Laicos Misioneros Combonianos

Mensaje de P. Enrique para la fiesta del Sagrado Corazón

Sagrado Corazon“Pidamos la gracia de llegar a ser consagrados alegres y felices por llevar en el corazón el tesoro de aquel amor que brota del Corazón traspasado del Señor que san Daniel Comboni descubrió como fundamento sobre el cual hay que construir su misión y al cual se entregó sin poner límites. La confianza en el Corazón de Jesús sea también para nosotros fuente perenne de un amor que nos ayude a vivir nuestra consagración como el don más bello que se nos ha concedido. Buena fiesta del Sagrado Corazón.” P. Enrique Sánchez G. mccj, Superior General.

 

Consagrados en el corazón de Cristo

Las palabras consagración y consagrados, con todos sus sinónimos, tienen la posibilidad de ser profundizadas e integradas en nuestra vida, de modo particular durante este año destinado a la vida religiosa o consagrada, en la medida en la que nos concedemos un momento para la reflexión y, quizá más todavía a la acción de gracias por este don.

Al mismo tiempo, estas palabras corren el riesgo de vaciarse de su significado y de la riqueza de la que son portadoras, si no las confrontamos con la experiencia de nuestra vida; si no damos con nuestra vida, un sentido autentico a aquello que afirmamos con la palabra.

Somos consagrados. Basta poco para hacer esta afirmación que, sin embargo, no parece tan evidente cuando pedimos a nuestro testimonio de vida que exprese el contenido de aquella que ha sido la opción de nuestra vida.

Incluso si debemos decir de inmediato que hay ejemplos extraordinarios, muchos cercanos a nosotros, de personas que han hecho de su consagración un tesoro y cuya vida se ha transformado en una luz capaz de penetrar las tinieblas más oscuras, necesitamos hoy detenernos y preguntarnos cuánto nuestra consagración a Dios define y caracteriza nuestra identidad y nuestra acción.

Reflexionar sobre nuestra consagración puede convertirse en una ocasión extraordinaria para apropiarnos mejor de aquello que queremos decir cuando nos reconocemos personas consagradas a Dios para la misión.

 

Nuestra consagración misionera

Como ayuda para nuestra reflexión, particularmente con ocasión de la fiesta del Sagrado Corazón, me gustaría compartir con ustedes algunos breves pensamientos que pueden ser provocaciones para preguntarnos cuánto y cómo estamos viviendo nuestra consagración religiosa y misionera.

El Papa Francisco nos ha invitado a hacer un ejercicio de memoria, para reconocer en el pasado el don de nuestra llamada, de nuestro carisma, dejando brotar desde lo profundo de nuestro corazón la gratitud, el reconocimiento por este don. Nos ha recomendado contemplar el presente de nuestra consagración para vivirla con pasión, sin cálculos, con la generosidad y el entusiasmo del primer momento, cuando en el silencio cómplice de Dios hemos sentido pronunciar nuestro nombre y soñado una misión sin fronteras.

El Papa nos ha pedido mirar al futuro con esperanza, que quiere decir confianza en Dios, en su cercanía, en la certeza de que El sigue guardando en su corazón un proyecto de amor por la humanidad que ninguno podrá impedir, porque será siempre un proyecto de amor y el amor no se detiene frente a los obstáculos.

Vivir nuestra consagración misionera de este modo nos lleva a redescubrir, a hacer de nuevo la experiencia del gozo del primer momento de nuestra llamada, y a decir con sencillez: ¡Señor, cuán grande has sido fijando tu mirada sobre mí! No podías hacerme un don más extraordinario.

Ser misionero ha sido la opción mejor que has hecho para mí; gracias porque has permanecido fiel y porque aquello que me ha sucedido tantos años sigue conservando su frescura.

Gracias por un presente misionero que desafía. Tu llamada a veces corre el peligro de ser oscurecida por tantos obstáculos que encontramos en el camino. Nos falta la pasión, tu ardor, tu coraje para no dejarse vencer por la indiferencia de nuestro tiempo, por el consumismo que nos circunda, por el hedonismo superficial que nos asalta con sus trampas, que hacen crecer el egoísmo y la superficialidad.

Necesitamos pasión misionera, ante todo para creer en ti con todo nuestro corazón, para descubrirte presente en el hermano que sufre, en la hermana que es maltratada, en el joven condenado a vivir sin la posibilidad de soñar un futuro digno, para salir de nuestras seguridades y comodidades.

Señor, nos hace bien reconocer con humildad y sencillez que nos falta la pasión que no tiene miedo del sacrificio, de la renuncia, del abandono, aquella pasión que permite dejar todo para hacer de ti y de tu misión el todo de nuestra vida.

Nos has dado una vocación que hace de nosotros privilegiados, porque has elegido para nosotros, como lugar para encontrarte, los más pobres, los lejanos, aquellos que no cuentan a los ojos de nuestros contemporáneos.

“La esperanza de la que hablamos – dice el Papa – no se funda en los números y en las obras, sino en Aquel en el cual hemos puesto nuestra confianza” (2Tim 1,12).

Y nosotros queremos vivir en la esperanza, no podemos no hacerlo, cuando hemos sido testigos de su fidelidad, de su confianza, de tu solicitud hacia nosotros. No nos espanta el mañana porque sabemos que tú nos has precedido y has preparado para nosotros un mañana que será completamente diverso de aquel que podríamos haber construido con nuestras fuerzas y con nuestros medios.

No tenemos miedo de disminuir, de morir, porque estamos convencidos que donde estás presente la vida sólo puede vencer y que serás tú quien escribirá la bella historia de la misión que se volverá también la nuestra.

 

Una consagración en los pequeños detalles

Cuando se habla de consagración, me gusta decir que nos referimos a una experiencia, a una vida que llevamos adelante en los pequeños o grandes detalles de nuestra existencia, en lo cotidiano de nuestra acción en realizar el sueño que llevamos en el corazón como ideal que nos empuja a ir siempre más lejos.

Me gusta decir que ser consagrados no es otra cosa que aceptar con alegría que nuestra vida está en las manos de Aquel que nos ha hecho vivir. Es aceptar que somos propiedad del Señor, que somos o nos estamos convirtiendo en don de Dios para la humanidad.

Es bello pensar así, porque nos ayuda a entender que la consagración no es una obra que nace de nuestra voluntad o de nuestras capacidades, sino que es una experiencia de grande libertad, de generosidad y sobre todo de profunda docilidad.

 

¿Qué quiere decir consagrarse a Dios?

Consagrarse a Dios quiere decir educar nuestro corazón a vivir siempre abiertos y disponibles a aquello que El querrá hacer de nosotros. En este sentido, consagración es sinónimo de abandono, de obediencia y de valor, porque con el Señor se sabe dónde comienza la aventura, pero nunca se sabe a dónde nos llevará.

Hablar de consagración significa entrar en un mundo en el cual nuestros parámetros no funcionan más, porque se entra en el mundo del misterio de Dios, que rompe todas nuestras lógicas y nuestros cálculos y pone todo de cabeza, volviéndose él el protagonista de nuestra historia y el patrón de nuestra existencia.

Y aquí nos vienen a la mente tantas frases del Evangelio: “No fueron ustedes los que me eligieron, soy yo quien los llamé” (Jn 15,16); “Este es mi hijo predilecto, en el que me he complacido” (Mt 3,17).

Cuánta fuerza resuena en el mensaje de Pablo, cuando recuerdo como fue elegido y como, en su ministerio de apóstol, ha podido constatar que “Todo sucede para el bien de quienes aman a Dios, que fueron llamados según su designio” (Rom 8, 28).

Entonces la pregunta que surge espontánea es muy sencilla: ¿En el fondo quién es el que se consagra?

¿Cuántas veces en nuestra vida deberemos reconocer que hemos ido adelante porque el Señor no se ha echado atrás? ¿Cuántas veces nos damos cuenta de que no son nuestras cualidades, nuestros méritos o nuestras virtudes las que nos han hecho merecedores del don de la elección que el Señor ha hecho de nosotros?

Tenemos una grande responsabilidad de custodiar y hacer crecer la gracia recibida desde el día que respondimos sí al Señor. ¿Nos recordaremos siempre que Dios llama y no cambia de parecer con el pasar del tiempo? ¿A qué fidelidad nos desafía?

 

El testimonio de san Daniel Comboni

“Necesitando extremadamente la ayuda del Sagrado Corazón de Jesús, Soberano de Africa Central, el cual es la alegría, la esperanza, la fortuna y el todo de sus pobres misioneros, me dirijo a usted, amigo, apóstol y fiel servidor de ese Corazón divino, tan lleno de caridad por las almas más desventuradas y abandonadas de la tierra.

¡Oh, qué feliz soy de pasar media hora con usted para encomendar y confiar al Sdo. Corazón los intereses más preciosos de mi laboriosa y difícil Misión, a la que he consagrado toda mi alma, mi cuerpo, mi sangre y mi vida!” (Escritos 5255-56).

La consagración del comboniano, para que sea verdadera y fuente de felicidad, tratará de responder siempre a esta clara convicción de Comboni, es decir, ser consagración que nace de la experiencia del amor que brota del Corazón de Jesús. El corazón de Dios que ha amado tanto a la humanidad y que no ha dudado en entregarle a su hijo único por amor.

Es de este amor en el que se origina y del que se sostiene nuestra consagración. Es y será siempre de este corazón abierto que podremos recibir la luz y la fuerza para vivir solo para Dios y para su obra. Es del Corazón de Jesús que debemos aprender cómo convertirnos en hombres de Dios, que encuentran su alegría en servir a la misión con un corazón indiviso.

Será siempre el corazón de Jesús quien nos ayudará a mirar al futuro sin caer en el desánimo, en la tristeza o en la desilusión, porque del corazón de Dios nacen siempre cosas nuevas para el bien de todos aquellos que se abren al amor.

Como Comboni, tendremos que aprender a no espantarnos frente a las dificultades de la misión que estamos llamados a vivir. Será siempre una obra laboriosa y difícil, pero no debemos olvidar que se trata de la misión de Dios y no de la nuestra. Es la misión del Señor, en la que estamos llamados a ser simples colaboradores, mediaciones de su amor.

Como nuestro santo fundador, también nosotros estamos invitados, llamados a vivir a fondo el don de la vocación misionera aceptando consagrar toda nuestra alma, volviéndonos hombres de fe profunda, aceptando con alegría dar testimonio a través de nuestra pobreza, nuestra castidad y nuestra obediencia, tratando siempre de crear ambientes de profunda fraternidad.

También para nosotros, el gran desafío de la consagración será la disponibilidad de vivir sacrificando todo por los otros, por aquellos que encontraremos en la misión. Esto quiere decir también que el martirio, que nos pedirá fecundar el corazón de nuestros hermanos con nuestra vida consagrada en la cotidianidad de la existencia, en el servicio humilde y escondido, en la aceptación gozosa de la renuncia de nosotros mismos para permitir a Dios manifestar su amor.

Solo educados en esta escuela de amor que es el Corazón de Jesús, seremos capaces de vivir en toda libertad la opción por los más pobres y dar un rostro al amor de Dios, a través de la construcción de un mundo más justo más solidario, más respetuoso y capaz de generar la felicidad que todos llevamos en el corazón como único y verdadero anhelo de nuestra vida.

Pidamos la gracia de llegar a ser consagrados alegres y felices por llevar en el corazón el tesoro de aquel amor que brota del Corazón traspasado del Señor que san Daniel Comboni descubrió como fundamento sobre el cual hay que construir su misión y al cual se entregó sin poner límites.

La confianza en el Corazón de Jesús sea también para nosotros fuente perenne de un amor que nos ayude a vivir nuestra consagración como el don más bello que se nos ha concedido.

Buena fiesta del Sagrado Corazón.
P. Enrique Sánchez G. mccj
Superior General

Tras las huellas de Jesús – retiro espiritual en las calles de Berlín

BerlinEl 13 de mayo, 3 mujeres del pequeño grupo de LMC alemán se pusieron camino a Berlín, para realizar un retiro espiritual en las calles. Estábamos ansiosas, ¿cómo será eso? Llenas de gratitud podemos decir que ¡valió la pena! Fuimos cariñosamente acompañadas por el jesuita Christian Herwartz y la hermana comboniana Margit Forster. Cada una de nosotras hizo su experiencia personal y profunda, yendo a lugares que hicieron posible un encuentro con Dios de una manera especial: la cárcel, un punto de venta de drogas, un lugar de encuentro para personas sin hogar, plazas turísticas en el centro… Al igual que Moisés nos quitamos nuestras sandalias (miedos, prejuicios, juicios) y en los lugares sagrados encontramos a Dios de una nueva manera. Por desgracia, tuvimos que volver a casa el 17 de mayo. Fue una breve pero muy rica experiencia, sobre todo juntas. ¡GRACIAS!

Barbara Ludewig LMC Alemania

[Portugal] Vivimos la llamada a la misión como cristianos movidos por la fe y no por el trabajo

LMC PortugalEl pasado viernes 22 de mayo tuvimos una nueva reunión de los candidatos LMC en la casa de Viseu. El tema de esta unidad formativa fue Laicos en la Iglesia – Espiritualidad laical y misionera, presentado por Carlos Barros.

Empezamos viendo una película que me tocó mucho “Selma la marcha de la libertad”, que narra la lucha que Martin Luther King tuvo que luchar para conceder el derecho de voto a cada persona, que termina con una marcha épica desde la ciudad de Selma a Montgomery, Alabama, y ​​que provocó que el presidente Lyndon B. Johnson firmase la Ley de Derecho al Voto en 1965.

El sábado Carlos nos habló de la espiritualidad, se ha hablado mucho, pero algunas de las frases que me marcaron fueron “la espiritualidad es un camino hacia Dios”, “es una relación de amor con Cristo,” que es la “vida alimentada por Cristo”. Espiritualidad cristiana no es sólo de algunos, es un estilo de vida…

Tuvimos la oportunidad de reflexionar sobre la identidad de los LMC en los artículos 4 y 5 del directorio en el que nos pidieron que pensásemos en algunas preguntas:

  • ¿Cómo evalúo mi espiritualidad a la luz de estos artículos del directorio de los LMC?
  • A través de este proceso de formación ¿he ido ganando conciencia sobre algunos aspectos contenidos en estos artículos?
  • ¿Hay algunos puntos en estos artículos cuya finalidad siento que todavía no he conseguido? ¿Cuáles son? ¿Por qué?
  • ¿Crees que algún día podrás guiar tu vida por los principios contenidos en estos artículos?

Durante el sábado por la mañana todavía tuvimos la sorpresa de recibir la visita de Palmira Pinheiro – Misionera Secular Comboniana recién llegada de la misión, que compartió un poco de su vida misionera.

LMC PortugalDespués de la comida, que fue muy agradable, y con las energías reforzadas, ya era hora de volver al trabajo. Carlos continuó hablando de espiritualidad, y más específicamente Espiritualidad Laical donde hablamos del papel de los laicos en la Iglesia y, ciertamente, seguir a Jesús es “una tarea exigente y comprometida”, tenemos que tomar un papel activo, estando disponible para SERVIR y no para ser servido, debemos ser radicales para asumir que “vivimos la llamada a la misión como cristianos movidos por la fe y no por el trabajo.”

Durante la oración vespertina reflexionamos sobre “Id también vosotros a mi viña”, donde Jesús nos invita a ser parte de su viña, no sólo a los religiosos o religiosas, sino a todos los fieles laicos, todos los bautizados, porque todos estamos unidos por el Bautismo. Cada uno de nosotros es parte de la Iglesia, cuando alguien no está presente, la iglesia es más pobre.

Jesús nos invita también a vivir una vida diferente como Laicos, nos invita a vivir despegados de los bienes materiales, los lazos familiares (que es para mí lo más difícil de pensar o imaginar…) y tener el valor de ir… de no tener miedo de decir “Sí Padre, aquí estoy…”.

Por la noche nos presentó el testimonio el P. Ginno Pastor por Skype (las nuevas tecnologías hacen maravillas como esta) donde escuchamos su experiencia en la misión, siempre en Mozambique, donde se notaba que el P. Ginno hablaba de esto con mucho amor. Su sonrisa al hablar de la misión, sus palabras irradiaba amor por los demás, un ejemplo del que fue pobre con los más pobres, alguien que fue sin duda uno de ellos mientras vivía en la misión… La frase que me tocó más en su testimonio fue “la sonrisa del otro lo paga todo 🙂 “.

La noche se fue alargando, ya que fue una gran noche, Pentecostés, donde tuvimos una pequeña vigilia donde cada uno de nosotros pudo compartir lo que es “ser Iglesia” escribiendo en un racimo de uvas cuándo nos sentimos Iglesia… “Soy iglesia cuando… “.

El domingo por la mañana participamos en la Eucaristía con la comunidad de Viseu, y fue bonito sentir la presencia del Espíritu Santo… fue un momento muy especial. Sentí de nuevo el deseo de ser radical, ser diferente y hacer lo que hago por fe y no por obligación, como alguien dijo, “Si es interior y no por obligación esto se refleja”. Es necesario creer en las palabras del Papa Juan Pablo II: “Cristo no quita nada, sólo da” y es con la certeza de este amor por nosotros, que continuo comprometida como cristiana… y espero cada día poder decir al Señor “Heme aquí…”.

Andreia Martins (candidata LMC)

La montaña y el nombre de Dios

Comentario a Mt 28, 16-20, Solemnidad de la Santísima Trinidad, 31 de mayo del 2015

Este domingo dedicado a la Santísima Trinidad es, de alguna manera, el punto álgido del año litúrgico. Al discípulo misionero, que trata de identificarse con Jesucristo, se le ofrece en contemplación y adoración una aproximación al el misterio de Dios, una realidad que le es la más íntima que su propia intimidad (como dice San Agustín) y, al mismo tiempo, le supera por todos los lados. La Iglesia nos ofrece hoy los últimos versículos del evangelio de Mateo, en los que, casi de pasada, se nombra al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Detengámonos un poco a meditar sobre algunos conceptos que aparecen en estos últimos versículos de Mateo:

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1) Subir a la montaña:
Jesús encuentra a sus discípulos en una montaña de Galilea. Parece una anotación geográfica casi sin importancia, pero no creo que sea así. De hecho, todos nosotros estamos marcados por la geografía. En mi vida personal, hay muchas montañas que han dejado huella. Pienso, por ejemplo, en los majestuosos picos del Sinaí que me han ayudado a intuir como Moisés y Elías pudieron experimentar allí la presencia inefable de Dios (Ex 19, 20; 1Re 19,8); pienso en la montaña del Machu Pichu (Perú), donde tuve la impresión de estar en el centro de la Tierra y entrar en comunión con las tradiciones de los antiguos peruanos… Para muchas religiones y culturas, la montaña es el lugar de la manifestación de Dios. Y se entiende, porque la montaña me ayuda a ir más allá de mí mismo, a salir de la rutina y la superficialidad, a buscar el más alto nivel de la conciencia personal… Y es precisamente ahí, en el nivel más alto de mi conciencia, que Dios se me manifiesta, con una presencia que difícilmente se puede encerrar en palabras, pero que uno percibe como muy real y auténtica.
Por su parte, Jesús subía continuamente al monte, solo o con sus discípulos, logrando unos niveles de conciencia y comunión con el Amor Infinito, que son un regalo para nosotros, sus discípulos y seguidores. También nosotros necesitamos, más que grandes elucubraciones, subir constantemente la “montaña” de nuestra propia conciencia, con la ayuda de un lugar geográfico que nos invite a apartarnos del ruido y de la rutina superficial.

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2) Adoración y duda
Ante un Jesús que se manifiesta en la “montaña”, en la que se identifica con la Divinidad, los discípulos experimentan un doble movimiento: de adoración y de duda. Por una parte, sienten la necesidad de postrarse y reconocer esta presencia de la Divinidad en el Maestro, porque sólo con la adoración uno puede acercarse al misterio de Dios. Las palabras sobran o casi parecen a veces como una “blasfemia”, ya que nunca las palabras pueden contener la realidad que uno apenas alcanza a vislumbrar desde lo hondo de su conciencia. Por eso los discípulos experimentan también la duda, porque, por una parte parece casi imposible que Dios se nos manifieste en nuestra pequeñez y, por otra, somos conscientes que todas nuestras palabras y conceptos se quedan cortos y, en alguna medida, son falsos. Nuestros conceptos sobre Dios son siempre limitados y deben ser constantemente corregidos, con la ayuda de la duda, que nos obliga a no “sentarnos” en lo aparentemente ya comprendido.

3) El nombre de Dios
Los pueblos, culturas y religiones intentan acercarse, como pueden, al misterio de Dios, dándole nombres según sus propias experiencias culturales. Israel ha preferido abstenerse de darle nombre, porque comprendió que es innombrable. Cuando uno da nombre a una cosa, de alguna manera, toma posesión de ella y la manipula. Pero de Dios no se puede tomar posesión ni se lo puede manipular. De hecho, Jesús tampoco le da un nombre. Lo que Jesús hace es hablarnos del Padre, de su experiencia de identificación y comunión con Él y del Espíritu que ambos comparten. Y manda a sus discípulos bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”. Al bautizar, no damos nombre a Dios, sino que somos nosotros quienes, en su nombre, somos consagrados, para ser parte de esta “familia” divina. Nosotros –y toda la humanidad–estamos llamados a ser parte de este misterio divino, uno y múltiple.

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4) Dios-Comunión
Las religiones más importantes se han esforzado por llegar a la elaboración del concepto de un Dios único. Y ese es un dato importante. Pero Jesús, desde su experiencia en la “montaña” de su conciencia, nos manifiesta que Dios, siendo único, no es “monolítico” sino plural; no es “individualista” sino comunitario. De la misma manera nosotros, creados a imagen de Dios, somos llamados a vivir en comunidad. Ninguno de nosotros es completo en sí mismo, sino que necesita de los otros para parecerse a Dios Padre, Hijo y Espíritu. Cuando uno niega a un miembro de su comunidad está negando a Dios. Por eso adorar a Dios es acogerlo, al mismo tiempo, en el santuario de la propia conciencia y en la realidad concreta de cada ser humano, en su maravillosa singularidad y diversidad.

P. Antonio Villarino
Roma

Espíritu Santo, ven

ORACION al Espíritu Santo: Jn 15, 26-27.12, 12.15 (24 de mayo, Domingo de Pentecostés)

P1010024En este Domingo de Pentecostés leemos dos de las cinco promesas del Espíritu Santo que Jesús hace en el evangelio de Juan.
¿Cuál es la diferencia entre un profesor de religión y un profeta, entre un profesional del culto y un testigo, entre un teórico de la solidaridad y la justicia y un hermano, entre un “hablador” sobre Dios y un creyente poseído por el amor? ¿En qué se diferencia un grupo humano bien organizado de una comunidad creyente y misionera, una Iglesia de una gran y potente ONG?
La diferencia está evidentemente en la presencia o no del Espíritu, el mismo que está presente en el mundo desde la creación, que acompañó a Jesús en su encarnación, en su caminar terreno y en la Pascua, el mismo que fundó la Iglesia, el que, como el viento, sopla donde quiere.
A este propósito, más que un comentario, comparto con ustedes una oración al Espíritu Santo, que cada uno de nosotros puede completar, reducir o adaptar según su propia experiencia de vida:

Espíritu Santo, venP1000909 - copia - copia
Rompe las barreras de mi rutina;
da verdad y hondura a mi oración;
hazme vivir con plenitud cada momento,
cada acción, cada pensamiento.
Dame “ganas” de hacer el bien,
de estar disponible,
de gozar de la vida con sencillez, humor y amor.
Desbórdate por mi espíritu y mi cuerpo,
mi inteligencia y mis afectos.
Espíritu Santo, ven
Dame tu confianza.
Ayúdame a superar los miedos
a mí mismo,
al qué dirán,
al fracaso,
a reconocer mis fallos.
Dame la confianza de los hijos en brazos de su papá.
Espíritu Santo, ven
Sé tú mi instructor,
conecta mi interior con el corazón del Padre.
Facilita la Alianza,
que me permita conocer desde dentro,
amar desde dentro,
superar toda falsedad.
Espíritu santo, ven
Hazme sensible,
abierto, disponible.
Hazme reaccionar ante los demás como un hermano,
superando toda indiferencia.
Ayúdame a ser servicial,
capaz de poner mi tiempo y mis energías
al servicio de quien los necesite.
Espíritu Santo, ven
Dame libertad y valentía,
para ser yo mismo,
para dejarme guiar por tus inspiraciones.
Que no confunda la libertad con el capricho,
ni la valentía con la tozudez orgullosa.
Sé tú la luz que ilumina mi camino en libertad,
y el viento que me empuja
por la senda de la generosidad.
Espíritu Santo, ven
Hazme misionero, aquí y ahora,
en las actuales circunstancias de mi vida.
Infúndeme un espíritu de diálogo,
enséñame a saber escuchar.
Ayúdame a estar abierto a nuevas ideas
y propuestas,
a estar dispuesto siempre a aprender.
Hazme ver la parte positiva de los que me rodean
y de lo que me dicen.
Espíritu santo, ven
Lléname de tu alegría y gozo.
Dame contento y humor.
No me dejes confundir fidelidad con severidad.
Que los problemas no llenen de amargura mi vida.
Haz de mi vida un monumento de alabanza
y un testimonio de gratitud
por el amor indefectible del Padre
y por tu presencia en toda la creación.
 Espíritu Santo, ven
Hazme resistente ante los tropiezos de la vida,
pequeños o grandes.
Que no me desanime la incoherencia de los hermanos,
los pecados de tu Iglesia,
o la corrupción de la sociedad.
Regálame tu humilde verdad y tu amor gratuito.
Ahora y siempre. Amén.

P.Antonio Villarino
RomaP1010397