Laicos Misioneros Combonianos

«Cuidado con el hueco»

LMC PortugalEstoy pasando mis últimos días en Londres, donde llegué hace un mes y medio. Me estoy viendo en este momento, mientras escribo, como en una escena de película: estoy sentada en la estación de metro, esperando el que me llevará a casa, ‘mirando para atrás’, ‘para todo y’ para nada’. Al mismo tiempo que estoy mentalmente anticipando el viaje a Polonia, cada vez más cerca, no puedo evitar recordar los días pasados “por aquí”.
En todo esto, casi sin darme cuenta, puedo ver la advertencia pintada en el suelo, “cuidado con el hueco”, que llama mi atención. Guardar la distancia… ¿Cuánto espacio es necesario para que podamos estar seguros? ¿Desde cuándo y hasta cuándo debemos mantener este espacio? ¿Y esperando qué? ¿Del “tiempo justo”? ¿Para ir a dónde?
El Papa Francisco nos recuerda a menudo que estamos invitados a salir de nuestra zona de confort y tener el coraje de llegar a todas las periferias. Debemos sentirnos impulsados a ir más lejos, más cerca, más alto, más profundo. A peregrinar más.

Estas semanas han sido, y siguen siendo, esenciales en este tiempo de preparación para la misión. No sólo por las oportunidades de estar en lugares donde nunca estuve, por conocer gente nueva, por la formación lingüística y el aprendizaje,… Sino también por lo que estoy aprendiendo sobre la vida en comunidad y el «espacio». He aprendido que este tiempo en que vivimos, sea el que sea, es tiempo de aprendizaje.

Somos aprendices y herederos del gran amor, el amor de Cristo. Incluso si algunos momentos parecen difíciles de enfrentar y pensamos que no hay salida; Incluso si nuestra «apreciación» nos lleva a la impaciencia, estoy madurando la idea de que amar a Dios significa aceptar con paciencia y atención los encuentros con otros, como mensajes con pleno sentido, aunque no nos sintamos capaces de comprenderlos de manera inmediata y forma adecuada.
Recuerdo que en mi primer día de clase, en una de las guías que me fueron entregadas después de la inscripción, estaba escrito con letras grandes “el presente es ahora y el futuro comienza ahora mismo”. De hecho,

siempre estamos comenzando y construyendo el futuro. Cada día que el Señor nos da es una bendición y un signo de fe en nosotros.
En esta comunidad he aprendido la importancia de construir una vida que no sea una vida cerrada e intransigente;

Estoy aprendiendo la importancia de no quedarme detrás de la línea donde todo parece seguro o cómodo. Sin embargo, estoy aprendiendo que la espera y la paciencia serán siempre las demandas esenciales y partes de nuestras vidas que necesitan ser maduras.
Confío en que mi viaje no empezó aquí, y tampoco terminará aquí. En los verdaderos viajes, en los grandes viajes, no creo que las preguntas sobre lo que hacemos tengan mucho interés. Vinimos, somos y vamos. Entonces tiene sentido sentir y realizar en nuestras vidas las palabras de los Libros Sagrados: no tenemos en este mundo una casa permanente. El escenario del mundo es pasajero, todo tiene una dimensión provisional.
Heidegger una vez comparó el viaje de la vida a una persona que camina en un bosque enorme donde está oscuro, donde está lloviendo, tronando, y podemos perder el camino por completo. Cae un rayo y por un instante el camino se muestra con claridad. Luego vuelve a oscurecerse y todo lo que uno puede y debe hacer es seguir avanzando en la dirección que conseguimos ver iluminada por el relámpago.

Este es nuestro desafío y nuestra oportunidad: seguir adelante, confiar en que Dios es fiel, recordar el camino a la luz de esos momentos claves donde Dios interviene en nuestras vidas.
Marisa Santos. LMC Portugal

Hay más alegría en dar que en recibir (el gran descubrimiento de Zaqueo )

Un comentario a Lc 19, 1-8; XXXI Domingo ordinario, 30 de octubre 2016

zaqueo

Leemos hoy la conocida historia del encuentro de Jesús con Zaqueo en Jericó. Yo me he permitido re-escribirla a mi modo, por si nos ayuda a captar mejor alguna parte de su mensaje.

Zaqueo era un hombre pequeño. Una condición que él nunca pudo aceptar; contradecía las ambiciones de grandeza que sentía en su interior. Zaqueo quería ser importante. Tenía inteligencia y coraje para serlo y le molestaba que no se lo reconociesen. Tenía hambre de ser estimado, de ser apreciado en lo que creía que era su auténtico valor.

Y se dedicó a amasar dinero y poder, sin importarle los medios. De hecho, Zaqueo se vende a los romanos y explota a sus conciudadanos con mano dura. ¡A ver quién se ríe ahora de él!

Zaqueo se hace rico y poderoso, pero no obtiene el aprecio que busca. La gente no le estima, le aborrece y le desprecia. Muchos le odian… Y él empieza a sospechar que ha equivocado el camino; le parece que carga un peso insoportable y se siente insatisfecho. Ha perseguido el poder y la riqueza, pero experimenta el vacío y la soledad. Busca algo, pero no sabe qué ni en qué dirección…
Estando él en esa actituid vital de insatisfacción y descocierto, un profeta llamado Jesús pasa por Jericó, su ciudad. Dicen que es un maestro impresionante y que no tiene prejuicios. Algo por dentro le mueve a intentar verle y escucharle. ¿Quién sabe? Quizá le ilumine en algo. Cuando uno está insatisfecho, todo vale; hay que intentar cualquier cosa.

Y Zaqueo, machacando su orgullo de persona importante, se adelanta a la multitud y se sube al sicomoro. Se busca así hábilmente un lugar privilegiado y quizá hasta secreto; quizá nadie se dé cuenta de que también él está insatisfecho y busca algo. Quiere ver a Jesús, pero no quiere ser visto ni definirse. Quiere mantener su autonomía, sin comprometerse más de lo debido. Quiere ver a Jesús “desde el árbol”, es decir, sin jugarse la vida del todo, a la expectativa, sin mezclarse con una multitud que, a su juicio, no sólo huele mal, sino que buscan “milagros”, que él no sólo no necesita sino que desprecia. Su anonimato es una especie de autodefensa de quien no quiere jugarse la vida confortable que tiene, de quien ve los toros desde la barrera (aplaude o critica, pero sin exponerse ni ensuciarse).

Jesús pasa debajo del sicomoro. Se da cuenta de la presencia de Zaqueo y sus ojos muestran un sentimiento de cercanía afectiva y comprensión profunda. Podía pasar de largo, hacerse el desentendido. Pero no, se para, mira hacia arriba y se dirige cordialmente a aquel hombre marginado por pequeño, por raro y por explotador sin escrúpulos: “Zaqueo, baja, quiero ir a comer en tu casa”. Y el hielo se rompe, las confusiones se aclaran, la vergüenza y la falsa soberbia desaparecen, abriendo paso a la sinceridad, la autenticidad y la posibilidad de enderezar su vida por nuevos derroteros, con un nuevo sentido.

El pequeño hombre baja, más ancho que alto, y acompaña al profeta a su casa. Aunque no las tiene todas consigo, decide mostrarse grande. Organiza una fiesta como merece la pena… Después no sabemos muy bien lo que pasó entre Jesús y el Maestro. Sólo sabemos que el explotador se volvió justo, el avaro generoso, el desconfiado abierto. Nació un hombre nuevo. La amistad de Jesús ha sacado a relucir en Zaqueo ese corazón grande y generoso que latía bajo la pesada losa de sus recelos y falsa fortuna. Ahora puede amar. Ahora puede ser tan grande como su corazón le exigía desde hacía tiempo. Pero no por el camino del abuso y el poder, sino por el camino del servicio y la justicia. Ahora sabe que hay más aegría en dar que en recibir y que la alegrúa de vivir coniste en dar la vida.

P. Antonio Villarino
Quito

Asamblea LMC en Portugal

LMC PortugalEn el fin de semana final del 15 y 16 de octubre de 2016 los Laicos Misioneros Combonianos (LMC) de Portugal se reunieron en Viseu para la Asamblea Nacional y el segundo encuentro de formación sobre el tema: “La palabra como (con) vocación” dirigido por la Misionera Secular Comboniana Paula Clara.

En la Asamblea LMC tuvimos la oportunidad de reflexionar sobre el camino recorrido este año y ver cuántas maravillas el Señor ha obrado en nosotros. Recordamos la llegada de Marcia desde Mozambique y Élia desde la República Centroafricana. Recordamos la salida de María Augusta a República Centroafricana y de Marisa que está aprendiendo el idioma en el Reino Unido. Por aquí, ha habido muchos hitos en el camino. Hicimos hincapié sobre todo en la organización de la Asamblea LMC Europea en la que todos nos comprometimos y responsabilizamos, en la que todos trabajábamos mucho sin dejar ningún detalle al azar. También dedicamos tiempo a evaluar y posteriormente elegir los diferentes ministerios de los que como LMC somos responsables, como el equipo de coordinación, el equipo de formación, economía y muchas otras tareas necesarias para que el movimiento LMC siga adelante.

LMC PortugalTodo esto refleja lo que el Papa Pablo VI escribe en la Constitución dogmática Luz de las Naciones (7) “así como todos los miembros del cuerpo humano, a pesar de ser muchos, no son sino un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo (cf. 1 Cor. 12:12). También en la edificación del cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y funciones. Es el mismo Espíritu que distribuye sus diferentes dones, según su riqueza y las necesidades de los ministerios para utilidad de la iglesia“. Somos personas diferentes con diferentes ministerios y responsabilidades. Caminamos juntos aquí y fuera de nuestras fronteras, orando y entregándonos en nombre de Dios siguiendo el carisma comboniano.

LMC PortugalEl encuentro de formación no pudo estar más acertado con la asamblea. Mientras que algunos reflexionan sobre la vocación, otros reflexionan sobre lo que su vocación llevó a concretizar. En este camino, hay momentos, en que no basta con caminar juntos, sentimos la necesidad de abandonarnos a la providencia divina comprometiéndonos. Por eso el domingo, familiares y amigos se unieron a la familia LMC para el compromiso de Neuza, Rufina y Paula.

El camino se hace caminando en una comunidad cuyo núcleo es Cristo. Y después de una jornada de formación y discernimiento quisimos orar con la vida lo que rezamos diariamente en el Padre Nuestro “Hágase tu voluntad”. Elegimos seguir nuestro camino de felicidad, incluso sabiendo de antemano que vamos a sufrir, reír, llorar, amar, caer, levantarnos, desorientarnos y reencontrarnos. Aquí nos sentimos en casa, los abrazos se prolongan, las carcajadas resuenan en la sala y, a menudo rezamos con lágrimas y silencio porque las palabras no son suficientes para expresar el amor de Dios. Aquí descubrimos que no hay distancias que nos impiden estar juntos. Aquí, como San Agustín hacemos del Amor la mayor oración. Juntos somos las mil vidas para la misión que San Daniel Comboni soñó. Somos el sueño de Comboni y nos atrevemos a seguir sus huellas permitiendo que hayan muchos más de mil vidas para la misión.

LMC Portugal

Paula Sousa, LMC Portugal

Ni mediocres ni arrogantes, testigos de misericordia

Un comentario a Lc 18, 9-14 (XXX Domingo ordinario, 23 de octubre de 2016)

fariseo-y-publicano

Seguimos con las clases de Jesús sobre la oración. El domingo pasado los protagonistas eran una viuda indefensa y un juez injusto. Jesús nos recordaba que, a diferencia de aquel juez injusto, Dios es un juez justo que se pone de parte del pobre, cuyo grito “atraviesa las nubes” y cuya perseverancia termina dando frutos.

Hoy los protagonistas son un fariseo, pagado de sí mismo, que se cree justo hasta el punto de “despreciar a los demás”, y un publicano, consciente de sus pecados, que “no se atreve a levantar sus ojos al cielo”, tan avergonzado está de sus pecados. Jesús dice que el segundo salió del templo justificado, mientras que el primero salió peor de lo que había entrado.

A mí me parece que la lección de Jesús vale, no sólo para la oración, sino para toda la vida. De hecho, el modo de orar revela nuestro modo de ser. El modo de orar del fariseo revela su arrogancia inconsciente que no le lleva para nada a mejorar sino a empeorar, mientras que el publicano, consciente de su realidad, encuentra misericordia y la capacidad de emprender una nueva vida.

Para ayudar en la meditación, propongo las siguientes reflexiones:

1.- Jesús no nos quiere mediocres, sino “perfectos como el Padre”. A veces parece que confundimos la misericordia y la humildad con la mediocridad o la superficialidad. No. Jesús convoca a sus discípulos a una vida exigente, de obediencia y amor al Padre, de generosidad para con los hermanos. El discípulo de Jesús no se deja llevar por las aguas de la comodidad, la banalidad o la superficialidad, sino que busca crecer continuamente y pasar por la vida “haciendo el bien”, como su Maestro.

2.- Pero la tentación que suele ir con este tipo de opción (que es en sí buena) es la de juzgar a los demás, considerar que “ellos” han permanecido en un nivel inferior de vida y que incluso son culpables por ello. La tentación es señalar con el dedo y decir: “esos no van a Misa”, “esos no ayudan a los pobres”, “esos son adúlteros…”. Parece que para sentirnos bien tenemos que rebajar a los demás. ¡Que fea tentación! Procuremos hacer el bien, sin por eso sentirnos jueces de nadie. Lo que Jesús nos pide no es que no sepamos discernir el bien del mal, sino que no condenemos. Muchas veces nos toca juzgar, discernir, distinguir entre el bien y el mal… pero sin olvidar que sólo Dios puede juzgar.

3.- Por otra parte, no olvidemos de “mirarnos al espejo”. Jesús enseña que el discípulo, aunque busque la perfección espiritual, no debe olvidar su realidad de pecado: “¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?” (Lc 6, 41). El conocimiento de sí mismo, si uno no es hipócrita, le lleva a la comprensión de los demás: “Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás bien para sacar la mota del ojo de tu hermano” (Lc 6,42).

Jesús nos invita a mirarnos constantemente a nosotros mismos y descubrir las vigas que llevamos en nuestros ojos. Quizá sólo en la medida en que veamos nuestros propios errores seamos de ayuda para los demás. Es fácil ver los errores de los otros, descubrir en qué no funcionan las cosas. Pero es más difícil descubrir los propios fallos y ponerles remedio. Esa experiencia nos debe hacer misericordiosos con los fallos de los demás. No es que dejen de ser fallos, es que uno también tiene los suyos y eso le hace ser comprensivo, humilde para pedir perdón y dejarse perdonar.

De hecho, una de las cosas más difíciles, a mi juicio, es la de dejarse perdonar. Reconocer que no somos perfectos, que pecamos, y que necesitamos la benevolencia de los demás y, por supuesto, de Dios. La experiencia de la misericordia nos hace testigos de la misericordia.

Precisamente hoy es el Día Mundial de las Misiones (DOMUND), que este año tiene por lema “Iglesia misionera, testigo de la misericordia”. El misionero no es un ciego arrogante, falsamente orgulloso de sí mismo, sino un pecador que ha experimentado misericordia y da testimonio de ello.

P. Antonio Villarino
Quito

La oración del humilde atraviesa las nubes

Un comentario a Lc 18, 1-8 ( XXIX Domingo ordinario, 16 de octubre de 20 de 2016)

De la mano de Lucasviuda, seguimos acompañando a Jesús en su camino hacia Jerusalén y seguimos recibiendo sus enseñanzas, con el objetivo de irnos transformando en verdaderos discípulos que quieren aprender de él y parecerse a él en pensamientos, palabras y acciones.

Lucas insiste en que uno de los rasgos de la vida de Jesús era su actitud orante, es decir, su constante y confiado diálogo con el Padre. En ese diálogo había escucha y silencio acogedor y respetuoso, alabanza gozosa, gratitud y también súplica perseverante.

De esto último es de lo que nos habla la parábola que leemos hoy sobre aquella viuda a la que un juez inicuo no quería escuchar, pero que al final se deja vencer por la sana “tozudez” y perseverancia
de la pobre viuda.
La actitud de esta viuda es muy propia de las personas que viven en una gran necesidad y que no tienen otro recurso que el grito y la súplica perseverante, como hemos visto el domingo pasado con los diez leprosos.

l grito de los leprosos y la tozudez de la viuda me recuerdan lo que dice el libro del Eclesiástico:


“El Señor es juez,

y para él el prestigio de las personas no cuenta.
No hace acepción de personas en perjuicio del pobre,
y escucha la oración del oprimido.
No desdeña la súplica del huérfano,
ni el lamento de la viuda.
¿No corren por su mejilla las lágrimas de la viuda
y su clamor contra el que las provocó?

La oración del humilde atraviesa las nubes
y su plegaria sube hasta las nubes,
Hasta que no llega a su término, él no se consuela.
No desiste hasta que el Altísimo lo atiende (Ecl 35, 12-21).

En esa misma línea se mueve el salmista cuando ora:

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
No permitirá que resbale tu pie,
u guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel (Salmo 120).

Pienso que no hay que darle más vueltas. Si vivo la vida con un espíritu de auto-suficiencia orgullosa, estas palabras me parecerán ridículas. Pero si experimento algún tipo de pobreza y siento la necesidad de pedir ardientemente alguna gracia, la Biblia entera, Jesús mismo ( y mi propia experiencia) me dicen que mi grito perfora las “nubes” y que Dios no será sordo a mi súplica.

Dame, Señor, el espíritu de la viuda injustamente tratada, de Ana, la mujer de quien se reían todos por su esterilidad, de María y del mismo Jesús, para que, consciente de mi pobreza, sepa alzar mi corazón hacia Ti y confiar en tu amor y misericordia.
P. Antonio Villarino
Quito