Laicos Misioneros Combonianos

Frente a la maraña de leyes, ama y haz lo que quieras

amor
amor

Un comentario a Mt 22, 34-40 (XXX Domingo ordinario, 25 de octubre del 2020)

Dicen que los fariseos contaban 613 preceptos en la Ley del Antiguo Testamento. ¿Les parecen muchos? Pues compárenlos con cualquier código legislativo de nuestro tiempo. Pregunten a algún experto cuántas leyes hay vigentes en su país o cuántas normas obligatorias en su municipio

De hecho las leyes son tantas en cualquier sistema jurídico de nuestro tiempo que hacen falta abogados especialistas en cada materia para intentar deshacer la inmensa maraña de leyes de todo tipo entre las que vivimos y cuyo alcance desconocemos. Ni los mismos jueces están del todo seguros sobre el alcance de muchas de las leyes existentes.

Es decir, si los judíos vivían en un sistema legal que les complicaba la vida, ¿qué decir de nosotros hoy? Nuestra vida está controlada por un sinfín de leyes y preceptos internacionales, nacionales, departamentales, municipales, etc., hasta el punto que uno no puede desarrollar ninguna actividad en la sociedad de hoy sin contar con una buena asesoría jurídica.

Probablemente tenga que ser así. Pero esa multitud de leyes no logran evitar la corrupción en casi todos los niveles de la vida social ni siempre logran dar más calidad a la vida humana. Aquí es donde creo que la repuesta de Jesús al fariseo, que leemos hoy en la Misa, es muy luminosa y orientadora, no sólo para sus discípulos, sino para todo ser humano que busque dar una orientación sana y lúcida a su obrar.

 La calidad de la vida humana no depende de la multitud de leyes, sino que viene dada por una actitud sencilla y clara: vivir la vida en el amor y el respeto; amar a Dios, como fuente suprema de toda vida, y amar a toda vida, especialmente la humana, como procedente de Dios. Lo demás se nos dará por añadidura.

Con razón, decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Si amas, acertarás en lo fundamental, aunque te equivoque en algunas cosas; si no amas, cualquier decisión será errada, aunque ningún abogado te lleve a juicio.

¿Y qué es amar? Creo que todos tenemos la intuición necesaria para saberlo en nuestra situación concreta.

A mí me gusta la frase del P. Silvano Fausti, en su comentario al evangelio de Mateo:

“El amor hace referencia, no sólo al corazón y a la mente, sino a toda la vida. El amor es ante todo la alegría del corazón por el bien del otro (lo contrario es la envidia); se expresa con la boca como alabanza (lo contrario es la crítica) y se realiza con las manos, puestas al servicio del otro como de uno mismo. Se manifiesta más en los hechos que en las palabras (cfr 1 Jn 3, 18). El amor lleva a compartir lo que se tiene y lo que se es, hasta la comunión de inteligencia, voluntad y acción. La diversidad y los límites –incluidos los negativos-, no son motivo de ocultamiento o de agresividad, propia o del otro, sino de acogida y servicio recíproco”.

Lo dicho: “ama y haz lo que quieras”

P. Antonio Villarino

Bogotá

Política y religión

cesar

Un comentario a Mt 22, 15-22 (XXIX Domingo ordinario, 18 de octubre del 2020)

cesar

Todos conocemos la famosa frase de Jesús “dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”.  Es una frase que se ha hecho muy popular para hablar de la separación entre religión y política y que muchos repiten con razón o sin ella.

Hoy la leemos en su contexto original: el de una disputa entre los fariseos y Jesús a propósito de una situación conflictiva que había en la Palestina del siglo I. Los romanos, que eran invasores y ejercían un poder dictatorial sobre los judíos, se financiaban con los impuestos que los mismos judíos pagaban al Imperio. Era una situación de injusticia institucionalizada, como muchas de las que tenemos hoy en casi todos los países, aunque en medidas distintas

Ante esa situación injusta que se les imponía por la fuerza, algunos reaccionaban “con realismo”, pagando los impuestos a regañadientes porque no tenían más remedio. Otros, no sólo pagaban a regañadientes, sino que sacaban su propio provecho, aunque “de labios para fuera” la criticaran: el sistema imperial les facilitaba una vida cómoda y, aunque fuese tapándose la nariz para no oler la corrupción, se aprovechaban de ella. Otros decían que no había que pagar impuestos como una forma de rebelión contra aquel poder opresor e impío, contrario a las leyes de Dios, aunque pocos eran realmente coherentes, ya que al final dependían del sistema imperial para el comercio y para toda la vida económica.

La cuestión, que era muy debatida, se la presentan a Jesús, no para conocer su opinión, sino como una trampa, como tantas veces ocurre en la política. Muchas veces los políticos hacen declaraciones sobre cuestiones del momento, pero su intención no es solucionar los problemas sino atacar al adversario, aprovechando una situación compleja que ellos piensan que pueden aprovechar en su favor.

En este caso que comentamos, la respuesta de Jesús se ha vuelto, como decía, emblemática y mucha gente cita la frase para decir algo así como “no mezclemos religión y política”, aunque esa citación es muchas veces interesada. 

A mí se me ocurren a este propósito tres ideas que les comparto por si les sirven:

-Por una parte, es imposible separar religión y política, ya que todo lo humano tiene que ver con la “polis”, es decir, con la organización política de una sociedad; al mismo tiempo, todo lo humano tiene que ver con la religión, ya que cualquier acto humano (personal, político, económico, artístico), precisamente en cuanto humano, tiene una dimensión religiosa y ética que no se puede soslayar. El ser humano es único y no puede dividirse: el político no deja de ser religioso y el religioso no deja de tener una dimensión política.

-Pero, por otra parte, es verdad que lo religioso y lo político son dimensiones diferenciadas, cada una con su propia responsabilidad, de tal manera que personas con la misma fe pueden adoptar decisiones políticas diferentes, según sus conocimientos o percepciones de la realidad y de lo que es necesario hacer. Las decisiones políticas pueden y deben tener una fundamentación religiosa (por ejemplo, las motivaciones de fondo o los objetivos de justicia a alcanzar), pero, en la toma de decisiones, hay además otras dimensiones (económicas, sociales, culturales, etc.) que yo debo discernir desde mi propia libertad y responsabilidad, sin escudarme en alguna instancia religiosa.

-Por eso la respuesta de Jesús se plantea a un nivel más hondo: el de la coherencia humana y la verdad, frente a la hipocresía y la mentira. El verdadero debate, viene a decir Jesús, no se plantea entre pagar impuestos a un Imperio o no, sino entre sinceridad e hipocresía, autenticidad y manipulación, verdad y mentira, lenguaje “políticamente correcto” y lenguaje verdadero y realista. Lo que Jesús nos pide es esta actitud de verdad, autenticidad y libertad.

Estos principios valen a la hora de tomar decisiones sencillas o complicadas, como a quién votar, qué negocios emprender, cómo usar el dinero público, etc.

P. Antonio Villarino

Bogotá

P.D.

Hoy se celebra en todo el mundo el DOMUND (Domingo Mundial de la Misión). Es una buena ocasión para sentirnos miembros de una Iglesia misionera, sin fronteras, abierta al mundo como testimonio del Reino anunciado por Jesús: Un Reino de amor y de paz, de verdad y justicia.

Domund (Domingo Mundial de las Misiones) 2020

CLM Ethiopia

Este domingo, 18 de octubre, la Iglesia celebra el Domund, el domingo mundial de las misiones; un día para tener presentes más que nunca a las misioneras y los misioneros, aquellas personas que desde su vocación, dieron un “Sí” confiado a Dios para salir de sus hogares y marchar a lugares muy desconocidos; lugares que se han acabado convirtiendo en sus hogares, comunidades que los han acogido para compartir vida desde la fe en el Padre Bueno y la fraternidad como hermanas y hermanos, por nuestra condición de Hijos e Hijas de Dios.  

Es un buen momento para orar intensamente por ellas y ellos, hacer memoria, dejarse interpelar por sus testimonios de vida y apoyar sus misiones y proyectos.

Porque como bautizados todos nos sentimos llamados a salir y compartir con lo que somos la Buena Nueva del Amor de Dios.

Ánimo hermana, ánimo hermano, la misión te espera, y comienza muy dentro de ti, para salir de ti desbordante.

Aquí estoy, Señor, envíame.

¿Acepto o rechazo la invitación al banquete del Reino?

banquete
banquete

Un comentario a Mat 22, 1-14 (XXVIII Domingo ordinario, 11 de octubre del 2020)

Las últimas semanas de la vida de Jesús en Jerusalén fueron muy tensas y la oposición a su predicación fue subiendo de tono hasta el punto que muchos proponían directamente su muerte.

Jesús quería renovar profundamente la vida del pueblo de Israel, invitando a todos a un cambio de vida, una conversión, que pusiera a Dios en el centro y, consecuentemente, llevara a todos a unas relaciones de fraternidad y verdadera paz. Esto no era para Jesús una propuesta moralizante, sino una invitación a vivir la vida como un banquete de fiestas, como una boda en la que predomina el amor y la alegría.

Algunos acogieron esta propuesta con entusiasmo y alegría, siguiéndolo por todas partes y contribuyendo a difundir el mensaje como misioneros en las aldeas y ciudades.  Pero otros se opusieron radicalmente. La clase dominante de la nación (sacerdotes, fariseos, saduceos, políticos y guerrilleros) se oponía con tal violencia que empezaron a proponer su muerte.

A Jesús le dolió mucho esta oposición y comienza a anunciar severamente que Dios prescindirá de este pueblo rebelde para escogerse un pueblo hecho de pobres y marginados, como de hecho pasó después de la muerte de Jesús y sigue pasando hasta hoy: los orgullosos y poderosos se niegan a aceptar el Evangelio del Reino, mientras otros (sencillos y marginados) aprovechan la oportunidad y se unen a la fiesta del Reino.

Todo esto es lo que quiere decir la parábola que Mateo pone en boca de Jesús sobre los invitados a las bodas que rechazaron dicha invitación, mientras la sala del banquete se llenó con todo tipo de personas venidas de todos los caminos de la vida. Mateo recoge esta parábola de Jesús para explicar lo que estaba pasando en el primer siglo de nuestra era: Las autoridades de Israel rechazaron a Jesús, el enviado del Padre, rechazaron la invitación en participar en las “bodas” de su Hijo, no quisieron renovar su Alianza con Dios, con la consecuencia que Jerusalén fue arrasada y destruida. Mientras tanto, gentes de todas las culturas y naciones aceptaban el mensaje del Evangelio y participaban de este banquete de bodas, de esta alianza de Dios con su pueblo. Seguir a Jesús no es una obligación pesada, es la gran oportunidad de hacer de la vida un banquete, una fiesta de amor. Seguir a Jesús es acoger la invitación del Padre a hacer de la vida una fiesta de amor, un banquete de fraternidad.

¿Dónde estamos nosotros: entre los que aceptan la invitación o entre los que la rechazan?

P. Antonio Villarino

Bogotá

Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones 2020

Papa Francisco

«Aquí estoy, mándame» (Is 6,8)

Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias a Dios por la dedicación con que se vivió en toda la Iglesia el Mes Misionero Extraordinario durante el pasado mes de octubre. Estoy seguro de que contribuyó a estimular la conversión misionera de muchas comunidades, a través del camino indicado por el tema: “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”.

En este año, marcado por los sufrimientos y desafíos causados ​​por la pandemia del COVID-19, este camino misionero de toda la Iglesia continúa a la luz de la palabra que encontramos en el relato de la vocación del profeta Isaías: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8). Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: «¿A quién enviaré?» (ibíd.). Esta llamada viene del corazón de Dios, de su misericordia que interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial. «Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos» (Meditación en la Plaza San Pedro, 27 marzo 2020). Estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados. El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana; pero al mismo tiempo todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal. En este contexto, la llamada a la misión, la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo.

En el sacrificio de la cruz, donde se cumple la misión de Jesús (cf. Jn 19,28-30), Dios revela que su amor es para todos y cada uno de nosotros (cf. Jn 19,26-27). Y nos pide nuestra disponibilidad personal para ser enviados, porque Él es Amor en un movimiento perenne de misión, siempre saliendo de sí mismo para dar vida. Por amor a los hombres, Dios Padre envió a su Hijo Jesús (cf. Jn 3,16). Jesús es el Misionero del Padre: su Persona y su obra están en total obediencia a la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34; 6,38; 8,12-30; Hb 10,5-10). A su vez, Jesús, crucificado y resucitado por nosotros, nos atrae en su movimiento de amor; con su propio Espíritu, que anima a la Iglesia, nos hace discípulos de Cristo y nos envía en misión al mundo y a todos los pueblos.

«La misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae» (Sin Él no podemos hacer nada, LEV-San Pablo, 2019, 16-17). Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama. Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia. Sin embargo, todos tienen una dignidad humana fundada en la llamada divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón de Dios.         

Haber recibido gratuitamente la vida constituye ya una invitación implícita a entrar en la dinámica de la entrega de sí mismo: una semilla que madurará en los bautizados, como respuesta de amor en el matrimonio y en la virginidad por el Reino de Dios. La vida humana nace del amor de Dios, crece en el amor y tiende hacia el amor. Nadie está excluido del amor de Dios, y en el santo sacrificio de Jesús, el Hijo en la cruz, Dios venció el pecado y la muerte (cf. Rm 8,31-39). Para Dios, el mal —incluso el pecado— se convierte en un desafío para amar y amar cada vez más (cf. Mt 5,38-48; Lc 23,33-34). Por ello, en el misterio pascual, la misericordia divina cura la herida original de la humanidad y se derrama sobre todo el universo. La Iglesia, sacramento universal del amor de Dios para el mundo, continúa la misión de Jesús en la historia y nos envía por doquier para que, a través de nuestro testimonio de fe y el anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo.

La misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla sólo cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia. Preguntémonos: ¿Estamos listos para recibir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, para escuchar la llamada a la misión, tanto en la vía del matrimonio como de la virginidad consagrada o del sacerdocio ordenado, como también en la vida ordinaria de todos los días? ¿Estamos dispuestos a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe en Dios, Padre misericordioso, para proclamar el Evangelio de salvación de Jesucristo, para compartir la vida divina del Espíritu Santo en la edificación de la Iglesia? ¿Estamos prontos, como María, Madre de Jesús, para ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones (cf. Lc 1,38)? Esta disponibilidad interior es muy importante para poder responder a Dios: “Aquí estoy, Señor, mándame” (cf. Is 6,8). Y todo esto no en abstracto, sino en el hoy de la Iglesia y de la historia.

Comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia. La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan. Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida. Ahora, que tenemos la obligación de mantener la distancia física y de permanecer en casa, estamos invitados a redescubrir que necesitamos relaciones sociales, y también la relación comunitaria con Dios. Lejos de aumentar la desconfianza y la indiferencia, esta condición debería hacernos más atentos a nuestra forma de relacionarnos con los demás. Y la oración, mediante la cual Dios toca y mueve nuestro corazón, nos abre a las necesidades de amor, dignidad y libertad de nuestros hermanos, así como al cuidado de toda la creación. La imposibilidad de reunirnos como Iglesia para celebrar la Eucaristía nos ha hecho compartir la condición de muchas comunidades cristianas que no pueden celebrar la Misa cada domingo. En este contexto, la pregunta que Dios hace: «¿A quién voy a enviar?», se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: «¡Aquí estoy, mándame!» (Is 6,8). Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal (cf. Mt 9,35-38; Lc 10,1-12).

La celebración la Jornada Mundial de la Misión también significa reafirmar cómo la oración, la reflexión y la ayuda material de sus ofrendas son oportunidades para participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia. La caridad, que se expresa en la colecta de las celebraciones litúrgicas del tercer domingo de octubre, tiene como objetivo apoyar la tarea misionera realizada en mi nombre por las Obras Misionales Pontificias, para hacer frente a las necesidades espirituales y materiales de los pueblos y las iglesias del mundo entero y para la salvación de todos.

Que la Bienaventurada Virgen María, Estrella de la evangelización y Consuelo de los afligidos, Discípula misionera de su Hijo Jesús, continúe intercediendo por nosotros y sosteniéndonos.

Roma, San Juan de Letrán, 31 de mayo de 2020, Solemnidad de Pentecostés.

Francisco