Laicos Misioneros Combonianos

No asustarse ante el mal

Un comentario a Mt 13, 24-43 (XVI Domingo ordinario, 23 de julio de 2017)

En tres domingos consecutivos (el anterior, el actual y el próximo), leemos el capítulo 13 de Mateo, que está dedicado a exponernos siete parábolas de Jesús sobre el Reino de Dios. El domingo pasado nos detuvimos en la parábola del sembrador y los diferentes tipos de tierra en la que cae la buena semilla. Hoy leemos tres parábolas: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza y la levadura. Las tres empiezan con la siguiente fórmula: “Sucede con el reino de los cielos como…” y nos va explicando a qué se parece el reino de los cielos:

-a la buena semilla, que crece junto a la cizaña en el mismo campo;
-un grano de mostaza, que siendo insignificante, se convierte en un árbol grande;
-la levadura que, sien do poca cosa, fermenta toda la masa.

Como vemos, son tres características que, según Jesús, tienen las cosas de Dios:

1.- Lo bueno crece en medio de lo no tan bueno. Un santo ha dicho una frase que muchos repetimos con mucha esperanza: “Siembra amor y recogerás amor”. Eso es verdad, pero no podemos ser ingenuos; en este mundo, junto a la semilla del bien existe también la semilla del mal: orgullo, envidia, oposición injusta, intereses egoístas…

Ante la existencia del mal podemos adoptar tres actitudes:
-Ignorarlo, como si no existiese, en una actitud de irresponsable ingenuidad. El peligro es que la fuerza del mal acabe ahogando el bien que hay en nosotros, en la familia, en la sociedad. Lo primero para vencer el mal es tomar conciencia de su existencia.
-Arrancarlo violentamente, con el riesgo de eliminar también el bien que va mezclado con el mal, dado que nada en este mundo es totalmente puro. Hay quien, en un acto de orgullo imperdonable, se cree totalmente justo y acertado en sus actitudes, condenando tajantemente a los demás. Esta actitud ignora dos realidades: el mal que hay junto a la bondad y el bien que hay normalmente junto a la maldad.
-El discernimiento y la paciencia que propone Jesús. Con mucha sabiduría y realismo, Jesús afirma, como ya lo hacía el libro del Génesis, que todo lo que Dios ha creado es bueno, que en el campo del mundo crece la semilla del bien que Dios ha sembrado en las personas y grupos humanos. Pero al mismo tiempo hay que reconocer que “un enemigo” ha sembrado también semillas de mal. Ante esa realidad –que todos podemos constatar en nuestra experiencia diaria- Jesús nos propone no asustarnos, no hacer aspavientos, no tomar actitudes fanáticas o violentas, sino permanecer tranquilos, saber esperar… De hecho, a veces uno puede hacer poco o nada por arrancar el mal que nos rodea. Sólo en el momento de la “cosecha”, cuando pasa el tiempo, la verdad de la buena semilla triunfa dando “harina” para el buen pan, mientras los frutos de la mala semilla terminan en el fuego. Dios usa todo para el bien, incluso la astucia del enemigo.

2.- El Reino parece pequeño y empieza de manera casi insignificante, pero termina creciendo y dando sombra. Las cosas de Dios no empiezan de manera llamativa, sino humilde. Puede ser una palabra dicha en una reunión, un gesto de comprensión, una ayudita en el momento preciso… Muchas pequeñas cosas que pueden contribuir a formar un hijo, levantar a una persona de su tristeza, poner en marca una obra de caridad que termina ayudando a cientos de personas, dando un primer paso hacia la reconciliación…

3.- El Reino trabaja desde dentro, transformando las personas desde el corazón y las sociedades desde las personas. A veces parece poca cosa en comparación con las muchas necesidades, con las enormes injusticias, con la prepotencia de las estructuras poderosas. Pero nunca debemos despreciar el poder de la levadura de la verdad, la justicia y el amor.

P. Antonio Villarino
Bogotá

¿Tengo piedras en mi corazón?

Comentario a Mt 13, 1-23 (XV Domingo ordinario, 16 de julio de 2017)
En este XV domingo ordinario, leemos una buena parte del capítulo 13 de Mateo, que nos transmite una parábola muy conocida: la del sembrador, cuya semilla (siendo muy buena) produce cantidades diversas de fruto, según los tipos de tierra en que cae. La parábola nos lleva con toda naturalidad a preguntarnos: ¿Qué tipo de tierra soy yo? ¿Soy una tierra fértil, que sabe acoger la buena Palabra sembrada en mí o soy como la tierra dura, sobre la que resbala la semilla sin dar fruto alguno?

El relato de Mateo provoca en mí tres reflexiones que comparto con ustedes:

1.- Un Maestro que habla el lenguaje del pueblo
Mateo dice que la gente se agolpaba para escuchar a Jesús, porque tenía palabras de una claridad, de una sencillez y de una relevancia que saltaba a la vista y “calentaba el corazón”. Campesino entre campesinos, pescador entre pescadores, obrero entre obreros, Jesús se sentía a sus anchas con aquella gente sencilla, sometida a tantos sufrimientos y durezas de la vida, hambrienta de verdad y de sentido, que no encontraba respuestas en unas tradiciones religiosas rutinarias, esclerotizadas y poco relacionadas con la realidad de sus luchas cotidianas. Por el contrario, desde una cercanía afectiva a sus preocupaciones y luchas, así como desde una experiencia de contemplación en el desierto y la montaña, Jesús se explaya en relatos parabólicos, que explicaban el misterio de Dios y de su “Reino” en un lenguaje ligado a las experiencias del campo, del mar y del trabajo cotidiano.

La verdad del Evangelio tiene más que ver con la vida de cada día que con los libros. Todos los que tenemos alguna responsabilidad en la transmisión del Evangelio de Jesús (padres, maestros, catequistas, sacerdotes…) debemos fijarnos en este Maestro que habla en parábolas, que expresa la fe en las categorías de la vida ordinaria, sabiendo que nuestra vida espiritual se mide, no por las palabras refinadas que usamos, sino por nuestro estilo de vida concreta, del que las palabras son expresión.

2) El trigo no necesita que tiren de él
Discúlpenme esta obviedad, pero me parece que sirve para entender bien lo que nos dice Jesús en el evangelio de hoy: “la semilla brota y crece… la tierra produce espontáneamente primero el tallo, luego la espiga y el grano”.
Jesús nos dice que el Reino de Dios es como una semilla que Dios siembra en nuestro corazón, en nuestra comunidad, en nuestra familia… y crece por sí sola, en la medida en que la tierra acoge la semilla y está bien cuidada. Para que el trigo produzca fruto no sirve de nada tirar de él hacia arriba, como quien quisiera estirarlo y hacerlo crecer a la fuerza, en contra de su naturaleza. No, el trigo debe crecer por sí mismo, según la fecundidad que Dios mismo le ha dado. ¿No les parece que a veces hay papás que pretenden hacer crecer a sus hijos a la fuerza, como si quisieran jalarlos hacia arriba y hacerles dar un fruto para el que a lo mejor no les ha destinado Dios? ¿No les parece que a veces, en la vida comunitaria o de familia queremos sustituir a las personas y obligarlas a ser como a nosotros nos gustaría que fueran? ¿Nos empeñamos a veces en parecer todopoderosos, infalibles e inmaculados en un esfuerzo prometeico que nos vuelve amargos, hipercríticos y perenemente negativos?

3) El crecimiento depende de la semilla, pero también de la tierra
La Palabra sembrada puede ser acogida y fecunda, pero también puede ser pisoteada, sofocada, robada, inutilizada, estéril. Por eso es tan importante cultivar la tierra, limpiarla de espinas y durezas.

A este respecto, recuerdo el testimonio de Etty Hillessum, una joven judía holandesa muerta en 1943 en Auschwitz. En su diario ha escrito: “26 de agosto (1941), martes tarde. Dentro de mí hay un manantial muy profundo. Y en este manantial está Dios. A veces logro alcanzarlo, pero más frecuentemente está cubierto de piedras y arena: en aquel momento Dios está sepultado, hay que desenterrarlo de nuevo”.

Hoy es un buen día para preguntarme: ¿Tengo piedras en mi corazón o en mi mente? ¿Es mi mente una “tierra” acogedora a la verdad de Jesús? ¿Es mi corazón un espacio limpio de maleza y acogedor del fecundo amor de Dios?

P. Antonio Villarino
Bogotá

Fin de Semana de Espiritualidad Misionera Comboniana en Portugal

LMC PortugalDurante los días 23, 24 y 25 de junio tuvo lugar en la casa de los Misioneros Combonianos, de Maia, el fin de semana de Espiritualidad Misionera Comboniana, que se realiza anualmente. Entre los consagrados, LMC’S, colaboradores, miembros de los cenáculos de oración, jóvenes del grupo Fe y Misión, simpatizantes de la Familia Comboniana, se reunió un buen grupo con participantes llegados de norte a sur del país.

Un grupito de nueve Laicos Misioneros Combonianos estuvieron participando. Yo participé, y agradezco a Dios esta oportunidad. ¡Fue muy bueno!

Con la temática: “Con María, misioneros de Jesús“, el encuentro se subdividió en tres grandes subtemas, dos presentados durante el sábado y un tercero que, a través de un trabajo de grupos, surgió en la mañana del domingo.

“De María se aprende el verdadero sentido de ser discípulo.”

El primer subtema denominado: “El camino misionero de María“, a cargo del Padre Dário, Misionero Comboniano, nos presentó a María como la primera discípula, como la primera misionera, disponible para “llevar” a Jesús a los demás, como ejemplo de Misericordia, contemplando la acción de María, el “SÍ”, la visita a su prima Isabel. Exposición que fuimos entrecortando con pequeños cánticos a María. ¡Sin duda un momento muy bueno! Y citando al Papa Francisco, me quedó esta certeza:

“Es necesario aprender con María, revivir su “SÍ “, su disponibilidad total para recibir al Hijo de Dios en su vida, que a partir de ese momento la transformó.
De Papa Francisco

Con la división de los participantes en grupos, tuvimos diferentes momentos para compartir, lo que nos ayudó a interactuar y a conocer otras experiencias, así como, verdaderos testimonios.

LMC PortugalEl segundo subtema, nos llegó a través de la Hermana Arlete, Misionera Comboniana – “El camino misionero de Daniel Comboni, con María“. Vimos el recorrido de San Daniel Comboni desde su entrada en el Instituto Mazza hasta su pasión por el pueblo africano, pasando por su entrega y devoción también al Sagrado Corazón de Jesús y María. Con ayuda de los escritos de Comboni, logramos comprender mejor esta devoción.

“Tú eres tú, divina Madre, que me has inspirado, para el nuevo Plan para la Regeneración de África, (…)”.

De San Daniel Comboni

MARIA, nos adoptó como hijos en el Calvario. Y como dice el Santo Padre: “¡Tenemos Madre!” – una madre que nos protege y acoge bajo Su manto. Una Madre que es ejemplo de vida. Una Madre que nos muestra cómo seguir a Jesús.

Con el programa bien planificado no faltaron tiempo para la reflexión, los cánticos, espacio para la convivencia o momentos de oración.

El domingo por la mañana, después de la oración de la mañana, organizada por los Laicos Misioneros Combonianos, surgió el tercer subtema, no menos importante: “El Lugar de María, en nuestro Caminar Misionero“, con diversas presentaciones, vivimos un poquito el trabajo realizado por los cenáculos de oración, el trabajo realizado por los Grupos de la Infancia Misionera y también el grupo JIM – el Movimiento Joven de la Familia Comboniana.

Los participantes con las presentaciones mostraron a los presentes lo grande que es María en sus vidas. Y cómo se vive la devoción por María en los grupos.

Entre temas y reflexiones, la acogida surgió con la participación de Helena Laranjeiro, Misionera Secular Comboniana.

¡Alegría y buena disposición no faltaron, hasta porque era el fin de semana de San Juan! Los motivos para hacer fiesta también no faltaron, en el día de San Juan, el Padre Claudino, cumplió 44 años de Sacerdocio, el día 25 fue el turno del Padre Dário de estar de enhorabuena con sus 45 años de Sacerdocio. Enhorabuena a ambos… ¡Os deseamos muchos más años de Misión!

LMC Portugal

Sofía Coelho

La verdadera sabiduría

Un comentario a Mt 11, 25-30 (XIV Domingo ordinario, 9 de julio de 2017)

La filósofa francesa Simone Weil –de origen judío y no creyente- cuenta que, en una visita a Asís, entró en Santa María de los Ángeles y ante tanta belleza sintió una fuerza interior que la llevó a arrodillarse –algo que no había hecho nunca- y reconocer una presencia divina en tanta belleza.
¿No les ha pasado a ustedes algo similar en alguna ocasión? A mí me ha sucedido varias veces; por ejemplo, la primera vez que visité el Machu Pichu, cuando me acerqué a la catedral de Burgos o contemplé algunos paisajes extraordinarios. En esas circunstancias y en otras muchas, algo dentro de mí se conmovía y me hacía exclamar: ¡Cuánta belleza! ¡Bendito sea Dios!
Pero esa reacción surge en mí –y creo que también en ustedes-, no sólo cuando contemplo las catedrales, la naturaleza o el arte en general. Surge también ante algunas personas, como la Madre Teresa de Calcuta o la señora Rosa de un barrio de Bogotá: son personas con una belleza interior que se trasluce en lo físico … Viendo a personas como ellas, que generalmente están alejadas de los focos de los medios de comunicación, algo dentro de mí se remueve y me lleva a reconocer en ellas una presencia divina y alegrarme por ello.

La alegría de Jesús
Esa experiencia de belleza espiritual es la que, según el evangelio de Mateo, experimentó Jesús. Mateo lo cuenta con unos versículos fuertemente inspirados en los libros sapienciales (proverbios, Eclesiástico, Sabiduría…). Según Mateo, Jesús se encuentra con un grupo de personas sencillas, humildes, rectas de corazón, abiertas a la verdad, que aceptaban con gozo la Buena Nueva del amor misericordioso de Dios. Personas como Leví o Zaqueo, como María de Magdala y el centurión que tenía un hijo a punto de morir; y tantos otros a los que la Biblia conoce como anawin o “pobres de Yahvé”. Y en ellos Jesús reconoce un reflejo del mismo Padre, una presencia divina, que le maravilla y le hace exultar de alegría. Jesús se siente identificado con todas esas personas sencillas, que frecuentemente son ridiculizadas por los grandes de este mundo y les dice:

“Vengan a mí los que están cansados”, quizá indignados y enojados por muchas cosas injustas que pasan en nuestro mundo:
-la corrupción de todo tipo: política, económica, social, religiosa.
-las mentiras, exageraciones, manipulaciones simplificaciones interesadas, banalizaciones que aparecen en los medios de comunicación social
-una Iglesia entrampada en la tentación del poder, las estructuras que le quitan libertad o una religiosidad superficial, arcaica o quizá hipócrita
-la propia incoherencia personal y la incapacidad de superar algunos vicios o pecados.

Vengan a mí ustedes que sienten hambre y deseo de un mundo diferente:
-un mundo más justo y equitativo, gobernado desde la rectitud moral y el respeto a los pobres e indefensos,
– unas relaciones sociales más verdaderas, auténticas y respetuosas,
-una religiosidad más sincera y pura, que ayude a encontrar la verdad y el amor de Dios,
– una libertad interior, que permita liberarse de cadenas y opresiones que impiden crecer como personas maduras y libres.

Ustedes, vengan a mí y les renovaré. Asuman el “yugo” de mi enseñanza en nombre del Padre. Su hambre de verdad, de bondad y de justicia encontrará respuesta. Acepten la sabiduría que el Padre me ha revelado y que he aprendido en la humildad y la obediencia amorosa. Será un “yugo” fácil de llevar, un “yugo” que les permitirá ser fecundos y portadores de belleza, de justicia, de amor, de verdad y libertad.

Esa es la verdadera sabiduría, la sabiduría de Jesús y de sus seguidores.

P. Antonio Villarino
Bogotá

“Romper el cordón umbilical”

Un comentario a Mt 10, 37-42 (XIII Domingo ordinario, 2 de julio de 2017)

Este domingo leemos cinco versículos del capítulo décimo de Mateo en el que se nos habla de la misión que Jesús encomienda a sus discípulos. Jesús les advierte que las cosas se pueden poner duras y difíciles y que deben preparase para una fidelidad a toda prueba, libres incluso ante la propia familia o la propia vida. Por otra parte, Jesús afirma que quien hace un pequeño gesto de acogida a sus misioneros, se hace a sí mismo parte de esa misión.
Veamos con un poquito más de detalle.

1. Antes de proseguir, aclaremos una expresión que puede resultarnos falsamente escandalosa. Se trata de la expresión que en algunas biblias dice: “Si alguno no odia a su padre y a su madre…”. A este propósito la Biblia de Jerusalén, una de las principales ediciones de la Biblia, afirma que se trata de un “hebraísmo”, es decir, un dicho coloquial propio de la cultura hebrea que, como otros tantos que hay en español, no hay que entender literalmente, sino buscar su fuerza expresiva. Y la Biblia de Jerusalén explica; “Jesús no pide odio, sino desprendimiento completo e inmediato”.

2. El desprendimiento de la familia, por el contrario, es una actitud necesaria, no sólo para seguir a Jesús, sino también para madurar como personas. Se sabe que algunos hijos nunca abandonan la protección de las “faldas de la mamá” y eso les impide crecer y desarrollar su propia vocación; por ejemplo, les impide realizarse en el matrimonio o en una vocación religiosa… La familia es algo muy valioso, que nos da la vida, nos sostiene y nos abraza con un amor gratuito y hermoso. Pero no podemos quedarnos en eso. Cada uno de nosotros tiene que “romper el cordón umbilical” y construir su propia historia. Y parte importantísima de esta historia es nuestro seguimiento de Jesús, para lo cual necesitamos ser libres y desprendidos incluso de afectos muy queridos. Los misioneros, que parten a tierras lejanas, conocen bien esta experiencia.

3. Pero Jesús dice más: A veces hay que saber renunciar incluso a la propia vida, porque sólo quien pierde la vida la ganará. De hecho, las personas que tienen miedo de arriesgar la propia vida terminan por no vivirla de manera completa. También para seguir a Jesús hay que saber arriesgar. Un misionero, por ejemplo, puede exponerse a enfermedades, como la malaria, o a peligros de conflictos y guerras, pero eso mismo le permite vivir plenamente una historia de amor y entrega que le da “más vida”. Lo mismo se puede decir de una madre que se “desvive” por sus hijos: pierde la vida, pero la recupera más plena de amor.

4. En esa misma línea, hay que entender el gesto de acoger generosamente a los apóstoles de Jesús, con “un vaso de agua”. El que se encierra en sí mismo nunca será capaz de acoger la riqueza que supone otra persona. Sin embargo el que sabe salir al encuentro del otro, no sólo ayuda al otro, sino que se enriquece él mismo. Por eso “el que recibe a un profeta”, él mismo participa de la condición de profeta; el que recibe a un “enviado de Jesús”, él mismo participa de la misión de Jesús.
Todo lo que leemos en los evangelios nos presenta a un Jesús que ama la vida, que sabe gozar de la vida y de los bienes de este mundo. Jesús no es un anacoreta que desprecia la vida o los bienes de este mundo. Pero Jesús es libre y se muestra disponible a renunciar a todo con tal de cumplir la voluntad del Padre.

Ojalá el Espíritu nos haga comprender esto y hacer de nosotros personas libres, capaces de desprendernos de cualquier cosa que nos impida seguir a Jesús y amar plenamente.

P. Antonio Villarino
Bogotá