Laicos Misioneros Combonianos

Pasar a la otra orilla

Comentario a Mc 4, 35-41 (Duodécimo domingo del T.O., 21 de junio 2015)

DSC00962Superar fronteras
El domingo pasado veíamos a Jesús junto al lago de Galilea conversando con una multitud de personas hambrientas de verdad sobre las cosas del Reino de Dios en un lenguaje cercano e inspirador. Hoy vemos como, terminada su conversación, al atardecer de aquel mismo día, invita a sus discípulos a atravesar el lago e ir “a la otra orilla”. Para mí esta expresión tiene un valor que va mucho más allá del primer significado literal. Sabemos que “en la otra orilla”, habitaban personas de otra cultura y otras prácticas religiosas, con las que Jesús quiere rencontrarse y compartir su cercanía. De hecho, varias veces, en los evangelios Jesús empuja a los discípulos a no permanecer estáticos, a caminar hacia otras aldeas y ciudades, a salir al encuentro de samaritanos, pecadores y paganos.
Esta actitud misionera de Jesús fue asumida por la Iglesia ya desde los primeros tiempos, inmediatamente después de la Resurrección, hasta nuestros días. Pablo fue empujado por el Espíritu a superar la frontera entre Asia y Europa, pasando a Macedonia; Francisco Javier expandió el Evangelio hacia las fronteras de China; Daniel Comboni contribuyó a abrir las fronteras de África a La Iglesia… Y así tantos otros.
También hoy la Iglesia no puede permanecer anclada en lo de siempre. También hoy el Espíritu de Jesús la invita a ir hacia otras orillas, cruzar otras fronteras: para compartir el Evangelio con la humanidad del siglo XXI en los cinco continentes: con los refugiados y emigrantes, con los jóvenes sin futuro, con los ancianos abandonados, con las personas sin un sentido para sus vidas… Togalileados debemos preguntarnos: ¿Cuál es la orilla hacia la que Jesus me invita a remar? ¿Cuál es la frontera que mi familia, mi parroquia, mi comunidad debería cruzar, para no quedar anclados en un pasado ya superado?

Lanzarse al mar y afrontar la tempestad
Sabemos que el mar en la Biblia representa muchas veces una imagen del mal que hay en el mundo, con sus peligrosos oleajes y tempestades, que pueden destruir nuestra pequeña embarcación personal o la misma Iglesia, muchas veces frágil y temerosa.
De hecho, si uno sale de su pequeño mundo protegido, en el que tiene todo controlado, seguramente va al encuentro de obstáculos y problemas, cuya dificultad no está seguro de poder superar. Cuando uno sale de los muros de la parroquia o de su comunidad (donde nos conocemos y nos protegemos en un ritmo estable de vida y de actividades), puede encontrarse con un mundo hostil, que no acepta nuestro modelo de vida, que se opone o hasta lo ridiculiza. A veces el mundo exterior puede desatar verdaderos vendavales que amenazan con destruir nuestra débil fe o nuestra frágil comunidad.
En esos momentos, los discípulos no actuaron como si nada, no se fingieron súper-héroes, reconocieron su miedo y oraron, como quizá pocas veces lo habían hecho. Era el momento de volverse hacia el Señor y gritar con sinceridad y convicción: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”.

Aunque no parezca, el Señor va con nosotros
La narración de Marcos nos transmite la experiencia de los miembros de la primera comunidad que, siendo zarandeados por las persecuciones y otras dificultades, dudaron y pasaron miedo, pero al final experimentaron que el Señor estaba con ellos, a pesar de su poca fe.
Para ello es importante que, para cualquier iniciativa misionera que emprendamos, llevemos al Señor “en nuestra barca”. No vayamos en misión sólo con nuestro entusiasmo o nuestro ingenio y creatividad. Si la misión es solo una iniciativa nuestra, cuando llegue la tormenta, nos hundiremos. Pero, si llevamos al Señor con nosotros (en su Palabra, en sus sacramentos, en su Espíritu, en su comunidad), cuando llegue el momento, sentiremos su presencia, podremos gritar, él nos responderá… y llegaremos a la otra orilla de la misión.
P. Antonio Villarino
Roma

La semilla brota y crece por sí misma

                                                     Comentario a Mc 4, 26-34 : XI Domingo ordinario, 14 de Imagen 027junio

Finalizado el tiempo de Pascua (Cuaresma, Pascua, Pentecostés), y las grandes solemnidades de la Santísima Trinidad y el Cuerpo de Cristo, en cuyos domingos hemos seguido un orden especial de lecturas, volvemos ahora al tiempo ordinario, en el que se sigue una lectura continuada de uno de los evangelios, este año el de Marcos. En este XI domingo ordinario, leemos una pequeña parte del capítulo cuarto, pero yo les invito a leer todo el capítulo, para tener una idea más global de lo que el evangelista nos quiere transmitir. A partir de esa lectura les comparto dos reflexiones:

lago de galilea (jerez)1) Una multitud junto al lago de Galilea
Como sabemos, Jesús tuvo su sede por algún tiempo en Cafarnaúm, una pequeña ciudad costera del lago de Galilea. Allí su presencia causó gran entusiasmo y la gente se agolpaba para escucharle, porque tenía palabras de una claridad, de una sencillez y de una relevancia que saltaba a la vista y “calentaba el corazón”. Jesús, campesino entre campesinos, pescador entre pescadores, obrero entre obreros, se sentía sus anchas con aquella gente sencilla, sometida a tantos sufrimientos y durezas de la vida, hambrienta de verdad y de sentido, que no encontraba respuestas en unas tradiciones religiosas rutinarias, esclerotizadas y poco relacionadas con la realidad de sus luchas cotidianas. Por el contrario, desde una cercanía afectiva a sus preocupaciones y luchas, así como desde una experiencia de contemplación en el desierto y la montaña, Jesús se explaya en relatos parabólicos, que explicaban el misterio de Dios y de su “Reino” en un lenguaje ligado a las experiencias del campo, del mar y del trabajo cotidiano.
Recuerdo cuando empecé a predicar en la lengua local de mi pueblo natal, cuando en aquel tiempo los sacerdotes hablaban siempre en la lengua oficial, que era la propia de las autoridades y de las instancias oficiales. Algunas personas, emocionadas, me decían: “me parece estar escuchando al abuelo conversando junto al hogar de la cocina”. Es que entonces pasaba algo muy raro: fuera del templo la gente hablaba de sus cosas en su propia lengua, pero, entrando para el culto, a pocos metros de distancia, se cambiaba diccionario y el cura hablaba en una lengua formalizada y rígida, que se alejaba de la vida cotidiana. La verdad del Evangelio, sin embargo, tiene más que ver con la vida de cada día que con los libros. Todos los que tenemos alguna responsabilidad en la transmisión del Evangelio de Jesus (padres, maestros, catequistas, sacerdotes…) debemos fijarnos en este Maestro que habla en parábolas, que expresa la fe en las categorías de la vida ordinaria, sabiendo que nuestra vida espiritual se mide, no por las palabras refinadas que usamos, sino por nuestro estilo de vida concreta, del que las palabras son expresión.

afiche en colombia2) El trigo no necesita que tiren de él
Discúlpenme esta obviedad, pero me parece que sirve para entender bien lo que nos dice Jesús en el evangelio de hoy: “la semilla brota y crece… la tierra produce espontáneamente primero el tallo, luego la espiga y el grano”.
Jesús nos dice que el Reino de Dios es como una semilla que Dios siembra en nuestro corazón, en nuestra comunidad, en nuestra familia… y crece por sí solo, en la medida en que la tierra acoge la semilla y está bien cuidada. Para que el trigo produzca fruto no sirve de nada tirar de él hacia arriba, como quien quisiera estirarlo y hacerlo crecer a la fuerza, en contra de su naturaleza. No, el trigo debe crecer por sí mismo, según la fecundidad que Dios mismo le ha dado.
¿No les parece que a veces hay padres que pretenden hacer crecer a sus hijos a la fuerza, como si quisieran jalarlos hacia arriba y hacerles dar un fruto para el que a lo mejor no les ha destinado Dios? ¿No les parece que a veces, en la vida comunitaria o de familia queremos sustituirnos a las personas y obligarlas a ser como a nosotros nos gustaría que fueran? ¿No nos pasa a nosotros mismos que nos empeñamos en parecer todopoderosos, infalibles e inmaculados en un esfuerzo prometeico que nos vuelve amargos, hipercríticos y perenemente negativos?
Me parece que, con la parábola de la semilla que crece por sí sola, Jesús nos invita, no a ser indiferentes, pasivos o perezosos, pero sí serenos y confiados; confiados en la semilla de Verdad y de Amor que Dios ha sembrado en nosotros y alrededor de nosotros. Esa verdad y Amor crecen y dan su fruto de buenas obras por sí mismos. Lo que tenemos que hacer cultivar la tierra y liberarla de espinas y escombros que pueden ahogar la semilla y no permitir que brote y se desarrolle.
P. Antonio Villarino
Roma

Mensaje de P. Enrique para la fiesta del Sagrado Corazón

Sagrado Corazon“Pidamos la gracia de llegar a ser consagrados alegres y felices por llevar en el corazón el tesoro de aquel amor que brota del Corazón traspasado del Señor que san Daniel Comboni descubrió como fundamento sobre el cual hay que construir su misión y al cual se entregó sin poner límites. La confianza en el Corazón de Jesús sea también para nosotros fuente perenne de un amor que nos ayude a vivir nuestra consagración como el don más bello que se nos ha concedido. Buena fiesta del Sagrado Corazón.” P. Enrique Sánchez G. mccj, Superior General.

 

Consagrados en el corazón de Cristo

Las palabras consagración y consagrados, con todos sus sinónimos, tienen la posibilidad de ser profundizadas e integradas en nuestra vida, de modo particular durante este año destinado a la vida religiosa o consagrada, en la medida en la que nos concedemos un momento para la reflexión y, quizá más todavía a la acción de gracias por este don.

Al mismo tiempo, estas palabras corren el riesgo de vaciarse de su significado y de la riqueza de la que son portadoras, si no las confrontamos con la experiencia de nuestra vida; si no damos con nuestra vida, un sentido autentico a aquello que afirmamos con la palabra.

Somos consagrados. Basta poco para hacer esta afirmación que, sin embargo, no parece tan evidente cuando pedimos a nuestro testimonio de vida que exprese el contenido de aquella que ha sido la opción de nuestra vida.

Incluso si debemos decir de inmediato que hay ejemplos extraordinarios, muchos cercanos a nosotros, de personas que han hecho de su consagración un tesoro y cuya vida se ha transformado en una luz capaz de penetrar las tinieblas más oscuras, necesitamos hoy detenernos y preguntarnos cuánto nuestra consagración a Dios define y caracteriza nuestra identidad y nuestra acción.

Reflexionar sobre nuestra consagración puede convertirse en una ocasión extraordinaria para apropiarnos mejor de aquello que queremos decir cuando nos reconocemos personas consagradas a Dios para la misión.

 

Nuestra consagración misionera

Como ayuda para nuestra reflexión, particularmente con ocasión de la fiesta del Sagrado Corazón, me gustaría compartir con ustedes algunos breves pensamientos que pueden ser provocaciones para preguntarnos cuánto y cómo estamos viviendo nuestra consagración religiosa y misionera.

El Papa Francisco nos ha invitado a hacer un ejercicio de memoria, para reconocer en el pasado el don de nuestra llamada, de nuestro carisma, dejando brotar desde lo profundo de nuestro corazón la gratitud, el reconocimiento por este don. Nos ha recomendado contemplar el presente de nuestra consagración para vivirla con pasión, sin cálculos, con la generosidad y el entusiasmo del primer momento, cuando en el silencio cómplice de Dios hemos sentido pronunciar nuestro nombre y soñado una misión sin fronteras.

El Papa nos ha pedido mirar al futuro con esperanza, que quiere decir confianza en Dios, en su cercanía, en la certeza de que El sigue guardando en su corazón un proyecto de amor por la humanidad que ninguno podrá impedir, porque será siempre un proyecto de amor y el amor no se detiene frente a los obstáculos.

Vivir nuestra consagración misionera de este modo nos lleva a redescubrir, a hacer de nuevo la experiencia del gozo del primer momento de nuestra llamada, y a decir con sencillez: ¡Señor, cuán grande has sido fijando tu mirada sobre mí! No podías hacerme un don más extraordinario.

Ser misionero ha sido la opción mejor que has hecho para mí; gracias porque has permanecido fiel y porque aquello que me ha sucedido tantos años sigue conservando su frescura.

Gracias por un presente misionero que desafía. Tu llamada a veces corre el peligro de ser oscurecida por tantos obstáculos que encontramos en el camino. Nos falta la pasión, tu ardor, tu coraje para no dejarse vencer por la indiferencia de nuestro tiempo, por el consumismo que nos circunda, por el hedonismo superficial que nos asalta con sus trampas, que hacen crecer el egoísmo y la superficialidad.

Necesitamos pasión misionera, ante todo para creer en ti con todo nuestro corazón, para descubrirte presente en el hermano que sufre, en la hermana que es maltratada, en el joven condenado a vivir sin la posibilidad de soñar un futuro digno, para salir de nuestras seguridades y comodidades.

Señor, nos hace bien reconocer con humildad y sencillez que nos falta la pasión que no tiene miedo del sacrificio, de la renuncia, del abandono, aquella pasión que permite dejar todo para hacer de ti y de tu misión el todo de nuestra vida.

Nos has dado una vocación que hace de nosotros privilegiados, porque has elegido para nosotros, como lugar para encontrarte, los más pobres, los lejanos, aquellos que no cuentan a los ojos de nuestros contemporáneos.

“La esperanza de la que hablamos – dice el Papa – no se funda en los números y en las obras, sino en Aquel en el cual hemos puesto nuestra confianza” (2Tim 1,12).

Y nosotros queremos vivir en la esperanza, no podemos no hacerlo, cuando hemos sido testigos de su fidelidad, de su confianza, de tu solicitud hacia nosotros. No nos espanta el mañana porque sabemos que tú nos has precedido y has preparado para nosotros un mañana que será completamente diverso de aquel que podríamos haber construido con nuestras fuerzas y con nuestros medios.

No tenemos miedo de disminuir, de morir, porque estamos convencidos que donde estás presente la vida sólo puede vencer y que serás tú quien escribirá la bella historia de la misión que se volverá también la nuestra.

 

Una consagración en los pequeños detalles

Cuando se habla de consagración, me gusta decir que nos referimos a una experiencia, a una vida que llevamos adelante en los pequeños o grandes detalles de nuestra existencia, en lo cotidiano de nuestra acción en realizar el sueño que llevamos en el corazón como ideal que nos empuja a ir siempre más lejos.

Me gusta decir que ser consagrados no es otra cosa que aceptar con alegría que nuestra vida está en las manos de Aquel que nos ha hecho vivir. Es aceptar que somos propiedad del Señor, que somos o nos estamos convirtiendo en don de Dios para la humanidad.

Es bello pensar así, porque nos ayuda a entender que la consagración no es una obra que nace de nuestra voluntad o de nuestras capacidades, sino que es una experiencia de grande libertad, de generosidad y sobre todo de profunda docilidad.

 

¿Qué quiere decir consagrarse a Dios?

Consagrarse a Dios quiere decir educar nuestro corazón a vivir siempre abiertos y disponibles a aquello que El querrá hacer de nosotros. En este sentido, consagración es sinónimo de abandono, de obediencia y de valor, porque con el Señor se sabe dónde comienza la aventura, pero nunca se sabe a dónde nos llevará.

Hablar de consagración significa entrar en un mundo en el cual nuestros parámetros no funcionan más, porque se entra en el mundo del misterio de Dios, que rompe todas nuestras lógicas y nuestros cálculos y pone todo de cabeza, volviéndose él el protagonista de nuestra historia y el patrón de nuestra existencia.

Y aquí nos vienen a la mente tantas frases del Evangelio: “No fueron ustedes los que me eligieron, soy yo quien los llamé” (Jn 15,16); “Este es mi hijo predilecto, en el que me he complacido” (Mt 3,17).

Cuánta fuerza resuena en el mensaje de Pablo, cuando recuerdo como fue elegido y como, en su ministerio de apóstol, ha podido constatar que “Todo sucede para el bien de quienes aman a Dios, que fueron llamados según su designio” (Rom 8, 28).

Entonces la pregunta que surge espontánea es muy sencilla: ¿En el fondo quién es el que se consagra?

¿Cuántas veces en nuestra vida deberemos reconocer que hemos ido adelante porque el Señor no se ha echado atrás? ¿Cuántas veces nos damos cuenta de que no son nuestras cualidades, nuestros méritos o nuestras virtudes las que nos han hecho merecedores del don de la elección que el Señor ha hecho de nosotros?

Tenemos una grande responsabilidad de custodiar y hacer crecer la gracia recibida desde el día que respondimos sí al Señor. ¿Nos recordaremos siempre que Dios llama y no cambia de parecer con el pasar del tiempo? ¿A qué fidelidad nos desafía?

 

El testimonio de san Daniel Comboni

“Necesitando extremadamente la ayuda del Sagrado Corazón de Jesús, Soberano de Africa Central, el cual es la alegría, la esperanza, la fortuna y el todo de sus pobres misioneros, me dirijo a usted, amigo, apóstol y fiel servidor de ese Corazón divino, tan lleno de caridad por las almas más desventuradas y abandonadas de la tierra.

¡Oh, qué feliz soy de pasar media hora con usted para encomendar y confiar al Sdo. Corazón los intereses más preciosos de mi laboriosa y difícil Misión, a la que he consagrado toda mi alma, mi cuerpo, mi sangre y mi vida!” (Escritos 5255-56).

La consagración del comboniano, para que sea verdadera y fuente de felicidad, tratará de responder siempre a esta clara convicción de Comboni, es decir, ser consagración que nace de la experiencia del amor que brota del Corazón de Jesús. El corazón de Dios que ha amado tanto a la humanidad y que no ha dudado en entregarle a su hijo único por amor.

Es de este amor en el que se origina y del que se sostiene nuestra consagración. Es y será siempre de este corazón abierto que podremos recibir la luz y la fuerza para vivir solo para Dios y para su obra. Es del Corazón de Jesús que debemos aprender cómo convertirnos en hombres de Dios, que encuentran su alegría en servir a la misión con un corazón indiviso.

Será siempre el corazón de Jesús quien nos ayudará a mirar al futuro sin caer en el desánimo, en la tristeza o en la desilusión, porque del corazón de Dios nacen siempre cosas nuevas para el bien de todos aquellos que se abren al amor.

Como Comboni, tendremos que aprender a no espantarnos frente a las dificultades de la misión que estamos llamados a vivir. Será siempre una obra laboriosa y difícil, pero no debemos olvidar que se trata de la misión de Dios y no de la nuestra. Es la misión del Señor, en la que estamos llamados a ser simples colaboradores, mediaciones de su amor.

Como nuestro santo fundador, también nosotros estamos invitados, llamados a vivir a fondo el don de la vocación misionera aceptando consagrar toda nuestra alma, volviéndonos hombres de fe profunda, aceptando con alegría dar testimonio a través de nuestra pobreza, nuestra castidad y nuestra obediencia, tratando siempre de crear ambientes de profunda fraternidad.

También para nosotros, el gran desafío de la consagración será la disponibilidad de vivir sacrificando todo por los otros, por aquellos que encontraremos en la misión. Esto quiere decir también que el martirio, que nos pedirá fecundar el corazón de nuestros hermanos con nuestra vida consagrada en la cotidianidad de la existencia, en el servicio humilde y escondido, en la aceptación gozosa de la renuncia de nosotros mismos para permitir a Dios manifestar su amor.

Solo educados en esta escuela de amor que es el Corazón de Jesús, seremos capaces de vivir en toda libertad la opción por los más pobres y dar un rostro al amor de Dios, a través de la construcción de un mundo más justo más solidario, más respetuoso y capaz de generar la felicidad que todos llevamos en el corazón como único y verdadero anhelo de nuestra vida.

Pidamos la gracia de llegar a ser consagrados alegres y felices por llevar en el corazón el tesoro de aquel amor que brota del Corazón traspasado del Señor que san Daniel Comboni descubrió como fundamento sobre el cual hay que construir su misión y al cual se entregó sin poner límites.

La confianza en el Corazón de Jesús sea también para nosotros fuente perenne de un amor que nos ayude a vivir nuestra consagración como el don más bello que se nos ha concedido.

Buena fiesta del Sagrado Corazón.
P. Enrique Sánchez G. mccj
Superior General

Mi nombre es “Ella hizo llover”

Ethiopian Children

Los nombres tienen un significado y una riqueza única en Etiopía, y la elección del nombre de un bebé puede ser de diferentes formas. Las raíces cristianas del país se revelan hoy en día en los nombres que les ponen a muchos de los nuevos bebés. Como otros muchos cristianos en todo el mundo, es frecuente ponerles nombres bíblicos, de los apóstoles o de los santos. Aquí por ejemplo son nombres comunes Hanna, Salomón, Isaac y Juan.

Pero lo que es más frecuente y con una belleza única aquí es que muchos nombres etíopes son compuestos y son, más que una palabra, pequeñas frases. Algunos ejemplos son:

Ehitnesh – Tu eres una hermana
Terunesh – Eres maravilloso/a
Serkaddis – Siempre nuevo/a
Zenebetch – Ella hizo llover
Engedawerq – Invitado de oro
Yibeltal – Él está por encima
Yemiseratch – Ella la que trabaja
Nega – Se convirtió en el alba

Los significados a veces revelan las circunstancias del nacimiento del bebé, algún rasgo de personalidad que los padres ven en el niño/a o una aspiración o deseo de los padres para su hijo/a. Por ejemplo el nombre Tesfaye significa “Mi Esperanza” y se usa con frecuencia si la madre es muy pobre o soltera, reflejando su esperanza en la futura bondad y éxito de su hijo/a. O el nombre Mitiku que significa “Sustituto” que se le da a un bebé tras la muerte de un hermano o hermana. Uno de nuestros amigos se llama Teshale que significa “Él se siente mejor” porque nació enfermo pero se recuperó.

Muchos nombres compuestos tienen su origen en la fe de los padres y reflejan alguna de las características de Dios. Los ponen para venerar y agradecer a Dios por el regalo de una nueva vida en este mundo, por ejemplo:

Meheretu – Su Misericordia
Gashow – Su Escudo
Mebratu – Su luz
Gebre Mariam – Hijo de María
Habte Mikael – Regalo de Miguel (si los padres habían rezado a S. Miguel arcángel para pedir un bebé)

Otra característica única es que no hay apellidos familiares. La tradición es que el nombre del padre sea el apellido del hijo. Mi padre se llama Alex Banga, si yo hubiese nacido en Etiopía yo me llamaría Mark Alex en vez de Mark Banga. Además las mujeres al casarse nunca toman el nombre del marido como apellido sino que mantienen el nombre de su padre.

Como los nombres amáricos todavía suenan extranjeros para nuestros oídos, no notamos la gran diversidad que hay. Meheretu entra en nuestra mente como Meheretu y rápidamente lo clasificamos como una palabra extranjera, y no lo decodificamos en su significado amárico. Pero si nos paramos a pensar en lo que estamos escuchando es muy curioso para nosotros. Los nombres compuestos mostrados arriba no simbolizan el significado pero son de hecho palabras literales. Solo imagina que tú escuchases esta conversación:

“Buenos días Mi Escudo

“Hola Tú eres maravilloso, ¿Cómo te va?. ¿Viste a Mi Esperanza anoche?”

“No, Mi Esperanza no vino a la fiesta pero Él se siente mejor estuvo con su nueva novia Ella es hermana

Los nombres por un lado nos han ayudado para aprender amárico, porque no necesitábamos aprender un montón de nombres como vocabulario nuevo. Podemos traducir los nombres en un significado literal que nos refuerza la gramática amárica y nos ayuda a recordar sus nombres, lo cual es una ventaja, Pero por otro lado ha sido difícil, cómo habrás visto al leer el ejemplo de arriba y quizás te has quedado un poco confuso. Esto nos pasa a nosotros cuando escuchamos la radio. No siempre estamos seguros si el programa es sobre el gobierno o si la persona que está siendo entrevistada se llama “El Gobierno”. Además algunos nombres se pueden utilizar tanto para chicas como para chicos. Por ejemplo Tesfaye – Mi Esperanza o Figere – Mi Amor.

En cuanto a nuestros nombres, aunque Maggie es un nombre corto y facil de deletrear en alfabeto amárico (sólo dos caracteres) no hay una palabra amárica equivalente o similar, así que ellos se esfuerzan por recordarlo. Hemos descubierto, y no deja de ser gracioso, que si Maggie utiliza su nombre largo con un toque español y se presenta como Margarita ¡no tienen problema para recordarlo!. En mi caso no hay un nombre más fácil de reconocer bajo el sol etíope que uno de los Evangelistas, Marcos.

– Mark & Maggie Banga

Laicos Misioneros Combonianos en Awassa, Etiopía

“No me olviden”

Comentario a Mc 14, 12-16.22-26: Solemnidad del Cuerpo de Cristo, 7 de junio
La fiesta del Cuerpo de Cristo (o Cuerpo del Señor) se celebra en algunas partes en jueves, pero en otras muchas en domingo. Lo importante es que es una excelente ocasión para tomar conciencia de lo que con ello celebramos. Después de leer la narración de Marcos, que la liturgia nos ofrece hoy, comparto con ustedes las siguientes reflexiones:

DSC004311) Recordar a una persona amada
Pienso que a todos ustedes les pasa. A medida que vamos creciendo, hacemos colección de recuerdos de personas que amamos. Estos recuerdos toman cuerpo a veces en una foto, otras en algunos objetos particularmente entrañables, que representan mucho más de lo que son en sí mismos y que, cada vez que los vemos, remueven nuestras entrañas y nos hacen sentir especiales, porque sabemos que hemos sido amados, que hemos amado y que, de alguna manera, ese amor sigue vivo en nosotros. Yo, por ejemplo, conservo como algo muy valioso una gorra de mi papá y, cuando, me la pongo, me siento unido a él, me siento parte de una familia, de una saga de amor. No soy una persona aislada, sino una persona que vive en comunión con tantas otras, cuya memoria y presencia me enriquecen y me hacen ser más y mejor.
Algo así es lo que ha ocurrido con los discípulos, a parir de aquella última cena, en la que Jesús, antes de afrontar la muerte con gallardía, cenó con los suyos, partió el pan (imagen real de su propio cuerpo), repartió el vino (imagen de su propia sangre) y les dijo unas palabras que suenan así: “No me olviden nunca, permanezcan unidos, ámense unos a otros, continúen con la obra del Reino. Yo sigo siempre con ustedes”. Y los sucesivos discípulos, desde hace 2.000 años, se han mantenido fieles a este recuerdo, a este compromiso de amor. A esto le llamamos “memorial eucarístico”, “cuerpo y sangre del Señor”.
No sé por qué la Eucaristía se nos volvió a veces como una “obligación pesada”, como una “cosa de curas”, como un rito mágico o tantas otras cosas. La Eucaristía es hacer memoria del Amigo y Maestro Jesús, es gozar de su presencia, es entrar en comunión con Él, es sentirse alimentado y fortalecido por un amor que no falla nunca, es jurar cada domingo que no le olvidaremos ni a Él ni a su proyecto para la humanidad, ni a sus preferidos, los pobres.

P10008442) Lo mejor está por venir
La cena de Jesús se inserta en una tradición de siglos que tenía el pueblo de Israel. Los judíos lo tenían muy claro: por su historia había pasado Dios de una manera tangible y extraordinaria: en la liberación de la esclavitud, en la difícil travesía de un desierto estéril e incapaz de sostener la vida, en la victoria sobre enemigos que lo querían destruir, en la superación del trauma del exilio… Todo eso lo celebraban –y lo celebran– cada año en la Pascua, como una fiesta de la Memoria, pero también de la esperanza. Si Dios ha sido grande con nosotros en el pasado, lo será también ahora y en el futuro.
Con ese mismo sentido celebramos los cristianos la Eucaristía: celebramos la memoria de Jesús y, haciendo eso, reafirmamos la esperanza (a pesar de nuestros límites, fracasos y pecados) y el compromiso con un futuro más acorde con el mensaje de Jesús: en nuestra vida personal, en nuestra comunidad, en el mundo. Lo mejor de nuestra vida, en cierto sentido, está por venir.

P10105343) La habitación del piso superior: el cenáculo
Para celebrar la Pascua, Jesús mandó a sus discípulos buscar una habitación. Casi parece recordarnos como José buscó un lugar en Belén para que María diese a luz a su Hijo. Es que Dios para “nacer”, para “hacerse pan y vino”, para mostrarse presente necesita un espacio humano que lo acoja. De hecho, es difícil que una comunidad pueda reunirse si no tiene un espacio, un cenáculo, para ello: puede ser la sombra de un árbol, un salón comunal, una vivienda familiar, un templo rural o una catedral… Pero más que ese “lugar” geográfico, Dios necesita una vida, un corazón, una persona, una comunidad abierta, una familia disponible. Sólo así puede repetirse el milagro de su presencia en las personas, en las familias, en la sociedad. ¿Soy yo un lugar abierto para Dios o me encierro en mi propio orgullo y aislamiento?
P. Antonio Villarino
Roma