Laicos Misioneros Combonianos

La importancia de estar preparados

Luz
luz

(Un comentario a Mt 25, 1-12; XXXII Domingo ordinario, 8 de noviembre del 2020)

Estamos llegando al final del año litúrgico (que terminará con la fiesta de Cristo Rey) y también estamos casi concluyendo la lectura del evangelio de Mateo. Leemos parte del capítulo 25, que es el anterior a los tres últimos capítulos dedicados a la Pasión y resurrección de Jesús.

El tema de hoy es el de la vigilancia y la necesidad de estar preparados, para acoger al “esposo”, es decir, a Dios que se puede presentar en cada momento de nuestra vida. De hecho, podemos decir que todas las etapas de nuestra vida son tiempos en los que Dios se nos presenta como “esposo” que nos ama y quiere llevarnos a la plenitud del amor.

Él se nos presenta en la infancia, como a un niño, probablemente en forma de ternura e ilusión inocente; se nos ofrece en la juventud, como un amigo fuerte que nos invita a tener grandes ideales y aportar nuestra energía y nuestros sueños a la construcción de un reino de justicia, de verdad y de amor; se nos hace compañero en la edad adulta, mostrándonos su presencia hecha de amor maduro, de perseverancia en el bien y en el amor que resiste a todas las tentaciones y desilusiones; se nos muestra en el horizonte de nuestra edad anciana, para renovar nuestra esperanza en una plenitud sin fin. Él viene siempre a nosotros de mil formas y maneras. Lo que puede pasar es que nosotros –como las jóvenes insensatas- estemos dormidos, no estemos atentos, no captemos las señales de su presencia y el Señor pase a nuestro lado sin que entremos con él al “banquete” de un amor definitivo.

Por eso Jesús, en el evangelio de hoy, antes de afrontar la crisis definitiva que le llevará a la cruz, nos avisa: “Vigilen porque no saben el día ni la hora”. Mejor dicho, cada día y cada hora es un momento en el que Dios se nos presenta para que lo acojamos y de acogida en acogida, de peldaño en peldaño, vayamos subiendo con él hasta gozar a su lado del banquete de la vida definitiva.

Preguntémonos: ¿Vivo adormecido o despierto?  ¿Qué señales de su presencia me hace Dios en este momento de mi vida? ¿Siento que la luz de la Palabra me ilumina en mi caminar por la vida (Familia, trabajo, comunidad) o me parece que se me apagó la lámpara? ¿Qué puede amenazar la luz de mi lámpara? ¿Dónde puedo comprar “aceite” suficiente?

La parábola, por otra parte, nos invita a ser perseverantes en la espera. A veces parece que el “esposo” (Dios con su amor, con su respuesta a nuestra oración y esperanza) tarda en llegar; puede parecer que Dios se duerme, como Jesús en la barca, y que nuestra esperanza es una vana ilusión, que los increyentes tienen razón y que es mejor dormirnos nosotros también en la desesperanza.

Jesús nos dice: no se cansen de esperar, sigan atentos y firmes en la esperanza.

¿Qué esperanzas tengo para el próximo año?

P. Antonio Villarino

Bogotá

¡Ánimo, humildes del mundo!” (El sermón del monte)

bienaventuranzas
bienaventuranzas

Un comentario a Mt 5, 1-12 (Todos los Santos, 1 de noviembre de 2020)

Leemos, en este día de Todos los Santos, el texto conocido como “las bienaventuranzas” en el evangelio de Mateo. Se dice que el padre de la India moderna, Mohatma Ghandi, mostró una gran admiración por este texto de extraordinaria belleza, aunque los cristianos no siempre lo entendemos bien.  También se dice que este texto es como la carta magna del Evangelio, de ese modo de vida, que llamamos santidad. En este breve comentario tampoco yo no voy a entrar en esa dimensión de santidad, sino en su dimensión de “buena noticia” para los pobres:

  1. La gente a la que se dirige Jesús.

Ante de reproducir estas palabras que conocemos como “las bienaventuranzas”, Mateo nos describe el tipo de gente que seguía a Jesús por los pueblos y caminos de Galilea: “Le trajeron todos los que se sentían mal, aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos…”.

A Jesús acudían multitudes de personas que se sentían pobres y abandonadas, llenas de problemas, necesitadas de sanación, consuelo y esperanza. ¿Piensan que eso sucedía solo en tiempos de Jesús? Yo sigo viendo a miles y miles de personas que acuden hoy a los santuarios o a muchos otros lugares en busca de sostén físico y espiritual. ¿Nos contamos también nosotros entre los miembros de esas multitudes necesitadas de sanación, ánimo y consuelo? Yo creo que sí. Cuando nos quitamos una cierta máscara de orgullo, en el fondo de nosotros mismos muchas veces nos sentimos pobres y desanimados.

  • Un mensaje de parte de Dios

“Al ver a la gente –sigue Mateo– Jesús subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Entonces comenzó a enseñarles”.

Como sabemos “subir al monte” significa “ponerse en contacto con Dios” y “sentarse” significa “ocupar la cátedra”, enseñar con autoridad, la autoridad que viene de una sabiduría adquirida en la relación con Dios (oración), una sabiduría que va más allá de la rutina y de los eslóganes al uso, una sabiduría que ve las cosas con más profundidad y verdad, una sabiduría nueva que ilumina en profundidad nuestra vida.

Participar en la Eucaristía dominical, leer y meditar la Palabra, escuchar al Espíritu que nos habla en nuestro propio corazón o  a través de alguna persona nos ayuda a ir más allá de una sabiduría “rastrera”, empequeñecida, de bajos vuelos. Con Jesús vemos las cosas mejor, con una mirada más amplia y más profunda.

  • El mensaje es: “ánimo, adelante, no se desanimen”

Como sabemos, el evangelio de Mateo escribió en griego, aunque refiriéndose frecuentemente a expresiones probablemente dichas en arameo o leídas en el hebreo de la Biblia. Ahora nosotros lo leemos en nuestra propia lengua, pero cuando se traduce de una lengua a  otra no siempre es fácil dar la idea exacta del original. En este caso, algunas biblias usan la expresión “bienaventurados”; otras prefieren la palabra “dichosos”; algunas escriben “felices”. A mí, personalmente, me gusta la que usa Richard, un biblista que trabajó en Centroamérica hace algunos años. Él traduce: “Arriba, adelante”.  Es decir, “ánimo, no tengan miedo, levántense, pónganse en pie, renueven su esperanza”.

De hecho, muchas veces Jesús se dirige a los enfermos o a los pecadores con expresiones similares: “levántate”, “ánimo, tu fe te ha salvado”, “nadie te ha condenado… vete y no peques más”. Y ese es el mensaje para los que alguna vez, a pesar de actuar honesta y sinceramente, se sienten disminuidos, humillados, perseguidos, cansados y con ganas de “arrojar la toalla”. Jesús les dice: ánimo, no se cansen, confíen en Dios, el bien va a triunfar sobre el mal, la verdad sobre la mentira, la humildad sobre el orgullo, la honestidad sobre la corrupción. No se desanimen, sigan confiando, que el Reino de Dios está en ustedes.

Si escuchamos este mensaje, nuestra vida adquiere unos tonos de confianza y esperanza, que nos hace dichosos, bienaventurados, afortunados. Seguir a Jesús es verdaderamente una gran fortuna. Que nadie nos robe esta alegría, que nadie apague en nosotros esta esperanza.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Frente a la maraña de leyes, ama y haz lo que quieras

amor
amor

Un comentario a Mt 22, 34-40 (XXX Domingo ordinario, 25 de octubre del 2020)

Dicen que los fariseos contaban 613 preceptos en la Ley del Antiguo Testamento. ¿Les parecen muchos? Pues compárenlos con cualquier código legislativo de nuestro tiempo. Pregunten a algún experto cuántas leyes hay vigentes en su país o cuántas normas obligatorias en su municipio

De hecho las leyes son tantas en cualquier sistema jurídico de nuestro tiempo que hacen falta abogados especialistas en cada materia para intentar deshacer la inmensa maraña de leyes de todo tipo entre las que vivimos y cuyo alcance desconocemos. Ni los mismos jueces están del todo seguros sobre el alcance de muchas de las leyes existentes.

Es decir, si los judíos vivían en un sistema legal que les complicaba la vida, ¿qué decir de nosotros hoy? Nuestra vida está controlada por un sinfín de leyes y preceptos internacionales, nacionales, departamentales, municipales, etc., hasta el punto que uno no puede desarrollar ninguna actividad en la sociedad de hoy sin contar con una buena asesoría jurídica.

Probablemente tenga que ser así. Pero esa multitud de leyes no logran evitar la corrupción en casi todos los niveles de la vida social ni siempre logran dar más calidad a la vida humana. Aquí es donde creo que la repuesta de Jesús al fariseo, que leemos hoy en la Misa, es muy luminosa y orientadora, no sólo para sus discípulos, sino para todo ser humano que busque dar una orientación sana y lúcida a su obrar.

 La calidad de la vida humana no depende de la multitud de leyes, sino que viene dada por una actitud sencilla y clara: vivir la vida en el amor y el respeto; amar a Dios, como fuente suprema de toda vida, y amar a toda vida, especialmente la humana, como procedente de Dios. Lo demás se nos dará por añadidura.

Con razón, decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Si amas, acertarás en lo fundamental, aunque te equivoque en algunas cosas; si no amas, cualquier decisión será errada, aunque ningún abogado te lleve a juicio.

¿Y qué es amar? Creo que todos tenemos la intuición necesaria para saberlo en nuestra situación concreta.

A mí me gusta la frase del P. Silvano Fausti, en su comentario al evangelio de Mateo:

“El amor hace referencia, no sólo al corazón y a la mente, sino a toda la vida. El amor es ante todo la alegría del corazón por el bien del otro (lo contrario es la envidia); se expresa con la boca como alabanza (lo contrario es la crítica) y se realiza con las manos, puestas al servicio del otro como de uno mismo. Se manifiesta más en los hechos que en las palabras (cfr 1 Jn 3, 18). El amor lleva a compartir lo que se tiene y lo que se es, hasta la comunión de inteligencia, voluntad y acción. La diversidad y los límites –incluidos los negativos-, no son motivo de ocultamiento o de agresividad, propia o del otro, sino de acogida y servicio recíproco”.

Lo dicho: “ama y haz lo que quieras”

P. Antonio Villarino

Bogotá

Política y religión

cesar

Un comentario a Mt 22, 15-22 (XXIX Domingo ordinario, 18 de octubre del 2020)

cesar

Todos conocemos la famosa frase de Jesús “dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”.  Es una frase que se ha hecho muy popular para hablar de la separación entre religión y política y que muchos repiten con razón o sin ella.

Hoy la leemos en su contexto original: el de una disputa entre los fariseos y Jesús a propósito de una situación conflictiva que había en la Palestina del siglo I. Los romanos, que eran invasores y ejercían un poder dictatorial sobre los judíos, se financiaban con los impuestos que los mismos judíos pagaban al Imperio. Era una situación de injusticia institucionalizada, como muchas de las que tenemos hoy en casi todos los países, aunque en medidas distintas

Ante esa situación injusta que se les imponía por la fuerza, algunos reaccionaban “con realismo”, pagando los impuestos a regañadientes porque no tenían más remedio. Otros, no sólo pagaban a regañadientes, sino que sacaban su propio provecho, aunque “de labios para fuera” la criticaran: el sistema imperial les facilitaba una vida cómoda y, aunque fuese tapándose la nariz para no oler la corrupción, se aprovechaban de ella. Otros decían que no había que pagar impuestos como una forma de rebelión contra aquel poder opresor e impío, contrario a las leyes de Dios, aunque pocos eran realmente coherentes, ya que al final dependían del sistema imperial para el comercio y para toda la vida económica.

La cuestión, que era muy debatida, se la presentan a Jesús, no para conocer su opinión, sino como una trampa, como tantas veces ocurre en la política. Muchas veces los políticos hacen declaraciones sobre cuestiones del momento, pero su intención no es solucionar los problemas sino atacar al adversario, aprovechando una situación compleja que ellos piensan que pueden aprovechar en su favor.

En este caso que comentamos, la respuesta de Jesús se ha vuelto, como decía, emblemática y mucha gente cita la frase para decir algo así como “no mezclemos religión y política”, aunque esa citación es muchas veces interesada. 

A mí se me ocurren a este propósito tres ideas que les comparto por si les sirven:

-Por una parte, es imposible separar religión y política, ya que todo lo humano tiene que ver con la “polis”, es decir, con la organización política de una sociedad; al mismo tiempo, todo lo humano tiene que ver con la religión, ya que cualquier acto humano (personal, político, económico, artístico), precisamente en cuanto humano, tiene una dimensión religiosa y ética que no se puede soslayar. El ser humano es único y no puede dividirse: el político no deja de ser religioso y el religioso no deja de tener una dimensión política.

-Pero, por otra parte, es verdad que lo religioso y lo político son dimensiones diferenciadas, cada una con su propia responsabilidad, de tal manera que personas con la misma fe pueden adoptar decisiones políticas diferentes, según sus conocimientos o percepciones de la realidad y de lo que es necesario hacer. Las decisiones políticas pueden y deben tener una fundamentación religiosa (por ejemplo, las motivaciones de fondo o los objetivos de justicia a alcanzar), pero, en la toma de decisiones, hay además otras dimensiones (económicas, sociales, culturales, etc.) que yo debo discernir desde mi propia libertad y responsabilidad, sin escudarme en alguna instancia religiosa.

-Por eso la respuesta de Jesús se plantea a un nivel más hondo: el de la coherencia humana y la verdad, frente a la hipocresía y la mentira. El verdadero debate, viene a decir Jesús, no se plantea entre pagar impuestos a un Imperio o no, sino entre sinceridad e hipocresía, autenticidad y manipulación, verdad y mentira, lenguaje “políticamente correcto” y lenguaje verdadero y realista. Lo que Jesús nos pide es esta actitud de verdad, autenticidad y libertad.

Estos principios valen a la hora de tomar decisiones sencillas o complicadas, como a quién votar, qué negocios emprender, cómo usar el dinero público, etc.

P. Antonio Villarino

Bogotá

P.D.

Hoy se celebra en todo el mundo el DOMUND (Domingo Mundial de la Misión). Es una buena ocasión para sentirnos miembros de una Iglesia misionera, sin fronteras, abierta al mundo como testimonio del Reino anunciado por Jesús: Un Reino de amor y de paz, de verdad y justicia.