Laicos Misioneros Combonianos

Sal y luz

Sal y Luz

Comentario a Mt 5, 13-16 (5º Domingo ordinario, 9 de febrero de 2020)

Leemos parte del “sermón del monte” que nos transmite Mateo en el capítulo 5º de su evangelio.

Jesús compara al discípulo con la sal, cuyas funciones (según el Antiguo Testamento) son: dar sabor, conservar, purificar, consagrar. De la misma manera, el discípulo, cuando es auténtico, ayuda a dar gusto a la vida; a conservar los valores de la familia o de la sociedad en que vive; a purificar el mal que existe, combatiendo, por ejemplo, la corrupción; y ayuda a consagrar el mundo a Dios, como la sal consagraba las ofrendas ofrecidas a Dios en el antiguo templo.  Pero, ¡ojo!, la sal -dice Jesús- puede perder su sabor y su utilidad.

¿Cuándo perdemos el sabor?

El P. Ermes Ronchi, que ha predicado los ejercicios espirituales al Papa y a la Curia romana hace unos años, se preguntaba cuándo perdemos el sabor de la sal y nos volvemos inútiles. Les resumo su respuesta. Perdemos el sabor:

  1. Cuando atraigo la atención sobre mí mismo y no sobre Dios, como hacían los discípulos cuando discutían sobre quien sería el más importante (Mc 9,33)
  2. Cuando  no sé querer bien a las personas y no transmito amor, siendo como un bronce que resuena o sal insípida (1Cor 13, 1).
  3. Cuando no comunico esperanza ni libertad. “El mal está a tu puerta –dice Dios a Caín- pero tú puedes dominarlo” (Gn 4,7).
  4. Cuando no crezco en humanidad. “No de como habla de Dios, sino de como habla de las cosas de la vida, sé si una persona ha estado con Dios” (Simone Weil).
  5. Cuando me parezco demasiado en mi manera de actuar al “mundo”. “Entre ustedes  no sea así”.

¿Cómo ser luz?

El mismo predicador recuerda que Jesús no dice “deben ser luz”, sino “ustedes son luz”, “resplandezca su luz en las buenas obras”; y afirma: “Cuando sigues como única regla de vida el amor, entonces eres luz y sal para quien te encuentra… Allí donde hay caridad y amor abunda la sal que da buen sabor a la vida”.

Para ser luz, dice el P. Ronchi, hay tres vías:

Primera: Compartir el pan.  “Isaías sugiere una primera vía para que la lámpara ilumine la casa y la sal no pierda su sabor: comparte el pan, acoge en tu casa al extranjero, viste al desnudo, no apartes los ojos de tu gente, entonces tu luz surgirá como la aurora, tu herida sanará” (Cfr Is 57, 7-8).

Segunda: “saber” a Cristo. “La segunda vía la indica San Pablo: “Nunca me he preciado de conocer otra cosa sino a Jesucristo y a éste crucificado” (1Cor 2,2). “Saber” es mucho más que conocer, es tener el sabor de Cristo. Y esto sucede cuando su Palabra y su amor pasan a formar parte de mí mismo y empiezo a sentir, pensar, actuar como él.

Tercera: La comunidad.  Jesús no dice “tú” eres luz, sino “ustedes” son luz.  “Nuestra luz –dice el P. Ronchi- vive de comunión, de encuentro, de saber compartir”. Si vivimos esos valores, sin duda, seremos luz que se difunde en todos los que nos rodean y sal que da sabor a la vida, nuestra y de los demás.

Todo esto lo vivimos, no como cosa adquirida, sino como discípulos que aprendemos cada día, leyendo la Palabra, orando y reflejando en nuestra vida el amor que Jesús no regala continuamente.

P. Antonio Villarino

Bogotá

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