar por la fuerza de atracción que ejerce, pidiendo su perdón, su fuerza y su gracia;
  • así, las dificultades que encontramos no apagan la vida espiritual, sino que la fortalecen y la hacen crecer;
  • “asumir los sentimientos de Jesús” se convierte en nosotros en una necesidad interior de “permanecer injertados en él”.

Algunos textos que pueden iluminarnos

“Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de consolación: mirarán al que traspasaron. Lo llorarán como se llora a un hijo único; lo llorarán como se llora al primogénito” (Zacarías 12,10).

“Otro pasaje de la Escritura dice de nuevo: Volverán sus ojos a aquel a quien traspasaron” (Juan 19:17).

Véase también: Apocalipsis 1:1-48; Juan 15.

De las Reglas del Instituto de las Misiones para la Nigrizia – 1871:

“[Los alumnos del Instituto] formarán esta disposición esencialísima teniendo siempre los ojos fijos en Jesucristo, amándole tiernamente y esforzándose por comprender cada vez mejor lo que significa un Dios muerto en la cruz por la salvación de las almas” (Escritos 2721).

Nuestra Regla de Vida, en el n. 3.2, enumera tres actitudes interiores de Cristo, que el comboniano está llamado, en virtud de la misma vocación de Jesús y de Comboni, a contemplar y asumir:

  1. su donación incondicional al Padre;
  2. la universalidad de su amor al mundo;
  3. su implicación en el sufrimiento humano y en la pobreza.[1]
  1. La entrega incondicional de Jesús al Padre

Podríamos rezar con estos textos, tomados de Juan:

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. En cambio, el asalariado, que no es pastor y a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona a las ovejas y huye, y el lobo las rapta y las dispersa; es un asalariado y no le importan las ovejas.

Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy mi vida por las ovejas. Y tengo otras ovejas que no son de este redil; a ésas también debo conducir; oirán mi voz y serán un solo rebaño y un solo pastor. Por eso me ama el Padre: porque ofrezco mi vida, para volver a tomarla. Nadie me la quita, sino que yo la ofrezco de mí mismo, porque tengo el poder de ofrecerla y el poder de volverla a tomar. Este mandato lo he recibido de mi Padre” (Jn 10,11-18).

“El mundo debe saber que amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha mandado” (Jn 14,31).

“Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre, que me ha enviado, me ha mandado lo que debo hablar y lo que debo decir. Y yo sé que su mandamiento es vida eterna. Por tanto, lo que yo digo, os lo digo a vosotros como el Padre me lo ha dicho a mí” (Jn 12, 49-50).

Contemplamos a Jesús como el Hijo que vive y obra según el designio del Padre, al que ha visto, oído (Jn 5) y asumido en la libertad del amor de su Hijo amado. Jesús puede decir que el Padre actúa en él:

“Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Las palabras que yo os digo, no las hablo por mí mismo, sino que el Padre que está conmigo hace sus obras” (Jn 14,10).

Su vida es una respuesta de amor al amor del Padre (cf. Jn 13,1-4).

2.    La universalidad del amor de Cristo por el mundo

“Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16)

“El amor de Cristo nos impulsa a pensar que uno murió por todos y por eso todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co 5,14-15).

Pensemos en el testimonio que el Evangelio nos da de Jesús como peregrino, recorriendo pueblos y aldeas. Allí donde viven hombres y mujeres, Jesús se hace presente:

«Les dijo: “Vayamos a las aldeas vecinas, para que predique también allí, pues para eso he venido”» (Mc 1,38).

Jesús se encuentra con la gente en todas partes: en las sinagogas y en las casas, en las plazas y a lo largo de los caminos, en la montaña y junto al lago… Se encuentra con hombres y mujeres, adultos y niños, judíos y prosélitos, sirofenicios y griegos. No se mueve sólo por Palestina, sino que va más allá de las fronteras de la Tierra Prometida. Lo encontramos en Jerusalén y en la Decápolis.

Habla y discute con fariseos, saduceos, publicanos, pecadores… Todo lo hace con gran amor, amor que da a todos, sin exclusión. Aunque tiene una clara preferencia por los últimos y los excluidos.

3.    La implicación de Jesús en el dolor y la pobreza de hombres y mujeres

He aquí otros textos bíblicos que pueden inspirarnos en nuestra oración:

“Cuando llegó la noche, le trajeron muchos endemoniados, y él expulsó los espíritus con su palabra y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera lo que había sido dicho por el profeta Isaías:

Él tomó nuestras dolencias

y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8,16-17).[2]

Los textos bíblicos que muestran la implicación de Jesús en los sufrimientos de la gente son diversos. Es importante captar el “movimiento de Jesús” que asume el sufrimiento de la gente, sin juzgar ni condenar. Jesús se implica tanto que es herido por todas esas heridas. Las “heridas de Jesús” son nuestra salvación, porque son nuestras heridas asumidas por el Resucitado.

La implicación de Comboni

“Aunque débil de cuerpo, por la gracia del Corazón de Jesús, mi espíritu es firme y vigoroso; y estoy resuelto… a sufrirlo todo y a dar mi vida mil veces por la Redención de África Central, y de Nigeria” (Escritos 5523).

“Estoy dispuesto a sacrificar mil veces mi vida por los cien y más millones de africanos que viven en esas ardientes regiones” (Escritos 2409).

En su homilía programática pronunciada en Jartum el 11 de mayo de 1873, sus palabras son una profecía:

“El primer amor de mi juventud fue para el infeliz Níger, y dejando todo lo que me era más querido en el mundo, vine, ya con dieciséis años, a estas tierras a ofrecer mi trabajo para el alivio de sus seculares desgracias. Más tarde, la obediencia me devolvió a mi patria, a causa de mi mala salud… pero mis pensamientos y mis pasos fueron siempre para vosotros.

Y hoy, por fin, recupero mi corazón volviendo entre vosotros para abrirlo en vuestra presencia al sentimiento sublime y religioso de la paternidad espiritual… Sí, ya soy vuestro Padre, y vosotros sois mis hijos, y como tales, la primera vez que os abrazo y os estrecho contra mi corazón…

Tened la seguridad de que mi alma os corresponde con un amor sin límites para todos los tiempos y para todas las personas. Vuelvo entre vosotros para nunca más dejar de ser vuestro, y todo a vuestro mayor bien consagrado para siempre. El día y la noche, el sol y la lluvia, me encontrarán igualmente y siempre dispuesto para vuestras necesidades espirituales: el rico y el pobre, el sano y el enfermo, el joven y el viejo, el amo y el siervo tendrán siempre igual acceso a mi corazón. Vuestro bien será el mío, y vuestras penas también …. Hago causa común con cada uno de vosotros, y el más feliz de mis días será aquel en que pueda dar mi vida por vosotros” (Escritos 3156-3159).

… y la nuestra

A través de estas actitudes, contempladas y asumidas, el Espíritu de Jesús nos consagra hasta lo más profundo de nuestro corazón.

Es posible reinterpretar los tres votos en estas actitudes:

  • la obediencia, como donación incondicional al Padre;
  • la castidad, en la universalidad del amor;
  • la pobreza, haciendo causa común con los más pobres y abandonados.

En el día de la Solemnidad, podemos renovar con mayor conciencia nuestra consagración misionera.

Estas tres actitudes no pueden separarse, ni podemos hacer de ellas compartimentos estancos. Una actitud remite a la otra; un voto requiere del otro. El crecimiento en un voto también se traduce en crecimiento en los otros dos.

Sin embargo, podemos preguntarnos cuál de los tres votos desafía más nuestro crecimiento personal y nuestra respuesta.

¡Feliz celebración de la Solemnidad del Corazón de Jesús!

Por el Secretariado General de Formación
P. Fermo Bernasconi, mccj
P. P. Alberto de Oliveira Silva, mccj
P. David Kinnear Glenday, mccj

Original: https://www.comboni.org/es/contenuti/115443


[1] En el nº 3.3, la Regla de Vida añade: “la contemplación del Corazón traspasado de Cristo […]

  • es un estímulo para la acción misionera como compromiso para la liberación integral del hombre
  • y para la caridad fraterna, que debe ser signo distintivo de la comunidad comboniana”.

Queremos, sin embargo, dejar estos dos puntos para otro momento.

[2] Este “resumen” evoca una serie de curaciones realizadas por Cristo; Mateo las interpreta a la luz de Is 53,4. También es significativo el cuarto himno del Siervo de Yahvé, en Is 52,13-53,12.

Fiesta de San Daniel Comboni: 10 octubre 2022

Comboni

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Quien permanece en mí y yo en él, lleva mucho fruto” (Jn 15,5).

“Animo; tened ánimo en esta hora difícil, y más todavía para el futuro.
No desistáis, ni renunciéis nunca jamás. Enfrentad sin miedo cualquier borrasca.
No temáis. Yo muero, pero la obra no morirá”.

(Últimas palabras de San Daniel Comboni pronunciadas poco antes de entrar en agonía el 10 de octubre de 1881)

Queridos hermanos,
¡Feliz Fiesta de nuestro padre y fundador San Daniel Comboni! Saludos fraternos a todos vosotros, donde os encontréis, para celebrar esta fiesta que es siempre fuente de gracia, de bendición y no menos ocasión para volver a la fuente de nuestro ser consagrados según el carisma comboniano.

El 10 de octubre 1881, como el “grano de trigo caído en tierra”, nuestro padre fundador moría en tierra sudanesa, pero ¡aquella “buena semilla” ha germinado y continúa todavía hoy a dar muchos frutos! En esta ocasión de su y de nuestra fiesta, no podemos no recordar las palabras de Don Francisco Oliboni, del 26 de marzo de 1858: “Pero vosotros no os perdáis de ánimo, no os apartéis de vuestro propósito, continuad la obra comenzada; y, si uno solo quedase, que no le falte la confianza, ni se retire”. Estas palabras, como bien sabemos, han dado vigor a toda una generación de misioneros de África, entre los cuales Comboni; y son las mismas palabras a inspirar la solicitud hecha por nuestro padre fundador a sus misioneros poco antes de su muerte: nos pide “ser fieles a la misión”. Es esta gracia especial de la fidelidad a la misión que queremos pedir hoy a Dios e a María, madre de la “Nigricia”.

El contexto de la festividad de Comboni de este año 2022 lleva consigo mucha gracia y bendición. Ante todo, a casi tres meses de la celebración del XIX Capítulo General de nuestro Instituto, hoy, hemos publicado oficialmente los Documentos del Capítulo. El 20 de noviembre, exactamente dentro de cuarenta días, tendrá lugar en Kalongo (en Uganda) la beatificación de P. José Ambrosoli. Finalmente, en este momento de gracia, las Misioneras Combonianas están celebrando el Capitulo General en Verona, vivificadas por el sacrificio de la Hna. María De Coppi, asesinada en Mozambique el 6 de septiembre pasado. Todas estas celebraciones son, para nosotros, ocasiones de gracia y crecimiento que contribuyen abundantemente a dar un sabor y un perfume de santidad a la fiesta de San Daniel Comboni. Al mismo tiempo, se convierten en una ocasión de recogimiento y de intensa oración para renovar nuestra identidad comboniana, construir una relación siempre más íntima con nuestro Padre Fundador y con toda la misión de la Iglesia.

El ejemplo de vida de nuestro Padre Fundador nos desafía continuamente a ir más allá de nuestros límites y fragilidades y abrazar la “santidad” como don de Dios que se transforma en estilo de vida. Hoy, Comboni quiere hablar al corazón de cada uno de nosotros con las mismas palabras con las que desafiaba, instruía y animaba a sus misioneros, a sus misioneras y a los laicos, a veces usando expresiones dulces, otras veces duras, pero, en todo caso, con palabras de un padre que ama a sus hijos. Afinemos, pues, nuestra capacidad de escucha y abramos nuestros corazones y nuestras mentes a acoger sus palabras de padre para que nuestra relación con él pueda ser siempre más profunda, estimulante y fecunda.

En este día de fiesta, dediquemos un poco de nuestro tiempo para contemplar y meditar sobre su ejemplo de vida, sobre sus opciones, sobre su determinación; pidamos humildemente su intercesión para que podamos también nosotros continuar a ser fieles a nuestra vocación de consagrados y misioneros al servicio del pueblo de Dios. Mantengamos la mirada siempre fija en el corazón de Cristo y amémoslo tiernamente para que El continúe a ser la única fuente de nuestra vida y el centro propulsor de nuestra misión. Seguros que sin una vuelta radical a Cristo y al carisma de Comboni, nuestra misión no dará frutos.

Hagamos nuestro el deseo de san Daniel Comboni para que nuestras comunidades se conviertan en pequeños cenáculos de apóstoles donde los hermanos se puedan encontrar juntos para celebrar, reflexionar y orar, en espíritu sinodal, involucrando, donde es posible, los laicos con los cuales trabajamos en las misiones y en la Iglesia local.

Pidamos la intercesión de San Daniel Comboni también para los procesos de discernimiento respecto a la elección de los superiores de circunscripción y de sus respectivos consejos, para que Dios nos conceda superiores santos y capaces, enamorados de la misión comboniana y del Instituto, para animar y acompañar los hermanos y para promover y coordinar las actividades/prioridades de la circunscripción, teniendo presente también las orientaciones del XIX Capitulo General.

María, Madre de la Iglesia, interceda por nosotros.
A todos deseamos una feliz fiesta de San Daniel Comboni.
El Consejo General MCCJ

“El Vía Crucis en los escritos de San Daniel Comboni”.

Via Crucis

La cruz es ” una locura ” para los que no la entienden… decía San Pablo (1 Cor 1,18). Aquí publicamos un Vía Crucis con 14 frases de San Daniel Comboni sobre el camino de Jesús hacia la cruz. Comboni comprendió profundamente el “escándalo” que suponía ver a Jesús en la cruz: lo consideraba como un medio necesario para la evangelización y como una realidad que sus misioneros debían abrazar para continuar la obra salvadora de Dios en el mundo. Lo que dice Comboni es muy fuerte y hasta escandaloso en nuestros días, pero en sus palabras podemos encontrar luz y sabiduría para nuestra vida misionera. [comboni.org].

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Padre Pedro Pablo Hernández

Una familia que sueña

Familia Comboniana España
Familia Comboniana España

El pasado fin de semana hemos celebrado el VII Encuentro de la Familia Comboniana en España. Hemos experimentado la alegría del reencuentro y hemos comprobado que el sueño misionero de seguir nuestra vocación como familia (religiosas, religiosos, laicos y seculares combonianas) se renueva.

La casa de los Misioneros Combonianos en Madrid acogió a este grupo de 30 personas pertenecientes a las distintas comunidades de SMC, MCCJ y LMC en España. Las Seculares Combonianos no pudieron estar presentes en esta ocasión. Contamos con la participación especial del P. Pietro Ciuciulla, del Consejo General MCCJ, además de los responsables de las 3 ramas presentes y Alberto de la Portilla, Coordinador del Comité Central LMC.

El eje del encuentro fue acompañar, desde la reflexión y oración, el 150 aniversario de la fundación de nuestras hermanas misioneras combonianas. Prado Fernández condujo la presentación de la historia de las primeras hermanas combonianas que acompañaron a San Daniel en sus primeros viajes, marcada por la Cruz como víctimas de la Mahdia, la revuelta que arrasó las primeras obras combonianas en Sudán y marcó desde el inicio la vocación de las SMC.

Desde su primera intuición, Comboni nos soñó familia, pues su primer viaje contaba con laicos misioneros y con estas mujeres valientes y adelantadas como compañeras de misión. En el transcurso de su historia, el testimonio de las hermanas consolida el impulso liberador de la mujer en todas las latitudes. Releer aquellos primeros sufrimientos nos lanza a los retos del momento presente. Y renovamos la conciencia de que hoy el carisma comboniano se actualiza a través de la Familia Comboniana. En ello insistió P. Pietro al comentar el inspirador documento de los Consejos Generales de la Familia Comboniana de 2017: «El carisma crece y se renueva cuando se comparte con otros que lo recrean en la peculiaridad de cada estilo de vida cristiana«.

En este espíritu, se presentó el Mapa de la Ministerialidad de la Familia Comboniana, que recoge más de 200 presencias misioneras en el mundo, con tremenda vitalidad en los más diversos contextos, educativos, sanitarios, sociales, pastorales, de incidencia transformadora… La misión se entiende hoy desde la ministerialidad, desde el servicio al pueblo en esos diversos ámbitos. Esa misión integral de la Iglesia debe integrar en proceso el servicio, el acompañamiento, la reflexión, la sensibilización y la transformación social.

Tomado de P. Álvarez SJ

En la parte final del encuentro, los responsables de las 3 ramas presentes compartieron la actualidad de sus organizaciones, con diversos retos e ilusiones. Este 2022 coincide por primera vez el Capítulo General de SMC y MCCJ. Es un momento de especial densidad, para mantenerse fieles a la vocación que se realiza de formas nuevas, con medios nuevos. Un momento en el que renovamos la intuición de seguir soñando juntos cómo desarrollar la misión comboniana en el mundo.

Gonzalo Violero, LMC España

190° Aniversario del nacimiento de San Daniel Comboni

Daniel Comboni

“He venido a arrojar fuego sobre la tierra, ¡y cuánto quisiera que ya estuviera encendido!” (Lucas 12:49)

Tener el Fuego Vivo

Daniel Comboni

Introducción. Con la celebración del 190º aniversario del nacimiento de Daniel Comboni (Limone Sul Garda, 15 de marzo de 1831) y el 140º aniversario de su muerte (Jartum, 10 de octubre de 1881), se nos invita a celebrar nuestra memoria carismática y a invocar la fuerza de la presencia del Espíritu que iluminó su vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Su beatificación (17 de marzo de 1996), de la que este año se cumple el 25 aniversario, fue un regalo carismático para toda la familia comboniana. En aquel momento[1], los consejos generales publicaron un mensaje y una carta conjunta para animar a los miembros de nuestra familia misionera a alegrarse y mirar espiritualmente hacia nuestro padre, en busca de inspiración y fecundidad para el servicio misionero. Finalmente, con su canonización, la Iglesia lo ha inscrito en el libro de los Santos, reconociendo la validez y actualidad del carisma misionero comboniano y proponiendo a San Daniel Comboni como modelo de vida y misión cristiana, ejemplo y paradigma de un compromiso misionero universal, que une a los distintos continentes y pueblos en la pasión por Dios y la Humanidad. Ya entonces, nuestros Consejos Generales nos dieron un mensaje[2] y una carta[3] invitándonos a mirar a San Daniel como testigo y maestro de la santidad a la que estamos llamados y de la misión que vivimos. Esta carta se inscribe en este movimiento de recuerdo y actualización del don carismático confiado a San Daniel y, en él, a todos nosotros: un don de Dios reavivado en cada generación comboniana.

Considerar las propias raíces. Recordar el nacimiento de San Daniel Comboni nos invita, en primer lugar, a considerar sus raíces familiares, eclesiales y sociales, que tanto influyeron en él y a las que volvía con frecuencia[4]. Su nacimiento tuvo lugar en medio de dificultades y limitaciones. Sus padres eran emigrantes que llegaron a Limone en busca de trabajo. Su padre, Luigi Comboni, había llegado a Limone desde Bogliaco en diciembre de 1818 a la edad de 15 años. Su madre, Domenica Pace, nació en Limone (31 de marzo de 1801), pero la familia procedía de Magasa, en las montañas. Luigi y Domenica se casaron el 21 de julio de 1826 en la iglesia de San Benedetto y tuvieron, según el registro de bautismo, seis hijos; a ellos hay que añadir dos gemelos muertos, que no pudieron ser bautizados[5].

“Daniel Comboni creció en la modesta casa de Tesol con sus padres, viviendo las alegrías y las penas de la familia. De sus hermanos sólo sobrevivieron Vigilio (1827-1848) y Marianna (1832-1836)”[6].. Sentía un gran afecto y estima por su madre y su padre. Su madre murió el 14 de julio de 1858, durante su primer viaje a África, y fue con su padre Luigi con quien Daniel mantuvo una intensa correspondencia, en la que reconocía la religiosidad de sus padres y la influencia que tuvieron en su vida y en su vocación misionera. En estas cartas se encuentran los elementos humanos y cristianos que constituyeron el humus que hizo crecer la vocación y la misión de San Daniel (la llamada de la belleza del lago y de las montañas, el orgullo de la fe y de la vida cristiana, la devoción a la Cruz del Salvador, la contemplación de su amor y del Corazón traspasado, la pasión por Dios y por los más necesitados): “Ánimo, pues, mi amado padre, siempre tengo mi corazón vuelto hacia ti, hablo contigo todos los días, soy partícipe de tus aflicciones y preveo las delicias que Dios te tiene reservadas en el cielo. Anímate, pues: deja que Dios sea el centro de la comunicación entre tú y yo. Que Él guíe nuestras empresas, nuestros asuntos, nuestras fortunas, y que podamos disfrutar de que estamos tratando con un buen maestro, un amigo fiel, un padre amoroso”[7]. La celebración del 190° aniversario de su nacimiento nos ofrece una nueva oportunidad para acercarnos a él y a sus raíces familiares y eclesiales, reforzando la conciencia de nuestras propias raíces, como fondo espiritual que asegura la estabilidad de nuestras personalidades y la fecundidad espiritual de nuestra vida misionera. Y esta celebración nos da la oportunidad de profundizar, como familia comboniana, en el papel de Limone y de continuar la colaboración iniciada en la cuna de San Daniel Comboni.

Fidelidad en medio de la adversidad. La conmemoración del 140º aniversario de la muerte de Daniel Comboni nos invita a mirar su vida desde el momento supremo del don de sí mismo para la regeneración de África. En las cartas escritas en los últimos meses de su vida, aparece como un misionero rodeado de dificultades, pero arraigado en la fe: el hambre, la peste y la carestía, la falta de agua, la escasez de medios materiales para sostener las iniciativas misioneras, la enfermedad y la muerte de sus misioneros… En sus palabras, son “tiempos de desolación” en los que “desgraciadamente hay demasiados sufrimientos que aliviar”[8].

Frente a estas dificultades, Comboni permaneció anclado en su fe en Dios y en la visión misionera que inspiró y sostuvo su vida. “Soy feliz en la cruz, que llevada voluntariamente por amor a Dios genera el triunfo y la vida eterna”: estas palabras[9] encierran, en un momento crucial, el estado de ánimo de toda su vida. Esta vuelta al pie de la Cruz, a la contemplación del Corazón traspasado, donde todo comenzó, llena de luz y de coraje el tiempo de la vuelta al Padre, y está en el origen de la confianza y de la “valentía para el presente y, sobre todo, para el futuro”[10] que Comboni inculca a sus misioneros, en el momento del a-Dios: “¡Yo muero, pero mi obra no morirá!”[11].

Las dos fechas de la conmemoración que hacemos este año trazan un camino de vida, en el que la fuerza del Espíritu toma forma en la vida de San Daniel y hace perceptible y vivo un trocito del “amor ilimitado” de Dios[12]; se deja “formar” por el Amor que contempla, manteniendo la mirada fija en Jesús crucificado. San Daniel nos deja un testimonio que es generador de vida para nuestro hoy.

Entre nacer y morir. Celebramos estos aniversarios de la vida de San Daniel Comboni después de un año, 2020, marcado por la pandemia del coronavirus. Y el nuevo, 2021, ha comenzado en todo el mundo todavía bajo el signo de la incertidumbre y de la crisis sanitaria y económica. En la familia comboniana sufrimos las consecuencias de esta situación: hemos perdido a misioneros y misioneras que, tras años de trabajo misionero, nos enriquecían con su testimonio y que esperaban una vejez tranquila[13]; el ritmo de nuestras actividades se ha detenido y nuestros planes y proyectos han quedado suspendidos; las limitaciones en los viajes nos han puesto a prueba, desafiando nuestra creatividad para permanecer cerca de los pobres y de los últimos, de los que más sufren las consecuencias de la pandemia; nos sentimos incapaces de discernir un camino y un momento de salida y compartimos el sentimiento de pérdida y desconcierto que embarga a tantos de nuestros hermanos y hermanas.

Mirando a Daniel Comboni, en el arco de su vida y de su vocación misionera, entre su nacimiento y su muerte, vemos cómo, en el momento de la crisis y de la incertidumbre, supo reconocer y esperar las mociones del Espíritu, para revisar sus planes y renovar su compromiso misionero, para abrazar la Cruz y las dificultades, para ver en ellas el signo de una presencia amorosa y de una acción misteriosa de Dios, de una hora divina con su promesa de vida renovada. En todas estas situaciones, se deja atraer por el Amor de Dios por África y no se asusta si forma parte de un grupo muy reducido; persevera, sueña, se arriesga y es capaz de ofrecer su vida, sin medir sus esfuerzos. De él aprendemos las actitudes que necesitamos para vivir este tiempo nuestro, tan incierto, como una hora de Dios: la paciencia y la fidelidad a la vocación misionera; la capacidad de ponernos en juego con creatividad, poniendo siempre a las personas y a Dios en el centro; el sentido de comunión (ser cenáculo) que nos mantiene unidos y fortalece nuestra identidad carismática y nuestra vocación misionera en la Iglesia de hoy.

Daniel Comboni nos exhorta a no dejar que el peso del covid y los efectos negativos del distanciamiento físico nos encierren en nosotros mismos; a superar la competencia y el conflicto, recuperando el espíritu de colaboración entre laicos, hermanas, hermanos, sacerdotes; a hacer crecer el sentido de comunión y la jovialidad de la convivencia que Comboni recomendaba a los suyos; a mantener viva la esperanza incluso en la oscuridad, redescubriendo la fuerza del cuidado y la recuperación; aceptar los cambios que se están produciendo y ver oportunidades donde otros ven el fracaso; tomar el nacimiento y la muerte como puertas de entrada, desafíos a la creatividad y oportunidades para apoyarnos mutuamente; ver las pérdidas (de vidas, empleos, salud y seguridad económica…) como oportunidades de conversión y apoyo entre nosotros, individuos, familias y comunidades. En la pandemia nos hemos mantenido en comunión, hemos intercambiado información y hemos iniciado procesos como el Forum de la Ministerialid Social, cuyas reuniones se hacen vía zoom; la situación actual nos desafía a buscar nuevas formas para mantenernos unidos como familia comboniana y enfrentar juntos los momentos difíciles y los cambios y continuar los procesos de colaboración[14].

La luz del testimonio de San Daniel Comboni ilumina el discernimiento que lo que estamos viviendo nos llama a hacer para el futuro inmediato, que no será una simple vuelta al pasado que conocemos. Nos ofrece los criterios para asumir los valores que nos son queridos, la amistad y el afecto de la familia y los amigos; para comprender el destino común de la humanidad, amenazada por la pandemia y la catástrofe ecológica; para comprometernos en la transformación social (desde el cambio climático hasta el cuidado de la casa común y la salud para cada persona…) aportando nuestra contribución con creatividad, renunciando a lo superfluo y favoreciendo la solidaridad.

Estas actitudes están arraigadas en la fe, en el “fuerte sentimiento de Dios” y en el “vivo interés por su Gloria y por el bien de las personas”, especialmente de los empobrecidos y marginados, que son el antídoto que San Daniel sugiere para contrarrestar el estrés de la pandemia y la incertidumbre de los tiempos que vivimos. Nos inspira a mirar el mundo y los acontecimientos que vivimos con el “puro rayo de la fe”[15] y nos advierte que el misionero que no tenga esta visión “acabaría encontrándose en una especie de vacío y de aislamiento intolerable”[16]. Y nos indica el camino para permanecer en la fidelidad: “… mantener siempre la mirada fija en Jesucristo, amándolo tiernamente y esforzándonos por comprender mejor cada hora lo que significa un Dios muerto en la cruz…”[17]. Comboni habla de “una llama de fuego divino” que sale del Corazón traspasado y que el misionero recoge al pie de la cruz para llevarla a todas partes, como un fuego que alimenta su propio compromiso con la regeneración de las personas y la transformación de las sociedades en las que vive[18].

Mantener este fuego vivo. El recuerdo del nacimiento y de la muerte de San Daniel Comboni nos recuerda que el mayor desafío que tenemos en este momento es precisamente éste, mantener vivo el fuego, mantener encendida esta llama divina en nuestros corazones y “sentir la belleza de la paternidad espiritual de San Daniel, que tenía un corazón ardiente y (…) fue capaz de encender proféticamente el fuego del Evangelio, superando fronteras (…), incomprensiones, visiones limitantes, concretando una visión misionera innovadora”. La fidelidad a Daniel Comboni se juega en “permanecer en el camino inaugurado por él” y en “creer en la fuerza del fuego, del Espíritu (…) que desciende sobre nosotros para hacernos valientes frecuentadores del futuro”[19].

Consejos Generales de las SMC, MSC, de los MCCJ y el Comité Internacional de los LMC


[1] Carta del 23 de febrero de 1996, para el Día de la Reconciliación. El mensaje Mirando la roca de la que fuimos tallados es del 6 de abril de 1995.

[2] Don para acoger y profundizar del 15 de marzo de 2003.

[3] Daniel Comboni, testigo de santidad y maestro de misión del 1 de septiembre de 2003.

[4] Tanto con sus visitas a la casa donde nació en Limone como, sobre todo, con sus cartas a sus padres, a su padre tras la muerte de su madre, a sus primos, a los párrocos y a los ciudadanos de Limone. La correspondencia de Daniele Comboni con su padre contiene 31 cartas. La primera fue escrita desde El Cairo el 19 de octubre de 1857, la última el 6 de septiembre de 1881, un mes antes de su muerte.

[5] Positio, Roma 1988, Vol. I, p. 14.

[6] Mario Trebeschi y Domenico Fava, San Daniele Comboni e Limone, Limone sul Garda 2011, p. 39.

[7] Daniel Comboni, Escritos 188.

[8] Daniel Comboni, Escritos 6631.

[9] Carta a Sembianti, Escritos 7246.

[10] En los Anales del Buen Pastor del 27 de enero de 1882.

[11] John Dichtl, carta al cardenal Simeoni del 29.9.1889.

[12] Daniel Comboni, Homilía de Jartum, Escritos 3158.

[13] En la primera oleada de la pandemia murieron 13 combonianas en Bérgamo. En la segunda oleada, entre el 8 de noviembre de 2020 y el 10 de enero de 2021, murieron 20 combonianos en Castel d’Azzano; y luego otros en Milán, Ellwangen (Alemania), Guadalajara (México) y Uganda; para un total de 35. En total, a finales de enero de 2021, había 48 combonianos víctimas de Covid-19.

[14] Los miembros de la Comisión de la Familia Comboniana, durante la preparación del Foro de Ministerialidad Social, reflexionaron juntos sobre este tiempo como una gran oportunidad para nuevas formas de encuentro, a la espera de tiempos mejores para encontrarse en persona. Para mantener vivo el proceso, se programaron dos seminarios web. El primero, en diciembre, se inscribieron 279 personas, en representación de toda la familia comboniana del mundo.

[15] Daniel Comboni, Homilía en Jartum, Escritos 2745.

[16] Daniel Comboni, Reglas de 1871, Capítulo X.

[17] Daniel Comboni, Reglas de 1871, Capítulo X.

[18] Daniel Comboni, Plan de regeneración de África, cuarta edición, Verona 1871, Escritos 2742. “… Llevado por el ímpetu de aquella caridad encendida con llama divina en la ladera del Gólgota, y saliendo del lado del Crucifijo para abrazar a toda la familia humana…”.

[19] Cardenal José Tolentino de Mendonça, Homilía sobre la memoria de San Daniel Comboni, Roma 10 de octubre de 2020.