Laicos Misioneros Combonianos

Una entrañable declaración de amistad

Comentario a Jn 15, 9-17: VI Domingo de Pascua, 10 de mayo de 2015

Seguimos leyendo el evangelio de Juan, como en los domingos anteriores, pero esta vez pasamos de las alegorías (el Buen Pastor, la Vid y los sarmientos) a una directa y conmovedora declaración de amistad en un círculo del que forman parte Jesús, el Padre y los discípulos. Les invito a leer este texto, como si nosotros mismos estuviéramos en aquella habitación del “piso superior” de una casa de Jerusalén, en la que el Maestro estaba con sus amigos, antes de enfrentarse a la hora decisiva de su vida. Vayamos por partes:

1.- La hora deDSC00431cisiva, la hora de la verdad
Desde el capítulo 13 hasta el 17, Juan nos cuenta gestos, sentimientos y palabras de Jesús en aquellas últimas horas de su vida, cuando él ya percibía la gravedad del enfrentamiento que estaba viviendo con las autoridades de su pueblo y cuando parecía que todo su proyecto de renovación profunda, el proyecto del Reino de su Padre, se venía abajo. El texto respira una especial fuerza emotiva, porque está en juego mucho más que una idea o un proyecto, están en juego las relaciones profundas entre Jesús, sus amigos y el Padre.
En efecto, aquella tarde del Jueves Santo era uno de esos momentos cruciales, en los que podemos volvernos cobardes y traidores (escapando para salvar nuestra piel) o llegar al máximo de la generosidad, reafirmando nuestra fidelidad sin condiciones y nuestra capacidad de dar incluso la vida en un acto supremo de confianza en Dios y en el proyecto de vida al que nos Él llama. En ese momento supremo y sublime, Jesús celebra con sus amigos el rito más importante de su tradición religiosa, la Pascua, actualizándolo y haciéndolo suyo, y, como el pueblo en Egipto, se prepara a “pasar”, en su caso, “pasar de este mundo al Padre”. En un momento así la vida se juega en su valor más auténtico y uno se centra en lo más fundamental, en lo que más le importa.

DSC005472.- Al final, sólo queda el amor
Jesús ha compartido tres años muy intensos con sus discípulos y discípulas; juntos hicieron largos viajes, juntos realizaron extraordinarias acciones de sanación de enfermos, anuncio del perdón a los pecadores, banquetes fraternos, disputas con los fariseos, propuestas de renovación moral… Ahora, cuando el final está cerca, todo eso parece hasta cierto punto secundario. En efecto, lo que más le importa a Jesús en estos momentos aparece bien claro en este texto que leemos hoy: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo. Permaneced en mi amor”. Esto es la clave de todo. Lo demás “vendrá por añadidura”.
Este es el secreto de su vida: Jesús no duda, ni siquiera en los momentos más trágicos en los que experimenta el fracaso, de ser una persona amada por el Padre. Esa es la fuente de su serenidad profunda, de una alegría que le permite gozar de la belleza de los lirios y los cantos de los gorriones, proclamar su alegría porque los sencillos encuentran a Dios y los corazones rotos son recompuestos. Esa es la fuente segura de su libertad frente a moralismos fanáticos de derechas o de izquierdas. Y esa experiencia de ser amado por el Padre, él la extiende con toda naturalidad y fidelidad al pequeño grupo de sus amigos, aquellos que le han seguido desde Galilea y que, aunque no lo entienden del todo, le permanecen fieles. No necesita que sean perfectos, ni que entiendan siempre sus palabras o el proyecto en el que ha querido embarcarlos. Todo eso importa, pero lo que más le importa es que tangan clara una cosa: que Él les ama por encima de todo. No son sus “siervos”, no son funcionarios de un proyecto o de una causa; son sus “amigos”, sus “hermanos” y con ellos lo comparte todo: las tristezas y las alegrías, los sueños y los fracasos y, sobre todo, el amor del Padre.

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3.- Permanecer

A sus amigos sólo les pide eso: que se amen los unos a los otros, que permanezcan en su amor. Pero el amor que corre entre Jesús y sus discípulos no es un sentimiento “barato” para personas de poco calado personal o superficiales, sin raíces (como una planta en tierra arenosa). Es más bien una amistad sólida, enraizada en la conciencia de ser hijos del mismo Padre y en compartir el sueño de una humanidad nueva. No se trata de una amistad de conveniencia (que dura mientras duran los beneficios), sino una amistad que va más allá de los fracasos y los éxitos, una amistad que permanece en el tiempo y que se abre a todos aquellos y aquellas que aceptan el camino de Jesús. Una amistad que implica “aceptar los mandamientos”, seguir la enseñanza del Maestro, no tanto porque “está mandado”, sino porque vienen de Él y a Él queremos ser siempre fieles. Una amistad que se traduce en cercanía afectiva, concreta ayuda mutua, capacidad de perdón y comprensión, fidelidad gratuita y tantas otras cosas que cada uno de nosotros está llamado a nombrar en su experiencia concreta de vida.
En cada Eucaristía que celebramos, sellamos esta amistad, la hacemos crecer y esperamos que se vuelva fecunda, haciendo que nuestra alegría sea plena, como Jesús nos prometió.
P. Antonio Villarino
Roma

“Comboni: Dios, la Cruz y la Misión”

PortugalDel 17 al 19 de abril se celebró en Viseu el octavo encuentro del programa de formación de los LMC de Portugal. La formación fue dedicada al lema: “Comboni: Dios, la Cruz y de Misión”, presentado con entusiasmo por nuestra hermana Carmo Ribeiro. En esta reunión participaron Carlos (LMC), Andreia, Carolina, Flavio, Marisa, Neusa, Patricia y Paula, candidatos LMC.

Fuimos acogidos con generosidad (y comodidad) por la Comunidad de Viseu de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, a quien estamos muy agradecidos por la hospitalidad.

El pistoletazo de salida de nuestro viaje fue la película “La Misión” 1986, un drama histórico dirigido por Rolland Joffé, que representa el período en la historia de la evangelización de los indios guaraníes de Brasil.

Durante el sábado y domingo por la mañana la hermana Carmo nos guio en la búsqueda de Comboni, su vida y misión, que transmite a Cristo: “Hablar de Comboni, su vida y misión, es hablar de su experiencia de Dios. Esta experiencia que moldeó, dio forma, sentido y dirección a toda su vida. La vida que se transformó en misión. La experiencia de Dios es la vivencia de Dios, dejar que Dios viva en nosotros, y sobre todo dejarnos vivir en Él”.

En primera persona fuimos conociendo a Comboni, a través de sus escritos leídos en paralelo con citas de la Biblia que lo inspiraron.

Nuestro itinerario pasó por el descubrimiento de los pilares de la vida y la misión de Comboni que son también los pilares de cualquier vocación comboniana. A continuación os presento estos pilares citando los escritos de Comboni.

Portugal1º La confianza en Dios

“Que el Señor disponga como mejor le plazca, estamos en sus manos y por tanto bien guardado.” E 457

2º Momento Carismático: El amor de Cristo traspasado, de Cristo Buen Pastor

“Pero el católico, acostumbrado a juzgar las cosas con la luz que le viene de lo alto, miró a África no a través del miserable prisma de los intereses humanos, sino al puro rayo de su Fe; y descubrió allí una miríada infinita de hermanos pertenecientes a su misma familia, por tener con ellos un Padre común arriba en el cielo, encorvados bajo el yugo de Satanás y al borde del más horrendo precipicio. Entonces, llevado por el ímpetu de aquella caridad encendida con divina llamarada en la falda del Gólgota, y salida del costado del Crucificado para abrazar a toda la familia humana, sintió que se hacían más frecuentes los latidos de su corazón; y una fuerza divina pareció empujarle hacia aquellas bárbaras tierras para estrechar entre sus brazos y dar un beso de paz y de amor a aquellos infelices hermanos suyos, sobre los que todavía pesa, tremendo, el anatema de Canaán”. E 2742

3º El amor de la Cruz

“Me encuentro justo en la cima del Gólgota en el mismo lugar donde fue crucificado el Hijo único de Dios, aquí yo fui redimido.” E 39-43

“La cruz tiene el poder de transformar África Central en tierra de bendición y de salvación”

4º Cenáculo de los Apóstoles

“Este Instituto se vuelve por ello como un pequeño Cenáculo de Apóstoles para África, un punto luminoso que envía hasta el centro de la Nigricia tantos rayos como solícitos y virtuosos Misioneros salen de su seno. Y estos rayos, que juntos resplandecen y calientan, necesariamente revelan la naturaleza del Centro del que proceden.” E 2648

5º María, Madre de la Iglesia y Madre de África

“A ti debo, Oh María, no haber muerto todavía… ¡Oh María muéstrate también reina y madre de los pobres negros, porque también ellos son tu pueblo… ¡Muéstrate madre!” E 1639-644

6º San José

“S. José es siempre joven, siempre tiene un buen corazón y rectitud de intención y siempre ama a Jesús y los intereses de su gloria”.

“Somos los más felices del mundo, porque estamos en las manos de Dios, María y del buen San José.” E 5082

7º Oración

“Como la obra que tengo entre las manos es toda de Dios, es con Dios especialmente con quien hay que tratar todo asunto grande o pequeño de la Misión; por eso es de suma importancia que entre sus miembros abunden sobremanera la piedad y el espíritu de oración”. E 3615

8º Sentido de Iglesia, pertenencia

“Me negaría a convertir todo el mundo, si con la gracia de Dios me fuera posible, si no mediara el mandato y la aprobación de la Santa Sede y sus representantes”.

 

PortugalAdemás de la riqueza de estos días, todavía hubo tiempo para dos encuentros. Visitamos y fuimos visitados. El sábado por la tarde visitamos la Comunidad de Hermanas Concepcionistas de Santa Beatriz da Silva, que compartieron la alegría y la misión de una vida totalmente dedicada a Dios en un silencio fecundo y habitado (como alguien dijo, ¡es hermoso!). La noche del sábado, recibimos la visita de dos Hermanas Misioneras Combonianas, la hermana Lourdes Ramos y la hermana Augustine Guida. La hermana Lourdes Ramos compartió con nosotros su experiencia misionera entre los indígenas amazónicos y más tarde en la isla de Lampedusa. A ejemplo de Comboni, una vida hecha misión, olvidándose de sí misma, herida para servir y amar a los hermanos.

Por desafortunada coincidencia, esa noche del 18 de abril, en el mar naufragaba un barco de inmigrantes en ruta hacia Lampedusa, sabemos la tragedia que siguió… esa noche la hermana hizo memoria del drama de aquellos que parten y arriesgan sus vidas para poder vivir y llegados a tierra no tiene con que vivir. “Todos somos personas”, creo que todavía hoy, en nuestra oración no son indiferentes estos hermanos… “sintió que su corazón latía con más fuerza; y una fuerza divina parecía empujarlo a esas tierras bárbaras, para apretar en sus brazos y darle un beso de paz y amor a aquellos hermanos desafortunados“…

Por último, terminamos nuestra reunión celebrando la Pascua, la gloria de Jesús Resucitado; VIDA que brota del corazón traspasado. “Mi Dios es un Dios herido”, reconocido por Tomás en las marcas de su amor por nosotros: “¡Señor mío y Dios mío!”

Patricia

II Encuentro Familia Comboniana en España

familia combonianaLos días 18 y 19 de abril tuvo lugar en Madrid el II Encuentro Nacional de la Familia Comboniana presente en España.

Bajo el lema “Familia Comboniana: compartiendo la alegría de la misión”, tuvimos la oportunidad de reflexionar y profundizar juntos/as en cómo podemos compartir nuestra misión desde la diversidad y la alegría de la fe.

En esta ocasión contamos con la presencia del P. Pascual Piles, Hermano de San Juan de Dios, que nos animó a seguir trabajando en la línea de la Misión Compartida que ya inició Comboni, y es que la misión sólo se construye si trabajamos juntos/as como comunidad.

Uno de los momentos más ricos fue el trabajo en grupo donde surgieron ideas e iniciativas que sin duda habrá que ir dando forma a partir de ahora para hacer realidad el sueño de Comboni: “Salvar África con África”.

LMC España

Vivir el presente con pasión

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P. Fernando Domingues

Las presentes reflexiones quieren ser simples comentarios sobre el segundo objetivo propuesto por el Papa Francisco en su carta apostólica a todos los Religiosos con ocasión del Año de la Vida Consagrada del pasado noviembre de 2014, con el fin de ayudarnos a vivir como misioneros combonianos este tiempo en el que nos encontramos. “El apasionamiento por un ideal, en nuestro caso, el misionero, tiene que ver con el entusiasmo. La pasión no se consigue de una vez para siempre. Es como una planta que tenemos que cuidar y alimentar cada día. Por ello es necesario aprovechar de estas iniciativas, como las que nos propone el Papa en el “Año de la Vida Consagrada”, para revisar cómo estamos viviendo nuestra entrega y cuál es nuestro vínculo con el Evangelio, con el Instituto y con la misión”, escribe P. Rogelio Bustos Juárez, mccj.

 

VIVIR EL PRESENTE CON PASIÓN

“El pasado es memoria y el futuro es imaginación a las que recurrimos desde el presente”
(San Agustín)

  1. El seguimiento de Cristo, como referente primero

Cuando se habla del surgimiento de los carismas, la historia de la vida religiosa nos enseña que la primera cosa de la que partieron los(as) fundadores(as) ha sido el Evangelio. De la lectura atenta de la Buena Noticia conocieron a Jesucristo, se empararon de la Palabra y descubrieron por dónde podían seguirlo. A algunos les llamó la atención el Jesús taumaturgo que curaba a los enfermos, a otros el Jesús Maestro que, con autoridad, enseñaba cosas nuevas; a nosotros nos cautivó el Jesús itinerante que debe anunciar el Evangelio a todos los pueblos, pues para eso ha sido enviado.

De allí surgieron las normas o constituciones que servirían como marco teórico para hacer vida la intuición carismática. En las Reglas de 1871 nuestro Fundador decía: Es cierto que un espíritu humilde que ame sinceramente su vocación y quiera ser generoso con su Dios, las observará de corazón considerándolas como el camino trazado por la Providencia; pero, es importante dejar en claro que las Constituciones, la Regla de Vida y las tradiciones de cualquier instituto mantendrán su vigencia siempre y cuando sigan inspirándose en los valores evangélicos. Por ello el Papa escribe: La pregunta que hemos de plantearnos en este Año es si, y cómo, nos dejamos interpelar por el Evangelio; si éste es realmente el vademécum para la vida cotidiana y para las opciones que estamos llamados a tomar. El Evangelio es exigente y requiere ser vivido con radicalidad y sinceridad. No basta leerlo (aunque la lectura y el estudio sigan siendo de máxima importancia), no es suficiente meditarlo (y lo hacemos con alegría todos los días). Jesús nos pide ponerlo en práctica, vivir sus palabras.

No estoy seguro si, después de concluida nuestra formación de base, todos hemos tomado en serio nuestra formación permanente. Hoy se habla de sociedad líquida y amor líquido (cfr. Z. Bauman) para aludir a esa rapidez con la que va cambiando el mundo, la sociedad, la Iglesia y la vida religiosa.

Y el Evangelio puede ser esa fuente que, con su dinamismo y actualidad, puede indicarnos sendas por dónde encaminar nuestros pasos. Al respecto, un buen instrumento de revisión puede ser el capítulo tercero de la Evangelii Gaudium (n° 111-173) en el que el Papa Francisco nos invita a hacer una revisión de la manera como nos acercamos a la Palabra, y cómo la anunciamos.

Pero no basta ser expertos en teología bíblica o buenos pastoralistas sino somos capaces de poner en práctica aquello que anunciamos. Se nos invita a revisar el lugar que ocupa la Palabra en nuestra vida; si en verdad es esa guía segura a la que recurrimos cotidianamente y que nos va asemejando poco a poco al Maestro.

  1. Conformar nuestra vida al modelo del Hijo
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P Manuel Pinheiro. Perú

Si aceptamos que seguimos a Jesucristo, nos ayudará la reflexión sobre la segunda parte de nuestro nombre: ‘del Corazón de Jesús’, porque nos permitirá profundizar en nuestra identidad. Cuando en 1885 a través de Mons. Sogaro, la Santa Sede nos concede transformarnos en Congregación religiosa se nos llamó: Hijos del Sagrado Corazón de Jesús.

En 1979 se llegó a la reunificación, renacimos con el nombre de Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. Es interesante que se mantiene la referencia al Corazón de Jesús.

El Papa Francisco en su carta sostiene que si el Señor es nuestro primero y único amor, podremos aprender de él lo que es el amor y sabremos cómo amar porque tendremos su mismo corazón, es decir, nos identificaremos con Él. Es aquello que reflexionaron y nos compartieron algunos Padres de la Iglesia:

San Ireneo de Lyon, por ejemplo, habla de «Jesucristo que, a causa de su amor superabundante, se convirtió en lo que nosotros somos para hacer de nosotros lo que Él es» (Prefacio del libro V Contra las Herejías).

San Gregorio Nacianceno desarrolla otro aspecto: “En mi condición terrenal, estoy ligado a la vida de aquí abajo, pero por ser también una parcela divina, llevo en mi seno ese deseo de la vida futura”. El hombre no está sólo ordenado moralmente, regulado por un decreto sobre lo divino, sino que es del génos de la raza divina; como dijo san Pablo: “Somos linaje de Dios” (Hech 17, 29). San Atanasio, en el tratado Sobre la encarnación del Verbo, sostiene que el Logos divino se hizo carne, llegando a ser como nosotros, por nuestra salvación. Y, con una frase que se ha hecho justamente célebre, escribe que el Verbo de Dios “se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres para que nosotros heredáramos la incorruptibilidad” (54, 3).

Nuestro Fundador, San Daniel Comboni, haciendo suya la espiritualidad de su tiempo, supo responder a los desafíos de la misión inspirándose en la espiritualidad del Sagrado Corazón, ampliando su significado, dándole un cariz más social y misionero.

A manera de síntesis, si quienes aprobaron el nombre que llevamos vieron oportuno y necesario incluir en nuestro nombre la alusión al Corazón de Jesús, entonces se vuelve apremiante que cada vez más nos identifiquemos con sus sentimientos y los traduzcamos en actitudes. Seguimos a Jesucristo no de cualquier manera, sino esforzándonos en ser cordiales en nuestro trato, en ser reflejo y expresión de los sentimientos del Hijo de Dios y todo esto tiene consecuencias, como veremos, en la vida personal y comunitaria. Al punto de convertirnos en parábola existencial, signo de la presencia del mismo Dios en el mundo (cfr. Vita Consecrata N° 22).

  1. Siendo fieles a la misión confiada

El tercer punto nos invita a revisar nuestra fidelidad al legado que hemos recibido de nuestros fundadores. Una intuición carismática es, al mismo tiempo, don y responsabilidad. Don porque no hicimos nada para recibirlo, a través de la persona y el trabajo de nuestros fundadores; pero, al ser reconocido por la Iglesia, tenemos la responsabilidad de no tergiversarlo ni alterarlo sino la de ser continuadores de ese regalo que ha sido puesto en nuestras manos.

Aquí podrían hacerse dos lecturas: la primera es la de aferrarnos al pensamiento y a la obra de nuestro Padre y fundador pretendiendo que, por fidelidad carismática, tengamos que reproducir tal cual, sine glosa, aquello que éste hizo. La segunda, en cambio, es actuar de tal modo que aquello que hacemos no se parezca absolutamente en nada a lo sugerido o propuesto por nuestros fundadores y movernos en entera libertad; interpretando los nuevos desafíos a nuestro antojo desdibujando la herencia que recibimos hace más de 150 años.

Me parece sano evitar ambos extremos. Es necesario coger la estafeta de manos de quienes nos precedieron pero manteniendo la lucidez para descubrir cómo tenemos que responder a los desafíos del presente sin desvirtuar la originalidad carismática. Éste, me parece, que ha sido el objetivo de la Ratio missionis y el trabajo de recalificación de nuestros compromisos en los que el Instituto ha venido insistiendo en los últimos años.

El Papa Francisco nos exhorta para que en este Año de la Vida Consagrada nos preguntemos si nuestros ministerios, nuestras obras y presencias, ¿responden a los que el Espíritu Santo ha pedido a nuestros fundadores? En una palabra, se nos invita a vivir en actitud de discernimiento continuo para no engañarnos y ser así, reflejo y expresión de ese carisma eclesial que recibimos.

  1. Hacerse expertos en comunión
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P Gino Pastore. Mozambique

Estando así las cosas y, considerando el valor que tiene para nosotros la vida fraterna, sería oportuno que nos preguntáramos sobre la calidad de nuestra vida en común, característica y condición ineludible para quienes abrazamos la vida cenobítica. Al respecto, nuestro fundador fue muy claro al describir las características de su Instituto:

Este Instituto se vuelve por ello como un pequeño Cenáculo de Apóstoles para África, un punto luminoso que envía hasta el centro de la Nigricia tantos rayos como solícitos y virtuosos Misioneros salen de su seno. Y estos rayos, que juntos resplandecen y calientan, necesariamente revelan la naturaleza del Centro del que proceden (Escritos 2648).

Es interesante la imagen que utiliza San Daniel: “cenáculo de apóstoles”. El cenáculo es la habitación del piso superior donde el Maestro confió a sus discípulos aquello que llevaba en su corazón en vísperas del gesto máximo de donación. El estar juntos, es esa realidad que nos trasciende y nos acerca a Dios cuando vivimos en comunión con los hermanos. Es también espacio de intimidad donde podemos abrir nuestro corazón a los compañeros de camino y nos revelamos como somos. Allí donde compartimos lo que somos descubriendo los dones y límites propios y aquellos de quienes viven con nosotros. Teológicamente la Trinidad es nuestro modelo: tres personas distintas pero sólo un Dios. El vivir juntos nos ayuda a compartir nuestros dones y acoger la riqueza de quienes viven a nuestro lado. Somos diferentes, pero cultivamos y promovemos la unidad, a través del respeto y la tolerancia. En un instituto internacional como el nuestro, el desafío es mayor, pero no imposible.

Pero, en el icono usado también se hace referencia a la apostolicidad. De ese ‘cenáculo de apóstoles’ saldrán como ‘rayos’ solícitos y virtuosos misioneros para iluminar situaciones de oscuridad: el Papa hablará del enfrentamiento, del choque de las diferentes culturas, de la prepotencia con los débiles, de las desigualdades […] y podríamos continuar con una lista de situaciones que conocemos o con las que nos hemos encontrado en nuestro servicio en las diferentes partes del mundo donde trabajamos. A todas ellas estamos llamados a llevar una palabra de esperanza y aliento, iluminando oscuridades y compartiendo una experiencia de fraternidad, fruto de la comunión que hemos experimentado. Ya no basaremos la fuerza y eficacia de nuestra vocación misionera en los recursos materiales que podamos llevar a la misión, sino en la disponibilidad para compartir la experiencia auténtica de Dios que tengamos y en la dosis de humanidad que podamos transmitir. La calidad de la vida misionera dependerá del tiempo que estemos dispuestos a dedicar a aquellas personas que están marginadas por la sociedad. Nuestro lugar como misioneros, y esto la mayoría de las iglesias locales nos lo reconoce, es allí donde hay tensiones y diferencias, donde hay situaciones que contradicen la condición humana. Allí tenemos que llevar la presencia del Espíritu tratando de dar testimonio de unidad (Jn 17, 21), nos recuerda el Papa.

Todo esto se traduce en un estilo propio que tiene que ver con la escucha, el diálogo y la colaboración con las personas con las que interactuamos. Podemos ser personas muy dinámicas y capaces, pero si no sabemos trabajar en equipo, difícilmente daremos testimonio del amor trinitario en el cual se funda la vida comunitaria. Las diferencias no tienen que impedir que busquemos dar testimonio de unidad ante la Iglesia o el mundo.

  1. Apasionados por el Reino

Una última consideración: el seguimiento de Jesucristo, el querer asemejarnos a su corazón, el mantenernos enamorados de la misión y el ser constructores y no meros consumidores de comunidad, será posible en la medida que mantengamos siempre viva la pasión por el Reino. Si nos fijamos bien, a muchos de nosotros nos acompaña una buena dosis de irresponsabilidad en la manera como administramos el tiempo y los bienes que llegan a nuestras manos. Si perdemos contacto con la población, nos será difícil imaginar las penurias que vive la mayoría de nuestra gente. La Carta del Papa Francisco citando a Juan Pablo II dice: “La misma generosidad y abnegación que impulsó a los fundadores debe moverlos a ustedes, sus hijos espirituales, a mantener vivos sus carismas que, con la misma fuerza del Espíritu que los ha suscitado, siguen enriqueciéndose y adaptándose, sin perder su carácter genuino, para ponerse al servicio de la Iglesia y llevar a plenitud la implantación de su Reino”.

¿Por qué algunos de nuestros candidatos pierden el entusiasmo con el que llegan cuando ya son parte del Instituto? ¿Por qué para muchos de nosotros nos resulta tan sencillo dejar de ser combonianos cuando aparecen las dificultades o hay desacuerdos? ¿Por qué cada vez nos resulta más difícil obedecer y responder a los desafíos que se nos presentan? ¿Por qué ha disminuido nuestra pasión por el Evangelio y todo aquello que tiene que ver con la misión? ¿Por qué hay muchos que viven como jubilados antes de tiempo? ¿No será que hemos descuidado algunos referentes fundamentales relacionados con nuestra identidad que hace que nos despistemos y perdamos el rumbo?

El apasionamiento por un ideal, en nuestro caso, el misionero, tiene que ver con el entusiasmo. La pasión no se consigue de una vez para siempre. Es como una planta que tenemos que cuidar y alimentar cada día. Por ello es necesario aprovechar de estas iniciativas, como las que nos propone el Papa en el “Año de la Vida Consagrada”, para revisar cómo estamos viviendo nuestra entrega y cuál es nuestro vínculo con el Evangelio, con el Instituto y con la misión.
P. Rogelio Bustos Juárez, mccj

La vid, los sarmientos y la poda

Comentario a Jn 15, 1-8: V Domingo de Pascua, 3 de mayo de 2015

Si el domingo pasado Jesús usaba una imagen “ganadera” para construir la alegoría del Buen Pastor, ligada a la cultura de un pueblo de pastores, hoy la imagen escogida es la de la vid, ligada a un pueblo de campesinos. La vid es una planta mediterránea, que se está extendiendo cada vez más por otros geografías. En nuestro tiempo, casi todos han probado ya el fruto de la vid, el vino, aunque quizá no conozcan directamente la planta de la que procede. En todo caso, pienso que no es difícil para ninguno de nosotros entender esta metáfora, que transmite una enseñanza muy importante para nuestra vida de discípulos y discípulas misioneras.
Para que haya uvas y vino (fruto), además de una tierra adecuada, hacen falta tres elementos esenciales:

P10102511.- La vid, es decir, la planta, que transforma los elementos químicos en vida.
Jesús se compara en esta alegoría con la vid, que es plantada en la tierra, alimentada y podada por el Padre, para que dé sabrosas uvas. Jesucristo, con las raíces de su persona cultivadas por Amor del Padre, nos transmite a su vez Vida-Amor, para que todos nosotros tengamos vida en abundancia y demos mucho fruto. Algunos parecen afirmar hoy que la vida puede crecer y desarrollarse “autónomamente”, como si la vid pudiese crecer sin tierra y dar fruto sin un “cultivador”. Los discípulos y discípulas de Jesús, por nuestra parte, hemos comprendido que sin la “Vid” Jesucristo y sin el cultivo amoroso del Padre, nosotros no damos fruto, nos volvemos estériles.
Algunos, incluso cristianos de nombre, también parecen confundir la Iglesia con una asociación política, una organización humanitaria o hasta una especie de club filosófico. Pero la Iglesia es, en primer lugar y sobre todo, la comunidad de aquellos y aquellas cuya vida está ligada a Dios por medio de Jesucristo. La Iglesia es y hace ciertamente muchas cosas; dirige miles de hospitales, escuelas y otras muchas actividades con importantes efectos sociales, económicos y hasta políticos. Pero, no confundamos las cosas, la Iglesia es, en primer lugar, un espacio de fe y relación con el Padre a través de Jesucristo. Si desaparece esa fe, desaparece la Iglesia.

gesu-e-vite2.- Los sarmientos o ramas, que, naciendo de la planta, dan fruto.
Jesús dice que nosotros somos esos “sarmientos”, las ramas del árbol o, como dice San Pablo, miembros de su cuerpo. Para que estos sarmientos transmitan la vida que vine de la Tierra a través de la planta, es fundamental evitar dos errores igualmente peligrosos:
-Romperse, separarse de la planta: Recuerdo cuando con mi padre caminábamos entre los viñedos: ¡Cuánto cuidado teníamos en no “desgajar” los sarmientos!; si eso sucedía, sabíamos que habíamos perdido el fruto con su promesa de vino. Así sucede con nosotros cuando, por accidente o por orgullo, nos separamos de Jesucristo, pensando que somos capaces de hacer grandes cosas por nosotros solos. Si caemos en esa tentación, es el final de nuestra capacidad de dar frutos de fe, esperanza y amor. Es fundamental permanecer unidos a Jesucristo por el afecto, por el estudio de su palabra, por la obediencia a sus mandatos, por la comunión con los otros discípulos, por la apertura a su Espíritu.

-Olvidar la poda: Los agricultores saben muy bien que una viña no podada es una viña que se vuelve pronto vieja y estéril. Yo mismo recuerdo una viña que teníamos en una de nuestras comunidades; por años fue dejada sin podar y, aparte de no dar fruto, se estaba muriendo; cuando decidimos darle una poda a fondo, la viña inmediatamente comenzó a renovarse y a dar fruto. El significado de esta comparación es muy claro, aunque a veces nos cueste aceptarlo en la realidad concreta de nuestro camino humano: Una vida que “se abandona”, que “no se poda”, que no se deja corregir por los acontecimientos mediante los cuales Dios nos guía, se vuelve caótica, selvática y estéril, mientras que una vida constantemente “cultivada” da mucho fruto para sí misma y para el mundo. Todos conocemos el caso de los atletas y los que se dedican a la danza, la música… o cualquier otra actividad: Sin disciplina, no progresan. Pues lo mismo sucede con nuestro discipulado misionero. Se construye desde la fe gratuita, pero también desde la poda continua, que el Padre hace en nosotros por medio de tantas dificultades, enfermedades, contrariedades, estudio, fidelidad humilde, etc.

IMG_01473.- El fruto: la uva, de la que sale el vino “que alegra el corazón del hombre” y es capaz de transformar una comida triste en un banquete de fiesta, como en Caná.
Todos queremos dar fruto, conducir vidas que sean creativas y fructíferas. Pero hay que recordar que el fruto no es algo artificial que se coloca superficialmente en las ramas de los árboles; el fruto no viene del exterior, sino del interior. Sólo la vida interior de la planta asegura que llegue el fruto. De la misma manera, un discípulo/discípula sólo dará fruto si tiene vida interior, relación profunda con Jesucristo y si se deja podar oportunamente. Si hace así, dará abundantes frutos, como dice, San Pablo; frutos de bondad y generosidad, de alegría y de paz, de humildad y de servicio… frutos de una vida nueva, que encuentra su raíz en Jesucristo y se sostiene con el cultivo permanente del Padre.

P. Antonio Villarino
Roma