Laicos Misioneros Combonianos

La serpiente salvadora

Serpiente

Comentario a Jn 3, 14-21: (IV Domingo de Cuaresma, 14 de marzo de 2021)

Serpiente

Estamos ya en el cuarto domingo de cuaresma. Leemos un párrafo del capítulo tercero del evangelio de Juan, que, como siempre, sólo se entiende desde las Escrituras y tradiciones hebreas, ya que Jesús y los primeros discípulos eran judíos que creyeron que en su persona se había manifestado de manera definitiva el amor misericordioso de Dios Padre. Nosotros nos movemos tras las huellas de Jesús y de sus primeros discípulos, pidiendo al Espíritu que nos haga comprender a fondo esta maravillosa verdad: que, mirando a Jesucristo, encontramos la misericordia salvadora del Padre. Vayamos por partes:

1.- La serpiente del desierto 

Juan dice que Jesús (alzado sobre la cruz) es como la serpiente que Moisés levantó, por orden de Dios, en el desierto para curar a los miembros del pueblo de Israel, mordidos por serpientes. Encontramos la narración de este episodio al que se refiere Juan en el libro de los Números, capítulo 21: Llegados a un cierto lugar, (donde recientemente han encontrado estatuillas de serpientes), los israelitas, cansados de caminar en condiciones difíciles, caen en el desánimo y el escepticismo; decepcionados, critican amargamente a Dios y a su profeta. En esa situación aparecen serpientes venenosas que causan muchas muertes. Entonces el pueblo piensa que está siendo castigado por su rebeldía, se arrepiente y pide a Moisés que interceda ante Dios pidiendo perdón. Como respuesta a sus oraciones, Dios ordena a Moisés construir una serpiente de bronce y que la exponga en un palo. Al mirarla, los que han sufrido picaduras de serpiente, se curarán. Algunos expertos dicen que esta era una leyenda-tradición que los judíos heredaron de algún otro pueblo vecino y que había arraigado mucho entre ellos.

Pero la historia servía para recordar las muchas rebeldías en las que constantemente caía el pueblo de Israel y, si se me permite la expresión aparentemente “poco respetuosa”, los múltiples “trucos” que Dios sabe utilizar para manifestar su misericordia, incluso cosas que aparentemente pueden parecer insignificantes o ridículas. A mí personalmente me recuerda que también yo caigo constantemente en rebeldía y soy infiel a Dios y a mi alianza con Él. También me recuerda que a veces Dios me manifiesta su misericordia en pequeños detalles, aparentemente insignificantes, pero muy reales y eficaces, como una palabra oportuna, una imagen que me habla personalmente, un contratiempo, una música, una confesión con cualquier sacerdote tan pecador como yo…

2.- Jesucristo es la “serpiente” alzada para nuestra salvación

Juan hace referencia a esta historia del AT, pero no quiere detenerse en ella, sino que quiere ir mucho más allá y dar un gran salto de significado. Juan nos recuerda que, de la misma manera que Dios utilizó, para dar vida, una imagen de aquellas serpientes asesinas, instrumento del castigo que merecían aquellos judíos rebeldes, usa la muerte de Jesucristo en la cruz para revelarnos su misericordia sin fin. De la misma materia del mal (del pecado, de la rebeldía) Dios saca la vida, la gracia, la obediencia, hecha carne en Jesucristo. Por eso los discípulos miramos constantemente a la cruz de Jesús, no porque somos masoquistas, sino porque en ella encontramos la respuesta de Dios a nuestro pecado, a nuestra rebeldía, a la violencia asesina de nuestro mundo.

Por extraño que nos parezca a los católicos, hay algunos cristianos que dicen oponerse a usar la cruz, porque –dicen– sería como reverenciar la pistola que mató a un hijo o a un hermano. La cruz –dicen– es una cosa horrenda, de la que avergonzarse y de la que renegar… Y tienen razón que la cruz es una cosa fea y terrible, pero no más terrible que los absurdos asesinatos que la humanidad comente continuamente, no más fea que los abusos de unos sobre otros, no más fea que nuestra propia infidelidad…

Pero Jesús no huye de toda esa fealdad y barbarie, no se mantiene en un lugar apartado y “puro”, como hacían los fariseos de su tiempo y de ahora. Jesús se mete de lleno en el charco de nuestra realidad, sin miedo a contaminarse, y en medio de ella nos invita a alzar nuestra vista hacia Él, que es fiel al Padre hasta dar la vida. Allí encontraremos la imagen viva del Amor de Dios que transforma nuestra realidad de pecado en ocasión de gracia. “Donde abundó el pecado –dice San Pablo– sobreabundó la gracia”.  Sólo el amor puede realizar tal milagro. Por eso no hay pecado o situación de miseria que no pueda ser salvada, que no haya sido salvada ya en Jesucristo. Porque el amor de Dios no tiene límites.

3.- Creer es vivir en la luz

Juan concluye diciendo que quien cree ya está salvado; quien no cree es como aquel que, ante la luz, cierra los ojos y se niega a ver, porque prefiere encerrarse en su propio, estúpido, orgullo. La tragedia humana es precisamente esa: que a veces preferimos vivir en la oscuridad de nuestro pecado, de nuestros vicios, de nuestra mentira, en vez de abrirnos sinceramente al poder misericordioso de Dios, que puede hacer de nuestro pecado “abono” para una vida nueva y luminosa, instrumento de salvación.

La cuaresma es la gran ocasión que la liturgia nos ofrece para entrar en esta dinámica: reconocer nuestros pecados y miserias, levantar los ojos a Jesucristo y dejarnos inundar por la luz de verdad y misericordia que emanan de su costado abierto en la cruz. “Sólo lo que es asumido es salvado”, decían los santos padres de la Iglesia antigua. Cuaresma es el momento de dejar que Dios asuma nuestra realidad, en su verdad, y transforme nuestro pecado en gracia salvadora para nosotros mismos y para los demás.

P. Antonio Villarino

Bogotá

El “cuerpo” de Dios

Cuerpo de Cristo

Comentario a Jn 2, 13-25 (III Domingo de Curesma, 7 de marzo de 2021)

Cuerpo de Cristo

En este tercer domingo de cuaresma, y en los dos siguientes, dejamos Marcos y tomamos el evangelio de Juan, que, a diferencia de los sinópticos (Mateo, Marco y Lucas), nos presenta a Jesús en Jerusalén desde el capítulo segundo, del que hoy leemos la segunda parte sobre la “purificación” del Templo. A partir de esta lectura les comparto tres reflexiones:

  • Purificar la religión

El Templo de Jerusalén –y la ciudad misma– era lo más sagrado para Jesús, buen judío, y para sus discípulos. Templo y Ciudad eran como un “sacramento” de la maravillosa presencia de Dios en la vida de Israel y de todos sus habitantes. Jesús, con María y José, los visitó desde niño y los amaba de todo el corazón, porque en ellos encontraba las huellas del paso de su Padre por la historia de su pueblo. En el templo se unían sus dos grandes amores: su Padre y su Pueblo. Por eso hace suyo el salmo que dice: “El celo de tu casa me devora”. Y es precisamente este celo lo que produce en él una rebeldía radical, al ver la degradación a que había sido sometido el templo a causa de la corrupción y el mercantilismo. Jesús se propone purificar el templo, sabiendo que Dios no se deja “atrapar” por ninguna institución, por muy sagrada que sea. De hecho, más adelante en el evangelio de Juan, dirá a la samaritana: “Ha llegado el momento en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre… los verdaderos adoradores lo adorarán en espíritu y en verdad”.

Una tentación de las personas religiosas es la manipulación o banalización de los ritos y lugares sagrados. Ciertamente, necesitamos ritos y lugares que nos ayuden a orar y a celebrar, pero, ojo con ponerlos al servicio de nuestros intereses personales o de grupo. Los discípulos de Jesús debemos estar siempre atentos a no caer en estos abusos y a purificar constantemente nuestras prácticas religiosas.

  • El signo del propio cuerpo

Cuando los judíos le preguntaron qué signo hacía para justificar su postura purificadora, Jesús respondió que el signo era su cuerpo, convertido en verdadero “templo”, lugar de encuentro entre Dios y la humanidad. La fe de los discípulos no tiene su centro en ningún lugar geográfico, sino en el cuerpo de Jesús, un cuerpo que aguantó el sufrimiento extremo y en el cual terminó por mostrase el triunfo de Dios.

Unido al de Cristo, también nuestro cuerpo (expresión concreta de nuestro espíritu) es lugar del encuentro con Dios: un cuerpo capaz de sufrir y amar de manera concreta y tangible, un cuerpo que se arrodilla y se postra para adorar, un cuerpo que se hace instrumento de servicio a los pobres y desheredados, un cuerpo que ve, escucha y abraza a los cuerpos martirizados de tantas personas. Como dice el papa Francisco, los enfermos y los pobres son el cuerpo de Cristo. Abusar de estos cuerpos o de nuestro propio cuerpo es profanar el templo de Dios. Servirlos es adorar a Dios.

  • La precariedad de la fe

El evangelista nos cuenta que, viendo los signos que hacía Jesús, muchos creyeron, pero él no se fiaba. Los evangelios nos cuentan la oposición y las traiciones a las que Jesús se enfrentó, hasta el punto que, al final, quedó prácticamente solo y abandonado de todos. En la vida de Jesús hubo momentos de entusiasmo, en los que las multitudes le seguían, pensando de haber encontrado a un gran rey del que se podrían aprovechar o un líder que les llevaría a la realización de su programa político o religioso. Pero Jesús no se dejaba atrapar en la trampa de este entusiasmo fácil, que podría apartarle de su verdadera misión en obediencia al Padre. Jesús permanece siempre confiado, realista, libre, abierto y fiel hasta la muerte, a pesar de la inconstancia de los que le rodean.

La tentación del entusiasmo fácil y de la superficialidad se nos presenta también a nosotros como personas o como grupos. Cada uno de nosotros, nuestra comunidad o la Iglesia en su conjunto, puede contentarse con una religiosidad superficial, hacer algún tipo de “trampa” para ganar las masas y atraer seguidores, aunque solo sea en apariencia… Ese no es el camino de Jesús. El ni se escandaliza por aquellos de los suyos que le abandonan ni confunde los aplausos fáciles con una fe auténtica; sabe, sin embargo, reconocer una sincera, una fe “encarnada” en un cuerpo, en una vida que “se desvive”, se entrega en adoración  y en servicio al “cuerpo de Cristo” en la Eucaristía y en los Pobres.

Pedimos al Espíritu de Jesús que nos abra a esta fe firme, concreta y constante, a pesar de nuestras dudas y debilidades.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Luces y oscuridad

Etiopia

Compartir el amor de Dios con los demás, recibir y dar, han determinado nuestra vocación misionera (Hermana Vicenta Llorca, Misionera Comboniana en Etiopía durante más de 40 años y Pedro Nascimento, Laico Misionero Comboniano, dos años en Etiopía). Como hizo con Abraham, también a nosotros, a través de la oración y el discernimiento personal, Dios nos dijo: “Deja tu país y vete a la tierra que te mostraré” (Gn 12,1). Nuestro destino fue Etiopía, un país lleno de sol y hospitalidad. Etiopía es un hermoso país, con una gran riqueza histórica y cultural, lleno de tradiciones y con muchos pueblos, con gran diversidad lingüística.

Etiopia

Benishangul-Gumuz forma parte de una de las regiones de Etiopía y una de las tribus presentes aquí es la de los Gumuz, un pueblo de carácter fuerte, dispuesto a luchar para defenderse de muchas maneras. Nuestra labor misionera se desarrolla especialmente entre los Gumuz.

Nuestra primera impresión fue muy buena, ya que siempre quisimos compartir nuestra vida con gente tan sencilla. La comunidad de las Hermanas Combonianas, situada en Mandura, ofrece servicios de educación, asistencia sanitaria y pastoral catequética. La comunidad de Laicos Misioneros Combonianos (David Aguilera y Pedro Nascimento) vive con los religiosos Combonianos en Guilguel Beles, a diez kilómetros de Mandura, e intenta ayudar a ambas comunidades en las áreas de educación y pastoral catequética, así como en el cuidado de algunos enfermos.

Etiopia

Vicenta y Pedro trabajan en la pastoral y el servicio social, ya que la persona se completa con el desarrollo del alma y el cuerpo. Una de las actividades que realizamos juntos es el acompañamiento de la catequesis de mujeres en su desarrollo espiritual, humano y material. Sabemos que la mujer tiene un papel importante en la transformación de la sociedad y aquí ellas necesitan ser conscientes de ello. La mujer gumuz trabaja muy duro y a menudo se ve relegada en oportunidades como la educación, donde los logros educativos no son una prioridad, especialmente para las mujeres y las niñas. Sobre todo, tienen que trabajar en el campo, recoger leña para cocinar, acarrear agua de la fuente o del río, cargar pesados sacos de cereales (fruto de su trabajo en el campo), cuidar de sus hijos, cocinar… La vida de la mujer gumuz es difícil y está llena de sacrificios y trabajo duro.

Nos reunimos cada semana con un grupo de mujeres que han elegido un nombre para el grupo: “Constructoras de Paz”, un nombre debido a la situación de guerra que vivimos desde hace más de dos años en nuestra zona. En este grupo compartimos la Palabra de Dios, oramos por la paz y tomamos un café juntos con la colaboración económica de todas, y nos hacemos cercanos en nuestras experiencias de dolor y sufrimiento, fortalecemos nuestra amistad, compartimos sueños y aspiraciones para el futuro. Estos encuentros nos dan la posibilidad de conocernos y estar más cerca unos de otros.  Es nuestro deseo, según nuestras posibilidades, desarrollar actividades que puedan ayudar a las mujeres en la parte económica, ya que tienen un papel importante en el mantenimiento de la familia.

Todo esto es muy bello y atractivo, pero la vida humana está hecha de momentos felices y momentos dolorosos, días de luz y días de oscuridad.

Debido a los enfrentamientos étnicos, especialmente por la propiedad de la tierra, la estabilidad social ha empeorado, muchos han sido asesinados, los pueblos han sido incendiados, algunas cosechas han sido robadas por oportunistas, muchas personas inocentes han sido encarceladas sin saber las razones, las escuelas y los puestos médicos han sido cerrados debido a la inseguridad, por temor a que los estudiantes sean atacados por los rebeldes y los profesores y enfermeras atacados y secuestrados, ya que la mayoría de ellos pertenecen a otro grupo étnico. Desgraciadamente, esta ha sido nuestra realidad durante los dos últimos años, con tiempos de paz y tiempos de conflicto e inseguridad. Sin embargo, tanto si vivimos como si morimos, pertenecemos al Señor (Rm 14,8) y Él siempre está con nosotros y nos acompaña.

Etiopia

En la misión de las Hermanas, algunas mujeres pidieron protección durante unas semanas, quedándose allí a dormir. La situación se agravó y decidieron escapar al bosque, donde pudieron esconderse. Cuando la situación se calmó, poco a poco, las familias volvieron a sus cabañas.  Como ya hemos dicho, esta situación se ha repetido durante dos años y juntos hemos experimentado el dolor, la inseguridad, pero también la protección de Dios. Las obras de Dios nacen y crecen al pie de la Cruz, decía San Daniel Comboni.

Nada de esto estaba contemplado cuando, llenos de ilusiones, llegamos a esta misión, pero decidimos hacer causa común con este pueblo, compartir los buenos y los malos momentos, decidimos quedarnos aquí y abandonarnos en las manos de Dios. Hemos vivido muchos momentos difíciles y nuestra presencia aquí, en medio de las dificultades, pretende ser un testimonio de fidelidad a Dios manifestada en la fidelidad a las personas con las que compartimos la vida. Fue Jesús quien nos dijo: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

En medio del dolor, de ver sufrir a las personas que escapan, de los que lloran por sus seres queridos, ya sea porque han muerto o porque están privados de su libertad, todo esto se ha convertido en un tiempo de gracia que nos ayuda a fortalecer nuestra fe y fidelidad a un pueblo que vive tiempos de sufrimiento. Hacer mío el dolor del otro nos muestra lo importante que es el otro para nosotros, lo mucho que lo queremos. San Daniel Comboni nos enseñó: Hago causa común contigo y el día más feliz de mi vida será aquel en que dé mi vida por ti.

En este momento se están celebrando conversaciones de paz entre el gobierno y los grupos rebeldes, se están empezando a abrir escuelas y puestos médicos (algunos). Tenemos la esperanza de que se puedan vivir tiempos de paz, felicidad y prosperidad.

Rezad por nosotros y por el pueblo de Etiopía, porque no podemos perder la esperanza; rezad para que encontremos apoyo para desarrollar actividades económicas con las mujeres y ayudar a las familias necesitadas; rezad por la paz y la comunión fraterna.

Etiopia

Hermana Vicenta Llorca, Misionera Comboniana y Pedro Nascimento, Laico Misionero Comboniano

La vida vista desde el “monte”, en perspectiva

Transfiguracion

Un comentario a Mc 9, 2-10) (II Domingo de Cuaresma, 28 de febrero de 2020)

Transfiguracion

Conviene que recordemos brevemente este texto, paralelo del de Mateo y Lucas, en su contexto. El Maestro, a quien Pedro acaba de reconocer como “el Hijo del Dios vivo”, comienza “a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho”. Los discípulos, por boca de Pedro –el vocero de los Doce– se muestran reticentes ante esta decisión de Jesús.

“Seis días después”, dice el evangelista, es decir, una semana después, Jesús tomó a sus tres discípulos más íntimos y los llevó al monte a solas. Allí Jesús se transfigura y los discípulos tienen una experiencia muy especial. En este relato yo resalto los siguientes elementos:

-El monte: Implica alejamiento de la rutina diaria con lo que se rompe el ritmo de lo acostumbrado, de lo aceptado como norma de vida por todos; el contacto con la naturaleza, no manipulada por el hombre, un espacio físico que el ser humano no controla y que, por tanto, le ayuda a encontrarse con lo que está más allá de sí mismo o de la sociedad; un lugar donde es posible percibir cosas nuevas sobre uno mismo, la realidad que nos rodea, el misterio divino…

-Rostro y vestidos brillantes. Con ello el evangelista parece querer decirnos que los discípulos vieron a Jesús desde otra perspectiva. Los discípulos tienen una experiencia de Jesús que va más allá de su apariencia física de hijo de María, vecino de Nazaret y predicador ambulante. Es una experiencia que han tenido después muchos santos, empezando por San Pablo. Es la experiencia pascual que ayudó a los discípulos a poner en su lugar la cruz y el duro trabajo del Reino.

-La Ley y los profetas: Moisés y Elías conversan con el Maestro. Nuevo y Viejo Testamento se dan la mano, dentro de un plan general de revelación y salvación. Para entender a Jesús es importante dialogar con la Ley y los profetas del A.T. Para entender a estos es importante volver la mirada a Jesús.

-El Gozo del encuentro: “Qué bien se está aquí”. Una y otra vez los discípulos de Jesús, de entonces y de ahora, experimentan que la compañía de Jesús les calienta el corazón, les hace sentirse bien. Les pasó a los discípulos de Emaús, a Pablo que fue “llevado al quinto cielo”, a Simone Weil, a Paul Claudel y a tantos santos. El encuentro con el Señor, también ahora, produce una sensación de plenitud, de que uno ha encontrado lo que más busca en la vida.

-La revelación del Padre: “Este es mi hijo amado. Escuchadlo”. Los discípulos comprendieron que en su amigo Jesús Dios se revelaba en su grandiosa misericordia. Y que, desde ahora, su palabra sería la que señalara el rumbo de su vida, lo que estaba bien y mal, las razones de vivir… Todos buscamos “a tientas” el rostro de Dios. Algunos lo buscan siguiendo las enseñanzas de Buda, o de antiguos escritos, o de nuevas teorías (New Age), o del placer material, del orgullo de sus propios éxitos… Los discípulos tuvieron la sensación de que Jesús es el rostro del Padre. Nosotros somos herederos de esta experiencia y pedimos al Espíritu que la renueve en nosotros.

-El temor ante la grandeza de esta experiencia: Los que tienen una experiencia del misterio divino no se vuelven orgullosos, sino temerosos, como Pedro ante la pesca milagrosa: “Aléjate de mí que soy pecador”. Es como quien descubre un gran amor, le da alegría, pero teme no ser digno o no estar a la altura.

-El ánimo de Jesús: “No teman. Levántense”. Vamos a bajar del monte. Volvamos a la vida ordinaria. Sigamos trabajando como siempre, gastando nuestras energías en las mil y una peripecias de la vida, con éxitos y fracasos, con alegrías y penas, pero con el corazón caliente, animado, consolado, fortalecido para acoger la misión que el Padre nos encomienda y realizarla sin temor.

P. Antonio Villarino

Bogotá