Laicos Misioneros Combonianos

Agroecología en Brasil

Brasil

La agroecología sigue siendo muy tímida en la región de Tocantina de Maranhão. Esperamos que esta iniciativa pueda facilitar la adopción de esta innovación, que es al mismo tiempo un conjunto de prácticas agrícolas, una ciencia y un movimiento social. Para ello, es muy importante la colaboración y el diálogo con diferentes actores, como instituciones de enseñanza e investigación (Casas rurales familiares, IFMA, UEMASUL …), sindicatos, asentamientos, movimientos sociales rurales, organismos de asistencia técnica, secretarías municipales de agricultura y la sociedad en general. Pero sobre todo con agricultores innovadores e inquietos. Estamos dispuestos a sumar en este viaje común.

Con subtítulos en portugués, español, inglés, italiano y francés.

LMC en Brasil

Ascender es ampliar el horizonte

cielo
cielo

Comentario a Mt 28, 16-20, Solemnidad de la Ascensión, 24 de mayo del 2020

Este domingo celebramos la solemnidad de la Ascensión, previa a la de Pentecostés, que celebraremos el domingo próximo. La Iglesia nos ofrece hoy los últimos versículos del evangelio de Mateo, que terminan con el mandato misionero y ponen en boca de Jesús esta frase: “Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final del mundo”. Les presento algunas reflexiones:

  1. La montaña: más allá de toda geografía

Según Mateo, Jesús encuentra a sus discípulos en una montaña de Galilea. Parece una anotación geográfica casi sin importancia, pero no creo que sea así. Para muchas religiones y culturas, la montaña es el lugar de la manifestación de Dios. Y se entiende, porque la montaña me ayuda a ir más allá de mí mismo, a salir de la rutina y la superficialidad, a buscar el más alto nivel de la conciencia personal… Y es precisamente ahí, en el nivel más alto de mi conciencia, que Dios se me manifiesta, con una presencia que difícilmente se puede encerrar en palabras, pero que uno percibe como muy real y auténtica.

Por su parte, Jesús subía continuamente al monte, pero llegó un momento en el que por fin “subió” a la montaña definitiva, es decir, en palabras del evangelista Marcos, “fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios”. Como ven, los evangelistas usan términos geográficos y nosotros hablamos de la “ascensión” de Jesús, pero sabemos bien que Dios no está arriba ni abajo sino en todas partes (y más allá de toda geografía). Por tanto no es que Jesús haya subido “detrás de las nubes”, sino que alcanzó el grado máximo de su auto-conciencia y de su comunión con el Padre y, por eso mismo, alcanzó el grado máximo de universalidad geográfica y temporal, compartiendo su amor y su presencia con todos los seres humanos de todos los tiempos y de todas las fronteras. Por eso nos dice: “Yo estoy con ustedes, ahora y siempre, aquí y en todas partes; en cualquier parte que vayan, ahí me encontrarán”.

  • Adoración y duda

Ante un Jesús que se manifiesta en la “montaña”, en la que se identifica con la Divinidad, los discípulos experimentan un doble movimiento: de adoración y de duda. Por una parte, sienten la necesidad de postrarse y reconocer esta presencia de la Divinidad en el Maestro, porque sólo con la adoración uno puede acercarse al misterio de Dios, ya que nunca las palabras pueden contener la realidad que uno apenas alcanza a vislumbrar desde lo hondo de su conciencia. Por eso los discípulos experimentan también la duda, porque, por una parte parece casi imposible que Dios se nos manifieste en nuestra pequeñez y, por otra, somos conscientes que todas nuestras palabras y conceptos se quedan cortos y, en alguna medida, son falsos. Nuestros conceptos sobre Dios son siempre limitados y deben ser constantemente corregidos, con la ayuda de la duda, que nos obliga a no “sentarnos” en lo aparentemente ya comprendido.

  • “Bauticen en el nombre de Dios”

Desde esta experiencia de la “montaña”, de la experiencia de Dios en lo hondo de la conciencia, Jesús nos dice: “Pónganse en camino y comuniquen a todos lo que han visto y oído, lo que han experimentado entre luces y sombras, dudas y aciertos. Anuncien a todos este camino hacia el Padre que les he enseñado”.

Los pueblos, culturas y religiones intentan acercarse, como pueden, al misterio de Dios, dándole nombres según sus propias experiencias culturales. Israel ha preferido abstenerse de darle nombre, porque comprendió que es innombrable. De hecho, Jesús tampoco le da un nombre. Lo que Jesús hace es hablarnos del Padre, de su experiencia de identificación y comunión con Él y del Espíritu que ambos comparten. Y manda a sus discípulos bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”. Ese es el objetivo fundamental de toda vida: encaminarse hacia la comunión con el Padre. Y ese es el objetivo de toda misión: que toda la creación encuentre su plenitud en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

….

Ascender no es ir más allá de las nubes,

ascender es cambiar de perspectiva,

como quien mira desde lo más alto.

Ascender es abrir el angular,

ampliar el horizonte a toda la realidad,

reducir las fronteras a su justa perspectiva.

Ascender es crecer en claridad,

dejar que el sol de la verdad ilumine mi camino

que el amor penetre cada rincón de mi vida.

Ascender es saber que más allá de mi pequeñez,

hay más vida, más verdad, más belleza, más religión,

más humanidad, más Dios.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El Espíritu renueva la faz de la Tierra

Iglesia
Iglesia

Un comentario a Jn 14, 15-21 (Sexto domingo de Pascua, 17 de mayo del 2020)

Estamos acercándonos a la fiesta de Pentecostés, en la que hacemos memoria de como el Espíritu Santo inundó el corazón y la vida de los primeros discípulos, llenándolos de inteligencia y entusiasmo, haciendo de ellos hermanos y testigos de la humanidad nueva nacida en Jesucristo. Hoy leemos, en el capítulo catorce de Juan, la primera de las cinco promesas que Jesús hizo a los suyos de enviarles el Espíritu.

1.- La promesa

“Si mi amáis, obedeceréis mis mandatos; y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros. Es el Espíritu de la verdad que no puede recibir el mundo, porque ni lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive en vosotros y está en vosotros” (Jn 14, 15-17).

Podemos destacar de este texto que una condición para que Jesús ruegue al Padre es que le amemos. El Espíritu es libre de actuar donde quiere, pero no todos lo conocen. Una manera de conocerlo es amar a Jesús y cumplir sus mandatos. En todo caso, Jesús promete orar para que Él esté siempre con nosotros.

2.- Actitudes para recibir el Espíritu

La presencia del Espíritu lo cambia todo, como la gasolina en el motor o el espíritu humano en el cuerpo. Sin él, el motor no camina y el cuerpo se vuelve carne amorfa. Pero la pregunta que nos podemos hacer es cómo hago para recibir el Espíritu. Les propongo algunas actitudes:

a) Tener sed: “Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba”. Si uno está satisfecho y cómodo, no es fácil que nada ni nadie se abra hacia él. Difícilmente recibiremos el amor, si no estamos abiertos y disponibles. Nuestra oración auténtica y sincera debe ser como la del salmista: “Como busca la cierva corrientes de agua, así, mi Dios, te busca todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42).

b) Saber contemplar: una actitud de silencio exterior e interior, que nos haga capaces de percibir su presencia en el mundo, en las personas, en la palabra meditada… Dentro de esta actitud está la atención a la realidad que nos circunda (en sus dimensiones políticas, económicas, culturales y religiosas). Saber mirar, saber escuchar, saber concentrarse en la realidad de las cosas, venciendo la superficialidad y la distracción constante.

c) Amar a Jesucristo: Amor a Él y a todo lo que Él representa: Su Padre Dios, sus hermanos más pequeños (los pobres, los humillados), la comunidad de sus discípulos; amar su Evangelio y su estilo de vida… Porque, si alguien le ama, el Espíritu hará morada en él.

d) Estar dispuesto a cambiar: Disponibilidad para emprender la marcha de la propia vida por los caminos que Él nos señala. Esta conversión implica disponibilidad para cambiar de ideas, de actitudes, de comportamientos. Alguien ha dicho que si no actuamos como pensamos terminamos por pensar como actuamos.

El camino litúrgico nos está acercando a Pentecostés. Ojalá también a nosotros se nos conceda prepararnos para esta experiencia fundamental en el camino cristiano.

¡Ven Espíritu Santo y renueva la faz de la tierra!

P. Antonio Villarino

Bogotá

Sólo el amor redime

AMOR
AMOR

Un comentario a Jn 14, 1-12 (Quinto domingo de Pascua, 10 de mayo del 2020)

Leemos hoy una parte del último discurso que, según el evangelio de Juan, pronunció Jesús en la última cena a modo de gran testamento. En este párrafo se nos presenta una de las cumbres de la enseñanza de Jesús: “El que me ve a mí, ve al Padre”.  “Ver” al padre es una de las claves de toda existencia humana. A este respecto les ofrezco los siguientes elementos de reflexión:

1.- Sólo el amor redime (Benedicto XVI)

El Papa Benedicto XVI escribió unas palabras memorables que nos explican la verdad fundamental del Evangelio: En Jesús “vemos”, conocemos el amor del Padre y eso nos “redime”, nos hace tener “vida eterna”. Así dice el Papa emérito:

“No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de «redención» que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es «redimido», suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que Jesucristo nos ha «redimido». Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana    «causa primera» del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: «Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2,20).

2.- Vivir en diálogo amoroso con el Padre

Si uno es redimido por esta experiencia de amor, su vida se vuelve un constante diálogo amoroso con el Padre, lo que transforma su vida y le hace:

-Vivir reconciliado con el mundo, con una mirada bondadosa sobre la naturaleza y los seres humanos, como Francisco de Asís, que hablaba de la “hermana tierra”, el “hermano sol” y hasta la “hermana muerte”;

Vivir en Iglesia-comunidad, como lugar en el que se pone en común la experiencia de este amor redentor, no por nuestra perfección, sino por el testimonio de ese milagro de amor experimentado y testimoniado ante el mundo;

Vivir dejando que rebose el amor en nosotros, superando todo egoísmo, todo miedo, toda pereza, todo temor a la muerte;

Vivir en misericordia, sabiendo que cada ser humano es amado entrañablemente por el Padre, a pesar de sus límites, errores y pecados. Como el Padre, también nosotros nos hacemos misericordiosos, de corazón grande.

3.- Amar desde mi realidad cotidiana

“Ver” al Padre no es salirme de lo que vivo cada día, sino abrirme a su presencia a través de la realidad concreta de mi vida. En ese sentido, les comparto la siguiente oración:

Señor, tú eres espíritu,

pero yo sólo puedo llegar a Ti a través de mi cuerpo.

Tú transciendes el mundo,

pero yo sólo puedo verte en los árboles, las montañas, la luz , el viento, las personas…

Tú superas el tiempo,

pero yo sólo puedo seguirte día a día, semana a semana, mes a mes.

Tú estás más allá de toda conciencia humana,

pero yo sólo puedo entenderte desde mi razón, sentimientos y emociones, desde mi propia conciencia.

Tú eres más que el amor de un padre, una madre o una esposa,

pero yo sólo puedo entenderte como Padre, Madre, Hijo, Hermano, Compañero…

Te “veo” cuando contemplo a Jesús curando, perdonando, enseñando, clavado en la cruz…

Te experimento cuando me siento amado y capaz de amar,

entregando mi tiempo, mi inteligencia,

mis fuerzas físicas, mi disponibilidad.

Sólo así puedo “verte” y  gozarte como hijo y misionero tuyo en el mundo.

Amén.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Ser misionera en todo momento

LMC Polonia
LMC Polonia

En el marzo teníamos planeado con Ewelina partir a Perú. Nuestro destino era Arequipa dónde queríamos trabajar con los más pobres. Desgraciadamente, un día antes del vuelo, cerraron las fronteras de Polonia y de Perú. Por lo que tuvimos que quedarnos un poquito más y hasta ahora no sabemos cuándo podremos empezar nuestra aventura en este país tan lejano.

Al principio, pensé que todo sería la cuestión de dos o tres semanas, las cuales podría dedicar a mejorar mi español y pasar tiempo con la familia. Sin embargo, ya han pasado casi dos meses y la situación aún no ha cambiado. No obstante, ahora ya sé, que no puedo quedarme aquí esperando cuándo empiece mi misión, sino que es ahora y aquí su comienzo. Porque no nos convertimos en misioneros cuando llegamos al lugar de nuestra misión y no dejamos de serlo cuando volvemos a casa.  Lo somos siempre pase lo que pase y estemos donde estemos. Y, aunque lo sabía antes, es ahora cuando lo entendí de verdad.

Creo que ser misionero en tu propio país es mucho más difícil que ir a un lugar lejano donde el cristianismo acabó de llegar, para ayudar a los habitantes a conocer a Dios. Podríamos preguntarnos para que ser misionero aquí en Polonia, entre la gente que desde su niñez iba a la iglesia, conociendo poco a poco el catecismo y celebrando las fiestas católicas cada año. Desgraciadamente, hay que admitir que también entre ellos hay personas que todavía no han encontrado al Dios Vivo, no han experimentado su Amor o, simplemente, aunque lo han encontrado no lo han reconocido.

Ser misionero siempre significa lo mismo, da igual que estemos en África, Perú o en Polonia. Estemos donde estemos tenemos que llevar a Dios a todos los que nos rodean y amarlos con su Amor. Es más fácil hablar sobre Él, pero lo que importa de verdad es testimoniarlo con nuestra forma de vivir. Para hacerlo, tenemos que antes que nada conocerle de verdad. No hay nada más fácil que conocer a alguien pasando tiempo con él, hablando horas. Es así como podemos conocer a Dios. Leyendo la Biblia, mirándole durante la adoración en el Santísimo Sacramento o estando con Él durante la Santa Misa. La conversión no es cuestión de un retiro sino de toda la vida. Ojalá nunca intentemos enseñar a alguien a quien no conocemos. No olvidemos que misionero no es sólo es quien parte de su país sino cada uno de nosotros, no importa dónde estemos y que hacemos. Yo cada día aprendo como ser misionera y aunque cometo muchísimos errores repito como el apóstol Pablo: me gloriare más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.

LMC Polonia

Agnieszka Pydyn, LMC Polonia