Laicos Misioneros Combonianos

Presentación de Enoch Malumalu

LMC Congo
LMC Congo

Me llamo Enoch MALUMALU. De nacionalidad congoleña.

Soy un cristiano católico y laico misionero comboniano. Tengo 25 años y soy coordinador de una comunidad de laicos de la parroquia de Santa María Goretti, de la archidiócesis de Kinshasa. También soy formador de jóvenes en varios grupos parroquiales de la Arquidiócesis de Kinshasa.

Licenciado en Comunicación Social en el Instituto de Facultad de Ciencias de la Información y la Comunicación (IFASIC / Kinshasa / Gombe), en el plano profesional. Trabajé durante un año como periodista político, dos años para ONG nacionales en el sector humanitario y de desarrollo.

Soy el único hijo de mi padre, Augustin MALUMALU y el segundo de 4 hijos de mi madre Adelphine NKIE, de quien tengo dos hermanos y una hermana. Mi hermano mayor se llama Bruce, después de mí, mi hermano pequeño Beni y la más joven Sephora, mi hermano mayor es padre de dos niños.

Mi vocación como laico comboniano comenzó mucho antes de lo que había pensado.

A una edad temprana, en la escuela primaria después de mi primera comunión, quise ir a la misión impactado por la historia de Bakanja, Anuarea y los mártires de Uganda que había aprendido en el grupo Kizito y Anuarite. Fue en la escuela secundaria donde descubrí mi vocación misionera, esto me empujó a leer muchos libros sobre santos, un día me enamoré de San Daniel Comboni, que fue el comienzo de mi aventura con los Misioneros combonianos hasta el día de hoy.

Después de varios años de discernimiento, oraciones, reuniones, discusiones, acompañamientos, formaciones, escuché la voz del Señor que me llamaba como lo hizo con Samuel y San Daniel Comboni. Consciente de las necesidades actuales de la misión, mi fortaleza se basa en la cruz porque “Las obras de Dios nacen y crecen al pie de la cruz”, dijo San Daniel Comboni.

De momento estoy en Kinshasa realizando la experiencia de comunidad y después, iré a la República Centroafricana para una misión de dos años. Trabajaré con los pigmeos de Mongoumba. El pueblo se encuentra a unos 120 km al sur de Bangui, la capital de la República Centroafricana. Estaré allí “para los más pobres y los más abandonados”, como dijo nuestro fundador, San Daniel Comboni.

LMC Congo

Enoch Malumalu, LMC Congo

Regimar compartió este breve texto sobre su partida a Ipê

LMC Brasil
LMC Brasil

“Es hora de irse, dejar la familia, los amigos, el trabajo, la comunidad, salir de nuestra zona de confort.
Es una mezcla de felicidad y anhelo. Un latido en el corazón por dos motivos, partir dejando una vida, pero en dirección a otra, viviendo la misión. No consigues hablar mucho, porque no puedes identificar tus sentimientos en este momento, es una mezcla de todos. Pero estamos seguros de lo que queremos y confiamos que todo irá bien con Dios”.
Regimar, LMC Brasil

La misión lleva a luchar por la vida.

LMC Brasil
LMC Brasil

¿Puede la vida de un ciudadano común prepararle para la misión?

– Sí, cuando es asumida, se dona y se comparte. Así es como lo entienden los Laicos Misioneros Combonianos – LMC, incluidos Regimar y Valmir de Balsas – MA.

La última lucha que Regimar emprendió fue la implementación de un CVV – Centro para la Valorización de la Vida, en Balsas.

Durante un Simposio Misionero celebrado en Bacabal – MA en octubre de 2018, Regimar escuchó hablar por primera vez sobre los CVV, un centro de prevención del suicidio con profesionales de diversas áreas de atención, como psicólogos, trabajadores sociales, médicos y abogados. Luego pensó: “Esto es exactamente lo que Balsas, mi ciudad, necesita, porque es uno de los más golpeados en Maranhão, por la plaga del suicidio”. Por lo general, la primera llamada es por teléfono, porque este medio de comunicación permite el anonimato, a través del cual la persona frágil y vulnerable se siente más protegida. Es por eso que se necesita una red de voluntarios.

El mismo día, Regimar habló con sus compañeros de región que participaban en el encuentro que se mostraron interesados ​​en la iniciativa.

En los meses siguientes, enfrentó el gran desafío de encontrar personas disponibles, a causa de los diversos compromisos ya asumidos. Casi se dio por vencido. Solo encontró una gran fortaleza en la familia, porque Valmir, su esposo, siempre creyó en ese compromiso y le dio su apoyo.

Fue la situación de angustia frecuente debida a la gran cantidad de suicidios lo que la llevó a dar un paso más. En agosto de 2019, se acercó al teniente de alcalde y, después de una conversación con la concejal Fransuíla, programó una audiencia pública para los días 30/09 – 01/10, con la presencia de Régis, coordinador nacional de expansión de los CVV, para presentar el método de trabajo y desplegar una presencia en Balsas.

La fecha se fijó a partir de los compromisos de Regimar: “Como usted está al frente de este proyecto, no puede perderse la audiencia para la implementación”, le dijeron las autoridades municipales.

Resulta que la semana siguiente, exactamente el 6/10, Regimar celebró su misa de envío misionero como LMC. Junto con Valmir, su esposo, fueron a Ipê Amarelo, un vecindario en las afueras de Contagem – MG, el 23 de octubre, para la preparación inmediata para el servicio misionero, para profundizar en los temas de espiritualidad, vida comunitaria e inserción.

La pareja se fue, dejando a su único hijo, Lucas, de 22 años. Graduado en sistemas de información, tiene buenas posibilidades de conseguir trabajo a corto plazo y, al salir con Maria, tiene planes de casarse.

Valmir y Regimar viajan en silencio, reconociendo a su hijo maduro, listo para enfrentar la vida.

A Lucas y María, a las dos familias de origen y a las comunidades con las que compartieron el viaje, manifiestan gratitud, agradeciendo su apoyo y confianza, y cuentan con sus oraciones.

¡Oremos también por esta pareja y por su entrega a la misión!

LMC Brasil

P Carlos (párroco de la pareja)

Mensaje del Santo Padre Francisco para la jornada mundial de las misiones 2019

Papa Francisco
Papa Francisco

Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo

Queridos hermanos y hermanas:

He pedido a toda la Iglesia que durante el mes de octubre de 2019 se viva un tiempo misionero extraordinario, para conmemorar el centenario de la promulgación de la Carta apostólica Maximum illud del Papa Benedicto XV (30 noviembre 1919). La visión profética de su propuesta apostólica me ha confirmado que hoy sigue siendo importante renovar el compromiso misionero de la Iglesia, impulsar evangélicamente su misión de anunciar y llevar al mundo la salvación de Jesucristo, muerto y resucitado.

El título del presente mensaje es igual al tema del Octubre misionero: Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo. La celebración de este mes nos ayudará en primer lugar a volver a encontrar el sentido misionero de nuestra adhesión de fe a Jesucristo, fe que hemos recibido gratuitamente como un don en el bautismo. Nuestra pertenencia filial a Dios no es un acto individual sino eclesial: la comunión con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es fuente de una vida nueva junto a tantos otros hermanos y hermanas. Y esta vida divina no es un producto para vender —nosotros no hacemos proselitismo— sino una riqueza para dar, para comunicar, para anunciar; este es el sentido de la misión. Gratuitamente hemos recibido este don y gratuitamente lo compartimos (cf. Mt 10,8), sin excluir a nadie. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, y a la experiencia de su misericordia, por medio de la Iglesia, sacramento universal de salvación (cf. 1 Tm 2,4; 3,15; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 48).

La Iglesia está en misión en el mundo: la fe en Jesucristo nos da la dimensión justa de todas las cosas haciéndonos ver el mundo con los ojos y el corazón de Dios; la esperanza nos abre a los horizontes eternos de la vida divina de la que participamos verdaderamente; la caridad, que pregustamos en los sacramentos y en el amor fraterno, nos conduce hasta los confines de la tierra (cf. Mi 5,3; Mt 28,19; Hch 1,8; Rm 10,18). Una Iglesia en salida hasta los últimos confines exige una conversión misionera constante y permanente. Cuántos santos, cuántas mujeres y hombres de fe nos dan testimonio, nos muestran que es posible y realizable esta apertura ilimitada, esta salida misericordiosa, como impulso urgente del amor y como fruto de su intrínseca lógica de don, de sacrificio y de gratuidad (cf. 2 Co 5,14-21). Porque ha de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar (cf. Carta apost.  Maximum illud).

Es un mandato que nos toca de cerca: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto del amor de Dios. Aun cuando mi padre y mi madre hubieran traicionado el amor con la mentira, el odio y la infidelidad, Dios nunca renuncia al don de la vida, sino que destina a todos sus hijos, desde siempre, a su vida divina y eterna (cf. Ef 1,3-6).

Esta vida se nos comunica en el bautismo, que nos da la fe en Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, nos regenera a imagen y semejanza de Dios y nos introduce en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. En este sentido, el bautismo es realmente necesario para la salvación porque nos garantiza que somos hijos e hijas en la casa del Padre, siempre y en todas partes, nunca huérfanos, extranjeros o esclavos. Lo que en el cristiano es realidad sacramental —cuyo cumplimiento es la eucaristía—, permanece como vocación y destino para todo hombre y mujer que espera la conversión y la salvación. De hecho, el bautismo es cumplimiento de la promesa del don divino que hace al ser humano hijo en el Hijo. Somos hijos de nuestros padres naturales, pero en el bautismo se nos da la paternidad originaria y la maternidad verdadera: no puede tener a Dios como padre quien no tiene a la Iglesia como madre (cf. San Cipriano, La unidad de la Iglesia católica, 4).

Así, nuestra misión radica en la paternidad de Dios y en la maternidad de la Iglesia, porque el envío manifestado por Jesús en el mandato pascual es inherente al bautismo: como el Padre me ha enviado así también os envío yo, llenos del Espíritu Santo para la reconciliación del mundo (cf. Jn 20,19-23; Mt 28,16-20). Este envío compete al cristiano, para que a nadie le falte el anuncio de su vocación a hijo adoptivo, la certeza de su dignidad personal y del valor intrínseco de toda vida humana desde su concepción hasta la muerte natural. El secularismo creciente, cuando se hace rechazo positivo y cultural de la activa paternidad de Dios en nuestra historia, impide toda auténtica fraternidad universal, que se expresa en el respeto recíproco de la vida de cada uno. Sin el Dios de Jesucristo, toda diferencia se reduce a una amenaza infernal haciendo imposible cualquier acogida fraterna y la unidad fecunda del género humano.

El destino universal de la salvación ofrecida por Dios en Jesucristo condujo a Benedicto XV a exigir la superación de toda clausura nacionalista y etnocéntrica, de toda mezcla del anuncio del Evangelio con las potencias coloniales, con sus intereses económicos y militares. En su Carta apostólica Maximum illud, el Papa recordaba que la universalidad divina de la misión de la Iglesia exige la salida de una pertenencia exclusiva a la propia patria y a la propia etnia. La apertura de la cultura y de la comunidad a la novedad salvífica de Jesucristo requiere la superación de toda introversión étnica y eclesial impropia. También hoy la Iglesia sigue necesitando hombres y mujeres que, en virtud de su bautismo, respondan generosamente a la llamada a salir de su propia casa, su propia familia, su propia patria, su propia lengua, su propia Iglesia local. Ellos son enviados a las gentes en el mundo que aún no está transfigurado por los sacramentos de Jesucristo y de su santa Iglesia. Anunciando la Palabra de Dios, testimoniando el Evangelio y celebrando la vida del Espíritu llaman a la conversión, bautizan y ofrecen la salvación cristiana en el respeto de la libertad personal de cada uno, en diálogo con las culturas y las religiones de los pueblos donde son enviados. La missio ad gentes, siempre necesaria en la Iglesia, contribuye así de manera fundamental al proceso de conversión permanente de todos los cristianos. La fe en la pascua de Jesús, el envío eclesial bautismal, la salida geográfica y cultural de sí y del propio hogar, la necesidad de salvación del pecado y la liberación del mal personal y social exigen que la misión llegue hasta los últimos rincones de la tierra.

La coincidencia providencial con la celebración del Sínodo especial de los obispos para la región Panamazónica me lleva a destacar que la misión confiada por Jesús, con el don de su espíritu, sigue siendo actual y necesaria también para los habitantes de esas tierras. Un Pentecostés renovado abre las puertas de la Iglesia para que ninguna cultura permanezca cerrada en sí misma y ningún pueblo se quede aislado, sino que se abran a la comunión universal de la fe. Que nadie se quede encerrado en el propio yo, en la autorreferencialidad de la propia pertenencia étnica y religiosa. La pascua de Jesús rompe los estrechos límites de mundos, religiones y culturas, llamándolos a crecer en el respeto por la dignidad del hombre y de la mujer, hacia una conversión cada vez más plena a la verdad del Señor resucitado que nos da a todos la vida verdadera.

A este respecto, me vienen a la mente las palabras del papa Benedicto XVI al comienzo del encuentro de obispos latinoamericanos en Aparecida, Brasil, en el año 2007, palabras que deseo aquí recordar y hacer mías: «¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. […] El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura. La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado» (Discurso en la Sesión inaugural, 13 mayo 2007).

Confiemos a María, nuestra Madre, la misión de la Iglesia. La Virgen, unida a su Hijo desde la encarnación, se puso en movimiento, participó totalmente en la misión de Jesús, misión que a los pies de la cruz se convirtió también en su propia misión: colaborar como Madre de la Iglesia que en el Espíritu y en la fe engendra nuevos hijos e hijas de Dios.

Quisiera concluir con unas breves palabras sobre las Obras Misionales Pontificias, ya propuestas como instrumento misionero en la  Maximum illud. Las OMP manifiestan su servicio a la universalidad eclesial en la forma de una red global que apoya al Papa en su compromiso misionero mediante la oración, alma de la misión, y la caridad de los cristianos dispersos por el mundo entero. Sus donativos ayudan al Papa en la evangelización de las Iglesias particulares (Obra de la Propagación de la Fe), en la formación del clero local (Obra de San Pedro Apóstol), en la educación de una conciencia misionera de los niños de todo el mundo (Obra de la Infancia Misionera) y en la formación misionera de la fe de los cristianos (Pontificia Unión Misional). Renovando mi apoyo a dichas obras, deseo que el Mes Misionero Extraordinario de Octubre 2019 contribuya a la renovación de su servicio a mi ministerio misionero.

A los misioneros, a las misioneras y a todos los que en virtud del propio bautismo participan de algún modo en la misión de la Iglesia, les envío de corazón mi bendición.

Vaticano, 9 de junio de 2019, Solemnidad de Pentecostés

Francisco