Laicos Misioneros Combonianos

Laicado y Ministerialidad

Laicado
Laicado

Laicado y ministerialidad

Vamos a intentar hacer una reflexión sobre la ministerialidad desde una perspectiva laical y en particular desde la vocación misionera y comboniana. Pero antes de adentrarnos en esos ministerios o servicios desde la fe, creo que es importante encuadrarlo todo.

Nuestra vida da un vuelco cuando nos encontramos personalmente con Jesús de Nazaret. Compartimos esta sociedad con muchos hombres y mujeres de buena voluntad. Cada persona con unos principios y unos valores que orientan sus acciones y opciones vitales. Pero para nosotros existe un antes y un después de conocer a Jesús. Como los primeros discípulos, un día nos encontramos con Jesús en el camino. Nuestro corazón dio un vuelco y nuestros labios preguntaron: “¿dónde vives?” Y su respuesta fue “ven y verás”. A partir de ese momento nuestra vida cambió.

Son muchos los caminos por los que hemos llegado a este encuentro, para muchos ha sido gracias a nuestras familias, a nuestras comunidades cristianas, a nuestros amigos, a circunstancias de la vida que nos arrastraron al camino… Sin duda la casuística es muy grande. Lo realmente determinante es la respuesta dada, desde la libertad, y las consecuencias de esa respuesta en cada una de nuestras vidas.

La respuesta es libre, nadie nos obliga a darla, es una gracia que recibimos y como consecuencia el reconocer una nueva vida.

El laico es por encima de todo seguidor de Cristo. No consiste en seguir una ideología, no se trata simplemente de luchar por unas causas justas que ayuden a una nueva humanidad más justa y digna para todos y todas, ni siquiera consiste en seguir todos los preceptos de la religión que nos pueden ayudar en nuestra relación con Dios. Ser cristiano es por encima de todo seguir a Jesús. Salir de nuestra zona de confort y ponerse en camino. Tomar lo esencial para ir ligero y estar siempre abierto y disponible en ese seguimiento. Jesús nos irá mostrando en ese camino cuál es nuestra parte de responsabilidad en el anuncio y construcción del Reino.

Nosotros hablamos de estar en estado de discernimiento constante, que no es sino un estado de diálogo constante con el Señor. Es verdad que existen momentos especiales de discernimiento en la vida de toda persona. Estos tienen que ver con su vocación central como es el caso del matrimonio o de la vocación a la que nos sentimos llamados, como la vocación misionera e incluso el tipo de profesión a través de la cual queremos o sentimos que podemos servir a los demás escogiendo un tipo de estudios u otros, un trabajo u otro… Es fundamental en la vida de toda persona el entender su llamada a ser enfermero, médico, profesora, directora de una empresa, abogada, educador o trabajador social, político, carpintero y así un largo etcétera.

Momentos vitales que en nuestra adolescencia, juventud y edad adulta se presentan de manera significativa. Pero además de esos momentos, que nos mantendrán en el camino en los momentos difíciles, nosotros queremos permanecer a la escucha en este camino. No queremos acomodarnos. En la vida siguen apareciendo nuevos retos y nuevas llamadas por parte de Jesús. Para nosotros como misioneros el tener la maleta pronta es algo que forma parte de nuestra vocación. Estamos llamados a acompañar a las personas, a las comunidades por un tiempo determinado, para después marchar, porque el salir es parte esencial. Salir o seguir creciendo. No permanecemos siempre igual por años y años pues reconocemos que las necesidades cambian. Somos llamados a dejar nuestra tierra y a viajar a otros países, a otras culturas… somos llamados posteriormente a realizar nuevos servicios, retornar a nuestro lugar de origen, asumir nuevos compromisos… todo ello forma parte de nuestra vocación. En cada llamada, en cada nuevo cambio, debemos entender qué planes tiene el Señor para nosotros. Por qué nos convoca a viajar a otro continente o a regresar a nuestro lugar de origen cuando tan bien estábamos, cuando tanto bien estábamos haciendo junto a otras personas, cuando hasta parecíamos tan necesarios en ese lugar, la vida nos hace tener que desplazarnos, comenzar de nuevo…

¿Por qué cuándo parece que habíamos llegado a puerto definitivo hay algo que en nuestro interior nos cuestiona, nos inquieta? Es el Señor que se comunica con nosotros. Con Él tenemos una relación de amistad que nos ayuda a crecer. Como amigos vamos compartiendo la vida y los nuevos proyectos que la van atravesando. Con momentos de mayor estabilidad, pero también con momentos de nuevos desafíos. No hemos venido a descansar a esta tierra sino a disfrutar de la vida y a permitir y luchar porque otros también puedan disfrutar.

Nosotros respondemos a esta llamada a caminar no solo de manera individual sino desde una comunidad. No caminamos solos. Está es parte de nuestra vocación cristiana, la pertenencia a la Iglesia como también nos sentimos parte de toda la humanidad. Y como parte de esta Iglesia nos sentimos llamados a un servicio común. Como Laicos Misioneros Combonianos (LMC) sentimos esta pertenencia a la Iglesia de Jesús. Y sentimos que esta vocación específica que recibimos es una vocación y una responsabilidad comunitaria. Tenemos una llamada personal pero también una llamada como comunidad y comunidad de comunidades. Reconocemos la Iglesia como sacramento universal de salvación, cada uno desde su especificidad, dones y carisma por el anuncio y construcción del Reino.

Jesús llama a sus discípulos a vivir, a recorrer el camino en comunidad. Sabemos que solo de la mano de Jesús podemos caminar y como comunidad necesitamos de esa espiritualidad profunda que nos une a Jesús, al Padre y al Espíritu. Un camino donde la oración, la vida de fe y la comunidad se convierte en alimento y referencia de la vida del LMC.

La centralidad de la misión en Comboni. La Iglesia al servicio de la misión

Comboni tenía muy clara la centralidad de la misión en su vocación y la necesidad de la misma en la Iglesia. Frente a las necesidades de nuestras hermanas y hermanos más necesitados estamos llamados a dar una respuesta. Y es de tal importancia y complejidad esta respuesta que no estamos llamados a darla individualmente sino como Iglesia. Todos y cada uno de los cristianos estamos llamados a responder a esta llamada. Sin importancia de nuestro estado eclesial, cada uno debemos dar una respuesta de fe. Jesús llama a cada uno a caminar. Y es tal la complejidad de las necesidades que existen que el Espíritu suscita en el mundo y en su Iglesia diferentes vocaciones, diferentes carismas que aporten a esta realidad. Identificar a la Iglesia con el clero e incluso con los religiosos y religiosas es no entender a Jesús, es no escuchar al Espíritu. La labor y la llamada al sacerdocio o la vida religiosa en sus numerosas vertientes es fundamental para el mundo, pero no más que el compromiso de todos y cada uno de los laicos. La Iglesia no solo tiene una responsabilidad ligada a la religiosidad o espiritualidad de las personas. Tenemos una responsabilidad social, familiar, medioambiental, educativa, sanitaria, etc. Con todo el mundo. Las cosas del día a día son las cosas de Dios. Las pequeñas cosas son las cosas de Dios. La atención a cada persona en lo concreto y en las necesidades globales son responsabilidad de los seguidores de Jesús. Y en todas ellas el papel del laicado es fundamental, del hombre y de la mujer, en lo material y en lo espiritual… así lo entendió Comboni y así también lo entendemos nosotros.

Comboni

El laico en el mundo

En esta llamada global que recibimos, la Iglesia se muestra como comunidad de referencia. Es alimento para el servicio. Lugar donde reponer fuerzas, donde alimentarse de manera privilegiada, aunque no única.

Como laicos estamos llamados a crear raíces que asienten el terreno y lo haga rico, estamos llamados a crear redes de solidaridad y relación que articulen la sociedad, desde la familia, las pequeñas comunidades de vecinos, de barrio, entidades sociales, empresas… somos grandes creadores de redes de relación, colaboración y trabajo. Vivimos envueltos en todas estas redes y estamos llamados a animarlas, a dotarlas de una espiritualidad que las pongan al servicio de las personas, y en especial de los más vulnerables. Estamos llamados a incluir a todas las personas. Nuestra mirada debe centrarse en los más pobres y abandonados que hablaba Comboni, en los excluidos de esta sociedad, una mirada que nos anima a estar en las periferias porque es desde abajo que las cosas se ven de manera diferente. No podemos conformarnos con una sociedad donde todos no tengamos una vida digna. Una sociedad donde se premie el tener al ser y el consumo que está devastando un planeta finito que nos grita y reclama nuestra responsabilidad global.

Toda esta visión que debe cuestionar nuestra vida nos reclama acciones concretas.

La llamada del laico es una llamada al servicio de la humanidad. Una llamada que para pocos será de servicio interno de nuestra Iglesia. No podemos pensar que el buen laico es aquel que está ayudando en la parroquia y perder de vista nuestra vocación de servicio al mundo. Algunos servicios internos son necesarios pero la Iglesia está llamada a salir. Con Jesús a salir al camino, a ir de pueblo en pueblo, de casa en casa, a ayudar en lo pequeño y en lo grande. Estamos llamados a ser sal que sala, levadura en la masa, … llamados a estar en el mundo y contribuir de manera significativa. No podemos quedarnos en casa donde estamos a gusto, donde nos comprendemos unos a otros. Estamos llamados a salir. La Iglesia no nace para sí misma sino para ser comunidad de creyentes que sigue a Jesús y sirve a los más desfavorecidos.

Por todo ello nos sentimos llamados a ayudar en el crecimiento de las comunidades humanas (también las cristianas).

¿Cómo es la respuesta que como LMC estamos dando a esta llamada?

Actualmente existe una gran reflexión en toda la Iglesia sobre lo específico misionero. Sobre cuáles son o deberían ser nuestros servicios como misioneros, nuestros ministerios específicos. Una vez perdida la referencialidad geográfica de la misión, la referencia entre un norte rico y un sur por desarrollar, donde la desigualdad y las dificultades se encuentran en unos países y en otros, si bien todavía en algunos pocos se sigue concentrando la mayoría de la riqueza y posibilidades frente a otros muchos donde las dificultades son mucho mayores… Es cierto que la miseria campa a sus anchas en las personas sin hogar en los llamados países ricos, las migraciones forzosas por la pobreza, las guerras, las persecuciones por diferentes motivos, el cambio climático y demás están haciendo que un fenómeno siempre presente en la humanidad se esté agravando. La última pandemia del COVID-19 nos recuerda la globalidad de nuestra humanidad por encima de vayas y fronteras. Nos afecta a todos y todas por igual. Parecía que hasta ahora el dinero era el único que podía viajar sin pasaporte, parece que los virus también pueden.

Solo en un mundo justo todos podremos vivir en paz y prosperidad. Las desigualdades salariales, los conflictos, el consumo desmedido que derrite los polos y un largo etcétera terminan influyendo y teniendo consecuencias en toda la humanidad. Las vallas y la policía ya sean en las fronteras o en las casas o urbanizaciones de los que más tienen no lograrán un mundo mejor para todos, ni siquiera para los que se refugian detrás.

Frente a todo esto el debate y la reflexión sobre lo específico del laicado misionero en esta nueva época está servido. No pretenderé entrar en ello de manera teórica. Os ofrezco ahora simplemente algunas de las actividades donde como laicos estamos presentes dando respuesta a la llamada recibida. Esa es nuestra ministerialidad, nuestro servicio al que nos sentimos llamados. La respuesta de vida y no en teoría que estamos dando. No me extenderé, tan solo enunciaré algunos casos que nos puedan dar luces y otros muchos permanecerán en el anonimato… no en balde somos llamados a ser piedra escondida.

Tenemos compañeros y compañeras trabajando con los pigmeos y el resto de la población en República Centro Africana, un país donde llevamos más de 25 años. Junto a un pueblo que es considerado casi como sus siervos por la población mayoritaria que lo consideran menos. Siendo puente de inclusión o responsabilizándonos de una red de escuelas primarias en un país que ha pasado por varios golpes de estado y está en una situación de conflicto desde hace años que no permite al gobierno dar este servicio.

Estamos en Perú viviendo y acompañando a la gente en la periferia de las grandes ciudades. En barriadas de ocupación donde los que llegan del campo van tomando un terreno a la ciudad para vivir, sin luz, sin agua o alcantarillado. Unas familias que luchan por tener una vida digna, que se fueron de sus pueblitos a la ciudad para poder comer, dar una vida mejor a sus hijos. Y donde encontramos mucha solidaridad entre sus vecinos y acogida pero también dificultades traídas por el alcohol, la violencia machista o la desestructuración de muchas familias.

En Mozambique colaboramos con la educación de sus jóvenes, chicos y chicas, que saliendo de sus comunidades extendidas por el interior buscan poder formarse para levantar el país. Se necesitan escuelas que les den esa formación profesional e internados que les permitan vivir durante ese periodo escolar pues sus casas quedan a muchos kilómetros. Acompañar a estos jóvenes y a las comunidades cristianas es también parte de nuestra llamada.

Por otro lado, estamos presentes en Brasil en la lucha contra las grandes compañías extractivistas que desplazan a las comunidades de sus tierras, que envenenan los ríos o el aire de las comunidades, cortan la comunicación o las aíslan con sus trenes kilométricos que socaban los minerales de la zona sin preocuparse por el medio ambiente o el bien de las personas.

También en muchos países de Europa estamos involucrados en la acogida de inmigrantes. Intentamos devolver todo lo recibido cuando también nosotros fuimos extranjeros. Llamados a recibir a aquellos que huyen de la miseria o las guerras, a aquellos que buscan un futuro mejor para sus familias y que encuentran grandes muros a su llegada, no solo de hormigón y alambre sino también de miedo e incomprensión por parte de la población. Ser puentes con una población que sigue siendo hospitalaria y solidaria, presentes en medio de las organizaciones sociales y eclesiales que se movilizan para acoger e integrar a sus nuevos vecinos. Desde el recibimiento en costa, hasta la ayuda en la lengua, en la búsqueda de empleo, vivienda, la tramitación administrativa o el reconocer la valía que nos traen y la riqueza que su presencia trae a la nueva sociedad. Poniendo en valor lo que son y sus culturas y siendo referente de las mismas en un mundo que no siempre les entiende.

Cuando la sociedad fracasa y el ser humano falla no sabemos qué hacer con esas personas. La reclusión en prisiones es la solución que hemos dado como sociedad. Pero esas prisiones se convierten muchas veces en escuelas de más delincuencia y no de rehabilitación como debieran. En medio de ellas están las APAC que nacieron en Brasil y que se van extendiendo poco a poco. Un sistema de reclusión donde la persona que llega es considerada como un recuperando no un preso, que se le llama por su nombre propio y no por un número. Protagonista de su vida, se la ayuda a entender su falta y la necesidad de pedir perdón y reinsertarse como un miembro activo de la sociedad. Un método donde la comunidad se vuelca y crea puentes recuperando a sus hijos e hijas que un día cometieron un error. Donde los recuperandos tienen las llaves de las puertas y entre todos van entendiendo la dignidad de hijos de Dios, el arrepentimiento y su valor como personas para la sociedad.

La manera en la cual estamos viviendo en los países con más recursos está esquilmando un planeta finito. Las relaciones comerciales internacionales están empobreciendo a muchos para el beneficio de pocos… promover un nuevo estilo de vida es algo fundamental para cambiar los paradigmas y valores que se muestran como los únicos válidos para el éxito social y la felicidad. En una sociedad donde lo que se prima es tener y consumir sobre el ser, hay que proponer nuevos estilos de vida. En eso también estamos implicados en Europa. Proponiendo nuevos estilos de vida, de compromisos, de responsabilidad en el consumo, en la economía, etc.

Y así podríamos seguir con acciones ligadas a una educación comprometida con los más excluidos en las periferias de nuestras ciudades, en el cuidado de los enfermos mostrando el rostro de Dios que les acompaña y la mano de Dios que les cuida, en la atención a personas sin hogar, a personas con adicciones…

Como misioneros somos y debemos hacer a todos conscientes de la realidad de un mundo globalizado que requiere de una acción conjunta, un nuevo posicionamiento. Por ello, cada una de nuestras pequeñas acciones, nuestros pequeños granitos de arena conforman pequeñas montañas donde subirse, ver y soñar un mundo diferente. Subirnos con la gente con las que vivimos nuestro día a día. Especialmente llamados a aquellos que viven hundidos sin poder ver un horizonte, una salida a sus dificultades, estamos llamados a levantar la barbilla y mirar adelante, a animar y acompañar esas comunidades. Estamos llamados a estar allí donde nadie quiere ir.

Todos llamados a luchar de manera global por los problemas que son globales, a unirnos y a ser dinamizadores de redes de solidaridad en esta humanidad que habita la casa común, que cada día se demuestra es más pequeña. Y en medio de ella colocar a Jesús, la persona que cambió nuestra vida. Dios es un derecho de todo hombre y de toda mujer. Nos sentimos responsables de dar a conocer la Buena Noticia, de presentarles un Dios vivo que está entre nosotros, que camina con nosotros, que como nos mostró Jesús de Nazaret no nos abandona y nos acompaña siempre. En el interior de cada persona, en el más necesitado, en la comunidad, Dios espera por cada uno de nosotros para transformar nuestra vida, para llenarla de felicidad, de una felicidad profunda. Dios nos espera para darnos agua viva, esa agua que colma la sed del ser humano.

Que el Señor nos dé fuerzas para poder estar presentes y acompañar, ser un medio que lleve a las personas a su encuentro y nos mantenga siempre en camino a su lado.

LMC

Alberto de la Portilla, LMC

Misionera durante la pandemia

Ewelina Polonia
Ewelina Polonia

Cuando escribo este texto, estoy en Perú con Agnieszka desde hace un mes, estamos aprendiendo español en Lima y estamos apoyando al Movimiento de Laicos Misioneros Combonianos locales en su trabajo misionero.

Pero no es así.

Estaría en Lima si no fuera por la pandemia del coronavirus, que ha cerrado las fronteras entre países y cancelando nuestro vuelo.

Al principio pensé que no sería tan grave, esperaremos unos días y volaremos. Después, me di cuenta de que el tiempo de espera para un vuelo debería contarse en meses en lugar de días.

Mucha gente me pregunta cómo me siento en este tiempo de transición, de suspensión, de espera. Sin embargo, lo veo desde una perspectiva diferente. Es cierto que estoy deseando que llegue mi servicio misionero en Perú, pero no considero el tiempo que pasó aquí en Polonia, tan inesperadamente, como una pérdida de tiempo, un momento de transición en el que no tengo nada más que hacer que sentarme y esperar. Volví a casa de mi familia en un pequeño pueblo, estoy desempleada, no voy al cine, a la piscina, si tan sólo tuviera que volver a mi escuela, sería prácticamente como mi infancia de nuevo. Y por un lado, realmente lo es, ayudo a mis padres en la casa, preparo comidas, paso tiempo con mis hermanos, salgo a pasear con perros y gatos, que tenemos mucho aquí.

Sin embargo, ya no tengo 12 años, así que mi forma de percibir el mundo ha cambiado. Muchos sacerdotes enfatizan que el tiempo de la epidemia es un tiempo de gracia, sólo tenemos que tomarlo de Dios. Estoy de acuerdo con ellos. Trato de usar mi tiempo libre para la oración, la meditación con la Sagrada Biblia, la lectura de libros valiosos, el aprendizaje del español, para pensar en profundidad en mí y en mi relación con Dios y mi familia.

Es de alguna manera reconfortante que todos estemos en una situación similar, no sólo mis planes han sido cambiados sin tomarme en cuenta. Me ayuda a darme cuenta de la situación de los demás. De aquellos que murieron en la epidemia o perdieron a sus seres queridos. Los que tuvieron que renunciar a varios viajes, perdieron sus trabajos o están con días libres forzados.

Los cines, gimnasios o teatros están cerrados, no podemos hacer nada personalmente en las oficinas, sólo podemos presentar solicitudes, cuestionarios o enviar todo por correo. Dondequiera que vayamos, tenemos que ponernos máscaras que nos cubran la boca y la nariz, mantener una distancia adecuada con otras personas, y en general salir de casa sólo cuando realmente tenemos que hacerlo.

Son muchas restricciones para nuestra sociedad, para mí también. Pero todavía tengo comida, puedo contactar con mis amigos por correo electrónico, Facebook o WhatsApp. Mucha gente trabaja desde casa porque la especificidad de su trabajo les permite hacerlo. La vida continúa, aunque quizás un poco más lenta. Además, si observamos la vida de mis padres en el campo, la epidemia no cambió mucho su vida cotidiana.

Probablemente la mayor limitación que me afectó ha sido que no puedo participar físicamente en la Santa Misa, que, afortunadamente, ha cambiado un poco desde esta semana. Sin embargo, por primera vez en mi vida, pasé la fiesta de Resurrección de Jesús en casa, adorando la Cruz en mi habitación, cantando canciones con el sacerdote en YouTube y rezando el Vía Crucis, caminando por un camino de tierra hasta el río. Al mismo tiempo, siento que por primera vez he experimentado profundamente el misterio de la Resurrección, lo que confirma mi creencia de que es realmente un tiempo de gracia.

La tecnología desarrollada nos permite que incluso solos podamos estar juntos. No hace mucho tiempo todos podíamos experimentarlo mientras participábamos en una oración conjunta online de los LMC. Nuestro Movimiento en Polonia parece florecer en este difícil momento. A mediados de marzo tuvimos una reunión de formación online, una Santa Misa conjunta el Domingo de Ramos y un retiro conjunto online sobre la vocación el fin de semana pasado. En nuestro grupo “WhatsApp”, compartimos buenas palabras, apoyo y nuestros pensamientos durante la epidemia.

La situación que debería separarnos parece conectarnos aún más. Esto es una prueba inequívoca para mí de que Dios es imparable en su amor y en bendecir a la gente. Que Él puede actuar en nuestras vidas y llevar a cabo su plan de salvación en todas las condiciones.

Ewelina Gwóźdź LMC

Carta del Santo Padre Francisco a los Movimientos Populares

Papa
Papa

A los hermanos y hermanas
de los movimientos y organizaciones populares

Queridos amigos:

Con frecuencia recuerdo nuestros encuentros: dos en el Vaticano y uno en Santa Cruz de la Sierra y les confieso que esta “memoria” me hace bien, me acerca a ·ustedes, me hace repensar en tantos diálogos durante esos encuentros y en tantas ilusiones que nacieron y crecieron allí y muchos de ellas se hicieron realidad. Ahora, en medio de esta pandemia, los vuelvo a recordar de modo especial y quiero estarles cerca.

En estos días de tanta angustia y dificultad, muchos se han referido a la pandemia que sufrimos con metáforas bélicas. Si la lucha contra el COVID es una guerra, ustedes son un verdadero ejército invisible que pelea en las más peligrosas trincheras. Un ejército sin más arma que la solidaridad, la esperanza y el sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva solo. Ustedes son para mí, como les dije en nuestros encuentros, verdaderos poetas sociales, que desde las periferias olvidadas crean soluciones dignas para los problemas más acuciantes de los excluidos.

Sé que muchas veces no se los reconoce como es debido porque para este sistema son verdaderamente invisibles. A las periferias no llegan las soluciones del mercado y escasea la presencia protectora del Estado. Tampoco ustedes tienen los recursos para realizar su función. Se los mira con desconfianza por superar la mera filantropía a través la organización comunitaria o reclamar por sus derechos en vez de quedarse resignados esperando a ver si cae alguna migaja de los que detentan el poder económico. Muchas veces mastican bronca e impotencia al ver las desigualdades que persisten incluso en momentos donde se acaban todas las excusas para sostener privilegios. Sin embargo, no se encierran en la queja: se arremangan y siguen trabajando por sus familias, por sus barrios, por el bien común. Esta actitud de Ustedes me ayuda, cuestiona y enseña mucho.

Pienso en las personas, sobre todo mujeres, que multiplican el pan en los comedores comunitarios cocinando con dos cebollas y un paquete de arroz un delicioso guiso para cientos de niños, pienso en los enfermos, pienso en los ancianos. Nunca aparecen en los grandes medios. Tampoco los campesinos y agricultores familiares que siguen labrando para producir alimentos sanos sin destruir la naturaleza, sin acapararlos ni especular con la necesidad del pueblo. Quiero que sepan que nuestro Padre Celestial los mira, los valora, los reconoce y fortalece en su opción.

Qué difícil es quedarse en casa para aquel que vive en una pequeña vivienda precaria o que directamente carece de un techo. Qué difícil es para los migrantes, las personas privadas de libertad o para aquellos que realizan un proceso de sanación por adicciones. Ustedes están ahí, poniendo el cuerpo junto a ellos, para hacer las cosas menos difíciles, menos dolorosas. Los felicito y agradezco de corazón. Espero que los gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos (sean estadocéntricos, sean mercadocéntricos) no son suficientes para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir.

Sé que ustedes han sido excluidos de los beneficios de la globalización. No gozan de esos placeres superficiales que anestesian tantas conciencias. A pesar de ello, siempre tienen que sufrir sus perjuicios. Los males que aquejan a todos, a ustedes los golpean doblemente. Muchos de ustedes viven el día a día sin ningún tipo de garantías legales que los proteja. Los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado. Ustedes, trabajadores informales, independientes o de la economía popular, no tienen un salario estable para resistir este momento… y las cuarentenas se les hacen insoportables. Tal vez sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos.

También quisiera invitarlos a pensar en el “después” porque esta tormenta va a terminar y sus graves consecuencias ya se sienten. Ustedes no son unos improvisados, tiene la cultura, la metodología pero principalmente la sabiduría que se amasa con la levadura de sentir el dolor del otro como propio. Quiero que pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos, centrado en el protagonismo de los Pueblos en toda su diversidad y el acceso universal a esas tres T que ustedes defienden: tierra, techo y trabajo. Espero que este momento de peligro nos saque del piloto automático, sacuda nuestras conciencias dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro. Nuestra civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmedidas para pocos, necesita bajar un cambio, repensarse, regenerarse. Ustedes son constructores indispensables de ese cambio impostergable; es más, ustedes poseen una voz autorizada para testimoniar que esto es posible. Ustedes saben de crisis y privaciones… que con pudor, dignidad, compromiso, esfuerzo y solidaridad logran transformar en promesa de vida para sus familias y comunidades.

Sigan con su lucha y cuídense como hermanos. Rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los bendiga, los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles esa fuerza que nos mantiene en pie y no defrauda: la esperanza. Por favor, recen por mí que también lo necesito.

Fraternalmente,

Francisco

Ciudad del Vaticano, 12 de abril de 2020, Domingo de Pascua

El XVIII Capítulo General y la ministerialidad

Hno. Alberto Parise
Hno. Alberto Parise

Domingo, 8 de marzo 2020
En la visión del Evangelii gaudium (EG), la misión de la Iglesia y todos los ministerios dentro de ella están dirigidos a construir el Reino de Dios, esforzándose por crear espacios en nuestro mundo donde todas las personas, especialmente los empobrecidos y excluidos, puedan experimentar la salvación de Jesús Resucitado. Los ministerios, por lo tanto, adquieren una importancia crucial como lugar de encuentro entre la humanidad, la Palabra y el Espíritu en la historia. (Hno. Alberto Parise, en la foto)

EL XVIII CAPÍTULO GENERAL
Y LA MINISTERIALIDAD

Hno. Alberto Parise

Hay momentos en la historia que marcan pasajes de época o transiciones de un sistema sociocultural a otro, lo cual no tiene precedentes, marcando una importante discontinuidad. El tiempo en que vivió Comboni fue ciertamente uno de estos momentos históricos. Era la época de la revolución industrial, resultado del gran salto que la ciencia y la tecnología estaban dando, también a nivel económico y político. La Iglesia se encontró a la defensiva, ante el llamado “modernismo” que percibía como una amenaza. Era una Iglesia asediada, política y culturalmente; y en su resistencia, corría el riesgo de la autorreferenciación. Y sin embargo, en ese tiempo tan difícil, conoció un gran renacimiento: entre las contradicciones y los males sociales que surgieron con el nuevo sistema económico capitalista industrial, surgió un impulso hacia el apostolado social, a través del servicio de los laicos y de un gran número de nuevos institutos religiosos. El movimiento colonial, que respondía a la lógica e ideología político-económica de los estados nacionales en competencia, por otra parte, iba acompañado de un gran interés cultural por la exploración, lo exótico, el espíritu de aventura. Pero también surgió un nuevo movimiento misionero hacia tierras y pueblos distantes. La Iglesia entró así en una nueva era, con una fuerte renovación espiritual – como lo atestigua la espiritualidad del Sagrado Corazón, que caracterizó a esa época – y surgió un nuevo modelo misionero.

El XVIII Capítulo General se celebró en un momento de inflexión similar para la Iglesia. El discernimiento del Capítulo estuvo en sintonía con la lectura de este momento de inflexión que el Papa Francisco había hecho en la Evangelii gaudium (EG): una lectura teológica de la nueva era que abre, en la práctica pastoral, a un nuevo impulso misionero. Nuevo, en el sentido de superar el paradigma al que estamos acostumbrados: una misión basada en el modelo geográfico, en la que los protagonistas son misioneros de “cuerpo especial”, verdaderos pioneros, cuyo papel es fundar Iglesias locales. La realidad de la globalización y la devastadora crisis socioambiental de nuestro tiempo -consecuencia del modelo de desarrollo imperante, que es insostenible y nos ha acercado al punto de no retorno- exigen un enfoque renovado de la evangelización. Además, mirando sólo a nuestra realidad comboniana, nos damos cuenta de que el modelo del pasado ya está obsoleto en la práctica. Por ejemplo, el patrón de las provincias (del norte) que envían y las provincias (del sur) que reciben misioneros ya no corresponde a lo que realmente está sucediendo. Como la idea de que en los países del Sur hay “evangelización” y en los del Norte hay “animación misionera”. Se puede ver la urgencia de la animación misionera, por ejemplo, en África y – como el Capítulo indicó entonces – de la animación misionera en Europa.

La Evangelii gaudium indica entonces un nuevo paradigma de misión. Ya no es simplemente geográfico, sino existencial. La Iglesia está llamada a superar su autorreferencialidad y a salir a todas las periferias humanas, donde se sufre la exclusión y se experimentan todas las contradicciones debidas a la desigualdad económica, la injusticia social y el empobrecimiento. Todo esto ya no es un aspecto disfuncional del sistema económico, sino un requisito sobre el cual este mismo sistema prospera y se perpetúa. La misión se convierte en el paradigma de toda acción pastoral y la Iglesia local es el sujeto. Entonces, ¿cuál es el papel de los institutos misioneros? Es animar a las Iglesias locales para que vivan su mandato de ser misioneros, Iglesias que salen a las periferias existenciales. Son caminos de comunión, dentro de realidades marcadas por la diversidad y el pluralismo, construyendo juntos una perspectiva común que valora las diferencias y las “supera”, sin anularlas, construyendo la unidad a un nivel superior. Son caminos caracterizados por la cercanía a los últimos, por el servicio, por la capacidad de proclamar el Evangelio en la esencialidad del kerigma con la palabra y con la vida. Francisco relanzó la visión de la Iglesia del Concilio Vaticano II como “el sacramento, es decir, el signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”. En el nuevo mundo configurado por la revolución digital y la globalización de los mercados del capitalismo financiero, la Iglesia está llamada a convocar a un “pueblo” que vaya más allá de los límites de la pertenencia y camine hacia el Reino de Dios. Entonces el testimonio cristiano del Resucitado será generativo y la Iglesia también crecerá: por atracción, no por proselitismo.

Como lo fue para Comboni en la época de la revolución industrial, para nosotros hoy la era de la revolución digital es una gran oportunidad misionera. Como es un nuevo paradigma, el desafío es pensar, estructurar y entrenarnos en consecuencia. El primer paso es reconocer la gracia del carisma de Comboni, muy actual y adaptado al nuevo paradigma de la misión. En primer lugar, la idea central de la “regeneración de África con África”, una imagen sintética que cuenta una historia muy compleja y articulada: está la idea de la generación de un “pueblo”, capaz de construir una sociedad alternativa, en sintonía con la acción del Espíritu. La proclamación del Evangelio ayuda a completar las “semillas del verbo” ya presentes en las culturas y la espiritualidad del pueblo. Comboni también subrayó la importancia de que esta obra fuera “católica”, es decir, universal: lejos de la autorreferencialidad, se consideraba parte integrante de un movimiento misionero mucho más amplio y mucho más articulado, con una variedad de dones y carismas. Entendió su papel como el de un animador que se “manifestó especialmente en sus incansables esfuerzos para concienciar a los pastores de la Iglesia sobre sus responsabilidades misioneras, a fin de que no pasase en vano la hora de África” (RV 9). En la visión del EG, la misión de la Iglesia y todos los ministerios dentro de ella están dirigidos a construir el Reino de Dios, esforzándose por crear espacios en nuestro mundo donde todas las personas, especialmente los empobrecidos y excluidos, puedan experimentar la salvación de Jesús Resucitado.

Los ministerios, por lo tanto, adquieren una importancia crucial como lugar de encuentro entre la humanidad, la Palabra y el Espíritu en la historia. Un encuentro regenerativo, como Comboni había entendido bien. Por esta razón, en su Plan había pensado en toda una serie de pequeñas universidades teológicas y científicas a lo largo de las costas del continente africano, para preparar ministros en diversos campos que luego irradiarían tierra adentro, para hacer crecer comunidades con espíritu evangélico, capaces de transformación social, como lo atestigua el modelo de Malbes y Gezira.

En el espíritu del Capítulo, la recualificación en líneas ministeriales de nuestro servicio misionero requiere, como había intuido Comboni, una nueva “arquitectura” de la misión que sostenga y promueva:

  • una recualificación ministerial de nuestro compromiso, desarrollando una pastoral específica de forma participativa y comunitaria, según las prioridades continentales. En el Capítulo, de hecho, se puso de manifiesto que si, por un lado, estamos presentes en estas “fronteras” de la misión, por otro, a menudo carecemos de enfoques contextuales de los grupos humanos a los que acompañamos;
  • el ministerio de colaboración, a lo largo de los caminos de la comunión. Todavía estamos sujetos a prácticas y formas de trabajo demasiado individualistas y fragmentadas;
  • el replanteamiento de nuestras estructuras, en busca de una mayor simplicidad, compartir y capacidad de acogida y de estar más cerca de la gente, más humanos y más felices;
  • la reorganización de las circunscripciones. El discurso sobre las agrupaciones no tienen una justificación en la escasez de personal, sino que sobre todo tienen un valor en relación con el paso de un modelo geográfico a uno ministerial, que necesita conexión, trabajo en red, intercambio de recursos y caminos;
  • la reorganización de la formación, con el fin de desarrollar las habilidades necesarias en las diversas áreas pastorales específicas.

En resumen, como atestiguan los Documentos Capitulares, “Crece la conciencia de un nuevo paradigma de la misión que nos impulsa a reflexionar y a reorganizar las actividades sobre líneas ministeriales” (AC 2015, n. 12). Recogiendo la invitación de Francisco (EG 33), el Capítulo indicó el camino de la conversión pastoral, abandonando el criterio del “siempre se ha hecho así” y lanzando caminos de acción-reflexión para repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos de evangelización (AC 2015, n. 44.2-3).
(Hno. Alberto Parise)

Visita oficial del P. Tesfaye Tadesse y del P. Pietro Ciuciulla a Uganda

LMC Uganda
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Del 6 de enero al 7 de febrero, la provincia comboniana de Uganda recibió la visita oficial del Superior general, P. Tesfaye Tadesse, y del Asistente general, P. Pietro Ciuciulla. Durante la visita, el P. Tesfaye y el P. Pietro también se reunieron con los Laicos Misioneros Combonianos de Uganda (en la foto).

El Superior Provincial, el Padre Achilles Kiwanuka Kasozi, en comunicación con las diversas comunidades de la Provincia, hizo posible que el Padre Tesfaye y el Padre Pedro visitaran todas las comunidades y se reunieran con todos los cohermanos. Así, casi en todas las comunidades pudieron tener reuniones personales con cada uno de los cohermanos y reuniones con todos los miembros de la comunidad juntos, pudiendo compartir una retroalimentación de sus observaciones sobre la situación de las comunidades.
El Padre General, en sus mensajes a los cohermanos, subrayó la necesidad de reconciliación para una vida comunitaria adecuada y, por la misma razón, sugirió a los cohermanos que celebraran reuniones comunitarias y pastorales regularmente. En particular, enfatizó la vida de oración, tanto a nivel personal como comunitario, y dijo que una comunidad que reza unida permanece unida.
La Provincia está muy agradecida por esta visita, que es un signo de comunión con todo el Instituto y un estímulo para los cohermanos en los diferentes contextos misioneros de la Provincia.