Laicos Misioneros Combonianos

Celebramos nuestro día LMC

Asamblea LMC Roma 2018

De nuevo celebramos nuestro día LMC, el tercer domingo de Adviento, el domingo de la alegría.

Es un día especial para todos los LMC desde que en la pasada asamblea celebrada en Roma en diciembre de 2018 aprobáramos ese día para que todos podamos celebrar nuestra vocación misionera juntos.

Mucho ha llovido desde entonces. De especial relevancia es la pandemia que estamos atravesando y que nos hace recordar la fragilidad de nuestra condición humana y lo pequeña que es nuestra casa común.

Antes cuando entraba la gripe u otro virus en casa iba pasando de un miembro a otro a poco que nos descuidásemos. Así está pasando con este coronavirus. Pasa de una persona a otra, de un país a otro, de un continente a otro. Este enemigo invisible nos muestra no solo nuestra debilidad sino la interconexión de toda la humanidad. Cada nueva variante nos recuerda que es algo que debemos combatir entre todos, nadie estará libre y si no somos capaces de compartir las vacunas y remedios que se van descubriendo se irá propagando una y otra vez.

Es un grito a la solidaridad, a no acaparar, pues todos estamos en el mismo barco.

Nuestra vocación misionera siempre ha sido un don en este sentido. Sabemos y nos sentimos una gran familia como humanidad. Sentimos la debilidad de nuestros hermanos y hermanas y nos disponibilizamos para salir en su ayuda dejando casa, trabajo, amigos, familia…

Sigue siendo un reto para nosotros compartir lo que hemos descubierto o se nos ha dado como don. En nuestras manos está el compartir la riqueza que cada pueblo que hemos visitado, con el que hemos compartido nuestra vida nos ha traído. Cuidar, acompañar a los demás nos ha dado muchas más alegrías de lo poco que hayamos podido hacer por nuestra parte.

No es ninguna teoría, es experiencia de vida… que no podemos callar sino compartir con todos.

Un Mundo maravilloso se nos ha dado. Conseguir una vida digna para cada persona de este planeta hará que todos podamos disfrutar mejor de nuestra propia vida.

Reconocernos hijos todos de un mismo Dios Padre-Madre que nos quiere y quiere que nos queramos y cuidemos como hermanos es la alegría que queremos compartir con todos.

En comunión con el resto de la familia comboniana y de toda la Iglesia animamos a que ello sea posible.

Celebra nuestra vocación es reafirmarnos en ella, mantenernos fieles a la llamada que hemos recibido, reconocernos limitados, pero tremendamente amados… y como no podemos guardar ese Amor salimos a compartirlo con toda la humanidad.

Nos acercamos al misterio de Jesús nacido en un pesebre a las afueras de un pueblito de palestina… acogido entre pastores y gente sencilla. Que sepamos contemplar y comprender este misterio que nos ayuda a colocarnos en la historia…

Feliz día a todos los LMC repartidos por el Mundo y muchas gracias a todos los que nos apoyáis trabajando mano a mano, con vuestra oración, con vuestras ayudas económicas… con vuestra cercanía.

Un abrazo

Alberto de la Portilla, Comité Central LMC

Tiempo de cambiar

Bautista

Comentario a Lc 3, 1-6 (II Domingo de Adviento, 5 de diciembre de 2021)

Leemos en este segundo domingo de adviento los primeros versículos del capítulo tercero de Lucas. Si miramos hacia atrás en este evangelio, podemos comprobar que los dos primeros capítulos están centrados en la infancia del Bautista y de Jesús.

Ahora Lucas da un salto y nos sitúa en otro tiempo de la historia, tanto civil (el tiempo del emperador Tiberio), como religiosa (el tiempo de Anás y Caifás), para anunciarnos un importante evento de salvación: “La Palabra de Dios – afirma el evangelista- descendió sobre el Bautista”. Esta “venida” de la Palabra se da con las siguientes características:

-Siete personajes históricos. Lucas cita a siete personajes, romanos y judíos: Tiberio, Pilato, Herodes, Filipo, Lisanio, Anás y Caifás. Como sabemos, el número siete significa en la Biblia “plenitud”. Lucas nos sugiere que lo que nos cuenta es un hecho de gran trascendencia histórica. No es la única vez que sucede. De vez en cuando la historia humana parece dar un salto cualitativo y hace “surgir” personajes que iluminan la humanidad y la hacen progresar decididamente. Juan el Bautista –nos dice Lucas- es uno de estos personajes. Al leerlo hoy, nosotros nos preguntamos: ¿Qué personaje histórico –del mundo, de la Iglesia, de mi familia- es hoy para mí alguien que me impulsa a un salto de calidad?

-En el desierto.  Esa venida de la Palabra no acontece en los palacios de los gobernantes, ni en los centros de estudios, sino en el desierto, un lugar vacío, donde el ser humano puede liberarse de todo lo accesorio, lo superfluo y banal para abrirse a la verdad de Dios sobre sí mismo y sobre el mundo. El desierto permite escuchar los susurros del Espíritu, darse cuenta de algo que el ruido del mundo habitado no nos deja percibir. Para nosotros hoy es importante encontrar lugares de desierto, de soledad, que nos permitan cuál es la voz de Dios para nosotros en este momento de nuestra vida y del mundo.

-La conversión. Esa es la llamada del Bautista, que Jesús confirmará más tarde, una llamada a cambiar de vida. No se trata de cambiar de religión, de cambiar un sistema de oraciones por otro, sino de un cambio de vida, sean cuales sean nuestros rituales religiosos. Lo importante es que cambie mi manera de vivir: en una relación sincera y honesta conmigo mismo, con los demás y con Dios.

-la salvación de Dios. El objetivo final no es que nos sintamos culpables, que nos volvamos arrugados y obsesivos de nuestros pecados, sino que experimentemos el perdón y la alegría de escuchar “la voz que suena en el desierto”. Jesús insistirá precisamente en esto: Dios no quiere condenar a nadie, sino salvar a todos.

Buen Adviento

P. Antonio Villarino

Bogotá

Erguidos, sobrios y vigilantes

velas
velas

Un comentario a Lc 21, 25-28.34-36 (I Domingo de adviento, 28 de noviembre del 2021)

Iniciamos el nuevo año litúrgico (I domingo de adviento), cuyas lecturas parecen enlazarse directamente con las lecturas de la última semana del año anterior. La primera parte del texto de Lucas que leemos hoy (versos 25 a 28) habla con lenguaje apocalíptico del “final de la historia” y de un tiempo en el que parece que “todo se derrumba”. “La angustia –dice Lucas- se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas”.

No hay que olvidar que en la Biblia frecuentemente el mar es el lugar de una violencia incontrolada y una maldad que a veces parece amenazar a la humanidad, como en el caso del Diluvio o del Mar  Rojo que impedía la liberación el pueblo elegido. El mar es imagen de un tiempo de desazón, desorden y confusión que produce temor e inquietud.

En los museos capitolinos de Roma hay una sala dedicada a la “era de la angustia”, en referencia a los siglos de transición de la cultura romana antigua a la era de la cristiandad. Era un tiempo en el que un mundo viejo desaparecía y el nuevo no acababa de afirmarse. Algo así vivieron las primeras comunidades cristianas en el siglo Primero, con la destrucción del Templo, de Jerusalén y del Sistema judío al que pertenecían.

Hoy no usamos ese lenguaje, pero sí hablamos de una época de crisis, en la que parece que ya no vivimos los valores de la Tradición, en la que abunda la confusión y una cierta violencia que nos hace perder la confianza en nosotros mismos y en Dios.

Ante tal situación, la conclusión del evangelista es: cuando suceda todo esto, no se asusten, levántense, alcen la cabeza, manténganse vigilantes y orantes. Quien está con Dios no tiene por qué temer ante las convulsiones de la historia. Como dice San Pablo, ¿quién nos separará del amor de Dios?

Vivir el adviento es renovar esta actitud de esperanza y de orante vigilancia. No se trata de ponernos nerviosos ante los males de nuestro tiempo, sino de mantenernos erguidos, sobrios y vigilantes para ver las nuevas oportunidades que se nos ofrecen.

¡Buen Adviento! ¡Buena preparación de la Navidad!

P. Antonio Villarino

Bogotá

Profetas, sacerdotes y reyes

Jesus

Comentario a Jn 18, 33-37 (Solemnidad de Cristo Rey, 21 de noviembre de 2021)

Estamos al final del año litúrgico, que se concluye con esta Solemnidad de Cristo Rey, que hay que entender bien, si no queremos cometer una grave equivocación en la manera de comprender la figura de Jesús. Ciertamente, Jesús no era rey a la manera de los reyes o gobernadores del poder civil, como Pilatos, por ejemplo. Más bien Jesús se había presentado, en su subida a Jerusalén, como un Mesías humilde (montado sobre un pollino) y ahora, ante Pilatos, se presenta como un testigo (mártir) de la Verdad.

Efectivamente, en este domingo, la liturgia abandona la lectura de Marcos y nos presenta un breve pasaje de la narración que Juan hace de la Pasión del Maestro. En ese pasaje el evangelista pone frente a frente dos personajes contrapuestos: Pilato (representante de un poder que se impone a sí mismo por la fuerza de las armas, aunque eso suponga asesinar a un inocente) y Jesús (testigo de la Verdad de Dios en libertad soberana, con serena humildad y total ausencia de temor o sometimiento de la conciencia).

Si estamos atentos a la lectura de Juan, podemos darnos cuenta que el evangelista nos presenta a Jesús como un hombre libre y, por tanto, soberano frente a un hombre poderoso pero carente de libertad propia; de hecho termina haciendo aquello a lo que otras personas le fuerzan en contra de su propio criterio. Pilato no es libre, Jesús sí. Porque, como diría en otra ocasión,  a él la vida nadie se la arrebata, sino que la entrega libremente (Jn 10,8). San Pablo explicaría más tarde, después de años de discipulado, que él “nos ha amado y se entregó a sí mismo por nosotros” (Ef 5, 2.25).

Esa profunda libertad interior que posee Jesús le hace protagonista de un Reino que no es de este mundo, es decir, del mundo de la arrogancia, la mentira, el abuso. Jesús pertenece al reino del Padre, hecho de verdad y justicia, de amor y perdón. Y por ese Reino Jesús está dispuesto a “entregar” su vida, porque ni siquiera el temor a perder su vida le ata como a la mayoría de nosotros. Él no es esclavo del temor a perder la vida, como nosotros. Él es libre y verdadero y por eso es soberano.

Celebrando esta fiesta, los discípulos de Jesús renovamos la dulce certeza de ser amados por el Enviado del Padre de una manera incondicional. Esa certeza de ser amados nos da una gran soberanía frente a tantos miedos interiores y presiones exteriores. El amor de Jesús, experimentado hoy por la presencia del Espíritu Santo en nosotros, nos libera del reino de este mundo (mentira, arrogancia, orgullo, búsqueda desordenada de riquezas o placeres) y nos introduce en el reino del Padre, es decir, nos hace libres y capaces para vivir en libertad y dignidad, en verdad y amor, como testigos de la Verdad del Padre para nosotros y para los demás. Por algo cuando nos bautizaron, nos llamaron “profetas, sacerdotes y reyes”.

El discípulo de Jesús, como su Maestro, se hace una persona libre y liberadora. Eso es lo que celebramos hoy,

P. Antonio Villarino

Bogotá