Laicos Misioneros Combonianos

Dios anda entre los pucheros: Jesús carpintero, hijo, hermano, vecino

Comentario  a Mc 6, 1-6 (Domingo XIV T.O: 8 de julio del 2018)

Marcos nos muestra a Jesús como un maestro peregrino, que, después de recorrer aldeas y pequeñas ciudades de Galilea, en las cercanías del Lago de Galilea, vuelve al pueblo donde creció, Nazaret, y donde, al parecer, en vez de acogerlo, como hicieron tantos vecinos de los alrededores, lo rechazaron. Marcos lo explica con la famosa frase de Jesús: “Ningún profeta es aceptado en su propio pueblo y en su propia casa” y concluye diciendo que Jesús se maravillaba de su incredulidad.

La experiencia de Jesús –ser rechazado por los suyos– es una experiencia bastante común, que a mi modo de ver refleja dos errores que todos cometemos con frecuencia:

  • Imaginarnos a Dios como alguien lejano de la vida cotidiana.

Ha pasado en todas las etapas de la historia y en todas las religiones: Muchos piensan que a Dios hay que buscarlo en lo extraordinario: un lugar maravilloso, una gran catedral, un santuario muy especial, un personaje con cualidades extraordinarias, más allá de las nubes… Como si Dios no tuviera nada que ver con lo que somos y vivimos e nuestra cotidianidad. Sin embargo Jesús muestra todo lo contrario: que Dios se hace uno de nosotros (Emanuel): nace como emigrante, trabaja como carpintero, va los sábados a la sinagoga, suda, bebe, come, hace amigos… Y en y todo eso se manifiesta como el Hijo  amado del Padre.

La mejor manera que encuentro para explicar esta experiencia de Dios que hicieron los primeros discípulos de Jesús –y los que ahora siguen como discípulos-  es la famosa frase de Santa Teresa de Ávila: “Dios también anda entre los pucheros”. Lo dicho: No busquemos a Dios en lo extraordinario, sino en lo ordinario de cada día: en el trabajo, en las relaciones familiares, en las amistades, en la lucha sincera por los derechos de los pobres, en el esfuerzo por la justicia y la honestidad, también en la oración sencilla y sincera (sin aspavientos ni pretensiones retóricas)… “entre los pucheros”.

  • Volvernos escépticos y duros de corazón, con los que viven con nosotros.

Dice un viejo dicho que no hay persona menos respetuosa en un templo que el sacristán: acostumbrado a moverse en un lugar sagrado, termina por perder el respeto… Nos puede pasar a nosotros con las personas que viven cerca de nosotros: miembros de nuestra familia o de nuestra comunidad, compañeros de trabajo, los catequistas o el párroco de mi parroquia… Viviendo cerca de estas personas, corremos el riesgo de ver sólo sus límites y defectos, ignorando quizá el mucho bien que hacen. Lejos de aprovecharnos de su cercanía para amarlos y aprender de ellos, terminamos por enredarnos en una visión hipercrítica y dura que nos imposibilita para descubrir el mensaje que Dios nos quiere transmitir a través de ellos, a pesar de sus límites y defectos… Dios no se nos presentará con el disfraz de una persona perfecta, sino con la realidad de las personas concretas que nos rodean.

Al escuchar el evangelio de hoy, pido al Señor para mí y para todos esta humildad que nos hace capaces de reconocer a Jesús en el humilde profeta de Nazaret y en tantas personas que hoy viven conmigo y me ayudan a descubrir la presencia divina en medio de la realidad que estoy viviendo, con sus oportunidades y problemas, con  sus aciertos y fracasos.

Señor, no permitas que me vuelva arrogante o cínico como los habitantes de Nazaret. Que mi corazón esté siempre abierto a reconocer  tu humilde presencia a mi alrededor, a pesar de mis propios límites y los de los demás.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Dos vidas recuperadas

Comentario a Mc 5, 21-43 (XIII Domingo del TO: 1de julio del 2018)

Marcos sigue presentando a Jesús actuando en las dos orillas del lago de Galilea, con un mensaje claro de cercanía divina a los pobres y a los corazones “rotos”; un mensaje que se expresa, no sólo en palabras inspiradoras, sino también en gestos concretos que confirman las palabras y les dan concreción “física”; Jesús realiza lo que podemos llamar “signos mesiánicos”, es decir, acciones concretas que se convierten en manifestaciones de la presencia de Dios en medio de su pueblo, tanto entre los habitantes de Gerasa (en la “otra orilla”) como entre los de Cafarnaúm.

De “impuras” a hijas
En la lectura de hoy se nos cuenta la historia de dos mujeres (una niña de doce años y una adulta enferma el mismo número de años), que, siendo impuras (una cadáver y la otra perdiendo sangre) son tocadas por Jesús y recuperan, no sólo la vida, sino también su dignidad de hijas, capaces de levantarse (“a ti te lo digo, levántate”), de creer (“tu fe te ha salvado”) y de participar en el banquete de la vida (“denle de comer”).

A veces leemos estos episodios como si Jesús fuera un mago que, con poderes especiales, produce efectos mágicos… Ciertamente, yo no dudo de los poderes extraordinarios de Jesús. Pero creo que esa no es la perspectiva adecuada para entender lo que pasó en la rivera del lago de Galilea ni lo que sigue pasando hoy. La perspectiva adecuada es la del “signo mesiánico”, es decir, una acción, un gesto que nace de la confluencia de dos elementos fundamentales:

-La extraordinaria capacidad de Jesús de amar y entrar en sintonía con las personas en su situación concreta, a pesar de estar condenadas por la tradición; su cercanía afectiva profunda, que, tomando muy en serio la realidad de cada persona, le transmite su propia experiencia de la cercanía amorosa del Padre. Como dice Benedicto XVI, sólo el amor salva. Cuando alguien se sabe amado, recobra su dignidad, es capaz de levantarse y de realizar una vida plena.
– La fe de personas sencillas, que, amenazadas por la enfermedad y la muerte, levantan sus corazones y sus esperanzas a Dios como único refugio… En mi vida misionera en África, Europa y América, he encontrado muchas personas que son como el papá de la niña moribunda o la mujer desesperada ante una enfermedad humillante, prolongada y esterilizante.

Ante una situación así, esas personas buscan una salida por cualquier parte: la medicina, la oración, el buen consejo… Cualquier cosa que ayude a recuperar la vida amenazada. Muchos les dicen que no hay nada que hacer, que se resignen; se burlan de su búsqueda, de su fe, de su no contentarse con lo peor. Sin embargo, esa búsqueda merece ser respetada y tomada muy en serio. Eso es lo que hace Jesús, que, desde una experiencia extraordinaria de comunión con el Padre de la Vida, se siente también en comunión con los hijos e hijas que pasan por momentos difíciles, que, marginados, dudan de su propia dignidad y de ser amados.
Palabras y gestos

Todos los seres humanos, incluso los que se creen más seguros y prepotentes, somos criaturas débiles expuestas a enfermedades, sufrimientos, desprecios, peligros y, en definitiva, a la muerte, aunque algún “milagro” aleje la muerte de nosotros por algún tiempo, como sucedió a la hija de Jairo, la hemorroísa o Lázaro. Por eso no creo que el objetivo de los milagros de Jesús fuese el de dar a las personas un poco más de tiempo en una vida, de todos modos, mortal, sino una vida diferente, una vida con amor y dignidad, como hijos e hijas de un Padre amoroso, que se interesa por nosotros y toma en serio todo lo que nos pasa. Las dos mujeres, después de la acción de Jesús, podían decir en verdad: “Yo soy importante para Dios, yo soy importante para Jesucristo, yo soy importante en la comunidad de los amigos de Jesús. Yo no soy una enferma o una muerta. Soy HIJA”.

Ese es el mensaje central de Jesús. Para manifestarlo se sirve de palabras, pero también de signos “mesiánicos”, que, tal como aparecen en Marcos, tienen una doble condición:
-son concretos y prácticos, ligados a la vida de la gente; ayudan a las personas de manera “física”; resuelven un problema real de la vida.
-transcienden la materialidad, para transmitir algo que va más allá del gesto concreto en su estricta materialidad: no se reducen a una “ayuda material”, sin alma, desconectada del amor; comunican una confianza en la persona y la llevan a superarse a sí misma, a levantarse y ponerse ella misma a servir.

Por eso, tomando como modelo a Jesús, la misión cristiana camina siempre por ese doble raíl de la palabra y la acción, de la caridad y la fe, de lo material y lo espiritual. Ambas dimensiones son esenciales y se reclaman mutuamente: la palabra sin acción se hace mentirosa, la acción sin palabra pierde su sentido.
P. Antonio Villarino
Bogotá

Retiro sobre “la misión de los Laicos Misioneros Combonianos: desafíos, sueños, esperanzas”

retiro LMC

retiro LMCDurante el sábado 16 y domingo 17 de junio nos encontramos en la Osservanza en Bolonia para un tiempo de convivencia, rezar juntos y reflexionar sobre la “Misión de los Laicos Misioneros Combonianos: desafíos, sueños, esperanzas”, dirigido por el Padre João Munari.

El sábado por la tarde estuvieron presentes del grupo de Bolonia: Micaela, Emma, ​​Chiara, Eileen, Agostino, Giuliana, Annalisa y Michele y del grupo de Padova: Fabrizio, Francesca, Dorella y Roberto.

Comenzamos a partir del significado del término “Misión” y de la Palabra.

Para empezar, el padre Juan nos recordó que el Evangelio es una propuesta para todos, tanto para los laicos como para los sacerdotes, hermanas, etc. Las bienaventuranzas son un ideal de vida para todos, no sólo para los religiosos.

El bautismo recibido da pleno derecho (y deber) a cada uno para sentirse parte integrante de la Iglesia, anunciar el Evangelio, trabajar por la Iglesia, es un “derecho de ciudadanía” dentro de la Iglesia para todos los bautizados. Y si queremos construir algo, debemos hacerlo desde la Palabra, no desde documentos.

Nos hicimos algunas preguntas: ¿Qué significa hacer del Evangelio el ideal de nuestra vida? ¿La iglesia se perdió hoy? ¿Qué es lo que el Espíritu nos pide? ¿Por qué el Papa Francisco habla tanto sobre la necesidad de renovar la liturgia? ¿También sentimos esta necesidad? ¿Sentimos fe y vida en las liturgias de nuestras iglesias?

Partiendo de quiénes somos y recordando que el fundamento de nuestra fe es la Palabra, que celebramos en la liturgia, nos concentramos en nuestra relación con el mundo como Iglesia.

La gran revolución es entender que la Iglesia no es el centro del mundo, sino que es la Iglesia la que gira en torno al mundo, así como ocurrió en la revolución copernicana.

Y la renovación de la Iglesia también pasa por la liturgia.

Más adelante dimos tiempo para hablar de los dos grupos: como grupos de Bolonia y Padua hablamos sobre los compromisos asumidos en el territorio durante este año. Hemos enfatizado la riqueza que cada uno de nuestros grupos tras años de camino y que se corre el riesgo de perderlo, disipándolo y no reconociéndolo, por falta de una memoria común.

Después de reflexionar, en torno a la Palabra, cada uno de nosotros presentó una señal del camino de este año: el folleto de los “aperitivo de los Pueblos” organizados en Padua, el folleto de reuniones en las parroquias sobre los “nuevos estilos de vida” organizados en Bolonia, algunos libros significativos (incluyendo Ave María de la escritora Murgia), Wipala, un lápiz 80% reciclado que no rompe y hasta escribe sin punta, la tarjeta con nuestro nombre, el aceite de Nardo.

Después de la cena nos reunimos para escuchar los testimonios de vida misionera de las Hermanas Elisabetta y Federica, Misioneras Combonianas, respectivamente, en Chad y en Centroáfrica. Fue bueno sentir como la alegría y la pasión guían sus pasos, incluso en las dificultades que encuentran diariamente en sus trabajos entre esas poblaciones. Elisabetta, una médica que trabaja diariamente con heridos muy graves debido a las armas de fuego a causa de la guerra interna en Chad; la hermana Federica, una enfermera que trabaja entre los pigmeos en el bosque.

El domingo por la mañana partimos del Evangelio de Juan (6.1-14): Jesús pide a los discípulos, después de la multiplicación de los panes, que recojan las sobras: “Recoger los pedazos que quedan para que no se pierda nada”.

¿Qué hicieron? “Recogieron los pedazos y llenaron doce cestos con las sobras de los cinco panes, dejados por los que habían comido. ¿Cuál será el motivo de tanta riqueza?

Debemos tener cuidado para que nada se pierda. Pensando en nuestros grupos este Evangelio nos invita a redescubrir la riqueza de nuestros grupos en toda Italia.

A continuación, leímos algunas partes de la carta de 1994: Carta del Superior General y su Consejo a todos los cohermanos sobre el Laicado Misionero Comboniano. Aconsejamos a todos para releerla, nos sorprendió leer algunas definiciones, negro en el blanco, afirmando la importancia de la identidad del laico misionero comboniano (“tocado, inspirado y contagiado por el carisma de Comboni”) “Los LMC constituyen un hecho nuevo que nos obliga como religiosos a confiar, tener disponibilidad y creatividad…”, escribe el padre general y muchas otras cosas bonitas que fortalecen la fuerte relación entre religiosos y laicos dentro de la familia Comboniana. En primer lugar, sin embargo, este documento nos recuerda que ser LMC es una vocación. Y aquí todos debemos reflexionar sobre nuestra vocación.

En septiembre, comenzaremos nuevamente a dar forma y contenido a nuestra caminata para el próximo año, preparándonos para enfrentar con fe y coraje los desafíos que nos serán presentados, ¡seguros de que no estamos solos en este camino!

retiro LMC

Grupo LMC de Bolonia, Italia

“No hay peor ciego que el que no quiere ver”

 Comentario a Mc 3, 20-35, X Domingo ordinario (10 de junio del 2018)

Después del tiempo de Pascua y Pentecostés -y los domingos extraordinarios dedicados la Santísima Trinidad y al Corpus Christi-, retomamos ahora la lectura continuada del evangelio de Marcos en su capítulo tres. En el texto de hoy se mezclan varios temas aparentemente diferentes: (la familia de Jesús, el rechazo de Jerusalén, el discipulado), pero a mí me parece que todo lo leído se puede reducir a una sola cuestión: ¿Rechazamos o aceptamos a Jesús como Maestro? ¿Estamos abiertos a es- cuchar su llamado a la conversión?

Precisamente, el gran pecado de Jerusalén, de los escribas en este caso, (y al parecer también de una parte de la familia natural de Jesús) fue no reconocer el Reino de Dios que se hacía presente de una manera muy clara y fuerte en la persona de Jesús. Los escribas confundían el mal con el bien, diciendo que Jesús llevaba dentro un espíritu del mal. Y algunos de sus familiares llegaron a pensar que Jesús no estaba en su sano juicio.

Hoy se habla mucho de la “posverdad”, es decir de una mentira tan repetida en las redes sociales que muchos la confunden con la verdad, a pesar de ser una clara mentira. Pues algo parecido ya les pasaba a los escribas de Jerusalén y a algunos parientes de Jesús: preferían mantenerse en la mentira que abrirse a la verdad de Dios.

Esto les pasa por tener los oídos tapados por sus intereses egoístas, los ojos del espíritu cerrados para ver las maravillas del Reino y los corazones endurecidos para cambiar y convertirse. Nos puede pasar a nosotros también que, cuando intuimos que Dios nos habla y nos pide un cambio, preferimos no escuchar, no ver, no abrir el corazón. Como dice el dicho, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

Esto es lo que en el evangelio se llama “blasfemia contra el Espíritu santo”, es decir, “el rechazo obstinado a reconocer los signos y la acción de Dios en los signos de su santo Espíritu, en cerrar los ojos a la positividad de la predicación profética y de la actividad de Jesús, interpretándolas como acción demoníaca” (R. Pesch).

Pero, por otra parte, hay algunas personas sencillas que, al escuchar a Jesús y al ver las obras de misericordia que hace, abren los oídos y los ojos, se dejan tocar el corazón y se ponen a caminar detrás de Jesús como discípulos. Estos –dice Jesús- son “mi madre y mis hermanos”. Estos son mi familia verdadera, porque comparten conmigo el amor del Padre y la pasión por cumplir su voluntad, su proyecto del Reino de verdad y de amor, de justicia y libertad.

A estos se les dirá más tarde: “Vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer…”.

La pregunta para nosotros hoy es: ¿De qué parte estoy yo? ¿Me encierro en mí mismo o escucho la propuesta de renovación de Jesús? ¿Soy un escriba interesado en mantener mi propia “posverdad” (falsedad) o estoy abierto al cambio que Dios me pide en este momento de mi vida?

P. Antonio Villarino

Bogotá

El corazón de Jesús – misión de la compasión

Corazon de Jesus Comboni

Corazon de Jesus ComboniCompadecido, extendió su mano y lo tocó diciendo: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,41)

Esta acción simple de Jesús está llena de significado y expresa fuertemente su actitud hacia los marginados. Es también un acto de rebelión contra la injusticia basada en un sistema socio-religioso de exclusión. Así, el Padre se revela a nosotros (Col 1,5), en un hijo que, a lo largo de los caminos de Palestina, es capaz de tocar a un leproso para curarlo. Marcos, ya en el primer capítulo, nos revela a Cristo que es capaz de amar, con un corazón que rebosa compasión, la cara visible de Dios que lo ha enviado (Mc 1,1).

La devoción al Corazón de Jesús es, desde los inicios de nuestro Instituto, una fuente de espiritualidad donde nuestra misión está firmemente arraigada. En ella entramos en la intimidad de la persona de Jesús, en sus actitudes, en sus deseos y en la visión del mundo nuevo que anuncian las Bienaventuranzas. Por lo tanto, su contemplación nos revela el núcleo de nuestra vida consagrada: la centralidad del amor de Dios como clave para la lectura de la historia de la salvación. Un amor que se encarna y se define como pasión total por la humanidad (AC 2015, no. 22). Para profundizar este misterio la oración personal es un espacio cualificado porque es un encuentro íntimo con Jesús en la humildad. Se convierte así en una experiencia de perdón, de acogida y de gratuidad, que nos transforma y nos moldea según su Corazón.

El Corazón traspasado del Buen Pastor nos llama a la donación constante de nosotros mismos, con todo lo que somos. La misión es donarse sin esperar nada a cambio, para vaciar nuestra vida por los otros. Esta es nuestra consagración: hacer de nuestra vida un instrumento de la misericordia del Padre encarnado en el carisma dado a Comboni. Nuestra historia, con todas sus limitaciones e inconsistencias, nos deja testimonios imborrables de hermanos que han consumido sus vidas hasta el fin por el Evangelio. Hombres que se han dejado modelar en un ciclo de conversión permanente a través de la experiencia de la relación con el amor del Padre, se convierten en pan para los hambrientos y esperanza para los desesperados (AC 2015, no. 14).

Marcos nos habla de la vida de un hombre que tiene como característica principal la compasión, porque este es el rostro que el Padre ha querido mostrarnos. Su atención a los más pobres se convierte así en un elemento constitutivo de la misión de la Iglesia. Un aspecto claramente presente en Comboni (S 2647). La contemplación del Corazón de Jesús nos empuja a una proximidad particular con los excluidos y nos llama a buscarlos en nuevos ámbitos, donde la vida es marginada. Al mismo tiempo, nuestro estilo de vida, que puede ser un obstáculo para el dinamismo y la flexibilidad de la misión actual, está siendo puesto en discusión. Toda nuestra actividad y reflexión debe venir desde abajo, del contacto con la humanidad crucificada. Esta es la expresión más radical de la donación total del Hijo y todavía está muy presente en algunos de los países donde trabajamos que sufren guerra u otras formas de violencia. Nuestra presencia misionera es un signo del amor que fluye del Corazón de Jesús (RV 3,3).

Comboni, hombre marcado por la experiencia religiosa de su tiempo, ha desarrollado su propia dimensión misionera de la espiritualidad del Corazón de Jesús. El don total del Padre en el Hijo es un signo de amor que nos abre a una nueva esperanza. El Reino es un programa para la liberación de la vida en plenitud (S 3323). Esta profunda convicción lo llevó a recorrer miles de kilómetros a través del Nilo y el desierto, poniendo en peligro su vida porque el Cristo traspasado es también una fuente de vida para los más alejados. La audacia de nuestro Fundador al abrir nuevas fronteras a la evangelización es parte de nuestra espiritualidad y misión. La re-visitación de la Regla de Vida es también una oportunidad para crecer en la pasión por el evangelio en busca de los olvidados.

Los desafíos mundiales actuales hacen que nuestra misión sea urgente. Vivimos tiempos llenos de expectativas y deseos de nuevas estructuras políticas, económicas o sociales. Hay una búsqueda profunda y sincera de sentido, pero fácilmente puede caer en respuestas efímeras que conducen sólo a la alienación o al nihilismo. La locura del Evangelio (1 Cor 1,25) transforma el corazón y el mundo; nuestro Instituto sigue siendo llamado a caminar, con la compasión de Jesús, a tocar a los leprosos de hoy.

La fiesta del sagrado corazón nos de la gracia de seguir creciendo en el amor.

 

El Consejo General, mccj