Laicos Misioneros Combonianos

Hno. Alberto Parise: “¿Qué metodología para la Iglesia ministerial?”

Alberto Parise
Alberto Parise

En la serie de artículos y reflexiones que proponemos en este año dedicado a la Ministerialidad, no puede faltar uno sobre la cuestión metodológica. En Evangelii gaudium (EG 24), el Papa Francisco ilustra con cinco verbos los elementos esenciales de una acción ministerial: tomar la iniciativa, participar, acompañar, fructificar, celebrar. Pero desde un punto de vista práctico, ¿cómo se puede realizar todo esto de una manera orgánica y sistemática? En esta reflexión sugerimos que la metodología del ciclo pastoral es un patrimonio eclesiástico que tiene mucho que ofrecer en este sentido.

El ciclo pastoral

El ciclo pastoral es una evolución del método de “revisión de la vida” desarrollado por Joseph Cardijn en la década de 1920, también conocido como “ver – juzgar – actuar”. El sacerdote belga, que contaba con una formación sociopolítica, desarrolló este enfoque en el contexto de su ministerio con el movimiento juvenil cristiano de la clase obrera, para acompañar a los jóvenes que vivían en entornos donde proliferaba la orientación socialista y comunista, con prejuicios anticlericales. Había sentido, de hecho, la necesidad de un método adecuado para la pastoral de una iglesia en salida.

La gran intuición de Cardijn fue vincular las ciencias sociales y el ministerio pastoral, en un proceso integrado. Con el tiempo, esta metodología se extendió por todo el mundo católico, hasta que fue reconocida oficialmente en la encíclica Mater et magistra (1961) como la metodología de la pastoral social (No. 217 en la versión italiana de la encíclica – curiosamente se encuentra en el número 236 de la versión inglesa del texto). Más tarde fue adoptado en América Latina, gracias al movimiento de la teología de la liberación y continuó extendiéndose en diferentes contextos, adaptándose a lugares y tiempos particulares. Hoy en día esta metodología es conocida con nombres diferentes (círculo pastoral, o ciclo, o espiral, etc.) y se articula en cuatro, cinco e incluso seis fases, pero básicamente es el mismo método. El patrón básico sigue siendo el de ver – juzgar – actuar. Pero luego le fue agregado un primer momento de inserción, un paso fundamental para un enfoque ministerial. A esto le sigue el análisis sociocultural (ver), que hace uso de las ciencias humanas y sociales, y la reflexión teológica (juzgar), en la que se confronta con el Evangelio y la tradición social de la Iglesia. La fase del actuar, puede articularse formalmente en varios pasos para subrayar la importancia de algunos aspectos que, a menudo, se olvidan o se descuidan, como la verificación y la celebración.

La actualidad del ciclo pastoral: la fuerza de la inserción

Hoy es claro que esta metodología es invaluable no sólo para la pastoral social, sino también para cualquier iniciativa ministerial. En primer lugar, porque el acompañamiento pastoral requiere desarrollar relaciones que generen vida, de ver la experiencia humana, las situaciones, los problemas de las personas desde su punto de vista y con empatía. Sobre todo, es esencial saber comprender el punto de partida para un acompañamiento que conduzca a la regeneración de las personas y las comunidades, que generalmente está vinculada a su experiencia, la motivación y la energía emocional que puede generar, y lo crítico de la situación. Es gracias a la inserción que un agente de pastoral es capaz de captar todo esto, tomar la iniciativa, salir a las periferias humanas y existenciales y participar en ellas. Desde el punto de vista comboniano, el anuncio es una característica carismática (cf. Ratio missionis), en la que se expresa la causa común y se capta la hora de Dios en el contexto en el que se lleva a cabo el ministerio, especialmente en situaciones de crisis.

Un análisis sociocultural que despierta esperanza

Aquí entra el acompañamiento pastoral, entendido en el sentido de hacer a las personas protagonistas de su propio camino, superando el paternalismo y las situaciones de dependencia (cf. la regeneración de África con África). Se trata de caminar con las personas hacia una regeneración con el Resucitado, un camino de transformación que surge de las situaciones particulares en las que uno se encuentra. Cuando una comunidad, un grupo humano no percibe claramente las causas de su propia condición de desventaja, o pobreza, es incapaz de influir significativamente en ella y tiende a desanimarse, resignarse, a replegarse en sí misma para recuperar su espacio propio de control, de su vida. Además, le resultan atractivas interpretaciones simples y lecturas engañosas de la realidad, una herramienta hoy utilizada para manipular a las personas en una lógica de dominación. Pero cuando comprende críticamente su condición y el contexto global, la esperanza renace y recupera su poder para cambiar las cosas.

Reflexión teológica: clave para la transformación

La fase del análisis ayuda a poner en evidencia las contradicciones propias y dilemas, que ofrecen un excelente punto de partida para una reflexión sobre la experiencia en clave de fe, que completa el discernimiento. Esta reflexión teológica caracteriza el ciclo pastoral y da lugar a la decisión para emprender un curso de acción. Este es realmente el punto de inflexión del viaje de regeneración en el Resucitado, es un don de gracia. Es también el lugar donde se desarrolla el diálogo entre la experiencia de las personas, su historia y las perspectivas de significado que las orienta, para interpretar los acontecimientos y las situaciones: un diálogo entre los valores culturales, una cosmo-visión y el Evangelio, o incluso un proceso que ofrece las condiciones para una encarnación del Evangelio. Es también un momento propicio para la conversión del corazón, para tomar conciencia de un auténtico encuentro con el Resucitado, descubriendo así también la vocación para responder a la situación sobre la que se ha reflexionado.

Como también se pone de manifiesto en el Plan de Comboni (S 2742), esta reflexión nos lleva a mirar la realidad a través de los ojos de la fe y a responder con determinación, concreción y profecía a las invitaciones del Espíritu.

El estilo colaborativo de acción

Por último, la fase de acción es bastante articulada. Por lo general requiere de una programación y, a veces, también puede tomar tiempo y energía para equiparse con el fin de adquirir o desarrollar las habilidades necesarias. El acompañamiento ministerial, de hecho, requiere facilitar la formación y organización continua de los grupos y comunidades con los que compartimos el proceso, que es aún más eficaz en la medida que es más participativa, a partir de la programación propia. Es bueno que contenga los mecanismos de supervisión y verificación, que de lo contrario se olvidan o ignoran fácilmente.

Este enfoque ministerial se basa en la colaboración de los equipos pastorales, en la sinodalidad, la creación de redes y un estilo de servicio, todo ello desde una perspectiva de proceso y camino compartido. Claramente todo esto no es improvisado, requiere organización y actitudes de apertura, humildad y confianza. No basta con actuar, pero también debemos reflexionar juntos sobre lo que se está haciendo, cómo lo hacemos, los resultados de la acción, lo que se está aprendiendo y, sobre todo, la presencia y la acción de Dios en el proceso o camino. En el momento de la celebración todo esto emerge, se profundiza, se enriquece con nueva toma de conciencia, nuevos dones, inspiración renovada, así como la posibilidad de regenerar las relaciones y construir la comunión. Así celebramos la vida dada y recibida en el caminar, lo que no significa tanto “celebrar los éxitos”, sino reconocer que “las obras de Dios nacen al pie de la cruz”. De ahí el impulso para iniciar un nuevo ciclo ministerial.

En conclusión, se deben tomar en cuenta dos consideraciones: en primer lugar, el hecho de que el ciclo pastoral, como metodología ministerial, requiere habilidades que deben adquirirse y desarrollarse. No es que todo el mundo deba saberlo todo, pero en un contexto de formación ministerial es bueno que podamos dominar un conjunto articulado de instrumentos, una especie de “caja de herramientas”. Y, en segundo lugar, debemos preguntarnos cómo podemos facilitar la adquisición de estas habilidades tanto a nivel de formación básica en nuestras casas de formación como en la acción misionera y en un contexto de formación permanente que tenga en cuenta la especificidad de las situaciones y necesidades.
Hno. Alberto Parise mccj

SOMOS MISIÓN: testigos de la pastoral social en la familia comboniana

Libros
Libros

“Deseamos compartir con ustedes las siguientes observaciones. Nuestra Familia Comboniana (MCCJ-CLM-CMS-SCM) tiene una larga y valiosa tradición de compromiso en diversas actividades pastorales con una fuerte dimensión social. También tenemos una historia bien establecida de 12 años de participación en el Foro Social Mundial y en el Foro Comboniano”.

“… En el Foro Comboniano de 2018, celebrado en Salvador de Bahía (Brasil) con ocasión del Foro Social Mundial, los participantes sugirieron que todos los miembros de la Familia Comboniana que se dedican a la pastoral social pudieran reflexionar sobre sus actividades. Para mirar esta pastoral a la luz del Evangelio y de nuestro carisma específico, los participantes propusieron un análisis y evaluación de todas las actividades en las que estamos comprometidos. En el reciente encuentro de los dos Consejos Generales en abril de 2019 y de las coordinaciones Generales de las cuatro ramas de la Familia Comboniana en junio de 2019, acogimos esta propuesta y decidimos crear una comisión que pudiera elaborar una hoja de ruta y coordinar las diversas actividades para llevar a cabo la propuesta… “

La comisión designada tiene como integantes a:

P Daniele Moschetti, (danielemoschetti15@gmail.com), mccj

Hna. Hélèn Israel Soloumta Kamkol (isralvi@yahoo.fr), hmc

Marco Piccione (Venegono): (marcopiccione78@gmail.com), lmc

Sr. Maria Teresa Ratti (mtratticms@gmail.com), hmc

P Fernando Zolli (combonifi@gmail.com), mccj

Lo que se informa en este extracto de la carta con el que el superior general de los MCCJ (P. Tesfaye Tadesse) y la superiora general de las Hermanas Combonianas (Hna. Luigia Coccia) comunicaron al mismo tiempo el nacimiento de la comisión sobre la ministerialidad así como los fines de esta comisión.

A lo largo de estos meses, se han incorporado a la comisión algunas personas que han aportado una contribución indispensable en términos de experiencia y conocimientos para lograr un trabajo lo más completo y exhaustivo posible.

Las tres actividades concretas que la comisión ha emprendido para lograr sus objetivos son:

  • Trazar un mapa de todas las actividades sociales ministeriales de la Familia Comboniana.
  • Publicar el 2º volumen, que sigue al 1º a partir del título: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”.
  • Organizar la participación en el Foro Social Mundial (FSM) 2020.

En la primera actividad muchos de ustedes ya han participado y aprovechamos esta oportunidad para agradecerles su valiosa contribución. A partir de la recopilación de todos los aportes recibidos por la comisión, se elaborará una base de datos gracias a la cual será posible tener una fotografía de todas las actividades sociales y de JPIC en las que la familia comboniana está comprometida en el mundo.

Pero este post quiere, sobre todo, compartir la buena noticia de que se ha realizado y que ya está disponible el 2º volumen del libro sobre la pastoral social de la familia comboniana titulado “SOMOS MISIÓN: testigos de la pastoral social en la familia comboniana”, que presenta con informaciones más detalladas, algunos proyectos en los que estamos comprometidos padres, hermanos, hermanas, seculares o laicos y que se han considerado particularmente significativos para ilustrar los métodos y el estilo de vivir el aspecto del carisma comboniano que prevé un compromiso social concreto. Junto a la presentación de estos proyectos, hay algunas reflexiones de testigos que seguramente podrán ayudar a la reflexión y al discernimiento sobre estos temas tan importantes y, diría, característicos de nuestro ser comboniano.

El libro está disponible en cuatro idiomas (italiano, inglés, francés y español). Se distribuirá en las casas combonianas, pero algunos ejemplares se reservarán para los laicos.

Lamentablemente, la última actividad prevista por la comisión, es decir, la participación en el FSM, prevista inicialmente para el año 2020, está actualmente pendiente. De hecho, debido a la difícil situación sanitaria que afecta a todo el mundo, el foro ha sido aplazado hasta 2021.

En cambio, el foro de la familia comboniana, programado normalmente inmediatamente después del FSM, se decidió hacerlo en otro período. Por el momento, se ha fijado del 12 al 16 de diciembre de 2020.

 Esperando que el libro nos ayude como herramienta en nuestra misión cotidiana y en sentirnos aún más familia unida por el don recibido del carisma comboniano, os saludamos y os enviamos nuestros mejores deseos y oraciones para que, aún en este momento difícil, salgamos más fortalecidos en la fe y en la certeza de estar acompañados por un Dios que camina con nosotros.

Marco Piccione, LMC

Agroecología en Brasil

Brasil

La agroecología sigue siendo muy tímida en la región de Tocantina de Maranhão. Esperamos que esta iniciativa pueda facilitar la adopción de esta innovación, que es al mismo tiempo un conjunto de prácticas agrícolas, una ciencia y un movimiento social. Para ello, es muy importante la colaboración y el diálogo con diferentes actores, como instituciones de enseñanza e investigación (Casas rurales familiares, IFMA, UEMASUL …), sindicatos, asentamientos, movimientos sociales rurales, organismos de asistencia técnica, secretarías municipales de agricultura y la sociedad en general. Pero sobre todo con agricultores innovadores e inquietos. Estamos dispuestos a sumar en este viaje común.

Con subtítulos en portugués, español, inglés, italiano y francés.

LMC en Brasil

Nuestra experiencia como LMC en Colombia durante esta cuarentena.

LMC Colombia
LMC Colombia

Soacha-Cundinamarca

Colombia

11 de mayo de 2020

Queridos Laicos Misioneros Combonianos,

Este año 2020 ha iniciado con nuestra presencia como Laicos Misioneros Combonianos de Colombia, en el barrio el oasis, periferia este del municipio de Soacha, cerca de la ciudad de Bogotá. En este barrio ha venido trabajando el Sacerdote Comboniano Franco Nascimbene durante 5 años, con quien actualmente compartimos nuestra experiencia de inmersión. Durante este tiempo como equipo hemos ido pensando las acciones para acompañar a todas las personas afectadas por la coyuntura actual del COVID-19.

Al iniciar la cuarentena nos preguntamos por el sentido de nuestra presencia en medio de la comunidad, pues dadas las indicaciones del gobierno todos debíamos estar en casa, suspendiendo temporalmente las actividades pastorales planeadas para el año (catequesis, coro afro, proyecto eco ambiental y grupo afro).

Especialmente al encontrarnos en un barrio en donde la mayoría de habitantes depende de trabajos informales y que se conforman de minorías como migrantes (en su mayoría venezolanos) y desplazados por la violencia de los departamentos del pacifico Colombiano. Si bien la incidencia en términos sanitarios ha sido mínima para los habitantes del barrio ya que a la fecha no se cuentan con casos reportados positivos de personas del sector, el impacto social y económico ha traído un aumento en la situación de pobreza y en la garantía de los derechos básicos como alimentación, vivienda, salud, recreación, educación, entre otros. Al hacer un análisis de esta realidad como equipo observamos que la presencia del estado sigue siendo mínima, las ayudas alimentarias que han llegado al barrio no alcanzan a suplir un alimento básico para las familias.

Frente a esta realidad han surgido las siguientes experiencias significativas que queremos compartir con ustedes llenos de mucha alegría:

Oración comunitaria en la cuadra: durante la primera semana de cuarentena en la oración del equipo de Misioneros Combonianos, surgió la idea de compartir momentos de oración que permitiera a las personas de la cuadra generar más solidaridad y esperanza. Esta idea se compartió con vecinos de otra iglesia (evangélicos) que viven en la misma calle y que se unieron a la iniciativa. A partir de la segunda semana de cuarentena esta idea se da así:

  • Cada semana dos personas de la cuadra lideran el momento de oración.
  • Se realiza una alabanza de gratitud que se acompaña de instrumentos como el cununo, el bombo y panderetas.
  • Cada persona desde su casa hace una oración de agradecimiento y se acompaña con el coro de la canción inicial.
  • Los dos animadores de la oración semanal comparten una cita bíblica y generan una reflexión.
  • Luego cada familia hace una oración de petición.
  • Se termina con una alabanza y en el centro de la calle se pone una caneca, para que cada vecino aporte algo de comer a una familia que lo necesite.

 Esta experiencia que a la fecha se continúa viviendo, nos ha permitido conocer a nuestros vecinos pues por motivos de estudio o de trabajo, no nos era posible compartir estos momentos espirituales y comunitarios. Adicional se ha logrado que semanalmente dos personas se comprometan con la preparación de la oración, también a partir de la segunda semana se dispone del préstamo de un sonido, micrófono, con la participación de personas de otras calles y lo más importante es que a partir de este acto comunitario se vive la solidaridad entre las personas que aportan algo de sus alimentos para beneficiar semanalmente a dos familias que lo necesiten.

Compartir solidario: al mismo tiempo en que nos preguntábamos como equipo sobre las formas creativas para ayudar a nuestros vecinos, de manera inesperada empezamos a recibir mensajes de personas cercanas a nosotros, como amigos o familiares que desde Bogotá estaban preocupados por la situación en los barrios de la periferia. Entonces se nos ocurrió que podríamos ser puentes que permitieran hacer llegar las ayudas económicas.

Las dos primeras semanas fuimos a los supermercados cercanos para comprar provisiones y así ayudar a algunas familias conocidas previamente. A partir de allí focalizamos a las personas que serían beneficiadas por estas ayudas con la colaboración de algunas lideresas y líderes afro con quienes veníamos trabajando. Pensamos en población afro que como consecuencia de la cuarentena hubiesen quedado sin empleo. Fue así como una tarde compartimos alrededor de 40 mercados entre nuestros hermanos negros del sector. También se han compartido mercados con migrantes, adultos mayores, recicladores y madres cabezas de hogar.

La ternura de los pobres: En la casa del padre Franco se colocó una mesa en la que cada persona podía tomar 3 alimentos que necesitara o dejar algo que quisiera compartir, de esta iniciativa surgieron cantidad de pequeños gestos de solidaridad, donde quien tenía algo más lo compartía con alguien que lo necesitara más, ejemplo: 5 huevos, una libra de tomate, un paquete de arroz. Persona que conseguían ayudas compartían parte de lo recibido con quien tenía más dificultad que ellos.  Actualmente el padre Franco dedica las tardes a visitar diferentes familias en sus casas para conocer su realidad, en este ejercicio se ha encontrado con personas que teniendo lo suficiente lo han invitado a compartir con otros que verdaderamente lo necesitaran.

Como equipo hemos sido participes de toda esta experiencia de cooperación, hemos experimentado la alegría de recibir un alimento de personas cercanas, muchas veces hemos dado lo que nos correspondía vaciando nuestras manos pero viendo como este dar se multiplicaba en un nuevo recibir.

Ahora nos encontramos pensando la manera de apoyar el proceso académico de los niños y niñas, pues con la estrategia de educación a distancia se ha excluido a quienes no cuentan con conexión a internet y con posibilidades económicas para pagar las copias que requieren.

Unidos en la oración y misión desde Colombia,

Alexandra García, Vanessa Ardila y Padre Franco Nascimbene

Laicado y Ministerialidad

Laicado
Laicado

Laicado y ministerialidad

Vamos a intentar hacer una reflexión sobre la ministerialidad desde una perspectiva laical y en particular desde la vocación misionera y comboniana. Pero antes de adentrarnos en esos ministerios o servicios desde la fe, creo que es importante encuadrarlo todo.

Nuestra vida da un vuelco cuando nos encontramos personalmente con Jesús de Nazaret. Compartimos esta sociedad con muchos hombres y mujeres de buena voluntad. Cada persona con unos principios y unos valores que orientan sus acciones y opciones vitales. Pero para nosotros existe un antes y un después de conocer a Jesús. Como los primeros discípulos, un día nos encontramos con Jesús en el camino. Nuestro corazón dio un vuelco y nuestros labios preguntaron: “¿dónde vives?” Y su respuesta fue “ven y verás”. A partir de ese momento nuestra vida cambió.

Son muchos los caminos por los que hemos llegado a este encuentro, para muchos ha sido gracias a nuestras familias, a nuestras comunidades cristianas, a nuestros amigos, a circunstancias de la vida que nos arrastraron al camino… Sin duda la casuística es muy grande. Lo realmente determinante es la respuesta dada, desde la libertad, y las consecuencias de esa respuesta en cada una de nuestras vidas.

La respuesta es libre, nadie nos obliga a darla, es una gracia que recibimos y como consecuencia el reconocer una nueva vida.

El laico es por encima de todo seguidor de Cristo. No consiste en seguir una ideología, no se trata simplemente de luchar por unas causas justas que ayuden a una nueva humanidad más justa y digna para todos y todas, ni siquiera consiste en seguir todos los preceptos de la religión que nos pueden ayudar en nuestra relación con Dios. Ser cristiano es por encima de todo seguir a Jesús. Salir de nuestra zona de confort y ponerse en camino. Tomar lo esencial para ir ligero y estar siempre abierto y disponible en ese seguimiento. Jesús nos irá mostrando en ese camino cuál es nuestra parte de responsabilidad en el anuncio y construcción del Reino.

Nosotros hablamos de estar en estado de discernimiento constante, que no es sino un estado de diálogo constante con el Señor. Es verdad que existen momentos especiales de discernimiento en la vida de toda persona. Estos tienen que ver con su vocación central como es el caso del matrimonio o de la vocación a la que nos sentimos llamados, como la vocación misionera e incluso el tipo de profesión a través de la cual queremos o sentimos que podemos servir a los demás escogiendo un tipo de estudios u otros, un trabajo u otro… Es fundamental en la vida de toda persona el entender su llamada a ser enfermero, médico, profesora, directora de una empresa, abogada, educador o trabajador social, político, carpintero y así un largo etcétera.

Momentos vitales que en nuestra adolescencia, juventud y edad adulta se presentan de manera significativa. Pero además de esos momentos, que nos mantendrán en el camino en los momentos difíciles, nosotros queremos permanecer a la escucha en este camino. No queremos acomodarnos. En la vida siguen apareciendo nuevos retos y nuevas llamadas por parte de Jesús. Para nosotros como misioneros el tener la maleta pronta es algo que forma parte de nuestra vocación. Estamos llamados a acompañar a las personas, a las comunidades por un tiempo determinado, para después marchar, porque el salir es parte esencial. Salir o seguir creciendo. No permanecemos siempre igual por años y años pues reconocemos que las necesidades cambian. Somos llamados a dejar nuestra tierra y a viajar a otros países, a otras culturas… somos llamados posteriormente a realizar nuevos servicios, retornar a nuestro lugar de origen, asumir nuevos compromisos… todo ello forma parte de nuestra vocación. En cada llamada, en cada nuevo cambio, debemos entender qué planes tiene el Señor para nosotros. Por qué nos convoca a viajar a otro continente o a regresar a nuestro lugar de origen cuando tan bien estábamos, cuando tanto bien estábamos haciendo junto a otras personas, cuando hasta parecíamos tan necesarios en ese lugar, la vida nos hace tener que desplazarnos, comenzar de nuevo…

¿Por qué cuándo parece que habíamos llegado a puerto definitivo hay algo que en nuestro interior nos cuestiona, nos inquieta? Es el Señor que se comunica con nosotros. Con Él tenemos una relación de amistad que nos ayuda a crecer. Como amigos vamos compartiendo la vida y los nuevos proyectos que la van atravesando. Con momentos de mayor estabilidad, pero también con momentos de nuevos desafíos. No hemos venido a descansar a esta tierra sino a disfrutar de la vida y a permitir y luchar porque otros también puedan disfrutar.

Nosotros respondemos a esta llamada a caminar no solo de manera individual sino desde una comunidad. No caminamos solos. Está es parte de nuestra vocación cristiana, la pertenencia a la Iglesia como también nos sentimos parte de toda la humanidad. Y como parte de esta Iglesia nos sentimos llamados a un servicio común. Como Laicos Misioneros Combonianos (LMC) sentimos esta pertenencia a la Iglesia de Jesús. Y sentimos que esta vocación específica que recibimos es una vocación y una responsabilidad comunitaria. Tenemos una llamada personal pero también una llamada como comunidad y comunidad de comunidades. Reconocemos la Iglesia como sacramento universal de salvación, cada uno desde su especificidad, dones y carisma por el anuncio y construcción del Reino.

Jesús llama a sus discípulos a vivir, a recorrer el camino en comunidad. Sabemos que solo de la mano de Jesús podemos caminar y como comunidad necesitamos de esa espiritualidad profunda que nos une a Jesús, al Padre y al Espíritu. Un camino donde la oración, la vida de fe y la comunidad se convierte en alimento y referencia de la vida del LMC.

La centralidad de la misión en Comboni. La Iglesia al servicio de la misión

Comboni tenía muy clara la centralidad de la misión en su vocación y la necesidad de la misma en la Iglesia. Frente a las necesidades de nuestras hermanas y hermanos más necesitados estamos llamados a dar una respuesta. Y es de tal importancia y complejidad esta respuesta que no estamos llamados a darla individualmente sino como Iglesia. Todos y cada uno de los cristianos estamos llamados a responder a esta llamada. Sin importancia de nuestro estado eclesial, cada uno debemos dar una respuesta de fe. Jesús llama a cada uno a caminar. Y es tal la complejidad de las necesidades que existen que el Espíritu suscita en el mundo y en su Iglesia diferentes vocaciones, diferentes carismas que aporten a esta realidad. Identificar a la Iglesia con el clero e incluso con los religiosos y religiosas es no entender a Jesús, es no escuchar al Espíritu. La labor y la llamada al sacerdocio o la vida religiosa en sus numerosas vertientes es fundamental para el mundo, pero no más que el compromiso de todos y cada uno de los laicos. La Iglesia no solo tiene una responsabilidad ligada a la religiosidad o espiritualidad de las personas. Tenemos una responsabilidad social, familiar, medioambiental, educativa, sanitaria, etc. Con todo el mundo. Las cosas del día a día son las cosas de Dios. Las pequeñas cosas son las cosas de Dios. La atención a cada persona en lo concreto y en las necesidades globales son responsabilidad de los seguidores de Jesús. Y en todas ellas el papel del laicado es fundamental, del hombre y de la mujer, en lo material y en lo espiritual… así lo entendió Comboni y así también lo entendemos nosotros.

Comboni

El laico en el mundo

En esta llamada global que recibimos, la Iglesia se muestra como comunidad de referencia. Es alimento para el servicio. Lugar donde reponer fuerzas, donde alimentarse de manera privilegiada, aunque no única.

Como laicos estamos llamados a crear raíces que asienten el terreno y lo haga rico, estamos llamados a crear redes de solidaridad y relación que articulen la sociedad, desde la familia, las pequeñas comunidades de vecinos, de barrio, entidades sociales, empresas… somos grandes creadores de redes de relación, colaboración y trabajo. Vivimos envueltos en todas estas redes y estamos llamados a animarlas, a dotarlas de una espiritualidad que las pongan al servicio de las personas, y en especial de los más vulnerables. Estamos llamados a incluir a todas las personas. Nuestra mirada debe centrarse en los más pobres y abandonados que hablaba Comboni, en los excluidos de esta sociedad, una mirada que nos anima a estar en las periferias porque es desde abajo que las cosas se ven de manera diferente. No podemos conformarnos con una sociedad donde todos no tengamos una vida digna. Una sociedad donde se premie el tener al ser y el consumo que está devastando un planeta finito que nos grita y reclama nuestra responsabilidad global.

Toda esta visión que debe cuestionar nuestra vida nos reclama acciones concretas.

La llamada del laico es una llamada al servicio de la humanidad. Una llamada que para pocos será de servicio interno de nuestra Iglesia. No podemos pensar que el buen laico es aquel que está ayudando en la parroquia y perder de vista nuestra vocación de servicio al mundo. Algunos servicios internos son necesarios pero la Iglesia está llamada a salir. Con Jesús a salir al camino, a ir de pueblo en pueblo, de casa en casa, a ayudar en lo pequeño y en lo grande. Estamos llamados a ser sal que sala, levadura en la masa, … llamados a estar en el mundo y contribuir de manera significativa. No podemos quedarnos en casa donde estamos a gusto, donde nos comprendemos unos a otros. Estamos llamados a salir. La Iglesia no nace para sí misma sino para ser comunidad de creyentes que sigue a Jesús y sirve a los más desfavorecidos.

Por todo ello nos sentimos llamados a ayudar en el crecimiento de las comunidades humanas (también las cristianas).

¿Cómo es la respuesta que como LMC estamos dando a esta llamada?

Actualmente existe una gran reflexión en toda la Iglesia sobre lo específico misionero. Sobre cuáles son o deberían ser nuestros servicios como misioneros, nuestros ministerios específicos. Una vez perdida la referencialidad geográfica de la misión, la referencia entre un norte rico y un sur por desarrollar, donde la desigualdad y las dificultades se encuentran en unos países y en otros, si bien todavía en algunos pocos se sigue concentrando la mayoría de la riqueza y posibilidades frente a otros muchos donde las dificultades son mucho mayores… Es cierto que la miseria campa a sus anchas en las personas sin hogar en los llamados países ricos, las migraciones forzosas por la pobreza, las guerras, las persecuciones por diferentes motivos, el cambio climático y demás están haciendo que un fenómeno siempre presente en la humanidad se esté agravando. La última pandemia del COVID-19 nos recuerda la globalidad de nuestra humanidad por encima de vayas y fronteras. Nos afecta a todos y todas por igual. Parecía que hasta ahora el dinero era el único que podía viajar sin pasaporte, parece que los virus también pueden.

Solo en un mundo justo todos podremos vivir en paz y prosperidad. Las desigualdades salariales, los conflictos, el consumo desmedido que derrite los polos y un largo etcétera terminan influyendo y teniendo consecuencias en toda la humanidad. Las vallas y la policía ya sean en las fronteras o en las casas o urbanizaciones de los que más tienen no lograrán un mundo mejor para todos, ni siquiera para los que se refugian detrás.

Frente a todo esto el debate y la reflexión sobre lo específico del laicado misionero en esta nueva época está servido. No pretenderé entrar en ello de manera teórica. Os ofrezco ahora simplemente algunas de las actividades donde como laicos estamos presentes dando respuesta a la llamada recibida. Esa es nuestra ministerialidad, nuestro servicio al que nos sentimos llamados. La respuesta de vida y no en teoría que estamos dando. No me extenderé, tan solo enunciaré algunos casos que nos puedan dar luces y otros muchos permanecerán en el anonimato… no en balde somos llamados a ser piedra escondida.

Tenemos compañeros y compañeras trabajando con los pigmeos y el resto de la población en República Centro Africana, un país donde llevamos más de 25 años. Junto a un pueblo que es considerado casi como sus siervos por la población mayoritaria que lo consideran menos. Siendo puente de inclusión o responsabilizándonos de una red de escuelas primarias en un país que ha pasado por varios golpes de estado y está en una situación de conflicto desde hace años que no permite al gobierno dar este servicio.

Estamos en Perú viviendo y acompañando a la gente en la periferia de las grandes ciudades. En barriadas de ocupación donde los que llegan del campo van tomando un terreno a la ciudad para vivir, sin luz, sin agua o alcantarillado. Unas familias que luchan por tener una vida digna, que se fueron de sus pueblitos a la ciudad para poder comer, dar una vida mejor a sus hijos. Y donde encontramos mucha solidaridad entre sus vecinos y acogida pero también dificultades traídas por el alcohol, la violencia machista o la desestructuración de muchas familias.

En Mozambique colaboramos con la educación de sus jóvenes, chicos y chicas, que saliendo de sus comunidades extendidas por el interior buscan poder formarse para levantar el país. Se necesitan escuelas que les den esa formación profesional e internados que les permitan vivir durante ese periodo escolar pues sus casas quedan a muchos kilómetros. Acompañar a estos jóvenes y a las comunidades cristianas es también parte de nuestra llamada.

Por otro lado, estamos presentes en Brasil en la lucha contra las grandes compañías extractivistas que desplazan a las comunidades de sus tierras, que envenenan los ríos o el aire de las comunidades, cortan la comunicación o las aíslan con sus trenes kilométricos que socaban los minerales de la zona sin preocuparse por el medio ambiente o el bien de las personas.

También en muchos países de Europa estamos involucrados en la acogida de inmigrantes. Intentamos devolver todo lo recibido cuando también nosotros fuimos extranjeros. Llamados a recibir a aquellos que huyen de la miseria o las guerras, a aquellos que buscan un futuro mejor para sus familias y que encuentran grandes muros a su llegada, no solo de hormigón y alambre sino también de miedo e incomprensión por parte de la población. Ser puentes con una población que sigue siendo hospitalaria y solidaria, presentes en medio de las organizaciones sociales y eclesiales que se movilizan para acoger e integrar a sus nuevos vecinos. Desde el recibimiento en costa, hasta la ayuda en la lengua, en la búsqueda de empleo, vivienda, la tramitación administrativa o el reconocer la valía que nos traen y la riqueza que su presencia trae a la nueva sociedad. Poniendo en valor lo que son y sus culturas y siendo referente de las mismas en un mundo que no siempre les entiende.

Cuando la sociedad fracasa y el ser humano falla no sabemos qué hacer con esas personas. La reclusión en prisiones es la solución que hemos dado como sociedad. Pero esas prisiones se convierten muchas veces en escuelas de más delincuencia y no de rehabilitación como debieran. En medio de ellas están las APAC que nacieron en Brasil y que se van extendiendo poco a poco. Un sistema de reclusión donde la persona que llega es considerada como un recuperando no un preso, que se le llama por su nombre propio y no por un número. Protagonista de su vida, se la ayuda a entender su falta y la necesidad de pedir perdón y reinsertarse como un miembro activo de la sociedad. Un método donde la comunidad se vuelca y crea puentes recuperando a sus hijos e hijas que un día cometieron un error. Donde los recuperandos tienen las llaves de las puertas y entre todos van entendiendo la dignidad de hijos de Dios, el arrepentimiento y su valor como personas para la sociedad.

La manera en la cual estamos viviendo en los países con más recursos está esquilmando un planeta finito. Las relaciones comerciales internacionales están empobreciendo a muchos para el beneficio de pocos… promover un nuevo estilo de vida es algo fundamental para cambiar los paradigmas y valores que se muestran como los únicos válidos para el éxito social y la felicidad. En una sociedad donde lo que se prima es tener y consumir sobre el ser, hay que proponer nuevos estilos de vida. En eso también estamos implicados en Europa. Proponiendo nuevos estilos de vida, de compromisos, de responsabilidad en el consumo, en la economía, etc.

Y así podríamos seguir con acciones ligadas a una educación comprometida con los más excluidos en las periferias de nuestras ciudades, en el cuidado de los enfermos mostrando el rostro de Dios que les acompaña y la mano de Dios que les cuida, en la atención a personas sin hogar, a personas con adicciones…

Como misioneros somos y debemos hacer a todos conscientes de la realidad de un mundo globalizado que requiere de una acción conjunta, un nuevo posicionamiento. Por ello, cada una de nuestras pequeñas acciones, nuestros pequeños granitos de arena conforman pequeñas montañas donde subirse, ver y soñar un mundo diferente. Subirnos con la gente con las que vivimos nuestro día a día. Especialmente llamados a aquellos que viven hundidos sin poder ver un horizonte, una salida a sus dificultades, estamos llamados a levantar la barbilla y mirar adelante, a animar y acompañar esas comunidades. Estamos llamados a estar allí donde nadie quiere ir.

Todos llamados a luchar de manera global por los problemas que son globales, a unirnos y a ser dinamizadores de redes de solidaridad en esta humanidad que habita la casa común, que cada día se demuestra es más pequeña. Y en medio de ella colocar a Jesús, la persona que cambió nuestra vida. Dios es un derecho de todo hombre y de toda mujer. Nos sentimos responsables de dar a conocer la Buena Noticia, de presentarles un Dios vivo que está entre nosotros, que camina con nosotros, que como nos mostró Jesús de Nazaret no nos abandona y nos acompaña siempre. En el interior de cada persona, en el más necesitado, en la comunidad, Dios espera por cada uno de nosotros para transformar nuestra vida, para llenarla de felicidad, de una felicidad profunda. Dios nos espera para darnos agua viva, esa agua que colma la sed del ser humano.

Que el Señor nos dé fuerzas para poder estar presentes y acompañar, ser un medio que lleve a las personas a su encuentro y nos mantenga siempre en camino a su lado.

LMC

Alberto de la Portilla, LMC