Laicos Misioneros Combonianos

Pan en el desierto: Lo imposible se hace posible

Comentario Jn 6, 1-15 (XVII Domingo del T.O. 26 de julio del 2015)

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Recordemos que en los domingos de este año litúrgico estamos leyendo, de manera continuada, el evangelio de Marcos y que, hasta ahora, hemos llegado al capítulo sexto. El domingo pasado habíamos dejado a Jesús conmovido ante la multitud que le seguía como “ovejas sin pastor”. Hoy tocaría seguir leyendo, en el mismo capítulo, lo que todos conocemos como la “multiplicación de los panes”. Pero, para meditar este episodio, la liturgia ha preferido ofrecernos la lectura del capítulo sexto de Juan, que trata el mismo tema con mucha más extensión y con interesantísimas referencias teológicas. De hecho, nos vamos a quedar en esta lectura del capítulo sexto de Juan en este y en los próximos cuatro domingos. Después volveremos a Marcos, leyéndolo a partir del capítulo séptimo. En este domingo se nos ofrecen los primeros quince versículos de este capítulo sexto de Juan. Cada uno de nosotros está invitado a leerlo con atención. Por mi parte, me detengo en dos reflexiones:

1.- Jesús, el nuevo Moisés
Juan empieza esta narración con una cierta solemnidad. Evidentemente nos quiere decir que algo grande está pasando. Tres elementos delatan está “solemnidad”:
– Jesús, partiendo de las orillas del Lago de Galilea, sube a la montaña. A estas alturas ya sabemos que, en el lenguaje bíblico, la montaña es mucho más que un accidente geográfico. Subir a la montaña nos recuerda, entre otras, la historia de Moisés que subió al Sinaí y allí experimentó la especial revelación del Dios liberador de Israel.
Al llegar a la montaña, Jesús “se sienta” con sus discípulos. El gesto nos habla de Jesús como Maestro con una autoridad que no tenía ninguno de los maestros de su tiempo. Como Moisés, que recibió en el Sinaí la Ley de Dios para su pueblo, Jesús transmite a sus discípulos la nueva Ley, la Palabra recibida del Padre.
-Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Sabemos que la Pascua era la fiesta en la que se hacía memoria de la liberación experimentada, se fortalecía la identidad del pueblo y se renovaba la esperanza en una nueva y definitiva liberación.
Lo que Juan nos va a contar en el capítulo sexto de su evangelio se sitúa en este solemne cuadro de referencias teológicas.
Para los discípulos, y para nosotros, Jesús no es un maestro cualquiera, no es un profeta más o menos inspirado, no es un renovador de la ética. Es la Palabra de Dios que nos ilumina como una luz en la oscuridad, es el Pan de Dios que nos alimenta en el desierto, es el nuevo Moisés que, descendiendo de la montaña, guía al pueblo y lo sostiene en su caminar hacia una nueva tierra de libertad y plenitud. En él se centra la nueva Pascua, la nueva Alianza entre Dios y su pueblo.

2.- Lo imposible se hace posible
Juan nos cuenta que Jesús preguntó a Felipe cómo alimentar a tanta gente en un descampado. Y Felipe le dio la respuesta sensata, realista: No es posible. Todos nosotros daríamos la misma respuesta, como de hecho lo hacemos cuando nos encontramos con problemas de difícil o imposible solución.
Felipe tenía tazón, pero parece que había olvidado la historia de su pueblo: alimentar a una multitud en un descampado es tan imposible como que un pequeño pueblo de esclavos se liberarse de las manos de un poderoso faraón; o como que ese mismo pueblo atravesase un desierto sin morir en el intento… Pero Dios hizo que lo que parecía imposible resultase posible: el pueblo se liberó, caminó por el desierto cuarenta años, alimentándose “milagrosamente” y llegó a la tierra prometida.
Pero no hay que entender esto mágicamente, como si Dios, con una barita mágica, resolviese nuestros problemas. Se trata, a mi juicio, de algo más sencillo y más profundo: cuando permitimos que Dios nos acompañe con se bendición y hacemos lo que está en nuestras manos, los poderosos se rinden, las aguas se separan, el pan se multiplica, el hambre y la injusticia se superan, los conflictos se superan y la comunidad humana se regenera avanzando hacia nuevas cotas de justicia y fraternidad, cumpliendo el sueño de Dios, de modo que se haga su voluntad “en la tierra como en el cielo”.
Cuando afrontamos los problemas con fe, esperanza y caridad (generosidad), lo imposible se hace posible, como se ha demostrado tantas veces en la historia universal y también en nuestras historias particulares. Cuando participamos en la Eucaristía, renovamos esta fe.
P. Antonio Villarino
Roma

Superar la indiferencia: Hacer causa común

Un comentario a Mc 6, 30-34 (XVI Domingo del T.O.: 19 de julio del 2015)

Leemos hoy cinco versículos que forman una especie de transición literaria entre dos narraciones fuertes de Marcos: el martirio de Juan Bautista (una experiencia seguramente muy dolorosa para los discípulos y el mismo Jesús) y la multiplicación de los panes (signo elocuente de un Dios que alimenta al pueblo de los sencillos y fieles en el desierto).
El texto que leemos hoy es, pues, de transición, pero no por ello menos importante. De hecho, está lleno de profundos y límpidos sentimientos en dos direcciones principales: la comunidad de los discípulos y la multitud de personas en búsqueda de una mayor calidad de vida. En el corazón de Jesús se produce como una especie de doble movimiento de sístole y diástole, de ida y venida, entre la comunidad y la multitud, que, como el del corazón, se necesitan y se alimentan recíprocamente. Detengámonos un momento en este doble movimiento de amor concreto:

combonianos en Asia- Gerardo (Peruano),Mario (mexicano), Miguel Angel (español), Moises (filipino), Parunñgao (Filipino)1.- Ternura en la comunidad de amigos
Marcos nos cuenta como Jesus acoge a los discípulos que regresan de la misión, los escucha y los invita a descansar, como él lo hacía entre los amigos de Betania…
No sé si ustedes recuerdan la película de Pier Paolo Pasolini sobre el evangelio de San Mateo, que se proyectó hace ya bastantes años; era una gran película, pero –si mi memoria no me falla- presentaba a Jesús como una especie de profeta serio y más bien enojado, como una especie de látigo de hipócritas y corruptos; con el rostro tenso, la voz firme y la condena siempre en los labios; sin más amigos que una justicia descarnada y una moralidad exigente e irreductible…. Sin duda, Jesús fue claro en la denuncia de una religiosidad hipócrita y esclerotizada, pero Jesús era mucho más que un profeta airado. En el evangelio de hoy Marcos nos presenta a un Jesús tierno, acogedor, preocupado por el bienestar incluso físico de sus amigos. Esto nos da la medida de esa humanidad tan necesaria en cualquier familia, comunidad o grupo apostólico. A veces queremos hacer las cosas tan bien, somos tan perfeccionistas o tenemos tantas ambiciones para las personas queridas que nos volvemos intransigentes, mordaces, airados, condenadores. Ojalá Jesús sea nuestro modelo de ternura, acogida y humanidad.

Cincinnati. St Charles)2.- Conmoción ante las necesidades de la multitud
La estrecha vida comunitaria de Jesús con sus discípulos no lo vuelve ciego a las necesidades de los demás, sino todo lo contrario: lo hace más sensible y comprometido  ante la presencia de una multitud que, como ovejas que vagan sin pastor, busca afanosamente más salud, más comprensión, más sentido, más vida. La actitud de Jesús es la misma que, muchos más años más tardes, adoptaría uno de sus discípulos, Daniel Comboni, quien, al llegar a Jartum (África), dijo: “Quiero hacer causa común con cada uno de ustedes”.
Antes la multitud de personas que hoy como ayer buscan salud, alimento, dignidad, amor…, la respuesta del discípulo misionero no es la indiferencia, el mirar hacia otro lado, sino el “hacer causa común”, compartir inquietudes, emociones y sueños. Esa conmoción, ese hacer causa común encontrará a su tiempo su expresión en iniciativas humanitarias concretas, en palabras y gestos de solidaridad. Pero lo primero es no caer en la indiferencia, conmoverse, sentirse parte de esa gente. La primera actitud del discípulo misionero es la de “estar”, compartir, sentir como propias las necesidades de los demás; y, a partir de ahí, echar una mano o las dos si hace falta, cada uno según sus propias posibilidades, con la confianza de que, si cada uno aporta lo suyo, se producirá el milagro del pan compartido, de la fraternidad, del gozo de la vida compartida.
P. Antonio Villarino
Roma

La misión de los Doce y la nuestra

Un comentario a Mc 6, 7-13 (Domingo XV T.O: 12 de julio del 2015

DSC02555Después de ser rechazado por los habitantes de Nazaret Jesús, según Marcos, inicia una nueva etapa de su misión, involucrando a los Doce, semilla de un nuevo pueblo que acoge el Reino de Dios y lo hace germinar en pueblos y ciudades. En el texto de Marcos que leemos este domingo hay muchas claves y puntos de meditación para nuestra vida de discípulos misioneros. Yo me detengo brevemente en cuatro puntos:

1) Llamó a los Doce y comenzó a enviarlos
La misión no es fruto de una iniciativa personal, sino de una llamada. En el camino del discipulado misionero hay momentos en los que parece que somos nosotros quienes tomamos la iniciativa y queremos difundir en el mundo nuestro proyecto de humanidad, nuestra ideología, nuestra manera de ver las cosas. Pero el discipulado verdadero sólo empieza de verdad cuando, superada la etapa del protagonismo personal, nos damos cuenta que es el Señor el que nos llama y nos envía.
Ya Moisés y otros grandes profetas experimentaron como la misión fracasa estrepitosamente cuando se asume como un modo de auto-realizare o de ser alguien importante en la sociedad, mientras se vuelve fecunda cuando se asume como respuesta a una llamada.
Y los artistas cuentan algo parecido. Los poetas, por ejemplo, dicen que no son ellos que buscan las palabras, sino que las palabras les buscan a ellos, es decir, que una poesía alcanza una especial fuerza expresiva cuando de alguna manera “se impone” al poeta que, a lo mejor ha trabajado por horas sin que su esfuerzo llegara a nada concreto. Igualmente, en el discipulado misionero, se requiere un momento de gracia inesperada, una toma de conciencia de haber sido llamado/a gratuitamente, un darse cuenta que la misión recibida supera nuestro auto-control, nuestra auto-realización, nuestras perspectivas ideológicas o de protagonismo… para ser la misión de Aquel que nos llamó y non envió. Sólo entonces la misión se hace fecunda, incluso cuando ello supone aparente fracaso o cruz.

LOs Angeles (centro)2) De dos en dos
Al enviar a sus discípulos “de dos en dos”, Jesús sigue la práctica judía de enviar los mensajeros en parejas: el portavoz debería tener a su lado a un compañero como ulterior confirmación de la autenticidad del mensaje. Al hacer la misión de dos en dos, los discípulos se ayudan mutuamente en el testimonio, dando credibilidad al mensaje de un Reino de fraternidad.
Además, la misión “de dos en dos” supera la experiencia individual, subjetiva, para hacerse propuesta social, compartida. Ciertamente, Jesús hace muchas horas de oración en solitario, pero su misión se desarrolla siempre en público, en plazas y sinagogas, casas, caminos, pueblos y ciudades. La misión no es un asunto privado, no es una iluminación individual; es un asunto público, comunitario, compartido. No es que la misión en común sea más fácil que la misión individual, pero es más auténtica, más fiable.

3) Entrar en las casas
En la práctica misionera de Jesús no hay lugares reservados a la misión: entra en las sinagogas, habla en la calle, junto al mar, en casas de familia… en todas partes. La misión no excluye el templo, pero tampoco permanece atada a él. Es evidente que la misión de la Iglesia hoy, sin dejar las parroquias, debe ir mucho más allá: salir al encuentro de las personas allí donde se encuentran y viven, con sus alegrías, luchas y preocupaciones.

4) Anunciar la cercanía del Reino
Cercanía: esa es una palabra clave en la experiencia de Jesús y de sus discípulos. Jesús anuncia sin descanso, con palabras y gestos, que Dios es cercano a las personas y por ello realiza gestos de sanación, de liberación, de perdón, de amor que hacen que las personas se pongan en pie y caminen. Ese es el poder de Jesús, el poder que comparte con sus discípulos misioneros, el poder de hacer que las personas se levanten y caminen como hijos e hijas.
P. Antonio Villarino
Roma

Dios anda entre los pucheros: Jesús carpintero, hijo, hermano, vecino

Comentario a Mc 6, 1-6 (Domingo XIV T.O: 25 de julio del 2015)

Conventual Teresa y JesusMarcos nos muestra a Jesús como un maestro peregrino, que, después de recorrer aldeas y pequeñas ciudades de Galilea, en las cercanías del Lago de Galilea, vuelve al pueblo donde creció, Nazaret, y donde, al parecer, en vez de acogerlo, como hicieron tantos vecinos de los alrededores, lo rechazaron. Marcos lo explica con la famosa frase de Jesús: “Ningún profeta es aceptado en su propio pueblo y en su propia casa” y concluye diciendo que Jesús se maravillaba de su incredulidad.
La experiencia de Jesús –ser rechazado por los suyos– es una experiencia bastante común, que a mi modo de ver refleja dos errores que todos cometemos con frecuencia:

1) Imaginarnos a Dios como alguien lejano de la vida cotidiana.
Ha pasado en todas las etapas de la historia y en todas las religiones: Muchos piensan que a Dios hay que buscarlo en lo extraordinario: un lugar maravilloso, una gran catedral, un santuario muy especial, un personaje con cualidades extraordinarias, más allá de las nubes… Como si Dios no tuviera nada que ver con lo que somos y vivimos e nuestra cotidianidad. Sin embargo Jesús muestra todo lo contrario: que Dios se hace uno de nosotros (Emanuel): nace como emigrante, trabaja como carpintero, va los sábados a la sinagoga, suda, bebe, come, hace amigos… Y en y todo eso se manifiesta como el Hijo amado del Padre.
La mejor manera que encuentro para explicar esta experiencia de Dios que hicieron los primeros discípulos de Jesús –y los que ahora siguen como discípulos- es la famosa frase de Santa Teresa de Ávila: “Dios también anda entre los pucheros”. Lo dicho: No busquemos a Dios en lo extraordinario, sino en lo ordinario de cada día: en el trabajo, en las relaciones familiares, en las amistades, en la lucha sincera por los derechos de los pobres, en el esfuerzo por la justicia y la honestidad, también en la oración sencilla y sincera (sin aspavientos ni pretensiones retóricas)… “entre los pucheros”.

2) Volvernos escépticos y duros de corazón, con los que viven con nosotros.
Dice un viejo dicho que no hay persona menos respetuosa en un templo que el sacristán: acostumbrado a moverse en un lugar sagrado, termina por perder el respeto… Nos puede pasar a nosotros con las personas que viven cerca de nosotros: miembros de nuestra familia o de nuestra comunidad, compañeros de trabajo, los catequistas o el párroco de mi parroquia… Viviendo cerca de estas personas, corremos el riesgo de ver sólo sus límites y defectos, ignorando quizá el mucho bien que hacen. Lejos de aprovecharnos de su cercanía para amarlos y aprender de ellos, terminamos por enredarnos en una visión hipercrítica y dura que nos imposibilita para descubrir el mensaje que Dios nos quiere transmitir a través de ellos, a pesar de sus límites y defectos… Dios no se nos presentará con el disfraz de una persona perfecta, sino con la realidad de las personas concretas que nos rodean.
Al escuchar el evangelio de hoy, pido al Señor para mí y para todos esta humildad que nos hace capaces de reconocer a Jesús en el humilde profeta de Nazaret y en tantas personas que hoy viven conmigo y me ayudan a descubrir la presencia divina en medio de la realidad que estoy viviendo, con sus oportunidades y problemas, con sus aciertos y fracasos.
Señor, no permitas que me vuelva arrogante o cínico como los habitantes de Nazaret. Que mi corazón esté siempre abierto a reconocer tu humilde presencia a mi alrededor, a pesar de mis propios límites y los de los demás.
P. Antonio Villarino
Roma

Dos vidas recuperadas

Comentario a Mc 5, 21-43 (XIII Domingo del T.O.: 28 de junio del 2015)

DSC00728Marcos sigue presentando a Jesús actuando en las dos orillas del lago de Galilea, con un mensaje claro de cercanía divina a los pobres y a los corazones “rotos”; un mensaje que se expresa, no sólo en palabras inspiradoras, sino también en gestos concretos que confirman las palabras y les dan concreción “física”; Jesús realiza lo que podemos llamar “signos mesiánicos”, es decir, acciones concretas que se convierten en manifestaciones de la presencia de Dios en medio de su pueblo, tanto entre los habitantes de Gerasa (en la “otra orilla”) como entre los de Cafarnaúm.

De “impuras” a hijas
En la lectura de hoy se nos cuenta la historia de dos mujeres (una niña de doce años y una adulta enferma el mismo número de años), que, siendo impuras (una cadáver y la otra perdiendo sangre) son tocadas por Jesús y recuperan, no sólo la vida, sino también su dignidad de hijas, capaces de levantarse (“a ti te lo digo, levántate”), de creer (“tu fe te ha salvado”) y de participar en el banquete de la vida (“denle de comer”).
A veces leemos estos episodios como si Jesús fuera un mago que, con poderes especiales, produce efectos mágicos… Ciertamente, yo no dudo de los poderes extraordinarios de Jesús. Pero creo que esa no es la perspectiva adecuada para entender lo que pasó en la rivera del lago de Galilea ni lo que sigue pasando hoy. La perspectiva adecuada es la del “signo mesiánico”, es decir, una acción, un gesto que nace de la confluencia de dos elementos fundamentales:

La extraordinaria capacidad de Jesús de amar y entrar en sintonía con las personas en su situación concreta, a pesar de estar condenadas por la tradición; su cercanía afectiva profunda, que, tomando muy en serio la realidad de cada persona, le transmite su propia experiencia de la cercanía amorosa del Padre. Como dice Benedicto XVI, sólo el amor salva. Cuando alguien se sabe amado, recobra su dignidad, es capaz de levantarse y de realizar una vida plena.

– La fe de personas sencillas, que, amenazadas por la enfermedad y la muerte, levantan sus corazones y sus esperanzas a Dios como único refugio… En mi vida misionera en África, Europa y América, he encontrado muchas personas que son como el papá de la niña moribunda o la mujer desesperada ante una enfermedad humillante, prolongada y esterilizante.
Ante una situación así, esas personas buscan una salida por cualquier parte: la medicina, la oración, el buen consejo… Cualquier cosa que ayude a recuperar la vida amenazada. Muchos les dicen que no hay nada que hacer, que se resignen; se burlan de su búsqueda, de su fe, de su no contentarse con lo peor. Sin embargo, esa búsqueda merece ser respetada y tomada muy en serio. Eso es lo que hace Jesús, que, desde una experiencia extraordinaria de comunión con el Padre de la Vida, se siente también en comunión con los hijos e hijas que pasan por momentos difíciles, que, marginados, dudan de su propia dignidad y de ser amados.

DSC00226Palabras y gestos
Todos los seres humanos, incluso los que se creen más seguros y prepotentes, somos creaturas débiles expuestas a enfermedades, sufrimientos, desprecios, peligros y, en definitiva, a la muerte, aunque algún “milagro” aleje la muerte de nosotros por algún tiempo, como sucedió a la hija de Jairo, la hemorroísa o Lázaro. Por eso no creo que el objetivo de los milagros de Jesús fuese el de dar a las personas un poco más de tiempo en una vida, de todos modos, mortal, sino una vida diferente, una vida con amor y dignidad, como hijos e hijas de un Padre amoroso, que se interesa por nosotros y toma en serio todo lo que nos pasa. Las dos mujeres, después de la acción de Jesús, podían decir en verdad: “Yo soy importante para Dios, yo soy importante para Jesucristo, yo soy importante en la comunidad de los amigos de Jesús. Yo no soy una enferma o una muerta. Soy HIJA”.
Ese es el mensaje central de Jesús. Para manifestarlo se sirve de palabras, pero también de signos “mesiánicos”, que, tal como aparecen en Marcos, tienen una doble condición:
-son concretos y prácticos, ligados a la vida de la gente; ayudan a las personas de manera “física”; resuelven un problema real de la vida.
-transcienden la materialidad, para transmitir algo que va más allá del gesto concreto en su estricta materialidad: no se reducen a una “ayuda material”, sin alma, desconectada del amor; comunican una confianza en la persona y la llevan a superarse a sí misma, a levantarse y ponerse ella misma a servir.
Por eso, tomando como modelo a Jesús, la misión cristiana camina siempre por ese doble raíl de la palabra y la acción, de la caridad y la fe, de lo material y lo espiritual. Ambas dimensiones son esenciales y se reclaman mutuamente: la palabra sin acción se hace mentirosa, la acción sin palabra pierde su sentido.
P. Antonio Villarino
Roma