Laicos Misioneros Combonianos

Lo que importa es la fe (la mujer cananea)

Un comentario a Mt 15, 21-28 (XX Domingo ordinario, 16 de agosto del 2020)
Antes de narrar este episodio que habla de la mujer cananea, Mateo nos habla del enfrentamiento que Jesús, y las primeras comunidades cristianas del Siglo I, tuvieron con aquella parte de la sociedad judía que se aferraba a las tradiciones (ritos, costumbres, convenciones sociales), dándoles un valor exagerado. Todas las culturas tienen normas de conducta, maneras de orar y celebrar el culto, ritos de convivencia, etc. Sin eso es imposible vivir en sociedad. Pero el peligro está en “divinizar” y sacralizar excesivamente esas tradiciones que suelen ser fruto de la historia humana y que a veces se vuelven cáscaras vacías, letra muerta, que hace más mal que bien. Por eso Jesús critica severamente a sus contemporáneos, usando una frase de Isaías:
Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí;
en vano me dan culto,
pues las doctrinas que enseñan
son preceptos humanos.
Frente a esta actitud “religiosa tradicionalista” (es decir, aferrada a normas y tradiciones ya superadas), Mateo nos pone el ejemplo de una mujer cananea (no judía) que, sin conocer las tradiciones ni las estrictas normas judías, tiene una actitud de fe que conmueve a Jesús por su sinceridad y autenticidad. Esta mujer tiene las características de un buen discípulo, que encuentra en Jesús la respuesta a sus anhelos profundos:
1.- Humildad, es decir, reconocimiento de la propia realidad y necesidades. Difícilmente un orgulloso o arrogante puede ser discípulo de Jesús. La cananea es humilde, tiene conciencia de su realidad. Se dice que no hay mejor cocinero que el hambre, es decir, sin deseo no hay manjar que nos satisfaga. De la misma manera, el verdadero creyente es una persona con “hambre” de verdad, de justicia, de amor, de Dios.
2.- Saber “gritar”, es decir, saber pedir ayuda, no encerrarse en sí mismo, sino abrirse a la ayuda de otros. El discípulo no se cree falsamente auto-suficientes, sino que sabe abrirse al Otro, sabe pedir ayuda cuando la necesita.
3.- Persistencia y constancia. Ante una primera negativa, la mujer no desespera, sino que insiste, persevera, sigue exponiendo su necesidad. No siempre nuestra oración es escuchada a la primera; no siempre logramos el objetivo buscado inmediatamente; no siempre logramos superar enseguida nuestras dificultades y problemas. El creyente, precisamente porque es necesitado y humilde, insiste y persevera, no se rinde nunca, espera sin fin.
4.- Fe y confianza, que rompe las normas establecidas y las tradiciones. La fe, no solo mueve montañas, sino que abre fronteras impensables. El mismo Jesús pensaba que había venido solo para los judíos, pero la fe de esta mujer le ayudó a comprender que la misericordia del Padre no está sujeta a fronteras geográficas, políticas, ideológicas o religiosas. Siempre es posible superar cualquier frontera. Siempre es posible confiar en el Dios de la Vida y de la Misericordia, digan lo que digan las normas y las convenciones sociales.
Ojalá nosotros podamos escuchar de Jesús su encendido elogio:
¡Mujer, qué grande es tu fe!
Que te suceda lo que pides.

P. Antonio Villarino
Bogotá

Cuando el mar se pone bravo

Un comentario a Mt 14, 22-33, XIX Domingo ordinario, 9 de agosto de 2020
El texto que leemos hoy en el evangelio de Mateo, que sigue al relato de la multiplicación de los panes, se centra en la narración de la barca en medio de la tormenta. Su lectura me provoca la siguientes reflexiones:

  1. Jesús mandó que subieran a la barca. Algunas traducciones dicen que les “apremió”, es decir, que casi los forzó a que subieran a la barca para ir a la otra orilla del lago. Después de un éxito fantástico (la multiplicación de los panes), cuando la tentación podía ser la de “dormirse en los laureles”, Jesús sube al monte solo (para encontrarse con el Padre) y obliga a los discípulos a ponerse en marcha hacia otro lugar, sin quedarse en la autosatisfacción de lo conseguido. Por eso el papa Francisco interpreta tan bien a Jesús cuando nos invita a salir de nosotros mismos, de nuestras metas ya conseguidas, para ir siempre más allá, superando una y otra vez las fronteras personales y comunitarias.
  2. El viento era contario. Cuando los discípulos obedecen y suben a la barca para buscar nuevas fronteras, se encuentran con que el “viento es contrario”, el camino se hace peligroso, aparece la posibilidad del naufragio y del fracaso. Cuando estaban en la parte del lago que ellos dominaban (donde habían participado en la multiplicación de los panes), quizá llegaron a creerse importantes y poderosos; ahora, en medio del mar de la vida, sienten la rebeldía de la realidad que no se amolda a sus deseos. Y llegan a dudar y a tener miedo. Los discípulos hacen la experiencia de su fragilidad.
  3. Ánimo, soy yo, no teman. En esa situación de duda, de fracaso, de conciencia de los propios límites, Jesús se hace presente con una frase que identifica a Dios presente en toda la historia de la salvación: “Yo soy”, es decir, yo estoy aquí para ustedes, yo estoy aquí. Y, cuando Dios acompaña a su pueblo, se superan todas las dificultades, se alcanza la “otra orilla”, la tierra prometida; se inicia una nueva vida.
  4. Pedro cree, pero duda y finalmente agarra la mano de Jesús. Pedro, como los otros discípulos, primero piensa que Jesús es un fantasma; luego cree y se lanza al mar, para volver a dudar y, finalmente, gritar: “Sálvame”. La experiencia de Pedro nos representa a todos nosotros: creemos, dudamos y lanzamos un grito de ayuda. Es así como vamos creciendo en la fe y vamos avanzando hacia nuevas fronteras de nuestra vida, aunque el mar se ponga bravo y el viento sople en contra.
    Frecuentemente el Señor nos empuja para que no nos contentemos con lo que tenemos (humana y espiritualmente), sino que busquemos siempre nuevas metas y posibilidades. No nos dice que será fácil el camino, sólo nos asegura su presencia y nos pide que creamos en su Palabra.
    P. Antonio Villarino
    Bogotá

Pan para el camino

panes
panes

Un comentario a Mt 14, 13-21  (XVIII Domingo Ordinario, 2 de agosto 2020).

La multiplicación de los panes es descrita por todos los evangelistas. Lo que es un indicio de su importancia en la vida cristiana.

Para entender bien este relato hay que tener en cuenta toda la historia del Pueblo de Israel. Si recordamos bien, el pueblo, en una gesta heroica y milagrosa, se liberó de la esclavitud, pero después tuvo que recorrer un largo camino por el desierto, padeciendo hambre y sed, con el riesgo de morir en la miseria y la derrota. En ese momento duro de su historia, el pueblo volvió a experimentar la cercanía de Dios cuando, en contra de todas las evidencias, encontró el alimento que le permitió, no sólo seguir viviendo, sino también seguir avanzando hacia la tierra prometida.

Más tarde, cuando ya habían consolidado una historia de libertad, los judíos comprendieron que para ser pueblo libre, justo y feliz, no les bastaba el pan ordinario. Necesitaban otro tipo de “pan”, otro alimento que les ayudase a caminar en justicia, verdad, respeto mutuo y sabiduría. Y Dios le dio a Moisés la Ley, la Palabra que alimentaba el camino espiritual del pueblo.

Desde entonces los hebreos alababan a Dios, no sólo por el alimento material, que les permitió sobrevivir en el desierto, sino también por el pan espiritual, que les permitió tener sabiduría para crecer en medio de las dificultades, dudas, tentaciones y falsas sabidurías.

Sobre este trasfondo se entiende el “signo” de hoy. Jesús es quien nos da el Pan de Dios, la sabiduría que nos permite caminar en comunidad, en medio del desierto y de la soledad de la vida. Cuando ” comemos” el cuerpo de Cristo, comemos su Palabra sabia, nos identificamos con su amor al Padre y a los hermanos. Con él ya no arriesgamos morir en el desierto de la dificultad o el pecado. Con él nos unimos a la comunidad para festejar la vida, sentados para participar del banquete del amor y de la fraternidad. Sin Jesús nos amenaza el ” hambre”, la falta de sabiduría, el desconcierto. Con Jesús estamos seguros de no desfallecer de hambre espiritual, de sabernos siempre amados por quién os ha creado y nos espera al final del camino.

Participar en la Eucaristía es alimentarse para seguir adelante en el camino de la vida.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El “buen negocio” del Reino

Tesoro

Un comentario a Mt 13, 44-52 (XVII Domingo ordinario, 26 de julio 2020)

Tesoro

Concluimos la lectura de las siete parábolas que Mateo reproduce en el capítulo 13, explicando cómo funciona el Reino de Dios. Hoy nos tocan tres muy breves parábolas: el tesoro, la perla y la red. Son casi como tres modernos “twits”, frases muy breves, pero contundentes y llenas de significado.

Yo me detengo brevemente las dos primeras, que son muy parecidas y tienen un mismo significado; hablan de “un tesoro escondido” y de “una perla de gran valor”, algo por lo que merece la pena venderlo todo. El Reino de Dios (su amor, su verdad, su justicia y misericordia) es más valioso que todo lo demás.

Estas parábolas me recuerdan el testimonio de San Pablo, que en la carta a los filipenses dice lo siguiente:

Lo que entonces (antes de mi conversión) consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo…Es más, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todas las tengo por basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3, 7-8).

En la historia de la Iglesia hay muchas personas que lo han dejado todo por seguir a Cristo; personas que han renunciado a riquezas, honores y hasta sabiduría humana, porque todo eso le parecía poco importante ante el hecho de ser discípulo de Jesús de Nazaret y de consagrarse a su Reino.

 Pienso, por ejemplo, en Ignacio de Loyola que abandonó su carrera militar y sus deseos de gloria para dedicarse totalmente a la causa del Reino de Dios; o en Daniel Comboni, que renunció a una prometedora carrera eclesiástica en Europa, para dedicarse, cuerpo y alma, a la misión africana en nombre de Jesucristo; o la Madre Teresa de Calcuta, que dejó su colegio de niñas bien para irse, en nombre de Jesús, a atender a los moribundos de Calcuta…

Pienso en los misioneros y misioneras que abandonan su tierra y su familia para “comprar” la alegría de una vida dedicada al servicio del Evangelio y de los más pobres y abandonados.

A ninguno de ellos les costó dejar sus “riquezas” y comodidades, sino que les pareció un buen negocio. Han cambiado una riqueza efímera y unos honores humanos por la alegría de vivir como discípulos de Jesús y obreros de su Reino de amor y de paz, de justicia y de verdad.

Hoy es un día para preguntarme: ¿Me contento con alguna perlita de poco valor (mi autoestima, mi confort, mi comodidad, mis pecadillos) o busco la perla del Reino de Dios? ¿Sé dejar lo que sea para vivir como discípulo de Jesús? ¿Estoy haciendo un buen negocio con mi vida o me contento con valores menos importantes?

P. Antonio Villarino

Bogotá

Reunión de trabajo del grupo LMC (10-12 de julio de 2020 en Nürnberg)

LMC Alemania
LMC Alemania

Nuestra reunión de julio estuvo determinada por tres cosas: continuar nuestro trabajo con los carteles sobre la paz, participar en la reunión de zoom de los LMC de Europa y compartir espiritual y personalmente con la comunidad de los MCCJ de Nürnberg.

Para el trabajo en los carteles de la paz hemos mejorado y cerrado más claramente el esquema que une los carteles. También decidimos los pasos de este proyecto hasta el final.

La participación en la reunión a través de zoom nos dio a algunos de nosotros la primera posibilidad de sentir personalmente la internacionalidad del movimiento LMC.  Los representantes de cada país hablaron de los retos de la “misión en Europa” en el contexto de su país y de cómo tratan de responder a esos retos.

LMC Alemania

Junto con los MCCJ y las Hermanas Paulinas rezamos por las vocaciones, celebramos la misa y cultivamos la unión en una fiesta “grillen”.

Después de la larga pausa debida a la Covid 19, esta reunión nos hizo mucho bien a todos. 

LMC Alemania

LMC Alemania