Laicos Misioneros Combonianos

Mes Misionero Extraordinario

MME

Con motivo del centenario de la Carta Apostólica Misionera Maximun Illud munus, el papa Francisco  ha convocado un mes misionero extraordinario para el mes de octubre de 2019 con “el fin de despertar aún más la conciencia de la missio ad gentes y de retomar con un  nuevo impulso la transformación misionera de la vida y de la pastoral”.

El papa nos invita a vivir con intensidad este mes misionero a través del Encuentro personal con Jesucristo, el Testimonio, La Formación y la Caridad misionera, todo un reto para nuestras comunidades cristianas.

El lema escogido por el Papa para este mes es “Bautizados y Enviados. La Iglesia de Cristo en misión por el mundo”, y en sus 10 puntos desarrolla muy bien las implicaciones misioneras de nuestro Bautismo, alentando el nuevo despertar misionero, necesario en toda la Iglesia, para ofrecer el mensaje de Jesucristo al mundo actual.

Que la celebración de este Mes Misionero nos ayude a reconocernos como discípulos misioneros ya que la misión “nos toca” y nos responsabiliza a todos, de manera que seamos una Iglesia en salida.

Las mujeres, signo visible del amor de Dios

Grupo manualidades Brasil
Grupo manualidades Brasil

Con mucha alegría escribo hoy, recordando que ya tenemos 9 meses de estar aquí en Brasil, ha sido toda una experiencia de crecimiento humano y espiritual. Todos los días tenemos un encuentro con el Señor de formas tan maravillosa e inexplicables que sugieren una dulce planificación hecha por Él. Poco a poco hemos descubierto esos anhelos que tenía San Daniel Comboni y que Dios iba colocando en su corazón, hemos descubierto la Divina Providencia en cada uno de nuestros días y saber que lo que hoy estamos viviendo no es más que la voluntad de Dios.

Grupo manualidades Brasil

Parte de eso ha sido mi convivencia con las mujeres, en diferentes grupos de manualidades, en la Casa Comboniana he ido conociendo a cada una de ellas, cada lunes llegan entre 40 y 45 mujeres que están aprendiendo a tejer en croché, a pintar en tela, a hacer manualidades diversas y que ahora estoy ayudando a enseñarles a dibujar a mano alzada, esto surgió debido a que varias de ellas querían hacer sus propios dibujos para después pintarlos en las telas.  Al inicio del año no lograba reconocer a todas, ahora ya identifico a varias por su nombre y he logrado tener una relación mas estrecha con algunas de ellas. Fue muy interesante como al inicio solo tenía 5 alumnas, que con dedicación fueron trabajando después de unos meses tuve que dejar el curso porque en la pintura necesitaban apoyo, pero al finalizar el semestre se hizo una evaluación y varias de ellas estaban muy interesadas en aprender a dibujar, pienso que fue un gran logro porque ahora tengo 24 mujeres que están esmerándose para aprender a dibujar en libertad, para mi es un signo de confianza, el aprender a darle a cada una su lugar, el saludarlas lunes tras lunes a cada una, el estar atenta a sus necesidades va creando lazos de confianza que se resumen en eso, un deseo de estar juntas. Hoy me siento muy feliz por ese pequeño paso logrado, llevó tiempo y hoy comprendo más lo que dicen los misioneros, que se necesita por lo menos un año para conocer a la comunidad y en especial ganarte la confianza de las personas. También estoy trabajando con otro grupo de mujeres en Ype Amarelo que de igual manera empezamos 3 y ahora ya vamos 7 hemos hecho velas, manualidades con periódico y ahora empezaremos con bordado en tela. Lo que llamó mucho mi atención fue la respuesta de las mujeres en la comunidad de Santa Edwiges, este grupo nació después de una misión de evangelización que hizo nuestro párroco para animar a la comunidad, ahora ya son 16 mujeres constantes que están aprendiendo croché, después pasaremos a la pintura y dibujo.

Lo impactante de estas pequeñas comunidades son las relaciones de amistad que se van creando entre ella y lo bien que les hace en su desarrollo personal, muchas de ellas con sufrimientos por problemas con sus hijos, esposos, y problemas de trabajo: el alcohol y las drogas se hacen muy presentes en las vidas de estas familias y el “artesanato” es el espacio que tienen ellas para tomar fuerzas, para dedicarse un tiempo para ellas, para dejar de fumar, como una de ellas expresó, para calmar esos impulsos y transformar los malos hábitos en arte. Estas manualidades también les sirven a varias para ganar unos ingresos extra, porque no les alcanza para vivir lo que reciben. Con certeza me gustaría tener un ingreso extra para comprar materiales y ayudarlas más porque sin duda alguna tiene la posibilidad, pero para otras es muy difícil dar una pequeña contribución. Hoy me siento más cerca de ellas, logro comprender de mejor manera cada una de sus decisiones, alegrías y sufrimientos, porque estamos viviendo en el mismo barrio, bajo las mismas condiciones, con las mismas influencias y problemas sociales. Sé que en medio de todo esto está la esperanza y ver los rostros alegres de estas mujeres, animadas, saliendo de la depresión, encontrando dentro de si esa creatividad y el sentirse valoradas y útiles, no tiene comparación. Dios está presente sin duda y me permite conocerlo de esta manera, en sus hijas elegidas, las predilectas por las que vino a este mundo.

Grupo manualidades Brasil

Son mujeres valientes que luchan contra corriente, en medio de una sociedad que margina y juzga, pero el Señor hace resplandecer sus rostros con su luz.

La misión cambia la vida, está cambiando la mía y me hacer ser más compasiva con el que sufre y entender que en cada decisión tomada sea buena o mala existe un porqué, solo vale la pena arrancarse la piel y colocarse la del otro para tener los mismos sentimientos, los sentimientos de Cristo.

Un abrazo caluroso y sigan orando por nosotros, para que nuestra vida de familia cumpla la voluntad de Dios.

Ana Cris, LMC

Administradores sagaces

administrador
Administrador

Un comentario a Lc 16, 1-13 (XXV Domingo ordinario, 22 de septiembre 2019)

Después de las parábolas de la misericordia (capítulo 15), que hemos leído el domingo pasado,  Lucas nos cuenta a continuación (capítulo 16) otra parábola que nos habla de nuestra responsabilidad en la vida. En mi Biblia la titulan “Parábola del administrador sagaz”. Pues muy bien, de eso se trata precisamente: de ser sagaces, inteligentes, astutos, de saber aprovechar los dones que recibimos para “ganar amigos”, es decir, para hacer el bien, practicar la justicia y crecer en el amor.

Conviene anotar en seguida que Jesús no está haciendo el elogio de las “males artes” del administrador de la parábola, sino que nos quiere hacer reflexionar sobre cómo gestionamos los dones que tenemos; dones que hemos recibido para administrarlos adecuadamente, sin ser sus verdaderos dueños.

Para entender bien esta parábola, acudo a algunas citas bíblicas, que nos pueden ayudar a colocarla en el contexto general de la Biblia:

  1. Los  dones recibidos son eso: “dones”; no son conquista nuestra como a veces tendemos a creer con un falso orgullo.

 “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieras recibido?”. Así dice San Pablo a los Corintios” (1Cor 4, 7). Expliquémoslo a nuestro modo: Pongamos que tú eres muy inteligente: ¿Acaso te has hecho inteligente a ti mismo o es algo que has heredado gratuitamente? Entonces, ¿Por qué te ufanas de ser más inteligente que otros, como si esa inteligencia fuese mérito tuyo? Jesús te diría: Ya que has recibido el don de ser inteligente, aprovecha esa inteligencia – o esa hermosura, o cualquier otro don- para alabar a Dios, como fuente de todo bien, y para poner ese don al servicio de los demás. Como dice el poeta indio, “la vida se nos da gratis y la merecemos dándola”.

  • La vida no depende de las riquezas.

Tengan mucho cuidado con toda clase de avaricia; que, aunque se nade en la abundancia, la vida no depende de las riquezas”. Así habla Jesús antes de contar la parábola del rico insensato. Los bienes pueden ser un instrumento útil, pero nunca un fin definitivo. Por eso, si has logrado alguna riqueza, procura administrarla bien, es decir, que esa riqueza sirva para el bien de ti mismo, de tu familia y de otras personas. No pongas toda tu esperanza en las riquezas, sino en el bien que con ellas puedes hacer.

  • Hay que saber contentarse con lo necesario.

“La religión es ciertamente de gran provecho, cuando uno se contenta con lo necesario, pues nada hemos traído al mundo y nada podremos llevarnos de él”. Así avisa San Pablo a Timoteo (1Tim 6,6). Un día nos iremos de este mundo y sólo llevaremos con nosotros el amor que hemos sembrado, incluso con los bienes materiales. No nos angustiemos por tener mucho, sino hagamos de nuestra vida un lugar de amor. Eso quedará para siempre.

  • Portarse como hijos de la luz.Pórtense como hijos de la luz, cuyo fruto es la bondad, la rectitud y la verdad”, dice la carta a los efesios (Ef 5,8).

El administrador sagaz, inteligente, astuto, es aquel que aprendió todo esto y sabe gestionar su vida, utilizando los dones recibidos para dar frutos de bondad, rectitud y verdad. Podemos aplicar aquí una frase de San Francisco de Sales sobre el dinero, pero que es aplicable a cualquier otro don:

“El dinero es como una escalera: si la llevas sobre los hombros te aplasta; si la pones a tus pies, te eleva”

P. Antonio Villarino

Bogotá

“Confíe en Jesús y sígalo en la oscuridad”, dice Anna Obyrtacz, una laica misionera Comboniana en la República Centroafricana.

Anna RCA
Anna RCA

Ella nunca quiso partir. Soñaba con formar una familia y vivir en el campo en Polonia, pero una noche en la iglesia dominicana cambió su vida. Anna Obyrtacz, laica misionera comboniana en misión en RCA, habla sobre su vocación y su misión en la ciudad de Mongoumba en Lobaye con los pigmeos en los que encontró a Dios.

La redacción (LR): ¡Hola, Anna! ¿Cómo recibiste la llamada para servir al Señor como laica misionera comboniana?

Anna Obyrtacz (AO): Nunca había pensado en la misión. Nunca había sido mi sueño o mi deseo profundo. Yo era una persona joven que anhelaba el matrimonio y una buena vida en mi país. Pero el Señor es grande, vino a buscarme para enviarme a su cosecha. Yo ¿misionera? A menudo me divierte cuando lo pienso, ya que no era mi aspiración más profunda hace unos años. Ahora, puedo asegurarles que no puedo pensar en mi vida sin la misión y, a diario, siempre me pregunto adónde me llevará este camino del Señor.

Estudié en Cracovia, Polonia, donde incluso comencé a trabajar. Mi encuentro con los misioneros combonianos fue una coincidencia. Para mí tal vez, pero no para Dios. Este encuentro ocurrió en marzo de 2012 en una comunidad de dominicanos a la que asistía. Ese día los combonianos habían organizado una adoración.

LR: ¿Y qué pasó después?

AO: Después de graduarme y conseguir trabajo, viví tranquilamente mi pequeña vida. Pensé, como ya dije, comenzar una familia. Entonces, estaba centrada en mi trabajo y mi vida de oración, me refiero a la vida de oración, la Misa, la Eucaristía, la oración diaria. Entonces, un día, empujado por no sé qué, no sabría decirlo, tuve la inspiración de unirme a la nueva pastoral académica. Este ministerio pastoral llamado KOMPAS se ocupaba principalmente de los jóvenes. Por invitación de un padre comboniano, me uní al equipo para un retiro espiritual. Durante este retiro, conocí a varias personas, especialmente personas involucradas en actividades misioneras en todo el mundo. Pude conversar con ellos sobre la misión y cómo ser misionera. Pero en ese momento, el espíritu de ir a la misión aún no se me había ocurrido.

LR: Pero justo después de esa primera experiencia de retiro, fuiste a África. ¿Cómo lo explicas?

AO: Poco después de esta experiencia, comencé a pensar en la misión. Las conversaciones con los misioneros que conocí en el retiro volvieron a mi mente. Con eso, comencé a interesarme en la misión. Empecé a conocer gente nueva, especialmente con los misioneros. Más tarde, tuve la gracia de ser enviada a Uganda por un mes para mi primera experiencia misionera, fue en 2013. Al salir de Polonia, esperaba vivir lo peor en Uganda, pero algo me decía en mi interior que valía la pena intentarlo.

LR: ¿Cuál fue tu primera impresión de África?

AO: Recuerdo como una niebla, hacía mucho calor (risas). Al principio, había mucha presión, tenía muchas ganas de hacer todo lo que me dijeron. Teníamos pasión, deseo, pero el idioma era nuestra barrera. Recuerdo los rostros de los niños en el orfanato donde trabajamos, querían hablar con nosotros, pero como solo hablamos inglés y ellos sus idiomas locales, fue un poco difícil. Y así, al no comunicarnos, simplemente nos quedamos allí con ellos, sin palabras, así de simple y esto nos conmovió enormemente.

Después de pasar un mes en Uganda, regresé a Polonia, donde regresé con los misioneros combonianos para discernir mi vocación, para ser: ¿misionera en África? ¿En mi propio país? ¿Trabajar? ¿Casarme? …

LR: ¿Has luchado con estos pensamientos durante mucho tiempo?

AO: En la vida, a veces la monotonía nos lleva a querer cambiar nuestra forma de vida. Pensé que debía tomarme el tiempo para discernir cómo me sentía. Para este propósito, de acuerdo de las personas que me acompañaba, fui de retiro con los jesuitas en Zakopane. Un momento de interiorización personal, de encuentro con uno mismo y con el Señor. Durante estos preciosos días que pasé con los jesuitas, el Señor respondió a todas mis preocupaciones y también me hizo preguntas, pero confié en él. En algún momento de nuestras vidas, debemos aprender a ser “ciegos” y dejar que el Señor nos guíe. En polaco dicen “ve en la oscuridad”. Decide entrar en la oscuridad y deja que Jesús nos guíe.

Otro aspecto importante de mi vocación ha sido el apoyo de mi familia. Ella me apoyó mucho en mis comienzos y durante mis experiencias misioneras. Ruego al Señor que los bendiga y los llene de paz.

LR: ¿Por qué África y la República Centroafricana?

AO: Para los combonianos, África es una tierra muy especial. Nuestro fundador comenzó su misión en África y era un apasionado de este continente. En ese momento, teníamos varias opciones: Mozambique, Etiopía y la RCA. La RCA era un país post-conflicto, nada estable y muchos temían ir allí. Había muchas razones para creer que la misión RCA iba a un sacrificio: los pobres, la guerra, la inseguridad, etc. Lo que más me preocupaba era el francés (risas). Nunca lo había estudiado, ¿lo ves? (Risas). Pero me armé de valor para venir, especialmente siguiendo el ejemplo de Comboni de servir a los pobres. Hoy puedo decirles con gran sinceridad que la República Centroafricana es un país maravilloso. Volveré aquí, aquí en RCA, está mi segundo país.

LR: ¿Cómo te preparaste para tu partida a Bangui, a pesar de tu poco conocimiento del francés?

AO: estuvo bien. Me uní oficialmente a la comunidad de laicos misioneros combonianos, el 12 de junio de 2015 en Varsovia antes de mi partida a la República Democrática del Congo, donde debería aprender francés. Luego, celebramos la misa de envío a la misión en mi parroquia de San Juan Bautista en Orakwa con motivo de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, presidida por el Monseñor Grzegorz Rys. Llegué al Congo (RDC) donde pasé 4 meses, y allí fui acogida por una hermana LMC congoleña llamada Irene. Me ayudó a comprender la mentalidad africana, especialmente la de África Central. Fue un momento fantástico, ya que no solo estuve allí para aprender el idioma. El día que me fui a Bangui, Irene me aconsejó en estos términos: “Recuerda que te enviaron a estas personas, tratando de entenderlas y amarlas. Comparte lo que tienes con ellos para que encuentres la felicidad.

LR: ¿Cuáles fueron las primeras dificultades al llegar a RCA?

AO: Desde Kinshasa, donde vivía como en Europa, me encontré en un bosque sin acceso a internet, electricidad ni agua caliente (risas). Ese primer mes fue difícil. Difícil porque no tenía muchos amigos, tenía que comenzar de nuevo. Y estoy feliz de haber logrado ir más allá de las amistades, hice una familia.

LR: ¿Cuál fue su ministerio en Mongoumba?

AO: La comunidad laica de Mongoumba está compuesta por cuatro laicos: un italiano, dos portuguesas y yo una polaca. Tomamos las decisiones juntos, sobre cómo vivimos y cómo ayudar a las personas. En Mongoumba, los laicos se encargan de la educación, los pigmeos y también la salud. En lo que a mí respecta, trabajé en la clínica. Siendo concretos, cuidé de los pigmeos primero y luego de los niños que sufren de desnutrición. De vez en cuando, organizamos sesiones de formación para cuidadores, etc.

LR: es una misión única debido a los pigmeos que viven allí. ¿Cómo ayudas a esta minoría?

AO: los pigmeos ocupan un lugar especial en todas nuestras actividades. Tienen prioridad. No son considerados en esta parte de RCA. Estos son el tipo de personas que nuestro fundador quería conocer y servir. Pero trabajar con ellos no es tan fácil como eso, porque son personas muy libres, a las que no les gusta estar encerrados en ninguna estructura, por ejemplo. Poco a poco, les enseñamos a escribir y leer, a tener una buena higiene básica, a evitar enfermedades causadas por la suciedad, etc. Intentamos mostrarles otra forma de vida, vivir de manera independiente, vivir sabiendo cómo administrar el poco dinero que tienen.

LR: ¿Cuáles son las necesidades en este campo? ¿Cuáles son los principales problemas que afectan a la República Centroafricana y sus habitantes?

AO: lo que más necesita la RCA es paz. Paz en las calles, paz en los corazones, paz en las ciudades. La gente quiere vivir sin miedo, criar a sus hijos, ir a trabajar, crecer. El gobierno no debe escatimar esfuerzos para garantizar la seguridad de esta población, que solo aspira a vivir en paz. Otro desafío para RCA es la educación y la creación de empresas. Los jóvenes deben estudiar bien, en muy buenas condiciones y también encontrar oportunidades de empleo al final de estos estudios.

LR: ¿Cuáles son los peligros del servicio misionero en esta región?

AO: Con respecto a Mongoumba, estábamos a salvo, es un área bastante segura donde no nos molestaban. Sin embargo, la RCA es muy grande y todavía hay áreas donde las personas se esconden, viven en peligro constante donde el conflicto armado está abierto. La única amenaza es quizás la enfermedad. Por supuesto, hay medicamentos disponibles, pero nunca se sabe a dónde nos puede llevar. Pero Dios siempre nos protege.

LR: ¿Cuál es tu invitación al mundo para la RCA?

AO: Les invito a unos y otros a apoyar la RCA a través de la oración y especialmente con la ayuda concreta. Me refiero a ayuda en términos de proyectos, apoyo financiero, etc. Invito a otros laicos y misioneros a venir a este hermoso país.

LR: Anna, ¿qué te aportó personalmente la misión en RCA?

AO: Aprendí más sobre abrirme a otras personas, muy a menudo diferentes a mí y criadas en una cultura diferente. Vivir sobriamente, en humildad, estar satisfecha con los medios que tenemos. Es una de las hermosas experiencias que tuve. Esta experiencia también me mostró que cuando dejamos nuestra familia biológica, Dios nos da otra.

LR: ¿Cuáles son tus planes para el futuro cercano?

AO: Después de las vacaciones en Polonia, iré a Canadá durante tres años para recibir formación en psicología. Es un programa preparado para los misioneros. Y como dije anteriormente, si Dios me mantiene con vida, volveré a RCA para brindar ayuda psicológica más especializada a las personas que han tenido experiencias de guerra traumáticas y demás. Una vez de vuelta en RCA, daré más esperanza a aquellos que han sido heridos y abandonados.

Entrevista realizada por Eustache Michael Mounzatela

Donde hay misericordia, ahí está Dios

misericordia
Misericordia

Un comentario a Lc 15, 1-32 (XIV Domingo ordinario,  15 de septiembre de 2019)

Leemos hoy el capítulo 15 de Lucas, que es el centro de este evangelio y una obra literaria majestuosa, con enseñanzas de gran valor para la convivencia humana. Con tres parábolas maravillosas (la moneda perdida, la oveja descarriada, el hijo pródigo) Jesús responde a los que le criticaban por comer con pecadores y publicanos, mostrando que el gran signo mesiánico (el signo de la presencia de Dios en el mundo) es la cercanía de los pecadores a Dios. Al leer estas parábolas surge espontánea la pregunta:

¿Dónde me coloco yo? ¿Entre los necesitados de misericordia o entre los que se sienten con derecho a juzgar y condenar?

Podemos decir que Jesús es la expresión histórica de la misericordia divina, porque, como dice San Pablo, “en él habita corporalmente la misericordia de Dios”. En efecto, donde hay misericordia, ahí está Dios. Esa es la demostración más clara de que en Jesús está Dios, porque en él está la misericordia, que se hace palabra acogedora, gesto de bendición y sanación, esperanza para la pecadora, amistad para Zaqueo…

La Iglesia es cuerpo de Cristo (presencia de Cristo en la historia humana) en la medida en la que vive y ejerce la misericordia para con los ancianos y los niños, los pobres y los indefensos, así como para con los pecadores que se sienten abrumados por el peso de sus pecados.

En este sentido, somos cristianos y misioneros en la medida que experimentamos la misericordia y la testimoniamos hacia otros, de cerca y de lejos.

¿Cómo son nuestras relaciones familiares, por ejemplo? ¿Duras, condenadoras? ¿Sabemos mirar con ojos de misericordia a los que nos rodean? ¿Acepto la misericordia de otros hacia mí o me creo perfecto e intachable?

Pero, ¡atención!, misericordia no es indiferencia ante el mal, la injusticia, la mentira, el atropello, el abuso y el pecado en general. Misericordia es creer en la conversión del pecador.

Misericordia no es irresponsabilidad, sino creer en la posibilidad de re-comenzar siempre de nuevo, creer que el amor puede vencer al odio, el perdón al rencor, la verdad a la mentira.

La misericordia no juzga, no condena; perdona, da la posibilidad de comenzar de nuevo

Para ser misericordiosos se requiere un corazón que no se endurezca, un “yo” que no se hace “dios”, con derecho a juzgar y condenar. El juicio, la condena, la acumulación obsesiva de bienes, el resentimiento…  son armas de defensa del “yo”, ensoberbecido y auto-divinizado, que teme perder su falsa supremacía. Por eso sólo quien acepta a Dios como Señor de su vida es capaz de “desarmarse”, no necesita defensa y se vuelve generoso y misericordioso con los demás.

P. Antonio Villarino, Bogotá.