Laicos Misioneros Combonianos

“No se contenten con lo mínimo”

amor

Comentario a Mt 5, 17-37  (6º Domingo ordinario, 16 de febrero de 2020)

Seguimos leyendo el capítulo 5º de Mateo, en el que se nos va explicando el perfil del discípulo de Jesús. Esta vez se nos habla de la relación del discípulo con la Ley, dando un principio general y tres ejemplos concretos. Veamos:

  1. Un llamado a “ser mejores”

El principio general se podría enunciar de esta manera: “No se contenten con lo mínimo; al contrario, busquen siempre lo mejor”. Jesús dice: “Si no son mejores que los maestros de la Ley y los fariseos, no entrarán en el reino de los cielos”. A veces se oye decir: Yo no soy tan malo, no mato, no robo, procuro no hacer daño a nadie… Eso está bien, pero no basta para ser discípulo de Jesús. El Maestro de Galilea quiere que aspiremos a un más alto grado de vida moral. No se trata de contentarnos con no hacer el mal, sino de aspirar a hacer el mayor bien posible, incluso, a “ser perfectos como mi Padre celestial es perfecto”. Y no olvidemos que la perfección consiste en el amor. Jesús no quiere que vivamos “a la defensiva”, procurando hacer el menos mal posible, sino “a la ofensiva”, tratando de ser “lo mejor posible”.

2. Tres ejemplos

Para explicar el principio anterior, Jesús pone cinco ejemplos, de los que hoy leemos tres:

-No se trata sólo de “no matar”, sino de vivir con los demás relaciones de respeto profundo, sin lo cual hasta los actos de culto quedan falsificados. Hoy diríamos: no se trata de evitar la guerra o los conflictos, sino de tomar a los otros en serio, reconocerles sus derechos y construir un mundo mejor para todos.

-No se trata de no cometer adulterio, sino de establecer entre varón y mujer unas relaciones nuevas de dignidad, respeto y fidelidad, que superen la “cosificación” del otro o de la otra; relaciones que van más allá de las apariencias y tienen su raíz en el corazón, es decir, en lo profundo de la persona. Las relaciones varón-mujer están pasando por un período de grandes cambios y todos tenemos que esforzarnos por encontrar un nuevo equilibrio social. En esa tarea me parece que las palabras de Jesús son muy iluminadoras.

-No se trata de no jurar en falso, sino de ser sinceros y honestos en nuestra comunicación con los demás. “Que su palabra sea sí, cuando es sí, y n, cuando es no”. No se trata de no mentir, sino de ser siempre veraces y auténticos. Una sociedad (o una familia) montada sobre la mentira pronto se convierte en un “infierno”; sin embargo, donde reina la verdad, se establecen relaciones constructivas en la familia, en el lugar de trabajo, en la sociedad en general.

¡Cuánta sabiduría hay en estas palabras de Jesús! ¡Qué orgullosos podemos estar de nuestro “Maestro de Galilea”! ¡Qué suerte ser discípulos de un tal Maestro!

Ánimo, dejémonos iluminar por sus palabras sabias.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Sal y luz

Sal y Luz
Sal y Luz

Comentario a Mt 5, 13-16 (5º Domingo ordinario, 9 de febrero de 2020)

Leemos parte del “sermón del monte” que nos transmite Mateo en el capítulo 5º de su evangelio.

Jesús compara al discípulo con la sal, cuyas funciones (según el Antiguo Testamento) son: dar sabor, conservar, purificar, consagrar. De la misma manera, el discípulo, cuando es auténtico, ayuda a dar gusto a la vida; a conservar los valores de la familia o de la sociedad en que vive; a purificar el mal que existe, combatiendo, por ejemplo, la corrupción; y ayuda a consagrar el mundo a Dios, como la sal consagraba las ofrendas ofrecidas a Dios en el antiguo templo.  Pero, ¡ojo!, la sal -dice Jesús- puede perder su sabor y su utilidad.

¿Cuándo perdemos el sabor?

El P. Ermes Ronchi, que ha predicado los ejercicios espirituales al Papa y a la Curia romana hace unos años, se preguntaba cuándo perdemos el sabor de la sal y nos volvemos inútiles. Les resumo su respuesta. Perdemos el sabor:

  1. Cuando atraigo la atención sobre mí mismo y no sobre Dios, como hacían los discípulos cuando discutían sobre quien sería el más importante (Mc 9,33)
  2. Cuando  no sé querer bien a las personas y no transmito amor, siendo como un bronce que resuena o sal insípida (1Cor 13, 1).
  3. Cuando no comunico esperanza ni libertad. “El mal está a tu puerta –dice Dios a Caín- pero tú puedes dominarlo” (Gn 4,7).
  4. Cuando no crezco en humanidad. “No de como habla de Dios, sino de como habla de las cosas de la vida, sé si una persona ha estado con Dios” (Simone Weil).
  5. Cuando me parezco demasiado en mi manera de actuar al “mundo”. “Entre ustedes  no sea así”.

¿Cómo ser luz?

El mismo predicador recuerda que Jesús no dice “deben ser luz”, sino “ustedes son luz”, “resplandezca su luz en las buenas obras”; y afirma: “Cuando sigues como única regla de vida el amor, entonces eres luz y sal para quien te encuentra… Allí donde hay caridad y amor abunda la sal que da buen sabor a la vida”.

Para ser luz, dice el P. Ronchi, hay tres vías:

Primera: Compartir el pan.  “Isaías sugiere una primera vía para que la lámpara ilumine la casa y la sal no pierda su sabor: comparte el pan, acoge en tu casa al extranjero, viste al desnudo, no apartes los ojos de tu gente, entonces tu luz surgirá como la aurora, tu herida sanará” (Cfr Is 57, 7-8).

Segunda: “saber” a Cristo. “La segunda vía la indica San Pablo: “Nunca me he preciado de conocer otra cosa sino a Jesucristo y a éste crucificado” (1Cor 2,2). “Saber” es mucho más que conocer, es tener el sabor de Cristo. Y esto sucede cuando su Palabra y su amor pasan a formar parte de mí mismo y empiezo a sentir, pensar, actuar como él.

Tercera: La comunidad.  Jesús no dice “tú” eres luz, sino “ustedes” son luz.  “Nuestra luz –dice el P. Ronchi- vive de comunión, de encuentro, de saber compartir”. Si vivimos esos valores, sin duda, seremos luz que se difunde en todos los que nos rodean y sal que da sabor a la vida, nuestra y de los demás.

Todo esto lo vivimos, no como cosa adquirida, sino como discípulos que aprendemos cada día, leyendo la Palabra, orando y reflejando en nuestra vida el amor que Jesús no regala continuamente.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Envío en misión del Sr. Enoch MALUMALU

LMC Congo
LMC Congo

El domingo 2 de febrero de 2020, los Laicos Misioneros Combonianos de la provincia del Congo, representados por los miembros de las comunidades de la Arquidiócesis de Kinshasa, enviaron al Sr. Enoch MALUMALU, coordinador de la COLAMICA Santa María Goretti, a la misión de Mongoumba, en la región de Lobaye, en la República Centroafricana.

La misa de acción de gracias se celebró en Kinshasa en la parroquia de San Juan Pablo II, ante un centenar de fieles de la parroquia, familiares, amigos y conocidos de Enoc, que acudieron a la misa de envío y celebraron la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, Misa presidida por el P. Simplice MBASSI, sacerdote de la congregación de los Padres Josefinos y concelebrada por el P. Juan Pablo ETUMBA, misionero comboniano y párroco de la parroquia de San Juan Pablo II, con el diácono André MBALA mccj y la representación de las Hermanas Combonianas. En su homilía el Padre recordó la importancia de esta fiesta y evento: “En este día Jesús es consagrado a Dios en el Templo de Jerusalén y este día se ha convertido en la fiesta de todos los hombres y mujeres consagrados que han dado su vida a Cristo. Pero este día también es la fiesta de los mensajeros.  Comentando los textos litúrgicos, insistió en la importancia de la oración -que debe ser regular y perseverante- en la misión y en la disponibilidad de recursos materiales. “A esto le siguió la imposición de manos, la bendición y el envío misionero.

En sus palabras, Enoc invitó a los jóvenes africanos en general y a los congoleños en particular a descubrir su vocación misionera y a comprometerse a servir a nuestros hermanos y hermanas más pobres y a insistir para que “salvar África a través de África” sea una realidad efectiva. Los fieles presentes en la misa también apoyaron el envío de su hermano Enoch a través de una colecta especial organizada en esta celebración.

Este envío se realiza después de un período de formación específica (que incluía la experiencia de vida comunitaria) y la formación para la misión (inculturación) de seis meses cada uno. El Sr. Enoch MALUMALU, Laico Misionero Comboniano de la provincia del Congo, dejará Kinshasa a principios de marzo para llevar a cabo su misión en Monógama en la región de Lobaye en la República Centroafricana.

Es la primera vez que habrá por varios años un Laico Misionero Comboniano de origen africano en esta comunidad internacional, es una oportunidad para dar gracias a Dios y esperar más presencias africanas en la responsabilidad de cada uno de nosotros de continuar nuestra presencia misionera. Esta continuidad incluye el análisis de la realidad en la que estamos inmersos como comunidad LMC y, junto con la familia comboniana o la comunidad pastoral comboniana, discernir nuestro presente y futuro.

LMC Congo

LMC Provincia del Congo

Consagrado al Señor

Jesús
Jesús

(Un comentario Lc 2, 22-40, Fiesta de la Presentación, 2 de febrero de 2020)

Leemos hoy un texto del evangelio de la infancia de Lucas, en el que se nos narra la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén y el encuentro de sus padres con dos profetas (Simeón y Ana) que anuncian el cumplimiento en Jesús de las promesas hechas por Dios a Israel.

Entre las muchas reflexiones que se podrían sacar de este importante texto me detengo en algunas frases:

  1. “Según la ley de Moisés”. El texto usa esta expresión como una especie de estribillo que se repite varias veces. María y José, como esposos jóvenes y padres novicios, no buscan hacerse una familia a su medida, para ellos solos, sino que se inscriben con sencillez en la tradición de su pueblo y se someten a la ley de Moisés como garantía de su pertenencia al pueblo de Israel. En este sentido, pienso con gusto en los esposos jóvenes que llevan a sus hijos al templo o al catecismo, para que se vayan sintiendo parte de una comunidad de fe, con raíces en un pueblo y en una tradición, evitando así el riesgo de crecer desarraigados.
  2. “Llevaron al niño a Jerusalén para ofrecerlo al Señor”. Ofreceral Señor algo quiere decir reconocer que aquello que ofrecemos no nos pertenece, no es propiedad nuestra; es más bien un don que hemos recibido. En familia se usa frecuentemente un lenguaje que denota cierto sentido de propiedad: “mi esposo”, “mi mujer”, “mi hijo”. Pero en realidad no son “míos” sino un don que Dios nos ha dado para enriquecimiento mutuo. Consagrarse al Señor (no solo los religiosos, sino los cristianos en el bautismo, los casados en el matrimonio) significa reconocer que mi vida, mi matrimonio, todo lo que soy pertenece al Señor de la Vida y lo reconozco consagrándome a Él y viviendo mi vida como un don recibido, don que acojo “con las dos manos”, con reverencia, con amor.
  3. “El padre y la madre se admiraban de las cosas que decían de él”. Parece que José y María no se habían dado cuenta de quién era verdaderamente Jesús. Fueron dos ancianos sabios los que le ayudaron a interpretar y conocer la grandeza de lo que tenían en su hogar. María y José han debido aprender a superar sus expectativas de padres para aceptar la realidad y la misión de Jesús que superaba con mucho lo que ellos imaginaban. En este sentido, pienso en aquellos padres cuyos hijos emprenden caminos que ellos no habían pensado. Permanecer abiertos a la vocación de los hijos, más allá de los propios planes, es una gran clave de la actitud paterna.
  4. “Una espada atravesará tu corazón”. María ha debido comprender que la misión del hijo, grandiosa, tendría una dimensión inevitable de cruz y sufrimiento. Pienso que esto lo experimentan, antes o después, todas las mamás. Aceptar la cruz de cada día, aceptar las contradicciones, afrontar con valentía el dolor es parte importante de la vida.
  5. “El niño crecía en sabiduría y gracia”. La experiencia de Jerusalén fue bella, maravillosa. Pero uno no puede vivir siempre en la maravilla, en la exaltación, no puede permanecer siempre en el templo…; debemos siempre volver a la vida ordinaria y aprender a crecer cada día, con paciencia, con sabiduría, abiertos a la gracia de Dios que no nos faltará.

P. Antonio Villarino

Bogotá