Laicos Misioneros Combonianos

[Mozambique] Encuentros Vocacionales

Con el año escolar 2015 dieron inicio nuestros encuentros vocacionales, los cuales se realizan el segundo domingo de cada mes en el centro catequético, ya son dos los que hemos realizado, cabe mencionar que formamos un equipo para organizar estos encuentros; el hermano Luis (Italiano), la hermana María Pia (Italiana), la cual nos dio la noticia que será enviada a la comunidad provincial así que nos seguirá apoyando con sus oraciones, la LMC Beatriz (Mexicana), la Voluntaria Amanda (Americana) y el joven Sabonete (Mozambiqueño), el cual está haciendo el año de discernimiento para entrar a la etapa de formación básica en el grupo LMC de Mozambique.

Básicamente son tres años en los que se da acompañamiento vocacional a los jóvenes que tienen esta inquietud de descubrir su camino a seguir, presentarles las vocaciones específicas para que ellos elijan aquella a la que se sienten llamados por Dios, La biblia es nuestra principal herramienta, conocer cómo fueron llamados las diferentes personas y como respondieron al llamado recibido, es descubrir que Dios nos llama a todos de diferentes maneras. Tenemos la oportunidad de presentar testimonios, podemos hablar de nuestras experiencias personales de cuando teníamos su edad y así, con juegos, dinámicas, trabajo en grupos, plenarios, vamos compartiendo La Alegría de Anunciar el Evangelio en la vocación que elijan y colaborar en la construcción del Reino de Dios.

Llamados a vivir y ser comunidad

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Durante el fin de semana 21 y 22 de febrero, los Laicos Misioneros Combonianos se reunieron en Viseu para el sexto encuentro de formación sobre el tema: “Comunidad: Retos y Oportunidades” orientado por la comunidad de vida de Oporto. La reunión se celebró en el Monasterio de Santa Beatriz da Silva, quienes muy amablemente nos acogieron en su casa y les estamos muy agradecidos.

A lo largo de este encuentro tuvimos la oportunidad de reflexionar y entender en profundidad la vida comunitaria. La comunidad aparece al principio de la Biblia, cuando Dios dice: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2, 20). Así, de hecho, somos llamados a lo largo de nuestra vida a vivir y a ser comunidad. Como dijo Susana: “El mundo es nuestra estructura. Las personas son nuestro hogar. Sin este mundo no podemos tener otro. Sin las personas el ser humano no vive”. De esta manera, debe ser con las personas y para las personas que debe existir la comunidad.

 “Tenemos que ser partes de un mismo cuerpo”

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La comunidad está en todas partes, en los más diversos ámbitos de nuestra vida: la escuela, el trabajo, la familia, los amigos, la iglesia, la catequesis y la misión. Pero sólo hablamos plenamente de comunidad si aceptamos a Jesucristo como miembro de nuestra comunidad, como el hermano que nos ama tanto que murió en la cruz con el peso de nuestros pecados. Jesús nos ama y forma parte de nuestra comunidad y junto con el Padre y el Espíritu Santo son el centro, el corazón de cualquier comunidad. Al igual que ellos debemos ser una sola voz, ser una sola alma debemos ser partes de un mismo cuerpo. Este es el verdadero desafío de ser comunidad. Esto se debe a que todos somos diferentes en nuestros defectos y cualidades. Y Dios nos llama individualmente por nuestro nombre. Dios llama los diferentes, los pecadores. Dios nos llama a nosotros. Y somos nosotros, con todo lo que nos caracteriza, los que formamos comunidad.

 “Tenemos que ser partes de un mismo cuerpo”

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Y la pregunta que tantas veces nos hacemos es: ¿funcionará la comunidad a pesar de las diferencias entre las personas? Sí, no es fácil, pero es definitivamente posible. Funciona si conocemos nuestro centro, si somos sinceros el uno con el otro, si usamos los dones de cada uno al servicio en las cosas donde somos mejores. Funciona si tenemos la humildad de compartir tareas. Pero no es para dividirnos sino para unirnos. De esta manera la comunidad pasa por la fe en el otro. La comunidad es una cuestión de amor en la que hay un solo corazón, una sola alma y una sola voz. Deja de ser un yo para ser un nosotros. Donde todo es puesto en común.

 “La comunidad es amor”

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La comunidad es, sin duda, el amor. El amor que viene de Dios, que nace de Aquel que nos ama primero de una manera abrumadora. Es este amor que mueve el mundo al que estamos llamados a ser para nuestros hermanos. Y como S Juan Pablo II afirmó: “El amor es un acto de voluntad”.

Por eso parte de cada uno de nosotros el perdonar, disculpar, querer amar a los demás, elegir amarlos a pesar de todos sus defectos y errores, que yo también tengo, y amarnos con nuestras diferencias y nuestras debilidades.

 Por: Paula Sousa

Vía crucis

Way of the cross

Hace un par de años nos unimos al padre Sixtus Agostini, MCCJ, para celebrar la liturgia del vía crucis un viernes Santo en la parroquia de la misión de Kege, a una hora en coche hacia el sur desde la ciudad de Awasa. El viernes santo es la celebración de la muerte de Jesucristo y el vía crucis es una representación de su pasión: los momentos finales que llevaron a si crucifixión. Que preciosa bendición fue el caminar en este vía crucis acogidos por nuestros hermanos y hermanas de Kege.

En la zona de Kege hay un valle arcilloso y húmedo que proporciona un suelo fértil a los campesinos y eta flanqueado por colinas rocosas. Dejamos la carretera principal de asfalto y condujimos otros 20 kms hasta llegar a nuestro destino. Adelantamos a muchas personas que caminaban cargando grandes cruces de madera hechas por ellos mismos. Nos preguntábamos si se unirían a la procesión del vía crucis y desde que distancia llevarían caminando. Cogimos a cuantos pudimos en el camión, y veíamos atónitos por la ventanilla pequeños grupos de personas cada pocos cientos de metros caminando diligentemente cruces en mano.

Llegamos a las 9:00 am a la capilla local. Para nuestra sorpresa había unas 200 personas rezando en silencio en la sencilla capilla. Nadie dijo una sola palabra cuando entramos. La capilla estaba construida según la costumbre local con barro mezclado con paja cortada apilado y alisado sobre un esqueleto de madera. Se notaba un intenso aroma a tierra desde la entrada. Maggie y yo nos sentamos en un banco de madera atrás.

Pronto salimos de la capilla en procesión. Nos dimos cuenta que éramos los únicos que no llevábamos cruz, Maggie cogió dos pequeñas ramas del suelo y un poco de hierba y intentaba unir las ramas. Los niños rápidamente se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo y al instante numerosos adolescentes fueron al rescate con hojas secas de palma y ataron la cruz de Maggie. Ella sacudió el barro de los palos y la levanto como hacían todos. Esta espontánea fabricación provoco risas y amplias sonrisas a nuestro alrededor.

Los adolescentes llevaban una gran cruz al frente y en sus mochilas un megáfono, receptor y baterías. El megáfono crepitó y el padre Sixtus comenzó la procesión del vía crucis con la primera estación. Se leía el pasaje del evangelio y lo seguía una reflexión y oraciones. El tono era solemne y penitencial con la gente cantando en respuesta a las oraciones. Cuando el padre Sixtus comenzó a leer la bendición final e la primera estación, para mi sorpresa todo el mundo se arrodilló en el lugar que estaba, ya hubiese barro (había llovido la noche anterior), estiércol de vaca o piedras. La gente se había vestido para la ceremonia pero no dudaban en hincar las rodillas en el barro con humildad de corazón siguiendo el espíritu penitencial del día, Viernes Santo.

Todos nos levantamos y comenzamos a caminar. La procesión seguía tras la cruz de madera central con un canto sombrío. Repetimos los mismos gestos 13 veces más en cada estación del vía crucis. La procesión recorrió unos 5 kms a través de la ciudad de Kege y algunos campos cercanos. A lo largo del camino Maggie y yo estábamos asombrados por la novedad, y muchos niños pequeños se apretaron junto a nosotros para acompañarnos. Según caminábamos y rezábamos, todas las personas que habíamos visto desde el coche se unieron al grupo. Al final del acto pasamos de ser 200 a unos 750. Maggie y yo nos sentimos tocados por cómo la gente vivía tan profundamente estos días santos. La gente había caminado horas para poder caminar un poco más. Deseaban estar presentes con Jesús y caminar con El.

Durante las estaciones finales la procesión por las laderas del valle, asemejando la ascensión al Calvario. La cuesta era empinada de modo que había que usar las manos en las piedras y apoyarse en pequeños arboles. Así fue la manera de celebrar el vía crucis. Era digno de ver ese gran grupo de personas subiendo la ladera rocosa y deteniéndose en el camino para rezar una estación. Maggie y yo también trepamos. Todo el mundo alrededor parecía pensar que no íbamos a hacerlo. Niños pequeños y ancianas extendían sus manos para ayudarnos en lo pasos y recodos difíciles. En un momento me resbale sobre una zona de de grava suelta y 100 personas contuvieron el aliento al unísono.

Llegamos todos juntos al final de la subida y todo el mundo se sentó entre los matorrales y las rocas. La procesión dio paso a la celebración de los oficios del Viernes Santo, que el padre Sixtus comenzó con el megáfono. A los pocos minutos el cielo cambió de soleado a tormentoso y comenzó a llover. Y llovió fuerte. Todo el mundo se apretó bajo los pocos paraguas que la gente había llevado. Maggie y yo pronto tuvimos apretados a 7 niños bajo nuestro paraguas. La liturgia continuó y todo el mundo intento no perderse nada de lo que decía el megáfono sobre el ruido de la lluvia.

La comunión fue distribuida bajo paraguas, y la lluvia y la liturgia concluyeron a la vez. Todo eran sonrisas alrededor, por la alegría de haber completado las 3 horas de procesión y por haber permanecido juntos bajo el sol, el barro, la cuesta y la tormenta. Al final de la celebración se distribuyeron Guisantes secos tostados para los presentes.

Esta historia no es original ni única. Es la recopilación de una escena que sucedió en un lugar desconocido del mundo en desarrollo, Una escena donde gente que vive en la pobreza material más extrema, se juntan y dirigen sus corazones a Dios. La gente no acudió a escuchar una lectura teológica de la pasión de Jesús ni a participar de la pascua por obligación. Ellos acudieron simplemente a caminar porque aman a Jesús y le quieren expresar su gratitud por el amor que El les ha mostrado.

Frente a esta clase de fe yo solo me puedo sentir humillado.

– Mark & Maggie Banga

Laicos Misioneros Combonianos en Awassa, Etiopia

La serpiente salvadora

Comentario a Jn 3, 14-21: Cuarto domingo de cuaresma, 15 de marzo de 2015
Estamos ya en el cuarto domingo de cuaresma. Leemos un párrafo del capítulo tercero del evangelio de Juan, que, como siempre, sólo se entiende desde las Escrituras y tradiciones hebreas, ya que Jesús y los primeros discípulos eran judíos que creyeron que en su persona se había manifestado de manera definitiva el amor misericordioso de Dios Padre. Nosotros nos movemos tras las huellas de Jesús y de sus primeros discípulos, pidiendo al Espíritu que nos haga comprender a fondo esta maravillosa verdad: que, mirando a Jesucristo, encontramos la misericordia salvadora del Padre. Vayamos por partes:

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1.- La serpiente del desierto
Juan dice que Jesús (alzado sobre la cruz) es como la serpiente que Moisés levantó, por orden de Dios, en el desierto para curar a los miembros del pueblo de Israel, mordidos por serpientes. Encontramos la narración de este episodio al que se refiere Juan en el libro de los Números, capítulo 21: Llegados a un cierto lugar, (donde recientemente han encontrado estatuillas de serpientes), los israelitas, cansados de caminar en condiciones difíciles, caen en el desánimo y el escepticismo; decepcionados, critican amargamente a Dios y a su profeta. En esa situación aparecen serpientes venenosas que causan muchas muertes. Entonces el pueblo piensa que está siendo castigado por su rebeldía, se arrepiente y pide a Moisés que interceda ante Dios pidiendo perdón. Como respuesta a sus oraciones, Dios ordena a Moisés construir una serpiente de bronce y que la exponga en un palo. Al mirarla, los que han sufrido picaduras de serpiente, se curarán. Algunos expertos dicen que esta era una leyenda-tradición que los judíos heredaron de algún otro pueblo vecino y que había arraigado mucho entre ellos.
Pero la historia servía para recordar las muchas rebeldías en las que constantemente caía el pueblo de Israel y, si se me permite la expresión aparentemente “poco respetuosa”, los múltiples “trucos” que Dios sabe utilizar para manifestar su misericordia, incluso cosas que aparentemente pueden parecer insignificantes o ridículas. A mí personalmente me recuerda que también yo caigo constantemente en rebeldía y soy infiel a Dios y a mi alianza con Él. También me recuerda que a veces Dios me manifiesta su misericordia en pequeños detalles, aparentemente insignificantes, pero muy reales y eficaces, como una palabra oportuna, una imagen que me habla personalmente, un contratiempo, una música, una confesión con cualquier sacerdote tan pecador como yo…

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2.- Jesucristo es la “serpiente” alzada para nuestra salvación
Juan hace referencia a esta historia del AT, pero no quiere detenerse en ella, sino que quiere ir mucho más allá y dar un gran salto de significado. Juan nos recuerda que, de la misma manera que Dios utilizó, para dar vida, una imagen de aquellas serpientes asesinas, instrumento del castigo que merecían aquellos judíos rebeldes, usa la muerte de Jesucristo en la cruz para revelarnos su misericordia sin fin. De la misma materia del mal (del pecado, de la rebeldía) Dios saca la vida, la gracia, la obediencia, hecha carne en Jesucristo. Por eso los discípulos miramos constantemente a la cruz de Jesús, no porque somos masoquistas, sino porque en ella encontramos la respuesta de Dios a nuestro pecado, a nuestra rebeldía, a la violencia asesina de nuestro mundo.
Por extraño que nos parezca a los católicos, hay algunos cristianos que dicen oponerse a usar la cruz, porque –dicen– sería como reverenciar la pistola que mató a un hijo o a un hermano. La cruz –dicen– es una cosa horrenda, de la que avergonzarse y de la que renegar… Y tienen razón que la cruz es una cosa fea y terrible, pero no más terrible que los absurdos asesinatos que la humanidad comente continuamente, non más fea que los abusos de unos sobre otros, no más fea que nuestra propia infidelidad…
Pero Jesús no huye de toda esa fealdad y barbarie, no se mantiene en un lugar apartado y “puro”, como hacían los fariseos de su tiempo y de ahora. Jesús se mete de lleno en el charco de nuestra realidad, sin miedo a contaminarse, y en medio de ella nos invita a alzar nuestra vista hacia Él, que es fiel al Padre hasta dar la vida. Allí encontraremos la imagen viva del Amor de Dios que transforma nuestra realidad de pecado en ocasión de gracia. “Donde abundó el pecado –dice San Pablo– sobreabundó la gracia”. Sólo el amor puede realizar tal milagro. Por eso no hay pecado o situación de miseria que no pueda ser salvada, que no haya sido salvada ya en Jesucristo. Porque el amor de Dios no tiene límites.

3.- Creer es vivir en la luz
Juan concluye diciendo que quien cree ya está salvado; quien no cree es como aquel que, ante la luz, cierra los ojos y se niega a ver, porque prefiere encerrarse en su propio, estúpido, orgullo. La tragedia humana es precisamente esa: que a veces preferimos vivir en la oscuridad de nuestro pecado, de nuestros vicios, de nuestra mentira, en vez de abrirnos sinceramente al poder misericordioso de Dios, que puede hacer de nuestro pecado “abono” para una vida nueva y luminosa, instrumento de salvación.
La cuaresma es la gran ocasión que la liturgia nos ofrece para entrar en esta dinámica: reconocer nuestros pecados y miserias, levantar los ojos a Jesucristo y dejarnos inundar por la luz de verdad y misericordia que emanan de su costado abierto en la cruz. “Sólo lo que es asumido es salvado”, decían los santos padres de la Iglesia antigua. Cuaresma es el momento de dejar que Dios asuma nuestra realidad, en su verdad, y transforme nuestro pecado en gracia salvadora para nosotros mismos y para los demás.
P. Antonio Villarino
Roma

El “cuerpo” de Dios

Comentario a Jn 2, 13-25: DOMINGO, 8 de marzo de 2015

En este tercer domingo de cuaresma, y en los dos siguientes, dejamos Marcos y tomamos el evangelio de Juan, que, a diferencia de los sinópticos (Mateo, Marco y Lucas), nos presenta a Jesús en Jerusalén desde el capítulo segundo, del que hoy leemos la segunda parte sobre la “purificación” del Templo. A partir de esta lectura les comparto tres reflexiones:

1) Purificar la religión
El Templo de Jerusalén –y la ciudad misma– era lo más sagrado para Jesús, buen judío, y para sus discípulos. Templo y Ciudad eran como un “sacramento” de la maravillosa presencia de Dios en la vida de Israel y de todos sus habitantes. Jesús, con María y José, los visitó desde niño y los amaba de todo corazón, porque en ellos encontraba las huellas del paso de su Padre por la historia de su pueblo. En el templo se unían sus dos grandes amores: su Padre y su Pueblo. Por eso hace suyo el salmo que dice: “El celo de tu casa me devora”. Y es precisamente este celo lo que produce en él una rebeldía radical, al ver la degradación a que había sido sometido el templo a causa de la corrupción y el mercantilismo. Jesús se propone purificar el templo, sabiendo que Dios no se deja “atrapar” por ninguna institución, por muy sagrada que sea. De hecho, más adelante en el evangelio de Juan, dirá a la samaritana: “Ha llegado el momento en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre… los verdaderos adoradores lo adoraran en espíritu y en verdad”.
Una tentación de las personas religiosas es la manipulación o banalización de los ritos y lugares sagrados. Ciertamente, necesitamos ritos y lugares que nos ayuden a orar y a celebrar, pero, ojo con ponerlos al servicio de nuestros intereses personales o de grupo. Los discípulos de Jesús debemos estar siempre atentos a no caer en estos abusos y a purificar constantemente nuestras prácticas religiosas.

jerusalen (jerez)2) El signo del propio cuerpo
Cuando los judíos le preguntaron qué signo hacía para justificar su postura purificadora, Jesús respondió que el signo era su cuerpo, convertido en verdadero “templo”, lugar de encuentro entre Dios y la humanidad. La fe de los discípulos no tiene su centro en ningún lugar geográfico, sino en el cuerpo de Jesús, un cuerpo que aguantó el sufrimiento extremo y en el cual terminó por mostrase el triunfo de Dios.
Unido al de Cristo, también nuestro cuerpo (expresión concreta de nuestro espíritu) es lugar del encuentro con Dios: un cuerpo capaz de sufrir y amar de manera concreta y tangible, un cuerpo que se arrodilla y se postra para adorar, un cuerpo que se hace instrumento de servicio a los pobres y desheredados, un cuerpo que ve, escucha y abraza a los cuerpos martirizados de tantas personas. Como dice el papa Francisco, los enfermos y los pobres son el cuerpo de Cristo. Abusar de estos cuerpos o de nuestro propio cuerpo es profanar el templo de Dios. Servirlos es adorar a Dios.

3) La precariedad de la fe
El evangelista nos cuenta que, viendo los signos que hacía Jesús, muchos creyeron, pero él no se fiaba. Los evangelios nos cuentan la oposición y las traiciones a las que Jesús se enfrentó, hasta el punto que, al final, quedó prácticamente solo y abandonado de todos. En la vida de Jesús hubo momentos de entusiasmo, en los que las multitudes le seguían, pensando de haber encontrado a un gran rey del que se podrían aprovechar o un líder que les llevaría a la realización de su programa político o religioso. Pero Jesús no se dejaba atrapar en la trampa de este entusiasmo fácil, que podría apartarle de su verdadera misión en obediencia al Padre. Jesús permanece siempre confiado, realista, libre, abierto y fiel hasta la muerte, a pesar de la inconstancia de los que le rodean.
La tentación del entusiasmo fácil y de la superficialidad se nos presenta también a nosotros como personas o como grupos. Cada uno de nosotros, nuestra comunidad o la Iglesia en su conjunto, puede contentarse con una religiosidad superficial, hacer algún tipo de “trampa” para ganar las masas y atraer seguidores, aunque solo sea en apariencia… Ese no es el camino de Jesús. El ni se escandaliza por aquellos de los suyos que le abandonan ni confunde los aplausos fáciles con una fe auténtica; sabe, sin embargo, reconocer una sincera, una fe “encarnada” en un cuerpo, en una vida que “se desvive”, se entrega en adoración y en servicio al “cuerpo de Cristo” en la Eucaristía y en los Pobres.
Pedimos al Espíritu de Jesús que nos abra a esta fe firme, concreta y constante, a pesar de nuestras dudas y debilidades.
P. Antonio Villarino
Roma