Los pasados 5-6 de marzo hemos celebrado el segundo encuentro del Foro Social Comboniano 2021. Si en las anteriores ediciones este evento se hacía coincidir con los Foros Sociales Globales, en esta ocasión se optó por celebrarlo on line, lo que permitió enriquecer la participación, superándose los 200 participantes. Este encuentro da continuidad al encuentro del pasado diciembre en el que se reflexionó sobre la ministerialidad comboniana.
Esta edición del FSC partió de los desafíos de la significatividad de la misión comboniana, la sinodalidad dentro de la Familia Comboniana y el estilo de vida. Para avanzar respuestas, se ha diseñado el Mapeo de la Ministerialidad Social en la Familia Comboniana, que se presentó en este encuentro. Durante varios meses se recogieron un total de 205 presencias combonianas, que ahora se han presentado en una web propia a la que se puede acceder también desde la web del Secretariado General de la Misión de los MCCJ.
En una tarea formidable, las diversas presencias se han clasificado según el instituto que las coordina, la región geográfica, el sector [Salud, Educación, Desarrollo y Justicia, Paz e Integridad de la Creación (JPIC)] y el ámbito prioritario, entre los que se pueden encontrar afrodescendientes, trata de personas, animación misionera, migrantes… Cada sector se subdivide a su vez en otros más concretos, para detallar en lo posible cada presencia.
Entrando en cada continente se puede acceder a las presencias concretas que se dan en el mismo, presentadas cada una a través de una completa ficha que incluye un breve resumen, el carisma comboniano al que se vincula, los Objetivos de Desarrollo Sostenible implicados o los grupos humanos que participan principalmente. Entre los carismas, podemos destacar Hacer causa común, Regenerar África con África, Cenáculo de Apóstoles o Al pie de la Cruz.
Además incluye un elemento de análisis muy interesante, como es el Rombo del Ministerio Social, que permite visualizar rápidamente esa presencia concreta en función de 2 dimensiones: servicio directo y Justicia y Paz:
Este rombo se puede utilizar para visualizar el conjunto completo de todas las presencias, pero también por continentes o en función de qué instituto la lidera:
Una primera impresión muestra que la dimensión más presente es la de promoción humana, mientras que la de denuncia es minoritaria. En África, este sesgo es aún más claro, y en cuanto a las presencias lideradas por LMC, el peso del eje vertical de JPIC es mayor que en el promedio.
Otros aspectos muy relevante recogidos en el mapeo son la articulación de cada presencia con entidades civiles o eclesiales y la participación conjunta de varios de las varias ramas de la familia comboniana en el mismo.
No es posible resumir toda la cantidad de información que presenta este mapeo sino más bien invitar a que cada uno la explore, según sus inquietudes propias. Por otra parte, en las conclusiones del mismo que se presentaron durante el FSC se insiste en la necesidad de crecer en la dimensión de denuncia profética. En esas conclusiones también destacamos el reto de la sinodalidad, pues esta primera foto que hemos dibujado invita sin duda a compartir entre proyectos semejantes en cuanto a geografía, sector, ámbito… para la reflexión-acción compartida. Y el potente enfoque sistémico que nos permite buscar respuestas nuevas a los enormes retos misioneros que afrontamos. Es una inyección de entusiasmo conocer todas las presencias combonianas documentadas y todo lo que este mapeo nos invita a crecer al servicio del Reino.
“He venido a arrojar fuego sobre la tierra, ¡y cuánto quisiera que ya estuviera encendido!” (Lucas 12:49)
Tener el Fuego Vivo
Introducción. Con la celebración del 190º aniversario del nacimiento de Daniel Comboni (Limone Sul Garda, 15 de marzo de 1831) y el 140º aniversario de su muerte (Jartum, 10 de octubre de 1881), se nos invita a celebrar nuestra memoria carismática y a invocar la fuerza de la presencia del Espíritu que iluminó su vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Su beatificación (17 de marzo de 1996), de la que este año se cumple el 25 aniversario, fue un regalo carismático para toda la familia comboniana. En aquel momento[1], los consejos generales publicaron un mensaje y una carta conjunta para animar a los miembros de nuestra familia misionera a alegrarse y mirar espiritualmente hacia nuestro padre, en busca de inspiración y fecundidad para el servicio misionero. Finalmente, con su canonización, la Iglesia lo ha inscrito en el libro de los Santos, reconociendo la validez y actualidad del carisma misionero comboniano y proponiendo a San Daniel Comboni como modelo de vida y misión cristiana, ejemplo y paradigma de un compromiso misionero universal, que une a los distintos continentes y pueblos en la pasión por Dios y la Humanidad. Ya entonces, nuestros Consejos Generales nos dieron un mensaje[2] y una carta[3] invitándonos a mirar a San Daniel como testigo y maestro de la santidad a la que estamos llamados y de la misión que vivimos. Esta carta se inscribe en este movimiento de recuerdo y actualización del don carismático confiado a San Daniel y, en él, a todos nosotros: un don de Dios reavivado en cada generación comboniana.
Considerar las propias raíces. Recordar el nacimiento de San Daniel Comboni nos invita, en primer lugar, a considerar sus raíces familiares, eclesiales y sociales, que tanto influyeron en él y a las que volvía con frecuencia[4]. Su nacimiento tuvo lugar en medio de dificultades y limitaciones. Sus padres eran emigrantes que llegaron a Limone en busca de trabajo. Su padre, Luigi Comboni, había llegado a Limone desde Bogliaco en diciembre de 1818 a la edad de 15 años. Su madre, Domenica Pace, nació en Limone (31 de marzo de 1801), pero la familia procedía de Magasa, en las montañas. Luigi y Domenica se casaron el 21 de julio de 1826 en la iglesia de San Benedetto y tuvieron, según el registro de bautismo, seis hijos; a ellos hay que añadir dos gemelos muertos, que no pudieron ser bautizados[5].
“Daniel Comboni creció en la modesta casa de Tesol con sus padres, viviendo las alegrías y las penas de la familia. De sus hermanos sólo sobrevivieron Vigilio (1827-1848) y Marianna (1832-1836)”[6].. Sentía un gran afecto y estima por su madre y su padre. Su madre murió el 14 de julio de 1858, durante su primer viaje a África, y fue con su padre Luigi con quien Daniel mantuvo una intensa correspondencia, en la que reconocía la religiosidad de sus padres y la influencia que tuvieron en su vida y en su vocación misionera. En estas cartas se encuentran los elementos humanos y cristianos que constituyeron el humus que hizo crecer la vocación y la misión de San Daniel (la llamada de la belleza del lago y de las montañas, el orgullo de la fe y de la vida cristiana, la devoción a la Cruz del Salvador, la contemplación de su amor y del Corazón traspasado, la pasión por Dios y por los más necesitados): “Ánimo, pues, mi amado padre, siempre tengo mi corazón vuelto hacia ti, hablo contigo todos los días, soy partícipe de tus aflicciones y preveo las delicias que Dios te tiene reservadas en el cielo. Anímate, pues: deja que Dios sea el centro de la comunicación entre tú y yo. Que Él guíe nuestras empresas, nuestros asuntos, nuestras fortunas, y que podamos disfrutar de que estamos tratando con un buen maestro, un amigo fiel, un padre amoroso”[7]. La celebración del 190° aniversario de su nacimiento nos ofrece una nueva oportunidad para acercarnos a él y a sus raíces familiares y eclesiales, reforzando la conciencia de nuestras propias raíces, como fondo espiritual que asegura la estabilidad de nuestras personalidades y la fecundidad espiritual de nuestra vida misionera. Y esta celebración nos da la oportunidad de profundizar, como familia comboniana, en el papel de Limone y de continuar la colaboración iniciada en la cuna de San Daniel Comboni.
Fidelidad en medio de la adversidad. La conmemoración del 140º aniversario de la muerte de Daniel Comboni nos invita a mirar su vida desde el momento supremo del don de sí mismo para la regeneración de África. En las cartas escritas en los últimos meses de su vida, aparece como un misionero rodeado de dificultades, pero arraigado en la fe: el hambre, la peste y la carestía, la falta de agua, la escasez de medios materiales para sostener las iniciativas misioneras, la enfermedad y la muerte de sus misioneros… En sus palabras, son “tiempos de desolación” en los que “desgraciadamente hay demasiados sufrimientos que aliviar”[8].
Frente a estas dificultades, Comboni permaneció anclado en su fe en Dios y en la visión misionera que inspiró y sostuvo su vida. “Soy feliz en la cruz, que llevada voluntariamente por amor a Dios genera el triunfo y la vida eterna”: estas palabras[9] encierran, en un momento crucial, el estado de ánimo de toda su vida. Esta vuelta al pie de la Cruz, a la contemplación del Corazón traspasado, donde todo comenzó, llena de luz y de coraje el tiempo de la vuelta al Padre, y está en el origen de la confianza y de la “valentía para el presente y, sobre todo, para el futuro”[10] que Comboni inculca a sus misioneros, en el momento del a-Dios: “¡Yo muero, pero mi obra no morirá!”[11].
Las dos fechas de la conmemoración que hacemos este año trazan un camino de vida, en el que la fuerza del Espíritu toma forma en la vida de San Daniel y hace perceptible y vivo un trocito del “amor ilimitado” de Dios[12]; se deja “formar” por el Amor que contempla, manteniendo la mirada fija en Jesús crucificado. San Daniel nos deja un testimonio que es generador de vida para nuestro hoy.
Entre nacer y morir. Celebramos estos aniversarios de la vida de San Daniel Comboni después de un año, 2020, marcado por la pandemia del coronavirus. Y el nuevo, 2021, ha comenzado en todo el mundo todavía bajo el signo de la incertidumbre y de la crisis sanitaria y económica. En la familia comboniana sufrimos las consecuencias de esta situación: hemos perdido a misioneros y misioneras que, tras años de trabajo misionero, nos enriquecían con su testimonio y que esperaban una vejez tranquila[13]; el ritmo de nuestras actividades se ha detenido y nuestros planes y proyectos han quedado suspendidos; las limitaciones en los viajes nos han puesto a prueba, desafiando nuestra creatividad para permanecer cerca de los pobres y de los últimos, de los que más sufren las consecuencias de la pandemia; nos sentimos incapaces de discernir un camino y un momento de salida y compartimos el sentimiento de pérdida y desconcierto que embarga a tantos de nuestros hermanos y hermanas.
Mirando a Daniel Comboni, en el arco de su vida y de su vocación misionera, entre su nacimiento y su muerte, vemos cómo, en el momento de la crisis y de la incertidumbre, supo reconocer y esperar las mociones del Espíritu, para revisar sus planes y renovar su compromiso misionero, para abrazar la Cruz y las dificultades, para ver en ellas el signo de una presencia amorosa y de una acción misteriosa de Dios, de una hora divina con su promesa de vida renovada. En todas estas situaciones, se deja atraer por el Amor de Dios por África y no se asusta si forma parte de un grupo muy reducido; persevera, sueña, se arriesga y es capaz de ofrecer su vida, sin medir sus esfuerzos. De él aprendemos las actitudes que necesitamos para vivir este tiempo nuestro, tan incierto, como una hora de Dios: la paciencia y la fidelidad a la vocación misionera; la capacidad de ponernos en juego con creatividad, poniendo siempre a las personas y a Dios en el centro; el sentido de comunión (ser cenáculo) que nos mantiene unidos y fortalece nuestra identidad carismática y nuestra vocación misionera en la Iglesia de hoy.
Daniel Comboni nos exhorta a no dejar que el peso del covid y los efectos negativos del distanciamiento físico nos encierren en nosotros mismos; a superar la competencia y el conflicto, recuperando el espíritu de colaboración entre laicos, hermanas, hermanos, sacerdotes; a hacer crecer el sentido de comunión y la jovialidad de la convivencia que Comboni recomendaba a los suyos; a mantener viva la esperanza incluso en la oscuridad, redescubriendo la fuerza del cuidado y la recuperación; aceptar los cambios que se están produciendo y ver oportunidades donde otros ven el fracaso; tomar el nacimiento y la muerte como puertas de entrada, desafíos a la creatividad y oportunidades para apoyarnos mutuamente; ver las pérdidas (de vidas, empleos, salud y seguridad económica…) como oportunidades de conversión y apoyo entre nosotros, individuos, familias y comunidades. En la pandemia nos hemos mantenido en comunión, hemos intercambiado información y hemos iniciado procesos como el Forum de la Ministerialid Social, cuyas reuniones se hacen vía zoom; la situación actual nos desafía a buscar nuevas formas para mantenernos unidos como familia comboniana y enfrentar juntos los momentos difíciles y los cambios y continuar los procesos de colaboración[14].
La luz del testimonio de San Daniel Comboni ilumina el discernimiento que lo que estamos viviendo nos llama a hacer para el futuro inmediato, que no será una simple vuelta al pasado que conocemos. Nos ofrece los criterios para asumir los valores que nos son queridos, la amistad y el afecto de la familia y los amigos; para comprender el destino común de la humanidad, amenazada por la pandemia y la catástrofe ecológica; para comprometernos en la transformación social (desde el cambio climático hasta el cuidado de la casa común y la salud para cada persona…) aportando nuestra contribución con creatividad, renunciando a lo superfluo y favoreciendo la solidaridad.
Estas actitudes están arraigadas en la fe, en el “fuerte sentimiento de Dios” y en el “vivo interés por su Gloria y por el bien de las personas”, especialmente de los empobrecidos y marginados, que son el antídoto que San Daniel sugiere para contrarrestar el estrés de la pandemia y la incertidumbre de los tiempos que vivimos. Nos inspira a mirar el mundo y los acontecimientos que vivimos con el “puro rayo de la fe”[15] y nos advierte que el misionero que no tenga esta visión “acabaría encontrándose en una especie de vacío y de aislamiento intolerable”[16]. Y nos indica el camino para permanecer en la fidelidad: “… mantener siempre la mirada fija en Jesucristo, amándolo tiernamente y esforzándonos por comprender mejor cada hora lo que significa un Dios muerto en la cruz…”[17]. Comboni habla de “una llama de fuego divino” que sale del Corazón traspasado y que el misionero recoge al pie de la cruz para llevarla a todas partes, como un fuego que alimenta su propio compromiso con la regeneración de las personas y la transformación de las sociedades en las que vive[18].
Mantener este fuego vivo. El recuerdo del nacimiento y de la muerte de San Daniel Comboni nos recuerda que el mayor desafío que tenemos en este momento es precisamente éste, mantener vivo el fuego, mantener encendida esta llama divina en nuestros corazones y “sentir la belleza de la paternidad espiritual de San Daniel, que tenía un corazón ardiente y (…) fue capaz de encender proféticamente el fuego del Evangelio, superando fronteras (…), incomprensiones, visiones limitantes, concretando una visión misionera innovadora”. La fidelidad a Daniel Comboni se juega en “permanecer en el camino inaugurado por él” y en “creer en la fuerza del fuego, del Espíritu (…) que desciende sobre nosotros para hacernos valientes frecuentadores del futuro”[19].
Consejos Generales de las SMC, MSC, de los MCCJ y el Comité Internacional de los LMC
[1] Carta del 23 de febrero de 1996, para el Día de la Reconciliación. El mensaje Mirando la roca de la que fuimos tallados es del 6 de abril de 1995.
[2]Don para acoger y profundizar del 15 de marzo de 2003.
[3]Daniel Comboni, testigo de santidad y maestro de misión del 1 de septiembre de 2003.
[4] Tanto con sus visitas a la casa donde nació en Limone como, sobre todo, con sus cartas a sus padres, a su padre tras la muerte de su madre, a sus primos, a los párrocos y a los ciudadanos de Limone. La correspondencia de Daniele Comboni con su padre contiene 31 cartas. La primera fue escrita desde El Cairo el 19 de octubre de 1857, la última el 6 de septiembre de 1881, un mes antes de su muerte.
[10] En los Anales del Buen Pastor del 27 de enero de 1882.
[11] John Dichtl, carta al cardenal Simeoni del 29.9.1889.
[12] Daniel Comboni, Homilía de Jartum, Escritos 3158.
[13] En la primera oleada de la pandemia murieron 13 combonianas en Bérgamo. En la segunda oleada, entre el 8 de noviembre de 2020 y el 10 de enero de 2021, murieron 20 combonianos en Castel d’Azzano; y luego otros en Milán, Ellwangen (Alemania), Guadalajara (México) y Uganda; para un total de 35. En total, a finales de enero de 2021, había 48 combonianos víctimas de Covid-19.
[14] Los miembros de la Comisión de la Familia Comboniana, durante la preparación del Foro de Ministerialidad Social, reflexionaron juntos sobre este tiempo como una gran oportunidad para nuevas formas de encuentro, a la espera de tiempos mejores para encontrarse en persona. Para mantener vivo el proceso, se programaron dos seminarios web. El primero, en diciembre, se inscribieron 279 personas, en representación de toda la familia comboniana del mundo.
[15] Daniel Comboni, Homilía en Jartum, Escritos 2745.
[18] Daniel Comboni, Plan de regeneración de África, cuarta edición, Verona 1871, Escritos 2742. “… Llevado por el ímpetu de aquella caridad encendida con llama divina en la ladera del Gólgota, y saliendo del lado del Crucifijo para abrazar a toda la familia humana…”.
[19] Cardenal José Tolentino de Mendonça, Homilía sobre la memoria de San Daniel Comboni, Roma 10 de octubre de 2020.
Comentario a Jn 3, 14-21: (IV Domingo de Cuaresma, 14 de marzo de 2021)
Estamos ya en el cuarto domingo de cuaresma. Leemos un párrafo del capítulo tercero del evangelio de Juan, que, como siempre, sólo se entiende desde las Escrituras y tradiciones hebreas, ya que Jesús y los primeros discípulos eran judíos que creyeron que en su persona se había manifestado de manera definitiva el amor misericordioso de Dios Padre. Nosotros nos movemos tras las huellas de Jesús y de sus primeros discípulos, pidiendo al Espíritu que nos haga comprender a fondo esta maravillosa verdad: que, mirando a Jesucristo, encontramos la misericordia salvadora del Padre. Vayamos por partes:
1.- La serpiente del desierto
Juan dice que Jesús (alzado sobre la cruz) es como la serpiente que Moisés levantó, por orden de Dios, en el desierto para curar a los miembros del pueblo de Israel, mordidos por serpientes. Encontramos la narración de este episodio al que se refiere Juan en el libro de los Números, capítulo 21: Llegados a un cierto lugar, (donde recientemente han encontrado estatuillas de serpientes), los israelitas, cansados de caminar en condiciones difíciles, caen en el desánimo y el escepticismo; decepcionados, critican amargamente a Dios y a su profeta. En esa situación aparecen serpientes venenosas que causan muchas muertes. Entonces el pueblo piensa que está siendo castigado por su rebeldía, se arrepiente y pide a Moisés que interceda ante Dios pidiendo perdón. Como respuesta a sus oraciones, Dios ordena a Moisés construir una serpiente de bronce y que la exponga en un palo. Al mirarla, los que han sufrido picaduras de serpiente, se curarán. Algunos expertos dicen que esta era una leyenda-tradición que los judíos heredaron de algún otro pueblo vecino y que había arraigado mucho entre ellos.
Pero la historia servía para recordar las muchas rebeldías en las que constantemente caía el pueblo de Israel y, si se me permite la expresión aparentemente “poco respetuosa”, los múltiples “trucos” que Dios sabe utilizar para manifestar su misericordia, incluso cosas que aparentemente pueden parecer insignificantes o ridículas. A mí personalmente me recuerda que también yo caigo constantemente en rebeldía y soy infiel a Dios y a mi alianza con Él. También me recuerda que a veces Dios me manifiesta su misericordia en pequeños detalles, aparentemente insignificantes, pero muy reales y eficaces, como una palabra oportuna, una imagen que me habla personalmente, un contratiempo, una música, una confesión con cualquier sacerdote tan pecador como yo…
2.- Jesucristo es la “serpiente” alzada para nuestra salvación
Juan hace referencia a esta historia del AT, pero no quiere detenerse en ella, sino que quiere ir mucho más allá y dar un gran salto de significado. Juan nos recuerda que, de la misma manera que Dios utilizó, para dar vida, una imagen de aquellas serpientes asesinas, instrumento del castigo que merecían aquellos judíos rebeldes, usa la muerte de Jesucristo en la cruz para revelarnos su misericordia sin fin. De la misma materia del mal (del pecado, de la rebeldía) Dios saca la vida, la gracia, la obediencia, hecha carne en Jesucristo. Por eso los discípulos miramos constantemente a la cruz de Jesús, no porque somos masoquistas, sino porque en ella encontramos la respuesta de Dios a nuestro pecado, a nuestra rebeldía, a la violencia asesina de nuestro mundo.
Por extraño que nos parezca a los católicos, hay algunos cristianos que dicen oponerse a usar la cruz, porque –dicen– sería como reverenciar la pistola que mató a un hijo o a un hermano. La cruz –dicen– es una cosa horrenda, de la que avergonzarse y de la que renegar… Y tienen razón que la cruz es una cosa fea y terrible, pero no más terrible que los absurdos asesinatos que la humanidad comente continuamente, no más fea que los abusos de unos sobre otros, no más fea que nuestra propia infidelidad…
Pero Jesús no huye de toda esa fealdad y barbarie, no se mantiene en un lugar apartado y “puro”, como hacían los fariseos de su tiempo y de ahora. Jesús se mete de lleno en el charco de nuestra realidad, sin miedo a contaminarse, y en medio de ella nos invita a alzar nuestra vista hacia Él, que es fiel al Padre hasta dar la vida. Allí encontraremos la imagen viva del Amor de Dios que transforma nuestra realidad de pecado en ocasión de gracia. “Donde abundó el pecado –dice San Pablo– sobreabundó la gracia”. Sólo el amor puede realizar tal milagro. Por eso no hay pecado o situación de miseria que no pueda ser salvada, que no haya sido salvada ya en Jesucristo. Porque el amor de Dios no tiene límites.
3.- Creer es vivir en la luz
Juan concluye diciendo que quien cree ya está salvado; quien no cree es como aquel que, ante la luz, cierra los ojos y se niega a ver, porque prefiere encerrarse en su propio, estúpido, orgullo. La tragedia humana es precisamente esa: que a veces preferimos vivir en la oscuridad de nuestro pecado, de nuestros vicios, de nuestra mentira, en vez de abrirnos sinceramente al poder misericordioso de Dios, que puede hacer de nuestro pecado “abono” para una vida nueva y luminosa, instrumento de salvación.
La cuaresma es la gran ocasión que la liturgia nos ofrece para entrar en esta dinámica: reconocer nuestros pecados y miserias, levantar los ojos a Jesucristo y dejarnos inundar por la luz de verdad y misericordia que emanan de su costado abierto en la cruz. “Sólo lo que es asumido es salvado”, decían los santos padres de la Iglesia antigua. Cuaresma es el momento de dejar que Dios asuma nuestra realidad, en su verdad, y transforme nuestro pecado en gracia salvadora para nosotros mismos y para los demás.
Comentario a Jn 2, 13-25 (III Domingo de Curesma, 7 de marzo de 2021)
En este tercer domingo de cuaresma, y en los dos siguientes, dejamos Marcos y tomamos el evangelio de Juan, que, a diferencia de los sinópticos (Mateo, Marco y Lucas), nos presenta a Jesús en Jerusalén desde el capítulo segundo, del que hoy leemos la segunda parte sobre la “purificación” del Templo. A partir de esta lectura les comparto tres reflexiones:
Purificar la religión
El Templo de Jerusalén –y la ciudad misma– era lo más sagrado para Jesús, buen judío, y para sus discípulos. Templo y Ciudad eran como un “sacramento” de la maravillosa presencia de Dios en la vida de Israel y de todos sus habitantes. Jesús, con María y José, los visitó desde niño y los amaba de todo el corazón, porque en ellos encontraba las huellas del paso de su Padre por la historia de su pueblo. En el templo se unían sus dos grandes amores: su Padre y su Pueblo. Por eso hace suyo el salmo que dice: “El celo de tu casa me devora”. Y es precisamente este celo lo que produce en él una rebeldía radical, al ver la degradación a que había sido sometido el templo a causa de la corrupción y el mercantilismo. Jesús se propone purificar el templo, sabiendo que Dios no se deja “atrapar” por ninguna institución, por muy sagrada que sea. De hecho, más adelante en el evangelio de Juan, dirá a la samaritana: “Ha llegado el momento en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre… los verdaderos adoradores lo adorarán en espíritu y en verdad”.
Una tentación de las personas religiosas es la manipulación o banalización de los ritos y lugares sagrados. Ciertamente, necesitamos ritos y lugares que nos ayuden a orar y a celebrar, pero, ojo con ponerlos al servicio de nuestros intereses personales o de grupo. Los discípulos de Jesús debemos estar siempre atentos a no caer en estos abusos y a purificar constantemente nuestras prácticas religiosas.
El signo del propio cuerpo
Cuando los judíos le preguntaron qué signo hacía para justificar su postura purificadora, Jesús respondió que el signo era su cuerpo, convertido en verdadero “templo”, lugar de encuentro entre Dios y la humanidad. La fe de los discípulos no tiene su centro en ningún lugar geográfico, sino en el cuerpo de Jesús, un cuerpo que aguantó el sufrimiento extremo y en el cual terminó por mostrase el triunfo de Dios.
Unido al de Cristo, también nuestro cuerpo (expresión concreta de nuestro espíritu) es lugar del encuentro con Dios: un cuerpo capaz de sufrir y amar de manera concreta y tangible, un cuerpo que se arrodilla y se postra para adorar, un cuerpo que se hace instrumento de servicio a los pobres y desheredados, un cuerpo que ve, escucha y abraza a los cuerpos martirizados de tantas personas. Como dice el papa Francisco, los enfermos y los pobres son el cuerpo de Cristo. Abusar de estos cuerpos o de nuestro propio cuerpo es profanar el templo de Dios. Servirlos es adorar a Dios.
La precariedad de la fe
El evangelista nos cuenta que, viendo los signos que hacía Jesús, muchos creyeron, pero él no se fiaba. Los evangelios nos cuentan la oposición y las traiciones a las que Jesús se enfrentó, hasta el punto que, al final, quedó prácticamente solo y abandonado de todos. En la vida de Jesús hubo momentos de entusiasmo, en los que las multitudes le seguían, pensando de haber encontrado a un gran rey del que se podrían aprovechar o un líder que les llevaría a la realización de su programa político o religioso. Pero Jesús no se dejaba atrapar en la trampa de este entusiasmo fácil, que podría apartarle de su verdadera misión en obediencia al Padre. Jesús permanece siempre confiado, realista, libre, abierto y fiel hasta la muerte, a pesar de la inconstancia de los que le rodean.
La tentación del entusiasmo fácil y de la superficialidad se nos presenta también a nosotros como personas o como grupos. Cada uno de nosotros, nuestra comunidad o la Iglesia en su conjunto, puede contentarse con una religiosidad superficial, hacer algún tipo de “trampa” para ganar las masas y atraer seguidores, aunque solo sea en apariencia… Ese no es el camino de Jesús. El ni se escandaliza por aquellos de los suyos que le abandonan ni confunde los aplausos fáciles con una fe auténtica; sabe, sin embargo, reconocer una sincera, una fe “encarnada” en un cuerpo, en una vida que “se desvive”, se entrega en adoración y en servicio al “cuerpo de Cristo” en la Eucaristía y en los Pobres.
Pedimos al Espíritu de Jesús que nos abra a esta fe firme, concreta y constante, a pesar de nuestras dudas y debilidades.
Compartir el amor de Dios con los demás, recibir y dar, han determinado nuestra vocación misionera (Hermana Vicenta Llorca, Misionera Comboniana en Etiopía durante más de 40 años y Pedro Nascimento, Laico Misionero Comboniano, dos años en Etiopía). Como hizo con Abraham, también a nosotros, a través de la oración y el discernimiento personal, Dios nos dijo: “Deja tu país y vete a la tierra que te mostraré” (Gn 12,1). Nuestro destino fue Etiopía, un país lleno de sol y hospitalidad. Etiopía es un hermoso país, con una gran riqueza histórica y cultural, lleno de tradiciones y con muchos pueblos, con gran diversidad lingüística.
Benishangul-Gumuz forma parte de una de las regiones de Etiopía y una de las tribus presentes aquí es la de los Gumuz, un pueblo de carácter fuerte, dispuesto a luchar para defenderse de muchas maneras. Nuestra labor misionera se desarrolla especialmente entre los Gumuz.
Nuestra primera impresión fue muy buena, ya que siempre quisimos compartir nuestra vida con gente tan sencilla. La comunidad de las Hermanas Combonianas, situada en Mandura, ofrece servicios de educación, asistencia sanitaria y pastoral catequética. La comunidad de Laicos Misioneros Combonianos (David Aguilera y Pedro Nascimento) vive con los religiosos Combonianos en Guilguel Beles, a diez kilómetros de Mandura, e intenta ayudar a ambas comunidades en las áreas de educación y pastoral catequética, así como en el cuidado de algunos enfermos.
Vicenta y Pedro trabajan en la pastoral y el servicio social, ya que la persona se completa con el desarrollo del alma y el cuerpo. Una de las actividades que realizamos juntos es el acompañamiento de la catequesis de mujeres en su desarrollo espiritual, humano y material. Sabemos que la mujer tiene un papel importante en la transformación de la sociedad y aquí ellas necesitan ser conscientes de ello. La mujer gumuz trabaja muy duro y a menudo se ve relegada en oportunidades como la educación, donde los logros educativos no son una prioridad, especialmente para las mujeres y las niñas. Sobre todo, tienen que trabajar en el campo, recoger leña para cocinar, acarrear agua de la fuente o del río, cargar pesados sacos de cereales (fruto de su trabajo en el campo), cuidar de sus hijos, cocinar… La vida de la mujer gumuz es difícil y está llena de sacrificios y trabajo duro.
Nos reunimos cada semana con un grupo de mujeres que han elegido un nombre para el grupo: “Constructoras de Paz”, un nombre debido a la situación de guerra que vivimos desde hace más de dos años en nuestra zona. En este grupo compartimos la Palabra de Dios, oramos por la paz y tomamos un café juntos con la colaboración económica de todas, y nos hacemos cercanos en nuestras experiencias de dolor y sufrimiento, fortalecemos nuestra amistad, compartimos sueños y aspiraciones para el futuro. Estos encuentros nos dan la posibilidad de conocernos y estar más cerca unos de otros. Es nuestro deseo, según nuestras posibilidades, desarrollar actividades que puedan ayudar a las mujeres en la parte económica, ya que tienen un papel importante en el mantenimiento de la familia.
Todo esto es muy bello y atractivo, pero la vida humana está hecha de momentos felices y momentos dolorosos, días de luz y días de oscuridad.
Debido a los enfrentamientos étnicos, especialmente por la propiedad de la tierra, la estabilidad social ha empeorado, muchos han sido asesinados, los pueblos han sido incendiados, algunas cosechas han sido robadas por oportunistas, muchas personas inocentes han sido encarceladas sin saber las razones, las escuelas y los puestos médicos han sido cerrados debido a la inseguridad, por temor a que los estudiantes sean atacados por los rebeldes y los profesores y enfermeras atacados y secuestrados, ya que la mayoría de ellos pertenecen a otro grupo étnico. Desgraciadamente, esta ha sido nuestra realidad durante los dos últimos años, con tiempos de paz y tiempos de conflicto e inseguridad. Sin embargo, tanto si vivimos como si morimos, pertenecemos al Señor (Rm 14,8) y Él siempre está con nosotros y nos acompaña.
En la misión de las Hermanas, algunas mujeres pidieron protección durante unas semanas, quedándose allí a dormir. La situación se agravó y decidieron escapar al bosque, donde pudieron esconderse. Cuando la situación se calmó, poco a poco, las familias volvieron a sus cabañas. Como ya hemos dicho, esta situación se ha repetido durante dos años y juntos hemos experimentado el dolor, la inseguridad, pero también la protección de Dios. Las obras de Dios nacen y crecen al pie de la Cruz, decía San Daniel Comboni.
Nada de esto estaba contemplado cuando, llenos de ilusiones, llegamos a esta misión, pero decidimos hacer causa común con este pueblo, compartir los buenos y los malos momentos, decidimos quedarnos aquí y abandonarnos en las manos de Dios. Hemos vivido muchos momentos difíciles y nuestra presencia aquí, en medio de las dificultades, pretende ser un testimonio de fidelidad a Dios manifestada en la fidelidad a las personas con las que compartimos la vida. Fue Jesús quien nos dijo: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
En medio del dolor, de ver sufrir a las personas que escapan, de los que lloran por sus seres queridos, ya sea porque han muerto o porque están privados de su libertad, todo esto se ha convertido en un tiempo de gracia que nos ayuda a fortalecer nuestra fe y fidelidad a un pueblo que vive tiempos de sufrimiento. Hacer mío el dolor del otro nos muestra lo importante que es el otro para nosotros, lo mucho que lo queremos. San Daniel Comboni nos enseñó: Hago causa común contigo y el día más feliz de mi vida será aquel en que dé mi vida por ti.
En este momento se están celebrando conversaciones de paz entre el gobierno y los grupos rebeldes, se están empezando a abrir escuelas y puestos médicos (algunos). Tenemos la esperanza de que se puedan vivir tiempos de paz, felicidad y prosperidad.
Rezad por nosotros y por el pueblo de Etiopía, porque no podemos perder la esperanza; rezad para que encontremos apoyo para desarrollar actividades económicas con las mujeres y ayudar a las familias necesitadas; rezad por la paz y la comunión fraterna.
Hermana Vicenta Llorca, Misionera Comboniana y Pedro Nascimento, Laico Misionero Comboniano
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