Europa
Diez manifestaciones del Espíritu
Solemnidad de Pentecostés (15 de mayo de 2016)
Al hacer memoria de la experiencia de Pentecostés, es decir, de la presencia del Espíritu Santo en la vida de las primeras comunidades, propongo un breve recordatorio de algunos signos de esta presencia, según las Escrituras:
1.- Ebriedad:
-El Espíritu rompe los límites de una vida estancada y anodina, dando un entusiasmo casi embriagador; rompe las barreras étnicas o religiosas, acumuladas en siglos para crear una nueva koinonia (comunión): “No estamos borrachos a esta hora de la mañana” (Hech 2, 1-21);
-Supera las limitaciones de la persona, como le promete el profeta a Saúl: “Te invadirá el Espíritu del Señor… y te convertirás en otro hombre” (1 Sam 10,6)
Cuando alguien tiene una experiencia de ser “invadido” por el Espíritu, la gente pregunta: ¿Y a éste qué le pasó? Cuando una mujer está embarazada, se le nota en la lucidez de su rostro. Cuando uno veía de cerca a la Madre Teresa de Calcuta, se decía: ¿Qué tiene de especial? Me pregunto si muchas veces nosotros no nos hemos vuelto demasiado “sobrios”, previsibles, maniatados por la rutina y el escepticismo. Necesitamos que el Espíritu nos “emborrache”, nos libere de nuestras ataduras.
2.- Confianza:
-“No habéis recibido un espíritu que os haga esclavos, bajo el temor”, decia San Pablo (Rm 8, 14-15). Decía también: “Sé de quien me he fiado”.
-El Ángel dijo a María: “No temas. El Señor está contigo, su Sombra descenderá sobre ti”.
3.- Interioridad:
-El Espíritu nos hace conocer a Dios desde dentro, no como una imposición externa (1Cor 2, 10-12) o como algo aprendido de otro.
-María guardaba todo en su corazón, dice Lucas.
En este tiempo vivimos muy preocupados por la imagen de nosotros mismos, de nuestra comunidad, de nuestra patria, olvidando que lo importante no es lo que aparentamos sino lo que somos. ¿Vivimos desde fuera o desde dentro de nosotros mismos? El ejemplo de Benedicto XVI, al renunciar al papado, fue precisamente el de quien tiene una riqueza interior tan grande, que le permite ser libre y sereno en las más grandes dificultades.
4.- Sensibilidad:
El Espíritu da sensibilidad en dos direcciones aparentemente opuestas, pero que son parte de la misma realidad: por un lado, nos hace sensibles a lo bello en todos sus sentidos (la naturaleza, la música, la poesía, un gesto elegante…); y, por otro, nos hace sensibles al dolor del otro: “Vuestras alegrías son las mías y vuestras penas también son las mías”, dijo Comboni en Jartum. El Buen Samaritano, movido por el Espíritu, es sensible y se para ante el desventurado y se pone a su servicio(Lc 10, 30.37).
5.- Diálogo:
-Cuando estamos movidos por el Espíritu podemos entrar en diálogo profundo, yendo más allá de las apariencias y superficialidades, como hizo Jesús con la mujer samaritana (Jn 4).
– El Espíritu produce hombres inspirados, capaces de hablar lenguas (Hech 2, 4), es decir, de entenderse, más allá de las diferencias linguísticas y culturales;
El diálogo requiere “técnicas” y método, pero, sobre todo, dejarse llevar por el Espíritu.
6.- Alegría:
“Alégrate, llena de gracia” (Lc 1), fue el mensaje del Ángel a María al anunciarle que el Espíritu la cubriría con su sombra. La alegría es la característica que este Papa quiere dar a nuestra Iglesia.
7.- Resiliencia/Resistencia:
A veces parece que el Reino de Dios no llega. ¿En qué ha quedado la promesa? “Para el Señor mil años son como un día” (2Pe 3, 3-9), decía Pedro a los cristianos que se impacientaban por el mal en el mundo.
8.- Gratuidad:
No todo tiene un precio. El amor es gratuito, don sin contrapartida. Recordemos la contraposición entre la lógica de los perfumes (la mujer que derrama un frasco de perfume en los pies de Jesús) y la lógica del dinero (Judas)(Mc 14, 3-9).
9.- Curación, conversión, perdón (Hech 3,7; 5,12; 9, 32-43).
El Espíritu nos lleva a superar el pecado en el perdón del Padre, a cambiar de vida, a ser sanados de nuestras enfermedades humanas.
10.- Dinamismo misionero:
Los apóstoles actúan con fidelidad a Jesús, el Maestro, del que hacen memoria continuada. Pero, al mismo tiempo, actúan con gran libertad y decisión, caminando incluso por caminos que Jesús no había previsto. Por eso su fidelidad es creativa, abierta, sin complejos ni rigideces. No tienen miedo a separarse del Maestro o alejarse de Él, porque sienten que su Espíritu les acompaña y les habita, tal como les había prometido. “Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.
Cuando se pierde el Espíritu, el discípulo divaga (inventa su propia Iglesia) o se convierte en un cadáver, supuestamente fiel, pero muerto, sin vida, sin una palabra iluminadora, sin signos de liberación, sin comunión auténtica, sin misión. La Iglesia, si es habitada por el Espíritu, no tendrá miedo a innovar, a dar respuestas nuevas a problemas y situaciones nuevas. Respuestas que ella no las daría por sí misma, como en el caso del concilio de Jerusalén, pero que, llegado el momento, se siente con autoridad para darlas.
P. Antonio Villarino
Madrid
Mi comienzo en Etiopía
Después de largos preparativos por fin llegué a Etiopía. Todo el mundo me recibió muy bien. Nuestra Laica Misionera Comboniana Madzia Plekan vino de Awassa a recogerme al aeropuerto, para ayudarme y explicarme todo lo referente al principio de mi estancia. Junto con el Padre Sixto y el Padre Julio (Provincial de Etiopía) hemos tomado la decisión de ir a Awassa al día siguiente. El primer plan establecido era que iba a aprender amárico en la capital durante al menos 3 meses. Un nuevo curso de amárico comenzará en junio, por lo que podré pasar las primeras semanas para conocer a mi destino en Awassa, la comunidad y los fundamentos del lenguaje. Esto fue una sorpresa muy agradable para mí. Mi nueva comunidad me recibió muy afectuosamente. Madzia, Maggie y Mark me ayudan tanto como les es posible. Los tres hijos de Maggie y Mark son motivo de mucha alegría y vida. Los niños también me aceptaron como un nuevo miembro de su comunidad. Awassa es una ciudad grande, sin embargo, es tranquila y muy pintoresca. Ahora me estoy empezando a conocer el lugar, la gente y los diferentes servicios misioneros.
La semana pasada celebramos la Pascua. No fue sólo un momento de encuentro con el Señor resucitado, sino también una experiencia interesante de celebración en mi nueva cultura que está llena de diferentes elementos sorprendentes. La Iglesia Católica en Etiopía tiene mucho en común con la Iglesia ortodoxa. Obviamente pasamos Pascua en nuestra comunidad. Se mantuvieron dos tradiciones polacas: Pintar el huevo de Pascua y el desayuno del domingo de Pascua.
Estoy empezando a aprender amárico esta semana. Voy a tener tres clases por semana con un maestro profesional y cinco clases de tutoría con un chico de la zona que habla inglés. Si estamos satisfechos con el método de aprendizaje, tal vez continuaré mis estudios aquí, en Awassa. En ese caso, podría quedarme en casa. Un gran reto me está esperando ahora – ¡el aprendizaje del lenguaje amárico!
Magda Fiec, LMC en Etiopía
Tercer encuentro de la Fundación Fe y Cooperación (Portugal)
El fin de semana del 13 y 14 de febrero tuvo lugar en Fátima la formación del 3º Encuentro FEC (Fundación Fe y Cooperación) con el tema “Misiones, culturas y religiones” en los que tuvimos el placer de tener como formador al Provincial de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, padre José Vieira. Como en otras reuniones, hubo una gran diversidad de instituciones, grupos y organizaciones misioneras que estaban presentes. Agradecemos a Dios por la presencia de todos, la unión fraterna y la alegría que siempre sucede cuando nos encontramos en su nombre.
De esta reunión nos quedó como principal mensaje la importancia de ir al encuentro del otro. Ir a su encuentro implica conocerle a él y a su cultura. Y este encuentro de culturas a menudo implica que, por un momento, nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestros hábitos culturales y de las rutinas que son tan naturales en nosotros. Aceptarlo a él y a su cultura es un desafío necesario para la completa experiencia del amor de Dios en tierra de misión. Más que testigos Dios nos invita a ser, a su ejemplo, Evangelio vivo de su amor. Y para ello hay que conocer a la gente, su cultura y sus costumbres… debemos inculturarnos y así amar a las personas de una forma plena.
De hecho Jesús es el verdadero ejemplo de inculturación. Él que para testimoniar el alcance infinito de su amor por nosotros se hizo hombre como nosotros. Siguiendo su ejemplo también nosotros debemos no sólo respetar sino conocer y participar en la cultura, las rutinas y los hábitos del lugar donde vamos. Y este es un ejercicio más complicado de lo que pensamos, en primer lugar, porque todos somos intrínsecamente etnocéntricos y vemos el mundo a partir de nosotros, de nuestra experiencia y de nuestra cultura. Sin embargo, nunca nos podemos olvidar que la diversidad cultural es un don querido y respetado por Dios. Cada uno de nosotros se le presenta con todo lo que es: defectos, cualidades, historia de vida y también la cultura ya que nuestra fe es el resultado de una relación personal con Dios. Sin embargo, es importante no olvidar que las culturas que nos dan la bienvenida y reciben son territorio sagrado ante el cual tenemos que descalzar las sandalias de los pre-juicios y preconceptos. De aquí nace la importancia de aprender el idioma, aprender la cultura, aprender, sobre todo, a celebrar y estar con las personas compartiendo nuestras vidas con ellos. Por lo tanto, partir a una nueva cultura requiere la disponibilidad para nacer de nuevo aprendiendo la vida de manera diferente.
Durante esta reunión, el 13 de febrero tuvimos el honor de dar gracias a Dios por la vida de Marisa, que cumplió 23 años. Agradecemos a Dios por la gracia de caminar y celebrar la vida a su lado. La vida se hace más grande y mejor cuando estamos rodeados de personas con Dios en el corazón.
Marisa y Paula
Una alegría resistente
Un comentario a Lc 24, 46-53 (8 de mayo de 2016; Ascensión del Señor)
Leemos hoy los últimos versículos del evangelio de Lucas, que sorprendentemente termina con las siguientes palabras:
“Se volvieron a Jerusalén con alegría y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”.
El mismo Lucas en su segundo libro, Los Hechos de los Apóstoles, explica un poco más el ambiente que reinaba en aquella primera comunidad de discípulos cuando el Maestro ya no estaba con ellos:
“Unánimes y constantes, acudían diariamente al templo, partían el pan en las casas y compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y se ganaban el favor de todo el pueblo”.
Alguien ha dicho que esta descripción lucana del ambiente positivo, alegre, orante, fraterno y lleno de “bendición ” de las primeras comunidades es una visión utópica y poco realista, porque la realidad suele ser bastante más prosaica y llena de sombras, sin que falten los conflictos, las traiciones y los pecados.
Pero Lucas no ignora esta realidad. Por el contrario,en el texto que leemos hoy, se nos recuerda que “el Mesias padecerá”. De hecho, Jesús padeció y murió, fue insultado, traicionado y negado. De hecho, padecieron los primeros discípulos, que fueron perseguidos y asesinados y contaron también con traidores y pecadores entre sus filas.
Así sigue sucediendo también con nosotros. La vida no siempre es de color de rosas. La vida es una lucha, en la que no faltan los sufrimientos, las separaciones, las batallas perdidas, las traiciones y los pecados, propios y ajenos. Pero nada de eso tiene la última palabra. Jesús concluyó su paso por este mundo bendiciendo, encomendando a los suyo la misión que tenía en el corazón y prometiendo el Espíritu Santo. Por eso la Ascensión es una separación, pero con una presencia que continúa, una presencia que da alegría, fidelidad, misión.
En cada etapa de nuestra vida personal o familiar, en cada época de la historia tenemos que renovar nuestra fe en esta promesa del Espíritu, en el triunfo de Dios, en la victoria del amor, de la verdad y del bien. En esa promesa y en esa esperanza está anclada nuestra fidelidad, nuestra alegría y nuestra determinación de continuar la Misión. Ante cada nueva batalla sabemos que el Espíritu prometido por Jesús no nos fallará, sino que estará con nosotros y nos impulsará a ser testigos y anunciadores de cambio y conversión.
Esa certeza íntima nos da una alegría resistente, que no se apaga y nos lleva a vivir siempre bendiciendo, anunciando el perdón de los pecados, testimoniando el permanente amor misericordioso del Padre de Jesús y padre nuestro, creando fraternidad, hasta que concluyamos, como Jesús, retornando al seno del Padre, donde ninguna vida se acaba sino que se transforma.
P. Antonio Villarino
Madrid.