Laicos Misioneros Combonianos

Visita al grupo LMC de Portugal

LMC PortugalAntes de Navidad fui invitado por los LMC de Portugal a compartir con ellos su encuentro de Navidad.

Este es un momento importante para el grupo donde LMC y candidatos que se reúnen para formarse, rezar y celebrar juntos la Navidad.

No encontramos en la casa de Viseu de los MCCJ. Fue un fin de semana lleno de muchos momentos importantes.

A la llegada a Lisboa estaban a mi espera y pudimos cenar en casa de Pedro antes de recorrer en coche el camino hasta Viseu. Allá fuimos llegando poco a poco los diferentes participantes llegados de todos los sitios de Portugal. Un momento de reencuentro con los LMC y de conocer a todos aquellos que se están preparando y discerniendo su vocación misionera.

Comenzamos con la eucaristía en la mañana donde también encontramos a combonianos y combonianas. Durante la mañana estuvimos conversando en el grupo sobre la historia y organización de los LMC a nivel internacional. A partir de las preguntas del grupo fuimos adentrándonos en parte de nuestra historia, de las decisiones que hemos ido tomando para crecer como familia y sobre todo de cómo hemos ido haciendo realidad, a través del compromiso y la entrega de muchos, esta vocación misionera.

La segunda parte de la mañana la usamos para adentrarnos en los compromisos adquiridos en Maia, ver cómo los estamos intentando llevar adelante y explicar el apoyo que desde el Comité Central intentamos dar a todos los grupos para hacer posible los retos planteados.

La tarde la pasamos recorriendo la ciudad de Viseu, regalando abrazos, reflexionando y rezando sobre el año de la misericordia, haciendo animación misionera y conversando con las personas sobre el desafío de la misericordia que nos lanza el Papa Francisco para este año. Todo ello en una entretenida Gymkhana. Todas estas vivencias las pudimos compartir en la oración de la tarde.

La noche quedo para compartir el testimonio de mis bonitos años por Mozambique. Un tiempo para conversar sobre la vocación y el servicio misionero.

El domingo se trabajó sobre los aspectos prácticos de la próxima asamblea LMC europea de verano que se celebrara en Portugal. Un bonito reto de acogida para el grupo de LMC y candidatos portugueses que acogerán a los LMC de los 5 países europeos que nos daremos cita en agosto.

También un tiempo para hablar de animación misionera y búsqueda de los fondos necesarios para llevar adelante la misión.

Al final la eucaristía sirvió de conclusión y acción de gracias por este bonito tiempo.

No comento nada de los numerosos dulces navideños que nos acompañaron durante el fin de semana, ni de las numerosas conversaciones que pudimos mantener para no extenderme mucho más. Eso sí animo a aquellos que tengáis dudas, toca levantarse del sofá y buscar cuál es el camino al que el Señor nos llama. En el grupo LMC de Portugal encontraréis un buen lugar donde reflexionar, discernir y ser acompañados en este servicio misionero.

Un saludo navideño

¡Familia!

Comentario a Lc 2, 41-52 (Fiesta de la Sagrada Familia, 27 de diciembre del 2015)

Natale etiopico

Lucas concluye su “evangelio de la infancia”, antes de comenzar a narrar la “vida pública” de Jesús, con una magnífica escena en la que se ve a Jesús como miembro de una familia y de un pueblo. Les invito a releer este texto desde la experiencia de su propia familia, como quien se ve en un espejo. Por mi parte destaco cinco breves reflexiones:

1.- La importancia del ritmo de la vida.  “Sus padres iban cada año a Jerusalén, por la fiesta de Pascua”, dice Lucas. ¡Qué importante es, para cada uno de nosotros y para la educación de los más jóvenes, esta inserción en el ritmo de una familia, de una comunidad, de un pueblo! Todos recordamos con gran cariño las celebraciones familiares de la Navidad, de los cumpleaños o de otros acontecimientos, que se repiten regularmente y a los que todos tratamos de ser fieles. Personalmente, recuerdo el hecho de ir a la iglesia con mis padres, hermanos y vecinos. Eso me daba una gran identidad y orgullo de ser lo que era: miembro de una familia y de una comunidad orante. Pienso que Jesús se sintió también así: orgulloso de sus padres y de su pueblo; la relación con sus padres, con sus vecinos y con su Dios eran parte de una misma realidad de vida que.

2.- Atención al camino de cada uno. “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?”, dijo María a Jesús.  María, como todos los padres, amaba tanto a su hijo que lo quería proteger en todo momento y controlarlo. Pero eso no es posible ni conveniente, porque Jesús (y cada uno de nosotros) no agota su personalidad y su vocación como hijo de María. Él es también Hijo del Padre (con mayúsculas). Por eso es tan importante en las familias y comunidades reconocer la singularidad y la vocación de cada uno. Los hijos no pertenecen a sus padres, pertenecen a Dios, que tiene para ellos un camino propio.

3.- El amor es más grande que las incomprensiones y las diferencias. “Ellos no comprendieron lo que les decía”, afirma Lucas. Todos los padres conocen bien esta experiencia: ¡Cuántas veces no comprenden lo que los hijos están viviendo o por qué dicen o hacen ciertas cosas! Lo mismo les puede pasar a los hijos respecto de sus padres o a los hermanos entre sí. Pero el amor es más fuerte y resiste los problemas, los fallos y las contradicciones. A veces en la familia hay ideas políticas distintas, experiencias religiosas contrastantes, gustos diversos, fracasos y ofensas… pero el amor es único y lo supera todo, como dice San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, capítulo 13.

4.- Guardar la memoria. La frase de Lucas -“Su madre guardaba todos estos recuerdos en el corazón”- es una de las que mejor definen a María y a todas las madres. El amor puede pasar por crisis, incomprensiones, aparentes desapariciones, pero el amor verdadero nunca muere. Permanece siempre en el corazón de quien ama y allí, en la intimidad más auténtica, espera su victoria sobre el mal y la duda; espera su plenitud total cuando logre entrar en comunión con el corazón del Padre, que nos espera siempre, como el Padre del Evangelio (Lc 15).

  1. Crecer en sabiduría y en gracia. “Iba creciendo… ante Dios y ante los hombres“. La familia no es un castillo en el que nos encerramos para defendernos contra el mundo, sino la tierra fértil en la que cada uno de nosotros va creciendo en sabiduría y en gracia hasta “llegar a la plenitud de humanidad” que Dios nos tiene reservada a cada uno.

Gracias, Señor, por la familia. Ayúdanos a permanecer fieles y constructivos, creciendo siempre en sabiduría y amor compartidos.

P. Antonio Villarino

Madrid

No un rey poderoso, sino un niño en pañales

Comentario a Lc 2, 1-14 (Primera Misa de Navidad, 25 de diciembre del 2015)

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Leemos una parte de lo que se conoce como “evangelio de la infancia”. Puede parecer un cuento de hadas o una fábula. Pero es mucho más. Es ciertamente una historia muy bella, pero, al contrario de lo que puede parecer, está pensada, no tanto para niños, cuanto para adultos bien conscientes, críticos y deseosos de una humanidad nueva. Permítanme que se la cuente a mi manera, partiendo de la ciudad de Roma donde viví los últimos cinco años.

Hace unos dos mil años en la ciudad de Roma y en todo el mundo conocido entonces dominaba un sucesor del emperador César Augusto, que tenía a su disposición miles de soldados y maravillosas estructuras económicas, comerciales y sociales, así como mucho poder político, cultural y religioso.

Mientras en aquella gran urbe, sede de aquel fabuloso Imperio, celebraban las fiestas del invierno con mucho “pan y circo”, en la una periférica ciudad del Imperio, en Jerusalén, había una pequeña comunidad de “pobres de Yahvé”  que se encontraban cada semana en la casa de uno de ellos. Eran personas de corazón sencillo, honesto y creyente, que se reunían en la noche para hacer memoria de Jesús de Nazaret, en quien habían “tocado con mano” la presencia extraordinaria de aquella “sombra divina” que acompañaba al pueblo de Israel en el desierto y que ahora se había hecho Palabra luminosa, mano sanadora, perdón gratuito, esperanza firme. Aquellos discípulos se sentían totalmente unidos a Jesús y entre ellos por lazos indestructibles de una nueva “familiaridad”.

Claro que no siempre habían comprendido lo que el Maestro les había enseñado. Y aquello era una razón más para seguir reuniéndose; ponían en común los recuerdos y las experiencia que cada uno había hecho con Él: Meditaban y confrontaban lo que Él había dicho con las Escrituras santas (la Ley, los profetas, los salmos…). Uno de los libros que más les ayudó a comprender lo que les había pasado con Jesús fue el libro de Isaías, un texto poético, lleno de sabiduría y profecía.

Gracias a Isaías, comprendieron que Jesús era el cumplimiento de la promesa hecha a David, nacido precisamente en Belén, de la estirpe de Jesé y Rut, la migrante que había llegado del extranjero con la suegra Noemí. Hablando del  rey David, los discípulos de Jesús recordaban que Dios, ante el fracaso de los reyes de Israel (que más que pastores habían sido lobos para su pueblo), había prometido un verdadero “rey”, que no sería un “lobo” (como los reyes de Israel o los emperadores), sino un verdadero pastor, dispuesto a dar la vida por las ovejas.

Ayudados por Isaías y otros textos del AT, los discípulos comprendieron que aquel Rey mesiánico, Señor e Hijo del Hombre, no se parecía en nada al poderoso emperador romano ni a sus reyezuelos corruptos. Por el contrario, el Maestro y Mesías al que ellos siguieron, no sólo no disponía de ejércitos y riquezas, sino que había nacido de María, una mujer sencilla que confiaba solamente en Dios. Las palabras de Isaías –“El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una gran luz… porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”- se habían hecho verdad en Jesús de Nazaret; ellos han podido verlo con sus propios ojos, han podido escucharlo con sus oídos y tocarlo con sus manos; en Él se había hecho presente la “gracia d Dios que trae la salvación para todos”; él traía la paz para todos… De eso habla en realidad el “evangelio de la infancia”  que Lucas nos transmite y leemos en estos días.

Nosotros, reunidos en la fe, lo leemos también con corazón sencillo y abierto, no como una fábula, sino como un texto profético, que nos ayudan a comprender cada vez más y mejor este misterio de un Dios que se revela hoy, como ayer, en la sencillez y en la humildad, porque en la arrogancia sólo actúan los falsos reyes y emperadores, los que quieren suplantar a Dios.

El mensaje del “evangelio de la infancia” es claro: No debemos buscar a Dios en los palacios de los poderosos, en nuestro propio orgullo o en ideologías muy elaboradas… Busquémoslo en la cercanía de los emigrantes, en compañía de las personas sencillas que sirven con generosidad a los enfermos o a los pobres, en nuestra propia debilidad.

Que el Señor nos conceda un corazón humilde y atento, como el de María y el de los pastores, para saber ver a este Dios “niño” que quiere seguir naciendo entre nosotros con su mensaje de “paz desarmada” y de gozo universal. Y que como los pastores podamos cantar “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra  paz a los hombres y mujeres de buena voluntad.

P. Antonio Villarino

Madrid