En junio, nuestra reunión no fue
la habitual reunión de formación en Viseu, sino una reunión de familia
Comboniana en Maia, el fin de semana de espiritualidad comboniana, que tiene
lugar allí todos los años y está preparada y organizada por la Comisión de
Familia Comboniana. Este año nos reunimos allí, los días 28, 29 y 30 de junio,
con el tema “Haz que el corazón sea misión”, tema del año para la
Familia Comboniana.
¡Fue un encuentro muy hermoso!
Primero, participó un grupo pequeño pero muy diverso, que enriqueció
enormemente las perspectivas y compartió los temas tratados. Posteriormente,
fue una reunión muy rica en temas de reflexión, pero también compartiendo como
familia comboniana, reforzando entre todos los lazos de amistad y comunión.
Durante la mañana del sábado,
después de la oración de la mañana, D. António Couto, Obispo de Lamego nos
habló con el tema “El corazón en la Biblia”. Hemos profundizado el
sentido bíblico del corazón, su significado. Luego vimos lo que significa
“ser misión” y D. António compartió algunas perspectivas sobre cómo
ser misión y hacer el trabajo misionero en los días y las circunstancias de
hoy, dando testimonios concretos de grupos y personas que están haciendo un
trabajo misionero muy fructífero hoy.
Luego compartimos entre los
participantes el tema formativo dado por el Obispo de Lamego, respondiendo
algunas preguntas de reflexión dejadas por él.
Por la tarde fue la hermana
Arlete, misionera comboniana, quien nos habló. Habló de la vida de San Daniel
Comboni, su “pasión de corazón” por África, su
“cordialidad”, es decir, cómo su corazón se movió por todos y
“mantuvo a todos en su corazón”, su devoción al Corazón de Jesús.
Luego compartimos nuevamente en
grupos lo que escuchamos, tratando de reflexionar juntos sobre la forma en que
vivimos hoy y las circunstancias de esta misma pasión y entusiasmo de Comboni.
Al final del día, celebramos la
misa y luego tuvimos una sardinada,
donde pudimos hablar, socializar, fortalecer amistades. ¡Un momento muy hermoso
y agradable!
El domingo, después de la oración
de la mañana, nos reunimos todos para exponer y compartir lo que se había
reflexionado en pequeños grupos el día anterior. A partir de ese momento hubo
nuevas reflexiones, seguimos compartiendo y fue un momento para meditar juntos
y enriquecernos mutuamente.
Terminamos con la eucaristía.
Luego le entregamos al Señor todos los propósitos que pudimos hacer en esta
reunión para nuestras vidas, así como entregamos el entusiasmo misionero en
cada uno generado y fortalecido en este encuentro.
Fue un encuentro donde, al orar y
compartir juntos, pudimos animarnos unos a otros como familia comboniana a ser
misión, para entusiasmarnos con la proclamación y el testimonio, ¡para hacerlo
“apresuradamente” con vigor y perseverancia, en cualquier
circunstancia!
Quizás nuestra idea de la misión
y el mundo sea todavía un poco color de rosa, de hecho, para mí, la misión es
un arco iris de colores, emociones, momentos y aprendizaje. La misión es más
que el vasto cielo azul que abrazo todos los días al principio y al final de mi
día, es más que el marrón de la arena del desierto que cubre el suelo. Es más
que el verde del paisaje de algunos árboles que luchan por mantenerse verdes, y
el gris de los días de niebla que cubren los volcanes. La misión es una
inmensidad de colores. Es del color de las caras lo que me hace sonreír y es el
color de las historias que escucho durante horas y horas todos los días y me
recuerdan la materia simple y humilde de la que estamos hechos, es del color de
todos los corazones lo que llegan y me enséñame que es posible amar más. Es del
color de las sonrisas, los abrazos, las lágrimas es del color del paisaje
natural y humano. La misión diaria de seguir con ellos es tan vasta, tiene
tantos colores.
Entre los muchachos que me llaman
en la calle y en el jardín de infancia, y con quienes comparto la alegría de
ser niña una y otra vez, entregándome a ello sin miedo. A los ancianos que
bailan libremente cuando vienen a conocernos, y permítanme decirles que para
muchos, somos su única familia. Historias reales de superación y lucha. A las
familias cuando nos reunimos para compartir el todo, que es suma individual de
las partes porque es en este medio entre unos y otros que nos encontramos y nos
entregamos sin premisas ni condiciones, solo porque sí. Es en las visitas
diarias que encuentro un verdadero significado para mi caminar y veo los
colores de mi mundo aquí y ahora. Aquí, en esta pequeña villa, es donde cada
día se vive la verdadera experiencia de ser yo, en la esencia de los colores
que tengo dentro y de todos aquellos que me permito ver en el mundo.
Os confieso que a menudo me
permito ser moldeada por ellos, moldeada por su experiencia de vida y de Dios,
que me permito observar horas y horas lo que son y lo mucho que me enseñan, que
me permito salir de mi para aprender de ellos. Siempre tuve la certeza dentro
de mí de que no me llamaban para nada más que para amar. Amar a esta gente,
esta cultura y sus costumbres. Amar, en sus múltiples perspectivas, en la caída,
en el error, en el ascenso y con la esperanza de ser la mejor versión de mí
misma todos los días. Y aunque haya pasado más de un año sigo aprendiendo de
ellos todos los días, aprendemos juntos. Y así, cada día descubro otro color
dentro y fuera de mí, en este intercambio de vidas, historias y rostros,
descubro cada día el color del amor.
P.D. El amor no tiene un solo
color, ¡el amor siempre será del color que quieras!
El fin de semana del 18 y 19 de mayo, el grupo de formación
LMC se reunió para la reunión mensual, con el siguiente tema: “Misión hoy:
¿cómo? ¿Por qué? ¿Para qué? La Iglesia en acción”.
Aunque el grupo fue más reducido de lo habitual, la reunión
fue bastante rica y con mucho contenido. Iniciamos con una gran pregunta:
“¿Por qué la misión?” Las
distintas respuestas llegaron a la misma conclusión, el amor de Jesucristo que nos lleva a ir más allá. Y para recordar
que Jesús fue el primer misionero, el tema continuó con el pasaje del Camino de
Emaús, en el que los discípulos desanimados reconocen en Jesús como
“Aquel” que hacía arder sus corazones cuando hablaba.
Además de los pasajes, también profundizamos un extracto de
la Encíclica Redemptoris Missio del Sumo Pontífice Juan Pablo II sobre la
validez permanente del Mandato Misionero, que refleja las palabras clave sobre
el significado de la Misión y del ser Misionero. En esta enciclica, el Papa
Juan Pablo II invita a la iglesia a renovar su compromiso misionero, revelando
que “La misión es un problema de
fe, es la medida exacta de nuestra fe en Cristo en su amor por nosotros“.
Después del almuerzo del sábado, visitamos la casa de las
Hermanas Misioneras Combonianas, que compartieron algunas de sus experiencias,
testimonios y vida misionera.
Después de este momento, continuamos con el tema y pasamos a
la lectura de la Nota pastoral de la Conferencia Episcopal Portuguesa para el
Año Misionero y el Mes Misionero Extraordinario, que invita a todos los
cristianos a vivir un año de encuentro constante con Jesucristo. En estado
permanente de misión; Vivir la misión y la renovación misionera.
Esa noche vimos la película “Francisco y Clara”,
una película que nos hizo reflexionar sobre sus vidas de lucha por el amor a
Jesucristo y la dedicación a los marginados.
El domingo comenzó con una hermosa dedicación a la Madre,
Maria Reina de las Misiones, celebrando la primera oración del día, junto a su
imagen fuera de la casa. Después del desayuno, hasta la Eucaristía, estudiamos
un extracto de la Exhortación Apostólica Evangelli Gaudium y nos pusimos en
contacto a través de una video-llamada con los laicos Pedro Nascimento y
Carolina Fiúza, quienes compartieron su testimonio desde que llegaron a
Etiopía. Y terminamos esta reunión, llena de frutos, en la Eucaristía con la
certeza de que salimos en la alegría de Jesucristo que nos hizo y nos quiere
misioneros, todos los días y en todos los lugares.
En misión, entre Kenia y Etiopía, nuestra LMC Carolina Fiúza escribe
para la Revista Digital de la Diócesis de Leiria – Fátima (RED). Compartimos
con vosotros el artículo.
Les escribo ya finalizando mi
semana de estancia en Nairobi, Kenia. Un viaje turístico que deseaba. Por
razones de fuerza mayor tuve que salir del país (Etiopía): el visado que
traemos como misioneros y que nos permite la entrada en el país es un visado de
negocios que sólo tiene validez por un mes. Para estancias más prolongadas
(como la mía, de dos años), al llegar a Etiopía tenemos que conseguir en ese
mes de validez del visado de negocios otro visado – el de residencia. En mi
caso, ese mes no fue suficiente para conseguir el visado de residencia. El
visado de negocios expiró y, para no estar de manera ilegal en el país, tuve
que dar un salto hasta Kenia durante una semana, para volver a entrar y
proseguir el proceso de obtención del visado de residencia de nuevo.
Burocracias que se traducen en una exigente y difícil entrada en este país. Tal
vez se pueda decir que, de manera general, Etiopía tiene una historia marcada
por regímenes e imperialismos exigentes, de gran control. ¡Y es esta historia
que marca a un pueblo! No bastará decir que vivieron bajo el régimen de
Emperadores hasta 1974 y que es de los únicos países africanos que nunca fue
colonizado… ¡Etiopía tiene historia,
una gran historia!
Sentimientos de tristeza y
frustración se asomaron el día en que supe que tendría que venir.
Principalmente porque ya había comenzado las clases de amárico hacía ya 2
semanas. Me perdería una semana de
clases en la escuela, que es puerta de entrada a esta cultura, donde nos ponen
los sonidos de las palabras en amárico que van resonando en la cabeza, haciendo
una melodía de la que me estoy enamorando. ¡No es una lengua fácil!
Confieso sentir una paradoja entre el entusiasmo de ser como una niña aprendiendo
por imitación las palabras (como se dicen los colores, los alimentos, los
animales, etc.), pero también algo de recelo. Me temo que será tarea complicada
aprender rápidamente esta lengua.
¡No bastaba ya con aprender amárico,
que es una lengua tan complicada, y ahora tengo que ir a Kenia, perder clases,
retrasar más el aprendizaje de la lengua! ¡Así no sé cuándo podré seguir para
lo que he venido – la misión! – pensaba.
Tenemos la tentación de pensar que la misión es hacer, suceder,
programar todo lo que tiene que ver con cosas prácticas.
Pero, desengañémonos. Y que me desengañe yo misma si pienso que la
misión propiamente dicha comenzará el día en que viaje para permanecer en la
zona de los Gumuz e inicie con mis compañeros un proyecto. Nos olvidamos que no
son las grandes cosas, aquellas que observamos y palpamos, las que traerán más
vida. No pocas veces, es en el silencio donde
más hacemos.
Podría decirles que es fácil
concebir en mi interior esta paradoja de tiempos de espera. Este tiempo de
aprendizaje de la lengua me hace sentir la falta de poner cosas en práctica.
Pero, recuerdo con cariño las palabras de mi amiga LMC Cristina Sousa (y que
hoy se encuentra en República Centroafricana) cuando decía, con un juego de
palabras, que partía en misión para pastar. A pastar, parafraseando en nuestro portugués con la broma de que quien pasta no hace nada. Pero también Para
estar (P’astar). Y es reflexionando estas palabras sabias que me digo sobre la
misión, ¡Carolina, ya ha comenzado! Tal como os digo a todos vosotros…
para ustedes, la misión ya ha comenzado, desde el momento en que son y están en
el mundo como criaturas de Dios.
Primero te sorprende, después se
entra. Ya dice el dicho. Después de aceptar que el Señor quería que conociese un
nuevo y maravilloso país como Kenia, puedo ahora decir que valió la pena venir
y que fue para mí una permanencia necesaria. Nairobi puede asemejarse a una
ciudad europea (¿o norteamericana?) – verde y organizada, aunque con mucho
tráfico, coches, personas, pero nada comparable con el aire pesado que se
respira en Addis Abeba. Además de estudiar amárico a través de audios que mis
compañeros de comunidad me enviaban cuando tenían internet, aproveché para
conocer el centro de Nairobi con dos Quenianos, miembros del coro de la misa
del Parlamento, en la que participé por invitación del P. Comboniano Giuseppe
Caramazza. Es una ciudad de negocios también, bastando para ello vislumbrar el
gran (dísimo) Kenyatta International Convention Centre, un edificio de 28
pisos, que es escenario de celebración de numerosas conferencias, seminarios,
exposiciones y cumbres internacionales.
A propósito de misas, por las
tierras rojas su preparación es ya la premonición de una gran fiesta. Muchos y muy
temprano llegan a componer aquello que será el verdadero festival. Me decía uno
de los miembros del coro: cuando vas
para un festival, para un concierto, te preparas previamente, ¿no? Pues
entonces, tenemos que hacer lo mismo (e incluso mejor) para la Eucaristía, pues
¡no hay mayor fiesta que esta! Y esto es ley por aquí. Una Eucaristía donde
nadie simplemente “viene”, sino que participa: desde niños a mayores.
Todos tienen algo para contribuir a este banquete, con la voz, la danza, las
palmas, etc.
Una realidad transversal, no sólo
en Kenia, sino también en Etiopía. Eucaristías donde no se mira el reloj. No
son de aquellas que duran 50 minutos, o una hora, en el que tantas veces vemos
a los que conversan con el reloj, mirándolo en la esperanza (quién sabe) de que
la Fiesta ya está terminando. ¡No! Aquí, paradójicamente, la Eucaristía demora un
intervalo de 1h30-2h. El ritmo es de danzas y canciones alegres, un ritmo
definido, que despierta las almas… cuando me doy cuenta, también mi cuerpo se
balancea, se despierta. Y, de repente,
cuando estamos llenos de este banquete que nos anima a la vida, la fiesta
dentro de la casa del Señor acaba y los invitados permanecen en su atrio
conversando. ¡Miro el reloj y el tiempo parece que voló!
Y así es. ¡El tiempo aquí ha
volado! Así como vuela este gran abrazo que os envío, muy lleno de mi buena
nostalgia.
Atrás quedan Qillenso, Adola y Daaye y mi mirada durante el
viaje en este verde que contrasta con todo lo que había visto hasta ahora desde
que llegué a este nuevo lugar donde Dios
nos espera a cada uno, al menos en el abrazo de una oración que, puede viajar
desde muy lejos (espero que desde sus corazones). Aprovecho la duración de
este viaje para intentar compartir (ni que sea un grano) de las maravillas de
este pueblo que tan bien me ha recibido.
Estamos en una semana inusual. Aprovechamos que las clases
de Amárico sólo comenzarán el 3 de junio (próxima semana) para ir a conocer las
diversas misiones de los MCCJ y también de los LMC (en Awassa) en la zona sur
de Etiopía.
Adis Abeba, es una ciudad donde reina la contaminación, el
ruido, el frenesí de los muchos coches y personas que deambulan sin regla por
las calles. Podría verse como casi cualquier ciudad europea si no fuese por el
desorden que aquí gobierna. Viajar en coche es siempre una aventura, pues la
carretera aquí también pertenece a los animales y a las personas (¡después de
todo, los coches llegaron después!). De entre las varias y abarrotadas calles
que aquí existen, de las que me cuesta más (hasta ahora) atravesar es la
indescriptible México Square, punto de referencia para la llegada a casa. Indescriptible por no haber palabras para
entender el dolor que me da cuando veo aquellos cuerpos extendidos en medio del
suelo, cuerpos delgados, sin apenas vida, unos que no ven, otros que no tienen
pies para andar… Junto a estos cuerpos podemos encontrar muchas veces el
semblante de un niño, cuya mirada perdida no pasa desapercibida. Imagino
historias en mi cabeza que, probablemente, son las suyas. Son madres
desnutridas y sus hijos. ¡Cómo duele
mirar y duele aún más no saber qué hacer!
El viaje de esta semana por el sur de Etiopía nos permitió
también tener una visión muy diferente y colorida de este gran e inmenso país.
A medida que viajamos de Adís Abeba a Awassa, Qillenso, Adola y Daaye, el
paisaje va cambiando sus formas y figuras. Si en Adis y Awassa hay un manto de
casas hasta donde la vista alcanza, en Qillenso, Adola y Daaye la tierra se
viste de rojo y del verde de la vegetación acabada de nacer por el inicio de
las lluvias. Por el camino se siembran
casas, éstas con una configuración más rudimentaria y que son auténticas obras
de arte. El coche pasa y los que nos ven pasar también nos miran. Los observo
también a través del cristal de la furgoneta. ¡Qué mirada tan hermosa! ¡Sonríen
siempre al vernos a pasar!
Estoy feliz por la misión que Dios nos entregó a los tres y
para la que pedimos vuestras oraciones. La misión nunca será nuestra. También
es vuestra. Y por encima de todo, es de Dios. Probablemente, y conscientes de
esto, sabemos que los frutos maduros de este trabajo sólo (y Dios quiera) serán
visibles dentro de unos años.
¡Estoy bien! Sintiendo
todo. Las personas, sus miradas, sus palabras que muchas veces no entiendo,
pero procuro responder con una sonrisa, o una mirada de ternura, o usar las
pocas palabras que ya sé decir en amárico. Ha sido un tiempo para observar,
oír, intentar entender. Es una ventaja también que yo no tenga un nivel de
inglés fluido que me permita hablar mucho (y mucho menos amárico). Saco partido
de eso y acabo por escuchar más, observar más. ¡Es tiempo de eso!
Nuestro pasar por la
calle es siempre motivo de miradas. La gente nos mira, como si fuésemos algo
extraño. ¡Para los niños es una fiesta! Nos miran y esbozan sonrisas
atrevidas:
– ¡Farengi!
Farengi! ¡O China! China!
A falta de saber qué hacer muchas veces, las miramos y sonreímos.
Extendemos el brazo e intercambiamos un apretón de manos. ¡Están todos contentos de tocarnos… es recíproco!
Uno de estos días, en Awassa, visitamos a las hermanas de la
Madre Teresa, y lo esperado sucedió: la misma reacción de los niños que se
quieren agarrar a nosotros… Corren en nuestra dirección para tocar la mano. Y
no sólo la mano. Los brazos, la cara. Y se van acercando, deleitándose con
nuestro calor. Corren en busca del amor. Y tratamos de dárselo. En la
dificultad de no saber mucho amárico, digo lo mismo de siempre. No puedo
limitarme a las mismas palabras de siempre, pensaba. Intento recordar otras
cosas que pueda decir, y allá me sale:
– Mndn new? (¿qué es esto?) – pregunto apuntando a mi
camiseta.
– Makina (coche) – responden varias, cada una a su tiempo.
Repito la misma pregunta para otras cosas, incluyendo la
cruz que traigo al pecho.
Y así me van respondiendo. ¡Es una fiesta para ellas! Y para
mí. No saben cuánto me enseñan. Confío que
son los mejores profesores que podré tener. Se quedan contentos con este poco. Así
como quien está con sed, como yo.
Siento todo, incluso
la nostalgia. ¡Gran nostalgia! Esto también me habita, ¡por supuesto (no
sería sino portuguesa… de aquellas muy nostálgicas)! Como alguien me dijo, la
nostalgia es el amor que queda. Por eso,
quiero siempre que esta nostalgia sea parte de mí.
Han sido días bonitos, cargados de novedad. También con la
comunidad, con David y Pedro. En nuestras diferencias, veo tres piezas de un
puzzle que se unen y que encajan. Está siendo hermoso como nos damos cuenta de
lo que estamos llamados a hacer aquí. Sentimos
el peso de la responsabilidad de estar empezando a sembrar este grano que
queremos que otros vengan a regar, segar, cosechar. ¡La mies aquí es
grande! Pero sentimos una gran fuerza de querer dar pasos. Que el Espíritu
Santo nos ilumine a dar los pasos correctos, en los tiempos y lugares
correctos.
Rezad por nosotros, por la misión y sobre todo por este
pueblo que nos acoge y que busca y lucha por la vida, día a día.
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