Laicos Misioneros Combonianos

Libro: Somos Misión

Libros

“La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios” (Rom. 8,19)

Libros

Queridos hermanos y hermanas os saludamos cordialmente en el nombre de Jesús, nuestro Señor.

Como bien recordarán, hace unos dos años se publicó el primer volumen, titulado: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo“, donde se recogieron las ideas que nos animan y guían de manera particular dentro de los caminos inherentes a la JPIC. Estos caminos, a su vez, también fueron posibles gracias a los encuentros de los Foros Sociales Mundiales (FSM) y los Foros organizados como Familia Comboniana. En los 150 años de Historia y Vida, nuestros Institutos se han enriquecido con una gran experiencia ministerial gracias sobre todo a la dedicación de muchos misioneros y misioneras que han interpretado la especificidad de nuestro Carisma con creatividad y pasión apostólica.

Este segundo volumen titulado: “Somos misión: testigos de ministerialidad social en la familia comboniana“, presenta una gama significativa de experiencias ministeriales concretas. Nuestro deseo es que al compartir estas vivencias, elegidas entre muchas otras, nos ayude en primer lugar a valorar lo que ya hacemos, gracias al Don del Espíritu Santo y a nuestras respuestas personales y comunitarias. Además, esta pluralidad de empeños compartidos nos ayuda a apreciar las diferentes acciones ministeriales combonianas que se complementan y enriquecen mutuamente, revelando la riqueza del Carisma en un dinamismo creciente.

Pedimos a nuestros Superiores Provinciales que distribuyan copias impresas de este segundo volumen a todas las comunidades, así como la copia digital en cuatro idiomas, para que todos y cada uno puedan disfrutar del trabajo realizado conjuntamente y en colaboración con más de 40 hermanos y hermanas combonianos.

Queremos agradecer a los miembros de la Comisión de la Ministerialidad Social de la Familia Comboniana que han trabajado con pasión y competencia en el cuidado de este segundo volumen y en el mapeo de nuestra presencia comboniana de ministerios sociales en todo el mundo.  En diciembre de 2020, si el Covid-19 lo permite, se celebrará en Roma el Foro sobre la Ministerialidad Social. 

Estas iniciativas y actividades forman parte de un gran viaje en sinergia y colaboración entre los miembros de la Comisión y muchos hermanos y hermanas, que seguramente aportarán entusiasmo y apertura a la novedad a la que nos guía el Señor.  Todo esto requiere, sin embargo, por parte de toda la Familia Comboniana una gran apertura de corazón, de mente, de creatividad y de compromiso que confiamos a la intercesión de nuestro gran fundador, San Daniele Comboni.

¡María, Mujer del Evangelio, enséñanos a proclamar a tu Hijo Jesús en nuestro compromiso ministerial!

Sr. Luigia Coccia, smc                        P. Tesfaye Tadesse, mccj

Puedes descargar el libro siguiendo este link

Sin perdón no hay amor

perdon
perdon

Un comentario a Mt 18, 21-35 (XXIV Domingo ordinario, 13 de septiembre del 2020)

El capítulo 18 de Mateo está dedicado a la vida comunitaria; en ese capítulo Mateo juntó cuatro orientaciones básicas para la convivencia de los discípulos. Recordemos brevemente estas cuatro orientaciones:

-En la comunidad de los discípulos de Jesús el más importante es el que sabe ser como un niño, es decir, el que sabe ser sencillo y humilde, sin protagonismos exagerados ni pretensiones de “prima donna”.

-En la comunidad de los discípulos se da importancia a todos y no se desprecia a nadie; aunque uno solo se pierda, la comunidad hace todo lo posible por recuperarlo.

-En la comunidad de Jesús existe la corrección fraterna, es decir, la ayuda mutua para mejorar. En la comunidad no hay indiferencia, sino cuidado mutuo.

-En la comunidad de Jesús, por fin, existe el perdón sin límites hasta (setenta veces siete).

Sin perdón no hay amor

A este respecto, me gustaría recordar el testimonio de una mujer africana (de Kenya) que, junto con su marido, pertenecía a un movimiento de espiritualidad familiar.

Un día hablando de estas cosas me dijo:

-A mí me parece que las personas que viven solas no pueden hablar del amor.

-¿Por qué? -le dije- todas las personas podemos hablar de algo tan humano como el amor.

-Pero –me completó su pensamiento- quien no vive con otras personas no tiene ocasión de perdonar y ser perdonado, y quien no experimenta el perdón no sabe lo que es el amor.

Me dejó bastante sorprendido la opinión de aquella sensata mujer y me parece que tiene bastante razón. Ciertamente, uno tiene que amar a todo el mundo y uno puede amar, un tanto romántica o idealmente, a personas que están lejos, pero el amor verdadero es el que se experimenta en la convivencia y el roce cotidiano, en la acogida del otro tal como es, con sus dones y sus límites, con su semejanza a mí, pero también con su diferencia… Y en ese amor concreto, de cada día, dada la fragilidad humana, es prácticamente imposible no ofenderse alguna vez. La experiencia nos dice que es muy difícil, por no decir imposible, un amor “químicamente puro”, sin fallas ni errores. Por eso el amor exige paciencia y capacidad de perdonarse mutuamente. Por eso Dios, que es amor, es también perdón.

En la medida en que nos acercamos al amor verdadero, que es Dios mismo, en esa medida vamos aprendiendo a perdonar, de tal manera que, perdón a perdón, el amor se va fortaleciendo y se va haciendo más grande hasta parecerse al de Dios que perdona “setenta veces siete”, es decir, siempre.

Por otra parte, el texto de hoy nos habla de la comunidad como lugar del perdón, de la intercesión y de la de la presencia divina: “Donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo”.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Corregir, pedir ayuda y acoger la presencia divina

pareja

Comentario a Mt 18, 15-20, XIII Domingo, 06 de septiembre de 2020

El evangelio de Mateo, que leemos hoy en la liturgia, nos da tres indicaciones muy valiosas para la vida en cualquier comunidad de discípulos de Jesús, incluida la familia. Veamos:

1.- “si tu hermano, te ofende, ve y repréndelo a solas. Si te escucha habrás ganado a tu hermano”. ¡Qué importante es esta enseñanza! Cuando uno vive en comunidad –y todos los hacemos de alguna manera- es imposible no ofender alguna vez o no recibir ofensas. Todos los seres humanos somos limitados y cometemos frecuentemente errores que nos dañan a nosotros mismos y hacen mal a otros. ¿Cómo reaccionamos ante esta realidad? ¿Con indiferencia? ¿Con orgullo herido e irritación? ¿Con impaciencia? ¿Con insultos o palabras humillantes? La propuesta de Jesús es que tomemos en serio al compañero o compañera que, a nuestro juicio, ha fallado. Y, tomándolo en serio, dialoguemos sinceramente con esa persona. Dialogar, no insultar, ni acusar altaneramente, no proceder a un desahogo que eche por la boca más amargura que verdad, más fastidio que interés por el otro, sino con humildad ayudar al hermano o hermana a corregirse. Así le habremos ayudado a salvarse, a madurar, a crecer humana y espiritualmente.

2.- “Si no te hace caso, toma contigo uno o dos”, es decir, acude a la comunidad, pide ayuda. En las familias o en las comunidades es frecuente que las ofensas se enquisten, que las personas, por miedo a perder su autoestima, se resistan a reconocer sus errores y a cambiar. Quizá es el momento de acudir a la comunidad más grande de pedir ayuda, antes de que las cosas se vuelvan peores. ¡Cuántas familias –o miembros de grupos apostólicos- se dañan por no pedir ayuda a tiempo, por no acudir a la comunidad. Cuando hay algún problema serio, es muy importante pedir ayuda.

3.- “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo”. Dios se manifiesta en la soledad de cada uno, en la interioridad, pero también en la comunión; allí donde hay comunión, allí está Dios. Pero se trata de “comunión”, no de una simple reunión. No siempre cuando las personas se reúnen abren espacio a la presencia de Dios. Se trata de reunirse “en su nombre”, es decir, reconocer humildemente su amor, su grandeza, su palabra y obedecerla. Y en esa obediencia Dios se manifiesta como comunión, que supera las ofensas y los límites, haciendo nuestra relación más fuerte, realista y enriquecedora.

Corregirse humildemente, pedir ayuda y acoger la presencia divina es una manera segura de que nuestra experiencia de amor y comunión crezca y supere todas las dificultades.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El amor exige a veces endurecer el rostro

Cruz

Un comentario a Mt 16, 21-28 (XXII Domingo ordinario, 30 de agosto del 2020)

Cruz

Continuamos leyendo el evangelio de Mateo en su capítulo 16. Después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, que leímos el domingo pasado, leemos hoy lo que podríamos considerar la “confesión de Jesús”, es decir, una declaración de su decisión de ir a Jerusalén, donde le esperaba un enfrentamiento a vida o muerte con el sistema de poder que reinaba en su propio país.

Endurecer el rostro

Lucas, en el texto paralelo (9,51), dice que Jesús “endureció su rostro”. Es una manera plástica de decir que “ir hacia Jerusalén no fue para Jesús una elección cualquiera, sino la elección de su vida terrena, la decisión que calificó toda su misión y su obra y de la que todo dependería. Análogamente deberá estar en la vida del discípulo: El amor… nunca es solo un movimiento afectivo, sino que es también un empuje de toma de decisiones. Es la decisión que yo tomo a favor de Dios, en la fidelidad a Él y en el servicio al hombre” (M Grilli).

A Pedro, que Jesús mismo había elogiado en la lectura del domingo pasado, le costaba aceptar esto; él parecía creer en un Jesús “blando”, que hacía propuestas bonitas y fascinantes, pero que no caería en la “tontería” de dar la vida por ellas. Jesús, sin embargo, no juega a decir cosas bonitas o a proclamar verdades sin consecuencias. Jesús no se deja desviar de su propósito por las buenas y cobardes intenciones de Pedro, sino que se muestra dispuesto a ser coherente hasta el final.

¿Qué significa seguir a Jesús en su camino hacia la cruz y la resurrección?

1.- Contemplar la meta definitiva de la vida

Lucas dice que ha llegado para Jesús el tiempo de “ser elevado al cielo”, en una expresión que recuerda al profeta Elías (2 Re 2, 35). A Jesús le llegó el tiempo de “ser elevado al cielo” y de cumplir la misión para la que vino a la tierra.

 “La vida se nos da gratis y la merecemos dándola”, dijo un sabio hindú. La meta de la vida es su consignación, su consumación en esperanza de que el grano de trigo que cae en tierra da fruto.

¿Cuál es la meta de mi vida? ¿Sobrevivir? ¿Ser grande a los ojos de la humanidad? ¿Amar hasta dar la propia vida por amor?

2.- Vivir como peregrinos

El camino de la vida es una “subida”. El Papa actual puso de moda la expresión “Una Iglesia en salida”. En realidad, todos nosotros somos peregrinos, llamados constantemente a salir de nuestra tierra, como Abraham: “El Señor dijo a Abrán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que to te indicaré” (Gn 12, 1).

Para “subir”, para alcanzar la meta, lo primero es saber “salir” de nuestra comodidad, de nuestro estado actual, incluso de nuestro grado de santidad actual. Como a Abraham, como a Jesús, el Señor nos pide que nos pongamos en camino, que miremos a la meta de nuestra madurez, de nuestro encuentro con el Padre. El famoso filósofo polaco Bauman habla de tres tipos de caminantes:

                -turistas: se mueven atraídos por la belleza del mundo, sin atarse a nada.

                -vagabundos: se mueven porque ya nadie los aguantan donde están.

                -peregrinos hacia un santuario, hacia una meta.

¿Qué tipo de caminante soy yo? ¿Camino hacia una meta o voy escapando de las situaciones, porque no aguanto más o porque no me aguantan?

La vida humana es un caminar hacia la madurez del amor, hacia la propia entrega; en eso consiste la madurez humana, lo que implica cargar con la propia cruz, asumir la responsabilidad de nuestro amor, incluso hasta la donación total, como hizo Jesús.

La vida se vive dándola, gastándola, exponiéndola desde el amor y para el amor. Vivir consiste precisamente en eso, en gastar la vida en aras del amor. Si uno quiere agarrarse al don precioso de la vida, sin ponerla al servicio, se parece a aquel que recibió un denario y, en vez de negociar con él, lo guardó bajo tierra; terminará perdiendo lo poco que ha recibido.

No es que Jesús quiera morir, lo que quiere es vivir plenamente conforme a la voluntad de su Padre. Pero ese vivir plenamente no se logra si uno no se arriesga, si uno no se expone, si uno no es coherente y fuerte.

P. Antonio Villarino

Bogotá