Laicos Misioneros Combonianos

Cómo vivir plenamente

Comboni
Comboni

Comentario a Mc 10, 17-30, Domingo XXVIII (10 de octubre del 2021)

Seguimos leyendo a Marcos, que nos presenta a Jesús acercándose ya a Jerusalén, donde se va a producir un enfrentamiento a vida o muerte entre Él, con su propuesta del Reino de Dios, y el Sistema político-religioso-económico de su tiempo. Entonces, como ahora, mandaba en el mundo un conjunto de personas corruptas que se reían de la ética y, sobre todo, despreciaban a muchas personas sencillas, que eran sometidas a abusos de todo tipo en una cultura basada en la divinización del dinero y de las riquezas.

En ese contexto social, se produce -entre Jesús, un  “tal” y los discípulos- un diálogo a tres bandas, del que comento brevemente algunos detalles:

  • ¿Qué hacer para tener una vida plena? (o la “vida eterna”, como dice el personaje que se arrodilla ante Jesús). Todos buscamos eso mismo, aunque a veces no lo expresemos con esas palabras tan explícitas. ¿Qué debo hacer para ser feliz, para “sentirme vivo” y con plenitud de sentido?
  • Una actitud honesta. En tiempo de Jesús, como ahora mismo, entre tantos corruptos, había muchas personas buenas, que buscaban realizar su vida de una manera honesta, cumpliendo los mandamientos básicos del Antiguo Testamento, que coinciden, a grandes rasgos, con los mandamientos de todas las religiones y que yo reduciría a uno solo: “Sé honesto contigo mismo y con los demás”. Si vivimos honestamente, ya no es poco.
  • El llamado a dar un paso más y a fiarse de Dios. Jesús respeta y admira a esta persona que ha sabido vivir honestamente, pero descubre en su mirada y en su actitud un deseo de algo más. Si viene a verle, es que ha entrevisto una “perla de gran valor” (el Reino de Dios). Pienso que eso mismo nos pasa a muchos de nosotros: Vivimos con honestidad, tratando de hacer el bien lo mejor que podemos. Pero somos conscientes de nuestros límites y, en el fondo, deseamos algo más; en ese caso Jesús nos dice: No te contentes con lo mínimo, atrévete a “vender” lo que tienes (puede ser tu excesiva confianza en el dinero, pero también puede ser tu orgullo, tu arrogancia, tu imagen ante los demás), fíate de Dios y “compra” la perla de gran valor, que es el amor de Dios, como fuente de tu vida.
  • El desconcierto. El personaje en cuestión y los discípulos quedan desconcertados por la propuesta de Jesús: piensan que ya han hecho suficiente y que lo que Jesús pide no sólo es imposible, sino innecesario. Si me lo permiten, les cuento brevemente mi testimonio personal; recuerdo que, cuando de joven decidí marcharme de casa como misionero, la respuesta de mi padre fue: ¿Para qué necesitas hacer eso? ¿No te basta con ser una buena persona aquí? En efecto, uno puede ser una buena persona de muchas maneras. Pero no se trata de “hacer lo suficiente”, sino de amar sin medida, de “vivir plenamente”.
  • El salto en el vacío. De hecho, todo lo anterior suena como a “demasiado”, exagerado, “imposible”… Y así es, hasta que Dios interviene y “lo hace todo posible”. Hizo posible que aquellos pescadores de Galilea dejaran sus redes y recorrieran el mundo predicando el Evangelio; hizo posible que Ignacio de Loyola dejara su carrera militar para hacerse “soldado” de Cristo; hizo posible que Daniel Comboni – hoy celebramos su fiesta- abandonara su pueblito del norte de Italia para adentrarse en el desierto africano…
  • La plenitud de vida. El secreto que tantos discípulos de Jesús pueden contar es que, fiándose del Maestro y de Dios que “todo lo puede”, terminan por alcanzar una insospechada plenitud de vida, que no es solo religiosa, sino totalmente humana. Creo que muchos de nosotros hemos encontrado personas así en nuestro tiempo.

Al celebrar la Eucaristía, yo renuevo mi confianza en Aquel que me llama constantemente a fiarme de Él, sabiendo que nadie le puede vencer en generosidad. Al hacer memoria de Daniel Comboni, un hombre que se fió de Dios y entregó su vida para la regeneración de África, me animo a seguir su ejemplo.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Una humanidad que cree en el amor fiel

matrimonio

Un comentario a Mc 10, 2-13 (XXVII Domingo ordinario, 3 de octubre 2021)

La lectura bíblica que hacemos hoy pasa por alto el primer versículo del capítulo 10, en el que se dice que Jesús pasó “al otro lado del Jordán”. A muchos les parece que esta indicación geográfica es una referencia menor o incluso equivocada (un despiste de Lucas). Sin embargo, a mí, que no soy experto, sino solo lector habitual de los evangelios, me huele que detrás de esa nota geográfica se esconde una intención interesante, que me atrevo a compartir aquí.

El río Jordán tiene un valor profético muy importante para el pueblo de Israel, comparable quizá al Mar Rojo. Si éste fue el límite primero entre la esclavitud de Egipto y el camino hacia la tierra prometida, el Jordán fue el que tuvieron que atravesar para entrar precisamente en esa tierra de Dios. Por eso atravesar el Jordán puede tener mucho que ver con “volver a entrar” en la tierra prometida, regenerar profundamente la vida querida por Dios, perdida entre tantas traiciones y claudicaciones. Por eso el Bautista fue a bautizar al Jordán invitando a la gente a la conversión, es decir, a dejar atrás el hombre viejo y empezar de cero, con una nueva fidelidad al proyecto de Dios.

Jesús se inserta plenamente en esta propuesta de regeneración. Y por eso me suena que, después de atravesar el Jordán, se le plantea a Jesús una cuestión de gran importancia, que nos afecta a todos: el plan de Dios para el matrimonio, realidad primera y más significativa de la vida humana y de la alianza “matrimonial” de Dios con su pueblo.

Me parece que la respuesta de Jesús no tiene que ver con una casuística de derecho matrimonial, sino con una propuesta de renovación profunda; parte importantísima de esa renovación profunda es volver a los orígenes, volver a la fidelidad a Dios, tanto en el matrimonio mismo como en la vida social.

En todo caso, repito que este texto no se puede entender como una actitud moralista o canonista, un enredarse en cuestiones de hasta dónde puedo separarme y hasta donde soy libre para hacer lo que quiero. El texto es el llamado a una regeneración total de la vida, en la que el matrimonio se vuelve “sacramento”, signo y realidad de la vida entendida como amor y fidelidad.

Por eso podemos decir que la imagen más fiel de la Iglesia es una pareja que se aman y son ante el mundo imagen del amor original y definitivo de Dios, un amor fiel y definitivo. Algunos entenderán esto, otros dirán que eso es una ingenuidad. Yo he tenido la suerte de conocer parejas jóvenes y maduras que entienden esto y su experiencia de vida es una belleza. Estas parejas representan lo mejor de la humanidad y de la Iglesia. Pueden ser pocas o muchas, pero son una semilla clara del Reino, sin que eso implique desconocer las dificultades reales de la convivencia entre personas. En ese sentido, la vida en pareja es un laboratorio de la humanidad con sus caídas y fracasos, pero el modelo que Jesús propone es el de una humanidad reconciliada que cree en el amor fiel.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Proyecto Memoria de África: Arístides Holgado

Aristides

Seguimos esta serie con el hermano Arístides Holgado. Madrileño de nacimiento, Arístides iba para arquitecto hasta que fue destinado a Mozambique por los Misioneros Combonianos. Llegó seis meses después de su independencia de Portugal y vivió la guerra civil que asoló el país durante 15 años. Sin tapujos, Arístides habla en su entrevista de asuntos como la calidad democrática, el comunismo y el capitalismo en el país africano o el conflicto bélico.

Tres “dichos” de Jesús

vaso
Vaso

Comentario a Mc 9, 38-48 (Domingo XXVI T.O., 26 de septiembre del 2021)

Los evangelios, además de narrar episodios de la vida de Jesús y reproducir las parábolas que contaba, recogen y organizan, cada evangelista a su modo, colecciones de “dichos” que Él seguramente pronunció en distintas ocasiones y  que los primeros discípulos recordaban de memoria, compartían entre sí y transmitían a los nuevos discípulos como un tesoro de sabiduría y una guía práctica para sus vidas. En el texto que leemos en este domingo podemos identificar tres de estos dichos, que yo entiendo de la siguiente manera:

1.- El bien no tiene fronteras religiosas o de otro tipo. El dicho exacto de Jesús es “quien no está contra nosotros está con nosotros” y lo dice porque algunos querían impedir que personas que no pertenecían al grupo de los discípulos actuasen en su nombre. Es como si hoy prendiéramos que un no cristiano no ayudase a los pobres, porque no es cristiano. Cualquier bien, venga de donde venga, es una participación de la bondad de Dios. Debemos reconocerlo, agradecerlo y alegrarnos.

2.- Un vaso de agua puede tener un valor infinito. Jesús dice exactamente: “Quien dé un vaso de agua en mi nombre, no perderá su recompensa”. A veces hace falta poco para alegrar la vida de una persona, para hacer que se sienta respetada, para darle esperanza ante las dificultades. Dar un vaso de agua es signo de acogida, de respeto, de disponibilidad a “echar una mano” si hace falta. El que da un vaso de agua al que lo necesita, está abierto al otro y quien se abre al otro se abre a Dios. ¿Cuál es el “vaso de agua” que yo puedo ofrecer a las personas que encuentro e mi alrededor?

3. ¡Ojo con ser un tropiezo para los pequeños! Marcos recoge aquí varias sentencias que tienen como elemento común una referencia al “escándalo”. Sabemos que esta palabra significa, en realidad, “tropiezo”, es decir, “zancadilla”, hacer que una persona indefensa caiga. Jesús, que es bondadoso y lleno de ternura, se vuelve serio y duro cuando alguien profana la casa de su Padre (el templo) o cuando alguien quiere hacer tropezar a los pequeños, a los “pobres de Yahvè”, a los que sólo tienen a Dios en quien confiar. Con los “pequeños” de Dios no se juega.  Al mismo tiempo, Jesús nos dice algo así como: “No te hagas trampas a ti mismo”; si algo te está haciendo daño, no pactes con el mal, córtalo de raíz, escoge el camino del bien con decisión y claridad.

Como cada domingo, al celebrar la Eucaristía y escuchar estas palabras de Jesús, le decimos: Amén, gracias, quiero que estas palabras iluminen mi vida de hoy y de siempre. Ayúdame a hacer que sean verdad en mí.

P. Antonio Villarino

Bogotá