Laicos Misioneros Combonianos

La gran crisis: El escándalo de la debilidad

carne

Comentario a Jn 6, 60-69; Domingo XXI T.O., 22 de agosto del 2021

Carne

Leemos hoy la última parte del capítulo sexto de Juan, que hemos venido meditando a lo largo de cinco domingos seguidos. El capítulo termina con una gran crisis, que lleva a muchos discípulos a abandonar el seguimiento de Jesús. Me parece muy importante meditar este texto, porque todos nosotros debemos pasar por una crisis semejante, antes de que nuestra fe se asiente, más allá de simpatías superficiales o, como diría un gran teólogo protestante, la búsqueda de una “gracia barata”. A este propósito se me ocurren dos reflexiones:

1.-¿En qué consiste el escándalo?

Los discípulos acusan a Jesús de decir “palabras duras”.  Durante mucho tiempo se explicó esta dureza como la dificultad de aceptar la expresión literal de Jesús sobre “comer su carne y beber su sangre” o que aquel trozo de pan es “su carne” y aquel vino es “su sangre”.  Pero, a estas alturas, ya sabemos que ese no era el sentido de las palabras de Jesús ni creo que eso fuera un escándalo para los judíos más habituados que nosotros al lenguaje bíblico. Como hemos venido explicando, en los domingos precedentes, “comer su carne” significa creer en la presencia divina en su humanidad y “beber su sangre” significa aceptar la donación de su vida por amor en la cruz.

Y ahí residía precisamente el problema, que desató la gran crisis. Muchos no podían aceptar la imagen de Dios que Jesús representaba. Para ellos, Dios es todo poderoso, Dios es dueño de todo, Dios triunfa siempre, Dios debe ser temido… Y así debería ser su Mesías en la tierra. Pero Jesús se presentaba como la encarnación de un Dios diferente: Un Dios que acoge al pecador, un Dios que prefiere la curación de un enfermo al respeto rígido del sábado, un Dios que se muestra débil al sufrir el castigo injusto de la cruz, un Dios que se hace solidario del ser humano hasta compartir su condición de mortalidad…

Y eso, para muchas buenas personas religiosas, era inaceptable. Se habían entusiasmado con las palabras maravillosas de Jesús, se habían visto atraídos por su deseo de renovar la religión, se conmovían ante su amor por los enfermos… Pero ahora iba demasiado lejos. Ahora les invitaba a un profundo cambio en su imagen de Dios. Ahora les pedía que superaran toda hipocresía y falsedad para aceptar que también ellos eran pobres, pecadores, frágiles y dejar que Dios se hiciera compañero de su fragilidad, para curarles desde la raíz de su orgullo ciego y absurdo.

2.- ¿Cuál es nuestro escándalo?

También nosotros pasamos por momentos de escándalo. Pero no se trata, a mi juicio, de dificultades de tipo teórico o intelectual sobre algún “misterio” que no entendemos. Ciertamente, hay cosas de la verdad revelada, como de la vida, que no entendemos en algún momento de nuestra historia. Ciertamente, debemos tratar de entender cada vez mejor nuestra fe a partir de nuestra cultura y de nuestras experiencias personales. Pero, a mi juicio, el verdadero escándalo que nos impide creer y aceptar a Jesucristo con radicalidad es la incapacidad para aceptar nuestra propia fragilidad (personal y social);nos escandaliza el pecado de tantos (dentro y fuera de la Iglesia); nos escandaliza nuestro propio pecado y nuestros fracasos; nos escandaliza que Dios no actúe como un mago que resuelve todos los problemas; nos escandaliza un Jesucristo que no triunfa, que se hace pobre y humilde, que fracasa en la cruz, que confía en Dios a pesar de todo; que se hace cercano y solidario de los pobres, los enfermos y los pecadores.

Y, sin embargo, en esto consiste el mayor don, el que, como dice Juan, hace que los que creen se conviertan en hijos. Esta fe hace que mi vida no sea una carrera por demostrar que soy el mejor, que no me equivoco nunca, que triunfo siempre. Esa obsesión me lleva normalmente a vivir en la hipocresía y en la falsedad. Jesús, sin embargo, acepta su fragilidad humana que le lleva al fracaso, al rechazo y a la muerte. Pero, aceptando esa su humanidad, Jesús es precisamente “hijo”, incondicionalmente amado y capaz de amar sin condiciones. Creer eso, “comer esa carne” de Jesús, comulgar con este Jesús, Hijo obediente, es encontrar la vía del amor, es encontrar una vida que supera toda dificultad. No aceptarlo, no “comerlo” es seguir viviendo lejos del Padre, en la mentira de un Adán que se cree falsamente “dios”.

Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, tenemos que pasar por esta crisis: ¿Pretendo ser, como Adán, un falso “dios” o, como el hijo pródigo, vivir lejos de la casa paterna, creándome una falsa autonomía y brillantez personal? O ¿Me acepto a mí mismo, en mi fragilidad, y acepto la solidaridad de Jesús que baja conmigo al río Jordán de mi fragilidad y conmigo se alza hasta la comunión con el Padre?

Participar en la comunión es afianzar cada día esta segunda respuesta, ante los continuos motivos de escándalo que se nos presentan en nosotros y alrededor de nosotros.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El canto de María

Magnificat

Comentario a Lc 1, 39-52 (Solemnidad de la Asunción de María, 15 de agosto 2021)

Magnificat

Este domingo cae el 15 de agosto, en el que se celebra la Solemnidad de la Asunción de María, una fiesta de gran tradición en el mundo católico. La liturgia ha escogido para esta celebración el famosísimo canto de María en el encuentro con su prima Isabel. Su prima la llama “bendita entre todas las mujeres” y María responde con un himno que se reza todos los días, por la tarde, en lo que se conoce como Liturgia de las Horas, que los consagrados y muchas personas rezan diariamente.

Este Canto de María, en el evangelio de Lucas, conocido como “magnificat”, es muy denso y lleno de referencias del Antiguo Testamento. En buena medida está construido sobre el Canto de Ana, la mujer que era estéril y rogaba a Dios con ansiedad y fe para tener un hijo, que de hecho tuvo y al que puso en nombre de Samuel. Cuando quedó embarazada recitó un canto que es muy parecido al de María (Cfr 1 Sam 2, 1-10). Pero también se pueden encontrar referentes en los salmos; por ejemplo, 111, 9; 103, 17; 89, 11, etc.

“La buena noticia que María transmite -dice E. Ronchi- es el enamoramiento de Dios, de un Dios que ha puesto las manos en la espesura de la vida, en las heridas de la historia. El Magnificat es el evangelio que pone en el centro de la religión, no lo que yo hago por Dios, sino lo que Dios ha hecho por mí”.

María, que ha sido alabada como madre y creyente, se reconoce a sí misma como humilde sierva. Solo desde esa actitud (de conciencia de la propia fragilidad) puede uno cantar las maravillas que ha alcanzado a vivir. Una persona humilde se maravilla. Una prepotentes se queda siempre decepcionada. En el colegio, el que esperaba una nota de diez se amargaba si recibía un nueve; el que esperaba un cuatro, saltaba de alegría si recibía un cinco.

La humildad nos lleva a agradecer el don de la vida con tantos dones que lleva anejos. Como ha dicho Jesús, el que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado. La María elevada al cielo es la misma María de un pueblito de Galilea, joven de pueblo, a la que Dios bendijo y se convirtió en una mujer de la que hoy hablan todas las naciones. ¡Qué gran lección para nosotros! No por mucho hinchar nuestro ego somos más, sino por servir más y mejor en la confianza de ese amor gratuito que recibimos de Dios. Porque somos grandes en el amor de Dios no tenemos necesidad de alimentar ridículamente nuestro orgullo.

Buena Fiesta de la Asunción.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El amor de Dios no es “espiritual”

Pan
pan

Un comentario a Jn 6, 41-51: XIX Domingo del T.O.: 8 de agosto del 2021

Seguimos en el capítulo sexto de Juan, que se detiene en una larga meditación sobre el “pan de vida”. En esta meditación, que hemos iniciado el domingo pasado con la “multiplicación de los panes”, Juan usa un método literario muy característico, en el que parece moverse en círculos concéntricos para explicar su tema en “ondas” sucesivas de significado.

Hoy nos detenemos en una de estas “ondas” con algunas palabras clave que tienen un doble significado (“carne”: humanidad de Jesús; “comer su carne”: creer en él) que se combinan entre sí como las notas musicales de una sinfonía. Como en el caso de la sinfonía, no se trata de detenerse demasiado en cada una de las notas (que, aisladas, pueden carecer de sentido o parecer desproporcionadas), sino de acoger en el oído, en la mente y en el corazón la impresión de belleza, bondad, verdad y elevación espiritual que produce el conjunto de la obra musical o, en este caso, la composición literaria.

De hecho, al final del texto de Juan, uno recibe una resonancia clara de la fe de los primeros discípulos, que podemos expresar en algunas frases:

              -Este Jesús de Nazaret es un tesoro que nos ha regalado el Padre Dios, más grande que Moisés y su pan del desierto. Pero no todos lo aceptan, como los fariseos y otros que se buscan a sí mismos en todo, sin abrirse a las inspiraciones de Verdad y de Bien que vienen de Dios. Sólo los que se dejan guiar por el Espíritu que procede del Padre lo entienden, de la misma manera que sólo los que se dejan amar pueden entender la experiencia del amor como un regalo más que como una conquista.

              -El amor de Padre, revelado en Jesús, está lejos de ser algo “espiritual”, si se entiende por ello algo “abstracto”, “teórico”, alejado de la vida concreta de cada uno de nosotros. Este amor se manifiesta en dar la vista a los ciegos, el oído a los sordos, la libertad a los oprimidos y poseídos por espíritus inmundos… en la realidad tangible de un cuerpo que trabaja, suda, toca, bendice, sufre y muere por amor, hasta convertirse en “pan de vida”, alimento de amor para nuestro camino, como el maná en el desierto.

              -“Comer la carne de Jesús”  es precisamente creer en este amor del Padre revelado en su frágil humanidad; es sintonizar con él y transformar la propia vida en pan para alimentar a otros, en amor concreto al servicio de pobres, enfermos, oprimidos y todos aquellos que están a nuestro lado. La vida “espiritual” de los discípulos es, en cierto sentido, poco “espiritual”, porque tiene mucho que ver con las realidades concretas de la vida, con la “carne”, con las debilidades y luchas de nosotros mismos y de los demás.

Por eso mismo participar en la Eucaristía no es un acto de “devoción” individual, sino un acto de fe y compromiso con las luchas concretas de la propia vida y del mundo. Es un compromiso por la justicia, por el cuidado de la tierra, por la defensa de los derechos de los pobres… El ser humano es, en cierta medida, lo que come; de la misma manera, el discípulo es lo que “come”, es decir, lo que asimila de Jesús en su concreta humanidad.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El verdadero Pan de la vida: Más allá de las apariencias

Pad de vida

Un comentario a Jn 6, 24-35: XVIII Domingo del T.O., 1 de agosto del 2021

Seguimos leyendo el capítulo sexto de Juan, que hemos comenzado a leer el domingo pasado con el signo de los panes abundantes. Lo que leemos hoy es parte de la respuesta de Jesús a la inquietud de la gente. Con ello Juan nos explica la fe de los primeros discípulos que creen en Jesús como el verdadero Pan de la vida.

Para entender esta respuesta, les propongo algunas reflexiones sobre el valor del Pan en la tradición bíblica y en nuestra fe:

1.- El pan que permite sobrevivir

Hubo una primera experiencia que quedó marcada en la historia de Israel: el alimento que milagrosamente pudieron obtener en los momentos más difíciles de su marcha hacia la tierra prometida. Todos recordamos la historia del maná, aunque no sabemos cómo sucedió la cosa físicamente y los exégetas hacen varias hipótesis plausibles. Pero lo importante es que lo que sucedió permitió al pueblo de Israel sobrevivir y ellos siempre vieron en este hecho la presencia de la mano providente de Dios.

Pienso que algo parecido nos pasa a nosotros muchas veces: Cuando estábamos desesperados, encontramos un trabajo que nos permite ganar la vida, nos va bien un negocio, encontramos una ayuda inesperada, superamos una enfermedad… En esos casos podemos pensar que es una casualidad, que ha sido todo mérito nuestro… o que Dios está guiando la historia a  nuestro favor. Eso es lo que hicieron los judíos y lo que sigue haciendo tanta gente sencilla y llena de fe, yendo más allá de las apariencias y de la superficie de los acontecimientos.

2.- Del Pan a la Palabra-Ley

Cuando Moisés presentó a su pueblo la tabla con los diez mandamientos y el conjunto de la Ley, Israel experimentó que la LEY era un favor tan grande como el alimento del desierto. Con la Ley el pueblo crecía, se defendía, progresaba, sabía cómo orientarse en los momentos de duda y encontraba armonía y felicidad. Poco a poco el pueblo aplicó a la Ley su experiencia con el pan físico y afirmó: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

Pienso que también nosotros hemos hecho esta experiencia, tanto a nivel personal como comunitario. A veces despreciamos el valor de las leyes, pero una buena Ley puede ayudar a un pueblo a vivir mejor. Sin ley caemos en la anomia y la anarquía, que normalmente favorece a los más poderosos y violentos. Tener una buena Ley (o un buen proyecto de vida personal) es tan importante como tener las necesidades básicas cubiertas.

3. De la Ley a la Palabra-Sabiduría

Pero la Ley no era la única manifestación de la sabiduría divina, que guiaba al pueblo. Estaban los profetas, los salmistas, los poetas, los filósofos de otras culturas, los ancianos sabios… Toda manifestación de sabiduría fue considerada como PAN que alimenta el espíritu. Si el pan es imprescindible para la vida del cuerpo, la sabiduría es imprescindible para la vida del espíritu.

También nosotros necesitamos alimentarnos de toda sabiduría que la humanidad produce en la ciencia y la filosofía, en las religiones y en el arte. Todo pensamiento positivo, toda palabra luminosa puede ayudarnos a vivir mejor.

4.- De la Palabra-Sabiduría a Jesucristo

Lo que los discípulos experimentaron es lo que viene explicado en el evangelio de hoy: El pan que nos alimenta en el desierto no es más que la imagen de Jesucristo como verdadero Pan que alimenta nuestra vida espiritual. Su Palabra -repartida en parábolas, sermones, diálogos y dichos-, su cercanía a los enfermos y pecadores, y toda su presencia era como el Pan del Desierto, como la Ley de Moisés, como la más alta Sabiduría de la humanidad. En él se encuentra la plenitud de la Vida que Dios quiere para todos sus hijos.

Cierto, todos nosotros queremos tener aseguradas las necesidades básicas de la vida (pan vestido, techo) y Jesús –como la Iglesia hoy- sale al encuentro de la gente en esas necesidades básicas, pero no se queda ahí: nos invita a aspirar al Pan verdadero que es la Palabra-Sabiduría-Amor de Dios hecho carne en Jesús de Nazaret.

Aceptar esto, “comerlo” y dejar que forme parte de nuestra vida es abrirse una vida en plenitud, capaz de superar las pruebas de cualquier desierto que nos toque atravesar.

P. Antonio Villarino

Bogotá