Laicos Misioneros Combonianos

Colegio Esperanza

Colegio Gumuz
Colegio Gumuz

La etapa escolar, sobre todo la infantil y la primaria, suele marcar nuestras vidas de una manera u otra. Grandes recuerdos se amontonan: amigos y amigas que son una gran parte de lo que fuimos, maestros y maestras que tocaron nuestros corazones y abrieron caminos que hasta entonces ni imaginábamos… En general, vida compartida que nos apasionó, nos llenó de alegría y que casi siempre consideraremos como la mejor etapa.

Sin embargo, en Etiopía, el colegio puede tener un sentido más completo.

En la región en la que vivo, Gumuz, la familia Comboniana tiene 5 guarderías (3 los padres Combonianos, 2 las hermanas Combonianas) y un colegio de primaria (de las hermanas Combonianas). Todos estos centros fueron petición del propio gobierno local, hace ya más de 20 años, que entendió que esta región escasamente desarrollada precisaba de espacios educativos que cumplieran dos objetivos: por un lado, potenciar la educación con el fin de poder garantizar un futuro autónomo y digno; por otro lado, crear espacios donde puedan convivir niños y niñas de todas las etnias presentes en la zona, en igualdad y compañerismo, de manera que la división (tan presente y tan profunda en la región) vaya desapareciendo desde los pilares de la vida (la infancia y la adolescencia) y se fomente la idea de la fraternidad completa.

Colegio Gumuz

Ese ha sido el objetivo de la familia Comboniana todos estos años, desde los planes educativos generales hasta el quehacer diario: crear un lugar en el que la convivencia sea tan importante como la adquisición de conocimientos y competencias.

Sin embargo, la realidad social ha cambiado mucho en los últimos dos años. Cuando llegué a Etiopía, esta región estaba sumida en un conflicto étnico de unas etnias contra otras (con asesinatos, desplazados, quema de viviendas, etc.). Cuando la situación estaba normalizándose, el Covid-19 apareció para volver a romper la normalidad, cerrar todo y sembrar el pánico (que ya se había convertido en “visitante” asiduo por esta zona). Y, sin haber conseguido frenar este problema, un nuevo conflicto étnico, aún más grave que el anterior, azotó la vida de los habitantes de la región. Los problemas que encontrábamos en el primer conflicto se multiplicaron, se expandieron y no conocían de religión, edad o sexo para tener un poco de piedad. El día a día quedó dominado por un pánico ya conocido, pero que alcanzó límites insospechados. TODO volvió a cerrarse con la llave del miedo, la violencia y el desánimo.

La situación exigía una respuesta, y el colegio de las hermanas Combonianas, que es sobre el que escribo, se convirtió en algo más que un centro de convivencia, se convirtió en el “Colegio Esperanza”.

Colegio Gumuz

Ante la realidad de violencia, muchas personas, principalmente mujeres, niños/as y ancianos/as optaron por abandonar sus casas. Muchos marcharon a esconderse al bosque, pero la gran mayoría de los que vivían alrededor del colegio, de manera casi instintiva, y por una confianza enorme en las hermanas, optó por refugiarse en masa en dicho colegio. Fue sorprendente ver cómo entraban por decenas, o cientos, con lo principal que pudieron coger antes de huir, en una diáspora improvisada, cargando enseres, niños, bebés, grano, animales, etc. El colegio abrió sus puertas, y se convirtió, más que en su casa, en su refugio, puesto que, más que comodidad, buscaban seguridad. Las clases fueron vaciadas y transformadas en lugares donde dormir, cocinar, comer y recibir cuidados; así como otros espacios y zonas comunes, hasta los patios y las fuentes.

Con el paso de las semanas, la situación dio alguna tregua; las personas volvieron a sus casas, pero no a la normalidad. Ante el miedo de que pudieran saquear sus pertenencias, temían principalmente por el grano recolectado durante todo el año. Volvieron a depositar la esperanza en el colegio, que abrió de nuevo sus puertas para que llevaran ese grano, en sacos de cien kilos, para ser almacenado en el único lugar en el que entonces confiaban.

Esta situación fue especialmente grave para los niños y las niñas, que vivían instalados en el miedo y el sentimiento de desprotección. Las hermanas, conscientes de ello, volvieron a poner el colegio al servicio de la infancia, creando un espacio de confianza. A pesar de que oficialmente todos los centros educativos de la zona estaban cerrados, las puertas de nuestro centro protagonista se abrían casi a diario para dar clases de apoyo y repaso, para acoger a todo el que viniese y permitirle pintar, dibujar, leer o escribir; y, lo que más éxito tenía, para organizar (o más bien, improvisar) juegos y actividades deportivas. En ese momento, lo más importante no era que los niños/as y jóvenes aprendieran o fueran evaluados, sino que pudieran entrar en un lugar en el que se sintieran seguros, ilusionados, con la alegría que debería reinar en esta etapa de la vida. Que pudieran jugar, relacionarse en paz y tranquilidad y que se sintieran abrazados y consolados fue la prioridad; en definitiva, que pudieran ser lo que son, niños y niñas, forzados a crecer por una realidad más dura de la que deberían haber conocido.

Colegio Gumuz

En todo este proceso, mi compañero de misión (Pedro) y yo nos quisimos implicar al máximo (aunque algunas veces nos fuera imposible desplazarnos por la peligrosidad de los diez kilómetros de camino que separaban nuestra casa del colegio, debido a ataques, redadas, disparos, etc.). Nuestro hacer diario, nuestra ilusión y nuestras fuerzas se volcaron principalmente en acompañar y ayudar a sacar adelante las actividades diarias para niños y niñas; como improvisados profesores, entrenadores deportivos, monitores, acompañantes, y todo lo que podamos imaginar, procurábamos ofrecer un espacio de acogida y esperanza a todo el que cruzaba las puertas de la calle.

Colegio Gumuz

Mañana, veintitrés de febrero, y tras haberse estabilizado bastante la situación, el colegio abre sus puertas al nuevo curso de manera oficial (habiéndose perdido casi medio año). Los alumnos y las alumnas, desde los 3 años hasta el fin de la primaria, volverán a sus clases. En este retornar, la pesadilla quedará atrás; y dudo que alguno llore a las puertas del mismo. Todo lo contrario, estarán deseosos de volver al lugar del que nunca se sintieron apartados; el lugar que supuso para ellos el único espacio de tranquilidad y despreocupación. Los padres y las madres, por su lado, se sentirán más aliviados que nunca, puesto que, si en los momentos de mayor tormento confiaron ciegamente para proteger a sus hijos e hijas (el regalo más preciado que tienen), el que vuelvan a dar clase les llenará de renovada ilusión.

Es por eso que, a pesar de que tiene otro nombre, yo he preferido bautizarlo como el “Colegio Esperanza”.

Colegio Gumuz

David Aguilera Pérez, Laico Misionero Comboniano en Etiopía

Desierto, oportunidad para cambiar

Desierto

Comentario a Marcos 1, 12-15 (Primer Domingo de Cuaresma, 18 de febrero 2018)

Desierto

La lectura continuada del primer capítulo del evangelio de Marcos que hemos realizado en los últimos cuatro domingos se interrumpe hoy, debido a que comenzamos el tiempo de cuaresma, que en la liturgia católica es un tiempo especial, con su propio orden de lecturas. Con todo, en este primer domingo de cuaresma, nos detenemos también en el primer capítulo de Marcos, leyendo cuatro versículos breves, pero de una gran intensidad. Por mi cuenta, propongo tres breves reflexiones:

  1. Desierto: Del “dicho al hecho hay mucho trecho”

Jesús, después del bautismo de manos de Juan y la extraordinaria declaración del Padre –“Tu eres mi Hijo predilecto” –, va al desierto, “empujado” por el Espíritu. ¿Por qué? Sin grandes pretensiones, a mí me gusta explicarlo con un proverbio clásico de la lengua española: “Del dicho al hecho va mucho trecho”.

Veamos: Porque entre el “dicho” (la palabra- vocación) de ser Hijo y el “hecho” (la vida concreta, el Reino) hay un “trecho” (un camino) que Él, como nosotros, tiene que recorrer con fe y perseverancia, disciplina y trabajo, lucidez mental y fortaleza de voluntad, en una batalla “a muerte” contra el espíritu del mal que nos ronda por doquier, pacificando las “fieras” que nos acechan, superando pruebas, dudas y tentaciones. El desierto, como sabemos, en la historia de Israel, es la gran escuela en la que aprende a dejar atrás la esclavitud y a vivir como pueblo libre, en un proceso de purificación y apertura a los planes de Dios. El desierto se convierte así en la gran oportunidad que Dios le da para crecer como pueblo libre y fiel.

Seguramente, también nosotros tenemos nuestro propio desierto que atravesar. Pensemos un poco: ¿Cuáles son las dificultades y pruebas a las que nuestra vida está sometida en este momento? ¿Cuáles son las tentaciones que nos acechan? Puede que también nosotros, después de un entusiasmo inicial, como el pueblo de Israel, como el mismo Jesús, veamos lejano el sueño de una vida de verdaderos hijos de Dios, una vida regida por la verdad y el amor, la justicia y la generosidad, la paz y el servicio. También nosotros experimentamos que entre el “dicho” (de los buenos deseos) y el “hecho” (de las obras y de una vida plena) hay mucho “trecho” (mucho recorrido por hacer); necesitamos aplicar toda nuestra capacidad de lucha y perseverancia. Precisamente, la cuaresma es una buena ocasión para re-afirmarnos en esta lucha, para renovar nuestra esperanza y nuestra decisión de continuar por el camino de discípulos que Jesús nos propone.

  • Aprovechar la oportunidad

Del desierto Jesús sale vencedor, sale re-confirmado en su vocación y en la confianza de que está viviendo la gran ocasión de su vida, para él mismo y para el mundo. Jesús ha experimentado la cercanía del Padre, no sólo en los momentos de felicidad y de bendición, sino también en los momentos de dificultad, de prueba y de lucha. Del desierto Jesús sale al encuentro del mundo, se mezcla con las gentes, para transmitir un mensaje muy claro: “El Reino de Dios está cerca”, aprovechen la oportunidad.

Cuando decimos que el Reino de Dios está cerca, ¿qué entendemos? ¿Dónde está este Reino: en el templo, en mi ciudad, en un santuario, en la parroquia, dónde? El Reino de Dios –es decir, la presencia de Dios– está en nosotros y entre nosotros, en el templo y en la familia, en la calle y en el trabajo, en el hospital y en el campo de juego… en todas partes. ¿Lo hemos visto? Si no lo hemos visto, es que tenemos que lavarnos los ojos, limpiar los oídos, abrir el corazón… También en esto la cuaresma nos puede ayudar: es un tiempo de más lecturas bíblicas, de más disciplina en la propia vida, de más generosidad en la ayuda a los otros… Todo esto nos puede ayudar a abrir los ojos y ver lo que quizá no logramos ver por el polvo que hemos acumulado, polvo de cansancio, de rutina, de repetidos fracasos, de orgullo herido….

  • Cambiar de ruta

Jesús invita a los habitantes de Palestina a creer en esta presencia del Reino de Dios entre ellos y, consecuentemente, cambiar de vida, cambiar página. Los invita a dejar atrás su condición de esclavos y aceptar vivir como hijos.

En efecto, lo que nos impide ver-oír-tocar el Reino de Dios presente en nosotros es la actitud de Adán y Eva en el Edén, cuando, habiendo caído en la trampa del maligno, se creyeron capaces de ser como “dioses”, arrogantes y llenos de sí mismos, escondiendo su desnudez detrás de unas hojas de higuera, en vez de reconocer su error, pedir perdón y renovar su amistad con el Creador. Creer es precisamente salir de nosotros mismos, dejar de mirarnos a nosotros mismos como si fuéramos el centro de todo, y abrirnos a la presencia del otro (con minúscula: el prójimo) y del Otro (con mayúscula: Dios).

La cuaresma es un tiempo oportuno, una gran ocasión para cambiar ruta, para dejar atrás el estúpido orgullo herido que nos separa de nuestro prójimo (nuestra familia, nuestros vecinos…), de Dios y de lo mejor de nosotros mismos; una ocasión para afirmar nuestra fe en que el Amor del Padre es más grande que nuestro pecado y nuestros errores y que, en este amor, podemos renacer, empezar de nuevo, re-emprender nuestra marcha a través del desierto hacia la meta de una vida serena y pacificada, que, sin desconocer nuestros errores, los sabe asumidos y superados en el Reino del Padre; una vida transparente y luminosa, que, a pesar de las sombras que nos rodean, se sabe siempre iluminada por el Espíritu de la Verdad; una vida generosa, que, a pesar de los propios límites, es capaz de creer en la propia capacidad de ser amados y de amar… Una vida, en definitiva, de hijos en camino hacia la Tierra prometida, que nos espera más allá del desierto.

Eso es lo que celebramos en la Eucaristía, memoria de Aquel que del desierto salió vencedor y anunciando la victoria de Dios sobre el mal. Junto a Él, también nosotros saldremos vencedores y anunciadores-misioneros de su victoria en nosotros y en el mundo.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Mensaje del santo padre Francisco para la cuaresma 2021

Papa Francisco

«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén…» (Mt 20,18).
Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.

Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para cumplir con la voluntad del Padre, les revela el sentido profundo de su misión y los exhorta a asociarse a ella, para la salvación del mundo.

Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8). En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo. En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo.

El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.

1. La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.

En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación. Esta Verdad no es una construcción del intelecto, destinada a pocas mentes elegidas, superiores o ilustres, sino que es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello. Esta Verdad es Cristo mismo que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino —exigente pero abierto a todos— que lleva a la plenitud de la Vida.

El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).

La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros (cf. Jn 14,23). Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14): el Hijo de Dios Salvador.

2. La esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino   

La samaritana, a quien Jesús pide que le dé de beber junto al pozo, no comprende cuando Él le dice que podría ofrecerle un «agua viva» (Jn 4,10). Al principio, naturalmente, ella piensa en el agua material, mientras que Jesús se refiere al Espíritu Santo, aquel que Él dará en abundancia en el Misterio pascual y que infunde en nosotros la esperanza que no defrauda. Al anunciar su pasión y muerte Jesús ya anuncia la esperanza, cuando dice: «Y al tercer día resucitará» (Mt 20,19). Jesús nos habla del futuro que la misericordia del Padre ha abierto de par en par. Esperar con Él y gracias a Él quiere decir creer que la historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica al Amor. Significa saciarnos del perdón del Padre en su Corazón abierto.

En el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una provocación. El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos (cf. Carta enc. Laudato si’, 3233;4344). Es esperanza en la reconciliación, a la que san Pablo nos exhorta con pasión: «Os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20). Al recibir el perdón, en el Sacramento que está en el corazón de nuestro proceso de conversión, también nosotros nos convertimos en difusores del perdón: al haberlo acogido nosotros, podemos ofrecerlo, siendo capaces de vivir un diálogo atento y adoptando un comportamiento que conforte a quien se encuentra herido. El perdón de Dios, también mediante nuestras palabras y gestos, permite vivir una Pascua de fraternidad.

En la Cuaresma, estemos más atentos a «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian» (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 223). A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia» (ibíd., 224).

En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura.

Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,1-6). Significa recibir la esperanza de Cristo que entrega su vida en la cruz y que Dios resucita al tercer día, “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que nos pida una razón de nuestra esperanza” (cf. 1 P 3,15).

3. La caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.

La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión.

«A partir del “amor social” es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT, 183).

La caridad es don que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo, hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad. Así sucedió con la harina y el aceite de la viuda de Sarepta, que dio el pan al profeta Elías (cf. 1 R 17,7-16); y con los panes que Jesús bendijo, partió y dio a los discípulos para que los distribuyeran entre la gente (cf. Mc 6,30-44). Así sucede con nuestra limosna, ya sea grande o pequeña, si la damos con gozo y sencillez.

Vivir una Cuaresma de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de COVID-19. En un contexto tan incierto sobre el futuro, recordemos la palabra que Dios dirige a su Siervo: «No temas, que te he redimido» (Is 43,1), ofrezcamos con nuestra caridad una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios lo ama como a un hijo.

«Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura y, por lo tanto, verdaderamente integrados en la sociedad» (FT, 187).

Queridos hermanos y hermanas: Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre.

Que María, Madre del Salvador, fiel al pie de la cruz y en el corazón de la Iglesia, nos sostenga con su presencia solícita, y la bendición de Cristo resucitado nos acompañe en el camino hacia la luz pascual. 

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2020, memoria de san Martín de Tours.

Francisco

Reunión de los LMC alemanes por video conferencia

LMC Alemania
LMC Alemania

Seguimos con nuestra labor de crear carteles sobre las diferentes formas de resolver los conflictos de forma pacífica. Los carteles servirán para la animación misionera de los LMC y de los MCCJ. Pudimos terminar una etapa más y planificar los siguientes pasos. Para la celebración de los 100 años de “presencia comboniana en Ellwangen” tenemos la intención de utilizar los carteles por primera vez.

Además, rezamos juntos e intercambiamos nuestras experiencias misioneras y personales durante las últimas semanas.

Barbara Ludewig, LMC Alemania

Campaña Manos Unidas 2021

Manos Unidas LMC Sevilla

Durante este fin de semana Manos Unidas (ONG de la Iglesia española) celebra un año más la Campaña contra el Hambre. Y a pesar de las dificultades no se echan atrás y se reinventan para que la Solidaridad se contagie y nos contagie a todos/as.

Manos Unidas LMC Sevilla

Este sábado por la mañana hemos tenido la suerte de participar en una mesa redonda en Sevilla, el pistoletazo de salida para la campaña en nuestra provincia. Siempre nos emociona escuchar el testimonio de los misioneros que han estado más de 30 años en primera línea, compartiendo toda su vida con los pueblos más olvidados, y cómo gracias a la generosidad de tantas personas anónimas se puede hacer realidad la construcción de tantos sueños, y de tantas escuelas, centros de salud…

Además de nuestra experiencia misionera, nos pidieron que presentásemos experiencias de colaboración con Manos Unidas. En este sentido les hablamos de un pequeño proyecto donde colaboramos en nuestro tiempo en Mozambique y también del proyecto que actualmente apoyan en Brasil a nuestra comunidad en Piquiá. Momento también para poder sensibilizar sobre una realidad actual de la misión.

Manos Unidas LMC Sevilla

Durante el fin de semana de la campaña también hemos compartido nuestra experiencia en Mozambique con la parroquia de San José Obrero, en San Juan de Aznalfarache (un pueblito cerca de Sevilla), les hablábamos de un proyecto muy pequeñito con el que Manos Unidas había colaborado con la parroquia Ntra. Sra. De la Paz en Namapa, donde los LMC estuvimos trabajando durante cuatro años.

Fue la construcción de una sala de usos múltiples, cuatro paredes muy bien aprovechadas, llenas de vida y de esperanza. Y les contábamos cómo ese espacio servía de biblioteca, dónde podían sentarse en una mesa y una silla a escribir, frente a la opción de hacerlo en el suelo, sobre una estera, dentro de una pequeña choza a la luz de una vela. Donde los alumnos de Secundaria podían encontrar algunos libros donde consultar la química, las matemáticas, … en una región donde ni siquiera los profesores tenían libros de textos, y todo su material de apoyo eran los cuadernos que guardaban como un tesoro de cuando habían hecho su formación y que intentaban transmitir a sus alumnos a base de pizarra y aprenderse de memoria.

Y les hablábamos del trabajo de promoción de la mujer que se hacía allí. Gracias también a la generosidad anónima habían llegado unas máquinas de coser (sí, de esas a pedales, para poder usarlas donde no hay luz), y se les enseñaba un oficio, dándoles la oportunidad de ganarse la vida, además de crear círculos de apoyo, en el que trabajar con ellas la autoestima y el empoderamiento en una sociedad donde la igualdad entre hombres y mujeres es una utopía.

Y les contábamos la alegría y la vida que se transmitía en los ensayos del coro parroquial, en ese grupo de jóvenes con los que se trabajaban esos valores de compañerismo, de escucha, de trabajo en equipo, intentando acompañarlos en sus procesos de crecimiento como miembros activos de su sociedad, en su momento histórico concreto.

Y les explicábamos cómo una vez cada dos meses, los catequistas de las 86 comunidades que constituían la parroquia, venían un fin de semana a recibir formación cristiana que llevar y compartir con sus comunidades. Muchos venían andando desde largas distancias, con muchas ganas de encontrarse y de profundizar en el conocimiento y en la experiencia de ese Jesús de Nazaret que les estaba cambiando la vida. Y durante esos días la sala se convertía en el lugar de encuentro y acogida, dormitorio y comedor. Pan compartido y Vida compartida.

Y recuerdo esas tardes tranquilas, sentados en esos bancos de piedra a la entrada de la sala, desde dónde veías pasar a la gente sencilla, camino del mercado, de regreso a casa, …. disfrutando de esos bonitos atardeceres africanos, y dando gracias al Padre por toda esa VIDA compartida.

Maricarmen Tomás y Alberto de la Portilla, LMC España