Laicos Misioneros Combonianos

Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz 2015

Papa Francisco“La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza.” Mensaje del Santo Padre Francisco para la celebración de la XLVIII Jornada Mundial de la Paz: 1 de enero de 2015.

No esclavos, sino hermanos

Al comienzo de un nuevo año, que recibimos como una gracia y un don de Dios a la humanidad, deseo dirigir a cada hombre y mujer, así como a los pueblos y naciones del mundo, a los jefes de Estado y de Gobierno, y a los líderes de las diferentes religiones, mis mejores deseos de paz, que acompaño con mis oraciones por el fin de las guerras, los conflictos y los muchos de sufrimientos causados por el hombre o por antiguas y nuevas epidemias, así como por los devastadores efectos de los desastres naturales. Rezo de modo especial para que, respondiendo a nuestra común vocación de colaborar con Dios y con todos los hombres de buena voluntad en la promoción de la concordia y la paz en el mundo, resistamos a la tentación de comportarnos de un modo indigno de nuestra humanidad.

En el mensaje para el 1 de enero pasado, señalé que del «deseo de una vida plena… forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer».[1] Siendo el hombre un ser relacional, destinado a realizarse en un contexto de relaciones interpersonales inspiradas por la justicia y la caridad, es esencial que para su desarrollo se reconozca y respete su dignidad, libertad y autonomía. Por desgracia, el flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por parte del hombre daña seriamente la vida de comunión y la llamada a estrechar relaciones interpersonales marcadas por el respeto, la justicia y la caridad. Este fenómeno abominable, que pisotea los derechos fundamentales de los demás y aniquila su libertad y dignidad, adquiere múltiples formas sobre las que deseo hacer una breve reflexión, de modo que, a la luz de la Palabra de Dios, consideremos a todos los hombres «no esclavos, sino hermanos».

PazA la escucha del proyecto de Dios sobre la humanidad

El tema que he elegido para este mensaje recuerda la carta de san Pablo a Filemón, en la que le pide que reciba a Onésimo, antiguo esclavo de Filemón y que después se hizo cristiano, mereciendo por eso, según Pablo, que sea considerado como un hermano. Así escribe el Apóstol de las gentes: «Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido» (Flm 15-16). Onésimo se convirtió en hermano de Filemón al hacerse cristiano. Así, la conversión a Cristo, el comienzo de una vida de discipulado en Cristo, constituye un nuevo nacimiento (cf. 2 Co 5,17; 1 P 1,3) que regenera la fraternidad como vínculo fundante de la vida familiar y base de la vida social.

En el libro del Génesis, leemos que Dios creó al hombre, varón y hembra, y los bendijo, para que crecieran y se multiplicaran (cf. 1,27-28): Hizo que Adán y Eva fueran padres, los cuales, cumpliendo la bendición de Dios de ser fecundos y multiplicarse, concibieron la primera fraternidad, la de Caín y Abel. Caín y Abel eran hermanos, porque vienen del mismo vientre, y por lo tanto tienen el mismo origen, naturaleza y dignidad de sus padres, creados a imagen y semejanza de Dios.

Pero la fraternidad expresa también la multiplicidad y diferencia que hay entre los hermanos, si bien unidos por el nacimiento y por la misma naturaleza y dignidad. Como hermanos y hermanas, todas las personas están por naturaleza relacionadas con las demás, de las que se diferencian pero con las que comparten el mismo origen, naturaleza y dignidad. Gracias a ello la fraternidad crea la red de relaciones fundamentales para la construcción de la familia humana creada por Dios.

Por desgracia, entre la primera creación que narra el libro del Génesis y el nuevo nacimiento en Cristo, que hace de los creyentes hermanos y hermanas del «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29), se encuentra la realidad negativa del pecado, que muchas veces interrumpe la fraternidad creatural y deforma continuamente la belleza y nobleza del ser hermanos y hermanas de la misma familia humana. Caín, además de no soportar a su hermano Abel, lo mata por envidia cometiendo el primer fratricidio. «El asesinato de Abel por parte de Caín deja constancia trágicamente del rechazo radical de la vocación a ser hermanos. Su historia (cf. Gn 4,1-16) pone en evidencia la dificultad de la tarea a la que están llamados todos los hombres, vivir unidos, preocupándose los unos de los otros».[2]

También en la historia de la familia de Noé y sus hijos (cf. Gn 9,18-27), la maldad de Cam contra su padre es lo que empuja a Noé a maldecir al hijo irreverente y bendecir a los demás, que sí lo honraban, dando lugar a una desigualdad entre hermanos nacidos del mismo vientre.

En la historia de los orígenes de la familia humana, el pecado de la separación de Dios, de la figura del padre y del hermano, se convierte en una expresión del rechazo de la comunión traduciéndose en la cultura de la esclavitud (cf. Gn 9,25-27), con las consecuencias que ello conlleva y que se perpetúan de generación en generación: rechazo del otro, maltrato de las personas, violación de la dignidad y los derechos fundamentales, la institucionalización de la desigualdad. De ahí la necesidad de convertirse continuamente a la Alianza, consumada por la oblación de Cristo en la cruz, seguros de que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia… por Jesucristo» (Rm 5,20.21). Él, el Hijo amado (cf. Mt 3,17), vino a revelar el amor del Padre por la humanidad. El que escucha el evangelio, y responde a la llamada a la conversión, llega a ser en Jesús «hermano y hermana, y madre» (Mt 12,50) y, por tanto, hijo adoptivo de su Padre (cf. Ef 1,5).

No se llega a ser cristiano, hijo del Padre y hermano en Cristo, por una disposición divina autoritativa, sin el concurso de la libertad personal, es decir, sin convertirse libremente a Cristo. El ser hijo de Dios responde al imperativo de la conversión: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38). Todos los que respondieron con la fe y la vida a esta predicación de Pedro entraron en la fraternidad de la primera comunidad cristiana (cf. 1 P 2,17; Hch 1,15.16; 6,3; 15,23): judíos y griegos, esclavos y hombres libres (cf. 1 Co 12,13; Ga 3,28), cuya diversidad de origen y condición social no disminuye la dignidad de cada uno, ni excluye a nadie de la pertenencia al Pueblo de Dios. Por ello, la comunidad cristiana es el lugar de la comunión vivida en el amor entre los hermanos (cf. Rm 12,10; 1 Ts 4,9; Hb 13,1; 1 P 1,22; 2 P 1,7).

Todo esto demuestra cómo la Buena Nueva de Jesucristo, por la que Dios hace «nuevas todas las cosas» (Ap 21,5),[3] también es capaz de redimir las relaciones entre los hombres, incluida aquella entre un esclavo y su amo, destacando lo que ambos tienen en común: la filiación adoptiva y el vínculo de fraternidad en Cristo. El mismo Jesús dijo a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15).

manifestacionMúltiples rostros de la esclavitud de entonces y de ahora

Desde tiempos inmemoriales, las diferentes sociedades humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre. Ha habido períodos en la historia humana en que la institución de la esclavitud estaba generalmente aceptada y regulada por el derecho. Éste establecía quién nacía libre, y quién, en cambio, nacía esclavo, y en qué condiciones la persona nacida libre podía perder su libertad u obtenerla de nuevo. En otras palabras, el mismo derecho admitía que algunas personas podían o debían ser consideradas propiedad de otra persona, la cual podía disponer libremente de ellas; el esclavo podía ser vendido y comprado, cedido y adquirido como una mercancía.

Hoy, como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de lesa humanidad,[4] está oficialmente abolida en el mundo. El derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable.

Sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud.

Me refiero a tantos trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores, desde el trabajo doméstico al de la agricultura, de la industria manufacturera a la minería, tanto en los países donde la legislación laboral no cumple con las mínimas normas y estándares internacionales, como, aunque de manera ilegal, en aquellos cuya legislación protege a los trabajadores.

Pienso también en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente. En aquellos que, una vez llegados a su destino después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas. Pienso en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles, sobre todo cuando las legislaciones nacionales crean o permiten una dependencia estructural del trabajador emigrado con respecto al empleador, como por ejemplo cuando se condiciona la legalidad de la estancia al contrato de trabajo… Sí, pienso en el «trabajo esclavo».

Pienso en las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y esclavas sexuales; en las mujeres obligadas a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio o en las entregadas en sucesión, a un familiar después de la muerte de su marido, sin tener el derecho de dar o no su consentimiento.

No puedo dejar de pensar en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional.

Pienso finalmente en todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados.

Niño soldadoAlgunas causas profundas de la esclavitud

Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin.

Junto a esta causa ontológica –rechazo de la humanidad del otro­– hay otras que ayudan a explicar las formas contemporáneas de la esclavitud. Me refiero en primer lugar a la pobreza, al subdesarrollo y a la exclusión, especialmente cuando se combinan con la falta de acceso a la educación o con una realidad caracterizada por las escasas, por no decir inexistentes, oportunidades de trabajo. Con frecuencia, las víctimas de la trata y de la esclavitud son personas que han buscado una manera de salir de un estado de pobreza extrema, creyendo a menudo en falsas promesas de trabajo, para caer después en manos de redes criminales que trafican con los seres humanos. Estas redes utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo.

Entre las causas de la esclavitud hay que incluir también la corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse. En efecto, la esclavitud y la trata de personas humanas requieren una complicidad que con mucha frecuencia pasa a través de la corrupción de los intermediarios, de algunos miembros de las fuerzas del orden o de otros agentes estatales, o de diferentes instituciones, civiles y militares. «Esto sucede cuando al centro de un sistema económico está el dios dinero y no el hombre, la persona humana. Sí, en el centro de todo sistema social o económico, tiene que estar la persona, imagen de Dios, creada para que fuera el dominador del universo. Cuando la persona es desplazada y viene el dios dinero sucede esta trastocación de valores».[5]

Otras causas de la esclavitud son los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo. Muchas personas son secuestradas para ser vendidas o reclutadas como combatientes o explotadas sexualmente, mientras que otras se ven obligadas a emigrar, dejando todo lo que poseen: tierra, hogar, propiedades, e incluso la familia. Éstas últimas se ven empujadas a buscar una alternativa a esas terribles condiciones aun a costa de su propia dignidad y supervivencia, con el riesgo de entrar de ese modo en ese círculo vicioso que las convierte en víctimas de la miseria, la corrupción y sus consecuencias perniciosas.

BakhitaCompromiso común para derrotar la esclavitud

Con frecuencia, cuando observamos el fenómeno de la trata de personas, del tráfico ilegal de los emigrantes y de otras formas conocidas y desconocidas de la esclavitud, tenemos la impresión de que todo esto tiene lugar bajo la indiferencia general.

Aunque por desgracia esto es cierto en gran parte, quisiera mencionar el gran trabajo silencioso que muchas congregaciones religiosas, especialmente femeninas, realizan desde hace muchos años en favor de las víctimas. Estos Institutos trabajan en contextos difíciles, a veces dominados por la violencia, tratando de romper las cadenas invisibles que tienen encadenadas a las víctimas a sus traficantes y explotadores; cadenas cuyos eslabones están hechos de sutiles mecanismos psicológicos, que convierten a las víctimas en dependientes de sus verdugos, a través del chantaje y la amenaza, a ellos y a sus seres queridos, pero también a través de medios materiales, como la confiscación de documentos de identidad y la violencia física. La actividad de las congregaciones religiosas se estructura principalmente en torno a tres acciones: la asistencia a las víctimas, su rehabilitación bajo el aspecto psicológico y formativo, y su reinserción en la sociedad de destino o de origen.

Este inmenso trabajo, que requiere coraje, paciencia y perseverancia, merece el aprecio de toda la Iglesia y de la sociedad. Pero, naturalmente, por sí solo no es suficiente para poner fin al flagelo de la explotación de la persona humana. Se requiere también un triple compromiso a nivel institucional de prevención, protección de las víctimas y persecución judicial contra los responsables. Además, como las organizaciones criminales utilizan redes globales para lograr sus objetivos, la acción para derrotar a este fenómeno requiere un esfuerzo conjunto y también global por parte de los diferentes agentes que conforman la sociedad.

Los Estados deben vigilar para que su legislación nacional en materia de migración, trabajo, adopciones, deslocalización de empresas y comercialización de los productos elaborados mediante la explotación del trabajo, respete la dignidad de la persona. Se necesitan leyes justas, centradas en la persona humana, que defiendan sus derechos fundamentales y los restablezcan cuando son pisoteados, rehabilitando a la víctima y garantizando su integridad, así como mecanismos de seguridad eficaces para controlar la aplicación correcta de estas normas, que no dejen espacio a la corrupción y la impunidad. Es preciso que se reconozca también el papel de la mujer en la sociedad, trabajando también en el plano cultural y de la comunicación para obtener los resultados deseados.

Las organizaciones intergubernamentales, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, están llamadas a implementar iniciativas coordinadas para luchar contra las redes transnacionales del crimen organizado que gestionan la trata de personas y el tráfico ilegal de emigrantes. Es necesaria una cooperación en diferentes niveles, que incluya a las instituciones nacionales e internacionales, así como a las organizaciones de la sociedad civil y del mundo empresarial.

Las empresas,[6] en efecto, tienen el deber de garantizar a sus empleados condiciones de trabajo dignas y salarios adecuados, pero también han de vigilar para que no se produzcan en las cadenas de distribución formas de servidumbre o trata de personas. A la responsabilidad social de la empresa hay que unir la responsabilidad social del consumidor. Pues cada persona debe ser consciente de que «comprar es siempre un acto moral, además de económico».[7]

Las organizaciones de la sociedad civil, por su parte, tienen la tarea de sensibilizar y estimular las conciencias acerca de las medidas necesarias para combatir y erradicar la cultura de la esclavitud.

En los últimos años, la Santa Sede, acogiendo el grito de dolor de las víctimas de la trata de personas y la voz de las congregaciones religiosas que las acompañan hacia su liberación, ha multiplicado los llamamientos a la comunidad internacional para que los diversos actores unan sus esfuerzos y cooperen para poner fin a esta plaga.[8] Además, se han organizado algunos encuentros con el fin de dar visibilidad al fenómeno de la trata de personas y facilitar la colaboración entre los diferentes agentes, incluidos expertos del mundo académico y de las organizaciones internacionales, organismos policiales de los diferentes países de origen, tránsito y destino de los migrantes, así como representantes de grupos eclesiales que trabajan por las víctimas. Espero que estos esfuerzos continúen y se redoblen en los próximos años.

PalomaGlobalizar la fraternidad, no la esclavitud ni la indiferencia

En su tarea de «anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad»,[9] la Iglesia se esfuerza constantemente en las acciones de carácter caritativo partiendo de la verdad sobre el hombre. Tiene la misión de mostrar a todos el camino de la conversión, que lleve a cambiar el modo de ver al prójimo, a reconocer en el otro, sea quien sea, a un hermano y a una hermana en la humanidad; reconocer su dignidad intrínseca en la verdad y libertad, como nos lo muestra la historia de Josefina Bakhita, la santa proveniente de la región de Darfur, en Sudán, secuestrada cuando tenía nueve años por traficantes de esclavos y vendida a dueños feroces. A través de sucesos dolorosos llegó a ser «hija libre de Dios», mediante la fe vivida en la consagración religiosa y en el servicio a los demás, especialmente a los pequeños y débiles. Esta Santa, que vivió entre los siglos XIX y XX, es hoy un testigo ejemplar de esperanza[10] para las numerosas víctimas de la esclavitud y un apoyo en los esfuerzos de todos aquellos que se dedican a luchar contra esta «llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una herida en la carne de Cristo».[11]

En esta perspectiva, deseo invitar a cada uno, según su puesto y responsabilidades, a realizar gestos de fraternidad con los que se encuentran en un estado de sometimiento. Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia, o porque se desentienden de las preocupaciones diarias, o por razones económicas. Otros, sin embargo, optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos –que son tan valiosos–, como decir una palabra, un saludo, un «buenos días» o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en relación con esta realidad.

Debemos reconocer que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno. Por esta razón, hago un llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y a todos los que, de lejos o de cerca, incluso en los más altos niveles de las instituciones, son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad, sino que tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristo,[12] que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama «mis hermanos más pequeños» (Mt 25,40.45).

Sabemos que Dios nos pedirá a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (cf. Gn 4,9-10). La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos.
FRANCISCO

[1] N. 1.

[2] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2014, 2.

[3] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11.

[4] Cf. Discurso a la Asociación internacional de Derecho penal, 23 octubre 2014: L’Osservatore Romano, Ed. lengua española, 31 octubre 2014, p. 8.

[5] Discurso a los participantes en el encuentro mundial de los movimientos populares, 28 octubre 2014: L’Osservatore Romano, Ed. lengua española, 31 octubre 2014, p. 3.

[6] Cf. Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, La vocazione del leader d’impresa. Una riflessione, Milano e Roma, 2013.

[7] Benedicto XVI, Cart. enc. Caritas in veritate, 66.

[8] Cf. Mensaje al Sr. Guy Ryder, Director general de la Organización internacional del trabajo, con motivo de la Sesión 103 de la Conferencia de la OIT, 22 mayo 2014: L’Osservatore Romano, Ed. leng. española 6 junio 2014, p. 3.

[9] Benedicto XVI, Carta. enc. Caritas in veritate, 5.

[10] «A través del conocimiento de esta esperanza ella fue “redimida”, ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios» (Benedicto XVI, Carta. enc. Spe salvi, 3).

[11] Discurso a los participantes en la II Conferencia internacional sobre la Trata de personas: Church and Law Enforcement in partnership, 10 abril 2014: L’Osservatore Romano, Ed. leng. española 11 abril 2014, p. 9; cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270.

[12] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24; 270.

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http://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/peace/documents/papa-francesco_20141208_messaggio-xlviii-giornata-mondiale-pace-2015.html

Una Iglesia pobre para los pobres y el Pacto de las Catacumbas

CatacumbasEl 16 de noviembre de 1965, cuarenta padres participantes en el Concilio Vaticano II se encontraron en las Catacumbas de Domitila, en Roma, para una celebración eucarística. En esa ocasión redactaron y firmaron un documento titulado el “Pacto de las Catacumbas”, en el cual se comprometían a vivir un estilo de vida pobre y a relanzar una Iglesia “sierva y pobre”. Hoy el papa Francisco llama de nuevo a todos a la centralidad de una “Iglesia pobre y para los pobres”. Efectivamente, sólo una Iglesia pobre podrá caminar con los pobres, haciéndose voz de sus derechos negados. Cincuenta años después del Pacto de las Catacumbas, un numeroso grupo de religiosos y laicos se encontraron ayer, domingo 16, en Roma, para celebrar la memoria de aquel grande acontecimiento eclesial.

Mientras el Concilio Vaticano II estaba por concluirse, el 16 de noviembre de 1965, cuarenta padres conciliares se dieron cita en las Catacumbas de Domitila, en Roma, para una celebración eucarística y dieron vida a un documento que marcó una etapa importante en la vida de la Iglesia. En el texto, titulado “Pacto de las Catacumbas de Domitila”, los pastores se comprometían a vivir un estilo de vida pobre y a relanzar un Iglesia sierva de los pobres. El documento, con una lucidez poco común, tocaba los temas más candentes del momento y sigue siendo actual aunque falten enfoques más actuales como la ecología y la globalización de la guerra y del terrorismo.

Para conmemorar el 50º aniversario del hecho y del documento, convocados por los responsables de Justicia y Paz de los institutos religiosos, decenas de religiosos, religiosas y cristianos comprometidos se encontraron en las Catacumbas de Domitila para una celebración litúrgica de dos horas. En un clima de oración y de reflexión, el Pacto fue leído ante todos y luego retomado en pequeños grupos que, en diversas lenguas, fue profundizado presentando algunas sugerencias concretas para ser realizadas en la comunidad religiosa los presentes.

Los organizadores manifestaron su satisfacción y reconocieron que la respuesta y la participación fue más numerosa de lo previsto.

Elementos de la espiritualidad comboniana

ComboniEstamos celebrando 150 años del Plan de san Daniel Comboni. El texto ha tenido más que una edición. Nuestra reflexión se basará en la IV edición, publicada en Verona por la Imprenta Episcopal de A. Merlo, que lleva por título “Plan para la regeneración de África propuesto por don Daniel Comboni, misionero apostólico de África Central, superior de los institutos de negros de Egipto”.

ELEMENTOS DE LA ESPIRITUALIDAD COMBONIANA QUE EMERGEN DEL PLAN PARA LA REGENERACIÓN DE AFRICA

Introducción

La primera pregunta que nos ponemos es si es oportuno llamar el texto de Comboni plan o proyecto. Aun si el término hebreo que indica esta realidad se traduce constantemente como proyecto, plan, designio, la cuestión merece ponerse. La palabra griega traducida por proyecto da la idea de movimiento. La noción de “plan” entonces, indica algo estático, mientras que “proyecto” implica dinamicidad. El plan normalmente indica elaboración fría, sin un involucramiento subjetivo, sin corazón; el proyecto se vive desde dentro, con una carga subjetiva fuerte, y es este el caso del texto que san Daniel Comboni ha presentado a la Iglesia. Hay el involucramiento del corazón de Comboni en el texto del Plano, por esto es quizá oportuno hablar de “Proyecto para la regeneración de la Nigricia”. San Daniel vivió la obra de la regeneración de la Nigricia dentro de sí (es la imagen de Potier) antes que llegar a las implicaciones prácticas. En las líneas que siguen seguiremos llamando el texto de Comboni “Plan”, por respeto a la memoria de nuestro padre fundador, sin olvidar el aspecto dinámico, aquella dinamicidad que nace de la contemplación del Corazón de Cristo Buen Pastor, fuente su misión.

Le experiencia carismática en San Pedro, con ocasión de la canonización de santa Margarita María Alacoque, fue el momento fundante de este Plan pero no el único, como subraya bien el Padre General: “El Plan no es el texto, sino la vida escondida en las palabras, en el pensamiento, en las intuiciones, en los sueños y deseos que fueron el motor capaz de mover las manos de Comboni para dejar huella de aquello que el Espíritu quería expresar y que va mucho más allá de las ideas y de las estrategias que serán de algún modo respuesta al grito que emerge e inoportuna los oídos de Dios para suscitar su misericordia (El Plan de Comboni, Carta del Superior General, MCCJ Boletín 258, enero 2014).

Podemos decir que el Plan brota, de una parte, de una espiritualidad “con los pies por tierra”, hecha de estudios e investigación, y, de otra, de la experiencia del amor de Dios hecha por Comboni traducida en un texto a beneficio de sus hermanos y hermanas africanos.

Nuestra contribución se divide en cinco puntos:

  1. Un Plan nacido de una mirada diversa.
  2. Un Plan movido por la indignación.
  3. Un Plan por realizarse en colaboración.
  4. Un Plan con una pizca de… “género”.
  5. Un Plan que se paga con la propia vida.

1. Un Plan nacido de una mirada diversa

Pero el católico, acostumbrado a juzgar las cosas con la luz que le viene de lo alto, miró a África no a través del miserable prisma de los intereses humanos, sino al puro rayo de su Fe; y descubrió allí una miríada infinita de hermanos pertenecientes a su misma familia, por tener con ellos un Padre común arriba en el cielo, encorvados bajo el yugo de Satanás y al borde del más horrendo precipicio. Entonces, llevado por el ímpetu de aquella caridad encendida con divina llamarada en la falda del Gólgota, y salida del costado del Crucificado para abrazar a toda la familia humana, sintió que se hacían más frecuentes los latidos de su corazón; y una fuerza divina pareció empujarle hacia aquellas bárbaras tierras para estrechar entre sus brazos y dar un beso de paz y de amor a aquellos infelices hermanos suyos, sobre los que todavía pesa, tremendo, el anatema de Canaán” (E 2742).

El parágrafo más denso, que está en la base de todo y constituye el fundamento en absoluto de todo el resto de texto es el número 2742: “El cristiano acostumbrado a juzgar las cosas con la luz que viene del alto…”. Comboni es este católico que, a fuerza de juzgar siempre a partir de las inspiraciones divinas, asumió una costumbre que lo lleva a mirar África no a partir de los intereses humanos y a descubrir hermanos que tienen su mismo Padre y a los cuales hay que llevar la Buena Noticia de la Salvación. Evidentemente para juzgar desde lo alto, hay que renacer desde arriba (Jn 3), renacer de lo alto es una gracia de Dios pero exige también una ascesis (esfuerzo). La fuente de esta mirada diversa sobre el africano, considerado un hermano perteneciente a la propia familia, que Comboni quiera estrechar entre sus brazos dándole un beso de paz y de amor, es la caridad encendida por la divina llama en el Gólgota, que brota del costado herido del Crucificado. La experiencia del amor del Crucificado es el motor del impulso misionero que lo empuja hacia esta periferia, África, vista por los otros bajo el prisma de los intereses humanos. La experiencia de la fe, que cambia su mirada sobre el africano, la experiencia de la caridad divina que los impulsa hacia estas “tierras bárbaras” es pues fuente de su confianza en el hombre africano que él asocia como protagonista en la obra de regeneración de África, “convertir África con África”. Hoy, en nuestras comunidades, en nuestras misiones, esta mirada de fe sobre los acontecimientos, sobre las personas y sobre la experiencia del amor del Crucificado, que no se separa nunca del amor al prójimo, es un elemento importante para la construcción de una fraternidad y cohermandad que va más allá del color de la piel, de la etnia, de la proveniencia provincial, etc. El Plan nace de la fe que obra a través de la caridad en vistas de una liberación del hombre africano. “Nuestra Obra se basa en la fe. Es un lenguaje que lo entienden pocos incluso entre los buenos de la tierra. Pero lo han comprendido los Santos, los únicos que debemos imitar”.

El Plan tiene un centro espiritual, el Corazón de Jesús, y centros materiales, los institutos donde serán preparados los evangelizadores y las evangelizadoras, en los que pueden vivir y actuar tanto africanos como europeos (cfr. E 2764) que irán hacia el centro de África.

“Podemos decir que el Plan brota, de una parte, de una espiritualidad “con los pies por tierra”, hecha de estudios e investigación, y, de otra, de la experiencia del amor de Dios hecha por Comboni traducida en un texto a beneficio de sus hermanos y hermanas africanos.”

2. Un Plan movido por la indignación

Plan 150 añosPero la desoladora idea de ver suspendida quizás por muchos siglos la obra de la Iglesia en favor de tantos millones de almas gimientes todavía en las tinieblas y sombras de muerte, debe herir profundamente y romper el corazón de todo devoto y fiel católico inflamado del espíritu de la caridad de Jesucristo. Por eso, para seguir el impulso de esta sobrehumana fuerza, y para alejar para siempre del filántropo católico la desoladora idea de dejar envueltas en la infidelidad y en la barbarie esas inmensas y pobladas regiones, sin duda las más menesterosas y abandonadas del mundo, es preciso abandonar el camino seguido hasta ahora, cambiar el antiguo sistema y crear un nuevo plan que conduzca más eficazmente al deseado fin” (E 2752).

El Plan nace de la indignación provocada en Comboni por el estado de abandono en que se encontraba África desde el punto de vista de la fe y del desarrollo en el plano humano. Comboni es aquel católico lleno de piedad, inflamado por la caridad de Jesucristo, que se entristece y se siente desolado ante la situación de África; que se indigna “Pero se nos perdonará si el ímpetu del corazón, donde manifestamos sentir fuerte el grito de angustia que hacia todos nosotros envían aquellos infelices hijos de Adán y hermanos nuestros, empujase a la mente fuera de la línea de la verdad y de la certeza” (E 2754). Una indignación que lo impulsa a buscar un camino para la evangelización de África, sin miedo de equivocarse, sin una certeza absoluta: si se equivoca se le perdonará. El miedo de equivocarse paraliza la acción evangelizadora y nos cierra en nosotros mismos, limitando nuestra audacia de ir en busca de nuevos caminos. Prefiero, dice el papa Francisco “una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades” (EG 49).

Dios mismo se indigna ante toda forma de no-dignidad de la persona humana: “He visto la miseria de mi pueblo en Egipto y he escuchado sus quejas contra los opresores; me he fijado en sus sufrimientos” (Ex 3,7). Es la indignación de Jesús ante las multitudes sometidas como ovejas sin pastor. Como toda auténtica indignación, que nace de la contemplación, la indignación de Comboni no quedó estéril, sino que lo condujo a la compasión y a la acción. Una acción que se caracteriza por la íntima comunión de vida con África: “África y los pobres negros se han adueñado de mi corazón, que vive sólo para ellos, sobre todo desde que el Representante de Jesucristo, el Santo Padre, me ha animado a trabajar por África” (E 941).

Muchas de nuestras indignaciones ante los horrores del mundo quedan estériles porque, mientras condenamos las situaciones de guerra que hay en el mundo, al mismo tiempo reproducimos en nuestras comunidades y en nuestras misiones los mismos mecanismos de guerra entre nosotros, aunque sólo sea en menor escala. “Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras! La mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica” (EG 98).

Además, nuestra indignación queda estéril cuando nos indignamos ante la pobreza extrema en la que se encuentran millones de contemporáneos nuestros, pero somos incapaces de realizar pequeños sacrificios que la misión nos exige. Pensamos en este momento a ciertos misioneros que aceptan la destinación a condición de que, en el lugar al que irán, haya los medios tecnológicos, como por ejemplo internet. Cuando hay la pasión por la misión y la compasión por las personas, el resto es superfluo.

3. Un Plan por realizarse en colaboración

Familia CombonianaLa Obra debe ser católica, no ya española, francesa, alemana o italiana. Todos los católicos deben ayudar a los pobres negros, porque una nación sola no puede socorrer a toda la estirpe negra” (E 944).

En el Plan aparece claramente esta dimensión de la colaboración. Al llamado a la colaboración para la obra de la regeneración de África deriva de la conciencia que san Daniel Comboni tiene del hecho que es obra de Dios y no un asunto persona, es tarea de la Iglesia: “Como la obra que tengo entre las manos es toda de Dios, es con Dios especialmente con quien hay que tratar todo asunto grande o pequeño de la Misión” (E 3615).

Esta colaboración se manifiesta en el momento de la formación de los evangelizadores y evangelizadoras. Aun valorizando las riquezas carismáticas de cada instituto religioso en la formación de los africanos y africanas, san Daniel Comboni indica lo que no puede faltar en el camino formativo. Ante todo, el espíritu de Jesucristo (E 2770): se trata de enraizar en su corazón (de los formandos, hombres y mujeres) el espíritu de Jesucristo.

¿Qué entiende Comboni por espíritu de Jesucristo? En la vida de Jesucristo son dos los elementos fundamentales: la experiencia de Dios como Padre (Abbá) y la experiencia del Reino. Enraizar el espíritu de Jesucristo en el corazón de las evangelizadoras y evangelizadores quiere decir conducirlos a una experiencia del cristianismo no como un conjunto de leyes o de una gran idea, sino como un encuentro con la persona de Jesús (Deus caritas est, 1); es el único modo para desarrollar en ellos la libertad de los hijos de Dios contra cualquier miedo de espíritus que paralicen el crecimiento humano, espiritual y social.

El segundo elemento es desarrollar en los africanos la pasión por el anuncio del Reino de Dios, que es el Reino de amor, de paz, de justicia y de misericordia; el único modo para disipar las densas tinieblas que cubrían las vastas regiones de África Central (E 2741).

Un tercer elemento que caracteriza el espíritu de Jesús es la humildad: “de rico que era, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se enriquecieran con su pobreza” (cfr. 2 Cor 8,9).

4. Un Plan con una pizca de… “género”

El plan que nos proponemos es: la creación de otros tantos Institutos de ambos sexos, que deberían rodear toda África, juiciosamente situados en lugares oportunos, a la menor distancia posible de las regiones interiores de la Nigricia, dentro de zonas seguras y algo civilizadas, en las que pudiese vivir y trabajar tanto el europeo como el indígena africano” (E 2764).

La valoración de la mujer en la obra de la evangelización por parte de san Daniel Comboni no es sólo una opción estratégica en el sentido que las mujeres habrían resistido mejor al clima duro de África (hablando de las europeas) o habrían entrado más fácilmente en ciertos ambientes hostiles al cristianismo. La valoración de la figura femenina en su Plan para la regeneración de la Nigricia es una opción de vida. Es una de las consecuencias de aquella mirada contemplativa sobre la realidad: para quienes están en Jesucristo, no hay más griego o judío, circunciso o incircunciso… mujer u hombre, hay un solo Cristo que es todo en todos (cfr. Col 3,9-11).

Se explica también así la devoción de san Daniel a la Virgen. Junto con el título de “Virgen de la Nigricia”, encontramos en sus escritos, diversos títulos con los que Comboni se refiere a la Madre de Dios. Uno de nuestros hermanos combonianos ha preparado una letanía basada en los títulos que Comboni usaba para dirigirse a María.

San Daniel Comboni está en sintonía con el patrimonio de la gran tradición católica: lejos de todo devocionismo, María es el corazón de la Iglesia. En la Iglesia, decía von Balthasar, María tiene un puesto más alto que Pedro y en la Evangelii Gaudium, el papa Francisco dice que María es más importante que los obispos. Hay que revalorizar esta dimensión femenina en la Iglesia en equilibrio con la masculina para no caer, por una parte, en el machismo y clericalismo, y, por otra, en el feminismo exasperado o simplemente en teorías de género que tanto mal hacen a la humanidad. En la vida de san Daniel Comboni hubo este equilibrio porque junto a la Virgen está San José, su esposo, y en el carácter de Comboni – podríamos decir – los dos elementos se entrelazan: Comboni es capaz de defenderse con virilidad cuando es calumniado y autentificar los hechos con palabras a veces duras pero, al mismo tiempo, es capaz de perdonar a fondo a quien lo acusa falsamente. A la fuerza une el elemento de la misericordia, de la compasión y de la ternura, que son típicamente femeninas. No es casual que la Comisión encargada de ejecutar el Plan se llame “Sociedad de los SS. Corazones de Jesús y María para la regeneración de la Nigricia, bajo el patrocinio de la Virgen Inmaculada, san José, su esposo, y de los Príncipes de los Apóstoles”.

5. Un Plan que se paga con la propia vida

Comboni y la VirgenSobre un asunto tan relevante nos hemos dicho a nosotros mismos: «¿Y no se podría asegurar mejor la conquista de las tribus de la infeliz Nigricia, situando nuestra base de operaciones allí donde el africano vive y no cambia, y el europeo trabaja y no sucumbe? ¿No se podría promover la conversión de África por medio de África?». Esta gran idea ha quedado como una fijación en nuestro pensamiento, y la regeneración de África con África misma nos parece el único Programa que se debe seguir para realizar tan brillante conquista. Por eso, en nuestra pequeñez, hemos creído lícito sugerir humildemente un camino que al seguirlo permita alcanzar con mayor probabilidad la alta meta a la que por otra parte se orientan siempre todos los pensamientos de nuestra vida, y por la que estaremos contentos de derramar nuestra sangre hasta la última gota” (E 2753).

Existe una relación estrecha entre el Plan elaborado por san Daniel Comboni y su vida concreta. Todos sus pensamientos se dirigen al Plan por el cual estará dispuesto a dar su sangre hasta la última gota. Es la imagen del Buen Pastor que vino para que todos tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10).

Esta afirmación por parte de Comboni no es retórica. San Daniel, el 10 de octubre de 1881, morirá en Jartum, en el vértice de una vida dedicada totalmente a África y a los africanos. Atrás del Plan de Comboni hay nombres, apellidos, rostros de africanos y africanas por los cuales Comboni da la propia vida. Podemos decir lo que el papa Francisco afirma a propósito de los pastores de la Iglesia y cierto del todo en el caso de san Daniel Comboni: podemos sentir el olor de los africanos bajo la sotana del incansable misionero de África. Para que un plan pastoral, entonces, para que un proyecto comunitario pueda salir del papel y ser elaborado – nos enseña san Daniel Comboni – hay que ponerle corazón y amor, conscientes de que detrás del Plan hay millones de vidas que esperan su regeneración espiritual y humana al mismo tiempo, hay que estar dispuestos a dar la propia aportación, a dar la propia sangre para que se realice. ¿Por qué a veces nuestros planes pastorales se quedan en el papel? Falta quizá el involucramiento afectivo y efectivo con la gente para la cual el Plan se vuelve un pedazo de papel más, o porque no estamos dispuestos a dar algunas gotas de sangre para su realización, ni energía, ni tiempo.

Conclusión

Al concluir esta breve reflexión, podemos decir que para comprender el Plan hay que entrar en profundo diálogo con su autor, san Daniel Comboni, con su vida y con toda su obra. Hay que descubrir el espíritu que anima el Plan, más allá de las pobres palabras que lo traducen, para no perderse en estériles debates como por ejemplo: “los hijos de Cam” o de otro tipo.

Salvar Africa con Africa

El Plan traduce la pasión de san Daniel por África, su preocupación por conquistar la perla negra a la Iglesia de Jesucristo. El Plan nació de una visión de fe que mueve a la indignación-compasión-acción ante la situación de abandono en la que se encontraba África. San Daniel Comboni entendió que la evangelización de África no era tarea personal, sino de la Iglesia. Ha buscado la confrontación y el diálogo con el pontífice, con el prefecto de Propaganda Fide y con personalidades ligadas a la experiencia africana. En resumidas cuentas, ha buscado la colaboración involucrando estrechamente la figura femenina. Para la elaboración y ejecución del Plan, san Daniel Comboni dio su vida porque entendió que atrás del Plan hay una multitud de vidas, una multitud de hermanos y hermanas que esperan el Mensaje de la regeneración.
Noviembre 2014

P. Fidèle Katsan, mccj