Laicos Misioneros Combonianos

Una llamada al compromiso cristiano en la política y la economía

P Pierli y Hna Teresita

Os compartimos una carta inspiradora para el compromiso cristiano en la política y la economía que nos han compartido el P Francisco Pierli y la hermana Teresita Cortés.

P Pierli y Hna Teresita

Muy queridos amigos y Colegas,

Gracias a Dios, después de un largo período de silencio, estamos en condiciones de comunicarnos con vosotros con alegría desde una hermosa zona de Italia donde los combonianos tenemos una institución para la recuperación de los hermanos enfermos y ancianos. Es el llamado “Centro Alfredo Fiorini” dedicado a un Hermano Comboniano que fue asesinado en Mozambique durante una Misión Social.

Escribimos esta carta para subrayar que nuestra comunión continúa y esperamos que aumente ya que la salud del P. Pierli está mejorando.

Aprovechamos la ocasión para visitar la casa y el museo del gran político italiano Alcide De Gasperi. En ocho gobiernos de coalición sucesivos fue primer ministro y siempre se inspiró claramente en la doctrina social católica. Fue uno de los fundadores de la Unión Europea, junto con el alemán Konrad Adenauer y el francés Robert Schuman. Hicimos esa visita a la Casa y Museo de Alcides De Gasperi como una peregrinación. Nos interesan los políticos mencionados porque todos ellos, y especialmente De Gasperi, estaban dispuestos a invertir al máximo para transformar la sociedad civil según los valores del Evangelio. Fueron hombres de Estado, con visión de futuro, totalmente comprometidos con la regeneración -recuperación, tras la Segunda Guerra Mundial, de sus respectivos países social y económicamente y con la unión de los mismos en una federación como germen de una gran Europa Unida. La causa de beatificación de De Gasperi ya está en marcha. “Un político mira la próxima elección, pero un hombre de Estado mira la próxima generación”. (Alcide De Gasperi).

Ellos nos inspiran con su compromiso, para reinterpretar nuestra fe cristiana en la Política y la Economía: en el Parlamento, en la Cámara del Estado y en la vida social. A pesar de las dificultades que encontraron, lograron penetrar en el mundo de la política y en el campo de la economía con los valores cristianos elaborados en los Documentos de la Doctrina Social de la Iglesia.

Que su ejemplo y su intercesión os ayuden a todos vosotros, políticos kenianos y africanos, a estar al servicio de vuestro pueblo, en realidad el pueblo que Dios os ha confiado, para la liberación de la plaga de la sociedad, y para la construcción de la unidad y de la comunión a nivel nacional y continental.

Un saludo fraterno y los mejores deseos. Con nuestras oraciones por ustedes,

P. Francesco Pierli MCCCJ – Hna. Teresita Cortés Aguirre CMS

El testamento de Jesús

Amor
Amor

Comentario a Mc 12, 28-34 (XXI Domingo ordinario, 31 de diciembre de 2021).

El capítulo 12 de Marcos, que estamos leyendo estos domingos, nos sitúa en el medio de las polémicas definitivas de Jesús con los líderes de su tiempo, antes de que todo concluya violentamente en Jerusalén. De alguna manera, este texto cumple la misma función que los capítulos 13-17 del evangelio de Juan. Es decir, estamos ante una especie de testamento. Después de todo lo dicho y hecho por Jesús en Galilea, Samaria y Judea, ¿qué nos queda como enseñanza básica, como punto de referencia? El amor en su doble cara: Dios y prójimo.

Dos en vez de uno

Según Marcos, a Jesús se le pregunta por principal mandamiento, pero él responde, no con uno sino con dos, uniendo dos citas del Antiguo Testamento: Dt 6,5 y Lv 19,18. La primera cita proclama la soberanía de Dios y la segunda hace referencia al amor al prójimo. Uniendo estas dos citas, Jesús nos está revelando que amor a Dios y amor al prójimo son dos caras de la misma moneda, dos dimensiones fundamentales de toda vida humana.

La importancia de reconocer la paternidad de Dios

Jesús recuerda la famosa “shemá”, un texto que los judíos sabían de memoria y recitaban todos los días, como fruto de su experiencia religiosa. Para los judíos reconocer a Dios como Padre de su historia era tan importante como para un hijo reconocer a su padre. Los que trabajan con jóvenes hablan de lo importante que es para el desarrollo de un joven tener una relación sana con su padre. Nadie viene a la vida por sí mismo, todos debemos nuestro ser a un padre que nos engendró. No reconocer eso es como construir una casa sin fundamentos. Si esa relación está dañada o no es reconocida, el joven no logra crecer armónicamente. De la misma manera, me atrevo a decir que si no reconocemos la paternidad de Dios, como origen supremo de la vida y meta hacia la que caminamos, algo se tuerce en nuestra vida, algo queda incompleto.

Nuestro tiempo, marcado por una especie de ateísmo práctico y teórico generalizado, parece ignorar esta realidad, pero creo que los creyentes encontramos mucho sentido y alegría al escuchar el texto que hemos heredado de los judíos: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Eso da pleno sentido a nuestra vida de hijos agradecidos por la vida recibida como un don.

El amor a todo lo que existe

Por otra parte, amar a Dios es amarnos a nosotros mismos, nuestro origen, y nuestra meta; amar todo lo que existe juntamente con nosotros; amar, sobre todo, a los seres humanos como parte de nosotros mismos y de este Dios Padre. Sobre esta dimensión, les comparto las palabras de San Agustín:

“Creo que ésta es la perla que buscaba el comerciante descrito en el Evangelio, que, al encontrarla, vendió todo lo que tenía y la compró (Mt 13, 46). Esta es la perla preciosa: la caridad. Sin ella de nada te sirve todo lo que tengas; si solo posees ésta, te basta (…) Puedes decirme: no he visto a Dios; pero ¿puedes decirme: no he visto al hombre? Ama a tu hermano. Si amas a tu hermano que ves, también verás  a Dios, porque verás la caridad”.

P. Antonio Villarino

Bogotá

La capacidad de ver

Jesús

Comentario a Mc 10, 46-52 (XXX Domingo ordinario, 24 de octubre del 2021)

En el camino hacia Jerusalén Jesús pasa por Jericó, una de las ciudades más antiguas de Palestina y hasta el día de hoy un lugar emblemático. Marcos nos cuenta que, saliendo de Jericó para continuar su viaje hacia Jerusalén, Jesús se encuentra con un mendigo ciego llamado Bartimeo.

La postura del “mendigo ciego”

Les invito a releer este texto prestando atención a los detalles. Por mi parte, me permito llamar la atención sobre la figura de Bartimeo:

1.-  Estaba “sentado al borde del camino”. La ceguera no sólo impide ver, sino que también dificulta mucho el camino. Pero pienso que el evangelista no está pensando tanto en los ciegos físicos cuanto en muchos otros que, por decirlo de alguna manera, son ciegos “espirituales”, es decir, no saben qué camino seguir en la vida; están sentados e inmovilizados porque las tinieblas les rodean y no saben qué hacer en la vida ni cómo vivir.

Quizá deba preguntarme cómo ando yo en este momento de mi vida. ¿Acaso me he “sentado”, me estoy quedando inmovilizado al borde del camino, porque no sé qué hacer ni cómo actuar?

2.- Oye que Jesús pasa a su lado. Como sabemos, Jesús no era un predicador estático, sino que caminaba por los senderos de Palestina, buscando encontrarse con las personas y transmitirles el amor del Padre. Jesús resucitado sigue caminando hoy por nuestro mundo, a través, por ejemplo, de la Palabra que escuchamos en la Eucaristía, del Espíritu que me habla en el corazón, de las personas que testimonian su presencia. ¿Lo siento pasar o estoy “sordo”, además de  “ciego”? Bartimeo supo escuchar, supo dejarse ayudar para salir de su ceguera. ¿Me abro yo a la múltiple presencia de Jesús resucitado?

3.-  Grita insistentemente: “Ten compasión de mí”.  Bartimeo no se queda encerrado en un inútil “victimismo” (“que mal estoy”) ni en un falso orgullo (Yo me las arreglo solo), sino que supo pedir ayuda y confiar en el Caminante que pasaba a su lado. A veces, esto es una de las cosas más difíciles: nos cuesta reconocer nuestra necesidad y pedir ayuda. Dicen que muchos Santos Padres repetían constantemente la oración de Bartimeo: “Señor, ten compasión de mí”. Prueba a hacerlo tú también.

La respuesta de Jesús

Tres son las palabras que pronuncia Jesús y que hoy podemos escuchar como dirigidas a nosotros, sea cual sea nuestra situación de “mendigos”:

-Llámenlo. Jesús no pasa de largo, presta atención a cada persona. Mi situación personal no le es indiferente.

-¿Qué quieres? Es importante que sepamos reconocer nuestras necesidades y nuestros deseos más profundos, verbalizarlos y expresarlos. En este sentido, la oración es un método excelente para reconocer ante nosotros mismos y ante Dios nuestras íntimas necesidades.

-Vete, tu fe te ha salvado. Es decir, en la medida que crees, tú puedes caminar. Tantas veces Jesús dice a las personas: “Levántate y anda”. Hoy nos lo repite a nosotros, en la persona de Bartimeo: cree, levántate, camina, ven detrás de mí como mi discípulo y mi misionero.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Servir sin buscar el premio

Jesús
Jesús

Un comentario a Mc 10, 35-45, XXIX Domingo ordinario, 17 de octubre de 2021

Es interesante notar que el episodio que nos cuenta hoy Marcos viene a continuación del tercer anuncio que hace Jesús de que va a padecer mucho, que se burlarán de él, lo matarán y lo azotarán.

Da la sensación de que Santiago y Juan, que por otra parte pertenecían al círculo íntimo de Jesús, no querían oír lo que nos les interesaba. Así nos pasa también a nosotros muchas veces: Solo prestamos atención a lo que nos conviene, dejando en la sombra otros aspectos de la realidad o del Evangelio que no queremos tener en cuenta, sobre todo, si eso resulta exigente o doloroso.

Por otra parte, el relato parece suponer que para los apóstoles Jesús tenía que ser un Mesías político y triunfador, un líder extraordinario que fundaría una nueva sociedad en la que ellos serían personas importantes. También hoy a veces parece que esperamos algún mesías mágico, algún gran líder que nos resuelva los problemas como “por arte de magia” o por la fuerza de su poder.

Los apóstoles tendrían que pasar por la experiencia dura del fracaso en Jerusalén y la experiencia de la resurrección (de la presencia viva de Jesús más allá de la muerte) para comprender qué tipo de Maestro era Jesús. No era un Mesías arrollador que se imponía por la fuerza, sino el Hijo obediente del Padre, testigo de su amor a los pobres y pecadores.

También nosotros frecuentemente no comprendemos el sentido de nuestra vida, de nuestra vocación familiar o apostólica, hasta que pasamos por algún tipo de fracaso, de cruz, que nos ayuda a dar un salto a una dimensión más profunda y más real de las cosas.

Los apóstoles tuvieron que comprender que la propuesta de Jesús es la contraria a la que ofrece el “mundo”, entendido como un sistema de poder: Frecuentemente el mundo en el que vivimos, el sistema sociopolítico y económico en el que estamos inmersos, está manipulado por fuerzas egoístas y soberbias que se aprovechan de los humildes y sencillos, abusando de su poder para su propio beneficio. Jesús, por el contrario, anuncia el “reinado de Dios”, hecho de fraternidad y servicio gratuito. La Iglesia, en la medida en que es comunidad de discípulos de Jesús, debería ser el lugar en el que este “sueño” del reinado de Dios se hace humildemente realidad.

La tentación de los apóstoles –y de la Iglesia en general- es la de dar marcha atrás en el seguimiento de Jesús, “mundanizarse” y caer en la tentación del poder, olvidando el ejemplo de su Maestro y escapando del sacrificio que el servicio puede comportar.

Pienso que el evangelio de hoy nos hace un llamado a no escapar de una posible “copa de amargura” ni buscar “el puesto a la derecha o a la izquierda”, sino a estar disponibles para el mayor servicio. Como el Hijo del Hombre que está dispuesto a dar la vida. Esto implica confianza en el Padre, para morir a sí mismo y entregarse en ofrecimiento de sí mismo a Dios y a los hermanos.

En concreto: ofrecerse a servir  donde más me necesitan, con ánimo para “beber la copa” que toque y despreocupado del honor o el deshonor que eso implica.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Cómo vivir plenamente

Comboni
Comboni

Comentario a Mc 10, 17-30, Domingo XXVIII (10 de octubre del 2021)

Seguimos leyendo a Marcos, que nos presenta a Jesús acercándose ya a Jerusalén, donde se va a producir un enfrentamiento a vida o muerte entre Él, con su propuesta del Reino de Dios, y el Sistema político-religioso-económico de su tiempo. Entonces, como ahora, mandaba en el mundo un conjunto de personas corruptas que se reían de la ética y, sobre todo, despreciaban a muchas personas sencillas, que eran sometidas a abusos de todo tipo en una cultura basada en la divinización del dinero y de las riquezas.

En ese contexto social, se produce -entre Jesús, un  “tal” y los discípulos- un diálogo a tres bandas, del que comento brevemente algunos detalles:

  • ¿Qué hacer para tener una vida plena? (o la “vida eterna”, como dice el personaje que se arrodilla ante Jesús). Todos buscamos eso mismo, aunque a veces no lo expresemos con esas palabras tan explícitas. ¿Qué debo hacer para ser feliz, para “sentirme vivo” y con plenitud de sentido?
  • Una actitud honesta. En tiempo de Jesús, como ahora mismo, entre tantos corruptos, había muchas personas buenas, que buscaban realizar su vida de una manera honesta, cumpliendo los mandamientos básicos del Antiguo Testamento, que coinciden, a grandes rasgos, con los mandamientos de todas las religiones y que yo reduciría a uno solo: “Sé honesto contigo mismo y con los demás”. Si vivimos honestamente, ya no es poco.
  • El llamado a dar un paso más y a fiarse de Dios. Jesús respeta y admira a esta persona que ha sabido vivir honestamente, pero descubre en su mirada y en su actitud un deseo de algo más. Si viene a verle, es que ha entrevisto una “perla de gran valor” (el Reino de Dios). Pienso que eso mismo nos pasa a muchos de nosotros: Vivimos con honestidad, tratando de hacer el bien lo mejor que podemos. Pero somos conscientes de nuestros límites y, en el fondo, deseamos algo más; en ese caso Jesús nos dice: No te contentes con lo mínimo, atrévete a “vender” lo que tienes (puede ser tu excesiva confianza en el dinero, pero también puede ser tu orgullo, tu arrogancia, tu imagen ante los demás), fíate de Dios y “compra” la perla de gran valor, que es el amor de Dios, como fuente de tu vida.
  • El desconcierto. El personaje en cuestión y los discípulos quedan desconcertados por la propuesta de Jesús: piensan que ya han hecho suficiente y que lo que Jesús pide no sólo es imposible, sino innecesario. Si me lo permiten, les cuento brevemente mi testimonio personal; recuerdo que, cuando de joven decidí marcharme de casa como misionero, la respuesta de mi padre fue: ¿Para qué necesitas hacer eso? ¿No te basta con ser una buena persona aquí? En efecto, uno puede ser una buena persona de muchas maneras. Pero no se trata de “hacer lo suficiente”, sino de amar sin medida, de “vivir plenamente”.
  • El salto en el vacío. De hecho, todo lo anterior suena como a “demasiado”, exagerado, “imposible”… Y así es, hasta que Dios interviene y “lo hace todo posible”. Hizo posible que aquellos pescadores de Galilea dejaran sus redes y recorrieran el mundo predicando el Evangelio; hizo posible que Ignacio de Loyola dejara su carrera militar para hacerse “soldado” de Cristo; hizo posible que Daniel Comboni – hoy celebramos su fiesta- abandonara su pueblito del norte de Italia para adentrarse en el desierto africano…
  • La plenitud de vida. El secreto que tantos discípulos de Jesús pueden contar es que, fiándose del Maestro y de Dios que “todo lo puede”, terminan por alcanzar una insospechada plenitud de vida, que no es solo religiosa, sino totalmente humana. Creo que muchos de nosotros hemos encontrado personas así en nuestro tiempo.

Al celebrar la Eucaristía, yo renuevo mi confianza en Aquel que me llama constantemente a fiarme de Él, sabiendo que nadie le puede vencer en generosidad. Al hacer memoria de Daniel Comboni, un hombre que se fió de Dios y entregó su vida para la regeneración de África, me animo a seguir su ejemplo.

P. Antonio Villarino

Bogotá