Un comentario a Lc 9,11-17 (Solemnidad del Cuerpo de Cristo, 23 de junio de 2019).
Celebramos hoy en casi toda la Iglesia (en algunas partes ya se ha celebrado el pasado jueves) la Solemnidad conocida como del “Corpus Christi” o Cuerpo del Señor. Como lectura evangélica se nos ofrece la multiplicación de los panes y los peces según la cuenta Lucas.
Para entender bien este relato hay que tener en cuenta toda la historia del Pueblo de Israel. Si recordamos bien, el pueblo, en una gesta heroica y milagrosa, se liberó de la esclavitud, pero después tuvo que recorrer un largo camino por el desierto, padeciendo hambre y sed, con el riesgo de morir en la miseria y la derrota. En ese momento duro de su historia, el pueblo volvió a experimentar la cercanía de Dios cuando, en contra de todas las evidencias, encontró el alimento que le permitió, no sólo seguir viviendo, sino también seguir avanzando hacia la tierra prometida.
Más tarde, cuando ya habían consolidado una historia de libertad, los judíos comprendieron que para ser pueblo libre, justo y feliz, no les bastaba el pan ordinario. Necesitaban otro tipo de “pan”, otro alimento que les ayudase a caminar en justicia, verdad, respeto mutuo y sabiduría. Y Dios le dio a Moisés la Ley, la Palabra que alimentaba el camino espiritual del pueblo.
Desde entonces los hebreos alababan a Dios, no sólo por el alimento material, que les permitió sobrevivir en el desierto, sino también por el pan espiritual, que les permitió tener sabiduría para crecer en medio de las dificultades, dudas, tentaciones y falsas sabidurías.
Sobre este trasfondo se entiende el “signo” de hoy. Jesús es quien nos da el Pan de Dios, la sabiduría que nos permite caminar en comunidad, en medio del desierto y de la soledad de la vida. Cuando “comemos” el cuerpo de Cristo, comemos su Palabra sabia, nos identificamos con su amor al Padre y a los hermanos. Con él ya no arriesgamos morir en el desierto de la dificultad o el pecado. Con él nos unimos a la comunidad para festejar la vida, sentados para participar del banquete del amor y de la fraternidad. Sin Jesús nos amenaza el “hambre”, la falta de sabiduría, el desconcierto. Con Jesús estamos seguros de no desfallecer de hambre espiritual, de sabernos siempre amados por quién nos ha creado y nos espera al final del camino.
Participar en la Eucaristía es alimentarse para seguir adelante en el camino de la vida.
Entre el encuentro de fin de
semana de los Consejos Generales de la Familia Comboniana y el siguiente fin de
semana donde nos reunimos como Comité Central en Venegono (al norte de Milán)
tuve unos días para moverme por Italia.
Pedí a Marco que preguntase a los
grupos del norte si alguno me podría recibir y así pasar un rato juntos.
La respuesta fue muy positiva y
pudimos organizar una buena semana visitando a varios de los grupos LMC del norte
de Italia.
La dinámica para todos fue
similar. Por la mañana viajaba de una ciudad a otra y en la tarde compartíamos
un momento de oración, cena y charla ente todos. Siempre en un ambiente de
familia muy agradable.
Agradezco a todos el esfuerzo que
supone reunirse una noche entre semana con los trabajos, niños y demás. Así
como también a cada uno de los MCCJ que encontré y que acogieron en sus casas
como familia y aquello que acompañan a nuestros grupos y los que se acercaron a
conversar sobre nuestra realidad LMC en su ciudad y a nivel internacional.
El primer grupo que visité fue el
de Padua. Un grupo con muchos años a sus espaldas. Me estuvieron contando cómo
se iniciaron en el grupo, las actividades que realizaban y las que venían
organizando por muchos años (muchas iniciativas que posteriormente se han ido
extendiendo por otros lados).
Algunos ya nos conocíamos por
haber coincidido en algún encuentro internacional. Se mostraron muy interesados
por conocer cómo se organizaban otros grupos y el tipo de actividades y
encuentros que se hacían. Aprovechamos también para conversar un poco sobre la pasada
asamblea de Roma.
Veo que hay un interés cada vez
mayor por la colaboración entre todos, por salir de lo que cada uno hace
localmente y colaborar con los otros, aprender de las experiencias de los
demás, compartir inquietudes y demás. Así que les animé a leer las
conclusiones, que sé que parecen muchas pero que si nos tomamos un rato veremos
las riquezas de las mismas y las múltiples ideas que dan para actividades
concretas de cada una de nuestras comunidades y para cumplir la tarea común que
entre todos nos marcamos.
Al día siguiente seguí para
Verona. Me recibieron en la estación y me llevaron a casa de los Combonianos a
saludar al P Tachela y después a casa de las hermanas combonianas a visitar a
la hermana Esperanza que acompaña también al grupo.
Posteriormente tuvimos una mesa
maravillosa de comida compartida, reencuentros con aquellos que coincidimos en
el 2012 en nuestro encuentro europeo de Verona y otros.
Conversamos un poco de España e
Italia, de bonitos lugares y tras la cena comenzamos a conversar. Conocer lo
que el grupo va haciendo, los retos que afronta y demás.
Dedicamos igualmente un buen
tiempo a conversar sobre la realidad de otros grupos. A conversar sobre los
retos que nuestra pasada asamblea nos trae, a reconocer que muchas veces nos quedamos
centrados en lo que nuestro grupo LMC local, nuestra comunidad realiza. Es
normal que sea nuestro referente vital, aquellos con los que compartimos lo
cotidiano, rezamos y trabajamos juntos pero tener presentes lo que hacen otras
comunidades LMC nos trae ideas nuevas, nos ayuda a crecer. También encontré el
reto de leer todo lo que compartimos, pero a la vez el interés por querer
conocer el contenido que nos aporta y que estamos demandando…
Al día siguiente pude dar un pequeño
paseo por la ciudad de Comboni en bicicleta para recordar los lugres más importantes
y de nuevo tomar el tren, esta vez camino de Milán.
De nuevo esperándome en la estación
y a una nueva reunión de grupo. No sin antes dar un rápido paseo por las partes
más importantes y hasta visitar el museo del Risorgimento.
Tiempo para cenar, reencontrarnos
algunos y conocer caras nuevas y conversar. Siempre un tiempo para saber el camino
que se realiza y tiempo para preguntas. Volvió a salir entre otros el reto de
la formación. Una formación que nos ayude a crecer en nuestra vocación, la
importancia de la oración y el crecimiento en nuestra espiritualidad que nos
sostenga y fundamente en nuestra acción misionera y también el reto de abrir los
grupos para que nuevas personas se unan. La importancia de conocer bien nuestra
identidad para presentarla y ayudar a discernir nuestra vocación y sus
consecuencias.
También surge el momento de pedir
pistas para seguir avanzando y mi respuesta es siempre la misma, es fácil, leed
los acuerdos tomados en Roma. Nuestras famosas 96 conclusiones que tanto nos
tienen que decir. Tanto en el hacer como sobre todo en el Ser. Fruto de todos
estos años de trabajo y del aporte de tantos países de los tres continentes
donde estamos presentes.
A la mañana siguiente de nuevo al
tren camino a Venegono. Y desde la estación visitar, reencontrarnos y conversar
de tantas cosas importantes.
El día pasa volando y al final
podemos compartir la cena y un buen rato de conversación, esta vez algo más
informal y en pequeños grupos pero siempre interesante.
La inquietud por las nuevas
vocaciones y la llegada de personas nuevas a los grupos. La dificultad de la
brecha generacional o cómo hacer atractivo los grupos a los jóvenes cuando
somos familias con niños pequeños y ritmos muy diferentes.
Siempre hay que seguir pensando y
mantenerse vivo, creer en lo que hacemos y pedir ayuda a otros. No estamos en
un escaparate para que nos vean, estamos en la calle, con la gente, y necesitamos
nuevas manos que se unan para hacer, para cuidar, acariciar, acompañar a quien
necesita. Necesitamos nuevas cabezas que aporten ideas y soluciones a las
dificultades del día a día. Necesitamos nuevos corazones que den esperanza en
los momentos difíciles.
Tenemos una vocación maravillosa,
un don de Dios que debemos compartir con los demás. Esa es parte de nuestra
responsabilidad.
Toda Italia se prepara para su
asamblea nacional en agosto. Para un importante momento de reencuentro personal
pero sobre todo para seguir soñando juntos, para hacer realidad el sueño común
que lanzamos en Roma, para desde donde estamos ponernos al servicio, para abrir
nuestros grupos a nuevas personas que sientan esta vocación misionera y ofrecer
un lugar donde crecer, formarse, alimentarse espiritualmente, prepararse para
partir, hacer realidad el sueño misionero de Comboni allá donde nos encontremos,
con la mirada en los “más pobres y abandonados” que decía Comboni.
Gracias por hacerme estar en
familia.
Alberto de la Portilla
(Coordinador Comité Central LMC)
Un año más nos hemos encontrado
como Consejos Generales de la Familia Comboniana. Esta vez en Carraia, en casa
de las misioneras seculares.
Antes de empezar la reunión en
nuestro camino de ida paramos unas horas en Pisa para visitar sus monumentos
más emblemáticos, entre ellos la famosa Torre inclinada. Fue un primer momento
de encuentro y diversión juntos.
Como viene siendo habitual hemos
tenido una buena relación y buen ambiente entre los participantes. Aunque solo
nos consigamos ver una vez al año se nota un buen clima de confianza entre
todos. La acogida recibida fue muy buena y nos sentimos muy a gusto. También en
la comunidad MCCJ de Lucca donde nos alojamos los varones.
Durante el fin de semana
trabajamos diferentes aspectos. La primera mañana reflexionamos sobre el tema
“¿Qué interacción existe entre la Misión KM 0, entendida como la misión de los
laicos en su propio territorio y desde su situación de vida, la Misión Ad
Gentes y Misión Inter Gentes?” Para ello nos ayudó una reflexión por parte de Luca
Moscatelli (teólogo laico de la diócesis de Milán).
Luego pasamos la tarde
reflexionando sobre la “Evolución y perspectivas de la animación misionera en
la Familia Comboniana”. Pudimos compartir nuestra visión sobre la animación
misionera, los retos que se plantean a nivel eclesial y a nosotros como familia
misionera. También aprovechamos para hablar sobre el próximo mes misionero
especial de octubre, donde animamos a toda la Familia Comboniana a hacer un
esfuerzo para este importante evento para la Misión y la Iglesia en todas
partes.
Después de la cena, tuvimos la
suerte de asistir una representación teatral sobre la vida de Madeleine
Delbrel. Una vida apasionante, implicada en el día a día de sus vecinos y
compañeros, caminando con la gente y dese ahí con el Señor.
El domingo, pasamos la mañana poniéndonos
al día sobre lo que estamos llevando adelante desde las diferentes ramas de la
familia Comboniana. Nosotros, como LMC, explicamos lo que fue la asamblea
internacional que celebramos en Roma, en diciembre pasado, las conclusiones
acordadas y el desafío que supone llevarlas a delante.
Los demás nos explicaron cómo
están desarrollando el proceso de revisión trabajando en la evaluación de su Regla
de Vida y de las constituciones las seculares.
Después de evaluar la reunión de
una manera muy positiva, planeamos la agenda para el próximo año. Nos
encontraremos el primer fin de semana de junio.
Queda por delante un año para
seguir caminando juntos como Familia allá donde nos encontremos.
Un saludo,
Alberto de la Portilla
(Coordinador Comité Central LMC).
Mi elección se forja a través de
un viaje personal que tiene sus pasos en las diversas experiencias de
voluntariado realizadas en Tanzania y Etiopía y con el grupo de Laicos Misioneros
Combonianos, del cual hago parte.
Este viaje en el tiempo me ha
llevado a madurar la idea de hacer una elección misionera a largo plazo, por la
que en diciembre de 2013 me fui a Brasil, específicamente a Minas Gerais, y
permanecí allí hasta diciembre de 2016, ¡tres años! Tres años que literalmente
cambiaron mi vida, porque la misión te cambia, si te permites cambiar,… lo que
ves, lo que tocas, lo que sientes, lo que vives te transforma y te lleva a
descubrir a un Dios que camina a través de tu pasos, un Dios que tiene los
rostros de las personas y las historias que conoces, un Dios de extraordinaria
belleza en la defensa de la Vida y por la Vida y un compromiso de servicio y de
compartir que es tan concreto y tan fuerte que te enamoras de Él. ¡Yo me
enamoré!
Viví tres años en un barrio pobre
y con problemas de violencia, en la periferia de un mundo existencial y
estructural, pero lleno de humanidad y fuerza. Además de las diversas
actividades pastorales relacionadas con la parroquia, llevadas a cabo por los
Padres Combonianos, entré a formar parte de la pastoral penitenciaria en la
diócesis de Belo Horizonte. Nunca había entrado en una prisión, mi primera vez
fue en Brasil, donde la realidad de las prisiones es una de las peores del
mundo, cargada de violencia y delincuencia, abuso y violación de los derechos
humanos. Nuestra tarea era acompañar a los prisioneros tanto desde el punto de
vista espiritual como humano y muchas veces de denuncia, encontrando
situaciones que no respetaban la dignidad de las personas. Casi toda la
población carcelaria brasileña proviene de situaciones de vida donde el tejido
familiar y social es frágil y vulnerable. Provienen de favelas (chabolas) o
barrios extremadamente difíciles. Los detenidos y sus familias que conocí
tenían heridas profundas de violencia, carencias y pobreza. Esta pastoral me ha
enseñado muchísimo y, en particular, que nadie es irrecuperable, solo el Amor cura,
solo aquellos que son acogidos y amados pueden renacer, porque nadie escapa del
Amor, ¡estoy convencida! La misión para mí fue, ante todo, colaborar, caminar
con otros y compartir problemas y esperanzas. No es hacer grandes cosas, es
sobre todo ¡Estar ahí, estar ahí con el corazón, con la cabeza y con las manos!
Corazón para amar, cabeza para comprender y entender sin prejuicios, manos para
poder acompañar y construir juntos.
Hoy mi elección misionera me
lleva a partir por segunda vez, siempre por tres años y siempre a Brasil, en
una nueva experiencia, en una nueva ciudad, Salvador de Bahía, donde iré a
vivir en una comunidad que acoge a moradores
de rúa (personas de la calle). El año pasado, con el centro misionero de
Bolonia, fuimos a visitar esta comunidad y nació el proyecto para vivir y
compartir con ellos, poniéndome al servicio de aquellos que se ocupan de la
reintegración de la gente de la calle, quienes deciden recuperar su propia vida
y empezar de nuevo. Estoy lista para partir nuevamente, para experimentar la
alegría del encuentro y el descubrimiento, pero sobre todo la alegría de
compartir y caminar juntos.
Un comentario a Jn 16, 12-15 (Solemnidad de la Santísima Trinidad, 16 de junio de 2019)
Después de la fiesta de Pentecostés, la Liturgia católica comienza lo que se llama “tiempo ordinario”, pero con un tema de meditación nada “ordinario”, ya que se contempla el misterio de la Santísima Trinidad, una realidad insondable, a la que solamente podemos acercarnos “a tientas” y “como en un espejo”, por usar una expresión de San Pablo.
Como guía para la contemplación de este misterio, se nos ofrece un breve pasaje del evangelio de Juan en el que se nombra a Jesús-Hijo, al Espíritu y al Padre. Es decir, se menciona a las tres personas divinas.
Como siempre, esta lectura evangélica puede leerse enfatizando uno u otro aspecto, según el momento que vive cada uno o la comunidad a la que pertenecemos, ya que la Palabra de Dios es viva y eficaz, precisamente porque en ella nos habla Jesús, que, por medio de su Espíritu, nos comunica el amor del Padre.
Por mi parte, quisiera detenerme en la promesa que Jesús nos hace de conducirnos hacia la verdad plena:
“Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podréis entenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras. El me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer, lo recibirá de mí. Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer, lo recibirá de mí” (Jn 16, 12-15).
La historia humana no se ha acabado con la vida de Jesús en Palestina. La creación continúa “creándose”, el amor del Padre sigue actualizándose con cada ser humano y con cada generación; y la enseñanza de Jesús sigue germinando como una semilla cuya vitalidad sigue fuerte por la acción del Espíritu, que lo comparte todo con el Padre y con el Hijo.
En el Libro de los Hechos de los Apóstoles podemos comprobar como los discípulos, que habían vivido pocos años antes con Jesús, no tenían todos los problemas resueltos de antemano, sino que debían discernir continuamente qué hacer y cómo hacerlo. Cuando las viudas griegas se quejaron por falta de atención, los discípulos “inventaron” los diáconos o servidores de los pobres. Cuando los gentiles empezaron a querer entrar en masa en la Iglesia, que era judía, tuvieron que discernir y decidir, “ellos y el Espíritu Santo”, qué hacer.
Así el Espíritu les iba conduciendo -en libertad, responsabilidad y creatividad- a la “verdad plena”, que no es una verdad monolítica, aprendida de una vez para siempre, sino la verdad del amor de Dios que va respondiendo a cada situación y circunstancia.
Desde entonces son muchos los creyentes que hacen experiencia de esta presencia del Espíritu. Hace unos días una religiosa de 90 años me contaba el origen de su vocación. Pocos meses antes de casarse, en el momento de la comunión, experimentó una presencia del Espíritu tal que tuvo claro que su vocación no era la vida casada sino la vida religiosa, que ese era el camino que el Padre le preparaba para ser feliz, para amar y ser amada… Siguió esa inspiración y encontró la plenitud de su vida.
Estoy seguro que el Espíritu nos habla a todos y a todas en este momento de nuestra vida. Lo hace a través de la Palabra, de una celebración, de un encuentro. Pero sobre todo lo hace desde el santuario de nuestra conciencia personal, donde nos habla el “maestro interior”, si sabemos guardar silencio, evitar los ruidos y abrirnos a esta presencia. Ojalá todos nosotros sepamos buscar esos espacios de interioridad, en los que escuchar la suave brisa del Espíritu, que nos conduce a la verdad plena.
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