Laicos Misioneros Combonianos

El testamento de Jesús

Amor
Amor

Comentario a Mc 12, 28-34 (XXI Domingo ordinario, 31 de diciembre de 2021).

El capítulo 12 de Marcos, que estamos leyendo estos domingos, nos sitúa en el medio de las polémicas definitivas de Jesús con los líderes de su tiempo, antes de que todo concluya violentamente en Jerusalén. De alguna manera, este texto cumple la misma función que los capítulos 13-17 del evangelio de Juan. Es decir, estamos ante una especie de testamento. Después de todo lo dicho y hecho por Jesús en Galilea, Samaria y Judea, ¿qué nos queda como enseñanza básica, como punto de referencia? El amor en su doble cara: Dios y prójimo.

Dos en vez de uno

Según Marcos, a Jesús se le pregunta por principal mandamiento, pero él responde, no con uno sino con dos, uniendo dos citas del Antiguo Testamento: Dt 6,5 y Lv 19,18. La primera cita proclama la soberanía de Dios y la segunda hace referencia al amor al prójimo. Uniendo estas dos citas, Jesús nos está revelando que amor a Dios y amor al prójimo son dos caras de la misma moneda, dos dimensiones fundamentales de toda vida humana.

La importancia de reconocer la paternidad de Dios

Jesús recuerda la famosa “shemá”, un texto que los judíos sabían de memoria y recitaban todos los días, como fruto de su experiencia religiosa. Para los judíos reconocer a Dios como Padre de su historia era tan importante como para un hijo reconocer a su padre. Los que trabajan con jóvenes hablan de lo importante que es para el desarrollo de un joven tener una relación sana con su padre. Nadie viene a la vida por sí mismo, todos debemos nuestro ser a un padre que nos engendró. No reconocer eso es como construir una casa sin fundamentos. Si esa relación está dañada o no es reconocida, el joven no logra crecer armónicamente. De la misma manera, me atrevo a decir que si no reconocemos la paternidad de Dios, como origen supremo de la vida y meta hacia la que caminamos, algo se tuerce en nuestra vida, algo queda incompleto.

Nuestro tiempo, marcado por una especie de ateísmo práctico y teórico generalizado, parece ignorar esta realidad, pero creo que los creyentes encontramos mucho sentido y alegría al escuchar el texto que hemos heredado de los judíos: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Eso da pleno sentido a nuestra vida de hijos agradecidos por la vida recibida como un don.

El amor a todo lo que existe

Por otra parte, amar a Dios es amarnos a nosotros mismos, nuestro origen, y nuestra meta; amar todo lo que existe juntamente con nosotros; amar, sobre todo, a los seres humanos como parte de nosotros mismos y de este Dios Padre. Sobre esta dimensión, les comparto las palabras de San Agustín:

“Creo que ésta es la perla que buscaba el comerciante descrito en el Evangelio, que, al encontrarla, vendió todo lo que tenía y la compró (Mt 13, 46). Esta es la perla preciosa: la caridad. Sin ella de nada te sirve todo lo que tengas; si solo posees ésta, te basta (…) Puedes decirme: no he visto a Dios; pero ¿puedes decirme: no he visto al hombre? Ama a tu hermano. Si amas a tu hermano que ves, también verás  a Dios, porque verás la caridad”.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Enviado a Mozambique a compartir a Cristo

Bartek

 En la capilla de San Juan Pablo II de Cracovia, el LMC Bartłomiej Tumiłowicz fue enviado oficialmente en misión a África.

Bartek

Bartłomiej Tumiłowicz aceptó el reto de ser un misionero laico en el continente, de donde “saldrá la primavera de la Iglesia”, como dijo el patrón de su parroquia, San Juan Pablo II.

    En su homilía, el obispo Robert Chrząszcz se refirió al pasaje evangélico sobre los Apóstoles que querían sentarse junto al Salvador en Su Reino (Marcos 10,35-45), señalando que, para llegar allí, primero hay que ponerse el manto de la humildad durante la vida terrenal: – ¿Estas palabras realmente ponen el mundo al revés? En realidad, no. Sólo es ponerlo en orden. Jesús rompió a menudo los esquemas de pensamiento establecidos para introducir el orden del Evangelio, que era la garantía de la verdadera felicidad. Él quiere liberarnos de los deseos que nos esclavizan. Hoy quiere convencer a cada uno de nosotros de que nuestra grandeza no consiste en dominar y poseer.

El jerarca indicó, por ejemplo, al patrón de la parroquia, que con amor asumió la gran responsabilidad que le correspondía: – “Quien quiera hacerse grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”. El patrón de nuestra comunidad parroquial, San Juan Pablo II el Grande. Y sabemos que su grandeza no fue que fuera Papa, sino que fue grande porque tuvo una actitud de servicio. Quiso servir al hombre en el puesto en el que Dios le había puesto. Porque la actitud del servicio no significa esconderse en las sombras, no tomar posiciones o huir de la actividad. Tampoco es necesario cambiar el trabajo por uno más servicial.

Bartek

    El clérigo destacó que esta humildad ayuda a conseguir grandes cosas. Refiriéndose a la tarea emprendida por el misionero laico, señaló: – Sabemos y creemos que Bartlomiej no va allí a reinar para poder llamarse de repente un gran misionero, o para considerarse importante porque “voy a ser misionero”. Él va allí a servir. Por lo tanto, esta misión es grande, muy importante. Cuanto más tengamos esta voluntad de servir, de entregarnos a los demás en nuestro corazón, más grandes seremos a los ojos de Dios.

Por eso hoy recordamos a San Juan Pablo II el Grande y a aquellos otros grandes santos que, con su servicio y su don, mostraron la grandeza de la sencillez y del amor a Dios. Hoy rezamos también por Bartlomiej para que el buen Dios le acompañe, para que comprenda bien este espíritu de servicio, que le será muy necesario allí en su labor misionera. Que pueda abrir los corazones de otras personas a Cristo. Pero empezando por abrir su propio corazón.

Bartek

LMC de Polonia

La capacidad de ver

Jesús

Comentario a Mc 10, 46-52 (XXX Domingo ordinario, 24 de octubre del 2021)

En el camino hacia Jerusalén Jesús pasa por Jericó, una de las ciudades más antiguas de Palestina y hasta el día de hoy un lugar emblemático. Marcos nos cuenta que, saliendo de Jericó para continuar su viaje hacia Jerusalén, Jesús se encuentra con un mendigo ciego llamado Bartimeo.

La postura del “mendigo ciego”

Les invito a releer este texto prestando atención a los detalles. Por mi parte, me permito llamar la atención sobre la figura de Bartimeo:

1.-  Estaba “sentado al borde del camino”. La ceguera no sólo impide ver, sino que también dificulta mucho el camino. Pero pienso que el evangelista no está pensando tanto en los ciegos físicos cuanto en muchos otros que, por decirlo de alguna manera, son ciegos “espirituales”, es decir, no saben qué camino seguir en la vida; están sentados e inmovilizados porque las tinieblas les rodean y no saben qué hacer en la vida ni cómo vivir.

Quizá deba preguntarme cómo ando yo en este momento de mi vida. ¿Acaso me he “sentado”, me estoy quedando inmovilizado al borde del camino, porque no sé qué hacer ni cómo actuar?

2.- Oye que Jesús pasa a su lado. Como sabemos, Jesús no era un predicador estático, sino que caminaba por los senderos de Palestina, buscando encontrarse con las personas y transmitirles el amor del Padre. Jesús resucitado sigue caminando hoy por nuestro mundo, a través, por ejemplo, de la Palabra que escuchamos en la Eucaristía, del Espíritu que me habla en el corazón, de las personas que testimonian su presencia. ¿Lo siento pasar o estoy “sordo”, además de  “ciego”? Bartimeo supo escuchar, supo dejarse ayudar para salir de su ceguera. ¿Me abro yo a la múltiple presencia de Jesús resucitado?

3.-  Grita insistentemente: “Ten compasión de mí”.  Bartimeo no se queda encerrado en un inútil “victimismo” (“que mal estoy”) ni en un falso orgullo (Yo me las arreglo solo), sino que supo pedir ayuda y confiar en el Caminante que pasaba a su lado. A veces, esto es una de las cosas más difíciles: nos cuesta reconocer nuestra necesidad y pedir ayuda. Dicen que muchos Santos Padres repetían constantemente la oración de Bartimeo: “Señor, ten compasión de mí”. Prueba a hacerlo tú también.

La respuesta de Jesús

Tres son las palabras que pronuncia Jesús y que hoy podemos escuchar como dirigidas a nosotros, sea cual sea nuestra situación de “mendigos”:

-Llámenlo. Jesús no pasa de largo, presta atención a cada persona. Mi situación personal no le es indiferente.

-¿Qué quieres? Es importante que sepamos reconocer nuestras necesidades y nuestros deseos más profundos, verbalizarlos y expresarlos. En este sentido, la oración es un método excelente para reconocer ante nosotros mismos y ante Dios nuestras íntimas necesidades.

-Vete, tu fe te ha salvado. Es decir, en la medida que crees, tú puedes caminar. Tantas veces Jesús dice a las personas: “Levántate y anda”. Hoy nos lo repite a nosotros, en la persona de Bartimeo: cree, levántate, camina, ven detrás de mí como mi discípulo y mi misionero.

P. Antonio Villarino

Bogotá

Cuenta lo que has visto y oído

Domund

En este mes misionero la Iglesia nos vuelve a animar a ser testigos.

Domund

Nosotros como misioneros presentes en varios continentes somos testigos de una humanidad que quiere vivir plenamente y ser feliz.

Somos testigos de las desigualdades que se extiende por todos los continentes, de la acumulación por parte de algunos que no quieren mirar hacia sus hermanos y hermanas, así como las dificultades de muchos por tener lo más básico.

Pero sobre todo somos testigos de la generosidad y solidaridad que se da entre las personas. Cuando compartimos las dificultades también nos abrimos a compartir la salida de la misma, para compartir las posibilidades de mejora, para compartir lo que tenemos y sobre todo lo que somos.

Como humanidad necesitamos el calor humano, los unos de los otros. Esta pandemia nos ha obligado a alejarnos físicamente en muchos momentos para protegernos, pero sabemos que nada reconforta tanto como un abrazo. En un abrazo expresamos la cercanía y complicidad con la vida del otro, con el sufrimiento del otro, con las alegrías del otro.

Somos testigos de cómo en medio de las dificultades surge la generosidad. Claro que nos abruman las miserias a las que se ven sometidas tantas personas, pero no nos podemos paralizar por esa visión. No debemos cerrar los ojos sino actuar.

Pero no podemos reducir la persona a sus dificultades y olvidar lo mucho que hemos vivido en tantos países y con tantas culturas. La generosidad del que ofrece todo lo que tiene, la apertura de sus casas frente al que viene de fuera, la bienvenida alegre del que se nota extranjero, la capacidad de recuperación y resiliencia que hace a las personas salir cada día a buscarse un futuro mejor para sus familias, el esfuerzo por estudiar y aprender cada día…

Por eso en este mes donde se vuelve la mirada a la misión queremos ser testigos del Dios de la Vida, de cómo su Espíritu se hace presente y llena de Vida las comunidades de las periferias del mundo. Queremos ser testigos de Jesus de Nazaret que camina cada día con el que más le necesita, aun cuando a veces ni somos capaces de percibir su presencia.

Os animamos a todos y todas a dar un paso adelante y comprometernos con la vida. La Vida en abundancia que trae Jesús para toda la humanidad.

Pongamos cada uno nuestro granito de arena.

No podemos callar lo que hemos visto y oído. Hechos 4,20.

Alberto de la Portilla, LMC

Servir sin buscar el premio

Jesús
Jesús

Un comentario a Mc 10, 35-45, XXIX Domingo ordinario, 17 de octubre de 2021

Es interesante notar que el episodio que nos cuenta hoy Marcos viene a continuación del tercer anuncio que hace Jesús de que va a padecer mucho, que se burlarán de él, lo matarán y lo azotarán.

Da la sensación de que Santiago y Juan, que por otra parte pertenecían al círculo íntimo de Jesús, no querían oír lo que nos les interesaba. Así nos pasa también a nosotros muchas veces: Solo prestamos atención a lo que nos conviene, dejando en la sombra otros aspectos de la realidad o del Evangelio que no queremos tener en cuenta, sobre todo, si eso resulta exigente o doloroso.

Por otra parte, el relato parece suponer que para los apóstoles Jesús tenía que ser un Mesías político y triunfador, un líder extraordinario que fundaría una nueva sociedad en la que ellos serían personas importantes. También hoy a veces parece que esperamos algún mesías mágico, algún gran líder que nos resuelva los problemas como “por arte de magia” o por la fuerza de su poder.

Los apóstoles tendrían que pasar por la experiencia dura del fracaso en Jerusalén y la experiencia de la resurrección (de la presencia viva de Jesús más allá de la muerte) para comprender qué tipo de Maestro era Jesús. No era un Mesías arrollador que se imponía por la fuerza, sino el Hijo obediente del Padre, testigo de su amor a los pobres y pecadores.

También nosotros frecuentemente no comprendemos el sentido de nuestra vida, de nuestra vocación familiar o apostólica, hasta que pasamos por algún tipo de fracaso, de cruz, que nos ayuda a dar un salto a una dimensión más profunda y más real de las cosas.

Los apóstoles tuvieron que comprender que la propuesta de Jesús es la contraria a la que ofrece el “mundo”, entendido como un sistema de poder: Frecuentemente el mundo en el que vivimos, el sistema sociopolítico y económico en el que estamos inmersos, está manipulado por fuerzas egoístas y soberbias que se aprovechan de los humildes y sencillos, abusando de su poder para su propio beneficio. Jesús, por el contrario, anuncia el “reinado de Dios”, hecho de fraternidad y servicio gratuito. La Iglesia, en la medida en que es comunidad de discípulos de Jesús, debería ser el lugar en el que este “sueño” del reinado de Dios se hace humildemente realidad.

La tentación de los apóstoles –y de la Iglesia en general- es la de dar marcha atrás en el seguimiento de Jesús, “mundanizarse” y caer en la tentación del poder, olvidando el ejemplo de su Maestro y escapando del sacrificio que el servicio puede comportar.

Pienso que el evangelio de hoy nos hace un llamado a no escapar de una posible “copa de amargura” ni buscar “el puesto a la derecha o a la izquierda”, sino a estar disponibles para el mayor servicio. Como el Hijo del Hombre que está dispuesto a dar la vida. Esto implica confianza en el Padre, para morir a sí mismo y entregarse en ofrecimiento de sí mismo a Dios y a los hermanos.

En concreto: ofrecerse a servir  donde más me necesitan, con ánimo para “beber la copa” que toque y despreocupado del honor o el deshonor que eso implica.

P. Antonio Villarino

Bogotá