Laicos Misioneros Combonianos

Ir contra corriente

wrong way

Un comentario a Lc 9, 51-62 (XIII Domingo ordinario, 26 de junio de 2022)

El evangelio de Lucas llega a un punto culminante de su narración sobre la vida de Jesús. Este, después de predicar por aldeas, campos y ciudades de Galilea, decide dirigirse a Jerusalén, el centro de la religión judía, donde está el Templo controlado por sacerdotes, fariseos y saduceos. Jesús va allá para proponer un cambio radical, que supere la hipocresía, la manipulación religiosa y el lucro indebido, creyendo verdaderamente en Dios como Padre misericordioso, que mira con amor a los pobres y pecadores. Cuando decide ir allá, Jesús intuye que cumplir la misión que se le ha encomendado no será fácil; le exigirá decisión, perseverancia, capacidad de sufrimiento y confianza.

En ese camino, cuesta arriba, como quien entra en “territorio adverso”, Jesús encuentra personas que se le oponen y algunos que le quieren seguir. Jesús no les engaña con palabras bonitas pero falsas; les avisa que, para seguirle, cuesta arriba, hasta Jerusalén, hay que ir contra corriente. En esta página que leemos hoy encontramos cuatro tipos de falsos candidatos a discípulos. Veamos:

1.-  Los fanáticos violentos. El evangelista los nombra. Son Santiago y Juan. Ellos representan a algunos miembros de las primeras comunidades que piensan que a los malos hay que eliminarlos, hacer “bajar fuego del cielo” contra ellos. Lucas dice simplemente que Jesús “se volvió hacia ellos y los reprendió”. En la comunidad de los verdaderos discípulos no cabe el fanatismo ni las posiciones violentas. Recuerden la parábola del trigo y la cizaña: no se puede arrancar la cizaña sin dañar el trigo, hay que esperar al tiempo de la cosecha para separarlos. Algunos quisieran un mundo perfecto, una Iglesia totalmente santa, una comunidad sin mancha… Eso es una ensoñación. Jesús invita a sembrar el bien, pero sin esa impaciencia que puede destruir el bien junto con el mal.

2.- Los acomodados. Hay algunos que quieren seguir a Jesús, que tienen buenos sentimientos, pero cuando hay que hacer algún sacrificio, se echan atrás. Como dice el proverbio, “el que algo quiere, algo le cuesta”. Seguir a Jesús implica a veces sacrificar algo de tiempo, renunciar a alguna comodidad, perder algo de dinero… Si prefieres seguir sentado en tu sofá, sin molestarte mucho, entonces no puedes ser discípulo.

3.- Los apegados a las tradiciones. En el evangelio se dice que uno quería seguirle, pero quería primero “enterrar a su padre”.  Jesús le responde: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. Evidentemente Jesús no está contra la piedad para con el propio padre, al contrario, en otro lugar, critica a quienes descuidan a sus padres con la excusa de servir al templo. Lo que Jesús dice es que, para seguirle, hay que ser libre de ataduras indebidas. Alguno, por ejemplo, no va a Misa porque a esa hora tiene el partido del fútbol o quiere ir al gimnasio, o va de bares con sus amigos… Oye, “deja a los muertos que entierren a sus muertos”. Sé libre para seguir a Jesús.

4.-  Los inconstantes y nostálgicos.  Estos son los que, como la mujer de Lot, miran al pasado más que al presente y al futuro. “Empuñan el arado”, es decir, se animan a trabajar por el Reino, pero se cansan, echan de menos “las cebollas de Egipto”, como los judíos en el desierto.  Jesús dice que estos “no sirven para el Reino de Dios”. Se requiere constancia, perseverancia, capacidad de mirar al futuro más que al pasado.

Hoy podemos preguntarnos si nosotros caemos en alguna de estas categorías o si estamos dispuestos a seguir a Jesús, sin condiciones, incluso cuando eso implica algún sacrificio, cuando nos exige liberarnos de alguna atadura indebida o cuando implica caminar cuesta arriba y contra corriente. ¿Quién se apunta? Si dice sí, ya somos dos. Vamos a ello con confianza y generosidad.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Carta del XIX Capítulo General a todos los hermanos

Capitulo mccj

Queridos hermanos
Un cordial saludo en el Corazón de Cristo, el Buen Pastor, en el que estamos arraigados como humildes y alegres testigos ante el mundo de una fraternidad sin fronteras.

Reunidos en el XIX Capítulo General, queremos unirnos a cada uno de vosotros y a cada una de nuestras comunidades para celebrar esta extraordinaria “fiesta del amor”, que nuestro Fundador recibió de la fuente del Corazón traspasado del Buen Pastor, como nos recuerda nuestra Regla de Vida:

El Fundador ha encontrado en el misterio del Corazón de Jesús la fuerza para su compromiso misionero. El amor incondicional de Comboni por los pueblos de África tenía su origen y modelo en el amor salvífico del Buen Pastor, que ofreció su vida por la humanidad en la cruz: “Y fiándome de aquel Corazón Sacratísimo… me siento mucho más dispuesto a sufrir… y a morir por Jesucristo y por la salvacián de los pueblos infelices del África Central”. (RV 3)

La contemplación del Corazón de Jesús nos da nuestra verdadera identidad y condición de Misioneros: nacidos, alimentados, generados, vigorizados, inspirados, vigilados y sostenidos por este Sagrado Corazón, guiamos a las personas hacia este mismo Corazón y buscamos poner a Jesús en el centro de cada persona.

La auténtica misión comboniana sólo puede ser vivida a través de una vibrante relación con el Corazón traspasado de Jesús que alcanza su culminación en la Cruz. No es de extrañar que nuestro Fundador nos invite a mantener la mirada fija en Cristo crucificado, meditando en el significado de un Dios que murió en la Cruz por la salvación de los hombres.

Este Capítulo está experimentando que, a pesar de nuestras debilidades, el carisma dado por el Espíritu a San Daniel Comboni está muy vivo y fuerte. Esto se manifiesta en el creciente número de vocaciones, en la pasión con la que muchos combonianos se entregan a la misión, en el testimonio de vida de nuestros mayores, en las comunidades que viven cerca de los pobres, en la interculturalidad compartida con alegría y enriquecimiento mutuo, en el respeto y cuidado de la casa común, y de muchas otras maneras.

Estamos seguros de que el Corazón de Cristo, que nos ha mantenido fieles y unidos durante tantos años, está preparando una nueva era misionera para nuestro Instituto, llena de vitalidad. Si nos dejamos guiar por el Espíritu, será una misión más fiel que nunca a los deseos del Buen Pastor y a los de nuestro Fundador, una misión que no será “alemana, francesa, italiana o española“, sino una misión verdaderamente católica y fraterna para mejorar la vida de muchos.

Por eso os invitamos a celebrar esta fiesta del Sagrado Corazón con una actitud de acción de gracias y una respuesta humilde y comprometida al amor de Dios.

Os pedimos vuestras oraciones para que todos nosotros, en el Capítulo y fuera de él, nos dejemos mover por el Espíritu de Dios y renovemos nuestra alianza en el carisma de Daniel Comboni para el bien de las personas con las que trabajamos en los cuatro continentes.

Que la contemplación del Corazón de Jesús nos ayude a renovar nuestra consagración y nuestra pasión misionera.

Cordialmente vuestros,
Todos los Capitulares del XIX Capítulo General
Roma, 24 de junio de 2022, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Pan para el camino

pan y vino

Un comentario a Lc 9,11-17 (Solemnidad del Cuerpo de Cristo, 19 de junio de 2022).

Celebramos hoy en casi toda la Iglesia (en algunas partes ya se ha celebrado el pasado jueves) la Solemnidad conocida como del “Corpus Christi” o Cuerpo del Señor. Como lectura evangélica se nos ofrece la multiplicación de los panes y los peces según la cuenta Lucas.

Para entender bien este relato hay que tener en cuenta toda la historia del Pueblo de Israel. Si recordamos bien, el pueblo, en una gesta heroica y milagrosa, se liberó de la esclavitud, pero después tuvo que recorrer un largo camino por el desierto, padeciendo hambre y sed, con el riesgo de morir en la miseria y la derrota. En ese momento duro de su historia, el pueblo volvió a experimentar la cercanía de Dios cuando, en contra de todas las evidencias, encontró el alimento que le permitió, no sólo seguir viviendo, sino también seguir avanzando hacia la tierra prometida.

Más tarde, cuando ya habían consolidado una historia de libertad, los judios comprendieron que para ser pueblo libre, justo y feliz, no les bastaba el pan ordinario. Necesitaban otro tipo de “pan”, otro alimento que les ayudase a caminar en justicia, verdad, respeto mutuo y sabiduría. Y Dios le dio a Moisés la Ley, la Palabra que alimentaba el camino espiritual del pueblo.

Desde entonces los hebreos alababan a Dios, no sólo por el alimento material, que les permitió sobrevivir en el desierto, sino también por el pan espiritual, que les permitió tener sabiduría para crecer en medio de las dificultades, dudas, tentaciones y falsas sabidurías.

Sobre este trasfondo se entiende el “signo” de hoy. Jesús es quien nos da el Pan de Dios, la sabiduría que nos permite caminar en comunidad, en medio del desierto y de la soledad de la vida. Cuando ” comemos” el cuerpo de Cristo, comemos su Palabra sabia, nos identificamos con su amor al Padre y a los hermanos. Con él ya no arriesgamos morir en el desierto de la dificultad o el pecado. Con él nos unimos a la comunidad para festejar la vida, sentados para participar del banquete del amor y de la fraternidad. Sin Jesús nos amenaza el ” hambre”, la falta de sabiduría, el desconcierto. Con Jesús estamos seguros de no desfallecer de hambre espiritual, de sabernos siempre amados por quién os ha creado y nos espera al final del camino.

Participar en la Eucaristía es alimentarse para seguir adelante en el camino de la vida.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Presentación LMC en el XIX capítulo de los MCCJ

Capitulo

Ayer llegó el momento de la intervención de la Familia Comboniana en el XIX Capítulo General de los MCCJ.

Como el capítulo se desarrolla con fuertes medidas de prevención por causa de la pandemia, esta vez la intervención de los LMC se realizó de manera online.

Para todos nosotros como familia comboniana el capítulo de los MCCJ supone un momento muy importante. Un tiempo de reflexión y escucha de la realidad, un tiempo de discernimiento y de intuición misionera que a todos ilumina.

Nuestra intervención está ubicada en los informes que ayudan a ver la realidad y en particular a ver el camino recorrido como LMC a lo largo de los últimos años.

En un primer momento la idea fue centrar la intervención como parte de la familia comboniana, entender nuestro camino como parte del caminar que hacemos como familia al servicio de la misión y de manera particular recordar cómo queremos caminar en común, qué recorrido hemos realizado hasta ahora y las vías de colaboración abiertas.

Después, durante el bloque central, intentamos desarrollar los retos que como LMC queremos afrontar. En particular entendemos que es importante dar a conocer los acuerdos tomados en nuestra última asamblea internacional que marcan el rumbo que procuramos seguir.

También nosotros, a la luz del análisis de la realidad y los principios que compartimos, procuramos dar una respuesta común a las necesidades de un mundo cada vez más globalizado:

“¡Un mundo, una humanidad, una respuesta común!”

Nuestra interrelación con los religiosos combonianos es muy grande ya que compartimos nuestras presencias en los lugares donde también ellos están presentes y colaboramos de una manera estrecha. Por otro lado, recibimos mucha ayuda y apoyo de su parte y en la medida que conozcan nuestra realidad, fortalezas y debilidades, esa colaboración podrá ser mejor para el bien de la misión.

Nosotros como LMC soñamos un estilo de colaboración como familia comboniana que quisimos subrayar. Propuestas concretas desde donde entendemos que es más sencillo avanzar.

Antes nosotros está el gran reto de la colaboración desde la complementariedad. En la línea de la Sinodalidad en la que el papa Francisco ha desafiado a la Iglesia, y donde nosotros estamos llamados a ser luz como familia comboniana. Para nosotros no es una novedad sino más bien una vuelta a nuestras raíces, a la intuición carismática de Comboni que nos concibió como familia. Comboni que entendió la responsabilidad de toda la Iglesia, la complementariedad y necesidad de todos sus miembros (sacerdotes, hermanos, religiosas, laicos y laicas misioneros y locales, catequistas, artesanos, familias, etc.) para la consecución de la misión. Hoy nuevamente nos sigue iluminando en este camino de colaboración/sinodalidad por el bien de un Mundo, de una Humanidad que necesita del esfuerzo de todos y todas para seguir creciendo, ocupándose de los más débiles y excluidos.

Os dejo con la conclusión del informe donde nos atrevemos a parafrasear a Comboni en este sueño común.

La Obra debe ser católica, no ya española, francesa, alemana o italiana….

Todos los hombres y mujeres de buena voluntad deben ayudar a construir un mundo mejor, un mundo más justo donde cuidemos de manera especial a los más necesitados, a los excluidos y entre todos cuidemos a este planeta que es legado para las generaciones futuras.

Las iniciativas individuales, ya sean de los MCCJ, SMC, MSC o LMC sin duda han hecho y hacen mucho bien, pero no han conseguido acabar con tantas necesidades. Nuestro horizonte procura una colaboración que pueda partir de la Familia Comboniana pero que no puede terminar ahí, ni siquiera a nivel eclesial, sino que se debe abrir y promover con organizaciones civiles y de otras confesiones religiosas con las que compartir y alentar objetivos comunes. Hasta ahora vemos que continúa habiendo grandes injusticias y desigualdades en el mundo de hoy. Continúa habiendo gran necesidad y sed de Dios. El corazón humano anhela el encuentro con Dios como anhela una vida digna de hijos e hijas del Padre, hermanas y hermanos todos.

Por ello, nuestro Plan aspira a hacer presente el Reino de Dios en el mundo, un mundo más humano, más divino, alcanzando de manera especial hasta las comunidades más recónditas y olvidadas, los países más empobrecidos, castigados por la guerra, la pobreza material y espiritual de la precariedad y la miseria… donde la dignidad de la vida humana necesita defenderse.

Y para esto, me parece, se deben unir todas las obras ya existentes (eclesiales y civiles), todas las personas de buena voluntad que, con independencia de su estado civil o eclesial, su confesión religiosa, su cultura o ideología, procuran el bien para toda la humanidad, las cuales, teniendo desinteresadamente ante los ojos el noble fin, deberán dejar a un lado sus intereses particulares.

En eso creemos y debemos ser semilla que lo haga posible.

Alberto de la Portilla, coordinador del Comité Central LMC.