Laicos Misioneros Combonianos

Aprender a amar…

LMC Portugal¡Fue un sueño… que se hizo realidad! Todo surgió desde la primera vez que escuché el testimonio de un sacerdote misionero y por el que me maravillé por la gran intensidad del amor vivido y compartido. Era adolescente y desde allí nació en mí una enorme voluntad de querer amar así.

El tiempo fue pasando y casi vi el sueño huir entre mis rutinas, responsabilidades y trabajo… Pero Dios sabe lo que hace y no podía dejar un sueño tan rico morir en vano. Él me supo llevar por el camino correcto, conduciéndome por el camino de Fe y Misión que me ayudó a acercarme a Él, a conocerme en lo más profundo y a darme cuenta de que era llamada a hacer algo más. Y con millones de miedos y anhelos Él quiso que yo fuese aún más lejos y viviera este mes, donde pude aprender y saborear un poco de la vida misionera.

Después de toda la preparación, recaudación de fondos y despedidas, sólo descubrí que era real cuando me vi en Nampula. Así que salí del avión, saqué la máquina para tomar fotos del lugar y me lo impidió un guarda de seguridad del aeropuerto. Entonces sí, descubrí que aquel no era el mundo en que crecí, la realidad a la que siempre había estado acostumbrada.

En el camino recorrido hasta Carapira, más certezas tenía que estar viviendo otra vida, en un mundo completamente diferente. La carretera asfaltada, sin pintar y con rectas infinitas, me fue permitido ver la verdadera realidad de vivir en Mozambique. De la ventana fui viendo los puestos junto a la carretera, pequeños mercados donde se vendía de todo un poco, vi también muchas mujeres cargando sus hijos a la espalda y otras que cargaban baldes de agua u otras cargas en sus cabezas. La tierra roja, los árboles típicos y la llanura infinita con algunas montañas a lo lejos identificaban el paisaje. En algunos lugares se veían casas de paja y pequeños puestos que identificaban las poblaciones.

Llegamos a Carapira donde tuvimos una cálida acogida que me recordó la existencia de un mundo parecido a lo que estaba acostumbrado a vivir. Las instalaciones eran bastante agradables a semejanza de lo que había idealizado anteriormente.

Los primeros días me permitieron conocer el lugar donde pasaríamos la mayor parte del tiempo, las casas de las diferentes ramas de la familia Comboniana y el trabajo que cada uno realizaba. Se distribuyeron las tareas para toda la comunidad Fe y Misión, sobre todo relacionadas con el trabajo del Instituto Técnico Industrial de Carapira (ITIC) y en el apoyo al estudio de las niñas del hogar de las Hermanas Combonianas.

El trabajo que nos habían asignado lo realizamos a lo largo del mes y adaptándonos al ritmo que allí se vivía. El tiempo era muy relativo, la prisa no existía, habiendo siempre la posibilidad de una conversación extra siempre que caminábamos hacia algún lado.

Todos los días participábamos en las laudes y vísperas, realizadas en la iglesia junto con la comunidad Comboniana. Al principio, no fue fácil despertarme temprano para las laudes, pero a medida que iba entrando en el ritmo era extraño si algún día faltaba a una de las oraciones. Era un momento de pararse para estar junto a él y ahí recordar todas las razones que me llevaron a estar allí.

LMC PortugalAdemás de las tareas asignadas inicialmente, tuve la oportunidad de visitar una comunidad fuera de Carapira, con la hermana Eleonora, donde por primera vez me sentí “inculturada” al almorzar junto a la comunidad, tuve también la oportunidad de rezar el rosario en Macúa en un barrio de Carapira y de acompañar a la hermana María José en la visita a los enfermos. Todos estos momentos me permitieron conocer un poco más sobre las costumbres y la vida del pueblo Macúa. Ellos estaban muy contentos siempre que nos oían hablar en su lengua, por pequeña que fuera la expresión.

Las maravillas se fueron sucediendo a lo largo de los días. Y en cada uno de ellos había un toque especial, que me hacía disfrutar de estar allí y donde nada más importaba. A pesar de las nostalgias por Portugal, la voluntad de quedarme allí aumentaba cada día que pasaba.

Poco a poco iba aprendiendo más y más, lo mejor de todo surgió con las niñas del hogar. Desde el primer día en que las conocí quedé prendada por sus sonrisas, canciones y alegría contagiosa. ¡Mi corazón se llenaba, siempre que estaba con ellas! Ellas me cautivaron con su sencillez y, a pesar de tener la tarea de enseñarles y ayudar con los estudios, sentí que aprendí yo mucho más. Compartíamos la pequeña merienda que tenían y aún me daban un poco del de ellas. Me enseñaban palabras en Macúa y se divertían mucho siempre que yo las intentaba pronunciar.

Cuando ya sentía el corazón a reventar con tanto amor y pensaba que ya no era posible más, he aquí que aparece una pequeñita que quería hablar conmigo a solas. Confieso que me invadieron mil y un pensamientos y algunos temores, junto con mucha curiosidad. ¿Qué me quería decir? Entonces surge la oportunidad y la pregunta fue muy simple, dicha de una forma tan dulce: “¿quieres ser mi amiga?” Me quedé sin reacción y sin palabras. No contaba con tan pequeña pregunta que cargaba tanto sentimiento. La abracé y le dije con todo mi amor que ya éramos amigas sin tener que pedirlo. Pero ese corazoncito aún me quiso sorprender más. A pesar de haber intentado no aceptarlo, vino con un regalo para mí. Sí, nosotros que tenemos tanto y ellos que tienen tan poco. ¿Cómo es posible? Un pequeño cuaderno con un texto escrito por ella. A lo largo del mes, las pequeñas actitudes de esta niña me conmovieron de una manera muy especial, revolviendo también mi mundo y mi forma de pensar sobre el amor. ¡Al fin y al cabo es tan sencillo!

Todo esto me hizo ver la vida con mucho más simplicidad, dejando de dar valor a muchas cosas que tenía y reflexionar sobre ese amor que poco hablaba y mucho transmitía. Fue así que Dios me llevó al desierto y me habló al corazón…

Mónica Silva (Fe y Misión)

“Sus ojos se detuvieron en mi pequeñez…”

LMC PortugalHa llegado el momento de compartir lo que me habita en el corazón después de un mes de experiencia misionera en Carapira. Tengo alguna dificultad en organizar las ideas y empezar, pues son muchas las emociones que me vienen al corazón… intentaré escribir un poco sobre cómo crecí en esta experiencia.

Primero, os hablaré de lo que era el día a día. Cada día teníamos momentos de oración. Comenzábamos y terminábamos el día en oración, con la comunidad apostólica y nuestra comunidad.

Al inicio se señalaron varios trabajos en los que necesitaban nuestra colaboración y fuimos construyendo nuestra rutina en torno a estos trabajos, en el Instituto Técnico e Industrial de Carapira y en el internado que tienen las hermanas. Acompañábamos a los misioneros y misioneras en las visitas que hacían a personas y comunidades. Participamos en las celebraciones que se vivieron por aquellos días de los 70 años de la presencia Comboniana en Mozambique, los 150 años de la fundación del instituto de los MCCJ y los 25 años del asesinato del hermano Alfredo Fiorini.

Teníamos las tareas y momentos propios de la vida comunitaria, de nuestra “comunidad Fe y Misión”.

Dos cosas llenaban mi corazón: la primera era un sentimiento de pequeñez; la segunda era una gran serenidad, pero una serenidad alegre. Me sentía pequeño y ligero, alegre, en paz.

Me sentí pequeño porque fui viendo lo mejor y lo peor que hay en mí. Aprendí más sobre mí, me conocí mejor. Fui percibiendo mis límites y mis dones con más nitidez. Fui descubriendo límites que no conocía y cualidades que no pensaba tener. Y al crecer me sentía pequeño. Porque fui percibiendo que los trabajos que íbamos haciendo, aunque importantes y hechos con toda la dedicación que podíamos dar, no cambian el mundo como queremos. Porque la diferencia está en pequeños gestos de amistad, de amor, que crecen y dan fruto. Me sentía pequeño, sobre todo, porque fue mucho más lo que recibí de lo que di: de la comunidad apostólica que nos acogió generosamente; de la comunidad de Carapira; de las comunidades que visitábamos; de las personas que nos encontrábamos; de los niños y jóvenes con quienes pasábamos más tiempo, en el Instituto (la escuela industrial) y en el hogar de las Hermanas; y de las personas con quienes hice comunidad, los demás miembros del Grupo Fe y Misión.

LMC PortugalMe sentía, al mismo tiempo, en paz, porque tenía el corazón lleno. Lleno de amor, de alegría. Lleno de Dios. A cada día que pasaba, percibía mejor que estaba allí porque Dios me quiso hablar allí. Y le sentía muy cerca, en momentos concretos, en la oración, en los trabajos, en las personas que me iban tocando el corazón. Y me di cuenta de que Él me iba guiando, me ayudaba a conocerme mejor. Esto me ayudó a ser más sensible, más genuino. Más yo. El que Dios ya conocía y yo aún no – mi verdadero yo…

Miro este camino. Como estaba al principio y como estoy a la llegada. Como he cambiado: como Dios se detuvo en mi pequeñez, y cómo cogió en esa pequeñez y fue construyendo algo hermoso.

Como fui tocado por Él. Me siento feliz por mirar y por saber que viví intensamente. Por saber que viví aquel tiempo apasionado por Cristo y por las personas. Quiero continuar así, con el corazón lleno, agradecido por todas las maravillas que Dios hizo y por todo lo que recibí de las personas que por mí pasaron, los muchos testimonios de fe y amor que me fueron tocando y me hicieron crecer.

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Filipe Oliveira (Fe y Misión)

Partir a Tu encuentro…

LMC PortugalEl pasado 17 de agosto yo y mis siete colegas del grupo Fe y Misión partimos para un largo viaje desde Lisboa hasta el aeropuerto de Nampula. No para hacer vacaciones, sino para tener un mes de experiencia misionera en la comunidad Comboniana de Carapira. Ahora que estoy de vuelta en Portugal, sólo puedo decir que fue un mes inolvidable que puso a Mozambique para siempre en mi corazón.
El lugar principal de nuestra misión fue el Instituto Técnico Industrial de Carapira (ITIC), donde colaboramos en diversas actividades, según los dones de cada uno. En mi caso, siendo yo estudiante de Matemáticas, tuve la oportunidad de colaborar en la revisión de la contabilidad, en el apoyo al sector pedagógico y en la aclaración de dudas a los alumnos durante el estudio nocturno. Pero nuestra misión no se redujo al ITIC – también nos pidieron que ayudáramos a través de explicaciones a las niñas del internado de las Hermanas Combonianas, y pudimos participar en varias actividades de pastoral (visitas a las comunidades, a los enfermos, etc.). A pesar de todas estas tareas, lo que hizo este mes tan significativo no fue lo poco que di, sino lo mucho que recibí y aprendí en Carapira.
Acogida y compartir son dos palabras que contienen mucha de la magia de este mes de misión. Es increíble la forma en que la comunidad misionera de Carapira (sacerdotes, hermanas y laicos) ha estado, desde primera hora, de puertas siempre abiertas para recibirnos, para servirnos un café o para ayudar en lo que fuera necesario.

En el contacto con el pueblo percibí que esta disponibilidad y este compartir es también lo que mejor caracteriza la cultura del pueblo Macúa, una cultura riquísima que contrasta tanto con la europea… Mientras que en Europa la vida está llena de estrés y las personas desesperan con el mínimo contratiempo (un simple retraso de un autobús, por ejemplo), lo que encontré en Carapira fue un pueblo que vive sin prisas, que sabe estar y contemplar. La verdad es que en mis primeras semanas en Carapira tuve bastante dificultad en adaptarme a esta cultura y a este ritmo. Pero valió la pena porque esta “ralentización” me llevó a repensar mi estilo de vida y a encontrar ese silencio interior que nos ayuda a escuchar la voluntad de Dios.
Vivir en comunidad fue otro de los grandes desafíos que tuve que enfrentar. Durante este mes, fuimos 8 jóvenes a hacer comunidad “a cien por cien”: hicimos las comidas juntos, rezamos juntos, trabajamos juntos… Una rutina que no tiene nada que ver con lo que estoy acostumbrado, pues yo salí de casa de mis padres (cuando entré en la universidad) y me acostumbré a una vida bastante autónoma y relativamente solitaria… La adaptación no fue fácil, porque en la vivencia comunitaria surgen constantemente situaciones que nos llevan a errar – basta estar un poco más cansados ​​para decir la palabra equivocada y generar un desentendimiento. Son situaciones inevitables que surgieron de vez en cuando, pero que siempre fueron superadas gracias a la fuerza de la oración, que nos ayudó a estar más en sintonía con Dios, a “morir todos los días por ir contra el propio querer” (¡como dice un cántico que nos gusta mucho!) y a ser capaces de perdonar.
Para quien viene de un país como Portugal, es entristecedor ver que una gran parte de la población de Mozambique vive en una situación de enorme pobreza. Y aún más triste me quedé al darme cuenta de que la mentalidad de los países ricos es en gran medida la responsable de esa pobreza. Por ejemplo, en los paseos por el barrio me sorprendía escuchar muchas veces la frase “mucunha [blanca], necesito dinero”, pero con el tiempo percibí que esto sucede porque muchas mucunhas ayudan (dando dinero) sólo para quitarse el peso de la conciencia, sin preocuparse de crear los medios necesarios para que el pueblo salga de la pobreza y deje de depender de limosnas. Pero quedé lleno de alegría al ver en el terreno el gran y continuo trabajo de caridad y amor al prójimo que realizan las misioneras y los misioneros Combonianos, fieles al lema de San Daniel Comboni: “Salvar África con África”.
Mucho más podría decir sobre este nuestro “aterrizaje” en Carapira. Podría hablar sobre las bellezas fantásticas que encontré en las visitas a la playa, en la Isla de Mozambique, o sobre la gran fiesta de nuestra despedida, o sobre muchas otras cosas buenas. Pero lo más importante es lo que queda guardado en el corazón, y eso no se puede traducir en palabras…

Agradezco a Dios por haber tenido la oportunidad de vivir todo esto.

Mozambique: estamos juntos, en la amistad y en la oración.

Rúben Sousa (Portugal)

(Re) Vivir un sueño

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LMC Portugal“Por el sueño es que vamos”, escribió Sebastián da Gama. El sueño comanda muchas veces el alma de una persona. Puede llevarnos a sitios que tanto deseamos y que no siempre logramos alcanzar de verdad. Carapira, desde 2015, era un sueño para mí. Regresar a un sitio donde fui tan feliz, volver a encontrarme con rostros conocidos, personas que me tocaron profundamente, era algo que no imaginaba que pudiera suceder.

Pero, con la gracia de Dios, el sueño se realizó y la alegría de vivir la misión que Dios me confió en tierras mozambiqueñas llenó de nuevo mi corazón de profunda gratitud a Dios y a todos los que rezaron y trabajaron para que el sueño se hiciera realidad y se pudiera vivir de nuevo.

A diferencia del 2015, en que fui por primera vez a Mozambique, este año la tarea que Dios me había confiado fue la de ser responsable de siete jóvenes del Grupo Fe y Misión: Ana, Felipe, Inés, Jorge, Mónica, Rubén y Sofía. Mi misión principal era la de asegurar que estos jóvenes tendrían un mes lleno de vivencias ricas y profundas de Dios, con el pueblo que Dios nos dio a conocer, con ellos mismos y con todos los misioneros que con su ejemplo nos vendrían a enseñar la Misión.

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Este año, mi mayor alegría fue sentir el corazón lleno de estos jóvenes, verlos felices por entregarse sin reservas a todas las personas que se cruzaron con nosotros y a todos los trabajos que nos fueron solicitados. Me siento agradecido, una vez más, a Dios, por los jóvenes que Él envió a Carapira, por su generosidad y bondad, por su alegría y entusiasmo, por todo lo que aprendí con ellos y por lo que dieron en tan poco tiempo.

A pesar de que sólo llegamos a Carapira el 19 de agosto, considero que el largo viaje que hicimos fue muy importante, porque nos permitió crear aún más empatía entre todos y reflexionar un poco sobre la misión. Así, a lo largo del viaje tuvimos algunas catequesis sobre el voluntariado y la misión, la tierra sagrada que sería para nosotros Mozambique, el otro como “sagrado” y “misterio” y la alegría del encuentro.

Muchas gracias a todos los misioneros que de corazón abierto nos recibieron y acogieron en sus casas, que abdicaron del tiempo precioso en misión y pararon para estar con nosotros, para compartir historias de vida maravillosas y para llevarnos a conocer lugares maravillosos.

Para mí, los lugares más hermosos fueron el barrio de Carapira, las comunidades que visitamos y todos los demás lugares donde tuvimos oportunidad de estar con las personas. Sin duda que lo más hermoso de la misión son las personas. Es por las personas que Dios nos invita a partir. La misión son caras: en primer lugar, el rostro de Cristo, sediento de amor por todos y, en especial, por los más abandonados; después, el rostro de todas las personas con quienes nos cruzamos y compartimos lo que somos. A veces compartimos sólo nuestra presencia, el estar, como lo hicimos con las visitas a los enfermos. La verdad es que ese compartir tan simple llevó a algunos a decir a los jóvenes que éstos fueron una bendición de Dios para ellos, los enfermos. Y los jóvenes se dejaron tocar tanto. Yo tuve la gracia de ir acompañando a los que pretendían tener alguna conversación sobre lo que les iba en el alma, sobre el camino interior que iban haciendo y os digo que muchas veces me quedé de corazón lleno con lo compartido, con las maravillas que Dios iba obrando en el corazón de cada uno. Sólo un Dios amor es capaz de realizar las maravillas que nuestro Dios ha realizado en estos jóvenes de “Fe y Misión”.

Al final, me despedí de Carapira. La despedida fue serena pues en mi corazón sentí la alegría de quien no dice “Adiós” sino “Hasta pronto”. Puede incluso haber sido un “Adiós” a Carapira pero, en mi corazón, fue un “Hasta pronto” a la misión más allá de las fronteras. ¡Quiera Dios que así sea!

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Termino con un pequeño Magnificat personal que escribí desde Carapira hasta el aeropuerto de Nampula:

Mi alma glorifica al Señor,
Alabo y bendigo a Dios por todas las maravillas que volví a vivir en Mozambique.
Lo poco que soy y he dado, el Señor lo ha multiplicado en gracias y dones
transformados en gestos sencillos de entrega y compartir.
¡Alabado sea Dios!
A mí y a todo el grupo de Fe y Misión, el Señor nos llenó nuestro corazón de maravillas,
Traducidas en un simple “Ehali”, en una sonrisa o en una simple mirada.
¡Alabado sea Dios!
Al contemplar la belleza natural de este hermoso jardín que es Mozambique,
Glorifico a Dios por todas las obras de su Creación,
¡Por tanto amor!
Ante los numerosos signos de la presencia de Dios, que vivimos y contemplamos
Sólo puedo decir: ¡Dios es grande!
Y su grandeza se manifiesta en todo y todos,
¡Incluido en mí y en mi fragilidad!
¡Alabado sea Dios!

 

Pedro Nacimiento, Portugal

Primeros días de Marisa en Mozambique

Marisa MozambiqueJueves, 10 de agosto de 2017
Son las 5:00 de la mañana y la agitación dentro del avión sugiere que el aterrizaje en Mozambique está llegando. Algunos todavía duermen. Está siendo un vuelo tranquilo, con tiempo para todo: descanso, ver películas, impaciencia, ganas de estirar las piernas,… “¡Todo esto está sucediendo!”. El señor que viaja en la ventana, a mi izquierda, abre la “cortina”. ¡Wow! Está amaneciendo, que bendición: el primero, primerísimo milagro del que soy testigo en esta tierra es el amanecer. Magnífico. No consigo ver sino un cuadro pincelado con colores cálidos. Es imposible quedar estéril ante tanta belleza, estos colores me llenan de alegría y me calientan. Me entran ganas de aterrizar ahora mismo.
– – – – –
¡Estoy en Mozambique! Llegué a Maputo. Hace calor y los olores se notan aún más con la temperatura. Los colores contrastan entre sí, el azul de la bahía parece unirse al cielo. La gente es sonriente y curiosa. Hay alma nueva aquí. La vida ocurre a un ritmo bastante singular.
A mi espera en el aeropuerto estaba el Padre Pablo, Misionero Comboniano. Me aguarda con una revista “Audacia”, sonríe tan pronto como me percaté del “código de localización / identificación” – “menos es más” y “para buen entendedor pocas palabras bastan”.
Me llevó a la Casa Provincial. Por el camino me mostró alguna que otra cosa. Pasé la mañana en aquella Comunidad de Maputo.
Después del almuerzo me dirigí al aeropuerto. Si Dios quiere, al final de la tarde estaré en Nampula con Kasia.
– – – –
Estaría más o menos a mitad del viaje de Maputo a Nampula cuando Samuel, de 6 años, comenzó a recorrer el avión de un lado a otro repetidamente. El cojín con el que jugaba cayó cerca de mi lugar. Lo cogí y estiré el brazo para devolvérselo.
– ¿English? Abanó la cabeza hacia la izquierda. ¿Portugués? Abanó la cabeza hacia la derecha.
– Portugués, moví la cabeza concordando. Reímos e hicimos “más cinco!”.
Jugamos y conversamos un poco sobre todo y sobre nada.
En un momento dado me contó:
– Voy a encontrar a mi familia, a mis hermanos. ¿Y tú?
– Yo también – respondí sin pensar.
Reparé después de la respuesta que le había dado: “yo también”… Dios quiera y me ayude para que así sea.

Aterricé en Nampula al final de la tarde. Estaba ya oscuro. Todavía estaba esperando las maletas cuando Kasia entró en la “sala”… ¡Qué bueno sentirme acogida y recibida con ese entusiasmo que la hizo “invadir” ese espacio para venir a mi encuentro!
De allí fuimos a casa de las Hermanas. Cenamos, hablamos, descansamos. Al ir al cuarto me di cuenta “realmente” de la novedad que estaba ocurriendo: red mosquitera en la cama. No hay duda, “¡esto está sucediendo!”.
Me tumbé feliz y agradecida a Dios por todas las gracias que he me ha dado hasta ahora, particularmente, a lo largo del día de hoy. El resto, que sea como Él quiera.
Viernes, 11 de agosto de 2017
Esta tarde, yo y Kasia, retomamos camino, ahora a Carapira, donde está nuestra misión, nuestra casa. Por el camino me deleité con el paisaje. Mi primera o ‘mayor’ impresión de África, de Mozambique, es el espacio – un espacio donde se pierde la vista, donde todos los caminos son largos, en los que hay un silencio del propio paisaje que se hace sentir dentro de nosotros. Un paisaje sin fin que nos demanda paciencia y tiempo para la contemplación. Creo que es imposible no quedarse extasiado con esta poesía que habita el mundo y que es una inmensidad, el horizonte de Dios.
– – – –
Por la noche, después de la cena, recibimos en nuestra casa una pareja de laicos locales, los profesores Martinho y Margarita, las Hermanas Combonianas (Hermanas Clarinda, Eleonora, Maria José y Teresinha), el Hermano Luigi y el Padre Firmino. Fue un momento hermoso y alegre de convivencia que probó, una vez más, el sentido de hospitalidad, sobre todo, que aquí se vive.
Marisa MozambiqueMiércoles 16 de agosto de 2017
Me desperté esta noche pensando que la hora de levantarme estaría cerca. La falta de luz, dentro y fuera de la habitación, me decían que no. Tomé la linterna, apunté al reloj junto a la cama y los punteros me confirmaron que era noche, y bien de noche. Tenía al menos unas tres horas hasta las primeras señales del día. No pude dormir. Me senté en la cama, me incliné en la pared y descansé en la quietud tan singular que aquí se encuentra en horas como aquellas. “¡Qué paz!”, pensaba, mientras recordaba aquella hermosa expresión que tanto sentido me hizo de San Juan de la Cruz – “la noche es el tiempo de la casa sosegada”.

Jueves, 17 de agosto de 2017
Esta mañana paseé por primera vez por barrio, visitando la comunidad. En el camino de regreso mi corazón estaba lleno de alegría. Jugué con los niños. Aquellos que me hablaban en macúa, no conseguí entender lo que me decían. Así como tampoco me comprendían a mí. Pero reímos y jugamos, y con esta alegría de ser niños conseguimos asegurar afectivamente alguna comunicación no verbal. Con los niños, hasta ahora, por lo menos, ha funcionado…
Al pasar por la entrada de la escuela, conversando con Sergio estaba una señora. Nos saludamos:
– ¡Salama! Ihàli?
– ¡Salama! Khinyuwo?
Y no dio para más. Si no contara con la ayuda de Sergio, no habría entendido lo que ella me intentaba comunicar. Por un lado, me sentí agradecida: por la señora que, aun comprendiendo que necesitaba traducción sistemática, no desistió en hablar conmigo y preguntarme cómo estaba la familia y la salud; por la persona que me acompañó y tradujo pacientemente la conversación. Por otro lado, me sentía avergonzada por no entender lo que me estaba diciendo (no sólo allí, en aquel momento, pero durante toda la mañana, y en otros momentos singulares durante la semana, como por ejemplo, en la eucaristía del Domingo que se celebró en lengua Macúa).
“Depender de traducciones exige paciencia y humildad… arrodíllate Marisa, hazte pequeña y agradece”, me consolé.
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Regresé a casa. Estaba arreglando unas cosas cuando oigo una voz joven:
– Hoti? (¿Con permiso?)
– Hotìni (por favor), respondí.
Abrí la puerta y una joven me esperaba con una sonrisa. ¡Cáspita! Estoy sola en casa… si me viene a pedir ayuda para lo que sea, no sé cómo voy a responderle porque todavía no conozco nada… “, pensaba mientras salía…
– Soy Ancha, ¿oíste hablar de mí? He venido a presentarme y darte la bienvenida…
Allí hablamos durante un rato. “Tiempo”… las personas aquí conversan y “pasan” tiempo unos con otros – desinteresadamente. Este preliminar fue una lección más. Aprende, Marisa.
Al despedirse me dijo cualquier cosa en macúa. No comprendí ni conseguí devolverle una respuesta. “Tengo que aprender cualquier cosa de macúa… es lo mínimo que siento que puedo hacer, por ahora, como reconocimiento a tanta hospitalidad del pueblo…”, me dije a mí misma al entrar en casa.
Aun así… a pesar de la incomodidad que podemos sentir cuando no sabemos algo, no saber «nada» también conlleva algo de salud interior y creatividad.

Marisa MozambiqueMarisa Almeida, LMC en Mozambique