Un comentario a Lc 16,
19-31 (XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, 29 de septiembre de 2019)
Para entender bien la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro,
que leemos hoy, conviene recordar la parábola del domingo pasado sobre el
administrador sagaz, con la que Jesús nos invitaba a “administrar” sabiamente
los bienes y dones que hemos recibido. A veces pensamos que las enseñanzas de
Jesús eran tan sabias que todos las aceptaban inmediatamente. Pero la realidad
era más bien la contraria. Muchos, orgullosos y encerrados en su propia
sabiduría, las ignoraban y otros se burlaban abiertamente de ellas. Miren, por
ejemplo, lo que dice Lucas, después de la parábola del “administrador sagaz”:
“Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que son amigos del
dinero, y se burlaban de él” (Lc 16, 14).
Los fariseos, amantes del dinero,
representan a todos aquellos que “engordan” abusando de los demás y practican
una religiosidad aparente o simplemente dicen que no creen en nada más que en
su propio bienestar, ignorando a todos los demás, hasta el punto de ni verlos,
como le pasaba al hombre rico que no se había dado cuenta del pobre Lázaro, que
sobrevivía de sus sobras. Estas personas, entonces y ahora, se ríen de Jesús y
de los “bobos idealistas” que creen en Dios, comparten sus bienes con los
necesitados y viven honesta y respetuosamente, sin abusar de los más débiles.
Miren lo que les dice Jesús:
“Ustedes son los que se las dan de justos delante de los hombres, pero
Dios conoce sus corazones” (Lc 16, 15).
En otras palabras, Jesús les
dice: ustedes parecen felices, se creen personas honorables, fingen tenerlo
todo controlado y se ríen de las personas sencillas y sinceras que prefieren la
honradez a la riqueza, la confianza en Dios al orgullo desmedido, la
solidaridad a la explotación.
Para transmitir esta enseñanza,
el Maestro de Galilea les cuenta esta parábola, en la que los aquellos fariseos
burlones son como aquel rico, “dueño del mundo”, que despreciaba e ignoraba al
pobre Lázaro. Aparentemente el rico era un triunfador total y Lázaro un pobre
perdedor… Pero la historia completa –dice Jesús- no termina así. Al final, el
rico quedará atrapado en su propio egoísmo e insensibilidad, separado de los
demás y de Dios por un abismo infinito, mientras Lázaro será acogido en el seno
de Abraham, signo de una vida completada felizmente en Dios.
La enseñanza de Jesús se inscribe en la gran corriente de la
sabiduría bíblica. El libro de los proverbios, por ejemplo, dice:
Quien cierra su oído a
los gritos del pobre, no obtendrá respuesta cuando grite (Pr 21, 13)
Ojalá ninguno de nosotros esté
entre los que cierran su oído a los gritos del pobre y se ríen de las
enseñanzas de Jesús.
P. Antonio Villarino
Bogotá