Laicos Misioneros Combonianos

Política y religión

cesar

Un comentario a Mt 22, 15-22 (XXIX Domingo ordinario, 18 de octubre del 2020)

cesar

Todos conocemos la famosa frase de Jesús “dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”.  Es una frase que se ha hecho muy popular para hablar de la separación entre religión y política y que muchos repiten con razón o sin ella.

Hoy la leemos en su contexto original: el de una disputa entre los fariseos y Jesús a propósito de una situación conflictiva que había en la Palestina del siglo I. Los romanos, que eran invasores y ejercían un poder dictatorial sobre los judíos, se financiaban con los impuestos que los mismos judíos pagaban al Imperio. Era una situación de injusticia institucionalizada, como muchas de las que tenemos hoy en casi todos los países, aunque en medidas distintas

Ante esa situación injusta que se les imponía por la fuerza, algunos reaccionaban “con realismo”, pagando los impuestos a regañadientes porque no tenían más remedio. Otros, no sólo pagaban a regañadientes, sino que sacaban su propio provecho, aunque “de labios para fuera” la criticaran: el sistema imperial les facilitaba una vida cómoda y, aunque fuese tapándose la nariz para no oler la corrupción, se aprovechaban de ella. Otros decían que no había que pagar impuestos como una forma de rebelión contra aquel poder opresor e impío, contrario a las leyes de Dios, aunque pocos eran realmente coherentes, ya que al final dependían del sistema imperial para el comercio y para toda la vida económica.

La cuestión, que era muy debatida, se la presentan a Jesús, no para conocer su opinión, sino como una trampa, como tantas veces ocurre en la política. Muchas veces los políticos hacen declaraciones sobre cuestiones del momento, pero su intención no es solucionar los problemas sino atacar al adversario, aprovechando una situación compleja que ellos piensan que pueden aprovechar en su favor.

En este caso que comentamos, la respuesta de Jesús se ha vuelto, como decía, emblemática y mucha gente cita la frase para decir algo así como “no mezclemos religión y política”, aunque esa citación es muchas veces interesada. 

A mí se me ocurren a este propósito tres ideas que les comparto por si les sirven:

-Por una parte, es imposible separar religión y política, ya que todo lo humano tiene que ver con la “polis”, es decir, con la organización política de una sociedad; al mismo tiempo, todo lo humano tiene que ver con la religión, ya que cualquier acto humano (personal, político, económico, artístico), precisamente en cuanto humano, tiene una dimensión religiosa y ética que no se puede soslayar. El ser humano es único y no puede dividirse: el político no deja de ser religioso y el religioso no deja de tener una dimensión política.

-Pero, por otra parte, es verdad que lo religioso y lo político son dimensiones diferenciadas, cada una con su propia responsabilidad, de tal manera que personas con la misma fe pueden adoptar decisiones políticas diferentes, según sus conocimientos o percepciones de la realidad y de lo que es necesario hacer. Las decisiones políticas pueden y deben tener una fundamentación religiosa (por ejemplo, las motivaciones de fondo o los objetivos de justicia a alcanzar), pero, en la toma de decisiones, hay además otras dimensiones (económicas, sociales, culturales, etc.) que yo debo discernir desde mi propia libertad y responsabilidad, sin escudarme en alguna instancia religiosa.

-Por eso la respuesta de Jesús se plantea a un nivel más hondo: el de la coherencia humana y la verdad, frente a la hipocresía y la mentira. El verdadero debate, viene a decir Jesús, no se plantea entre pagar impuestos a un Imperio o no, sino entre sinceridad e hipocresía, autenticidad y manipulación, verdad y mentira, lenguaje “políticamente correcto” y lenguaje verdadero y realista. Lo que Jesús nos pide es esta actitud de verdad, autenticidad y libertad.

Estos principios valen a la hora de tomar decisiones sencillas o complicadas, como a quién votar, qué negocios emprender, cómo usar el dinero público, etc.

P. Antonio Villarino

Bogotá

P.D.

Hoy se celebra en todo el mundo el DOMUND (Domingo Mundial de la Misión). Es una buena ocasión para sentirnos miembros de una Iglesia misionera, sin fronteras, abierta al mundo como testimonio del Reino anunciado por Jesús: Un Reino de amor y de paz, de verdad y justicia.

Domund (Domingo Mundial de las Misiones) 2020

CLM Ethiopia

Este domingo, 18 de octubre, la Iglesia celebra el Domund, el domingo mundial de las misiones; un día para tener presentes más que nunca a las misioneras y los misioneros, aquellas personas que desde su vocación, dieron un “Sí” confiado a Dios para salir de sus hogares y marchar a lugares muy desconocidos; lugares que se han acabado convirtiendo en sus hogares, comunidades que los han acogido para compartir vida desde la fe en el Padre Bueno y la fraternidad como hermanas y hermanos, por nuestra condición de Hijos e Hijas de Dios.  

Es un buen momento para orar intensamente por ellas y ellos, hacer memoria, dejarse interpelar por sus testimonios de vida y apoyar sus misiones y proyectos.

Porque como bautizados todos nos sentimos llamados a salir y compartir con lo que somos la Buena Nueva del Amor de Dios.

Ánimo hermana, ánimo hermano, la misión te espera, y comienza muy dentro de ti, para salir de ti desbordante.

Aquí estoy, Señor, envíame.

¿Acepto o rechazo la invitación al banquete del Reino?

banquete
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Un comentario a Mat 22, 1-14 (XXVIII Domingo ordinario, 11 de octubre del 2020)

Las últimas semanas de la vida de Jesús en Jerusalén fueron muy tensas y la oposición a su predicación fue subiendo de tono hasta el punto que muchos proponían directamente su muerte.

Jesús quería renovar profundamente la vida del pueblo de Israel, invitando a todos a un cambio de vida, una conversión, que pusiera a Dios en el centro y, consecuentemente, llevara a todos a unas relaciones de fraternidad y verdadera paz. Esto no era para Jesús una propuesta moralizante, sino una invitación a vivir la vida como un banquete de fiestas, como una boda en la que predomina el amor y la alegría.

Algunos acogieron esta propuesta con entusiasmo y alegría, siguiéndolo por todas partes y contribuyendo a difundir el mensaje como misioneros en las aldeas y ciudades.  Pero otros se opusieron radicalmente. La clase dominante de la nación (sacerdotes, fariseos, saduceos, políticos y guerrilleros) se oponía con tal violencia que empezaron a proponer su muerte.

A Jesús le dolió mucho esta oposición y comienza a anunciar severamente que Dios prescindirá de este pueblo rebelde para escogerse un pueblo hecho de pobres y marginados, como de hecho pasó después de la muerte de Jesús y sigue pasando hasta hoy: los orgullosos y poderosos se niegan a aceptar el Evangelio del Reino, mientras otros (sencillos y marginados) aprovechan la oportunidad y se unen a la fiesta del Reino.

Todo esto es lo que quiere decir la parábola que Mateo pone en boca de Jesús sobre los invitados a las bodas que rechazaron dicha invitación, mientras la sala del banquete se llenó con todo tipo de personas venidas de todos los caminos de la vida. Mateo recoge esta parábola de Jesús para explicar lo que estaba pasando en el primer siglo de nuestra era: Las autoridades de Israel rechazaron a Jesús, el enviado del Padre, rechazaron la invitación en participar en las “bodas” de su Hijo, no quisieron renovar su Alianza con Dios, con la consecuencia que Jerusalén fue arrasada y destruida. Mientras tanto, gentes de todas las culturas y naciones aceptaban el mensaje del Evangelio y participaban de este banquete de bodas, de esta alianza de Dios con su pueblo. Seguir a Jesús no es una obligación pesada, es la gran oportunidad de hacer de la vida un banquete, una fiesta de amor. Seguir a Jesús es acoger la invitación del Padre a hacer de la vida una fiesta de amor, un banquete de fraternidad.

¿Dónde estamos nosotros: entre los que aceptan la invitación o entre los que la rechazan?

P. Antonio Villarino

Bogotá

Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones 2020

Papa Francisco

«Aquí estoy, mándame» (Is 6,8)

Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias a Dios por la dedicación con que se vivió en toda la Iglesia el Mes Misionero Extraordinario durante el pasado mes de octubre. Estoy seguro de que contribuyó a estimular la conversión misionera de muchas comunidades, a través del camino indicado por el tema: “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”.

En este año, marcado por los sufrimientos y desafíos causados ​​por la pandemia del COVID-19, este camino misionero de toda la Iglesia continúa a la luz de la palabra que encontramos en el relato de la vocación del profeta Isaías: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8). Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: «¿A quién enviaré?» (ibíd.). Esta llamada viene del corazón de Dios, de su misericordia que interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial. «Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos» (Meditación en la Plaza San Pedro, 27 marzo 2020). Estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados. El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana; pero al mismo tiempo todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal. En este contexto, la llamada a la misión, la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo.

En el sacrificio de la cruz, donde se cumple la misión de Jesús (cf. Jn 19,28-30), Dios revela que su amor es para todos y cada uno de nosotros (cf. Jn 19,26-27). Y nos pide nuestra disponibilidad personal para ser enviados, porque Él es Amor en un movimiento perenne de misión, siempre saliendo de sí mismo para dar vida. Por amor a los hombres, Dios Padre envió a su Hijo Jesús (cf. Jn 3,16). Jesús es el Misionero del Padre: su Persona y su obra están en total obediencia a la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34; 6,38; 8,12-30; Hb 10,5-10). A su vez, Jesús, crucificado y resucitado por nosotros, nos atrae en su movimiento de amor; con su propio Espíritu, que anima a la Iglesia, nos hace discípulos de Cristo y nos envía en misión al mundo y a todos los pueblos.

«La misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae» (Sin Él no podemos hacer nada, LEV-San Pablo, 2019, 16-17). Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama. Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia. Sin embargo, todos tienen una dignidad humana fundada en la llamada divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón de Dios.         

Haber recibido gratuitamente la vida constituye ya una invitación implícita a entrar en la dinámica de la entrega de sí mismo: una semilla que madurará en los bautizados, como respuesta de amor en el matrimonio y en la virginidad por el Reino de Dios. La vida humana nace del amor de Dios, crece en el amor y tiende hacia el amor. Nadie está excluido del amor de Dios, y en el santo sacrificio de Jesús, el Hijo en la cruz, Dios venció el pecado y la muerte (cf. Rm 8,31-39). Para Dios, el mal —incluso el pecado— se convierte en un desafío para amar y amar cada vez más (cf. Mt 5,38-48; Lc 23,33-34). Por ello, en el misterio pascual, la misericordia divina cura la herida original de la humanidad y se derrama sobre todo el universo. La Iglesia, sacramento universal del amor de Dios para el mundo, continúa la misión de Jesús en la historia y nos envía por doquier para que, a través de nuestro testimonio de fe y el anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo.

La misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla sólo cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia. Preguntémonos: ¿Estamos listos para recibir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, para escuchar la llamada a la misión, tanto en la vía del matrimonio como de la virginidad consagrada o del sacerdocio ordenado, como también en la vida ordinaria de todos los días? ¿Estamos dispuestos a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe en Dios, Padre misericordioso, para proclamar el Evangelio de salvación de Jesucristo, para compartir la vida divina del Espíritu Santo en la edificación de la Iglesia? ¿Estamos prontos, como María, Madre de Jesús, para ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones (cf. Lc 1,38)? Esta disponibilidad interior es muy importante para poder responder a Dios: “Aquí estoy, Señor, mándame” (cf. Is 6,8). Y todo esto no en abstracto, sino en el hoy de la Iglesia y de la historia.

Comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia. La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan. Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida. Ahora, que tenemos la obligación de mantener la distancia física y de permanecer en casa, estamos invitados a redescubrir que necesitamos relaciones sociales, y también la relación comunitaria con Dios. Lejos de aumentar la desconfianza y la indiferencia, esta condición debería hacernos más atentos a nuestra forma de relacionarnos con los demás. Y la oración, mediante la cual Dios toca y mueve nuestro corazón, nos abre a las necesidades de amor, dignidad y libertad de nuestros hermanos, así como al cuidado de toda la creación. La imposibilidad de reunirnos como Iglesia para celebrar la Eucaristía nos ha hecho compartir la condición de muchas comunidades cristianas que no pueden celebrar la Misa cada domingo. En este contexto, la pregunta que Dios hace: «¿A quién voy a enviar?», se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: «¡Aquí estoy, mándame!» (Is 6,8). Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal (cf. Mt 9,35-38; Lc 10,1-12).

La celebración la Jornada Mundial de la Misión también significa reafirmar cómo la oración, la reflexión y la ayuda material de sus ofrendas son oportunidades para participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia. La caridad, que se expresa en la colecta de las celebraciones litúrgicas del tercer domingo de octubre, tiene como objetivo apoyar la tarea misionera realizada en mi nombre por las Obras Misionales Pontificias, para hacer frente a las necesidades espirituales y materiales de los pueblos y las iglesias del mundo entero y para la salvación de todos.

Que la Bienaventurada Virgen María, Estrella de la evangelización y Consuelo de los afligidos, Discípula misionera de su Hijo Jesús, continúe intercediendo por nosotros y sosteniéndonos.

Roma, San Juan de Letrán, 31 de mayo de 2020, Solemnidad de Pentecostés.

Francisco

Ministerialidad: una aproximación a partir de la riqueza semántica de los textos bíblicos

La Palabra
La Palabra

Introducción

El presente artículo desea ser una simple y breve contribución al proceso de reflexión y condivisión en torno al tema de la ministerialidad a partir de los textos bíblicos. Visto que el substantivo abstracto “ministerialidad” no aparece en los textos sagrados, nuestra aproximación estará basada en la pluralidad semántica del término ministro. Es importante subrayar desde ahora que nuestro texto no pretende incluir todos los términos bíblicos equivalentes a “ministro”, ni profundizar los llamados ministerios bíblicos como por ejemplo sacerdote, rey, profeta, apóstoles, evangelistas, pastores, doctores. Nos limitaremos por tanto a afrontar algunos elementos teológico-lingüísticos asociados a los términos y compartir, en un segundo tiempo, a título conclusivo, una breve reflexion y algunas preguntas en vista de una eventual profundización del tema.

  1. Visión general de los términos bíblicos equivalentes a ministro
    1. En el Antiguo Testamento
      1. MESHARET

La raíz de este término hebraico designa cualquier servicio. En el contexto de nuestro tema, merece ser subrayado el servicio de Josué a Moisés en Es 24,13; 33,11, Nm 11,28 e Gs 1,1. En estos textos, MESHARET significa ministro, auxiliar directo, discípulo. Moisés de hecho llevaba Josué a sus encuentros con Dios sobre el monte y en la tienda. El ministerio de Josué consistía en ayudar a Moisés a entender el mensaje de Dios y luego transmitirlo al pueblo. Lo que es interesante en estos textos bíblicos es que ser un ministro es una fase de preparación para ser un guía, es decir, un verdadero discipulado. Por lo tanto, MESHARET se refiere al tema de la relación discípulo-maestro, de aprender cómo continuar una misión o ministerio. Desde este punto de vista, el concepto de MESHARET nos transmite la idea de que, en la relación discípulo-maestro, el discípulo aprende no sólo del maestro sino también de la realidad. Es decir, la realidad también se convierte en maestra. Por lo tanto, el ministro es, al mismo tiempo, un discípulo del Señor y de la realidad.

  1. EBED

Otro término usado en el Antiguo Testamento para designar a un ministro es EBED. Este término indica no sólo el servicio común de cualquier persona subordinada a un amo, como en el caso de Naamán (2 Reyes 5:6), sino también la subordinación a los planes divinos, como en el caso del siervo de Dios (EBED ADONAI o EBED HA-ELOHIM) en Is 42:1-4; 49:1-6; 50:4-9; 52:13-15; 53:1-12. Aunque los estudiosos no están de acuerdo con la identidad histórica de EBED ADONAI, los textos muestran claramente que la sumisión a los planes de Dios es la condición para cumplir la misión recibida.

  1. En el Nuevo Testamento

En lo que respecta al Nuevo Testamento (NT), los siguientes términos merecen ser destacados:

1.2.1. PAIS/DOULOS

En el sentido común, PAIS significa niño. En Mt 12:18, sin embargo, se cita la versión griega de Is 42:1 en la que el término PAIS traduce el significado hebreo de EBED (siervo), para indicar que Jesús es el Siervo de Dios. Con la misma intuición, en el pórtico de Jerusalén, después de Pentecostés, Pedro declara por primera vez que Jesús es el Siervo de Dios (Hechos 3:13). De hecho, Pedro estaba tan marcado por la imagen de Jesús el Siervo que se convirtió en un punto de referencia para su primera predicación después de Pentecostés. Así, presenta la imagen de Jesús el Siervo como un paradigma para cualquier tipo de servicio en la Iglesia naciente. Prueba de ello es la transposición semántica que el NT opera entre los términos PAIS (niño, sirviente) y DOULOS (esclavo, sirviente). Tengamos cuidado: dirigiéndose a los apóstoles en Jn 15:15, Jesús califica su relación con ellos como una relación de amistad y no de servidumbre o esclavitud. Además, el término DOULOS (sirviente) seguirá caracterizando la misión de los discípulos. De hecho, Jesús recomienda que las relaciones interpersonales estén marcadas por las actitudes y los sentimientos del siervo, que deben ser adoptados por todo aquel que quiera ser grande en el Reino de los Cielos (Mt 20:27; Mc 10:44). También hay que señalar que DOULOS es el título con el que Pablo se presenta a sus comunidades (Rom 1,1; 2 Cor 4,5; Gal 1,10; Ef 6,6; Fil 1,1; Tit 1,1). Algunos cristianos son llamados siervos (DOULOI) en Col 4:12; 2 Tim 2:14; Stg 1:1. Pedro, Judas y toda la Iglesia son siervos (DOULOI) de Cristo según 2 Pedro 1:1; Jd 1:1; Apocalipsis 1:1. Podemos ver así que los términos PAIS y DOULOS se convierten en sinónimos y Jesús el Siervo parece ser el único paradigma en el ejercicio de los ministerios.

1.2.2. LEITOURGOS

De este término, tres significados merecen especial atención:

a.         LEITOURGOS significa los servidores y administradores públicos que son llamados siervos de Dios porque cumplen celosamente sus obligaciones (Rom 13:6). Para ellos, el cristiano debe ser sumiso y debe rezar por ellos para que tengan una vida tranquila, pacífica, piadosa y honesta (2 Tim 2:2).

b.         El que proclama el Evangelio de Jesucristo a los que no lo conocen, para que se convierta en una ofrenda agradable a Él, se llama también LEITOURGOS (Rom 15:16).

c.         El término también se aplica a Jesús para indicar su ministerio como mediador entre Dios y los hombres (Heb 8:2). También es interesante que, en el NT, con este término, el ministerio del servidor público se equipara al del evangelizador, porque ambos, inspirados por Jesús el mediador, sirven al mismo Dios. Como acabamos de decir, inspirarse en Jesús el mediador es asumir y llevar a cabo, dentro y fuera de la Iglesia, la dimensión sacerdotal de los ministerios. Todos los ministerios, de hecho, sin excepción, tienen una dimensión sacerdotal, es decir, la mediación entre el creador y la creación.

1.2.3. HYPĒRETES

Con respecto al término HYPĒRETES, sólo encontramos el significado de “ministro de la Palabra” (Lc 1:2; Hechos 26:16). En estos textos, la experiencia de Cristo aparece como una condición necesaria para el ejercicio del ministerio. Basta con ver que los “servidores de la Palabra”, mencionados en Lc 1:2, son testigos oculares. Saulo, en Hechos 26:16, es constituido como siervo y testigo de lo que acababa de ver y de lo que el Señor aún le tenía que mostrar. De estos pasajes surge la idea de que los ministerios nacen de la experiencia de Cristo y se nutren de ella.

1.2.4. DIAKONOS

Es un término ampliamente utilizado en el NT, pero en diferentes contextos y con diferentes significados. Básicamente, es bueno detenerse en lo siguiente: DIAKONOS es la persona que recibe la misión de servir a la Iglesia. Esteban y sus amigos son DIAKONOS porque se preocupan por las obras de caridad de la comunidad (Hechos 6:1-6); Pablo y Apolo, aunque trabajan incansablemente en la evangelización, prefieren ser considerados simplemente diáconos (DIAKONOI) de la Iglesia (1 Cor 3:5-15); Tíquico (Ef 6:21), Epafras (Col 1:7) y Timoteo (1 Ts 3:2) son DIAKONOI porque colaboran más directamente en la evangelización. Jesucristo es también DIAKONOS porque no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos (Mt 28:28; Mc 10:45; Rom 15:8). La asistencia a los más necesitados se considera no sólo una DIAKONIA (ministerio, servicio) sino una condición necesaria para tener un lugar en el Reino de los Cielos (Mt 25, 31-46). En particular, cabe destacar los textos sobre la inferioridad del DIAKONOS: Lc 12,37 y 22,26-27. El DIAKONOS es inferior a Dios y al pueblo que se le ha confiado. De hecho, parece que esta fue una característica importante de los ministerios en las primeras comunidades cristianas.

1.2.5. OIKONOMOS

OIKONOMOS es el administrador que cuida de la propiedad de su señor. Cabe señalar que en la tradición paulina y petrina, los apóstoles y todos los cristianos se llaman OIKONOMOI porque administran los misterios y las gracias de Dios (1 Cor 4:1-2; 1 Pedro 4:10). El simbolismo del administrador de la casa es verdaderamente sugerente, porque insiste en el deber de todo cristiano de tener un ministerio. Así, los ministerios son vistos como una forma de administrar el OIKOS (morada, casa) de Dios (1 Cor 3:5-9).

  • Reflexión

La riqueza semántica de la que hemos hablado no debe ser vista como un mero refinamiento lingüístico de los autores bíblicos, sino como una prueba clara de la diversidad de experiencias de ministerialidad entre el pueblo de Israel y las primeras comunidades cristianas. Asimismo, esta riqueza semántica nos sirve de base e inspiración para la continua contextualización de los ministerios.

2.1 Diversidad de experiencias ministeriales

De lo dicho anteriormente, queda claro que las diversas experiencias de ministerio relatadas en los textos sagrados son de interés para los hagiógrafos para presentar, a través de ellas, a un Dios que suscita ministerios para el servicio de su casa. Recordemos que, en el NT, la casa de Dios (OIKOS TOU THEOU) indica, en un sentido estricto, la Iglesia de Cristo (1 Tim 3:15; Heb 3:6) y, en un sentido más amplio, todo el universo (Hechos 7:44-50). La complejidad inherente a los conceptos demuestra la importancia de profundizar no sólo en el significado de la expresión “casa de Dios”, sino también en los ministerios que deben administrarla plenamente. La casa de Dios es tan compleja que no puede ser administrada sin una amplia gama de ministerios. Por lo tanto, es urgente estimular el nacimiento de nuevos ministerios dentro y fuera de la Iglesia. En este sentido, los combonianos están llamados a animar este proceso, que hoy más que nunca aparece como una conditio sine qua non para la evangelización del mundo contemporáneo.

2.2.      Contextualización de los ministerios

Las diversas experiencias de ministerio en la Biblia van acompañadas de un proceso de contextualización, es decir, la adaptación de los ministerios a un contexto determinado. Para los combonianos, la contextualización implica dos procesos intrínsecamente interdependientes: el proceso ad intra y el proceso ad extra. Ad intra porque requiere que los ministerios y los compromisos misioneros sean repensados a la luz de la realidad interna del Instituto (número de hermanos, formación académica, geografía vocacional, situación económica, etc.). Ad extra porque nos desafía a identificar, en el contexto en el que trabajamos, personas, medios y métodos para fomentar el surgimiento de nuevos ministerios o la actualización de los existentes con y desde ellos. Ambos procesos requieren realismo, coraje y optimismo. Cabe señalar que, en el proceso de contextualización de los ministerios, considerados individualmente y como grupo, la lectura contextualizada de la Sagrada Escritura desempeña un papel insustituible. Por esta razón, es esencial volver a aprender a leer la Biblia desde el contexto del receptor contemporáneo. Sólo así será posible identificar los ministerios más adecuados para cada realidad.

3. Preguntas para un estudio más profundo

a) ¿En qué consiste esta “inferioridad del ministro” aplicada al misionero comboniano?

b) ¿Sentimos hoy en día la necesidad de nuevos ministerios en la Iglesia y en el Instituto? ¿Cuáles?

c) La casa de Dios es inmensa y compleja. ¿Cómo se puede administrar integralmente?

d) ¿Hemos podido contextualizar el carisma comboniano y los ministerios vinculados a él?

e) ¿Hemos podido contextualizar nuestra hermenéutica de los textos bíblicos para obtener ministerios adaptados a la realidad? ¿Qué dificultades hemos encontrado?

Bibliografía recomendada

COLLINS, J.N. (2014). Diakonia Studies: Critical Issues in Ministry. Oxford: Oxford University Press.

COMISSÃO Teológica Internacional. (2002). Da Diaconia de Cristo à Diaconia dos Apóstolos.

GUIJARRO, S. (2017). La Aportación del Análisis Contextual a la Exégesis de los Textos Bíblicos. Cuestiones Teológicas, 44 (102), 283-300.

KING, N. (2019). Ministry in the New Testament. New Blackfriars, 100 (1086), 155-164.

MĂCELARU, M.V. (2011). Discipleship in the Old Testament and Its Context: A Phenomenological Approach. Pleroma, 13 (2), 11-22.

P. José Joaquim L. Pedro, mccj