Laicos Misioneros Combonianos

¡Ánimo, humildes del mundo!” (El sermón del monte)

Un comentario a Mt 5, 1-12 (4º Domingo ordinario, 29 de enero del 20179

Leemos hoy el texto conocido como “las bienaventuranzas” en el evangelio de Mateo. Se dice que el padre de la India moderna, Mohatma Ghandi, mostró una gran admiración por este texto de extraordinaria belleza, aunque los cristianos no siempre lo entendemos bien. En este breve comentario tampoco yo puedo dar muchas explicaciones, pero voy a intentar dar algunas claves que quizá ayuden a algunos:

1) La gente a la que se dirige Jesús.
Ante de reproducir estas palabras que conocemos como “las bienaventuranzas”, Mateo nos describe el tipo de gente que seguía a Jesús por los pueblos y caminos de Galilea: “Le trajeron todos los que se sentían mal, aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos…”.
A Jesús acudían multitudes de personas que se sentían pobres y abandonadas, llenas de problemas, necesitadas de sanación, consuelo y esperanza. ¿Piensan que eso sucedía solo en tiempos de Jesús? Yo sigo viendo a miles y miles de personas que acuden hoy a los santuarios o a muchos otros lugares en busca de sostén físico y espiritual. ¿Nos contamos también nosotros entre los miembros de esas multitudes necesitadas de sanación, ánimo y consuelo? Yo creo que sí. Cuando nos quitamos una cierta máscara de orgullo, en el fondo de nosotros mismos muchas veces nos sentimos pobres y desanimados.

2) Un mensaje de parte de Dios
“Al ver a la gente –sigue Mateo– Jesús subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Entonces comenzó a enseñarles”.
Como sabemos “subir al monte” significa “ponerse en contacto con Dios” y “sentarse” significa “ocupar la cátedra”, enseñar con autoridad, la autoridad que viene de una sabiduría adquirida en la relación con Dios (oración), una sabiduría que va más allá de la rutina y de los eslóganes al uso, una sabiduría que ve las cosas con más profundidad y verdad, una sabiduría nueva que ilumina en profundidad nuestra vida.

Participar en la Eucaristía dominical, leer y meditar la Palabra, escuchar al Espíritu que nos habla en nuestro propio corazón o a través de alguna persona nos ayuda a ir más allá de una sabiduría “rastrera”, empequeñecida, de bajos vuelos. Con Jesús vemos las cosas mejor, con una mirada más amplia y más profunda.

1.- El mensaje es: “ánimo, adelante, no se desanimen”
Como sabemos, el evangelio de Mateo escribió en griego, aunque refiriéndose frecuentemente a expresiones probablemente dichas en arameo o leídas en el hebreo de la Biblia. Ahora nosotros lo leemos en nuestra propia lengua, pero cuando se traduce de una lengua a otra no siempre es fácil dar la idea exacta del original. En este caso, algunas biblias usan la expresión “bienaventurados”; otras prefieren la palabra “dichosos”; algunas escriben “felices”. A mí, personalmente, me gusta la que usa Richard, un biblista que trabajó en Centroamérica hace algunos años. Él traduce: “Arriba, adelante”. Es decir, “ánimo, no tengan miedo, levántense, pónganse en pie, renueven su esperanza”.

De hecho, muchas veces Jesús se dirige a los enfermos o a los pecadores con expresiones similares: “levántate”, “ánimo, tu fe te ha salvado”, “nadie te ha condenado… vete y no peques más”. Y ese es el mensaje para los que alguna vez, a pesar de actuar honesta y sinceramente, se sienten disminuidos, humillados, perseguidos, cansados y con ganas de “arrojar la toalla”. Jesús les dice: ánimo, no se cansen, confíen en Dios, el bien va a triunfar sobre el mal, la verdad sobre la mentira, la humildad sobre el orgullo, la honestidad sobre la corrupción. No se desanimen, sigan confiando, que el Reino de Dios está en ustedes.

Si escuchamos este mensaje, nuestra vida adquiere unos tonos de confianza y esperanza, que nos hace dichosos, bienaventurados, afortunados. Seguir a Jesús es verdaderamente una gran fortuna. Que nadie nos robe esta alegría, que nadie apague en nosotros esta esperanza.

P. Antonio Villarino
Bogotá

¡Estamos en Etiopía!

Ethiopia

EthiopiaHace unos días llegamos a Addis Abeba. Magda está con nosotros, nos ayuda a conocer la ciudad en estos primeros días. Nuestro tiempo ha sido muy intenso. Después de algunos primeros días de ajustes y empezar a conocer a Addis Abeba comenzamos nuestro curso Amhárico. Es bueno percibir que después de un curso corto en Polonia conocemos algunos conceptos básicos de la lengua. Gracias a eso podemos avanzar con el curso más rápido y no necesitamos dedicar tiempo a conocer el alfabeto.
Hemos conocido a muchas personas interesantes y hemos visitado muchos lugares de la capital. Entre otros, estuvimos en el centro para niños de la calle dirigido por los Salesianos, así como en la casa de la Madre Teresa de Kolkatta. Nos reunimos con el cardenal, que nos bendijo por nuestra obra misionera. También participamos en la celebración de Timket (bautismo de Jesús), que se celebra en Etiopía muy solemnemente.

Ethiopia

Tobiasz e Adela LMC en Etiopía

El Maestro de Galilea

Un comentario a Mt 4, 12-23 (III Domingo ordinario, 22 de enero del 2017)

Cuando uno visita Jesús 14Galilea, en el Norte de Israel, los guías turísticos le presentan lo que parece haber sido Cafarnaúm, una pequeña ciudad en las cercanías del Lago de Genesaret. Entre los restos de la época le muestran también los de una casa que podría haber sido la casa de Pedro, el pescador. Allí estableció Jesús su “centro de operaciones” por algún tiempo. El pasaje del capítulo cuarto de Mateo que cuenta los comienzos de esta actividad es lo que leemos hoy en la liturgia. Y en esa narración yo encuentro los siguientes elementos:

1.- Retirada a la periferia
Jesús era, sin duda, muy cercano a Juan Bautista, el gran profeta reformador, bastante popular en las orillas del río Jordán en Judea. Pero Juan Bautista fue apresado por Herodes, que más tarde lo asesinaría vilmente. Mateo nos dice que, ante ese hecho, Jesús decidió, no sólo retirarse a Galilea, región periférica del país, sino también pasar de Nazaret a Cafarnaúm, que era una ciudad comercial y cosmopolita, donde convivían judíos y seguidores de otras religiones. Galilea, de hecho, era una región que desde Jerusalén aparecía como “tierra de paganos”, cuyo pueblo “caminaba en tinieblas”. Allí fue Jesús, por lo que Mateo, citando a los profetas, dice que aquella tierra “vio una gran luz”. No es la primera vez que las gentes de la periferia, los más marginados, son más vivos que los del centro. Frecuentemente, las novedades empiezan por los menos acomodados, porque cuando uno está muy acomodado no quiere cambios. Jesús no empezó por Jerusalén, centro del mundo judío, sino por el extremo más pobre y despreciado del país. ¡Ojo con dejarse acomodar o creer que ya los sabemos todo! Podemos perdernos lo mejor. Dios siempre tiene algo nuevo para la humanidad. Lo mejor está por venir.

2.- Un mensaje: aprovechen la oportunidad de cambio
El mensaje que Jesús lleva a los habitantes de aquellas tierras supone que todos estaban descontentos con las cosas como estaban; nadie estaba contento con las injusticias contra los campesinos, con la corrupción en todas las esferas de gobierno, con una religiosidad ritualista y falsa… Ante ese descontento, seguramente compartido por la mayoría de gente honrada, Jesús se presenta con un mensaje que suena más o menos así: ¿Por qué no cambian? Dios quiere “reinar” aquí, es decir, quiere llenar nuestra vida de su amor. ¿Por qué no aprovechan la oportunidad? También nosotros criticamos mucho de lo que pasa en nuestra sociedad, pero ¿por qué no cambiamos?

3.- Un “grupo de amigos” y la Misión
Jesús Empieza a reunir algunos que le escuchan con gusto, sintonizan con lo que dice y quieren colaborar en la causa: Simón, Andrés, Santiago y Juan fueron los primeros; después vendrían otros. Son gente del común, pescadores de la zona, que se le unen con entusiasmo para “ser pescadores de hombres”, es decir, para crear una red de personas que acojan el mensaje del Maestro y sean las piedras angulares de una nueva manera de ser humanos, una nueva comunidad sin dominadores ni dominados, soñadores de una nueva humanidad.
Con ellos Jesús recorre las aldeas y ciudades, las sinagogas y los caminos, proclamando esta “buena nueva” y transmitiendo el poder sanador del amor de Dios.
Así comienza la gran aventura misionera de Jesús y sus amigos. Todo el año que queda nos irá presentando su peregrinación por Galilea y, más tarde, por Judea, hasta llegar a Jerusalén. ¡Una aventura fascinante! Sigámosla con atención.

P. Antonio Villarino
Bogotà

La identidad de Jesús: Cordero, Espíritu, Hijo

Un comentario a Jn 1, 29-34 (2º Domingo ordinario, 15 de enero del 2017)

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La aparición de Jesús de Nazaret en un pequeño territorio del Imperio Romano, hace ahora algo más de 2.000 años, fue un hecho que marcó para siempre la historia de la humanidad. Eso no lo niega nadie, porque es un hecho evidente y contundente que se impone por sí mismo, aunque no sea fácil explicarlo (de hecho, a veces las cosas más importantes de nuestra vida son difíciles de explicar en conceptos y palabras, porque la vida supera sus explicaciones y la realidad supera a las ideas, como recuerda el papa Francisco).

Lo que han hecho los evangelistas –y seguimos haciendo muchos hasta el día de hoy- es darle vueltas a su figura para ver si la vamos comprendiendo cada día un poco más, en diálogo con nuestra propia experiencia personal y con la cultura en la que vivimos.
En ese sentido el evangelista Juan se vale del testimonio de otro Juan, el Bautista, para comunicarnos algunos títulos o rasgos de la personalidad de Jesús. Según el Bautista, Jesús es:

1.- “El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”
Para los judíos la imagen del cordero de Dios evocaba muchas experiencias de liberación, purificación, perdón y alianza. Y eso era lo que Jesús representó para aquellos sus primeros admiradores y seguidores. Los que se sabían pecadores encontraron en él perdón y purificación; los que se sentían esclavizados por las leyes de su tiempo o por sus propios miedos y esclavitudes, experimentaron una cercanía y un amor que les hacía ser libres y “saltar” de alegría; los que creían que habían roto sus relaciones con Dios, vieron en él renovada su Alianza. También hoy yo miro a Jesús y me sé purificado, perdonado, rehabilitado, libre y “aliado” de mi Dios y de toda persona que busque comprensión y amor.

2.- Alguien sobre quien “descendía el Espíritu Santo”.

El Bautista era un hombre bueno y un reformador; él promovía un cambio profundo en la sociedad, un cambio ético y religioso… Pero se daba cuenta que sus propuestas, por muy radicales que fueran, no irían muy lejos; no tenían fuerza para cambiar las cosas. Pero cuando conoció a Jesús, comprendió que en aquella persona había algo más que agua, había “vino” del bueno, es decir, el Espíritu de Dios lo poseía totalmente. Y el Espíritu parece poca cosa, hasta parece que no cuenta (no es tangible ni medible), pero en realidad lo cambia todo. Lo podemos comparar con la gasolina que mueve a un carro. Sin ella el carro tiene todas sus partes, pero es incapaz de moverse. Lo mismo nuestra vida: puede estar entera, pero si falta el amor, si falta el Espíritu, somos como muertos que la vida lleva de un lado para otro sin ton ni son. Es el Espíritu el que da sentido, alegría y fuerza para vivir con alegría y entusiasmo. Jesús estaba lleno de este Espíritu y lo sigue transmitiendo hoy a quien se acerca a él con sinceridad y verdad.

3.- “Hijo de Dios”
Desde el principio, los discípulos de Jesús vieron en él tanta presencia divina que, además de considerarlo un profeta y el “mesías” que los judíos esperaban, empezaron a reconocerlo como “Señor” y como “hijo” de Dios. El mismo Jesús dijo que todos somos hijos de Dios, pero los discípulos vieron que Jesús era hijo de manera muy especial y afirmaron que quienes creían en él recibían, ellos también, el poder de ser hijos, no como una bella metáfora, sino como una realidad trasformada y trasformadora. También a mí Jesús me enseña que yo no soy una mota de polvo perdida en el universo, sino un hijo amado y llamado a amar. Eso cambia todo.

Como el Bautista y como los discípulos, yo también miro a Jesús como “cordero” que me purifica, como portador del Espíritu que yo necesito para vivir en plenitud y como hijo que me hace hijo.

P. Antonio Villarino
Bogotá

“No el muncho saber aprovecha, sino el mucho amar”

Un comentario a Mt 2, 1-12 y Mt 3, 13-17 (8 de enero del 2017)

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La Navidad concluye con la Epifanía, que significa “manifestación”. En algunos países, la Epifanía coincide con la fiesta de los “Reyes magos” (6 de enero) y el domingo próximo se celebra el Bautismo del Señor; en otros lugares, la fiesta de los “Reyes Magos” pasa al domingo, desplazando la del Bautismo al día siguiente. En este comentario me refiero a los dos textos evangélicos, destacando algunas consideraciones:

Los sabios de Oriente
Los sabios de Oriente (“reyes magos”) observaban la naturaleza y en ella descubrieron una estrella, algo que para ellos fue un signo de la nueva presencia de Dios en el mundo.
De hecho, la naturaleza es el primer libro que los seres humanos tenemos para entendernos a nosotros mismos y nuestra relación con los demás y con Dios. El mundo técnico y urbano, llevado por una prepotencia exagerada, quiso alejarse durante un tiempo de esta naturaleza, lo que está trayendo bastantes problemas a la humanidad. Ahora ha vuelto un cierto respeto a la naturaleza. Ojalá eso nos ayude a integrarnos mejor con la naturaleza y en esa integración encontrar a Dios, como fuente de vida, de armonía, de luz y de paz.

Juan Bautista
Por otra parte, Juan, iniciador de un gran movimiento de cambio radical, manifestado en el bautismo, supo percibir en la masa de “convertidos” la presencia de Uno, una persona especial sobre la que se abría el cielo, es decir, que tenía una relación especial con Dios del que era el “hijo amado”. A nosotros se nos invita a identificarnos con este Jesús de Nazaret y con él sabernos hijos amados, perdonados y renovados. No se trata tanto de que seamos moralmente perfectos cuanto de que tomemos conciencia de ser hijos amados. No cambiamos para amar, cambiamos porque somos amados.

Herodes y los adormecidos
Frente a los sabios de Oriente y al profeta del Jordán, nos encontramos con las personas endurecidas, que se encierran en sus privilegios y son incapaces de comprender los caminos de Dios en su tiempo. Herodes no era capaz de percibir los signos de Dios, porque estaba cegado por sus intereses políticos. Lo único que le interesaba era conservar su poder y todo lo demás, no sólo no existía, sino que “no podía existir”. Cualquier amenaza contra su poder debería desparecer por las buenas o por las malas. Lo que no sabía Herodes es que, a pesar de su poder, el amor de Dios terminaría por triunfar. Los seguidores de Jesús sabemos que el mal existe, pero el Bien de Dios termina triunfando.

Junto a Herodes había también los “expertos” (sacerdotes y escribas) que conocían las tradiciones y la sabiduría acumulada en las Escrituras, pero esos conocimientos no le servían para “ver” el paso de Dios por sus vidas. Se miraban demasiado a su propio ombligo, estaban demasiado pagados de sí mismos. “No el mucho saber aprovecha, sino el mucho amar”, dijo San Ignacio.

La Epifanía es un buen momento para mirar alrededor (al mundo, a los demás) y al interior de nosotros mismos para percibir los signos del paso de Dios por nuestra vida. Ojalá nuestro corazón sea humilde y abierto, de manera que nuestros ojos puedan “ver” a este Dios que se nos revela y como, los sabios de Oriente, lo reconozcamos y lo adoremos.

P. Antonio Villarino
Bogotá