En estos 35 años del martirio del Siervo de Dios, el Padre Ezequiel Ramin, la Hermana Sandra Amado, misionera comboniana, comparte su testimonio de vida y vocación y Andressa lee una de las cartas del P. Ezequiel.
Junto con la iglesia en Brasil y en el mundo, recordamos las causas que movieron al misionero y Siervo de Dios. Hoy en día las mismas causas continúan moviendo a la sociedad y a la Iglesia, especialmente a través de la acción del Papa Francisco. Tanto la Laudato Si como en el Sínodo para la Amazonia, o en la reunión de jóvenes economistas, convocada en Asís, son ejemplos de la actual y urgente lucha por la justicia. La vida es un derecho de todos, pero una vida digna exige grandes cambios en el sistema al que, por desgracia, acabamos acostumbrándonos.
Que el Padre Ezequiel sea un ejemplo y una inspiración para nosotros en este difícil momento de la vida: pandemia, confinamiento, desmantelamiento de derechos y políticas públicas. La vocación misionera es una dedicación al servicio de la vida, de la persona humana y de la naturaleza. La solidaridad es una llamada para todos, pero al entregarse a la misión se fortalece y se convierte en un sueño y un proyecto de vida. Ezequiel Ramin, la hermana Creusa, la hermana Dorothy, Chico Mendes, el padre Josimo, con tantos mártires que quedaron en el camino, ayudan a nuestro pueblo a levantarse para defender sus derechos y sus vidas.
Este es el segundo video de la serie con testimonios del P Ezequiel Ramin que nos dejó la invitación a tener grandes sueños. ¡Soñar para la humanidad! Él decía: “Soy feliz cuando veo a alguien sonreír, cuando puedo ayudarlo, cuando recibo a Cristo, cuando a veces me olvido de mí mismo por los demás, cuando ocupo bien el día”.
“¡Mártir de la tierra y del sueño de Dios! ¡Recuerda los 35 años de su martirio!”
El 24 de julio de 2020 celebraremos 35 años de recuerdo del martirio del Siervo de Dios, el P. Ezequiel Ramin, Misionero Comboniano asesinado en Rondonia por defender la vida de los pueblos indígenas y de las familias sin tierra.
Este año no será posible celebrar la peregrinación del P. Ezequiel como siempre lo hacemos en Cacoal/RO y Rondolância/MT, con mucha gente por causa de la COVID 19.
La COVID al mismo tiempo nos llama a la prudencia y a la solidaridad, especialmente con los territorios más amenazados, con la querida Amazonia, los Pueblos Indígenas y las poblaciones originarias. Por lo tanto, celebraremos esta peregrinación de una manera diferente, involucrando a muchas más personas en todo Brasil.
A lo largo de los días tendremos un programa con diversas actividades que se transmitirá en directo, siempre a las 20 horas (desde Brasilia) y a través del canal Combonianos-Brasil de YouTube. También habrá videos diarios con testimonios en memoria de P Ezequiel.
Estamos juntos en esta peregrinación del P. Ezequiel que se extenderá por todo Brasil. ¡Caminemos en defensa de la vida! ¡En defensa del Amazonas!
Programación:
19 de julio a las 20 hs. – Vigilia Misionera Vocacional en memoria del Padre Ezequiel Ramin. Escolasticado Internacional Comboniano /SP
20 de julio a las 20 horas – Conversación con Don Roque Paloschi, arzobispo de Porto Velho/RO y presidente de la CIMI, con la CPT/RO y con el P. José Antonio de la Cruz. “35 años del martirio del P. Ezequiel Ramin: un testimonio profético en defensa de los pueblos indígenas y las familias sin tierra”.
TRÍDUO EN MEMORIA del padre Ezequiel Ramin:
DIA 21/07 – 20h – 1er día del Triduo (desde la Comunidad de Curitiba/PR)
Día 22/07 – 20h – 2º día Triduo (desde la Comunidad de Contagem/MG)
Día 23/07 – 20h – 3º día del Triduo (desde la Comunidad de Piquiá/MA)
Día 24 de julio – 20h – Celebración eucarística de acción de gracias del Padre Ezequiel Ramin y como compromiso colectivo en defensa de la Vida. (desde la Comunidad de SP).
Comentario a Mt 13, 1-23 (XV Domingo ordinario, 12 de julio de 2020)
En este XV domingo ordinario, leemos una buena parte del capítulo 13 de Mateo, que nos transmite una parábola muy conocida: la del sembrador, cuya semilla (siendo muy buena) produce cantidades diversas de fruto, según los tipos de tierra en que cae. La parábola nos lleva con toda naturalidad a preguntarnos: ¿Qué tipo de tierra soy yo? ¿Soy una tierra fértil, que sabe acoger la buena Palabra sembrada en mí o soy como la tierra dura, sobre la que resbala la semilla sin dar fruto alguno?
El relato de Mateo provoca en mí tres reflexiones que comparto con ustedes:
1.- Un Maestro que habla el lenguaje del pueblo
Mateo dice que la gente se agolpaba para escuchar a Jesús, porque tenía palabras de una claridad, de una sencillez y de una relevancia que saltaba a la vista y “calentaba el corazón”. Campesino entre campesinos, pescador entre pescadores, obrero entre obreros, Jesús se sentía a sus anchas con aquella gente sencilla, sometida a tantos sufrimientos y durezas de la vida, hambrienta de verdad y de sentido, que no encontraba respuestas en unas tradiciones religiosas rutinarias, esclerotizadas y poco relacionadas con la realidad de sus luchas cotidianas. Por el contrario, desde una cercanía afectiva a sus preocupaciones y luchas, así como desde una experiencia de contemplación en el desierto y la montaña, Jesús se explaya en relatos parabólicos, que explicaban el misterio de Dios y de su “Reino” en un lenguaje ligado a las experiencias del campo, del mar y del trabajo cotidiano.
La verdad del Evangelio tiene más que ver con la vida de cada día que con los libros. Todos los que tenemos alguna responsabilidad en la transmisión del Evangelio de Jesús (padres, maestros, catequistas, sacerdotes…) debemos fijarnos en este Maestro que habla en parábolas, que expresa la fe en las categorías de la vida ordinaria, sabiendo que nuestra vida espiritual se mide, no por las palabras refinadas que usamos, sino por nuestro estilo de vida concreta, del que las palabras son expresión.
2) El trigo no necesita que tiren de él
Discúlpenme esta obviedad, pero me parece que sirve para entender bien lo que nos dice Jesús en el evangelio de hoy: “la semilla brota y crece… la tierra produce espontáneamente primero el tallo, luego la espiga y el grano”.
Jesús nos dice que el Reino de Dios es como una semilla que Dios siembra en nuestro corazón, en nuestra comunidad, en nuestra familia… y crece por sí sola, en la medida en que la tierra acoge la semilla y está bien cuidada. Para que el trigo produzca fruto no sirve de nada tirar de él hacia arriba, como quien quisiera estirarlo y hacerlo crecer a la fuerza, en contra de su naturaleza. No, el trigo debe crecer por sí mismo, según la fecundidad que Dios mismo le ha dado. ¿No les parece que a veces hay papás que pretenden hacer crecer a sus hijos a la fuerza, como si quisieran jalarlos hacia arriba y hacerles dar un fruto para el que a lo mejor no les ha destinado Dios? ¿No les parece que a veces, en la vida comunitaria o de familia queremos sustituir a las personas y obligarlas a ser como a nosotros nos gustaría que fueran? ¿Nos empeñamos a veces en parecer todopoderosos, infalibles e inmaculados en un esfuerzo prometeico que nos vuelve amargos, hipercríticos y perennemente negativos?
3) El crecimiento depende de la semilla, pero también de la tierra
La Palabra sembrada puede ser acogida y fecunda, pero también puede ser pisoteada, sofocada, robada, inutilizada, estéril. Por eso es tan importante cultivar la tierra, limpiarla de espinas y durezas.
A este respecto, recuerdo el testimonio de Etty Hillessum, una joven judía holandesa muerta en 1943 en Auschwitz. En su diario ha escrito: “26 de agosto (1941), martes tarde. Dentro de mí hay un manantial muy profundo. Y en este manantial está Dios. A veces logro alcanzarlo, pero más frecuentemente está cubierto de piedras y arena: en aquel momento Dios está sepultado, hay que desenterrarlo de nuevo”.
Hoy es un buen día para preguntarme: ¿Tengo piedras en mi corazón o en mi mente? ¿Es mi mente una “tierra” acogedora a la verdad de Jesús? ¿Es mi corazón un espacio limpio de maleza y acogedor del fecundo amor de Dios?
En la serie de artículos y reflexiones que proponemos en este año dedicado a la Ministerialidad, no puede faltar uno sobre la cuestión metodológica. En Evangelii gaudium (EG 24), el Papa Francisco ilustra con cinco verbos los elementos esenciales de una acción ministerial: tomar la iniciativa, participar, acompañar, fructificar, celebrar. Pero desde un punto de vista práctico, ¿cómo se puede realizar todo esto de una manera orgánica y sistemática? En esta reflexión sugerimos que la metodología del ciclo pastoral es un patrimonio eclesiástico que tiene mucho que ofrecer en este sentido.
El ciclo pastoral
El ciclo pastoral es una evolución del método de “revisión de la vida” desarrollado por Joseph Cardijn en la década de 1920, también conocido como “ver – juzgar – actuar”. El sacerdote belga, que contaba con una formación sociopolítica, desarrolló este enfoque en el contexto de su ministerio con el movimiento juvenil cristiano de la clase obrera, para acompañar a los jóvenes que vivían en entornos donde proliferaba la orientación socialista y comunista, con prejuicios anticlericales. Había sentido, de hecho, la necesidad de un método adecuado para la pastoral de una iglesia en salida.
La gran intuición de Cardijn fue vincular las ciencias sociales y el ministerio pastoral, en un proceso integrado. Con el tiempo, esta metodología se extendió por todo el mundo católico, hasta que fue reconocida oficialmente en la encíclica Mater et magistra (1961) como la metodología de la pastoral social (No. 217 en la versión italiana de la encíclica – curiosamente se encuentra en el número 236 de la versión inglesa del texto). Más tarde fue adoptado en América Latina, gracias al movimiento de la teología de la liberación y continuó extendiéndose en diferentes contextos, adaptándose a lugares y tiempos particulares. Hoy en día esta metodología es conocida con nombres diferentes (círculo pastoral, o ciclo, o espiral, etc.) y se articula en cuatro, cinco e incluso seis fases, pero básicamente es el mismo método. El patrón básico sigue siendo el de ver – juzgar – actuar. Pero luego le fue agregado un primer momento de inserción, un paso fundamental para un enfoque ministerial. A esto le sigue el análisis sociocultural (ver), que hace uso de las ciencias humanas y sociales, y la reflexión teológica (juzgar), en la que se confronta con el Evangelio y la tradición social de la Iglesia. La fase del actuar, puede articularse formalmente en varios pasos para subrayar la importancia de algunos aspectos que, a menudo, se olvidan o se descuidan, como la verificación y la celebración.
La actualidad del ciclo pastoral: la fuerza de la inserción
Hoy es claro que esta metodología es invaluable no sólo para la pastoral social, sino también para cualquier iniciativa ministerial. En primer lugar, porque el acompañamiento pastoral requiere desarrollar relaciones que generen vida, de ver la experiencia humana, las situaciones, los problemas de las personas desde su punto de vista y con empatía. Sobre todo, es esencial saber comprender el punto de partida para un acompañamiento que conduzca a la regeneración de las personas y las comunidades, que generalmente está vinculada a su experiencia, la motivación y la energía emocional que puede generar, y lo crítico de la situación. Es gracias a la inserción que un agente de pastoral es capaz de captar todo esto, tomar la iniciativa, salir a las periferias humanas y existenciales y participar en ellas. Desde el punto de vista comboniano, el anuncio es una característica carismática (cf. Ratio missionis), en la que se expresa la causa común y se capta la hora de Dios en el contexto en el que se lleva a cabo el ministerio, especialmente en situaciones de crisis.
Un análisis sociocultural que despierta esperanza
Aquí entra el acompañamiento pastoral, entendido en el sentido de hacer a las personas protagonistas de su propio camino, superando el paternalismo y las situaciones de dependencia (cf. la regeneración de África con África). Se trata de caminar con las personas hacia una regeneración con el Resucitado, un camino de transformación que surge de las situaciones particulares en las que uno se encuentra. Cuando una comunidad, un grupo humano no percibe claramente las causas de su propia condición de desventaja, o pobreza, es incapaz de influir significativamente en ella y tiende a desanimarse, resignarse, a replegarse en sí misma para recuperar su espacio propio de control, de su vida. Además, le resultan atractivas interpretaciones simples y lecturas engañosas de la realidad, una herramienta hoy utilizada para manipular a las personas en una lógica de dominación. Pero cuando comprende críticamente su condición y el contexto global, la esperanza renace y recupera su poder para cambiar las cosas.
Reflexión teológica: clave para la transformación
La fase del análisis ayuda a poner en evidencia las contradicciones propias y dilemas, que ofrecen un excelente punto de partida para una reflexión sobre la experiencia en clave de fe, que completa el discernimiento. Esta reflexión teológica caracteriza el ciclo pastoral y da lugar a la decisión para emprender un curso de acción. Este es realmente el punto de inflexión del viaje de regeneración en el Resucitado, es un don de gracia. Es también el lugar donde se desarrolla el diálogo entre la experiencia de las personas, su historia y las perspectivas de significado que las orienta, para interpretar los acontecimientos y las situaciones: un diálogo entre los valores culturales, una cosmo-visión y el Evangelio, o incluso un proceso que ofrece las condiciones para una encarnación del Evangelio. Es también un momento propicio para la conversión del corazón, para tomar conciencia de un auténtico encuentro con el Resucitado, descubriendo así también la vocación para responder a la situación sobre la que se ha reflexionado.
Como también se pone de manifiesto en el Plan de Comboni (S 2742), esta reflexión nos lleva a mirar la realidad a través de los ojos de la fe y a responder con determinación, concreción y profecía a las invitaciones del Espíritu.
El estilo colaborativo de acción
Por último, la fase de acción es bastante articulada. Por lo general requiere de una programación y, a veces, también puede tomar tiempo y energía para equiparse con el fin de adquirir o desarrollar las habilidades necesarias. El acompañamiento ministerial, de hecho, requiere facilitar la formación y organización continua de los grupos y comunidades con los que compartimos el proceso, que es aún más eficaz en la medida que es más participativa, a partir de la programación propia. Es bueno que contenga los mecanismos de supervisión y verificación, que de lo contrario se olvidan o ignoran fácilmente.
Este enfoque ministerial se basa en la colaboración de los equipos pastorales, en la sinodalidad, la creación de redes y un estilo de servicio, todo ello desde una perspectiva de proceso y camino compartido. Claramente todo esto no es improvisado, requiere organización y actitudes de apertura, humildad y confianza. No basta con actuar, pero también debemos reflexionar juntos sobre lo que se está haciendo, cómo lo hacemos, los resultados de la acción, lo que se está aprendiendo y, sobre todo, la presencia y la acción de Dios en el proceso o camino. En el momento de la celebración todo esto emerge, se profundiza, se enriquece con nueva toma de conciencia, nuevos dones, inspiración renovada, así como la posibilidad de regenerar las relaciones y construir la comunión. Así celebramos la vida dada y recibida en el caminar, lo que no significa tanto “celebrar los éxitos”, sino reconocer que “las obras de Dios nacen al pie de la cruz”. De ahí el impulso para iniciar un nuevo ciclo ministerial.
En conclusión, se deben tomar en cuenta dos consideraciones: en primer lugar, el hecho de que el ciclo pastoral, como metodología ministerial, requiere habilidades que deben adquirirse y desarrollarse. No es que todo el mundo deba saberlo todo, pero en un contexto de formación ministerial es bueno que podamos dominar un conjunto articulado de instrumentos, una especie de “caja de herramientas”. Y, en segundo lugar, debemos preguntarnos cómo podemos facilitar la adquisición de estas habilidades tanto a nivel de formación básica en nuestras casas de formación como en la acción misionera y en un contexto de formación permanente que tenga en cuenta la especificidad de las situaciones y necesidades. Hno. Alberto Parise mccj
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