Laicos Misioneros Combonianos

Familia Comboniana (España) en Almería

LMC España

LMC EspañaLa semana pasada se reunió en Granada (España) la comisión de Familia Comboniana para seguir dándole forma al nuevo proyecto de misión que como familia misionera queremos empezar en Almería, concretamente en S. Isidro de Níjar.

La realidad de los migrantes allí instalados, la mayoría africanos, nos interpela y nos llama a dar una respuesta desde nuestro Carisma Comboniano de “Salvar África con África”.

Gracias a la comisión por vuestro empeño y trabajo y por sonar juntos/as un nuevo tipo de presencia misionera como Familia.

Compartimos un pequeño video de una de las visitas que se hizo a los distintos asentamientos de migrantes el curso pasado y que muestran la realidad que allí nos encontramos.

LMC España

Ayllu comunidad LMC en Arequipa Peru

Llegar a la misión es llegar a casa. No a aquella que nos vio nacer, sino a otra que ahora nos acoge, donde ahora dormimos, crecemos y amamos. Llegar a la misión es llegar al pueblo. No a aquel que nos vio nacer, sino al otro que nos recibe de brazos abiertos como se fuésemos hijas que regresaron a casa. Llegar a la misión es abrazar otro pueblo. No aquel que nos vio nacer sino aquel que de brazos abiertos se predispone a crecer con nosotras. Cada persona es un mundo y tiene un mundo para compartir con nosotras. En cada persona encontramos a Dios y es ese Dios y ese mundo que hoy os pretendemos mostrar. Es en este paisaje donde todos los días despertamos en la confianza y adormecemos bendecidas.  Esta misión no es nuestra, es de todos y queremos que caminen cada día y cada historia con nosotras.

Paula y Neuza. LMC en Peru

Piquiá

LMC Brasil

LMC BrasilFui a visitar una mina a cielo abierto, la mayor mina del mundo de extracción de hierro situada en la sierra de Carajás. Cuando llegué quedé impresionada por sus dimensiones, miré como técnico aquella explotación y pensé: hace tiempo habría dado todo para trabajar en un lugar como éste… Después contemplé la realidad de aquel espacio y sentí un dolor muy grande, me acordé de todos los que se ven afectados por los impactos que provoca a lo largo de cientos de kilómetros. No fue casual que tuviéramos que viajar una noche entera para visitar esta mina, es que entre la Sierra de Carajás y el Puerto de São Luís está Piquiá.

Y en Piquiá, misión donde nos encontramos, sentimos bien de cerca los impactos socio-ambientales causados por ella. El material extraído en este lugar es transportado en tren a Piquiá para ser trabajado en las varias siderúrgicas aquí instaladas y luego encaminado nuevamente en tren hacia el puerto de San Luis desde donde sale a diferentes destinos del mundo.

Piquiá es un barrio de la periferia de Acailândia, MA, y se divide en Piquiá de Cima, donde vivimos, y Piquiá de Baixo, donde las siderúrgicas están instaladas en los patios de las casas.

LMC BrasilLos habitantes de Piquiá de Baixo sufren diariamente con la contaminación proveniente de estas industrias. Con la llegada del verano la contaminación está aumentando y todos los días es posible ver nubes negras saliendo de las chimeneas sin ningún tipo de control de emisiones y sin ningún tipo de fiscalización por parte del gobierno. Es impresionante la cantidad de polvo de hierro que se encuentra en el aire, y el daño que provoca en nuestro bienestar y salud. En las visitas que hice a las familias de Piquiá de Baixo, no pude quedar indiferente a las historias de vida y sufrimiento vividas por esta comunidad debido a la contaminación y al impacto ambiental destructivo provocado en este lugar que era un pequeño paraíso.

A lo largo de los años las luchas han sido muchas, la población se ha unido para luchar por lo que son sus derechos, un ambiente sano y limpio para vivir y, poco a poco, han ido obteniendo sus conquistas en esta lucha contra gigantes por una vivienda digna. En este momento ya tienen un terreno y un proyecto para la construcción de un nuevo barrio, el Piquiá de la Conquista, distante del foco de la contaminación. Ahora el mayor obstáculo es la burocracia, pero la esperanza sigue viva…

¡Piquiá de abajo, reasentamiento ya!

LMC Brasil

Liliana y Flávio LMC Brasil

Oración por Brasil

Oracion BrasilEl grito de los excluidos, es un movimiento que sale a las calles el 7 de septiembre, día que se conmemora la independencia de Brasil.

Este grito es una manifestación del pueblo que denuncia como el gobierno no representa la voluntad popular, sino que, por el contrario, defiende los intereses de las élites.

Ya que no podíamos participar de esta manifestación simbólica y no pudiendo quedar indiferentes a esta causa, realizamos en la parroquia de Santa Luzia, una vigilia de oración por Brasil la noche del día 6. Fue un momento muy bonito y cargado de simbolismo, en el que unimos nuestros corazones a Cristo y recordamos el sufrimiento de los que son perseguidos y de todos los que ven negados sus derechos. Pedimos por un país más justo y una vida más digna. En este momento de encuentro con la comunidad y con Dios sentí mi corazón en alabanza, dando gracias por este pueblo:

… que se une en oración;

… que no baja los brazos ante las adversidades;

… que no sólo apunta el dedo, pero también se manifiesta ante los gobernantes corruptos;

… que no pierde la esperanza;

… que me enseña todos los días que parar es morir, que sufrir es vivir y que el amor es siempre posible.

Oracion BrasilFlávio y Liliana, LMC Brasil

Primeros días de Marisa en Mozambique

Marisa MozambiqueJueves, 10 de agosto de 2017
Son las 5:00 de la mañana y la agitación dentro del avión sugiere que el aterrizaje en Mozambique está llegando. Algunos todavía duermen. Está siendo un vuelo tranquilo, con tiempo para todo: descanso, ver películas, impaciencia, ganas de estirar las piernas,… “¡Todo esto está sucediendo!”. El señor que viaja en la ventana, a mi izquierda, abre la “cortina”. ¡Wow! Está amaneciendo, que bendición: el primero, primerísimo milagro del que soy testigo en esta tierra es el amanecer. Magnífico. No consigo ver sino un cuadro pincelado con colores cálidos. Es imposible quedar estéril ante tanta belleza, estos colores me llenan de alegría y me calientan. Me entran ganas de aterrizar ahora mismo.
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¡Estoy en Mozambique! Llegué a Maputo. Hace calor y los olores se notan aún más con la temperatura. Los colores contrastan entre sí, el azul de la bahía parece unirse al cielo. La gente es sonriente y curiosa. Hay alma nueva aquí. La vida ocurre a un ritmo bastante singular.
A mi espera en el aeropuerto estaba el Padre Pablo, Misionero Comboniano. Me aguarda con una revista “Audacia”, sonríe tan pronto como me percaté del “código de localización / identificación” – “menos es más” y “para buen entendedor pocas palabras bastan”.
Me llevó a la Casa Provincial. Por el camino me mostró alguna que otra cosa. Pasé la mañana en aquella Comunidad de Maputo.
Después del almuerzo me dirigí al aeropuerto. Si Dios quiere, al final de la tarde estaré en Nampula con Kasia.
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Estaría más o menos a mitad del viaje de Maputo a Nampula cuando Samuel, de 6 años, comenzó a recorrer el avión de un lado a otro repetidamente. El cojín con el que jugaba cayó cerca de mi lugar. Lo cogí y estiré el brazo para devolvérselo.
– ¿English? Abanó la cabeza hacia la izquierda. ¿Portugués? Abanó la cabeza hacia la derecha.
– Portugués, moví la cabeza concordando. Reímos e hicimos “más cinco!”.
Jugamos y conversamos un poco sobre todo y sobre nada.
En un momento dado me contó:
– Voy a encontrar a mi familia, a mis hermanos. ¿Y tú?
– Yo también – respondí sin pensar.
Reparé después de la respuesta que le había dado: “yo también”… Dios quiera y me ayude para que así sea.

Aterricé en Nampula al final de la tarde. Estaba ya oscuro. Todavía estaba esperando las maletas cuando Kasia entró en la “sala”… ¡Qué bueno sentirme acogida y recibida con ese entusiasmo que la hizo “invadir” ese espacio para venir a mi encuentro!
De allí fuimos a casa de las Hermanas. Cenamos, hablamos, descansamos. Al ir al cuarto me di cuenta “realmente” de la novedad que estaba ocurriendo: red mosquitera en la cama. No hay duda, “¡esto está sucediendo!”.
Me tumbé feliz y agradecida a Dios por todas las gracias que he me ha dado hasta ahora, particularmente, a lo largo del día de hoy. El resto, que sea como Él quiera.
Viernes, 11 de agosto de 2017
Esta tarde, yo y Kasia, retomamos camino, ahora a Carapira, donde está nuestra misión, nuestra casa. Por el camino me deleité con el paisaje. Mi primera o ‘mayor’ impresión de África, de Mozambique, es el espacio – un espacio donde se pierde la vista, donde todos los caminos son largos, en los que hay un silencio del propio paisaje que se hace sentir dentro de nosotros. Un paisaje sin fin que nos demanda paciencia y tiempo para la contemplación. Creo que es imposible no quedarse extasiado con esta poesía que habita el mundo y que es una inmensidad, el horizonte de Dios.
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Por la noche, después de la cena, recibimos en nuestra casa una pareja de laicos locales, los profesores Martinho y Margarita, las Hermanas Combonianas (Hermanas Clarinda, Eleonora, Maria José y Teresinha), el Hermano Luigi y el Padre Firmino. Fue un momento hermoso y alegre de convivencia que probó, una vez más, el sentido de hospitalidad, sobre todo, que aquí se vive.
Marisa MozambiqueMiércoles 16 de agosto de 2017
Me desperté esta noche pensando que la hora de levantarme estaría cerca. La falta de luz, dentro y fuera de la habitación, me decían que no. Tomé la linterna, apunté al reloj junto a la cama y los punteros me confirmaron que era noche, y bien de noche. Tenía al menos unas tres horas hasta las primeras señales del día. No pude dormir. Me senté en la cama, me incliné en la pared y descansé en la quietud tan singular que aquí se encuentra en horas como aquellas. “¡Qué paz!”, pensaba, mientras recordaba aquella hermosa expresión que tanto sentido me hizo de San Juan de la Cruz – “la noche es el tiempo de la casa sosegada”.

Jueves, 17 de agosto de 2017
Esta mañana paseé por primera vez por barrio, visitando la comunidad. En el camino de regreso mi corazón estaba lleno de alegría. Jugué con los niños. Aquellos que me hablaban en macúa, no conseguí entender lo que me decían. Así como tampoco me comprendían a mí. Pero reímos y jugamos, y con esta alegría de ser niños conseguimos asegurar afectivamente alguna comunicación no verbal. Con los niños, hasta ahora, por lo menos, ha funcionado…
Al pasar por la entrada de la escuela, conversando con Sergio estaba una señora. Nos saludamos:
– ¡Salama! Ihàli?
– ¡Salama! Khinyuwo?
Y no dio para más. Si no contara con la ayuda de Sergio, no habría entendido lo que ella me intentaba comunicar. Por un lado, me sentí agradecida: por la señora que, aun comprendiendo que necesitaba traducción sistemática, no desistió en hablar conmigo y preguntarme cómo estaba la familia y la salud; por la persona que me acompañó y tradujo pacientemente la conversación. Por otro lado, me sentía avergonzada por no entender lo que me estaba diciendo (no sólo allí, en aquel momento, pero durante toda la mañana, y en otros momentos singulares durante la semana, como por ejemplo, en la eucaristía del Domingo que se celebró en lengua Macúa).
“Depender de traducciones exige paciencia y humildad… arrodíllate Marisa, hazte pequeña y agradece”, me consolé.
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Regresé a casa. Estaba arreglando unas cosas cuando oigo una voz joven:
– Hoti? (¿Con permiso?)
– Hotìni (por favor), respondí.
Abrí la puerta y una joven me esperaba con una sonrisa. ¡Cáspita! Estoy sola en casa… si me viene a pedir ayuda para lo que sea, no sé cómo voy a responderle porque todavía no conozco nada… “, pensaba mientras salía…
– Soy Ancha, ¿oíste hablar de mí? He venido a presentarme y darte la bienvenida…
Allí hablamos durante un rato. “Tiempo”… las personas aquí conversan y “pasan” tiempo unos con otros – desinteresadamente. Este preliminar fue una lección más. Aprende, Marisa.
Al despedirse me dijo cualquier cosa en macúa. No comprendí ni conseguí devolverle una respuesta. “Tengo que aprender cualquier cosa de macúa… es lo mínimo que siento que puedo hacer, por ahora, como reconocimiento a tanta hospitalidad del pueblo…”, me dije a mí misma al entrar en casa.
Aun así… a pesar de la incomodidad que podemos sentir cuando no sabemos algo, no saber «nada» también conlleva algo de salud interior y creatividad.

Marisa MozambiqueMarisa Almeida, LMC en Mozambique