Tal vez la percepción que tenemos de nosotros mismos aquí disminuyó dada la grandeza del mundo al que te sientes llamado. Tal vez, poco a poco, nos fuimos desprendiendo de las cosas para agarrarnos al mundo, a las personas, al amor. Ya no tenemos cosas. Ya nada es nuestro. Ya no hay nada que no pueda ser dado, ser compartido con todos los que caminan a nuestro lado con nosotras. Hace mucho que no somos solo nosotras, que todo lo que somos es compartido no solo entre nosotras, sino con el mundo. Somos parte de un todo que sólo tiene sentido en el compartir de cada día y de las vidas que somos y que sabemos ser junto a los otros.
El paisaje refleja la grandiosidad de lo que llevamos dentro, la grandiosidad de los pequeños milagros de los cuales no somos sólo espectadoras, somos el grano plantado en tierra fértil, somos riego constante de vidas con sentido. Ya no somos solamente nosotras, somos más que la suma de las partes. Somos de Dios. Somos su instrumento, somos sus manos, sus pies y sus abrazos. Somos imperfectas y heridas en un mundo lleno de dolor y de sufrimiento donde con amor osamos sembrar el paraíso del amor de Dios.
En cada amanecer salimos al encuentro del otro, salimos de la comodidad de lo que no tenemos, de lo que no nos pertenece, vamos al encuentro del amor. Vamos en la esperanza de que en cada calle o esquina tendremos siempre dos brazos listos para crecer con nosotras. No somos nada y en nuestra humildad somos lo que de más verdadero existe en nuestro interior. No conseguimos enumerar la cantidad de vidas que ya cruzaron la nuestra, ni la cantidad de sonrisas, lágrimas y abrazos que compartimos en la sencillez del umbral de la puerta. Es así, el amor es despojado de la superficialidad, es integro no tiene color ni raza, es porque es. Y estamos llamados diariamente a dejarlo ser y crecer.
Damos la vida todos los días sin horarios, sin planes. Nos entregamos. Son muchas las veces que apartamos nuestros planes porque Dios nos llama a través de una historia. Son muchas las veces en que sentimos que es Dios mismo quien nos llama a la puerta a través de tantos rostros, historias y personas. Estamos disponibles al amor que nos golpea, que nos llama en cada momento. Estamos abiertas a la llamada de Jesús que sentimos que nos llama diariamente.
Somos terreno de cultivo abierto al cuidado del otro y abierto a la posibilidad de crecer de la mano en el camino de Jesús. Somos cruz cargada en hombros y brazos de quienes perdidos no pueden caminar. Eso es misión. Aceptar diariamente la invitación de Jesús a un estilo de vida menos nuestro y más de Él. No es fácil. Sabemos con nuestra vida que el camino no tiene nada de fácil. Pero solo así tiene sentido para nosotras.
La misión es vida, es nuestra vida, son sus vidas y la vida que sabemos ser y donar en el anuncio de un Evangelio vivo en cada uno de nosotros. Somos en cada paso testigos de un Jesús que quiere habitar en la sencillez de nuestros corazones. Es en el sabernos familia, que cada día, en cada visita, nos entregamos y somos más.
La tierra es árida y los montes que nos rodean son a menudo el camino de muchos a su casa. Protegidas por la fuerza imponente del volcán Misti y Chachani, de vara en mano, atravesamos los límites de lo visible y partimos en busca del rostro de Dios en los más lejanos. Subimos y bajamos los montes, recorremos el camino más sinuoso. Superamos los límites físicos de nuestro cuerpo que a veces pide descanso. Hemos superado nuestros límites, seguras de que Él es nuestra fuerza y nuestra vida. Con la certeza de que es nuestra la misión de llevarlo y anunciarlo donde Él ya habita, donde ya hay semillas de Él, donde ya hay Dios, donde sólo falta quien lo recuerde, quien lo nombre y anuncie. Superamos nuestras periferias para ir a las periferias del mundo para allí ser símbolo de vida, de amor, ser símbolo de Él.
No tenemos mucho. Vivimos simples y humildes entre el pueblo de Dios. Somos con ellos pueblo de Dios. En la simplicidad y pobreza de la vida que llevamos habita el tesoro en los vasos de barro de cada uno de nuestros corazones: el amor de Dios.
Es bueno, muy bueno, dejarnos emocionar con todos aquellos que hoy forman parte de nuestra historia. Es bueno ser apoyo y hombro, es bueno ser lugar de refugio, es bueno poder ser Neuza y Paula en todo lo que somos y compartir en la simplicidad ese don que es nuestra vida. Y ayudar al otro a descubrir el don de la suya. Somos de los que nos llegan, somos de los que se marchan, somos de los que vienen y de todos los que dejamos en el camino. Y paso a paso no descubrimos la misión, somos misión. Somos una misión que no es nuestra sino de Aquel que nos envía todos los días a un amor mayor.
Somos dos de las mil vidas para la misión de Comboni. Juntas redescubrimos nuevas Áfricas, nuevas periferias. No nos llega el poco, no nos llega la llanura de la comodidad. Vamos. Juntas vamos más allá de los montes, más allá de nosotras mismas. Juntas vamos al encuentro de las nuevas periferias, aquellas donde aún no estamos y que aún no hemos llegado. Si supieran ustedes, si supiéramos todos cuántas Áfricas faltan por descubrir, cuántas periferias existen sedientas de Dios, de su amor y de ese milagro de Amor que es la Eucaristía. Por eso estamos aquí. Por eso vamos al encuentro del amor haciendo de nuestra vida la misión.
En la oración diaria descubrimos los caminos a seguir, descubrir la belleza de una misión sin fin, sin fronteras, sin límites. Él es el límite. En realidad, Él no tiene límites. Caminamos en la certeza de que no estamos solas pues son sus brazos los que encontramos en cada amanecer y al final del día. Caminamos en la certeza de que llegamos siempre donde Él nos espera. Y aunque el día sea largo y muchas sean las historias de vida que nos llegan y nos hacen partícipes y muchas veces son las lágrimas lo que compartimos unos con otros. La respuesta es siempre la misma. Sí, Señor, estamos aquí, llévanos donde quieras que estemos. Y aunque la vida nos lleve lejos de aquí, somos Perú en el mismo amor que nos trae aquí y nos hace hermanos hasta el final.
Desde Perú con amor,
Neuza Francisco & Paula Ascenção. LMC