Laicos Misioneros Combonianos

Mensaje del Santo Padre Francisco. IV Jornada Mundial de los Pobres

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“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32)

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“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un código sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para ayudarnos también a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la indiferencia. La pobreza siempre asume rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).

1. Tomemos en nuestras manos el Eclesiástico, también conocido como Sirácida, uno de los libros del Antiguo Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos doscientos años antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres mejores y capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la vida. Lo hizo en un momento de dura prueba para el pueblo de Israel, un tiempo de dolor, luto y miseria causado por el dominio de las potencias extranjeras. Siendo un hombre de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus antepasados, su primer pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría. Y el Señor le ayudó.

Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone sus consejos sobre muchas situaciones concretas de la vida, y la pobreza es una de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios: «Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2,2-7).

2. Página tras página, descubrimos un precioso compendio de sugerencias sobre cómo actuar a la luz de una relación íntima con Dios, creador y amante de la creación, justo y providente con todos sus hijos. Sin embargo, la constante referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto; al contrario, las dos cosas están estrechamente relacionadas.

Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este Mensaje (cf. 7,29-36). La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre. Por lo tanto, el tiempo que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres.

3. ¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para nosotros! En efecto, la Palabra de Dios va más allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una condición para una vida plenamente humana. La opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar.

Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la caridad divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres, vuelvo sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana.

4. El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre nos provoca e interroga. ¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento? ¿Cómo podemos ayudarla en su pobreza espiritual? La comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera persona. No podemos sentirnos “bien” cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en una sombra. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad.

Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece, con la gracia de Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir. También se siente en la obligación de presentar las exigencias de los que no tienen lo necesario para vivir. Recordar a todos el gran valor del bien común es para el pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades fundamentales.

5. Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.

6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo.

7. Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el tiempo de la necesidad. Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.

Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar. Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para «volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo […]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad […]. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato si’, 229). En definitiva, las graves crisis económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.

8. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio los unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. […] Llevad las cargas los unos de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2). El Apóstol enseña que la libertad que nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo es para cada uno de nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más débiles. No se trata de una exhortación opcional, sino que condiciona de la autenticidad de la fe que profesamos.

El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere acciones concretas para apoyar a los más débiles y también utiliza algunas imágenes evocadoras. En un primer momento toma en consideración la debilidad de cuantos están tristes: «No evites a los que lloran» (7,34). El período de la pandemia nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso impidiendo que pudiéramos consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos afligidos por la pérdida de sus seres queridos. Y sigue diciendo el autor sagrado: «No dejes de visitar al enfermo» (7,35). Hemos experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que sufren, y al mismo tiempo hemos tomado conciencia de la fragilidad de nuestra existencia. En resumen, la Palabra de Dios nunca nos deja tranquilos y continúa estimulándonos al bien.

9. “Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. La indiferencia y el cinismo son su alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas manos que hemos descrito! De hecho, hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan.

En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 54). No podemos ser felices hasta que estas manos que siembran la muerte se transformen en instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero.

10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.

En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad.

Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

Francisco

No vale decir: “Siempre se ha hecho así”

Talentos

Un comentario a Mt 25, 14-30 (XXXIII Domingo ordinario, 15 de noviembre del 2020)

Talentos

Leemos hoy otra parábola con la que Jesús explica como funciona el Reino de los cielos, es decir, como vivir nuestra vida conforme a la voluntad de Dios.

Si el domingo pasado, la parábola de las diez jóvenes que esperaban al esposo en la noche nos invitaba a estar siempre vigilantes y a preparados para recibir a Dios que se presenta en el momento menos pensado, en la parábola de hoy nos avisa que el Reino de los cielos no es para los perezosos y pasivos, sino que requiere creatividad y audacia, para aprovechar los dones que cada uno de nosotros ha recibido. No se trata solo de “no hacer el mal”, sino de hacer todo el bien que sea posible.

Al leer esta parábola me he acordado del llamado que el papa Francisco ha hecho en su encíclica Evangelii Gaudium a una profunda renovación misionera en la Iglesia:

“La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”. Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasías” (EG 33).

Me parece que este criterio que el Papa aplica a la vida de la Iglesia es perfectamente aplicable a la vida de cada uno de nosotros. Se nos invita a no caer en la pasividad y la pereza, sino a ejercitar los dones que todos tenemos. No vale compararse con otros supuestamente más inteligentes, más fuertes o más preparados. Todos tenemos suficiente inteligencia, capacidad y preparación para hacer algo bueno. Pues pongámonos a ello, seguros que la experiencia de hacer el bien nos hará cada vez más capaces de aumentar ese bien.

Podemos preguntarnos:

¿Me conformo con una vida personal rutinaria y pasiva o procuro mejorarla continuamente a partir de los dones que tengo, sin refugiarme en una supuesta incapacidad o impreparación? ¿Ante los problemas en mi familia o en mi trabajo, me conformo con una resignación pasiva o me pregunto qué puedo hacer para resolverlos, sabiendo que hace más por la luz quien enciende un fósforo que quien se queja de la oscuridad?

Haz el bien que puedas y verás que tu capacidad de hacer el bien (y de ser feliz con ello) se irá multiplicando.

P. Antonio Villarino

Bogotá

FRATELLI TUTTI.

LMC asamblea Roma

Encíclica del Papa Francisco sobre la fraternidad y la amistad social

LMC asamblea Roma

El Papa Francisco continúa “adelantándose”, como propuso en la “Alegría del Evangelio”, su primer gran texto programático. Sí, “adelantarse” es tomar la iniciativa, ser el primero en dar ciertos pasos, para avanzar hacia una Iglesia y un mundo donde la fraternidad no sea solo una palabra del diccionario sino que corresponda a vidas concretas y felices.

“Todos somos hermanos y hermanas”, esto está muy claro para el Papa Francisco, como está muy claro en la vida y las palabras de Cristo hace dos mil años. Durante más de dos milenios, el mundo ha dado pasos procurando el logro de este gran objetivo. A menudo nos centramos más en lo que nos separa que en lo que nos une. Y con estas posturas arrogantes, el mundo ha construido más muros que puentes.

Con este documento, el Papa Francisco intenta dar un paso hacia un futuro de fraternidad universal. Si somos verdaderamente hermanos y hermanas, entonces la raza, el color, el país, las ideas, la religión, el club de fútbol, los gustos personales, los títulos académicos, la cuenta bancaria, el empleo, las canciones favoritas, etc. no serán las cosas más importantes de la vida, porque, en lo esencial estamos unidos, todos somos hermanos y hermanas unos de otros, sin fronteras.

Es un texto inspirador para estos tiempos de pandemia global. Publicado en Asís y en el día de San Francisco, es un signo para todo el mundo, como Francisco es un símbolo de paz y fraternidad universal. Independientemente de los ríos de tinta que haga fluir, quiero dejar clara mi posición: estoy completamente a favor. El único viaje que tiene sentido es el que nos lleva al corazón de los demás, empezando por los que piensan y rezan de forma diferente a nosotros. Dios nos creó hermanos y hermanas, y Cristo nos pidió que nos amáramos unos a otros y saliéramos al encuentro de todos, como lo hizo en las tierras de Galilea y Samaria.

Las palabras y gestos del Papa en Asís fueron tan densos, tan intensos, tan profundos, tan provocativos…. A los obispos el Papa les explica: “El título es el mensaje de Jesús que nos anima a reconocer a todos como hermanos y hermanas y así vivir en la casa común que el Padre nos ha confiado.” Esta Carta Encíclica, sobre la fraternidad y la amistad socieal, tiene como título la expresión que San Francisco de Asís utilizaba para dirigirse a todos para proponerles “un estilo de vida con sabor a Evangelio (FT 1)”. San Francisco proponía “la esencia de una apertura fraterna que nos permite reconocer, apreciar y amar a cada persona, independientemente de la proximidad física, del lugar donde haya nacido o viva”(FT1).

Francisco es un ejemplo porque sembró la paz dondequiera que fue y caminó con los pobres, abandonados, enfermos y descartados. En resumen, siempre estuvo al lado de los últimos. Tenía un corazón sin fronteras, no hacía guerras de ideas, porque pensaba que el camino correcto era vivir y compartir el amor de Dios, despertando en la gente el sueño de una sociedad fraterna.

San Francisco hizo una valiente e impensable apuesta por la gente de su tiempo: “se liberó del deseo de ejercer el poder sobre los demás. Se convirtió en uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos” (FT4).

La llegada de la COVID 19 da a esta encíclica su razón de ser, ya que, a pesar de tanta conectividad tecnológica, los países demuestran una incapacidad para actuar juntos.

El primer capítulo reflexiona sobre las sombras de un mundo cerrado. El segundo, con el título “un extraño en el camino”, propone una reflexión sobre la parábola del Buen Samaritano. El tercer capítulo nos invita a imaginar y generar un mundo más abierto. Luego viene la propuesta de un corazón abierto a todo el mundo y la petición de mejores políticas para alejarse del populismo y el liberalismo. Finalmente, el Papa habla del diálogo y la amistad en la sociedad, abriendo caminos para unir a los pueblos en base a la verdad, la paz y el perdón. En conclusión, el capítulo ocho pone las religiones al servicio de la fraternidad, alejándolas de todo tipo de violencia.

CURANDO EL MUNDO. CAP. I

(Las sombras de un mundo cerrado, 9-55)

“Las sombras de un mundo cerrado” es el primer capítulo de la encíclica “Fratelli Tutti”. La hermandad universal está siendo frenada por algunas tendencias del mundo actual que obstaculizan su desarrollo.

Muchas conquistas humanas están retrocediendo: “Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos.” (FT 11). Muchos gobernantes olvidan algo esencial: “El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día” (FT 11).

El mundo se está construyendo bajo el mando de intereses extranjeros y de potencias económicas que invierten sin trabas ni control, imponiendo un único modelo económico y cultural: “Esta cultura unifica al mundo pero divide a las personas y a las naciones, porque «la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos” (FT12).

Se está sembrando desánimo y desconfianza, especialmente en las nuevas generaciones. No cuidamos bien del mundo ni de nosotros mismos. Apoyamos la cultura del desecho, considerando que parece que “partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites” (FT 18).

 El racismo sigue vigente, aunque más disfrazado, nacen nuevas formas de pobreza, las mafias se aprovechan del miedo y la inseguridad de la gente, las mujeres tienen menos derechos que los hombres, los derechos humanos no son iguales para todos: ” Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados” (FT 22).

Además, ” todavía hay millones de personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud” (FT24). Debemos luchar contra todas las formas de trata de personas, por las que se trata a las personas como un medio y no como un fin. El mundo es violento; hoy estamos viviendo una ‘tercera guerra mundial’ en etapas” (FT).

En lugar de puentes, los gobiernos y los pueblos construyen ” muros en el corazón, muros en la tierra para evitar este encuentro con otras culturas, con otras personas”. Y cualquiera que levante un muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes” (FT 27).

El Papa cita el Documento sobre la Fraternidad Humana, escrito con el Gran Imán Al-Tayyeb: ” subrayamos que, junto a tales progresos históricos, grandes y valiosos, se constata un deterioro de la ética, que condiciona la acción internacional, y un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de responsabilidad” (FT 29).

Hemos perdido el sentido de pertenencia a una humanidad común; hemos descubierto planetas lejanos sin descubrir las necesidades urgentes de los que viven al lado; somos víctimas de la globalización de la indiferencia. Por eso, el Papa grita:  ” El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí»” (FT 30).

La COVID 19 nos recordó que todos estamos en el mismo barco frente a la misma tormenta y que nadie se salva solo, sino juntos. La pandemia nos obliga a ” repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia” (FT 33).  Todos nos necesitamos unos a otros.

Tratamos de impedir la llegada de otros a nuestro país mientras no ayudamos a los países más pobres, y damos cobertura a los traficantes de personas sin escrúpulos. Pero ” hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir, a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra” (FT 38). Es urgente combatir “el miedo que nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro” (FT 41).

Vivimos en la era digital, pero los corazones no están todos interconectados. Hoy en día hay mucha violencia y fanatismo propagándose a través de los medios de comunicación. Necesitamos más sabiduría y menos manipulación y noticias falsas. Y además: “No debemos perder la capacidad de escuchar. San Francisco de Asís escuchó la voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del enfermo, escuchó la voz de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un estilo de vida.” (FT 48).

El Papa, en este primer capítulo, habla más de sombras, pero hay muchos caminos de esperanza, pues ” Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien” (FT 54).

El desafío del Papa es una llamada a la confianza: “Caminemos en esperanza” (FT 55)!

¿Vecino o compañero? Cap. II

(Un extraño en el camino, 56-86)

Se ha derramado mucha tinta sobre la última encíclica del Papa Francisco, ‘Fratelli tutti’, pero esto sólo muestra su importancia y el debate que ha provocado y sigue provocando. Voy a poner unas cuantas ideas más en esta hoguera…

El Papa ofrece una reflexión muy oportuna sobre la parábola del buen samaritano, un texto bíblico que ha provocado reacciones de muchos académicos, políticos, economistas y escritores, incluso de no creyentes. El Papa Francisco hace una distinción entre ser un socio (“el asociado por determinados intereses” (FT 102) y ser un vecino: “libre de todo rótulo y estructura, fue capaz de interrumpir su viaje, de cambiar su proyecto, de estar disponible para abrirse a la sorpresa del hombre herido que lo necesitaba” (FT 101). Ahora, esta es la elección que se nos invita constantemente a hacer.

El capítulo que habla del Buen Samaritano se titula “Un extraño en el camino”. El Papa nos recuerda: “al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el «amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. […] Amor que sabe de compasión y de dignidad»” (FT 62).

Recorriendo esta emblemática parábola de Jesús, el Papa Francisco recuerda que varias personas pasaron junto a la persona golpeada por los bandidos… se fueron y no se detuvieron. El levita y el sacerdote, hombres de la ley y del templo, no se detuvieron. Pero hubo una persona que se detuvo, dando tiempo al hombre herido, evitando su muerte inminente (cf. FT63). Y el Papa se atreve a preguntarnos: “¿Con quién te identificas?” La conclusión parece obvia: ” Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente” (FT 64).

Seguir al Buen Samaritano es un ejercicio de ciudadanía responsable, que da vida al bien común: con sus acciones, el Buen Samaritano demostró que “la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro” (FT 66).

Debemos mirar a los demás más que a nosotros mismos, superando el egoísmo y el individualismo que caracterizan a estos tiempos: “No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida”” (FT 68).

Hoy en día hay muchos heridos por ahí. Muchos se sienten excluidos, abandonados y heridos por el camino. Constantemente se nos invita a elegir si queremos ser buenos samaritanos o viajeros indiferentes de paso.

En pocas palabras, el Papa explica que hay dos tipos de personas: ” las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso” (FT 70).

La historia del Buen Samaritano siempre se repite. Jesús ” confía en lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna de tal nombre” (FT 71).

Hay muchas maneras de pasar al otro lado, desde el egoísmo hasta la indiferencia. Pero el texto dice algo que nos molesta: la gente que pasaba era religiosa. Esto demuestra que “el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada” (FT 74).

Los que pasan se convierten en aliados de los que atacaron al hombre en el camino. A menudo nos sentimos como la persona herida, arrojada al borde del camino en nuestras vidas. Nuestra actitud debe ser la de un cristiano responsable: ” Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos.” (FT 77).

Hacer el bien implica no esperar agradecimiento, porque, como dice el Papa, ” Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano” (FT 79).

Finalmente, debemos mirar la petición de Jesús: “ve y haz lo mismo”. No tenemos alternativas, pues los cristianos reconocemos al propio Jesús en cada hermano abandonado o excluido” (FT 85).

Y queda una importante orientación pastoral: ” la catequesis y la predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos” (FT 86).

Abriendo mundos al mundo. Capítulo III

(Pensar y gestar un mundo abierto, 87 – 127)

El Papa Francisco, en “Fratelli Tutti”, sostiene que no es posible “experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar” (FT 87). El mundo debe abrirse más, mejorando los índices de hospitalidad. También dice que “la altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es «el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana»” (FT 92).

Es urgente salir hacia las periferias, algunas muy cercanas a nosotros, incluso en nuestras propias familias. Debemos prestar atención a los preocupantes signos de racismo, “un virus que muta fácilmente y en lugar de desaparecer se disimula, pero está siempre al acecho” (FT 97). Debemos prestar especial atención a los “exiliados ocultos”, como las personas discapacitadas y ciertos ancianos que no cuentan en las sociedades competitivas, exitosas y lucrativas.

La globalización no puede moldear a todas las personas por igual, ya que ” destruye la riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo” (FT 100). El futuro de la humanidad tiene muchos colores, aprovechando la riqueza de la diversidad. Debemos superar un mundo de socios para construir un mundo de hermanos cercanos, inspirados en la parábola del Buen Samaritano, que, “libre de todo rótulo y estructura, fue capaz de interrumpir su viaje, de cambiar su proyecto, de estar disponible para abrirse a la sorpresa del hombre herido que lo necesitaba” (FT 101).

La igualdad y la libertad son valores importantes, pero sin la fraternidad añaden poco o nada interesante a la humanidad: “Hay un reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia” (FT 106).

El crecimiento genuino e integral es una condición necesaria para promover el bien moral. La solidaridad comienza en “las familias, que constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe” (FT 114). El arte de cuidar debe estar siempre presente, como la máxima expresión de la solidaridad: “el servicio es, en gran parte, cuidar la fragilidad” (FT 115).

Es necesario luchar contra “las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales” (FT 116). Y, por supuesto, debemos comprometernos con una ecología integral que nos obligue a “cuidar la casa común” (FT 117).

El Papa Francisco también trata el tema de la propiedad en profundidad. La Doctrina Social de la Iglesia dice que el derecho a la propiedad privada está siempre sujeto al destino universal de los bienes (cf. FT 123) y las sociedades deben ” garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral” (TF 118).

El desarrollo debe ser sostenible y sostenido. Debe asegurar «los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos». (FT 122).

Las relaciones internacionales deben cambiar la forma en que entiende el intercambio entre países: ” Si toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país” (FT 125). A los países más ricos y desarrollados se les pide que no aplasten a los más pobres, sino que les ayuden a vivir con dignidad, garantizando ” el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso” (FT 126).

El Papa Francisco concluye este tercer capítulo con la esperanza de un futuro mejor: “Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas. Porque la paz real y duradera sólo es posible «desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana” (FT 127).

Y este último documento del Papa Francisco va mucho más allá. De “un corazón abierto a todo el mundo” llegaremos a reflexionar sobre “la mejor política”.  Debemos superar las falsas convicciones que presentan al emigrante como un usurpador que no tiene nada que ofrecer, al pobre como peligroso o inútil, mientras que los poderosos son generosos benefactores (cf. TF 141). Volveremos a esto…

Política con amor. Cap. IV

(Un corazón abierto al mundo entero, 128-153)

“Un corazón abierto al mundo entero” es el tema del capítulo IV de “Fratelli Tutti”. Al establecer los límites de las fronteras que el mundo ha erigido, el Papa es claro: ” Nuestros esfuerzos ante las personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar” (FT 129). Debemos ofrecer a los migrantes la posibilidad de un nuevo desarrollo (cf. FT 134) porque, ” si se los ayuda a integrarse, son una bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a una sociedad a crecer” (FT135).

También debe haber un intercambio fructífero entre los países, porque la ayuda mutua para todos beneficia y aumenta la convicción de que ” hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie” (FT 137), porque todo está interconectado. Al acoger a las personas, es urgente cultivar la generosidad fraternal evitando el comercio calculado e inhumano. Los inmigrantes no pueden ser catalogados como usurpadores que no ofrecen nada. A menudo se piensa que “los pobres son peligrosos o inútiles y que los poderosos son generosos benefactores” (FT 141). Cuanto más acogedora y abierta es una sociedad, más sanas son las culturas basadas en valores universales que se pueden generar. Y el Papa Francisco deja claro que ” Hoy ningún Estado nacional aislado está en condiciones de asegurar el bien común de su propia población” (FT 153).

Se necesitan mejores políticas, “puestas al servicio del verdadero bien común” (FT 154). Las decisiones adoptadas en favor de las políticas populistas y liberales están teniendo un efecto negativo en la vida de las personas porque, “en ambos casos se advierte la dificultad para pensar un mundo abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que respete las diversas culturas” (FT 155).

El trabajo es lo mejor que un gobierno puede ofrecer a sus ciudadanos, porque garantiza a todos una vida digna y un compromiso con la construcción de una sociedad.

El mercado no resuelve todos los problemas y la especulación financiera sigue causando estragos. El Papa recuerda: ” La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado… tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos” (FT 168).

Francisco nos advierte que ” siglo XXI «es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política” (FT 172). Para evitar este riesgo, es necesario reformar la ONU para que “se dé una concreción real al concepto de familia de naciones” (FT 173). La fraternidad universal y la paz social requieren una buena política que no esté sujeta “a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia” (FT 177).

La lucha contra la corrupción debe ser implacable. Y sólo hay grandeza política “cuando, en tiempos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo” (FT 178). La caridad social es el alma de un orden social y político sano, en la búsqueda del bien común: “la caridad está en el centro de toda vida social sana y abierta” (FT 184). Los políticos deben ayudar a los pobres, pero también “cambiar las condiciones sociales que les causan sufrimiento (…) creando puestos de trabajo, ejerciendo una sublime forma de caridad que ennoblezca su acción política” (FT 187). Tienen que ocuparse de los más débiles, de los que son víctimas de violaciones de los derechos humanos.

“Estamos todavía lejos de una globalización de los derechos humanos más básicos” (FT 189). El Papa condena el hambre criminal, las toneladas de alimentos que se están echando a perder y el tráfico de personas que es una “vergüenza para la humanidad que la política internacional no debería seguir tolerando” (FT 189).

La intolerancia fundamentalista también es el objetivo del Papa Francisco, ya que daña las relaciones entre las personas, los grupos y los pueblos y no permite que se escuchen las diferentes voces. El Papa hace una petición: “Que no nos resignemos a vivir encerrados en un fragmento de realidad” (FT 191). El odio y el miedo forman parte del fundamentalismo.

La política es un arte de amar, fortaleciendo “las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo” (FT 196). Los políticos deben dejarse vencer por la ternura causada por los pobres y frágiles de nuestro mundo. No debemos mirar los resultados tangibles, sino la fecundidad de la intervención política: “si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida” (FT 195).

Quedan muchas preguntas, algunas de ellas dolorosas: “¿Qué hice para el progreso de nuestro pueblo? ¿Cuánta paz social he sembrado” (FT 197)? El Papa desarrolla su reflexión proponiendo el diálogo como un camino de amistad social.

Voces de varios colores. Capítulos V-VI

(La mejor política, 154-197; diálogo y amistad social, 198-224)

El diálogo implica “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto” (FT 198). Es una tarea difícil pero decisiva, sobre todo porque los desacuerdos y los conflictos son mucho más noticia.

El diálogo es un puente, establece un punto intermedio “entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta” (FT 199). También es necesario evitar cualquier forma de poder manipulador: “económico, político, mediático, religioso o de cualquier género” (FT 201).

Los puntos de vista de los demás deben respetarse siempre para que haya un auténtico diálogo social. En términos sociales, se debe invertir mucho en el debate público que es “un permanente estímulo que permite alcanzar más adecuadamente la verdad, o al menos expresarla mejor” (FT 203).

Los medios de comunicación nos ayudan a sentirnos más cerca de los demás. Y en esta era de las tecnologías de la información y las redes sociales, “Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos” (FT 205). Pero está la otra cara de la moneda y ” no podemos aceptar un mundo digital diseñado para explotar nuestra debilidad y sacar afuera lo peor de la gente” (FT 205).

Buscar el consenso es un gran objetivo: ” Aceptar que hay algunos valores permanentes, aunque no siempre sea fácil reconocerlos, otorga solidez y estabilidad a una ética social” (FT 211).

La fe es un valor añadido para los creyentes. ” Para los creyentes, esa naturaleza humana, fuente de principios éticos, ha sido creada por Dios, quien, en definitiva, otorga un fundamento sólido a esos principios” (FT 214)

Se cita a Vinicius de Moraes como evocador de la importancia de crear una nueva cultura: ” La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida” (FT 215). El Papa vuelve a su repetida imagen del poliedro que ” representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones.” (215).

La paz social es muy laboriosa y requiere práctica. La paz no se logra en la comodidad de los despachos, sino en las dificultades y riesgos de la vida cotidiana: ” Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!” (FT217)!

Nadie puede ser excluido; las periferias también tienen algo que ofrecer, porque la experiencia y la historia demuestran que ” tarde o temprano provoca alguna forma de violencia, muchas veces inesperada” (FT 219).

Debemos tener siempre esta profunda y probada convicción de que ” Pero ningún cambio auténtico, profundo y estable es posible si no se realiza a partir de las diversas culturas, principalmente de los pobres” (FT 220).

Hay contravalores que es urgente desterrar de las prácticas sociales. Uno de ellos es el individualismo consumista, responsable de muchos abusos. El mundo debe cultivar la amabilidad, pues es esencial no herir a los demás con palabras o gestos considerados ofensivos. Más bien, “decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan, en lugar de palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian” (FT223).

En una sociedad que va a gran velocidad, la gente no parece tener tiempo para gestos simples pero esenciales. El Papa nos recuerda que “hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Debemos valorar las expresiones de amabilidad que crean un buen ambiente y generan felicidad. El Papa Francisco concluye: “cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes” (FT224).

Debemos abrir caminos para encontrarnos. ¡Podríamos saciar mucha sed de esta manera!

Corazones que se abrazan. Capitulo VII

(Caminos de reencuentro)

El Papa Francisco es claro y directo: ” En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (FT 225).

Es necesario abrir “caminos de un nuevo encuentro”. Es necesario atreverse a “recomenzar desde la verdad”, pues sólo desde este punto de vista “se podrá hacer un esfuerzo amplio y perseverante de comprensión y de búsqueda de una nueva síntesis para el bien de todos” (FT 227), sin olvidar nunca que “la verdad es compañera inseparable de la justicia y de la misericordia” (FT 227).

Francisco está convencido de que la reconciliación y la construcción de la fraternidad requieren saber lo que ha sucedido: “La verdad significa contar a las familias desgarradas por el dolor lo que sucedió a sus parientes desaparecidos (…) La verdad significa reconocer el dolor de las mujeres víctimas de la violencia y del abuso. La fraternidad sólo tendrá lugar cuando se rompan las cadenas de la violencia, ya que “la violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte” (FT 227). La venganza no resuelve nada y “el perdón es precisamente lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido” (FT 252).

Los caminos pueden ser difíciles de recorrer, pero es evidente que ” sólo puede lograrse cuando luchamos por la justicia a través del diálogo, persiguiendo la reconciliación y el desarrollo mutuo” (FT 229).

Las teorías pueden ayudar en la construcción social de un país, pero nada reemplazará el compromiso práctico: “Las grandes transformaciones no son fabricadas en escritorios o despachos (…) Hay una “arquitectura” de la paz, donde intervienen las diversas instituciones de la sociedad, cada una desde su competencia, pero hay también una “artesanía” de la paz que nos involucra a todos” (FT 231).

No hay paz sin justicia, y este es un indicador importante: ” Quienes pretenden pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz (FT 235). Y nunca se debe olvidar al menor de nuestros hermanos y hermanas, los descartados y los más frágiles.

Otros temas importantes son el perdón (que “no implica olvido” (FT 250)) y la reconciliación, valorada por el cristianismo y muchas religiones. El Papa deja claro que “Jesucristo nunca invitó a fomentar la violencia o la intolerancia.”, ya que “el Evangelio pide perdonar setenta veces siete” (FT 238). Hay luchas legítimas por la defensa de los derechos y la dignidad, pero “la clave está en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma personal y el alma de nuestro pueblo” (FT 242), aun sabiendo que ” no es tarea fácil superar el amargo legado de injusticias, hostilidad y desconfianza que dejó el conflicto” (FT 243).

La historia muestra lo difícil que es curar la violencia, pero ” la verdadera reconciliación no escapa del conflicto sino que se logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente, sincera y paciente” (FT 244). El olvido nunca debe proponerse. “La Shoah no debe ser olvidada nunca” (FT 247), ni “los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki” (FT 248), ni ” las persecuciones, el tráfico de esclavos y las matanzas étnicas” (FT 248), para no volver a cometer atrocidades de esta magnitud. Pero “es muy sano hacer memoria del bien” (FT 249).

Finalmente, el Papa Francisco se ocupa de dos temas candentes: la guerra y la pena de muerte. ” la guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente” (FT 257). Tras el descubrimiento de las armas nucleares, químicas y biológicas, se destruyó la lógica de una posible guerra justa, dado su poder destructivo: ” ya no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya”… ¡Nunca más la guerra!” (FT 258). El Papa no tiene dudas de que ” Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal. (…) Preguntemos a las víctimas” (FT 261).

Y aquí viene la gran propuesta: ” con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, constituyamos un Fondo mundial para acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres” (FT 262).

La pena de muerte también está en el punto de mira: “Hoy afirmamos claramente que ‘la pena de muerte es inadmisible’ y la Iglesia se compromete con determinación para proponer que sea abolida en todo el mundo” (FT 263). Hay que luchar por unas condiciones dignas en las prisiones y por la abolición de la cadena perpetua, “una pena de muerte oculta” (FT 268).

Es necesario seguir a Isaías que anunció: “Con sus espadas forjarán arados” (FT 270). La fraternidad sólo puede establecerse mediante la unión de los corazones.

La fraternidad de los creyentes. Cap. VIII

(Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo, 271-287)

El Papa Francisco tiene una larga experiencia en el diálogo ecuménico e interreligioso y no duda de que “Las diferentes religiones… ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad” (FT 271). Nuestra contribución específica como creyentes es la de creer en un “fundamento único”: “Como creyentes, estamos convencidos de que, sin apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para apelar a la fraternidad” (FT 272).

Nuestra experiencia de fe iluminada y vivida, acumulada a lo largo de milenios, nos da la convicción de que “hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades” (FT 274). Y la historia también nos dice que aprendemos de innumerables debilidades y caídas.

Vivimos en tiempos marcados por la exclusión de la dimensión religiosa del foro público. El Papa Francisco nos pide que revisemos esta actitud porque, según él, “no puede admitirse que en el debate público sólo tengan voz los poderosos y los científicos”. Debe haber un lugar para la reflexión que procede de un trasfondo religioso que recoge siglos de experiencia y de sabiduría” (FT 275).

En cuanto a la misión de la Iglesia, el Papa recuerda al mundo que, más allá de los ámbitos de la asistencia social y humanitaria y de la educación, la Iglesia “busca la promoción de las personas y la fraternidad universal” (FT 276). Y debe cumplir su misión sin excluir a nadie, pues es “una casa con las puertas abiertas, porque es madre” (FT 276).

Se valora el diálogo con las otras religiones porque hay mucho de verdadero y santo en ellas. Pero tenemos algo específico que dar al mundo: “Pero los cristianos no podemos esconder que «si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados‒enviados. Si la música del Evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer” (FT 277). Reconocemos la riqueza de otros que beben de otras fuentes.

Normalmente los documentos pontificios terminan con una referencia a María. Aquí viene primero: ” Para muchos cristianos, este camino de fraternidad tiene también una Madre, llamada María. Ella recibió ante la Cruz esta maternidad universal (cf. Jn 19,26) y está atenta no sólo a Jesús sino también «al resto de sus descendientes” (cf. Ap 12,17). Ella, con el poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz” (FT 278).

Francisco vuelve al tema candente y actual de la libertad religiosa y pide a los líderes políticos de todo el mundo, donde los cristianos son una minoría, que se les dé libertad de culto y de misión. Esta misma libertad también debe ser favorecida para los creyentes de otras religiones en países con mayoría cristiana. Todo esto porque ” Hay un derecho humano fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la libertad religiosa para los creyentes de todas las religiones” (FT 279).

La unidad dentro de la Iglesia es también una condición de fraternidad: ” unidad que se enriquece con diferencias que se reconcilian por la acción del Espíritu Santo” (FT 280).

La religión nunca va de la mano de la violencia. Pero abre espacios comunes de solidaridad: ” los creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y para actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres” (FT 282). Y debe quedar claro que ” la violencia no encuentra fundamento en las convicciones religiosas fundamentales sino en sus deformaciones” (FT 282). De ahí la urgencia de detener “el apoyo a los movimientos terroristas a través del suministro de dinero, armas, planes o justificaciones y también la cobertura de los medios, y considerar esto como crímenes internacionales que amenazan la seguridad y la paz mundiales. Tal terrorismo debe ser condenado en todas sus formas y manifestaciones” (FT 283).

Dios no necesita que nadie lo defienda en su nombre, y todo líder religioso debe ser un auténtico mediador, ” un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros” (FT 284).

Fratelli Tutti termina con una Oración al Creador y una Oración Cristiana ecuménica. El mensaje final del Papa es claro: “En nombre de Dios y de todo lo que se ha dicho hasta ahora, [declaramos] la adopción de la cultura del diálogo como camino; la cooperación mutua como código de conducta; la comprensión recíproca como método y norma” (FT 285).

El mundo necesita referencias y el Papa nos pide que miremos las vidas de Luther King, Desmond Tutu, Gandhi y Carlos de Foucauld. Son luces brillantes para nuestros días.

Tony Neves CSSp, en Roma

El viento del cambio. Historias de vida y ministerialidad social

equipo ministerialidad
equipo ministerialidad

Los combonianos y las combonianas nacieron gracias al Plan de San Daniele Comboni para salvar África con África. El Plan se publicó por primera vez en 1864, pero fue revisado y actualizado siete veces por el propio Comboni: fue una inspiración desde lo Alto, fruto del amor compasivo del Buen Pastor por África que Comboni llamó “la perla negra“; pero también una participación desde abajo, con diferentes expresiones de misión, estrategias, participación de grupos eclesiales, filántropos, científicos y geógrafos, para la búsqueda de personal y fondos para su realización.

Los biógrafos de Comboni reconocen algunas de sus características fundamentales, entre ellas su clarividencia práctica y dinámica y su fe inquebrantable en la regeneración de África, a pesar de los obstáculos, cruces, malentendidos, críticas y calumnias; prueba de ello es que dos africanos, Daniele Sorur Pharim Den (1860-1900) y Fortunata Quascè (1845-1899), ambos sudaneses y rescatados de la esclavitud, con la visión inclusiva de la obra comboniana, se desposaron inmediatamente con el Plan y, a través de su ministerio, revelaron su eficacia.

El primero describió la condición real de los negros y subrayó que la regeneración de los africanos sólo podía tener lugar con dos condiciones: romper el yugo de la esclavitud y ofrecer a los africanos las mismas oportunidades de formación que se daban a todos los demás pueblos. La segunda dedicó toda su vida a la formación y preparación de las jóvenes africanas, para que, a su vez, liberadas de toda esclavitud, iniciaran procesos de regeneración en el corazón del África negra.

Desde hace más de 150 años los herederos de Comboni, iluminados desde lo alto, con la misma determinación y con la misma confianza; movidos por el amor compasivo hacia los más pobres y abandonados, han dado forma al sueño de regenerar África a través de la pastoral social, adaptando el proyecto a los tiempos y a los lugares, con el soplo del Espíritu que “renueva la faz de la tierra” (Sal 103,30). Un importante patrimonio que debe ser conocido y valorado, especialmente hoy en día, para hacer frente a un sistema neoliberal de depredadores, que centraliza la riqueza en manos de unos pocos y promueve la cultura del despilfarro, excluyendo a miles de millones de personas de las condiciones de vida plena.

Por eso para el 2020, año en que los misioneros combonianos han dedicado sus esfuerzos a la ministerialidad, las direcciones generales de la familia comboniana, consagrados, seculares y laicos, han pedido a una comisión, nombrada ad hoc, que publique un libro en el que se narren algunas historias de vida vividas en la ministerialidad social. Al mismo tiempo, ampliar la investigación a través de un mapa de nuestras presencias y compromisos, involucrando a las comunidades de la familia comboniana, dispersas en los cuatro continentes. El objetivo era:

  • Elaborar criterios, modalidades y principios comunes en las experiencias de colaboración existentes, enmarcándolas en una perspectiva institucional.
  • Evaluar cómo los diversos ministerios tienen un impacto de transformación social en la realidad y cómo nuestra presencia ministerial responde a una necesidad real de los signos de los tiempos.

Este trabajo ha sido sin duda ambicioso, pero al mismo tiempo limitado, en el sentido de que siempre es difícil encerrar la riqueza de la experiencia vivida en un documento escrito. También porque hay una embarazosa elección entre las experiencias de 3.500 consagrados, seculares, y laicos que trabajan según el carisma comboniano, en África, América, Asia y Europa.

El libro titulado “Somos Misión. Testimonios de la pastoral social en la familia comboniana”, se publicó en junio de 2020, en cuatro idiomas (italiano, inglés, español y francés). La obra fue fruto de la colaboración de 61 misioneros y misioneras, invitados a relatar su experiencia social ministerial; dos expertos externos también hicieron una sabia lectura del material, indicando los puntos fuertes del compromiso ministerial y los nudos que hay que desatar para una mayor eficacia para el cambio del sistema.

Las narraciones y las acciones realizadas en este texto ayudan a comprender que, incluso en la multiplicidad de situaciones, enfoques e iniciativas, la dimensión social es el eje transversal de todo ministerio; en el sentido de que todo servicio, entendido como un don de Dios, por su misma fuerza intrínseca, proclama la liberación de los oprimidos, “el año de gracia” (Lc 4,18-19) y revela al pueblo “los cielos nuevos y la tierra nueva” (Ap 21,1) en el plan original y providencial de Dios.

El relato de la práctica de la pastoral social, por esta razón, enriquece el paradigma de referencia de la misión, cada vez más encarnado en la complejidad del mundo actual y atento a la lectura de los signos de los tiempos y los lugares, para poder re-anunciar a todos los pueblos la fe en Jesucristo, con lenguajes y estilos de presencia apropiados.

El proceso iniciado será largo y gradual a lo largo del tiempo, pero podrá utilizar algunos temas y sugerencias que se destacan en estas acciones y otros que se expresarán en la cartografía general de la familia comboniana. También habrá un momento de recogida, profundización, síntesis, discernimiento y relanzamiento en el Foro de Ministerios Sociales Combonianos en Roma, el próximo diciembre de 2020.

No parte de la nada ni de teorías, sino de hechos vividos y narrados en la vida cotidiana de la misión comboniana, que se pueden resumir con algunos verbos:

Ver: con “ojos penetrantes y un corazón abierto” para asumir los retos y oportunidades de la proclamación del Evangelio.

Hacerse próximo: en la dinámica de una Iglesia misionera en “salida“, que vive entre los marginados y toca las heridas de sus hermanos y hermanas, asumiendo el olor a oveja y el estilo de vida de los pobres.

Encontrar: vivir y promover la mística del encuentro. Profesar la catolicidad y acortar la distancia entre credos y culturas, a través del diálogo y el ecumenismo, para una fraternidad global.

Regenerar: dejarse desafiar por la realidad y buscar industriosamente los cinco panes y los dos peces de los pequeños, el óbolo de la viuda, el agua de la purificación de los pueblos.

Transformar: no hay más tiempo para cambiar; ¡es la hora de cambio! Es hora de enfrentar las causas que generan la desigualdad entre las personas y entre los pueblos y la cultura del despilfarro.

Celebrar: Todo lo que da sustancia al ministerio social y configura a los discípulos y a las discípulas al misterio Pascual de Cristo, soporte de la fe en la vida diaria de la misión.

Reiniciar. Bajo la mirada del Espíritu ya no hay lugar para la autoglorificación y la vanagloria; todo es probado con la llama de fuego que purifica y nos impulsa a atrevernos y emprender de nuevo por nuevos caminos y senderos, para que sean cada vez más numerosos los caminos de Dios.

Las áreas de la ministerialidad social

El corazón de la ministerialidad social es escuchar el grito de los pobres, hacer una alianza con ellos, para que sus expectativas se cumplan y sean capaces de transformación; en la lógica evangélica del Señor: “El que pasó de ser rico a ser pobre, para que ellos se enriquecieran con su pobreza(2 Cor 8, 9).

Como Familia Comboniana, hemos trabajado siempre en la dimensión social: formación de las conciencias y preparación de líderes profesionales; media y comunicación; cuidado y atención a las personas, salud y educación; periferias existenciales y geográficas (como el cuidado de los niños de la calle, situaciones de guerra y conflicto, minorías étnicas; tráfico de niños y mujeres; derechos humanos; prisiones, nómadas…); movilidad humana y pastoral de los migrantes; salvaguardia de la creación; liturgia y catequesis.

Perspectivas

El proceso de poner de relieve la dimensión social de la ministerialidad no puede ni debe considerarse como una acción circunstancial y limitada en el tiempo. Es un largo camino, según la tradición viva de la Iglesia. Debe ser sostenida, alimentada y revisada en el ritmo acelerado del cambio de época, para ser eficaz y dar creatividad a la presencia misionera y carismática de la Familia Comboniana en el mundo de hoy.

La dimensión social en la ministerialidad nos invita, por lo tanto, a revisar la idea de misión. Una invitación a la Familia Comboniana a reflexionar sobre lo que quiere ser y quiere realizar para el bien de la humanidad en la construcción del Reino de Dios. El hilo conductor es siempre la misión, con estas características particulares:

  • la transformación del sistema que genera la cultura del desecho;
  • la promoción del Evangelio del cuidado de la gente a través de la proximidad y la compasión samaritana;
  • la sinodalidad, en la implicación y la participación efectiva de todos los ministerios;
  • conversión ecológica, conscientes de que salvaguardando la casa común crearemos condiciones de vida dignas para todos, especialmente para los excluidos.

Por eso el título del libro “Somos misión“, se convierte en una llamada a la misión, vivida como comunidad de comunión regenerada y comboniana entre hermanas, hermanos y laicos, cada vez más articulada e interconectada con otros grupos y asociaciones eclesiales y laicas, como parte integrante del Pueblo de Dios.

Este proceso de cambio amplifica el sueño comboniano de regenerar África con África en la perspectiva del gran sueño del Papa Francisco, expresado en la Exhortación Apostólica post-sinodal “Querida Amazonia“: el sueño de construir una nueva sociedad con la inclusión de los “desechos” y un nuevo pacto social para el bien común. El sueño cultural de una humanidad plural; el sueño ecológico donde todo está interconectado y el compromiso de salvar la tierra garantiza el futuro de toda la humanidad. Finalmente, el sueño eclesial, bien simbolizado por la imagen de un “hospital de campaña”, inmerso en la vida y la realidad de los pobres y marginados, que toca las heridas de los hermanos y hermanas y vierte el aceite de la paz y la reconciliación.
Fernando Zolli y Daniele Moschetti

La importancia de estar preparados

Luz
luz

(Un comentario a Mt 25, 1-12; XXXII Domingo ordinario, 8 de noviembre del 2020)

Estamos llegando al final del año litúrgico (que terminará con la fiesta de Cristo Rey) y también estamos casi concluyendo la lectura del evangelio de Mateo. Leemos parte del capítulo 25, que es el anterior a los tres últimos capítulos dedicados a la Pasión y resurrección de Jesús.

El tema de hoy es el de la vigilancia y la necesidad de estar preparados, para acoger al “esposo”, es decir, a Dios que se puede presentar en cada momento de nuestra vida. De hecho, podemos decir que todas las etapas de nuestra vida son tiempos en los que Dios se nos presenta como “esposo” que nos ama y quiere llevarnos a la plenitud del amor.

Él se nos presenta en la infancia, como a un niño, probablemente en forma de ternura e ilusión inocente; se nos ofrece en la juventud, como un amigo fuerte que nos invita a tener grandes ideales y aportar nuestra energía y nuestros sueños a la construcción de un reino de justicia, de verdad y de amor; se nos hace compañero en la edad adulta, mostrándonos su presencia hecha de amor maduro, de perseverancia en el bien y en el amor que resiste a todas las tentaciones y desilusiones; se nos muestra en el horizonte de nuestra edad anciana, para renovar nuestra esperanza en una plenitud sin fin. Él viene siempre a nosotros de mil formas y maneras. Lo que puede pasar es que nosotros –como las jóvenes insensatas- estemos dormidos, no estemos atentos, no captemos las señales de su presencia y el Señor pase a nuestro lado sin que entremos con él al “banquete” de un amor definitivo.

Por eso Jesús, en el evangelio de hoy, antes de afrontar la crisis definitiva que le llevará a la cruz, nos avisa: “Vigilen porque no saben el día ni la hora”. Mejor dicho, cada día y cada hora es un momento en el que Dios se nos presenta para que lo acojamos y de acogida en acogida, de peldaño en peldaño, vayamos subiendo con él hasta gozar a su lado del banquete de la vida definitiva.

Preguntémonos: ¿Vivo adormecido o despierto?  ¿Qué señales de su presencia me hace Dios en este momento de mi vida? ¿Siento que la luz de la Palabra me ilumina en mi caminar por la vida (Familia, trabajo, comunidad) o me parece que se me apagó la lámpara? ¿Qué puede amenazar la luz de mi lámpara? ¿Dónde puedo comprar “aceite” suficiente?

La parábola, por otra parte, nos invita a ser perseverantes en la espera. A veces parece que el “esposo” (Dios con su amor, con su respuesta a nuestra oración y esperanza) tarda en llegar; puede parecer que Dios se duerme, como Jesús en la barca, y que nuestra esperanza es una vana ilusión, que los increyentes tienen razón y que es mejor dormirnos nosotros también en la desesperanza.

Jesús nos dice: no se cansen de esperar, sigan atentos y firmes en la esperanza.

¿Qué esperanzas tengo para el próximo año?

P. Antonio Villarino

Bogotá