Laicos Misioneros Combonianos

Celebrar el recuerdo del verdadero nacimiento de San Daniel Comboni

Comboni

DAR LA VIDA PARA QUE TODOS TENGAN VIDA

Solemnidad de San Daniel Comboni

10 de octubre de 2018

“Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen, así como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y ofrezco mi vida por las ovejas. Y tengo otras ovejas que no son de este redil; a éstas también debo conducir; oirán mi voz y se convertirán en un solo rebaño y un solo pastor”
(Jn 10,14-16)

ComboniQueridos hermanos,
Celebrar el recuerdo del verdadero nacimiento de San Daniel Comboni nos introduce en el gran misterio de la vida del Buen Pastor con el corazón traspasado que dio su vida para que todos tengan vida y vida en abundancia, especialmente los que aún no pertenecen a la mesa del cuerpo de Cristo, los más pobres y abandonados, para que se conviertan en un solo rebaño y un solo pastor.

Los Combonianos, fieles a esta tradición, al carisma y a la práctica pastoral de nuestro Fundador, estamos invitados a renovarnos cada día en este compromiso misionero para “ser testigos y profetas de relaciones fraternas, basadas en el perdón, la misericordia y la alegría del Evangelio” (AC ’15 n. 1).

La misión en la frontera exigía de Comboni la capacidad de permanecer firme en los momentos difíciles y la fidelidad al precio de la vida misma, porque tenía su mirada en el corazón traspasado del Crucificado, una visión de fe de los acontecimientos y el abrazo a la Nigrizia con un corazón marcado por el amor divino. Una santidad encarnada que sigue los caminos de la pobreza y de la marginación humana, acogiendo al otro, a los diferentes, a los pobres, en un abrazo de comunión y diálogo; una santidad que es la pasión divina que vive en un corazón humano.

Esto es lo que hemos intentado expresar en la reflexión y la oración en la Intercapitular que acabamos de concluir. Hemos estado constantemente atentos a la voz de las víctimas, de los marginados, de grandes multitudes de seres humanos cuyas vidas están amenazadas por un sistema sin corazón que produce la muerte anticipada y violenta de los más débiles.

Esta realidad sigue cuestionando proféticamente nuestra presencia y la calidad de nuestro servicio misionero como lo hizo Comboni en su tiempo. Para responder a estos desafíos, sin embargo, necesitamos acercarnos cada día al misterio del amor de Dios, revelado en Jesucristo, con el espíritu, la mirada y el corazón de Comboni, con un corazón abierto, desbordante de amor y misericordia del Traspasado y, como Él, dejarnos traspasar por tantas situaciones de pobreza y abandono.

Para San Daniel Comboni era evidente que la contemplación del misterio de Dios, crucificado por amor, tenía como finalidad conducir a sus misioneros a una forma de ser misión para testimoniar una vida vivida en “espíritu y verdad”, fruto de una oración jugosa y concluyente, de la práctica de la humildad y de la obediencia, como signos de una espiritualidad profundamente comboniana. Es decir, irradiar con nuestra vida el misterio del Dios Crucificado para acercar a Cristo, fuente de la Vida, a todos los que tienen hambre y sed de justicia.

Con estos sentimientos queremos celebrar esta solemnidad de San Daniel Comboni como Familia Comboniana. Entrar en este misterio del Buen Pastor del corazón traspasado y beber la savia que nos renueva, que nos hace mirar la realidad con los ojos de la fe, de la esperanza y de la caridad, que nos sana y humaniza, que nos hace ser una misión, un “cenáculo de apóstoles”, un don para los demás. “Hago causa común con cada uno de vosotros, y el día más feliz de mi existencia será aquel en que por vosotros pueda dar la vida” (S 3159).

Que San Daniel Comboni interceda ante el Padre por cada uno de nosotros, por toda la Familia Comboniana y por las misiones que se encuentran actualmente en situaciones difíciles: Eritrea, Sudán del Sur, República Democrática del Congo y República Centroafricana.

Feliz Fiesta a todos.
P. Tesfaye Tadesse Gebresilasie; P. Jeremías dos Santos Martins; P. Pietro Ciuciulla; P. Alcides Costa; Hno. Alberto Lamana.

Sobre las Jornadas Misioneras 2018 – “Yo soy misión”

LMC Portugal

LMC PortugalEl fin de semana del 15 al 16 de septiembre se celebraron en Fátima, las tan esperadas Jornadas Misioneras 2018 con el tema: “Yo Soy Misión”. Estas Jornadas contaron sobre todo con la presencia de varios institutos, congregaciones, movimientos y especialmente jóvenes misioneros venidos de varias partes del país y del mundo.

Estas Jornadas comenzaron con la acogida y con la oración preparada por la organización, luego tuvimos la apertura con la presencia del Señor Obispo D. Manuel Linda, Obispo de Porto que nos dio, como siempre, unas breves palabras sobre lo que es la misión y lo que es ser misión en el mundo de hoy, particularmente en el mundo de la juventud de este siglo.

Poco después contamos con un orador de gran prestigio en estos días, el Dr. Juan Ambrosio, profesor de teología de la Universidad Católica de Lisboa, que nos explicó de una manera breve y sencilla que significa “Yo soy Misión.” Según el Dr. Juan Ambrosio ‘Yo soy Misión’ no es un encuentro de experiencias vivida de fuera para dentro, es decir, yo, yo y más nada. En este caso ‘Yo soy Misión va desde dentro hacia fuera, esto es hacia “el otro”, porque sí soy Misión, porque soy bautizado, soy hijo de Dios y fuimos elegidos por Él para servir y amar a los demás.
De ahí que el cristianismo tenga siempre como fundamento, meta y estructura una experiencia de encuentro principalmente con Jesucristo (en su modo de ser y de vivir); con Dios (en la propuesta del Reino) y con el ser Humano y su historia (en lo que son sus anhelos, sus fragilidades y sus realizaciones). Por eso y según el Dr. Juan, la Misión tiene que ser una experiencia de encuentro vivido con Jesucristo en primera persona del singular (yo) y en primera persona del plural (nosotros) y sólo así podremos ser y hacer misión en el mundo.

LMC PortugalPero en buen rigor y según esta noción, el Sr. Ambrosio nos dice también que no es la Iglesia la que tiene una Misión, sino que es la Misión que tiene una Iglesia, es decir, la Misión tiene que ver con todos y con cada uno porque la Misión no está reservada sólo a “especialistas”, sino a todos los bautizados en el nombre de Cristo. Y como tal, se puede caracterizar la Misión en tres grandes principios, o mejor dicho, el gran trípode donde se asienta toda la identidad cristiana que son: Carisma (anuncio de la Palabra); Liturgia (Celebración de la fe, Eucaristía) y Diaconía (vivencia de la caridad), para ello la Koinonía es la fibra que conecta estas “tres varas” que conforman este Trípode. Por eso la Misión de la Iglesia tiene que ir hacia todas las periferias teniendo siempre como objetivo el anuncio, la celebración y la caridad en la plenitud de su esencia para ser considerada Misión cristiana.

Después de una mañana más teórica, basada fundamentalmente sobre el lema de las Jornadas “Yo Soy Misión”, proseguimos por la tarde con una exposición más práctica y vivencial a través de los Talleres que tenían como temas: 1. Iglesia y diálogo; 2. Misión y comunión; 3. Misión en las periferias; 4. Todos, todo y siempre en misión; 5. Ser Misión y 6. Compartir el viaje.

LMC PortugalDurante la noche, tuvimos la presencia de la Banda Missio para alegrar/animar a la juventud con sus canciones que nos emocionan y nos tocan en el corazón. También en este primer día de las Jornadas tuvimos algunos testimonios misioneros. Para concluir el día hicimos la oración de la noche y cada uno fue para su nido a descansar para el día siguiente.

El domingo, día 16 y último día de las Jornadas, tuvimos una mesa redonda con varios intervinientes que tenía como tema “¿Qué Iglesia pretendemos? Para una misión más comprometida.
Y para concluir las Jornadas Misioneras, celebramos la Eucaristía presidida por el Obispo del Algarve, Monseñor D. Manuel Quintas. Después de la Eucaristía tuvimos el envío de algunos misioneros que parten en misión Ad gentes este año y las conclusiones de estas Jornadas Misioneras “Yo Soy Misión”. Después fueron las despedidas de los participantes y la partida de cada uno a su modo en misión para sus vidas cotidianas.

David Fernandes Ganilo y Laura Fernandes Ganilo

Regreso de Maria Augusta a Bangui

LMC Portugal

LMC PortugalRecién llegada a Bangui (a principios de septiembre), después de haber estado de vacaciones en Portugal, la LMC María Augusta siempre nos escribe unas líneas sobre lo que va viviendo.

¡Buenos días a todos! Gracias a Dios llegué bien. Encontré al padre Fratelli, comboniano italiano, en Casablanca, ya en el avión.
Con las maletas no nos fue del todo bien… una de ellas no llegó, pero no fue sólo la mía. Una del padre tampoco llegó y eso les sucedió a muchas otras personas. Fuimos a reclamar y, en principio, las tendremos el sábado por la mañana.
Cuando llegué aquí supe que el padre Zé Carlos había muerto. ¡Estoy contenta de haberlo visitado! Él estaba sufriendo mucho porque tenía dos cánceres… ¡Que el Señor acoja su alma en Paz!
Agradezco a todas las personas con las que contacte en las parroquias, así como la buena acogida que me hicieron. Que el Señor os recompense por todo lo que hacéis por los misioneros (las oraciones y el compartir de lo que tenéis) y os conceda siempre su gracia. ¡Gracias a todos por vuestra generosidad!
Unidos por la oración.
Un gran abrazo para todos.

Maria Augusta, LMC

PS: Acabo de llegar del aeropuerto, gracias a Dios corrió todo bien. Nos dejaron salir sin abrir las maletas. Vinieron plastificadas para estar bien protegidas.
Estaba todo como lo dejamos, por lo que agradezco al Señor. ¡Todo lo que llevaba nos hace mucha falta!
Todavía me quedaré en Bangui hasta el lunes.

Un gran abrazo y besitos para todos
Maria Augusta

“Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza” (Flp 4, 13)

LMC

LMCQue hermosa es esta África de madera que se encuentra a los pies de Cristo. Dejo que la mirada de San Daniel Comboni me penetre, dejo que me contemple. Y cuánto de mí entra en aquella mirada. Recuerdo las palabras de alguien que un día me dijo “es imposible que esa mirada no te penetre, no nos interpele“. Y lo confirmo cada vez que veo esta imagen de nuestro incansable San Daniel Comboni.

Así es la imagen sobre el altar que contemplo en la capilla de la casa de los MCCJ de Madrid (donde hoy estaré hasta alrededor de las 16h, hora en la que el LMC David me vendrá a buscar para irnos juntos el fin de semana a Arenas de San Pedro a unos 160 km de aquí) pero no me resisto a entrar para estar un momento con el Señor. A Él le pido por la misión. No sólo por la mía, sino por la de cada uno. La de los que parten. La de los que se quedan. Es en el partir que está el amor también. La partida, el dejar lo que tenemos para ganar algo mayor: la libertad de la entrega a Cristo. Y hablar de partida no es sólo hacerlo de la partida física. LMCSino también el salir de nosotros mismos. El salir de ti mismo todos los días. En cada momento. Es lo que hoy sigo buscando, pero que hoy se vuelve físicamente más “factible”. Parto de mi tierra en busca de la sabiduría y la gracia necesarias para que, en el futuro, pueda poner mis dones a rendir mejor. Así en los próximos meses estaré en Madrid junto a la familia que elegí, la familia Comboniana, en un curso de Misionología (cuyo programa desde temprano me dejó el corazón ardiente y los ojos brillantes… confieso hasta que, arde en mí aquella ansiedad propia de los niños en los días antes de regresar a clase). Es lo que hoy, ante esta África a los pies de Cristo, también agradezco: la posibilidad de crecer más en sabiduría y gracia.

En la certeza de que soy frágil pero que, en el seno de una comunidad que vive por y para el amor, me hace más fuerte. Porque “todo puedo en Aquel que me da fuerza” (Flp 4, 13).
“Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza” – repito. Resuena esto en mí. Sólo con Él y a través de Él podré tener esta capacidad de salir de mí, ir al encuentro del amor, ser libre en la medida en que confío en Él y en sus manos, amar sin medida. “Dios no escoge a los capacitados sino capacita a los escogidos”. Hoy entendiendo tan bien esto… y rezo a Dios para que me capacite para la misión para la que fui destinada. A mí y a todos los que vienen conmigo. La familia. El novio. Los amigos. Las personas. Cada una, a su manera, es parte de esta misión y me siento responsable de traerlas también conmigo.

LMC“Tú te vuelves eternamente responsable de aquello que cautivas.”

(Antoine de Saint-Exupéry)

Así es… Rezo por cada uno, por la misión de cada uno. Rezad por mí también, os pido. Gracias desde el fondo del corazón por la confianza… Y más que en mí, en Dios. Todo esto – y toda yo – sólo somos posibles a través de Él.

Toma, Señor, y recibe
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad,
todo lo que tengo y poseo;
Tú me lo diste;
a ti, Señor, te lo devuelvo.
Todo es tuyo,
dispón de todo,
a tu entera voluntad.
Dame tu amor y gracia,
que esta me basta.
(San Ignacio de Loyola)

Estamos juntos, siempre.

LMC Carolina Fiúza

Después de un año en Mozambique…

LMC Mozambique

LMC MozambiqueHace un año que llegué a la Misión de Carapira, en el norte de Mozambique. Pero a veces, a menudo, parece que acabo de llegar y que todavía estoy dando los primeros pasos, como si estuviera empezando. Hay momentos en los que siento que el viaje entre Portugal y Mozambique no fue el mayor viaje que hice, a pesar de que el número de kilómetros sugieren lo contrario. Los grandes y mayores viajes son aquellos en los que tengo que transitar entre mi mente y mi corazón; el salir de mí y ponerme en el lugar de quien está a mi lado y, a veces, me parece tan lejano. La verdad es que la misión no es un lugar físico. Es antes un lugar imposible de circunscribir y que pide esta actitud permanente de humildad, de audacia, de voluntad.
La misión es también una escuela de amor, un lugar donde se aprende o reaprende a amar. Aquí he conocido bastantes misioneros y voluntarios. Personas que vienen con el deseo de hacer el bien, y que descubren progresivamente su vulnerabilidad.

La experiencia más fuerte que podemos hacer pasa por amar y sentirnos amados. Pero cuando todo a nuestro alrededor parece extraño, este aprendizaje se vuelve agotador. Porque aprender a amar significa aprender a acoger lo que yo soy, con mis deseos, mi fe, pero también con mis dificultades, mis compulsiones, mi necesidad de tener razón. Ahora bien, en los encuentros y en la vida cotidiana, rápidamente se descubre la fragilidad de que somos tejidos. Sin embargo, tengo para mí que, en la medida en que lo descubrimos, tal vez seamos capaces de mirar la vulnerabilidad de Jesús y de amarle.

Es también una escuela donde se aprende que la proporción de las cosas es distinta. Pero no se aprende a medirlas (mucho menos la paciencia). El espacio es vasto, y es fácil perder el horizonte de vista.

El tiempo se dilata en el propio tiempo. Todo, y quiero decir todo, sucede con un ritmo bastante singular, a un suave (suavísimo) compás. Entonces, el tiempo llega siempre a todo lo que queremos, realmente, hacer, porque la lentitud enseña a superar nuestra rigidez y supera lo que sería sólo funcional y útil.

Sin embargo, es en estos momentos que germinan experiencias auténticas. No es necesario consultar boletines meteorológicos. No se abre el GPS para simular cuánto tiempo tarda un viaje de aquí para allá, hasta porque el “de aquí para allá” es de una inmensidad tan grande que no ha sido captada y descifrada por mapas de satélite – nos metemos dentro del coche y que sea como Dios quiera. Si el número de agujeros es razonable, y el coche no se avería, llegaremos más rápidos.

Y si es verdad que Mozambique tiene lugares deslumbrantes, es también verdad que aquellos que existen dentro de las personas son los más increíbles y preciosos. He tenido la delicia de conocer a personas que me enseñan mucho. Personas sencillas y capaces de mantener una actitud de confianza incluso en la escasez, en la pobreza. Que miran al día de mañana con la esperanza de que todo correrá bien, Inshallah [si Dios quiere, como es costumbre oír]. A veces me pregunto: confianza, ¿en qué? Confianza, ¿por qué? La confianza. Confianza en la vida. Son las personas que me enseñan sobre la fe. Confiantes en la protección de Dios y muy agradecidas. Dotadas de un cúmulo de confianza que me invita a mirar la vida con más serenidad.

Es una escuela donde se aprende también a mirar a los ojos de quien nos mira. Porque, en realidad, es cuando observamos que empezamos a ver. Muchas veces, cuando miro a mí alrededor, puedo sentir que no estoy preparada para ver todo lo que encuentro. Pero hasta en eso y para eso, Dios me ha capacitado.

Se aprende también a ver a Dios en las cosas pequeñitas. Recuerdo muy bien que, antes de venir aquí, me había propuesto escribir más: tenía la idea de hacer un diario de a bordo o, al menos, registrar con más regularidad las cosas que iban a suceder, como me sentía, … En fin, de compartir sobre la misión a fin de sentirnos, también, más cercanos (sentir que “estamos juntos”, como aquí se dice). Muchas veces me pregunto: ¿pero sobre qué voy a escribir? Es mucho más fácil hacerlo sobre las cosas extraordinarias. Está claro que no he cumplido la intención que me propuse. Porque, de algún modo, cuando me lo propuse, tal vez ingenuamente pensé que en la misión habría un millón de cosas extraordinarias para contar. Y, en realidad, la misión se hace de momentos y días ordinarios. Los instantes extraordinarios pueden ser más coloridos y melódicos, pero son los cotidianos los que mejor rodean y sedimentan nuestra vida. Esos mismos, los momentos simples y ordinarios, aquellos que encontramos en el servicio y en la relación con las personas que llenan de sentido y hacen la misión especial, sin necesitar que vengan los días extraordinarios, pedir entrega y donación.

La misión es cada día un mapa por descifrar y por conocer. Por eso, a cada momento me siento comenzando un tiempo nuevo, no el del calendario, sino el de la oportunidad de la vida y el de la salvación que puede suceder siempre que Dios nos visita en las cosas más pequeñitas y aparentemente insignificantes.

Llegué a Mozambique hace un año. Pero continúo empezando y caminando hacia el Señor de las bendiciones cada día.

LMC Mozambique

Marisa Almeida, LMC