Laicos Misioneros Combonianos

El amor exige a veces endurecer el rostro

Un comentario a Mt 16, 21-28 (XXII Domingo ordinario, 3 de agosto del 2017)

Continuamos leyendo el evangelio de Mateo en su capítulo 16. Después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, que leímos el domingo pasado, leemos hoy lo que podríamos considerar la “confesión de Jesús”, es decir, una declaración de su decisión de ir a Jerusalén, donde le esperaba un enfrentamiento a vida o muerte con el sistema de poder que reinaba en su propio país.

Endurecer el rostro
Lucas, en el texto paralelo (9,51), dice que Jesús “endureció su rostro”. Es una manera plástica de decir que “ir hacia Jerusalén no fue para Jesús una elección cualquiera, sino la elección de su vida terrena, la decisión que calificó toda su misión y su obra y de la que todo dependería. Análogamente deberá estar en la vida del discípulo: El amor… nunca es solo un movimiento afectivo, sino que es también un empuje de toma de decisiones. Es la decisión que yo tomo a favor de Dios, en la fidelidad a Él y en el servicio al hombre” (M Grilli).

A Pedro, que Jesús mismo había elogiado en la lectura del domingo pasado, le costaba aceptar esto; él parecía creer en un Jesús “blando”, que hacía propuestas bonitas y fascinantes, pero que no caería en la “tontería” de dar la vida por ellas. Jesús, sin embargo, no juega a decir cosas bonitas o a proclamar verdades sin consecuencias. Jesús no se deja desviar de su propósito por las buenas y cobardes intenciones de Pedro, sino que se muestra dispuesto a ser coherente hasta el final.

¿Qué significa seguir a Jesús en su camino hacia la cruz y la resurrección?

1.- Contemplar la meta definitiva de la vida
Lucas dice que ha llegado para Jesús el tiempo de “ser elevado al cielo”, en una expresión que recuerda al profeta Elías (2 Re 2, 35). A Jesús le llegó el tiempo de “ser elevado al cielo” y de cumplir la misión para la que vino a la tierra.
“La vida se nos da gratis y la merecemos dándola”, dijo un sabio hindú. La meta de la vida es su consignación, su consumación en esperanza de que el grano de trigo que cae en tierra da fruto.

¿Cuál es la meta de mi vida? ¿Sobrevivir? ¿Ser grande a los ojos de la humanidad? ¿Amar hasta dar la propia vida por amor?

2.- Vivir como peregrinos

El camino de la vida es una “subida”. El Papa actual puso de moda la expresión “Una Iglesia en salida”. En realidad, todos nosotros somos peregrinos, llamados constantemente a salir de nuestra tierra, como Abraham: “El Señor dijo a Abrán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que to te indicaré” (Gn 12, 1).
Para “subir”, para alcanzar la meta, lo primero es saber “salir” de nuestra comodidad, de nuestro estado actual, incluso de nuestro grado de santidad actual. Como a Abraham, como a Jesús, el Señor nos pide que nos pongamos en camino, que miremos a la meta de nuestra madurez, de nuestro encuentro con el Padre.

El famoso filósofo polaco Bauman habla de tres tipos de caminantes:
-turistas: se mueven atraídos por la belleza del mundo, sin atarse a nada.
-vagabundos: se mueven porque ya nadie los aguantan donde están.
-peregrinos hacia un santuario, hacia una meta.

¿Qué tipo de caminante soy yo? ¿Camino hacia una meta o voy escapando de las situaciones, porque no aguanto más o porque no me aguantan?

La vida humana es un caminar hacia la madurez del amor, hacia la propia entrega; en eso consiste la madurez humana, lo que implica cargar con la propia cruz, asumir la responsabilidad de nuestro amor, incluso hasta la donación total, como hizo Jesús.
La vida se vive dándola, gastándola, exponiéndola desde el amor y para el amor. Vivir consiste precisamente en eso, en gastar la vida en aras del amor. Si uno quiere agarrarse al don precioso de la vida, sin ponerla al servicio, se parece a aquel que recibió un denario y, en vez de negociar con él, lo guardó bajo tierra; terminará perdiendo lo poco que ha recibido.
No es que Jesús quiera morir, lo que quiere es vivir plenamente conforme a la voluntad de su Padre. Pero ese vivir plenamente no se logra si uno no se arriesga, si uno no se expone, si uno no es coherente y fuerte.

P. Antonio Villarino
Bogotá

¿Qué piensan las personas de Jesús (y de mí)?

Un comentario a Mt 16, 13-20 (XXI Domingo ordinario, 27 de agosto del 2017)

Mateo nos sitúa hoy en Cesarea de Felipe, una ciudad romana, en la frontera norte de Israel. Allí, lejos de Jerusalén, Jesús plantea la pregunta sobre su identidad. Podemos imaginar a Jesús, meditando, en sus largas noches de oración, sobre su propia identidad y sobre la misión que debe desempeñar en este mundo. Por otra parte, él, como todos nosotros, necesita confrontarse con los demás y, especialmente, con sus discípulos. Se pregunta: ¿Qué piensan las personas de mí ¿Entienden lo que soy y lo que anuncio? ¿Será que mis discípulos sintonizan realmente conmigo o buscan sus propios intereses?

Como Jesús, también nosotros necesitamos pararnos de vez en cuando para reflexionar sobre el camino que estamos haciendo en la vida, escuchar qué piensan los demás de nosotros y asumir nuestra identidad con claridad y coherencia, aunque no siempre nos comprendan.

A esa pregunta sobre la identidad de Jesús se dan en el texto tres respuestas:
1. La visión de las masas. Es evidente que Jesús aparece ante la gente como un gran profeta: enseña de manera nueva, curas enfermos, arroja malos espíritus, propone un cambio profundo en la sociedad y en la vida religiosa…

Esta visión se parece bastante a la de muchas personas de nuestro tiempo, para quienes Jesús es un personaje histórico interesante, casi fascinante, pero uno más de los grandes hombres que de vez en cuando surgen en la humanidad.

Estas personas se quedan en la superficie, no logran captar la verdadera personalidad de Jesús, como nos pasa a veces a nosotros mismos: ¿No les pasa que a veces los demás no logran captar lo que nosotros somos realmente?

2. La visión de los discípulos: Mateo pone la respuesta de los discípulos en boca de Pedro: “Tú eres el Cristo”, es decir, el Mesías esperado, el Ungido por Dios para liderar a su pueblo.

Esta visión es la de tantos que, al leer los evangelios y al orar, se sienten en sintonía con la persona y el mensaje de Jesús, como “ungido por Dios”. En sintonía con Jesús también nosotros nos sabemos “ungidos”.

3. La visión de Jesús mismo: Todo lo dicho por la gente y por los discípulos es verdad (él es un profeta, es el Mesías de Dios), pero, ¡ojo!, no se hagan una falsa idea. Este Mesías luminoso y fascinante está llamado a pasar por Jerusalén, es decir, a ser sometido a dura prueba, a pasar por la muerte antes de convertirse en semilla de una esperanza que no muere nunca.

Aceptar este paso por la cruz es la “piedra de toque” de una fe verdadera, que va más allá de un entusiasmo pasajero. A Pedro le costó mucho dar este paso, como a todos nosotros. La presencia del Espíritu le ayudó a comprender a este Jesús, que es el Cristo de Dios, pero, no como rey y jefe dominador, sino como “siervo de Yahvé”, como quien está dispuesto a ser rechazado, despreciado y torturado, pero sin perder su condición-identidad de hijo.

La experiencia de Jesús vale también para nosotros. Digan lo que digan los demás, como Jesús, nosotros sabemos que somos, sobre todo, hijos. En eso consiste nuestra más profunda identidad, aunque a veces debamos afrontar contradicciones y sufrimientos.

No nos dejemos engañar por las opiniones ni por nuestras propias dudas: Si nos dejamos iluminar por el Espíritu, también nosotros sabremos, en el fondo del corazón, que nuestra identidad principal es ser hijos amados y elegidos, a pesar de las cruces que nos toque cargar.

P. Antonio Villarino
Bogotá

Lo que importa es la fe (la mujer cananea)

Un comentario a Mt 15, 21-28 (XX Domingo ordinario, 20 de agosto del 2017)

Antes de narrar este episodio que habla de la mujer cananea, Mateo nos habla del enfrentamiento que Jesús, y las primeras comunidades cristianas del Siglo I, tuvieron con aquella parte de la sociedad judía que se aferraba a las tradiciones (ritos, costumbres, convenciones sociales), dándoles un valor exagerado. Todas las culturas tienen normas de conducta, maneras de orar y celebrar el culto, ritos de convivencia, etc. Sin eso es imposible vivir en sociedad. Pero el peligro está en “divinizar” y sacralizar excesivamente esas tradiciones que suelen ser fruto de la historia humana y que a veces se vuelven cáscaras vacías, letra muerta, que hace más mal que bien. Por eso Jesús critica severamente a sus contemporáneos, usando una frase de Isaías:

Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí;
en vano me dan culto,
pues las doctrinas que enseñan
son preceptos humanos.

Frente a esta actitud “religiosa tradicionalista” (es decir, aferrada a normas y tradiciones ya superadas), Mateo nos pone el ejemplo de una mujer cananea (no judía) que, sin conocer las tradiciones ni las estrictas normas judías, tiene una actitud de fe que conmueve a Jesús por su sinceridad y autenticidad. Esta mujer tiene las características de un buen discípulo, que encuentra en Jesús la respuesta a sus anhelos profundos:

1.- Humildad, es decir, reconocimiento de la propia realidad y necesidades. Difícilmente un orgulloso o arrogante puede ser discípulo de Jesús. La cananea es humilde, tiene conciencia de su realidad. Se dice que no hay mejor cocinero que el hambre, es decir, sin deseo no hay manjar que nos satisfaga. De la misma manera, el verdadero creyente es una persona con “hambre” de verdad, de justicia, de amor, de Dios.

2.- Saber “gritar”, es decir, saber pedir ayuda, no encerrarse en sí mismo, sino abrirse a la ayuda de otros. El discípulo no se cree falsamente auto-suficientes, sino que sabe abrirse al Otro, sabe pedir ayuda cuando la necesita.

3.- Persistencia y constancia. Ante una primera negativa, la mujer no desespera, sino que insiste, persevera, sigue exponiendo su necesidad. No siempre nuestra oración es escuchada a la primera; no siempre logramos el objetivo buscado inmediatamente; no siempre logramos superar enseguida nuestras dificultades y problemas. El creyente, precisamente porque es necesitado y humilde, insiste y persevera, no se rinde nunca, espera sin fin.

4.- Fe y confianza, que rompe las normas establecidas y las tradiciones. La fe, no solo mueve montañas, sino que abre fronteras impensables. El mismo Jesús pensaba que había venido solo para los judíos, pero la fe de esta mujer le ayudó a comprender que la misericordia del Padre no está sujeta a fronteras geográficas, políticas, ideológicas o religiosas. Siempre es posible superar cualquier frontera. Siempre es posible confiar en el Dios de la Vida y de la Misericordia, digan lo que digan las normas y las convenciones sociales.
Ojalá nosotros podamos escuchar de Jesús su encendido elogio:

¡Mujer, qué grande es tu fe!
Que te suceda lo que pides.

P. Antonio Villarino
Bogotá

Cuando el mar se pone bravo

Un comentario a Mt 14, 22-33, XIX Domingo ordinario, 13 de agosto de 2017

El texto que leemos hoy en el evangelio de Mateo, que sigue al relato de la multiplicación de los panes, se centra en la narración de la barca en medio de la tormenta. Su lectura me provoca la siguientes reflexiones:

1. Jesús mandó que subieran a la barca. Algunas traducciones dicen que les “apremió”, es decir, que casi los forzó a que subieran a la barca para ir a la otra orilla del lago. Después de un éxito fantástico (la multiplicación de los panes), cuando la tentación podía ser la de “dormirse en los laureles”, Jesús sube al monte solo (para encontrarse con el Padre) y obliga a los discípulos a ponerse en marcha hacia otro lugar, sin quedarse en la autosatisfacción de lo conseguido. Por eso el papa Francisco interpreta tan bien a Jesús cuando nos invita a salir de nosotros mismos, de nuestras metas ya conseguidas, para ir siempre más allá, superando una y otra vez las fronteras personales y comunitarias.

2. El viento era contario. Cuando los discípulos obedecen y suben a la barca para buscar nuevas fronteras, se encuentran con que el “viento es contrario”, el camino se hace peligroso, aparece la posibilidad del naufragio y del fracaso. Cuando estaban en la parte del lago que ellos dominaban (donde habían participado en la multiplicación de los panes), quizá llegaron a creerse importantes y poderosos; ahora, en medio del mar de la vida, sienten la rebeldía de la realidad que no se amolda a sus deseos. Y llegan a dudar y a tener miedo. Los discípulos hacen la experiencia de su fragilidad.

3. Ánimo, soy yo, no teman. En esa situación de duda, de fracaso, de conciencia de los propios límites, Jesús se hace presente con una frase que identifica a Dios presente en toda la historia de la salvación: “Yo soy”, es decir, yo estoy aquí para ustedes, yo estoy aquí. Y, cuando Dios acompaña a su pueblo, se superan todas las dificultades, se alcanza la “otra orilla”, la tierra prometida; se inicia una nueva vida.

4. Pedro cree, pero duda y finalmente agarra la mano de Jesús. Pedro, como los otros discípulos, primero piensa que Jesús es un fantasma; luego cree y se lanza al mar, para volver a dudar y, finalmente, gritar: “Sálvame”. La experiencia de Pedro nos representa a todos nosotros: creemos, dudamos y lanzamos un grito de ayuda. Es así como vamos creciendo en la fe y vamos avanzando hacia nuevas fronteras de nuestra vida, aunque el mar se ponga bravo y el viento sople en contra.

Frecuentemente el Señor nos empuja para que no nos contentemos con lo que tenemos (humana y espiritualmente), sino que busquemos siempre nuevas metas y posibilidades. No nos dice que será fácil el camino, sólo nos asegura su presencia y nos pide que creamos en su Palabra.

P. Antonio Villarino
Bogotá

La experiencia del encuentro con Jesús

Un comentario a Mt 17,1-9 (XVIII Domingo ordinario, 6 de agosto de 2017)

Conviene que recordemos brevemente este texto en su contexto. El Maestro, a quien Pedro acaba de reconocer como “el Hijo del Dios vivo”, comienza “a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho”. Los discípulos, por boca de Pedro –el vocero de los Doce– se muestran reticentes ante esta decisión de Jesús.

“Seis días después”, dice el evangelista, es decir, una semana después, Jesús tomó a sus tres discípulos más íntimos y los llevó al monte a solas. Allí Jesús se transfigura y los discípulos tienen una experiencia muy especial. En este relato yo resalto los siguientes elementos:

-El monte: Implica alejamiento de la rutina diaria con lo que se rompe el ritmo de lo acostumbrado, de lo aceptado como norma de vida por todos; el contacto con la naturaleza, no manipulada por el hombre, un espacio físico que el ser humano no controla y que, por tanto, le ayuda a encontrarse con lo que está más allá de sí mismo o de la sociedad; un lugar donde es posible percibir cosas nuevas sobre uno mismo, la realidad que nos rodea, el misterio divino…

-Rostro y vestidos brillantes. Con ello el evangelista parece querer decirnos que los discípulos vieron a Jesús desde otra perspectiva. Los discípulos tienen una experiencia de Jesús que va más allá de su apariencia física de hijo de María, vecino de Nazaret y predicador ambulante. Es una experiencia que han tenido después muchos santos, empezando por San Pablo. Es la experiencia pascual que ayudó a los discípulos a poner en su lugar la cruz y el duro trabajo del Reino.

-La Ley y los profetas: Moisés y Elías conversan con el Maestro. Nuevo y Viejo Testamento se dan la mano, dentro de un plan general de revelación y salvación. Para entender a Jesús es importante dialogar con la Ley y los profetas del A.T. Para entender a estos es importante volver la mirada a Jesús.

-El Gozo del encuentro: “Qué bien se está aquí”. Una y otra vez los discípulos de Jesús, de entonces y de ahora, experimentan que la compañía de Jesús les calienta el corazón, les hace sentirse bien. Les pasó a los discípulos de Emaús, a Pablo que fue “llevado al quinto cielo”, a Simone Weil, a Paul Claudel y a tantos santos. El encuentro con el Señor, también ahora, produce una sensación de plenitud, de que uno ha encontrado lo que más busca en la vida.

-La revelación del Padre: “Este es mi hijo amado. Escuchadlo”. Los discípulos comprendieron que en su amigo Jesús Dios se revelaba en su grandiosa misericordia. Y que, desde ahora, su palabra sería la que señalara el rumbo de su vida, lo que estaba bien y mal, las razones de vivir…Todos buscamos “a tientas” el rostro de Dios. Algunos lo buscan siguiendo las enseñanzas de Buda, o de antiguos escritos, o de nuevas teorías (New Age), o del placer material, del orgullo de sus propios éxitos… Los discípulos tuvieron la sensación de que Jesús es el rostro del Padre. Nosotros somos herederos de esta experiencia y pedimos al Espíritu que la renueve en nosotros.

-El temor ante la grandeza de esta experiencia: Los que tienen una experiencia del misterio divino no se vuelven orgullosos, sino temerosos, como Pedro ante la pesca milagrosa: “Aléjate de mí que soy pecador”. Es como quien descubre un gran amor, le da alegría, pero teme no ser digno o no estar a la altura.

-El ánimo de Jesús: “No teman. Levántense”. Vamos a bajar del monte. Volvamos a la vida ordinaria. Sigamos trabajando como siempre, gastando nuestras energías en las mil y una peripecias de la vida, con éxitos y fracasos, con alegrías y penas, pero con el corazón caliente, animado, consolado, fortalecido para acoger la misión que el Padre nos encomienda y realizarla sin temor.

P. Antonio Villarino
Bogotá