Retomamos esta serie de testimonios con el P Longinos y su experiencia misionera en Uganda.
El P Longinos nos acerca a la realidad de un país y su gente en un contexto de guerra. Especialmente la realidad de la zona Karamoja.
Retomamos esta serie de testimonios con el P Longinos y su experiencia misionera en Uganda.
El P Longinos nos acerca a la realidad de un país y su gente en un contexto de guerra. Especialmente la realidad de la zona Karamoja.
Un comentario a Jn 16, 12-15 (Solemnidad de la Santísima Trinidad, 12 de mayo de 2022)
Después de la fiesta de Pentecostés, la Liturgia católica comienza lo que se llama “tiempo ordinario”, pero con un tema de meditación nada “ordinario”, ya que se contempla el misterio de la Santísima Trinidad, una realidad insondable, a la que solamente podemos acercarnos “a tientas” y “como en un espejo”, por usar una expresión de San Pablo.
Como guía para la contemplación de este misterio, se nos ofrece un breve pasaje del evangelio de Juan en el que se nombra a Jesús-Hijo, al Espíritu y al Padre. Es decir, se menciona a las tres personas divinas.
Como siempre, esta lectura evangélica puede leerse enfatizando uno u otro aspecto, según el momento que vive cada uno o la comunidad a la que pertenecemos, ya que la Palabra de Dios es viva y eficaz, precisamente porque en ella nos habla Jesús, que, por medio de su Espíritu, nos comunica el amor del Padre.
Por mi parte, quisiera detenerme en la promesa que Jesús nos hace de conducirnos hacia la verdad plena:
“Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podréis entenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras. El me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer, lo recibirá de mí. Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer, lo recibirá de mí” (Jn 16, 12-15).
La historia humana no se ha acabado con la vida de Jesús en Palestina. La creación continúa “creándose”, el amor del Padre sigue actualizándose con cada ser humano y con cada generación; y la enseñanza de Jesús sigue germinando como una semilla cuya vitalidad sigue fuerte por la acción del Espíritu, que lo comparte todo con el Padre y con el Hijo.
En el Libro de los Hechos de los Apóstoles podemos comprobar como los discípulos, que habían vivido pocos años antes con Jesús, no tenían todos los problemas resueltos de antemano, sino que debían discernir continuamente qué hacer y cómo hacerlo. Cuando las viudas griegas se quejaron por falta de atención, los discípulos “inventaron” los diáconos o servidores de los pobres. Cuando los gentiles empezaron a querer entrar en masa en la Iglesia, que era judía, tuvieron que discernir y decidir, “ellos y el Espíritu Santo”, qué hacer.
Así el Espíritu les iba conduciendo -en libertad, responsabilidad y creatividad- a la “verdad plena”, que no es una verdad monolítica, aprendida de una vez para siempre, sino la verdad del amor de Dios que va respondiendo a cada situación y circunstancia.
Desde entonces son muchos los creyentes que hacen experiencia de esta presencia del Espíritu. Hace algún tiempo una religiosa de 90 años me contaba el origen de su vocación. Pocos meses antes de casarse, en el momento de la comunión, experimentó una presencia del Espíritu tal que tuvo claro que su vocación no era la vida casada sino la vida religiosa, que ese era el camino que el Padre le preparaba para ser feliz, para amar y ser amada… Siguió esa inspiración y encontró la plenitud de su vida.
Estoy seguro que el Espíritu nos habla a todos y a todas en este momento de nuestra vida. Lo hace a través de la Palabra, de una celebración, de un encuentro. Pero sobre todo lo hace desde el santuario de nuestra conciencia personal, donde nos habla el “maestro interior”, si sabemos guardar silencio, evitar los ruidos y abrirnos a esta presencia. Ojalá todos nosotros sepamos buscar esos espacios de interioridad, en los que escuchar la suave brisa del Espíritu, que nos conduce a la verdad plena.
P. Antonio Villarino
Bogotá
Un comentario a Jn 20, 19-23 (Solemnidad de Pentecostés, 5 de junio del 2023)
Celebramos hoy la solemnidad de Pentecostés, en la que hacemos memoria de una experiencia que la Iglesia –y todos nosotros- hace desde los primeros tiempos hasta hoy: que el Espíritu Santo la acompaña siempre, la ilumina, la fortalece, le ayuda a ser fiel y creativa a la vez. Hoy, más que un comentario directo del texto evangélico, les comparto una rápida reflexión sobre algunas manifestaciones del Espíritu.
1.- Ebriedad: El Espíritu rompe los límites de una vida estancada y anodina, dando un entusiasmo casi embriagador; rompe las barreras étnicas o religiosas, acumuladas en siglos para crear una nueva comunión; Supera las limitaciones de la persona, como le promete el profeta a Saúl: “Te invadirá el Espíritu del Señor… y te convertirás en otro hombre”(1 Sam 10,6).
Cuando alguien tiene una experiencia de invasión del Espíritu, la gente pregunta: ¿Y a éste qué le pasó? Cuando una mujer está embarazada, se le nota en la lucidez de su rostro. Cuando uno veía de cerca de la Madre Teresa de Calcuta, uno se decía: ¿Qué tiene de especial? Me pregunto si muchas veces nosotros no nos hemos vuelto demasiado “sobrios”, previsibles, maniatados por la rutina y el escepticismo. Necesitamos que el Espíritu nos emborrache.
2.- Confianza: “No habéis recibido un espíritu que os haga esclavos, bajo el temor” (Rm 8, 14-15). El Ángel le dice a María: “No temas. El Señor está contigo, su Sombra descenderá sobre ti”. San Pablo afirma: “Sé de quien me he fiado”.
3.- Interioridad: El Espíritu nos hace conocer a Dios desde dentro, no como una imposición externa: 1Cor 2, 10-12. -María guardaba todo en su corazón.
En este tiempo vivimos muy preocupados por la imagen de nosotros mismos, de nuestra comunidad, de nuestra patria. ¿Vivimos desde fuera o desde dentro de nosotros mismos? El ejemplo de Benedicto XVI fue precisamente el de quien tiene una riqueza interior tan grande, que le permite ser libre y sereno en las más grandes dificultades.
4.- Sensibilidad: El Espíritu nos hace sensibles en dos direcciones aparentemente opuestas, pero que son parte de la misma realidad: por un lado, sensibilidad a los bello en todos sus sentidos (la naturaleza, la música, la poesía, un gesto elegante…); y, por otro, sensibilidad al dolor del otro: “vuestras alegrías son las mías y vuestras penas también son las mías” (Comboni en Jartum). El Buen Samaritano se para ante el desventurado y se pone a su servicio (Lc 10, 30.37).
5.- Libertad-Parresía (coraje lleno de libertad): Dónde hay Espíritu hay libertad (2 Cor 3, 17-18). San Francisco tuvo el coraje de desnudarse y descalzarse como signo de libertad. Comboni tuvo la audacia de lanzarse a una misión casi imposible… Pero esta audacia no es fruto del voluntarismo, sino del Espíritu que habita en la persona. (Hech 4,13; 5,20, 27-32);
6.- Dinamismo misionero: El Espíritu mueve a los Apóstoles a dejar Jerusalén (Hch 8, 26-39), a la comunidad de Antioquía a escoger a Pablo y Bernabé y enviarlos; a Pablo a romper con las tradiciones y a fundar una Iglesia universalista, más allá de las estrecha cultura judía… Hoy necesitamos un nuevo dinamismo, que nos lance a los nuevos desafíos del mundo de hoy, pero no será fruto de planificaciones, sínodos, encuentros… será fruto del Espíritu.
7.- Diálogo: Cuando estamos movidos por el Espíritu podemos entrar en diálogo profundo, yendo más allá de las apariencias y superficialidades. El Espíritu produce hombres inspirados, capaces de hablar lenguas (Hech 2, 4), es decir, de entenderse, más allá de las diferencias lingüísticas y culturales;
8.- Alegría: La alegría del Evangelio. “Les comunico una buena noticia, les ha nacido un salvador”
9.- Resiliencia, capacidad de resistir: A veces parece que el Reino de Dios no llega. ¿En qué ha quedado la promesa? Para el Señor mil años son como un día (2Pe 3, 3-9).
10.- Gratuidad: Contraposición entre la lógica de los perfumes y del dinero, de la gratuidad frente a eficiencia, como en la contraposición entre la lógica de Judas y la mujer que derrama el bote de perfume en los pies de Jesús (Mc 14, 3-9).
Es el mismo Espíritu de Jesús que habita en su Iglesia. “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”. “Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.
Cuando pierde el Espíritu, el discípulo divaga (inventa su propia Iglesia) o se convierte en un cadáver, supuestamente fiel, pero muerto, sin vida, sin una palabra iluminadora, sin signos de liberación, sin comunión auténtica, sin misión. La Iglesia, si es habitada por el Espíritu, no tendrá miedo a innovar, a dar respuestas nuevas a problemas y situaciones nuevas. Respuestas que ella no las daría por sí misma, como en el caso del concilio de Jerusalén, pero que, llegado el momento, se siente con autoridad para darlas.
P. Antonio Villarino
Bogotá
Para que la celebración del 19° Capítulo General de los Misioneros Combonianos traiga abundantes frutos de alegría y entusiasmo misionero en el redescubrimiento de la experiencia carismática de San Daniel Comboni, para hacer presente hoy el misterio de la gracia que le fue concedida en la misión a las periferias de la experiencia humana. Oremos.
Un comentario a Lc 24, 46-53 (29 de mayo de 2022; Ascensión del Señor)
Leemos hoy los últimos versículos del evangelio de Lucas, que sorprendentemente termina con las siguientes palabras:
“Se volvieron a Jerusalén con alegría y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”.
El mismo Lucas en su segundo libro, Los Hechos de los Apóstoles, explica un poco más el ambiente que reinaba en aquella primera comunidad de discípulos cuando el Maestro ya no estaba con ellos:
“Unánimes y constantes, acudían diariamente al templo, partían el pan en las casas y compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y se ganaban el favor de todo el pueblo”.
Alguien ha dicho que esta descripción lucana del ambiente positivo, alegre, orante, fraterno y lleno de “bendición ” de las primeras comunidades es una visión utópica y poco realista, porque la realidad suele ser bastante más prosaica y llena de sombras, sin que falten los conflictos, las traiciones y los pecados.
Pero Lucas no ignora esta realidad. Por el contrario, en el texto que leemos hoy, se nos recuerda que “el Mesías padecerá”. De hecho, Jesús padeció y murió, fue insultado, traicionado y negado. De hecho, padecieron los primeros discípulos, que fueron perseguidos y asesinados y contaron también con traidores y pecadores entre sus filas.
Así sigue sucediendo también con nosotros. La vida no siempre es de color de rosas. La vida es una lucha, en la que no faltan los sufrimientos, las separaciones, las batallas perdidas, las traiciones y los pecados, propios y ajenos. Pero nada de eso tiene la última palabra. Jesús concluyó su paso por este mundo bendiciendo, encomendando a los suyo la misión que tenía en el corazón y prometiendo el Espíritu Santo. Por eso la Ascensión es una separación, pero con una presencia que continúa, una presencia que da alegría, fidelidad, misión.
En cada etapa de nuestra vida personal o familiar, en cada época de la historia tenemos que renovar nuestra fe en esta promesa del Espíritu, en el triunfo de Dios, en la victoria del amor, de la verdad y del bien. En esa promesa y en esa esperanza está anclada nuestra fidelidad, nuestra alegría y nuestra determinación de continuar la Misión. Ante cada nueva batalla sabemos que el Espíritu prometido por Jesús no nos fallará, sino que estará con nosotros y nos impulsará a ser testigos y anunciadores de cambio y conversión.
Esa certeza íntima nos da una alegría resistente, que no se apaga y nos lleva a vivir siempre bendiciendo, anunciando el perdón de los pecados, testimoniando el permanente amor misericordioso del Padre de Jesús y padre nuestro, creando fraternidad, hasta que concluyamos, como Jesús, retornando al seno del Padre, donde ninguna vida se acaba sino que se transforma.
P. Antonio Villarino
Bogotá