Laicos Misioneros Combonianos

La receta del Bautista para cambiar la sociedad

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Comentario a Lc 3, 10 18 (Tercer Domingo de Adviento, 12 de diciembre del 2021)

Una figura clave del Adviento es Juan el Bautista, un profeta sin pelos en la lengua que apareció en la orilla del Jordán antes de que Jesús de Nazaret tomara el testigo y se lanzara a caminar por pueblos y campos anunciando el Reino de Dios.

A diferencia del Bautista, Jesús fue más positivo en su vida y en su predicación. Él vivió y testimonió el “sueño de su Padre”, el sueño de una humanidad amada por Dios y fraterna, que confía en Dios y en sí misma, se deja iluminar por su Palabra-Sabiduría, cuida a los pequeños y enfermos, se sabe perdonada y sabe perdonar cuando alguien falla, se deja “gobernar” por el Dios de la Vida, del Amor y de la Paz. Ese es el sueño de Jesús, el “banquete” de la vida al que nos invita  a participar.

Pero Jesús no era un “buenista” ingenuo y romántico, que confunde los sueños con la realidad o las buenas palabras con las acciones que cambian las cosas. Él conocía al ser humano y sabía que en nuestro mundo hay injusticia y corrupción, falso ritualismo religioso, abuso y desprecio de los más débiles, sufrimiento injusto e intolerable. Por eso Jesús se unió al movimiento altamente crítico y profético del Bautista, que pedía cambios profundos en la manera de vivir de todos, si no queremos que nuestra vida y nuestra sociedad sea “quemada en el fuego que no se apaga”.

Hoy precisamente leemos un texto de Lucas en el que se nos recuerdan las respuestas del Bautista a una serie de personas que preguntaban qué tenían que hacer, en qué tenían que cambiar para que el “reino de Dios” fuera una realidad en sus vidas y en la sociedad. Miren y vean si sus respuestas no son muy actuales para hoy mismo:

-El que tenga demasiadas cosas, que comparta la mitad.  ¿Cómo podemos tolerar que algunos tengan muchísimo, sobrándoles abundantemente de todo, y otros carezcan de los más elemental? No podemos pedir que todos tengan lo mínimo para vivir con dignidad, sin salir de nuestra zona de confort, bien asegurada y protegida.

-El que sea funcionario público, que cumpla la ley, sin abusar de ella y sin aprovecharse para ganar más de lo que le corresponde. Hoy todos nos lamentamos y escandalizamos de la corrupción que corroe nuestras organizaciones políticas. Con razón. Pero el Bautista nos alerta: no seamos hipócritas; exijámonos a nosotros mismos lo que exigimos a los demás.

-El que tenga poder (militar o de otro tipo) no ejerza violencia ni caiga en la tentación de extorsionar a nadie. En muchos países la extorsión es una de las plagas que sufre la gente en los barrios periféricos de las grandes ciudades. Por otra parte, la mayoría de nosotros tiene algún tipo de poder sobre otros. ¿Abusamos de ese poder?

¿Basta con esto? No, dice el Bautista. Eso es solo el inicio, es como desbrozar el campo, limpiar la corrupción de nuestra vida y de la sociedad. Pero, después hay que dejarse “bautizar con Espíritu Santo y fuego”, es decir, dejar que el amor de Dios nos invada y haga de nosotros creaturas nuevas, hijos que viven con alegría su condición de hijos. Eso es lo que aporta Jesús de Nazaret, esa es su Buena Noticia, ese es el vino nuevo que nos alegra la vida. Eso es la Navidad, la alegría de ser hijos en el Hijo.

Que nuestra conversión y cambio (Adviento) nos prepare para recibir este don gratuito de sabernos hijos amados, capaces de amar sin fronteras (Navidad).

P. Antonio Villarino

Bogotá

Celebramos nuestro día LMC

Asamblea LMC Roma 2018

De nuevo celebramos nuestro día LMC, el tercer domingo de Adviento, el domingo de la alegría.

Es un día especial para todos los LMC desde que en la pasada asamblea celebrada en Roma en diciembre de 2018 aprobáramos ese día para que todos podamos celebrar nuestra vocación misionera juntos.

Mucho ha llovido desde entonces. De especial relevancia es la pandemia que estamos atravesando y que nos hace recordar la fragilidad de nuestra condición humana y lo pequeña que es nuestra casa común.

Antes cuando entraba la gripe u otro virus en casa iba pasando de un miembro a otro a poco que nos descuidásemos. Así está pasando con este coronavirus. Pasa de una persona a otra, de un país a otro, de un continente a otro. Este enemigo invisible nos muestra no solo nuestra debilidad sino la interconexión de toda la humanidad. Cada nueva variante nos recuerda que es algo que debemos combatir entre todos, nadie estará libre y si no somos capaces de compartir las vacunas y remedios que se van descubriendo se irá propagando una y otra vez.

Es un grito a la solidaridad, a no acaparar, pues todos estamos en el mismo barco.

Nuestra vocación misionera siempre ha sido un don en este sentido. Sabemos y nos sentimos una gran familia como humanidad. Sentimos la debilidad de nuestros hermanos y hermanas y nos disponibilizamos para salir en su ayuda dejando casa, trabajo, amigos, familia…

Sigue siendo un reto para nosotros compartir lo que hemos descubierto o se nos ha dado como don. En nuestras manos está el compartir la riqueza que cada pueblo que hemos visitado, con el que hemos compartido nuestra vida nos ha traído. Cuidar, acompañar a los demás nos ha dado muchas más alegrías de lo poco que hayamos podido hacer por nuestra parte.

No es ninguna teoría, es experiencia de vida… que no podemos callar sino compartir con todos.

Un Mundo maravilloso se nos ha dado. Conseguir una vida digna para cada persona de este planeta hará que todos podamos disfrutar mejor de nuestra propia vida.

Reconocernos hijos todos de un mismo Dios Padre-Madre que nos quiere y quiere que nos queramos y cuidemos como hermanos es la alegría que queremos compartir con todos.

En comunión con el resto de la familia comboniana y de toda la Iglesia animamos a que ello sea posible.

Celebra nuestra vocación es reafirmarnos en ella, mantenernos fieles a la llamada que hemos recibido, reconocernos limitados, pero tremendamente amados… y como no podemos guardar ese Amor salimos a compartirlo con toda la humanidad.

Nos acercamos al misterio de Jesús nacido en un pesebre a las afueras de un pueblito de palestina… acogido entre pastores y gente sencilla. Que sepamos contemplar y comprender este misterio que nos ayuda a colocarnos en la historia…

Feliz día a todos los LMC repartidos por el Mundo y muchas gracias a todos los que nos apoyáis trabajando mano a mano, con vuestra oración, con vuestras ayudas económicas… con vuestra cercanía.

Un abrazo

Alberto de la Portilla, Comité Central LMC

Tiempo de cambiar

Bautista

Comentario a Lc 3, 1-6 (II Domingo de Adviento, 5 de diciembre de 2021)

Leemos en este segundo domingo de adviento los primeros versículos del capítulo tercero de Lucas. Si miramos hacia atrás en este evangelio, podemos comprobar que los dos primeros capítulos están centrados en la infancia del Bautista y de Jesús.

Ahora Lucas da un salto y nos sitúa en otro tiempo de la historia, tanto civil (el tiempo del emperador Tiberio), como religiosa (el tiempo de Anás y Caifás), para anunciarnos un importante evento de salvación: “La Palabra de Dios – afirma el evangelista- descendió sobre el Bautista”. Esta “venida” de la Palabra se da con las siguientes características:

-Siete personajes históricos. Lucas cita a siete personajes, romanos y judíos: Tiberio, Pilato, Herodes, Filipo, Lisanio, Anás y Caifás. Como sabemos, el número siete significa en la Biblia “plenitud”. Lucas nos sugiere que lo que nos cuenta es un hecho de gran trascendencia histórica. No es la única vez que sucede. De vez en cuando la historia humana parece dar un salto cualitativo y hace “surgir” personajes que iluminan la humanidad y la hacen progresar decididamente. Juan el Bautista –nos dice Lucas- es uno de estos personajes. Al leerlo hoy, nosotros nos preguntamos: ¿Qué personaje histórico –del mundo, de la Iglesia, de mi familia- es hoy para mí alguien que me impulsa a un salto de calidad?

-En el desierto.  Esa venida de la Palabra no acontece en los palacios de los gobernantes, ni en los centros de estudios, sino en el desierto, un lugar vacío, donde el ser humano puede liberarse de todo lo accesorio, lo superfluo y banal para abrirse a la verdad de Dios sobre sí mismo y sobre el mundo. El desierto permite escuchar los susurros del Espíritu, darse cuenta de algo que el ruido del mundo habitado no nos deja percibir. Para nosotros hoy es importante encontrar lugares de desierto, de soledad, que nos permitan cuál es la voz de Dios para nosotros en este momento de nuestra vida y del mundo.

-La conversión. Esa es la llamada del Bautista, que Jesús confirmará más tarde, una llamada a cambiar de vida. No se trata de cambiar de religión, de cambiar un sistema de oraciones por otro, sino de un cambio de vida, sean cuales sean nuestros rituales religiosos. Lo importante es que cambie mi manera de vivir: en una relación sincera y honesta conmigo mismo, con los demás y con Dios.

-la salvación de Dios. El objetivo final no es que nos sintamos culpables, que nos volvamos arrugados y obsesivos de nuestros pecados, sino que experimentemos el perdón y la alegría de escuchar “la voz que suena en el desierto”. Jesús insistirá precisamente en esto: Dios no quiere condenar a nadie, sino salvar a todos.

Buen Adviento

P. Antonio Villarino

Bogotá

Erguidos, sobrios y vigilantes

velas
velas

Un comentario a Lc 21, 25-28.34-36 (I Domingo de adviento, 28 de noviembre del 2021)

Iniciamos el nuevo año litúrgico (I domingo de adviento), cuyas lecturas parecen enlazarse directamente con las lecturas de la última semana del año anterior. La primera parte del texto de Lucas que leemos hoy (versos 25 a 28) habla con lenguaje apocalíptico del “final de la historia” y de un tiempo en el que parece que “todo se derrumba”. “La angustia –dice Lucas- se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas”.

No hay que olvidar que en la Biblia frecuentemente el mar es el lugar de una violencia incontrolada y una maldad que a veces parece amenazar a la humanidad, como en el caso del Diluvio o del Mar  Rojo que impedía la liberación el pueblo elegido. El mar es imagen de un tiempo de desazón, desorden y confusión que produce temor e inquietud.

En los museos capitolinos de Roma hay una sala dedicada a la “era de la angustia”, en referencia a los siglos de transición de la cultura romana antigua a la era de la cristiandad. Era un tiempo en el que un mundo viejo desaparecía y el nuevo no acababa de afirmarse. Algo así vivieron las primeras comunidades cristianas en el siglo Primero, con la destrucción del Templo, de Jerusalén y del Sistema judío al que pertenecían.

Hoy no usamos ese lenguaje, pero sí hablamos de una época de crisis, en la que parece que ya no vivimos los valores de la Tradición, en la que abunda la confusión y una cierta violencia que nos hace perder la confianza en nosotros mismos y en Dios.

Ante tal situación, la conclusión del evangelista es: cuando suceda todo esto, no se asusten, levántense, alcen la cabeza, manténganse vigilantes y orantes. Quien está con Dios no tiene por qué temer ante las convulsiones de la historia. Como dice San Pablo, ¿quién nos separará del amor de Dios?

Vivir el adviento es renovar esta actitud de esperanza y de orante vigilancia. No se trata de ponernos nerviosos ante los males de nuestro tiempo, sino de mantenernos erguidos, sobrios y vigilantes para ver las nuevas oportunidades que se nos ofrecen.

¡Buen Adviento! ¡Buena preparación de la Navidad!

P. Antonio Villarino

Bogotá