Laicos Misioneros Combonianos

Un Plan, tan antiguo y tan nuevo

Comboni

«El Espíritu del Señor Yavé está sobre mí, porque Yavé me ha ungido. Me ha enviado con buenas noticias para los humildes, para sanar los corazones heridos, para anunciar a los desterrados su liberación, y a los presos su vuelta a la luz. Para publicar un año feliz lleno de los favores de Yavé» (Isaías 61,1-2a)

«El católico, acostumbrado a juzgar las cosas con la luz que le viene de lo alto, miró a África no a través del miserable prisma de los intereses humanos, sino al puro rayo de su Fe; y descubrió allí una miríada infinita de hermanos pertenecientes a su misma familia, por tener con ellos un Padre común arriba en el cielo […] Entonces, llevado por el ímpetu de aquella caridad encendida con divina llamarada en la falda del Gólgota, y salida del costado del Crucificado para abrazar a toda la familia humana, sintió que se hacían más frecuentes los latidos de su corazón» (Escritos, 2742)

Queridos hermanos, paz y buena voluntad en el Señor Jesús, misionero del Padre.

Con profunda alegría y gratitud os saludamos con ocasión de la solemnidad de San Daniel Comboni. Esta celebración nos recuerda que debemos hacer «memoria» (anamnesis) tanto de la vida del Fundador, vivida con inmensa pasión, como de su muerte, acogida como don de amor por los más pobres y abandonados, para que la vida y la misión de cada uno de sus hijos e hijas espirituales se conviertan verdaderamente en “amor encarnado” en nuestro servicio misionero.

Esta memoria del nacimiento a la vida eterna (dies natalis) de nuestro santo Fundador nos desafía a profundizar en su carisma, como herencia viva que debe animarnos en toda actividad misionera en el mundo de hoy como “discípulos misioneros” de Jesús, según el estilo comboniano.

Recientemente, hemos recordado el 160 aniversario de la experiencia carismática fundante vivida por Comboni el 15 de septiembre de 1984, durante el triduo de preparación a la beatificación de Margarita María Alacoque, mientras rezaba ante la tumba de San Pedro en Roma. Fue una experiencia que le llevó a concebir el Plan para la Regeneración de África. Este Plan no es sólo un texto, una simple estrategia operativa o un sueño acariciado, sino el fruto de una inspiración “de lo alto”, es decir, del Espíritu Santo, que “llamó” a Comboni y le envió a anunciar el Evangelio de Jesús a los más pobres y abandonados.

Por su gran pasión por la salvación de los africanos y su entusiasmo misionero, «encarnó» ese Plan en su vida. Después de él, sus misioneros -auténticos “hijos suyos” al hacer suyo su sueño- siguieron “encarnando” ese Plan en su vida, su generosidad, su espíritu de sacrificio y su valentía apostólica. Hoy, seguimos haciéndolo, ampliando y actualizando la inspiración primordial del Fundador, no sólo en África, sino en todos los continentes, con el mismo espíritu (carisma), en el mundo de nuestro tiempo, habitado todavía por personas y pueblos que sufren, que son marginados, explotados, vilipendiados, víctimas de atroces injusticias, e incluso asesinados. En los últimos meses, la situación en Sudán se ha vuelto particularmente dramática debido a un conflicto que parece no tener fin.

Somos los «herederos» de un verdadero tesoro, «inspirado y vivo» más que nunca. Y nos hace bien volver a recordar las principales ideas de ese Plan. Permítanme enumerar algunas de ellas.

En primer lugar, la convicción de que la evangelización de África debe ser llevada a cabo por los propios africanos, que no pueden permanecer como meros espectadores, sino que deben convertirse en protagonistas de su propia historia nueva de liberación y dignidad.

En segundo lugar, el sentido llamamiento dirigido a toda la Iglesia para que se comprometiese íntegramente en la promoción de la evangelización de África, convocando y comprometiendo a todas las fuerzas misioneras existentes en el mundo en aquel momento e invitándolas a cooperar con verdadero espíritu sinodal.

En tercer lugar, la visión de la misión como un binomio inseparable de “anuncio del Evangelio” y “promoción humana”. Tuvieron que pasar 100 años para que la Iglesia convocara el Concilio Vaticano II (1962-65) y el Papa Pablo VI anunciara la convocatoria regular del Sínodo de los Obispos (1965). El tercer Sínodo, en 1971, produjo un documento muy sólido, capaz de sostener la acción activa de la Iglesia en cuestiones de justicia y paz globales. Espléndidamente valiente y profética fue la siguiente declaración de los obispos: «La acción por la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presentan claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, de la misión de la Iglesia para la redención del género humano y la liberación de todo estado de cosas opresivo» (Justicia en el mundo, 6).

No podemos dejar de captar la profecía, actualidad y urgencia de la propuesta misionera formulada en el Plan, caracterizada por un auténtico espíritu misionero y por estrategias válidas también para nuestro tiempo y la humanidad de hoy. No es indebido percibir en la visión de Comboni una verdadera sintonía también con el tema del Sínodo sobre la Sinodalidad que se está celebrando actualmente en Roma y que nosotros, hoy hijos de Comboni, estamos llamados a hacer nuestro.

Sin embargo, para descubrir la riqueza de la visión del Plan y hacerla operativa en nuestras vidas, debemos asumir la actitud de profunda oración y docilidad al Espíritu que tuvo el Fundador. Pidamos al Espíritu Santo que descienda sobre nosotros como descendió sobre él, permitiéndole “ver la hora de África” y sentir dentro de sí un deseo irreprimible de dedicarse por entero como “don gratuito” a una nueva misión africana que respondiera a las urgencias y desafíos de su tiempo.

Al fin y al cabo, se trata de tener el valor de partir siempre de nuevo del Señor, de dejarse impulsar por su Espíritu, sin caer nunca en la tentación de la autorreferencialidad, que no sólo empobrece la misión, sino que la destruye, tal como nos recuerdan las Reglas de 1871: «El Misionero de Nigrizia, despojado de todo yo, y privado de toda comodidad humana, trabaja únicamente para su Dios, para las almas más abandonadas de la tierra, para la eternidad» (Reglas del Instituto de Misiones para la Nigrizia, 1871; Escritos 2702).

Es evidente que el Plan concebido por Comboni, antes de convertirse en un documento escrito, era también un sueño y una pasión, una fuerza irreprimible en su corazón que se desbordaba en caridad. Podemos decir que el Plan es la expresión de un amor tan genuino y sentido que se convirtió en fuente de misión.

¡Nosotros también necesitamos ese amor! Preguntémonos: ¿qué pasiones me impulsan a vivir la misión hoy? ¿Cómo salta mi corazón cuando me encuentro con la injusticia, la opresión, la fría indiferencia y los muchos otros males de nuestra sociedad actual? En la rutina diaria de mi vida, ¿hay todavía espacio, tiempo y apertura a Dios para que su Espíritu entre en mi corazón y lo sostenga? ¿Hasta qué punto mi amor por los pobres me obliga a darme todo por ellos, suscitando en mí una fuerza tal que transforme mi vida en un don de amor?

En este mes de octubre, “mes misionero”, tenemos la oportunidad de seguir y vivir el Sínodo de los Obispos. Aprovechemos esta experiencia de comunión eclesial, en la escucha sincera, en la acogida fraterna y en el caminar juntos, conscientes de que el Espíritu que inspiró a Comboni puede también inspirarnos y ayudarnos a superar nuestras debilidades y a producir frutos que sean expresión de la perenne solicitud que Dios tiene por todos sus hijos e hijas, especialmente por los más débiles y sufrientes.

Pedimos el don de nuestra Familia Comboniana para que se llene de un amor que se haga realidad, como respuesta concreta a los desafíos de la misión de hoy, siempre dispuestos a hacer causa común con los pobres.

Felicidades a todos en esta gozosa solemnidad.

Roma, 10 de octubre de 2024

El Consejo General MCCJ

Espiritualidad misionera comboniana

Espiritualidad comboniana

El pasado sábado pudimos disfrutar de una formación sobre Espiritualidad Misionera Comboniana a cargo del misionero Comboniano, padre Vittorio Moretto.

Una formación que recorre los aspectos centrales de esta espiritualidad misionera y nos da pistas de como vivir nuestra vocación misionera como Laicos Misioneros combonianos.

Os animamos a verla en comunidad.

La sesión está grabada en español.

Solemnidad del Corazón de Jesús

Corazón de Jesús

Introducción

Compartimos este folleto como guía para ayudarnos a vivir más intensamente la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (16 de junio), acogiendo la invitación que nos hace el XIX Capítulo General: profundizar y asumir nuestra espiritualidad, marcada por algunos elementos específicos que crean nuestra identidad de Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús.

Pedimos a los hermanos de cada comunidad que estudien y encuentren la mejor manera de prepararse para la Solemnidad: podríamos optar por un día de retiro, o una serie de encuentros de oración y/o convivencia…

El texto fundamental que debe guiarnos en esta reflexión es el nº 3 de la Regla de Vida:

El Fundador encontró en el misterio del Corazón de Jesús el impulso para su compromiso misionero. El amor incondicional de Comboni por los pueblos de África tuvo su origen y su modelo en el amor salvador del Buen Pastor, que ofreció su vida en la cruz por la humanidad: “Y confiando en ese Corazón sacratísimo… me siento tanto más dispuesto a sufrir… y a morir por Jesucristo y por la salud de los infelices pueblos del África Central” (Escritos, 4290).

Y he aquí las palabras del XIX Capítulo general sobre el tema:

12.     Soñamos con una espiritualidad que nos permita seguir creciendo como familia fraterna de consagrados enraizados en Jesús, en su Palabra y en su Corazón, y contemplarlo en el rostro de los pobres y en la experiencia vivida por San Daniel Comboni para ser misioneros.

14.3   Queremos sensibilizarnos con los aspectos fundamentales del carisma (por ejemplo, la Cruz, el Corazón de Jesús, la opción por los más pobres y abandonados) a través de la visión, el espíritu y la sensibilidad de Comboni, para ir a las raíces de su espiritualidad y reapropiarnos de ella.

Podemos pensar nuestra vida misionera como un “viaje” que parte del Corazón de Jesús y llega a nuestro propio corazón, para alcanzar después el corazón de las personas con las que compartimos la historia y el destino. Ser -o más bien llegar a ser- “personas consagradas enraizadas en Jesús, en su Corazón” significa llegar a ser lo que somos, realizando la identidad que recibimos del Señor, gracias a San Daniel Comboni. Misioneros del Corazón de Jesús es nuestro nombre.

El librito de nuestra Regla de Vida contiene, al final, una Carta sobre el nuevo nombre del Instituto, especificando lo que inspiró la nueva elección en 1979. Es bueno releer y meditar este texto, como un primer momento de profundización.

Nuestra Regla de Vida, en el n. 3, nos propone la experiencia de Comboni: su compromiso misionero y su amor incondicional a los pueblos de África Central tuvieron su origen y su modelo “en el amor salvífico del Buen Pastor” que se deja traspasar por el Corazón. El mismo Comboni, releyendo su experiencia cada vez con mayor conciencia, habla de sí mismo como de alguien que

“transportado por el ímpetu de aquella caridad encendida con llama divina en el Gólgota, y que surgía del costado del Crucificado para abrazar a toda la familia humana, sentía latir con más frecuencia los latidos de su corazón; y una fuerza divina parecía impulsarle hacia aquellas tierras…, para estrechar en sus brazos y dar el beso de paz y de amor a aquellos… sus hermanos” (Escritos, 2742).

El Corazón de Jesús es el alma de la misión y su motivación fundamental.

Ciertamente es bueno buscar y crear programas, estrategias, estructuras para la misión, pero no olvidemos que ante todo estamos llamados a “avivar el don” (2 Tim 1,6ss). La tentación podría ser el cansancio (acedia) que seca el alma y crea pesimismo, fatalismo, desconfianza y tibieza, o el deseo de convertirnos en “protagonistas”, como si fuéramos el fin de la misión.

A este respecto, podríamos tomar algunos textos de la Evangelii Gaudium: 26; 259; 264; 266-267

Contemplar y asumir

Para enraizarnos en los sentimientos del Corazón del Hijo de Dios, Jesús, el camino propuesto por nuestra Regla de Vida, como fruto de la experiencia consciente, se desarrolla en torno a dos palabras: contemplar y asumir.

Con otras palabras, que encontramos en los Evangelios, podemos decir: “acércate a Jesús”, “ve en Él al Hijo amado y consagrado por el Espíritu del Padre”, “cómelo para asimilar cada vez más sus sentimientos” …

Esto sucede, sobre todo, cuando dejamos que el Señor Jesús penetre en lo más profundo de nuestro corazón y saque a la luz sentimientos, pensamientos, actitudes y deseos que no son los de quien está consagrado al Señor.

Dejemos que Jesús nos sane, nos renueve y nos transforme. Entonces nos convertiremos en personas “conquistadas por Cristo” y animadas por el deseo de conquistar a los demás para Él (cf. Flp 3, 2).

Contemplar” y “asumir” no se convierten en acciones “voluntarias”, porque, en verdad, son “gracia” a la que respondemos con nuestra conciencia y disponibilidad.

a)    Podemos describir “contemplar” de la siguiente manera:

  • “tener los ojos fijos en Jesús”;
  • “estar a los pies de la Cruz”, como etapa importante de un largo camino, durante el cual hemos visto los gestos y escuchado las palabras de Jesús, aun sin captar plenamente su significado;
  • “estar a los pies del crucificado”, para recibir los dones que nos han venido de su Corazón: su Espíritu, el agua y la sangre; María
  • “revestirnos de Cristo”, haciendo nuestros sus “vestidos”, es decir, sus sentimientos;
  • “dejarnos traspasar el corazón”, para que los dones del Señor no se queden en la superficie de nuestro corazón, sino que penetren profundamente.

b)   “Asumir” sugiere:

  • hacer nuestros los sentimientos de Jesús, para que entren realmente en nosotros, dispuestos a asimilarlos progresivamente, para que determinen nuestras líneas de acción o conducta, toquen nuestros criterios de elección, modelen nuestros deseos y fortalezcan nuestras metas;
  • al asumir los sentimientos de Jesús, descubrimos en nosotros -o cerca de nosotros- obstáculos, trabas, fragilidades;
  • esto nos lleva a “contemplar” de nuevo y más profundamente a Jesús, dejándonos animar por la fuerza de atracción que ejerce, pidiendo su perdón, su fuerza y su gracia;
  • así, las dificultades que encontramos no apagan la vida espiritual, sino que la fortalecen y la hacen crecer;
  • “asumir los sentimientos de Jesús” se convierte en nosotros en una necesidad interior de “permanecer injertados en él”.

Algunos textos que pueden iluminarnos

“Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de consolación: mirarán al que traspasaron. Lo llorarán como se llora a un hijo único; lo llorarán como se llora al primogénito” (Zacarías 12,10).

“Otro pasaje de la Escritura dice de nuevo: Volverán sus ojos a aquel a quien traspasaron” (Juan 19:17).

Véase también: Apocalipsis 1:1-48; Juan 15.

De las Reglas del Instituto de las Misiones para la Nigrizia – 1871:

“[Los alumnos del Instituto] formarán esta disposición esencialísima teniendo siempre los ojos fijos en Jesucristo, amándole tiernamente y esforzándose por comprender cada vez mejor lo que significa un Dios muerto en la cruz por la salvación de las almas” (Escritos 2721).

Nuestra Regla de Vida, en el n. 3.2, enumera tres actitudes interiores de Cristo, que el comboniano está llamado, en virtud de la misma vocación de Jesús y de Comboni, a contemplar y asumir:

  1. su donación incondicional al Padre;
  2. la universalidad de su amor al mundo;
  3. su implicación en el sufrimiento humano y en la pobreza.[1]
  1. La entrega incondicional de Jesús al Padre

Podríamos rezar con estos textos, tomados de Juan:

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. En cambio, el asalariado, que no es pastor y a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona a las ovejas y huye, y el lobo las rapta y las dispersa; es un asalariado y no le importan las ovejas.

Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy mi vida por las ovejas. Y tengo otras ovejas que no son de este redil; a ésas también debo conducir; oirán mi voz y serán un solo rebaño y un solo pastor. Por eso me ama el Padre: porque ofrezco mi vida, para volver a tomarla. Nadie me la quita, sino que yo la ofrezco de mí mismo, porque tengo el poder de ofrecerla y el poder de volverla a tomar. Este mandato lo he recibido de mi Padre” (Jn 10,11-18).

“El mundo debe saber que amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha mandado” (Jn 14,31).

“Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre, que me ha enviado, me ha mandado lo que debo hablar y lo que debo decir. Y yo sé que su mandamiento es vida eterna. Por tanto, lo que yo digo, os lo digo a vosotros como el Padre me lo ha dicho a mí” (Jn 12, 49-50).

Contemplamos a Jesús como el Hijo que vive y obra según el designio del Padre, al que ha visto, oído (Jn 5) y asumido en la libertad del amor de su Hijo amado. Jesús puede decir que el Padre actúa en él:

“Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Las palabras que yo os digo, no las hablo por mí mismo, sino que el Padre que está conmigo hace sus obras” (Jn 14,10).

Su vida es una respuesta de amor al amor del Padre (cf. Jn 13,1-4).

2.    La universalidad del amor de Cristo por el mundo

“Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16)

“El amor de Cristo nos impulsa a pensar que uno murió por todos y por eso todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co 5,14-15).

Pensemos en el testimonio que el Evangelio nos da de Jesús como peregrino, recorriendo pueblos y aldeas. Allí donde viven hombres y mujeres, Jesús se hace presente:

«Les dijo: “Vayamos a las aldeas vecinas, para que predique también allí, pues para eso he venido”» (Mc 1,38).

Jesús se encuentra con la gente en todas partes: en las sinagogas y en las casas, en las plazas y a lo largo de los caminos, en la montaña y junto al lago… Se encuentra con hombres y mujeres, adultos y niños, judíos y prosélitos, sirofenicios y griegos. No se mueve sólo por Palestina, sino que va más allá de las fronteras de la Tierra Prometida. Lo encontramos en Jerusalén y en la Decápolis.

Habla y discute con fariseos, saduceos, publicanos, pecadores… Todo lo hace con gran amor, amor que da a todos, sin exclusión. Aunque tiene una clara preferencia por los últimos y los excluidos.

3.    La implicación de Jesús en el dolor y la pobreza de hombres y mujeres

He aquí otros textos bíblicos que pueden inspirarnos en nuestra oración:

“Cuando llegó la noche, le trajeron muchos endemoniados, y él expulsó los espíritus con su palabra y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera lo que había sido dicho por el profeta Isaías:

Él tomó nuestras dolencias

y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8,16-17).[2]

Los textos bíblicos que muestran la implicación de Jesús en los sufrimientos de la gente son diversos. Es importante captar el “movimiento de Jesús” que asume el sufrimiento de la gente, sin juzgar ni condenar. Jesús se implica tanto que es herido por todas esas heridas. Las “heridas de Jesús” son nuestra salvación, porque son nuestras heridas asumidas por el Resucitado.

La implicación de Comboni

“Aunque débil de cuerpo, por la gracia del Corazón de Jesús, mi espíritu es firme y vigoroso; y estoy resuelto… a sufrirlo todo y a dar mi vida mil veces por la Redención de África Central, y de Nigeria” (Escritos 5523).

“Estoy dispuesto a sacrificar mil veces mi vida por los cien y más millones de africanos que viven en esas ardientes regiones” (Escritos 2409).

En su homilía programática pronunciada en Jartum el 11 de mayo de 1873, sus palabras son una profecía:

“El primer amor de mi juventud fue para el infeliz Níger, y dejando todo lo que me era más querido en el mundo, vine, ya con dieciséis años, a estas tierras a ofrecer mi trabajo para el alivio de sus seculares desgracias. Más tarde, la obediencia me devolvió a mi patria, a causa de mi mala salud… pero mis pensamientos y mis pasos fueron siempre para vosotros.

Y hoy, por fin, recupero mi corazón volviendo entre vosotros para abrirlo en vuestra presencia al sentimiento sublime y religioso de la paternidad espiritual… Sí, ya soy vuestro Padre, y vosotros sois mis hijos, y como tales, la primera vez que os abrazo y os estrecho contra mi corazón…

Tened la seguridad de que mi alma os corresponde con un amor sin límites para todos los tiempos y para todas las personas. Vuelvo entre vosotros para nunca más dejar de ser vuestro, y todo a vuestro mayor bien consagrado para siempre. El día y la noche, el sol y la lluvia, me encontrarán igualmente y siempre dispuesto para vuestras necesidades espirituales: el rico y el pobre, el sano y el enfermo, el joven y el viejo, el amo y el siervo tendrán siempre igual acceso a mi corazón. Vuestro bien será el mío, y vuestras penas también …. Hago causa común con cada uno de vosotros, y el más feliz de mis días será aquel en que pueda dar mi vida por vosotros” (Escritos 3156-3159).

… y la nuestra

A través de estas actitudes, contempladas y asumidas, el Espíritu de Jesús nos consagra hasta lo más profundo de nuestro corazón.

Es posible reinterpretar los tres votos en estas actitudes:

  • la obediencia, como donación incondicional al Padre;
  • la castidad, en la universalidad del amor;
  • la pobreza, haciendo causa común con los más pobres y abandonados.

En el día de la Solemnidad, podemos renovar con mayor conciencia nuestra consagración misionera.

Estas tres actitudes no pueden separarse, ni podemos hacer de ellas compartimentos estancos. Una actitud remite a la otra; un voto requiere del otro. El crecimiento en un voto también se traduce en crecimiento en los otros dos.

Sin embargo, podemos preguntarnos cuál de los tres votos desafía más nuestro crecimiento personal y nuestra respuesta.

¡Feliz celebración de la Solemnidad del Corazón de Jesús!

Por el Secretariado General de Formación
P. Fermo Bernasconi, mccj
P. P. Alberto de Oliveira Silva, mccj
P. David Kinnear Glenday, mccj

Original: https://www.comboni.org/es/contenuti/115443


[1] En el nº 3.3, la Regla de Vida añade: “la contemplación del Corazón traspasado de Cristo […]

  • es un estímulo para la acción misionera como compromiso para la liberación integral del hombre
  • y para la caridad fraterna, que debe ser signo distintivo de la comunidad comboniana”.

Queremos, sin embargo, dejar estos dos puntos para otro momento.

[2] Este “resumen” evoca una serie de curaciones realizadas por Cristo; Mateo las interpreta a la luz de Is 53,4. También es significativo el cuarto himno del Siervo de Yahvé, en Is 52,13-53,12.

Fiesta de San Daniel Comboni: 10 octubre 2022

Comboni

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Quien permanece en mí y yo en él, lleva mucho fruto” (Jn 15,5).

“Animo; tened ánimo en esta hora difícil, y más todavía para el futuro.
No desistáis, ni renunciéis nunca jamás. Enfrentad sin miedo cualquier borrasca.
No temáis. Yo muero, pero la obra no morirá”.

(Últimas palabras de San Daniel Comboni pronunciadas poco antes de entrar en agonía el 10 de octubre de 1881)

Queridos hermanos,
¡Feliz Fiesta de nuestro padre y fundador San Daniel Comboni! Saludos fraternos a todos vosotros, donde os encontréis, para celebrar esta fiesta que es siempre fuente de gracia, de bendición y no menos ocasión para volver a la fuente de nuestro ser consagrados según el carisma comboniano.

El 10 de octubre 1881, como el “grano de trigo caído en tierra”, nuestro padre fundador moría en tierra sudanesa, pero ¡aquella “buena semilla” ha germinado y continúa todavía hoy a dar muchos frutos! En esta ocasión de su y de nuestra fiesta, no podemos no recordar las palabras de Don Francisco Oliboni, del 26 de marzo de 1858: “Pero vosotros no os perdáis de ánimo, no os apartéis de vuestro propósito, continuad la obra comenzada; y, si uno solo quedase, que no le falte la confianza, ni se retire”. Estas palabras, como bien sabemos, han dado vigor a toda una generación de misioneros de África, entre los cuales Comboni; y son las mismas palabras a inspirar la solicitud hecha por nuestro padre fundador a sus misioneros poco antes de su muerte: nos pide “ser fieles a la misión”. Es esta gracia especial de la fidelidad a la misión que queremos pedir hoy a Dios e a María, madre de la “Nigricia”.

El contexto de la festividad de Comboni de este año 2022 lleva consigo mucha gracia y bendición. Ante todo, a casi tres meses de la celebración del XIX Capítulo General de nuestro Instituto, hoy, hemos publicado oficialmente los Documentos del Capítulo. El 20 de noviembre, exactamente dentro de cuarenta días, tendrá lugar en Kalongo (en Uganda) la beatificación de P. José Ambrosoli. Finalmente, en este momento de gracia, las Misioneras Combonianas están celebrando el Capitulo General en Verona, vivificadas por el sacrificio de la Hna. María De Coppi, asesinada en Mozambique el 6 de septiembre pasado. Todas estas celebraciones son, para nosotros, ocasiones de gracia y crecimiento que contribuyen abundantemente a dar un sabor y un perfume de santidad a la fiesta de San Daniel Comboni. Al mismo tiempo, se convierten en una ocasión de recogimiento y de intensa oración para renovar nuestra identidad comboniana, construir una relación siempre más íntima con nuestro Padre Fundador y con toda la misión de la Iglesia.

El ejemplo de vida de nuestro Padre Fundador nos desafía continuamente a ir más allá de nuestros límites y fragilidades y abrazar la “santidad” como don de Dios que se transforma en estilo de vida. Hoy, Comboni quiere hablar al corazón de cada uno de nosotros con las mismas palabras con las que desafiaba, instruía y animaba a sus misioneros, a sus misioneras y a los laicos, a veces usando expresiones dulces, otras veces duras, pero, en todo caso, con palabras de un padre que ama a sus hijos. Afinemos, pues, nuestra capacidad de escucha y abramos nuestros corazones y nuestras mentes a acoger sus palabras de padre para que nuestra relación con él pueda ser siempre más profunda, estimulante y fecunda.

En este día de fiesta, dediquemos un poco de nuestro tiempo para contemplar y meditar sobre su ejemplo de vida, sobre sus opciones, sobre su determinación; pidamos humildemente su intercesión para que podamos también nosotros continuar a ser fieles a nuestra vocación de consagrados y misioneros al servicio del pueblo de Dios. Mantengamos la mirada siempre fija en el corazón de Cristo y amémoslo tiernamente para que El continúe a ser la única fuente de nuestra vida y el centro propulsor de nuestra misión. Seguros que sin una vuelta radical a Cristo y al carisma de Comboni, nuestra misión no dará frutos.

Hagamos nuestro el deseo de san Daniel Comboni para que nuestras comunidades se conviertan en pequeños cenáculos de apóstoles donde los hermanos se puedan encontrar juntos para celebrar, reflexionar y orar, en espíritu sinodal, involucrando, donde es posible, los laicos con los cuales trabajamos en las misiones y en la Iglesia local.

Pidamos la intercesión de San Daniel Comboni también para los procesos de discernimiento respecto a la elección de los superiores de circunscripción y de sus respectivos consejos, para que Dios nos conceda superiores santos y capaces, enamorados de la misión comboniana y del Instituto, para animar y acompañar los hermanos y para promover y coordinar las actividades/prioridades de la circunscripción, teniendo presente también las orientaciones del XIX Capitulo General.

María, Madre de la Iglesia, interceda por nosotros.
A todos deseamos una feliz fiesta de San Daniel Comboni.
El Consejo General MCCJ

“El Vía Crucis en los escritos de San Daniel Comboni”.

Via Crucis

La cruz es ” una locura ” para los que no la entienden… decía San Pablo (1 Cor 1,18). Aquí publicamos un Vía Crucis con 14 frases de San Daniel Comboni sobre el camino de Jesús hacia la cruz. Comboni comprendió profundamente el “escándalo” que suponía ver a Jesús en la cruz: lo consideraba como un medio necesario para la evangelización y como una realidad que sus misioneros debían abrazar para continuar la obra salvadora de Dios en el mundo. Lo que dice Comboni es muy fuerte y hasta escandaloso en nuestros días, pero en sus palabras podemos encontrar luz y sabiduría para nuestra vida misionera. [comboni.org].

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Padre Pedro Pablo Hernández