Laicos Misioneros Combonianos

Las tentaciones de Jesús y las nuestras

Comentario a Mt 4, 1-11 (Primer domingo de Cuaresma, 5 de marzo 2017)

Estamos en el primer domingo de cuaresma, tiempo fuerte de reflexión, tiempo oportuno para enderezar nuestros caminos, si en alguna parte se han torcido; tiempo conveniente para prepararnos a una vida nueva, vida de comunión con el Padre. Es un tiempo oportuno, para superar las tentaciones que se nos presentan en la vida. ¡No dejemos que pase en balde!
El evangelista Mateo coloca las tentaciones de Jesús al inicio de su vida pública, pero a mí me parece que estas tentaciones estuvieron siempre al acecho en cada paso que Jesús daba, exactamente como nos pasa a nosotros, porque vivir es elegir constantemente entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, entre el amor y la indiferencia, entre el egoísmo y la generosidad. Veamos:

1.- ¿Qué voy a hacer de mi vida?
Jesús fue tentado al inicio de su misión. En ese momento crucial de su vida, Jesús se preguntaría: ¿Qué voy a hacer de mi vida? Podía dedicarse a enriquecerse y rodearse de comodidades, a ser alguien importante y poderoso, a imponerse como un líder político… Esa sería una tentación que se repetiría frecuentemente, especialmente cuando enfrentaba algún momento difícil de su vida. Es una pregunta-tentación también para nosotros. Comboni, por ejemplo, se preguntó alguna vez si no hubiera sido mejor cultivar una carrera eclesiástica cómoda y brillante, en vez de dedicarse a la ardua misión africana; podría haberse dedicado a vestir elegantemente, a comer bien, a recibir honores. ¿Queremos a veces recuperar lo que hemos dejado atrás cuando decidimos seguir las huellas de Jesús?

2.- ¿Me canso de luchar y me acomodo a la mediocridad?
A un cierto punto de su vida, Jesús se dio cuenta que la misión iba a ser un “combate a muerte”; al acercarse a Jerusalén y ver que su proyecto encontraba mucha resistencia, probablemente Jesús sentía la necesidad de amoldar su proyecto, de rebajar la radicalidad, para que la gente lo aceptase… o abandonar y dedicarse a una vida sencilla y tranquila, “sin meterse en problemas”, como le pedía su familia. Comboni, en su vocación africana, afrontó impensables dificultades, algunas previstas, otras imprevistas y hasta sorprendentes. Pero no se dejó tentar ni por la tentación del abandono, ni por la del acomodo. Permaneció firme y fiel. ¿Me canso de luchar y me acomodo a la mediocridad?

3.- El miedo al fracaso total

La última tentación de Jesús se presentó en la cruz, cuando todo parecía indicar que se había equivocado, que era un fracasado y que Dios estaba lejos. Igualmente, al final de su vida, Comboni veía que sus misioneros se le morían, que la obra no progresaba, que lo acusaban de idealista, de mal organizador, hasta de tener afectos equivocados… Su vida parecía un callejón sin salida. La tentación, como la de Jesús, era la de la desesperación, la amargura y la renuncia… Por el contrario, como Jesús, respondió con una confianza total en Dios y en la misión que había emprendido: “Mi obra no morirá”. ¿En los momentos difíciles, me dejo llevar por la amargura, por la sensación de fracaso, por la desesperanza? ¿Sé ver la presencia de Dios más allá de las apariencias?

4.- El triple contenido de la tentación
Según San Mateo, la tentación de Jesús tenía tres dimensiones, que nos son muy familiares también a nosotros:
-La tentación del consumismo y la comodidad… El ser humano es, en primer lugar, un ser débil, necesitado de alimento, techo, vestido y seguridad. Pero a veces esa necesidad se vuelve tan imperiosa y obsesiva que acumula cosas exagerada e innecesariamente hasta el punto de perder de vista otras dimensiones. A veces, esas necesidades se convierten en la razón principal de nuestra vida, quitándonos la libertad y la capacidad de amar.
-La tentación del poder. El ser humano está llamado a dominar, a proteger, a crear… Pero hay un dominio, que no viene de Dios sino de la serpiente. Es el poder que quiere anular, destruir, manipular. Jesús no se dejó tentar, porque tenía muy clara la soberanía de Dios. ¿Hago girar todo en torno a mi persona, a mis ideas y a mi control? ¿Impongo siempre mis ideas, mis horarios, mis necesidades? ¿Reconozco la soberanía de Dios sobre mi vida o me creo el centro del mundo?
-La tentación del prestigio, de la auto-estima. La palabra auto-estima es hoy una palabra “sagrada”. Es recomendada por sicólogos y maestros espirituales. Por supuesto que es importante tener una buena auto-estima. Pero se puede convertir en una gran tentación. Alguna vez he visto gente muy amargada porque no se le había reconocido su labor o su aporte. Esa persona trabajaba para que la alabasen… Cuando eso no sucedía, se venía abajo y ya no trabajaba ni colaboraba, como si su “ego” se desmoronase.

Frente a estas tentaciones, Jesús supo tomar las decisiones correctas, porque su personalidad estaba fuertemente arraigada en el amor del Padre, lo cual le permitía ser libre, generoso y confiado, incluso en los momentos más duros y difíciles. Como él y como Comboni no dejemos que la tentación nos paralice. Hay mucho que amar, hay mucho que hacer, hay mucha misión que nos espera.

P. Antonio Villarino
Bogotá

No necesitamos tantas cosas

Comentario a Mt 6, 24-34 (8º Domingo ordinario, 26 de febrero del 2017)

Este es el último domingo de los seis dedicados al “sermón del monte” de Mateo. No es que aquí termine dicho “sermón”, sino que el próximo miércoles ya empezamos la cuaresma y por cuarenta días estaremos en otro ciclo de lecturas, con otra lógica.

El tema de la lectura de hoy podría presentarse así: ¿De verdad, necesitamos tantas cosas como las que a veces queremos acumular? Es evidente que todos necesitamos un mínimo de cosas para vivir: comida, vestido, casa, dinero…Pero a veces, en un afán desmedido por estar seguros en la vida, exageramos acumulando cosas incluso innecesarias, vivimos angustiados por el futuro y nos olvidamos de lo esencial, que es el Reino de Dios.

En este caso, podemos decir que el Reino son, sobre todo, las nuevas relaciones que Jesús quiere instaurar entre nosotros y con Dios: relaciones de amor y verdad, de justicia y perdón, de confianza y colaboración, de transparencia y solidaridad, gozando de la vida, como lo hacen los pájaros del cielo o los lirios del campo.

Jesús nos dice: No anden tan preocupados por el día de mañana, confíen en su Padre celestial. Jesús mismo era un profeta itinerante, que vivía para el Reino de Dios. Me permito compartir con ustedes alguna reflexión sobre la “pobreza” de Jesús:

La pobreza de Jesús no es:
• Una reivindicación acomplejada y envidiosa frente a unos ricos a los que les ha ido mejor. Jesús tiene amigos ricos y bien situados en el sistema social, pero no parece interesado ni en las riquezas en cuanto tales ni en los primeros puestos que ellas otorgan.
• Una actitud maniquea, que declara negativa la materialidad o el goce de los bienes de este mundo. Jesús comía, bebía, festejaba… Se distancia de un Juan Bautista radicalmente ascético y escatológico.
• Una ideología fanática. No parece que Jesús tenga una elaboración teórica (ideología) de cómo es el mundo. Él no quiere resolver todos los problemas ni tiene la varita mágica para arreglar todos los conflictos.
• Una opción política para ganar adeptos o para organizar el poder de otra manera. Jesús distingue claramente los campos y pide que se dé al César lo que es del César.

La pobreza de Jesús es:
• Algo consustancial a su misma manera de ser en cuanto “rostro humano de Dios”. La pobreza de Jesús tiene que ver con su contemplación del Padre y del sueño de fraternidad que él contempla para los seres humanos. Los bienes son para compartir entre todos los hijos.
• Es un estilo de vida, que pone a Dios en el centro y, en consecuencia, escapa de las tentaciones del consumismo, de la idolatría del dinero, del afán por dominar sobre los demás.
• Es un estilo de vida libre y vivido amorosamente, equilibrado (entre austeridad y fiesta), sencillo, abierto a las bellezas de este mundo, al gusto por la amistad, al derroche en nombre del amor…

Jesús se dejaría guiar por el proverbio 30, 7-9, que dice: “No me des pobreza ni riqueza; dame solo lo necesario. No sea que saciado reniegue de ti… o que siendo pobre me dé al robo””.

Cada uno de nosotros tiene que encontrar su propio equilibrio en el uso de los bienes materiales. Jesús nos enseña a ser libres, confiados y a no confundir lo esencial con lo accesorio. ¡Qué gran Maestro!

P. Antonio Villarino

Bogotá

AMOR CREATIVO (vencer el mal con el bien)

Comentario a Mt 5,38-48 (7º Domingo ordinario, 19 de febrero de 2017)

La parte del sermón del monte que leemos hoy nos eleva a la cumbre de la espiritualidad cristiana, aquella manera de ser que nos hace ser y actuar como hijos de Dios, cuyo corazón es más grande que el mal y hace llover sobre buenos y malos.
El mejor comentario a este pasaje de Mateo puede ser una famosa frase atribuida a S. Juan de la Cruz:

“Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.

De eso se trata, de sembrar amor para que el amor crezca en nosotros y en el mundo que habitamos.La Carta a los Romanos nos ayuda a comprender el alcance de esta enseñanza suprema de Jesús:

“A nadie devuelvan mal por mal; procuren hacer el bien a todos. Hagan lo posible, en cuanto de ustedes dependa, por vivir en paz con todos… No se dejen vencer por el mal, venzan el mal con la fuerza del bien” (12, 17-21). El autor de dicha Carta cita también un proverbio: “Si tu enemigo dale hambre, dale comer; si tiene sed, dale de beber” (25, 21).

No hay que mirar esta enseñanza de Jesús como una “obligación” costosa y casi imposible, casi como si Jesús quisiera hacernos la vida difícil. No. Lo que Jesús quiere es iluminar nuestra existencia, mostrarnos el camino de la verdadera felicidad, ensanchando el corazón, siendo creativos y rompiendo la cadena del mal. Si a un ojo golpeado, respondemos con el golpeo de otro ojo, quedaremos satisfechos por la venganza conseguida, pero no quedaremos mejor sino pero, incrementando el mal, en vez de superarlo. Sin embargo, si uno tiene la valentía y la fe para perdonar y mirar adelante, en vez de revolverse en el pasado, está creando algo nuevo, está dándose la oportunidad de que la misericordia se imponga y el amor triunfe, para alegría propia y ajena.

Jesús coloca a sus discípulos en un nivel diferente del ordinario en el campo de las relaciones entre las personas. Frecuentemente nosotros nos enzarzamos en una serie de reacciones en cadena: Me insultó, yo le insulto a mi vez; me trató con desdén, yo le contesto con la misma moneda; me hirió, yo trato de hacerle una herida más dolorosa; me gritó, yo alzo más la voz…

A veces nuestra venganza es una palabra ofensiva, otras veces es un silencio retraído y poco comunicativo; a veces nos guardamos nuestra venganza, pero permanece dentro de nosotros mismos como un sutil veneno que estropea nuestras relaciones y nuestra vida por mucho tiempo. Sin embargo si uno tiene el coraje de olvidar la ofensa, confía en el amor gratuito de su Señor y, fiado en su palabra, mira adelante, su corazón se serena y se hace capaz de crear algo nuevo, algo mejor.

“Así como Dios es misericordioso, los que nos llamamos seguidores de Cristo debemos actuar con misericordia hacia los que nos rodean. Este es el corazón de la vida cristiana: darnos a nosotros mismos para que los demás mejoren. El mundo no vive así y el reino de Satanás no practica la misericordia. Pero los que pertenecen al reino de Dios se esfuerzan por vivir de acuerdo con la enseñanza de Cristo: Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros” (Jn 13,34)”. (Comentario bíblico internacional).

Naturalmente sólo el Espíritu de Dios puede hacernos comprender bien esta enseñanza sublime. Tampoco se trata de vivir eso en plenitud desde el principio. Se trata más bien de un camino que se emprende, un estilo que se adopta, una meta que se acepta y que marca nuestra vida. Cada día, cada herida, cada avance… es un paso hacia esa madurez del amor cristiano.

P. Antonio Villarino
Bogotá

No contentarse con lo mínimo

Comentario a Mt 5, 17-37 (6º Domingo ordinario, 12 de febrero de 2017)

Seguimos leyendo el capítulo 5º de Mateo, en el que se nos va explicando el perfil del discípulo de Jesús. Esta vez se nos habla de la relación del discípulo con la Ley, dando un principio general y tres ejemplos concretos. Veamos:

1) Un llamado a “ser mejores”
El principio general se podría enunciar de esta manera: “No se contenten con lo mínimo; al contrario, busquen siempre lo mejor”. Jesús dice: “Si no son mejores que los maestros de la Ley y los fariseos, no entrarán en el reino de los cielos”. A veces se oye decir: Yo no soy tan malo, no mato, no robo, procuro no hacer daño a nadie… Eso está bien, pero no basta para ser discípulo de Jesús. El Maestro de Galilea quiere que aspiremos a un más alto grado de vida moral. No se trata de contentarnos con no hacer el mal, sino de aspirar a hacer el mayor bien posible, incluso, a “ser perfectos como mi Padre celestial es perfecto”. Y no olvidemos que la perfección consiste en el amor. Jesús no quiere que vivamos “a la defensiva”, procurando hacer el menos mal posible, sino “a la ofensiva”, tratando de ser “lo mejor posible”.

2) Tres ejemplos
Para explicar el principio anterior, Jesús pone cinco ejemplos, de los que hoy leemos tres:

-No se trata sólo de “no matar”, sino de vivir con los demás relaciones de respeto profundo, sin lo cual hasta los actos de culto quedan falsificados. Hoy diríamos: no se trata de evitar la guerra o los conflictos, sino de tomar a los otros en serio, reconocerles sus derechos y construir un mundo mejor para todos.

-No se trata de no cometer adulterio, sino de establecer entre varón y mujer unas relaciones nuevas de dignidad, respeto y fidelidad, que superen la “cosificación” del otro o de la otra; relaciones que van más allá de las apariencias y tienen su raíz en el corazón, es decir, en lo profundo de la persona. Las relaciones varón-mujer están pasando por un período de grandes cambios y todos tenemos que esforzarnos por encontrar un nuevo equilibrio social. En esa tarea me parece que las palabras de Jesús son muy iluminadoras.

-No se trata de no jurar en falso, sino de ser sinceros y honestos en nuestra comunicación con los demás. “Que su palabra sea sí, cuando es sí, y n, cuando es no”. No se trata de no mentir, sino de ser siempre veraces y auténticos. Una sociedad (o una familia) montada sobre la mentira pronto se convierte en un “infierno”; sin embargo, donde reina la verdad, se establecen relaciones constructivas en la familia, en el lugar de trabajo, en la sociedad en general.

¡Cuánta sabiduría hay en estas palabras de Jesús! ¡Qué orgullosos podemos estar de nuestro “Maestro de Galilea”! ¡Qué suerte ser discípulos de un tal Maestro!

Ánimo, dejémonos iluminar por sus palabras sabias.

P. Antonio Villarino
Bogotá

Sal y luz

Comentario a Mt 5, 13-16 (5º Domingo ordinario, 5 de febrero de 2017)

Seguimos leyendo el “sermón del monte” que nos transmite Mateo en el capítulo 5º de su evangelio.
Jesús compara al discípulo con la sal, cuyas funciones (según el Antiguo Testamento) son: dar sabor, conservar, purificar, consagrar. De la misma manera, el discípulo, cuando es auténtico, ayuda a dar gusto a la vida; a conservar los valores de la familia o de la sociedad en que vive; a purificar el mal que existe, combatiendo, por ejemplo, la corrupción; y ayuda a consagrar el mundo a Dios, como la sal consagraba las ofrendas ofrecidas a Dios en el antiguo templo. Pero, ¡ojo!, la sal puede corromperse y perder su sabor y su utilidad.

¿Cuándo perdemos el sabor?
El P. Ermes Ronchi, que ha predicado los ejercicios espirituales al Papa y a la Curia romana, se preguntaba cuándo perdemos el sabor de la sal y nos volvemos inútiles. Les resumo su respuesta. Perdemos el sabor:

1. Cuando atraigo la atención sobre mí mismo y no sobre Dios, como hacían los discípulos cuando discutían sobre quien sería el más importante (Mc 9,33).

2. Cuando no sé querer bien a las personas y no transmito amor, siendo como un bronce que resuena o sal insípida (1Cor 13, 1).

3. Cuando no comunico esperanza ni libertad. “El mal está a tu puerta –dice Dios a Caín- pero tú puedes dominarlo” (Gn 4,7).

4. Cuando no crezco en humanidad. “No de como habla de Dios, sino de como habla de las cosas de la vida, sé si una persona ha estado con Dios” (Simone Weil).

5. Cuando me parezco demasiado en mi manera de actuar al “mundo”. “Entre ustedes no sea así”, dice Jesús.

¿Cómo ser luz?

El mismo predicador recuerda que Jesús no dice “deben ser luz”, sino “ustedes son luz”, “resplandezca su luz en las buenas obras”; y afirma: “Cuando sigues como única regla de vida el amor, entonces eres luz y sal para quien te encuentra… Allí donde hay caridad y amor abunda la sal que da buen sabor a la vida”.
Para ser luz, dice el P. Ronchi, hay tres vías:

Primera: Compartir el pan. “Isaías sugiere una primera vía para que la lámpara ilumine la casa y la sal no pierda su sabor: comparte el pan, acoge en tu casa al extranjero, viste al desnudo, no apartes los ojos de tu gente, entonces tu luz surgirá como la aurora, tu herida sanará” (Cfr Is 57, 7-8).

Segunda: “saber” a Cristo. “La segunda vía la indica San Pablo: “Nunca me he preciado de conocer otra cosa sino a Jesucristo y a éste crucificado” (1Cor 2,2). “Saber” es mucho más que conocer, es tener el sabor de Cristo. Y esto sucede cuando su Palabra y su amor pasan a formar parte de mí mismo y empiezo a sentir, pensar, actuar como él.

Tercera: La comunidad. Jesús no dice “tú” eres luz, sino “ustedes” son luz. “Nuestra luz –dice el P. Ronchi- vive de comunión, de encuentro, de saber compartir”.

Si vivimos esos valores, sin duda, seremos luz que se difunde en todos los que nos rodean y sal que da sabor a la vida, nuestra y de los demás.

Todo esto lo vivimos, no como cosa adquirida, sino como discípulos que aprendemos cada día, leyendo la Palabra, orando y reflejando en nuestra vida el amor que Jesús no regala continuamente.

P. Antonio Villarino
Bogotá