Laicos Misioneros Combonianos

Mensaje de Pascua

Jesús
Jesús

Pascua 2020

¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro? (Mc16:3)

Tenemos que tratar con un auténtico caballero, Dios,

que mantiene su palabra y la cumplirá para siempre (Escritos 2624)

Queridos hermanos,

el Señor resucitado que vence a la muerte, ilumina nuestras vidas y llena nuestros corazones de alegría.

Este año 2020 vivimos la Cuaresma en un clima pandémico por el coronavirus que se está extendiendo cada vez más en casi todos los países del mundo. Celebraremos la Pascua de Resurrección en este clima pandémico.

Nosotros mismos, así como muchos cristianos de muchos países del mundo, no podremos reunirnos como comunidad para celebrar el misterio central de nuestra fe. Las redes sociales nos están ayudando a todos a unirnos, al menos virtualmente, para seguir “viviendo” la vida de la comunidad. Cada vez más, nos animamos a utilizar estos medios para estar cerca unos de otros y del pueblo de Dios mientras celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte.

En este clima de incertidumbre y sufrimiento nos sentimos un poco como María de Màgdala, María de Santiago y Salomé que van a la tumba temprano en la mañana preguntándose: ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro? (Mc 16:3). Porque nadie es capaz de hacer rodar la piedra que nos encierra en nuestros sepulcros, en nuestros miedos y resistencias. Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande (Mc 16:4). Ahora, el sello de la muerte se ha roto desde dentro.

En esta época de pandemia, nosotros también estamos llamados a “mirar” y reconocer la presencia del Resucitado entre nosotros. Dios camina con nosotros y sufre con nosotros y en Cristo Jesús, nos invita a caminar con él en el camino que, pasando por la cruz, nos lleva al amanecer de un nuevo día. La última palabra de Dios para la humanidad es la vida, la vida que nos dio en Cristo Jesús, que tomó sobre sí nuestra muerte y la conquistó saliendo victorioso de la tumba.

Como nuestro Padre y Fundador, San Daniel Comboni, estamos seguros de que Dios no retira su favor a la humanidad en su conjunto y es fiel para siempre. Él envió a su hijo para darnos “vida y vida en abundancia” (Jn 10, 10).

Esta Pascua vivida en una atmósfera de pandemia refuerza nuestra fe en el Dios de la vida, en la certeza de que nadie puede separarnos nunca de este amor eterno. “¿Quién nos separará entonces del amor de Cristo? ¿Tal vez la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Pero en todas estas cosas somos más que victoriosos en virtud de aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,35-39).

Feliz Pascua de Resurrección y una buena fiesta de la vida para cada uno de ustedes y sus comunidades cristianas.

El Consejo General MCCJ

El rey montado sobre un pollino

Domingo de Ramos
Domingo de Ramos

Comentario a Mt 21, 1-11, Domingo de Ramos, 05 de abril de 20120

La liturgia nos ofrece hoy dos lecturas del evangelio de Mateo: la primera, antes de la procesión de ramos, sobre la bien conocida historia de Jesús que entra en Jerusalén montado sobre un pollino (Mt 11, 1—11); la segunda, durante la Misa, es la lectura de la “Pasión” (las últimas horas de Jesús en Jerusalén), esta vez narrada por Mateo en los capítulos 26 b5 27.

Con ello entramos en la Gran Semana del año cristiano, en la que celebramos, re-vivimos y actualizamos la extraordinaria experiencia de nuestro Maestro, Amigo, Hermano y Redentor Jesús, que, con gran lucidez y valentía, pero también con dolor y angustia, entra en Jerusalén, para ser testigo del amor del Padre con su propia vida.

Toda la semana debe ser un tiempo de especial intensidad, en el que dedicamos más tiempo que de ordinario a la lectura bíblica, la meditación, el silencio, la contemplación de esta gran experiencia de nuestro Señor Jesús, que se corresponde con nuestras propias experiencias de vida y muerte, de gracia y pecado, de angustia y de esperanza. Por mi parte, como siempre, me detengo en un solo punto de reflexión:

El rey montado sobre un pollino.

Se trata de una escena que se presta a la representación popular y que todos conocemos bastante bien, aunque corremos el riesgo de no entender bien su significado. Para entenderlo bien, no encuentro mejor comentario que la cita del libro de Zacarías a la que con toda seguridad se refiere esta narración de Marcos:

                “Salta de alegría, Sion,

                lanza gritos de júbilo, Jerusalén,

                porque se acerca tu rey,

                justo y victorioso,

                humilde y montado en un asno,

                en un joven borriquillo.

                Destruirá los carros de guerra de Efraín

                y los caballos de Jerusalén.

                Quebrará el arco de guerra

                y proclamará la paz a las naciones”.

                (Zac 9, 9-10).

Sólo un comentario: ¡Cuánto necesitamos en este tiempo nuestro, en que nuestra arrogancia ha sido duramente probada, la presencia de  este rey humilde y pacífico que no se impone por “la fuerza de los caballos” sino por la consistencia de su verdad liberadora y su amor sin condiciones!

Ciertamente, en las actuales circunstancias que vivimos en todas partes, marcadas por el aislamiento, el miedo y la confusión, nos va a tocar vivir la Semana Santa de manera diferente, con sencillez, mucha paciencia, conectando la pasión de Jsús con la que están viviendo millones de esperanza, con temor y temblor, con confianza y miedo sereno, con generosidad y esperanza.

Contemplar a Cristo en la cruz es identificarse con Él, es ponerse a caminar sobre  las huellas de su entrega, confiando en que, aunque se rían de nosotros, aunque a veces nos desesperemos y la cruz nos parezca demasiado pesada ,el amor es más fuerte que la muerte. El amor de Dios siempre vencerá al mal que nos rodea y nos invade. Vence desde la humildad, la entrega generosa, la paciencia infinita, la esperanza contra toda esperanza.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Sal fuera de tu tumba espiritual

sal
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Comentario a Jn 11, 1-45 (5º Domingo de Cuaresma, 29 de marzo de 2020)

Leemos hoy la historia de Lázaro, amigo de Jesús resucitado en Betania, donde vivía con sus hermanas Marta y María. Las primeras palabras de la narración nos presentan a un enfermo. Con toda probabilidad, la enfermedad de este hombre, como la del paralítico al que bajan por un tejado o la del que lleva 38 años al lado de la piscina, es más espiritual que corporal. A este propósito, podemos hacer las siguientes reflexiones:

1.- Lázaro me representa a mí, llamado a la vida

No nos quedemos maravillados porque Lázaro tuvo la suerte de vivir algunos años más y la mala suerte de tener que morir otra vez. Este milagro es solamente el anuncio de la verdadera resurrección, la cual no consiste en una prolongación de la vida, sino en la transformación de nuestra persona. La resurrección es primeramente espiritual y empieza desde ya, cuando por la fe el hombre sale de su manera de vivir, para abrirse a la vida de Dios”. (Biblia latinoamericana).

Lázaro es como la síntesis de la humanidad enferma, atenazada por el miedo a la muerte. Lázaro somos nosotros, enfermos de una vida mortecina (sin amor, sin fe verdadera, sin saber muy bien para qué hacemos las cosas).

2.- Lázaro es llamado por su nombre  

A Lázaro -como a Pedro, a Juan, a María y a los otros discípulos- Jesús los llamó por su nombre, lo eligió –“no me eligieron ustedes a mí, sino yo les elegí a ustedes–, sacándolo de la tumba para que viva como hijo, porque el buen pastor lo conoce personalmente. Como a Lázaro, también a nosotros nos conoce por nuestro nombre. No somos seres anónimos en la masa de los que asisten a misa. Somos únicos a los ojos de Dios, que es un Dios de vida y no de muerte.

3.- Lázaro, enfermo de muerte, representa también a los discípulos cansados

Dado que este evangelio fue escrito después de décadas de vida cristiana (con sus heroísmos, pero también con sus fracasos y deserciones) es de suponer que en la figura de Lázaro el evangelista se refiera a comunidades o grupos de discípulos que han perdido el entusiasmo, que han dejado de ser fieles, que se han dejado “morir” y hasta “enterrar”… hasta el punto de llevar cuatro días enterrados y oliendo mal. Este Lázaro enfermo de muerte representa a muchos cristianos y consagrados que parecen haber perdido el fervor primero, que ya no escuchan la voz del pastor, que se desinteresan por los buenos pastos…

Ante una situación en la que parece que algunos discípulos se desaniman y abandonan la fe, el autor de la carta a los Hebreos les escribe con palabras muy sentidas:

“Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, pues quien nos ha hecho la promesa es digno de fe… Nosotros no somos de los que se echan atrás cobardemente y terminan sucumbiendo, sino de aquellos que buscan salvarse por medio de la fe” (Cfr Hb 10, 23-39).

Contemplando la figura de Lázaro me pregunto: ¿Estoy yo acaso también “muerto” espiritualmente? ¿Me he encerrado en alguna “tumba” hasta el punto de permitir que algo se pudra dentro de mí y comience a “oler mal”?  En ese caso, la Semana Santa es un buen momento para escuchar la voz de Jesús que me dice:

“Amigo, sal fuera, sal de tu tumba; ven fuera y déjame darte un abrazo de amor y de vida, porque mi amor por ti no muere nunca”.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El ciego que ve y los videntes que no ven

ciego
ciego

Comentario a Jn 9, 1-41 (IV Domingo de Cuaresma, 22 de marzo de 2020)

La cuaresma de este año avanza casi a escondidas, mimetizada en la gran pandemia que nos ha tocado vivir en todo el mundo de hoy. Esta es la vida real en la que debemos vivir con fe y esperanza, contra viento y marea, como lo hizo Jesús, tratando de ver lo esencial y no persistir en la ceguera de querer conservar los privilegios.

Unos pocos discípulos siguieron a Jesús hacia la Pascua  intuyendo algo especial en el Maestro, pero sin comprenderlo del todo, hasta que él -con sus enseñanzas, sus gestos de cercanía y amor, su poder para enfrentar el mal y el pecado- les abre los ojos y les hace “ver” y descubrir en él al Mesías prometido, la Palabra luminosa del Padre, la revelación de un amor liberador.

De ese grupo de seguidores que “vieron” lo que otros no supieron ver surgen las primeras comunidades cristianas en Judea, Samaría y, más tarde, en otros lugares de Asia y Europa. Esas comunidades se enfrentaron muy pronto a la misma oposición a la que se enfrentó Jesús: sus miembros fueron rechazados por los suyos, expulsados de la comunidad judía, como unos herejes indeseables, y, más tarde, perseguidos por las autoridades de Israel y del Imperio Romano.

Esta historia es la que está detrás del capítulo nueve del evangelio de Juan que leemos hoy y que habla de un ciego que “estaba sentado y mendigaba” (es decir, incapaz de caminar por su pie y dependiente de otros), pero que en el encuentro con Jesús recupera la vista y, después de algunas dudas, reconoce a Jesús, a pesar de la oposición de las autoridades, y afirma: “Creo, Señor” y se postra ante él, en actitud de adoración. El ciego representa a los discípulos que, por fin, ven  frente a los que se empeñan en no ver.

El evangelista pone en boca de Jesús una frase aparentemente enigmática, pero que da sentido a todo el relato: “Para un juicio yo he venido a este mundo: para que los que no ven vean y los que ven se conviertan en ciegos”. En castellano tenemos un proverbio que es parecido a esta frase de Jesús: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Los fariseos, sacerdotes y escribas, así como Pilatos, no querían ver nada que les llevara a perder los privilegios y a cambiar su vida; les faltaba humildad para salir de sí mismos y ver lo que tenían ante los ojos; se creían sabios, pero no fueron capaces de “ver” y reconocer al Mesías, mientras la gente sencilla, pobre y pecadora, que “no veían”, por su humildad y receptividad, fueron capaces de “ver” y reconocer al Mesías, aunque eso les costase ser expulsados de la sinagoga.

Me parece que también hoy hay muchos que se creen sabios, se ríen de los sencillos que siguen a Jesús y hasta los marginan en la sociedad. Ellos se creen los más listos, piensan que lo entienden todo, pero, ¡ojo!, su orgullo les puede cegar y les impide ver la gracia de Dios. Por el contrario los sencillos que se abren al encuentro con Jesús terminan por entender verdaderamente el valor del amor de Dios y reconocen en Jesús a su Maestro y Señor, aunque la sociedad los expulse.

Escuchar la palabra liberadora de Jesús y dejarse tocar por su “cuerpo” en la comunión es una manera de dejarse iluminar, de superar la ceguera del orgullo y “ver” al Señor que está cerca de nosotros. Puede que, al principio no nos demos cuenta, como le pasó al ciego, pero si persistimos en el diálogo sincero, él se nos revelará: “Yo soy”; y nosotros responderemos con emoción y una contenida alegría: “Yo creo, Señor”.

P. Antonio Villarino

Bogotá

PD. Puede ser interesante fijarse en los títulos que en este relato se dan a Jesús, porque ayudan a comprender como lo vieron las primeras comunidades cristianas:

-Rabbí (Maestro): 9,1

-Luz del mundo: 9,5

-Enviado: 9,7

-El hombre llamado Jesús: 9, 11

-Profeta: 9,17

-Cristo: 9, 22

-Hijo del Hombre: 9, 35

-Señor: 9, 36